AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Wo Qui Non Coin [Aya Kuran]
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Wo Qui Non Coin [Aya Kuran]
El primer libro que aprendió a leer de corrido fue uno de Kant, lo hizo en 1783 y ahora se acordaba de él porque le sonaba a nombre de insecto con poderes más que a filósofo alemán de la Ilustración. Los escritos con los que había tratado de niño junto a las personas que le intercambiaban conocimientos en su mayoría se habían centrado en pasajes meramente descriptivos o cuentos populares de Polonia que ya había escuchado narrar. Más adelante, con unas habilidades más firmes, había querido seguir por su cuenta y descubrir quiénes eran sus escritores favoritos. Kant no lo había acabado siendo, de todas formas (demasiado... nebuloso para él), pero cada vez que veía ese nombre bordado en volúmenes de cuero como los que había ordenados en aquella estantería, sentía las relajantes caricias de la memoria en el cuello.
Oscar dejó el manojo de hojas en el escritorio y observó las personas que poblaban aquella mañana la biblioteca. Fue el sitio público que más empezó a frecuentar cuando se instaló definitivamente como cortesano y desistió de buscar a Aryel. Y ahora, veintisiete años después, ya tenía un nombre: Aryel. Un nombre y el olor de la sangre como un complemento más para su rosario de recuerdos... Vampiros, ¿eh? ¿Habría algún libro en esa biblioteca que hablara sobre ellos? Ese tipo de literatura solía llevarse con cautela o, incluso, podría estar censurada. Desistió, porque para fiarse verdaderamente de lo que dijera tendría que hablar en persona con su autor, descubrir si era un mortal experimentado en el tema (cosa que le interesaba más al sentirla más cercana) o si se trataba de otra criatura sobrenatural (lo que haría que empezara a replantearse cómo actuar frente a ellas). Además, la idea de investigar cosas sobre el origen de Aryel mientras esperaba a que Aya llegara quizá fuera apetitosa para su masoquismo, pero no para su salud mental.
Tenía sus contactos callejeros, no le costó averiguar con quién residía ahora la japonesa y lo que le mandaban hacer. Aquella mañana debía acudir a la biblioteca a recoger un pedido para su nuevo dueño (su-nuevo-due-ño, el estómago le ardía) y había esperado a tenerla a tiro en un lugar público donde no hubiera muchos movimientos que realizar, pues la intención de ese nuevo encuentro para Oscar era muy concisa.
Al fin, vio a Aya varias estanterías atrás, hablando con el encargado. Éste la conducía por el lugar con un rumbo muy claro y Oscar aprovechó que la chica iba a estar todavía más ocupada. Se acercó tranquila, pero velozmente hacia ella y la detuvo del brazo. Sus ojos se reencontraron en un intenso fragmento de segundos, pero no se dejó arrebatar por más tiempo: seguidamente volvió a hacer eso de obligarla a quedarse con la bolsa de dinero rechazada en la mano.
Te dije que si no lo aceptabas, pasaría esto -susurró con aversión en la voz y le dedicó una mirada irritada de furor-. Por cierto, ¿qué tal se siente otra vez de espaldas a la libertad? Espero que este nuevo dueño te deje archivar un pensamiento al lado de otro, por lo menos. Tranquila, sé que no quieres verme, hoy no vengo a hacer mucho más. Que tengas un buen dia, hasta la próxima.
La soltó sin más dilaciones y se dio media vuelta, decidido a macharse de allí con el trabajo cumplido y la rabia compungida.
Oscar dejó el manojo de hojas en el escritorio y observó las personas que poblaban aquella mañana la biblioteca. Fue el sitio público que más empezó a frecuentar cuando se instaló definitivamente como cortesano y desistió de buscar a Aryel. Y ahora, veintisiete años después, ya tenía un nombre: Aryel. Un nombre y el olor de la sangre como un complemento más para su rosario de recuerdos... Vampiros, ¿eh? ¿Habría algún libro en esa biblioteca que hablara sobre ellos? Ese tipo de literatura solía llevarse con cautela o, incluso, podría estar censurada. Desistió, porque para fiarse verdaderamente de lo que dijera tendría que hablar en persona con su autor, descubrir si era un mortal experimentado en el tema (cosa que le interesaba más al sentirla más cercana) o si se trataba de otra criatura sobrenatural (lo que haría que empezara a replantearse cómo actuar frente a ellas). Además, la idea de investigar cosas sobre el origen de Aryel mientras esperaba a que Aya llegara quizá fuera apetitosa para su masoquismo, pero no para su salud mental.
Tenía sus contactos callejeros, no le costó averiguar con quién residía ahora la japonesa y lo que le mandaban hacer. Aquella mañana debía acudir a la biblioteca a recoger un pedido para su nuevo dueño (su-nuevo-due-ño, el estómago le ardía) y había esperado a tenerla a tiro en un lugar público donde no hubiera muchos movimientos que realizar, pues la intención de ese nuevo encuentro para Oscar era muy concisa.
Al fin, vio a Aya varias estanterías atrás, hablando con el encargado. Éste la conducía por el lugar con un rumbo muy claro y Oscar aprovechó que la chica iba a estar todavía más ocupada. Se acercó tranquila, pero velozmente hacia ella y la detuvo del brazo. Sus ojos se reencontraron en un intenso fragmento de segundos, pero no se dejó arrebatar por más tiempo: seguidamente volvió a hacer eso de obligarla a quedarse con la bolsa de dinero rechazada en la mano.
Te dije que si no lo aceptabas, pasaría esto -susurró con aversión en la voz y le dedicó una mirada irritada de furor-. Por cierto, ¿qué tal se siente otra vez de espaldas a la libertad? Espero que este nuevo dueño te deje archivar un pensamiento al lado de otro, por lo menos. Tranquila, sé que no quieres verme, hoy no vengo a hacer mucho más. Que tengas un buen dia, hasta la próxima.
La soltó sin más dilaciones y se dio media vuelta, decidido a macharse de allí con el trabajo cumplido y la rabia compungida.
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Fecha de inscripción : 06/10/2011
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Re: Wo Qui Non Coin [Aya Kuran]
Mi señor Diétrich fue tan amable como cada día, ayudándome en esta ocasión a abrocharme el vestido blanco de estampados rosáceos, dado que mi espalda seguía algo magullada y los latigazos se me acentuaban cada vez que hacía movimientos bruscos. Por ello, tras vendarme como hacía varias semanas que hacía al despertar y antes de irme a dormir, se tomó la molestia de dedicarme tiempo para evitar que me lastimara más. Le sonreí y con una pequeña reverencia con la cabeza que él rechazó -odiaba que hubiese desigualdades entre nosotros y de hecho, aquello siempre nos comportaba cierta tensión dado que era reacio a aceptar mis servicios serviles hacia él-, me coloqué un sombrero color crema y salí de casa, cruzando el jardín y deteniéndome unos momentos junto al cerezo que se encontraba junto al pequeño riachuelo. Estiré mi mano y me puse de puntillas hasta lograr arrancar un puñado de cerezas, llevándome una a la boca para saborearla mientras salía ya de la residencia con la firme idea de ir a la Biblioteca, un lugar maravilloso lleno de libros y curiosidades, un interés por el mundo y al que nunca se me había permitido acceder. En realidad, aquello lo hacía por ilusión, dado que Diétrich pensaba ir él mismo a por un libro. Sin embargo, se me escapó un comentario acerca de la Biblioteca, aludiendo a que nunca antes había pisado una. Aquello descolocó a mi amo, y con una sonrisa de oreja a oreja, me invitó a que fuese. Y aunque en un principio quería acompañarme para salvaguardarme de cualquier peligro -era muy sobreprotector conmigo-, tuvo que desistir a regañadientes cuando vino una madre angustiada, vecina próxima a nosotros, suplicándole su ayuda para un caso de posesión diabólica. Sí, Diétrich era exorcista, y pese a que en un primer momento eso me había asustado, ahora lo veía algo más normalizado. Así, dejando que mi dueño conversara con la mujer llorosa, me dirigí hacia el centro de París, con la única compañía de la soledad al despedir al chofer que me había llevado hasta la puerta.
Era un enorme y magnificente edificio de mármol, ornamentando la gran puerta un par de columnas jónicas y una ancha escalinata hacia el interior. Y coronando la Biblioteca, un precioso frontón triangular que albergaba un friso lleno de figuras en relieve, probablemente que narraban algún capítulo de la mitología griega. Sonreí ante tal maravilla y subí las gradas hasta el vestíbulo, girando sobre mi mismo eje para contemplar la espectacular vista.
Entonces, entré sigilosamente a lo que era la Biblioteca propiamente dicho. Desde el umbral flanqueado por dos búhos como símbolo de sabiduría, alcé la vista hacia los dos pisos superiores, cuyos muros y estanterías superpuestas restaban repletas de volúmenes, libros y manuscritos varios, siempre separados por temáticas y géneros. Cerré la boca que había quedado abierta sin disimulo alguno y me acerqué a un hombre que parecía ser el encargado del local.
- Disculpe, Monsieur, busco un manuscrito en particular, cuyo título es El evangelio del Mal y creo que su autor era inglés o escocés, no lo recuerdo.- susurré para no molestar a los que allí se encontraban, jugando mientras con mis dedos por el nerviosismo suscitado ante lo desconocido.
El hombre pareció irritado por no mirarle a los ojos, pero se encogió de hombros y me guió hacia unos pasillos. Mis ojos vagaban de un libro a otro, conmoviéndome interés por aquellos títulos, algunos en latín, otros en inglés o alemán, pero pocos en japonés. De pronto, una firme mano tomó con fuerza mi brazo y me hizo girar en redondo, tropezándome con Osgar. Ahogué un grito y luego miré a lado y lado, cerciorándome de que nadie más se había percatado de mi espanto. Con el aliento aun contenido, intenté forjar una máscara de completa indiferencia por las palabras que el joven me dirigía con frialdad, tomando incluso aquella bolsa sin hacerle caso alguno, pues mi atención se dirigía únicamente a su rostro, su cabello, sus gestos, la tonalidad de su voz… todo cuanto pudiese retener en mis retinas sería poco para conservar un recuerdo de él. Pero antes que pudiese darme cuenta, su agarre aflojó y mi brazo quedó libre, siendo testigo de cómo él se daba la vuelta con intención de abandonarme, pese a no despedirse de forma rotunda como yo lo había hecho por escrito en sus propias sábanas, hacía ya un par de semanas.
- Osgar… te olvidas algo.- suspiré agachando la mirada y dando un paso hacia él, quién seguía dándome la espalda.
Tomé la bolsita con fuerza y se la devolví con una sonrisa.
- No lo quiero, no insistas.
¿Por qué estaba tan empeñado en darme dinero? No lo necesitaba, Diétrich me mantenía más que suficiente y por otro lado, no había usado mis servicios como geisha para él, algo que tampoco podría hacer ya si tenía en cuenta que sólo tenía un dueño y ese, era el budista. Sólo él podía aprovecharse de mí, en ese estricto sentido.
Y así, le hice una pequeña reverencia con la cabeza y rocé sus manos con las mías antes de caminar en sentido opuesto a él, buscando ahora al encargado que me había abandonado a mi suerte.
- Sayonara.- me despedí al rozar la tela de su brazo y ya subiendo una grada que me llevaría al segundo piso.
Era un enorme y magnificente edificio de mármol, ornamentando la gran puerta un par de columnas jónicas y una ancha escalinata hacia el interior. Y coronando la Biblioteca, un precioso frontón triangular que albergaba un friso lleno de figuras en relieve, probablemente que narraban algún capítulo de la mitología griega. Sonreí ante tal maravilla y subí las gradas hasta el vestíbulo, girando sobre mi mismo eje para contemplar la espectacular vista.
Entonces, entré sigilosamente a lo que era la Biblioteca propiamente dicho. Desde el umbral flanqueado por dos búhos como símbolo de sabiduría, alcé la vista hacia los dos pisos superiores, cuyos muros y estanterías superpuestas restaban repletas de volúmenes, libros y manuscritos varios, siempre separados por temáticas y géneros. Cerré la boca que había quedado abierta sin disimulo alguno y me acerqué a un hombre que parecía ser el encargado del local.
- Disculpe, Monsieur, busco un manuscrito en particular, cuyo título es El evangelio del Mal y creo que su autor era inglés o escocés, no lo recuerdo.- susurré para no molestar a los que allí se encontraban, jugando mientras con mis dedos por el nerviosismo suscitado ante lo desconocido.
El hombre pareció irritado por no mirarle a los ojos, pero se encogió de hombros y me guió hacia unos pasillos. Mis ojos vagaban de un libro a otro, conmoviéndome interés por aquellos títulos, algunos en latín, otros en inglés o alemán, pero pocos en japonés. De pronto, una firme mano tomó con fuerza mi brazo y me hizo girar en redondo, tropezándome con Osgar. Ahogué un grito y luego miré a lado y lado, cerciorándome de que nadie más se había percatado de mi espanto. Con el aliento aun contenido, intenté forjar una máscara de completa indiferencia por las palabras que el joven me dirigía con frialdad, tomando incluso aquella bolsa sin hacerle caso alguno, pues mi atención se dirigía únicamente a su rostro, su cabello, sus gestos, la tonalidad de su voz… todo cuanto pudiese retener en mis retinas sería poco para conservar un recuerdo de él. Pero antes que pudiese darme cuenta, su agarre aflojó y mi brazo quedó libre, siendo testigo de cómo él se daba la vuelta con intención de abandonarme, pese a no despedirse de forma rotunda como yo lo había hecho por escrito en sus propias sábanas, hacía ya un par de semanas.
- Osgar… te olvidas algo.- suspiré agachando la mirada y dando un paso hacia él, quién seguía dándome la espalda.
Tomé la bolsita con fuerza y se la devolví con una sonrisa.
- No lo quiero, no insistas.
¿Por qué estaba tan empeñado en darme dinero? No lo necesitaba, Diétrich me mantenía más que suficiente y por otro lado, no había usado mis servicios como geisha para él, algo que tampoco podría hacer ya si tenía en cuenta que sólo tenía un dueño y ese, era el budista. Sólo él podía aprovecharse de mí, en ese estricto sentido.
Y así, le hice una pequeña reverencia con la cabeza y rocé sus manos con las mías antes de caminar en sentido opuesto a él, buscando ahora al encargado que me había abandonado a mi suerte.
- Sayonara.- me despedí al rozar la tela de su brazo y ya subiendo una grada que me llevaría al segundo piso.
Edgar Dagson- Vampiro Clase Alta
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Re: Wo Qui Non Coin [Aya Kuran]
No podía ser... ¡¿Es que no entendía nada?! Días de follarse a la gente en un espanto literal, viendo su rostro en cada pared o colchón, maldiciendo otro nombre más -Diétrich- que anotar para cuando necesitara un conejillo de Indias en los días de estrés. Acechando cerca de su casa como cuando Aya aún estaba a cargo de los Morel, cuando llegó a la de los Miyagi y ahora que había acabado en manos de otro dueño más... que lo único que lo diferenciaba de Oscar era que había querido comprarla. Porque sí, a fin de cuentas eso era lo que le volvía alguien indigno de Aya: que no quería tratarla como una puta mascota, que no quería disfrazar su esclavitud con consideraciones y sonrisitas protectoras, como hacía el nuevo de ahora, para ornamentar algo ineludible; una prisión. Feliz, pero una prisión. Su sino marcado. La gota que colmaba el vaso de su estancia en aquella biblioteca. Y perdió los nervios.
Sostuvo la bolsa entre sus dedos temblorosos de furia y cerró los ojos antes de alzar el brazo y lanzarla con potencia desmedida hasta que se estampó con el escalón de la grada donde Aya subía, tras un charco apoteósico de monedas que rajó del todo el silencio de la biblioteca. Pero no fue lo más agresivo que perturbó la paz obligatoria del lugar, pues sólo tuvo que esperar a que Aya se volviera hacia él para explotar con todas las letras.
¡¡'Sayonara' un cojón y medio!! -gritó, arrastrando tras de sí una oleada de miradas críticas de todo el mundo-. ¡No te detuve cuando te fuíste de casa tras una mentira, pero te ofrecí mi ayuda, y aunque ahora ya no la necesites porque vives a cuerpo de rey gracias a tu nuevo marajá... ¡¿Cómo diablos crees que me sienta que aceptes apoyo de cualquiera que no te trate como una persona con derechos?! ¡¿De cualquiera que no sea yo?!
La gente estaba comenzando a murmurar y muchos se habían levantado de sus asientos, probablemente para avisar a los encargados que debían frenar todo aquello o para decidirse a llamarle la atención por el escándalo que estaba liberando sin pudor alguno.
¡No creas que esto funciona así, no pienses que puedes escribirme unos cuantos versos desolados, que sólo embellecen el dolor que siento por ti, y luego despreciarme de esta manera! ¡Necesitaba ser alguien que influyera en tu vida, aunque sólo fuera para que no vagabundearas sin nada por las calles! ¡Pero ya me doy cuenta de que sólo puedo ser un rechazo continuo!
Tomó aire y dedicó un rápido vistazo al resto de visitantes, cuyos murmullos amenazaban con convertirse en un cubo de cuchicheos que rajaban el aire y lo convertían a él en el blanco de alfileres verbales y miradas de juicio.
Como te decía -prosiguió, ya en un tono de voz más falsamente tranquilo-: hasta luego.
No dejó que Aya le respondiera a nada y se alejó definitivamente para colocarse frente a una estantería y empezar a ojear unos cuantos volúmenes, ignorando completamente el remolino acusador de ojos en la biblioteca que condenaba su grosera conducta.
Sostuvo la bolsa entre sus dedos temblorosos de furia y cerró los ojos antes de alzar el brazo y lanzarla con potencia desmedida hasta que se estampó con el escalón de la grada donde Aya subía, tras un charco apoteósico de monedas que rajó del todo el silencio de la biblioteca. Pero no fue lo más agresivo que perturbó la paz obligatoria del lugar, pues sólo tuvo que esperar a que Aya se volviera hacia él para explotar con todas las letras.
¡¡'Sayonara' un cojón y medio!! -gritó, arrastrando tras de sí una oleada de miradas críticas de todo el mundo-. ¡No te detuve cuando te fuíste de casa tras una mentira, pero te ofrecí mi ayuda, y aunque ahora ya no la necesites porque vives a cuerpo de rey gracias a tu nuevo marajá... ¡¿Cómo diablos crees que me sienta que aceptes apoyo de cualquiera que no te trate como una persona con derechos?! ¡¿De cualquiera que no sea yo?!
La gente estaba comenzando a murmurar y muchos se habían levantado de sus asientos, probablemente para avisar a los encargados que debían frenar todo aquello o para decidirse a llamarle la atención por el escándalo que estaba liberando sin pudor alguno.
¡No creas que esto funciona así, no pienses que puedes escribirme unos cuantos versos desolados, que sólo embellecen el dolor que siento por ti, y luego despreciarme de esta manera! ¡Necesitaba ser alguien que influyera en tu vida, aunque sólo fuera para que no vagabundearas sin nada por las calles! ¡Pero ya me doy cuenta de que sólo puedo ser un rechazo continuo!
Tomó aire y dedicó un rápido vistazo al resto de visitantes, cuyos murmullos amenazaban con convertirse en un cubo de cuchicheos que rajaban el aire y lo convertían a él en el blanco de alfileres verbales y miradas de juicio.
Como te decía -prosiguió, ya en un tono de voz más falsamente tranquilo-: hasta luego.
No dejó que Aya le respondiera a nada y se alejó definitivamente para colocarse frente a una estantería y empezar a ojear unos cuantos volúmenes, ignorando completamente el remolino acusador de ojos en la biblioteca que condenaba su grosera conducta.
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Re: Wo Qui Non Coin [Aya Kuran]
¿Cómo podía sentirme viva tras cada una de sus envenenadas palabras? Aún ahora me lo pregunto. Jamás podría olvidar el daño de sus acusaciones, de sus crueles palabras, de la dolorosa voz que escapaba de su boca en forma de puñales. Y sentí que me faltaba el aire, que el alma había caído a mis pies y que todo cuanto me rodeaba, giraba ahora de forma vertiginosa. Y la gente murmuraba. Y Osgar me gritaba. Y todos nos miraban con recelo. Y mis piernas flaqueaban. Y el pulso se aceleró. Y ni siquiera su marcha me calmó. Al contrario. Acababa de ser la verdugo de la felicidad de Osgar. Acababa de quebrar la paz que él tenía antes de conocerme. Y ahora… ¿qué? ¿Cómo sanar sus heridas? Con el hilo del olvido.
Tomé una bocanada de aire y bajé la única grada que había subido, recogiendo las monedas en silencio, sin prisas, intentando luchar por mantener las lágrimas dentro de mis ojos, sellando mis párpados con un cerrojo de mentiras. Cuando todas estuvieron en la bolsita, me enderecé y le busqué con la mirada, mordiéndome el labio inferior antes de barnizar mi rostro con el embuste de la indiferencia y la frialdad. Debía acabar con esto antes de que fuera demasiado tarde.
Le localicé husmeando unos volúmenes, acercándome por su espalda antes de depositar su bolsa sobre el libro abierto que leía. Suspiré sobre su nuca, sin pedirle que me mirase. Mejor así. Mejor si sus ojos no desnudaban la verdad que ocultaban mis palabras, los gestos o el llanto que desgarraba mis entrañas para emerger a la superficie.
- Se… acabó.- susurré, agachando la mirada y jugueteando con los dedos de mis manos.- Esto es un adiós.
Mis labios seguían despegados y el aliento contenido, queriendo añadir algo más a esas simples palabras de despedida, pero no pude. Un angustioso nudo en la garganta me asfixió y supe que era el momento de huir. Y de hecho, esa era mi intención cuando me di la vuelta y caminé de nuevo hacia las escaleras, unos cuantos pasillos más allá maldiciéndome por ser tan despiadada. Maldiciéndome por negarle ser feliz. Odiándome por bordar mis palabras con el hilo de un olvido que jamás alcanzaría en vida… aunque esperaba que Osgar sí lograse. Y pronto.
En el rellano, me esperaba aun el encargado, algo nervioso probablemente por la incómoda situación que le había hecho presenciar. Esbocé una fingida sonrisa y me encaminé hacia el segundo piso, en busca del dichoso manual de Diétrich.
Tomé una bocanada de aire y bajé la única grada que había subido, recogiendo las monedas en silencio, sin prisas, intentando luchar por mantener las lágrimas dentro de mis ojos, sellando mis párpados con un cerrojo de mentiras. Cuando todas estuvieron en la bolsita, me enderecé y le busqué con la mirada, mordiéndome el labio inferior antes de barnizar mi rostro con el embuste de la indiferencia y la frialdad. Debía acabar con esto antes de que fuera demasiado tarde.
Le localicé husmeando unos volúmenes, acercándome por su espalda antes de depositar su bolsa sobre el libro abierto que leía. Suspiré sobre su nuca, sin pedirle que me mirase. Mejor así. Mejor si sus ojos no desnudaban la verdad que ocultaban mis palabras, los gestos o el llanto que desgarraba mis entrañas para emerger a la superficie.
- Se… acabó.- susurré, agachando la mirada y jugueteando con los dedos de mis manos.- Esto es un adiós.
Mis labios seguían despegados y el aliento contenido, queriendo añadir algo más a esas simples palabras de despedida, pero no pude. Un angustioso nudo en la garganta me asfixió y supe que era el momento de huir. Y de hecho, esa era mi intención cuando me di la vuelta y caminé de nuevo hacia las escaleras, unos cuantos pasillos más allá maldiciéndome por ser tan despiadada. Maldiciéndome por negarle ser feliz. Odiándome por bordar mis palabras con el hilo de un olvido que jamás alcanzaría en vida… aunque esperaba que Osgar sí lograse. Y pronto.
En el rellano, me esperaba aun el encargado, algo nervioso probablemente por la incómoda situación que le había hecho presenciar. Esbocé una fingida sonrisa y me encaminé hacia el segundo piso, en busca del dichoso manual de Diétrich.
Edgar Dagson- Vampiro Clase Alta
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Re: Wo Qui Non Coin [Aya Kuran]
Un adios... Un bucle enfermizo, eso es lo que era. No podían estar así toda la vida, sufriendo el uno, aguantando el otro, siempre que sus pasos coincidieran. No había conocido a alguien que le hacía tan feliz para después sentirse tan desdichado, el mundo debía reordenarse un poco. No volvió a contradecir a la constante despedida de la geisha, porque ya estaba harto de repetirle verbalmente que no iba a dejarla en paz, el modo de decírselo con hechos ya estaba asentándose. Contempló la bolsa que depositaba a su lado de nuevo para seguir evidenciando la condena que arrastraba consigo y antes de que Aya continuara alejándose, la agarró y la balanceó entre dos de sus dedos hasta que cayó nuevamente al suelo con un golpe de gong.
Ahí se queda, si tú no la quieres.
Y la frase bien podría ser auto-biográfica.
Se negó a continuar mirando a Aya cuando la muchacha siguió su rumbo hasta desaparecer y en su defecto, continuó ojeando libros y mapas del país. Cuando se dio cuenta de que no estaba prestando nada de atención y no era capaz de formar en su cabeza una sola frase compleja, cerró el ejemplar y se dirigió a las secciones más apartadas.
-¿Oscar?
Una voz femenina. Se dio la vuelta al escuchar que lo reclamaban (y sobre todo, que habían pronunciado bien su nombre, ergo, no podía ser Aya). Se trataba de Georgette, una clienta de las menos asiduas del burdel, que únicamente había atendido él años atrás y que había sido de las consumidoras más tímidas. Al principio, le preocupó que comenzara a airear en voz alta que era un cortesano y definitivamente, los dueños de la biblioteca le negaran el derecho a volver a pisar aquel suelo, pero milagrosamente no fue así. Ahora estaba más cambiada, en físico, con una ropa de estatus más elevado, y en seguridad, dueña del departamento al que Oscar había ido a parar. Empezaron a hablar sobre asuntos más lacónicos que les depararon a un interés más personal, acerca de manuscritos prohibidos y enciclopedias que sólo hablaban de... animales que todavía no había investigado ningún naturalista.
Georgette hizo un chiste muy malo acerca de los vampiros e irrumpió a carcajadas de un modo escandaloso que volvió a provocar que el resto de visitantes volcaran su punto de vista en él y el joven esbozó una clara sonrisa de vergüenza ajena, a la espera de que la mujer se callara. Cuando se quedó sin aire, dio un largo suspiro y le indicó que esperara allí, mientras ella iba a traerle unos cuantos libros. Oscar se quedó de pie cerca de una mesa, negando con la cabeza y ojeando un manual de cazadores de ciervos que no sabía cómo había acabado cogiendo.
Ahí se queda, si tú no la quieres.
Y la frase bien podría ser auto-biográfica.
Se negó a continuar mirando a Aya cuando la muchacha siguió su rumbo hasta desaparecer y en su defecto, continuó ojeando libros y mapas del país. Cuando se dio cuenta de que no estaba prestando nada de atención y no era capaz de formar en su cabeza una sola frase compleja, cerró el ejemplar y se dirigió a las secciones más apartadas.
-¿Oscar?
Una voz femenina. Se dio la vuelta al escuchar que lo reclamaban (y sobre todo, que habían pronunciado bien su nombre, ergo, no podía ser Aya). Se trataba de Georgette, una clienta de las menos asiduas del burdel, que únicamente había atendido él años atrás y que había sido de las consumidoras más tímidas. Al principio, le preocupó que comenzara a airear en voz alta que era un cortesano y definitivamente, los dueños de la biblioteca le negaran el derecho a volver a pisar aquel suelo, pero milagrosamente no fue así. Ahora estaba más cambiada, en físico, con una ropa de estatus más elevado, y en seguridad, dueña del departamento al que Oscar había ido a parar. Empezaron a hablar sobre asuntos más lacónicos que les depararon a un interés más personal, acerca de manuscritos prohibidos y enciclopedias que sólo hablaban de... animales que todavía no había investigado ningún naturalista.
Georgette hizo un chiste muy malo acerca de los vampiros e irrumpió a carcajadas de un modo escandaloso que volvió a provocar que el resto de visitantes volcaran su punto de vista en él y el joven esbozó una clara sonrisa de vergüenza ajena, a la espera de que la mujer se callara. Cuando se quedó sin aire, dio un largo suspiro y le indicó que esperara allí, mientras ella iba a traerle unos cuantos libros. Oscar se quedó de pie cerca de una mesa, negando con la cabeza y ojeando un manual de cazadores de ciervos que no sabía cómo había acabado cogiendo.
Última edición por Oscar Llobregat el Jue Nov 17, 2011 5:48 pm, editado 1 vez
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Re: Wo Qui Non Coin [Aya Kuran]
El encargado me hablaba animadamente mientras subíamos las pequeñas escaleras de aspecto frágil. Yo me limitaba a asentir con la cabeza, remando unos pensamientos sostenidos por una barca de papel en un mar tesmpestuoso, muy lejos de aquella Biblioteca que ahora, ya no me parecía tan fantástica. Había sido el escenario de la peor y más vil mentira que jamás he dicho en mi vida. Bueno, en un ocasión dije un “no te amo” desgarrador, pero eso ya es otra historia.
Cuando al fino sus pasos cesaron frente a mí, tropecé con su espalda y solté una pequeña risa nerviosa, disculpándome por mi torpeza. El muchacho palmeó sutilmente mi hombro derecho y me sonrió para quitar hierro al asunto mientras empezaba a remover algunos antiguos y polvorientos volúmenes. En ese momento, me giré y contemplé la vista desde las alturas, sorprendiéndome al hallar incluso una pequeña estatua en aquella sala vacía. ¿Dónde estaba la gente? ¿A caso no solían frecuentar aquella zona del edificio?
No muy lejos de aquella estatua, empezaban a sucederse algunas mesas y más estanterías llenas de libros y, en una de esas mesas un joven que me daba la espalda hablaba con una mujer que luego se retiró, dejándole a solas. Cerré los ojos e intenté serenarme, luchando por que todo aquello de Osgar no perturbara tanto mi vida. En el fondo, sabía que había hecho lo correcto y desde luego yo nunca…
El hilo de mis pensamientos quedó en el aire, al igual que mi sombrero cuando un soplo de brisa procedente de una próxima ventana abierta hizo que éste saltase de mis cabellos y se balanceara en el espacio hasta caer muy elegantemente sobre la cabeza de la estatuaria. ¡Maldición! Suspiré y volteé mi cuerpo hacia el muchacho, quién ahora me mostraba el ejemplar que andaba buscando le sonreí por su amabilidad y le señalé el sombrero caído, pidiéndole si podía dejarme una de aquellas escaleras para intentar recuperarlo. Él se negó, aludiendo que una damisela como yo no podía hacer tan cosa como subirse en una escalera llevando ese vestido tan pomposo. Arqueé una ceja e intenté rechistar, pero el joven meneó la cabeza y me prometió que regresaría él con aquél sombrero. Cuando desapareció en busca de ayuda muy probablemente, resoplé, molesta por aquella actitud tan machista –sí, yo me quejaba de machismo, muy irónico- y sintiéndome como una niña traviesa, tomé la escalera más próxima y bajé hasta ponerme justo frente a la estatua, colocando aquella ayuda de tal forma que la barandilla se apoyara en los hombros de la figura. Cuando creí que estaba listo, empecé a ascender con sumo cuidado, pero aun así… la torpeza me venció y la escalera cedió.
Cuando al fino sus pasos cesaron frente a mí, tropecé con su espalda y solté una pequeña risa nerviosa, disculpándome por mi torpeza. El muchacho palmeó sutilmente mi hombro derecho y me sonrió para quitar hierro al asunto mientras empezaba a remover algunos antiguos y polvorientos volúmenes. En ese momento, me giré y contemplé la vista desde las alturas, sorprendiéndome al hallar incluso una pequeña estatua en aquella sala vacía. ¿Dónde estaba la gente? ¿A caso no solían frecuentar aquella zona del edificio?
No muy lejos de aquella estatua, empezaban a sucederse algunas mesas y más estanterías llenas de libros y, en una de esas mesas un joven que me daba la espalda hablaba con una mujer que luego se retiró, dejándole a solas. Cerré los ojos e intenté serenarme, luchando por que todo aquello de Osgar no perturbara tanto mi vida. En el fondo, sabía que había hecho lo correcto y desde luego yo nunca…
El hilo de mis pensamientos quedó en el aire, al igual que mi sombrero cuando un soplo de brisa procedente de una próxima ventana abierta hizo que éste saltase de mis cabellos y se balanceara en el espacio hasta caer muy elegantemente sobre la cabeza de la estatuaria. ¡Maldición! Suspiré y volteé mi cuerpo hacia el muchacho, quién ahora me mostraba el ejemplar que andaba buscando le sonreí por su amabilidad y le señalé el sombrero caído, pidiéndole si podía dejarme una de aquellas escaleras para intentar recuperarlo. Él se negó, aludiendo que una damisela como yo no podía hacer tan cosa como subirse en una escalera llevando ese vestido tan pomposo. Arqueé una ceja e intenté rechistar, pero el joven meneó la cabeza y me prometió que regresaría él con aquél sombrero. Cuando desapareció en busca de ayuda muy probablemente, resoplé, molesta por aquella actitud tan machista –sí, yo me quejaba de machismo, muy irónico- y sintiéndome como una niña traviesa, tomé la escalera más próxima y bajé hasta ponerme justo frente a la estatua, colocando aquella ayuda de tal forma que la barandilla se apoyara en los hombros de la figura. Cuando creí que estaba listo, empecé a ascender con sumo cuidado, pero aun así… la torpeza me venció y la escalera cedió.
Edgar Dagson- Vampiro Clase Alta
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Re: Wo Qui Non Coin [Aya Kuran]
Oscar levantó la vista del libro, tras oír lo que, encarcelado entre las paredes de aquel santuario de ecos, llegó hasta su posición como un sonoro estruendo, provocando que quienes había cerca también alzaran sus cabezas en busca de la fuente del ruído. Definitivamente, tendría suerte si aquel día no le daba un ataque neurótico a algún bibliotecario obsesivo y antes o después de desmayarse, echaba uno a uno a todos los escandalosos de la mañana; estaban siendo demasiadas perturbaciones.
Hizo caso omiso a los pocos segundos de no escucharse nada más relevante y continuó ojeando el manuscrito. Al cabo de unos segundos, no supo dar una cifra aproximada de cuántos en total, apareció Georgette con Aya en brazos y el muchacho de antes, que llevaba en sus manos el ejemplar de la librería que debía de tratarse del de Diétrich. El cuadro le pareció un tanto surrealista, pero Georgette le hizo señas con la cabeza de que les siguiera y no se molestó en contradecirla, de nuevo con el filo de las miradas acuchillándose tras las pisadas.
-Esta señorita ha tenido un descuido y se ha hecho daño, Oscar, me temo que tendremos que retrasar lo de vuestros tétricos volúmenes para otra ocasión -explicó Georgette, cuando abrió una puerta algo desapercibida entre unos cuantos estantes y se hallaron en lo que parecía un despacho, no muy grande, compuesto en su mayoría por una mesa de escritorio y una silla. La mujer acomodó a la geisha en el asiento y posó su mirada en el encargado que había estado guiando a Aya-. Podéis iros, monsier, ya no se requieren vuestros servicios, muy agradecidos.
Georgette tomó el volúmen de Diétrich con sorprendete tranquilidad y lo depositó sobre la mesa. El hombre hizo poco más que una reverencia a los tres y obedeció sin rechistar, cosa que resultó sospechosa para Oscar, pues ella le había dicho que sólo era una dueña de un departamento de libros, ¿qué le otorgaba aquel sencillo puesto, pues, a ser capaz de dar órdenes a otro igual?
Dejó de vagabundear la mente en investigaciones, que quizá por un amanecer ya había tenido suficientes, y volcó todo su interés en Aya, mientras se cruzaba de brazos y la miraba con una sonrisa, torcida de burlona y afectuosa ironía.
Parece que es perderte de vista y lo tuyo no conoce freno.
Georgette les dedicó un analítico vistazo por encima de sus crispadas lentes -¡Oh! ¿Conocéis a esta jovencita? - y al mismo tiempo que buscaba por el habitáculo cualquier cosa para curarla.
Qué extraño, ¿no habría presenciado el irático espectáculo de antes?
Oh, sí -se apresuró a contestar el chico. Contuvo la diversión en su rostro y se aprovechó de la situación para alargar aquel encuentro con la asiática más de lo que se había propuesto al salir del burdel-. Es mi hermanita pequeña, nuestros padres son de países distintos. Pero mi buena... Mokuren se ha criado en Japón y ha vuelto de ahí hace sólo unos días. La pobre aún está empezando a desenvolverse por estos lares, de ahí su torpeza, mis disculpas a la biblioteca.
Hizo caso omiso a los pocos segundos de no escucharse nada más relevante y continuó ojeando el manuscrito. Al cabo de unos segundos, no supo dar una cifra aproximada de cuántos en total, apareció Georgette con Aya en brazos y el muchacho de antes, que llevaba en sus manos el ejemplar de la librería que debía de tratarse del de Diétrich. El cuadro le pareció un tanto surrealista, pero Georgette le hizo señas con la cabeza de que les siguiera y no se molestó en contradecirla, de nuevo con el filo de las miradas acuchillándose tras las pisadas.
-Esta señorita ha tenido un descuido y se ha hecho daño, Oscar, me temo que tendremos que retrasar lo de vuestros tétricos volúmenes para otra ocasión -explicó Georgette, cuando abrió una puerta algo desapercibida entre unos cuantos estantes y se hallaron en lo que parecía un despacho, no muy grande, compuesto en su mayoría por una mesa de escritorio y una silla. La mujer acomodó a la geisha en el asiento y posó su mirada en el encargado que había estado guiando a Aya-. Podéis iros, monsier, ya no se requieren vuestros servicios, muy agradecidos.
Georgette tomó el volúmen de Diétrich con sorprendete tranquilidad y lo depositó sobre la mesa. El hombre hizo poco más que una reverencia a los tres y obedeció sin rechistar, cosa que resultó sospechosa para Oscar, pues ella le había dicho que sólo era una dueña de un departamento de libros, ¿qué le otorgaba aquel sencillo puesto, pues, a ser capaz de dar órdenes a otro igual?
Dejó de vagabundear la mente en investigaciones, que quizá por un amanecer ya había tenido suficientes, y volcó todo su interés en Aya, mientras se cruzaba de brazos y la miraba con una sonrisa, torcida de burlona y afectuosa ironía.
Parece que es perderte de vista y lo tuyo no conoce freno.
Georgette les dedicó un analítico vistazo por encima de sus crispadas lentes -¡Oh! ¿Conocéis a esta jovencita? - y al mismo tiempo que buscaba por el habitáculo cualquier cosa para curarla.
Qué extraño, ¿no habría presenciado el irático espectáculo de antes?
Oh, sí -se apresuró a contestar el chico. Contuvo la diversión en su rostro y se aprovechó de la situación para alargar aquel encuentro con la asiática más de lo que se había propuesto al salir del burdel-. Es mi hermanita pequeña, nuestros padres son de países distintos. Pero mi buena... Mokuren se ha criado en Japón y ha vuelto de ahí hace sólo unos días. La pobre aún está empezando a desenvolverse por estos lares, de ahí su torpeza, mis disculpas a la biblioteca.
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Re: Wo Qui Non Coin [Aya Kuran]
Estaba tan pendiente de mi adolorido tobillo que ni atención le presté a la mujer que socorrió al caer de la escalera ni al par de muchachos con los que ella hablaba mientras me examinaba el tobillo y yo me quejaba. Sólo cuando la voz de Oscar resonó en la sala asegurando que ambos éramos hermanos y que mi nombre era Mokuren, alcé los ojos para fulminarle con la mirada como nunca antes lo había hecho, alzando una ceja ante su escandalosa historia. Miré entonces a la mujer con una sonrisa de disculpa antes de ésta pareciese comprender la situación, desarmándome por completo. ¿Qué clase pardillo creería semejante historia? Y sin darme cuenta, ella se marchó y cerró la puerta tras de sí, dejándonos a Osgar y a mí a solas en ese diminuto espacio en el que ahora compartíamos el aire y cierta tensión. Sin decir una sola palabra –visiblemente molesta por sus bromas y su estúpida historia de ser hermanos y que de hecho, no entendía qué ganaba diciendo eso-, intenté ponerme en pie para acercarme a una ventana entreabierta, calculando en si mi pequeño cuerpo podría caber por ella o no.
Tomé una silla con sigilo y me subí en ello, algo quejumbrosa al apoyar el pie enfermo sobre ella, pero tragándome el dolor para estirar mis manos hacia el alféizar, sin llegar siquiera a rozarlo con las yemas de mis dedos. Frustrada, ladeé mi cabeza para buscar a Osgar, quién parecía bastante divertido ante la escena que le brindaba. Rodeé los ojos y resoplé, tropezando con la mirada, si quererlo, con el manual de Diétrich, li que me hizo recordar a mi dueño y sentí cómo se formaba un nudo en la garganta. Tomé el manual firmemente entre mis manos y lo oprimí contra mi pecho antes de bajarme de la silla y ponerla bien de nuevo, ahora con intención de salir por la puerta, aunque algo coja. Pero nunca llegué a tocar el pomo.
Tomé una silla con sigilo y me subí en ello, algo quejumbrosa al apoyar el pie enfermo sobre ella, pero tragándome el dolor para estirar mis manos hacia el alféizar, sin llegar siquiera a rozarlo con las yemas de mis dedos. Frustrada, ladeé mi cabeza para buscar a Osgar, quién parecía bastante divertido ante la escena que le brindaba. Rodeé los ojos y resoplé, tropezando con la mirada, si quererlo, con el manual de Diétrich, li que me hizo recordar a mi dueño y sentí cómo se formaba un nudo en la garganta. Tomé el manual firmemente entre mis manos y lo oprimí contra mi pecho antes de bajarme de la silla y ponerla bien de nuevo, ahora con intención de salir por la puerta, aunque algo coja. Pero nunca llegué a tocar el pomo.
Edgar Dagson- Vampiro Clase Alta
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Re: Wo Qui Non Coin [Aya Kuran]
Georgette se marchó de la sala, afirmando que volvería con material sanatorio para la ocasión. Como Oscar esperaba ver en el rostro de Aya, la geisha parecía bastante aturdida y ofendida con la situación. Le hacía gracia comprobar ese tipo de reacciones en su rostro, muestras claras de niñez e inocencia con las que tenía prohibido fantasear por respeto a sí mismo y aquel masoquismo tan arraigado que había sentido tras conocer a la japonesa. De aquel modo, afirmando una historia tan escandalosa no sólo ganaba una situación recelosa y absurda con la que aliviar tensiones, también se ganaba algo de proximidad, pues a fin de cuentas, sabía que por mucho que nadie le creyera, tampoco nadie le rebatiría.
Aya -le interrumpió, cuando la geisha finalmente se marchaba con intención de salir por la puerta. Consiguió que parara tras pronunciar su nombre de aquella forma tan solemne y relajante, y cuando ella se giró hacia él, Oscar le ofreció otro libro-. Vas a equivocarte y a llevarte el manual de ciervos -le indicó, refiriéndose al que llevaba Aya encima.
En efecto, la joven comprobó más atentamente el volumen que sostenía contra su pecho y lo había confundido. El de Diétrich era el que entonces blandía el cortesano.
Vamos, acércate -le apremió, rodando los ojos ante su vacilación, y le sonrió antes de echarle una sugerente mirada de abajo a arriba, mientras su tono de voz más meloso y reposado formaba un atractivo contraste-. No voy a morderte, antes perdí los nervios, pero basta sólo con volver a tenerte cerca para que me equilibre.
Aya dio unos cuantos pasos más y alargó el brazo para aceptar el volúmen de manos de Oscar. Sus dedos no únicamente se rozaron, entonces, sino que quedaron superpuestos, uno encima del otro y traspasándose una oleada de calidez que no pasó desapercibida para ningún rincón de sus cuerpos. Ambos volvieron a mirarse fijamente, sin apartar las manos durante una dilatación de segundos en los que pareció que se habían quedado así, pegados hasta el próximo parpadeo que no llegaría.
Aya -le interrumpió, cuando la geisha finalmente se marchaba con intención de salir por la puerta. Consiguió que parara tras pronunciar su nombre de aquella forma tan solemne y relajante, y cuando ella se giró hacia él, Oscar le ofreció otro libro-. Vas a equivocarte y a llevarte el manual de ciervos -le indicó, refiriéndose al que llevaba Aya encima.
En efecto, la joven comprobó más atentamente el volumen que sostenía contra su pecho y lo había confundido. El de Diétrich era el que entonces blandía el cortesano.
Vamos, acércate -le apremió, rodando los ojos ante su vacilación, y le sonrió antes de echarle una sugerente mirada de abajo a arriba, mientras su tono de voz más meloso y reposado formaba un atractivo contraste-. No voy a morderte, antes perdí los nervios, pero basta sólo con volver a tenerte cerca para que me equilibre.
Aya dio unos cuantos pasos más y alargó el brazo para aceptar el volúmen de manos de Oscar. Sus dedos no únicamente se rozaron, entonces, sino que quedaron superpuestos, uno encima del otro y traspasándose una oleada de calidez que no pasó desapercibida para ningún rincón de sus cuerpos. Ambos volvieron a mirarse fijamente, sin apartar las manos durante una dilatación de segundos en los que pareció que se habían quedado así, pegados hasta el próximo parpadeo que no llegaría.
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Re: Wo Qui Non Coin [Aya Kuran]
Una especie de chispa eléctrica sacudió mi cuerpo iniciándose en las yemas de mis dedos que rozaron la piel de Osgar. Tragué saliva mientras mantenía la vista fija en sus ojos, maldiciéndome cuando era consciente del embrujo que el joven vertía sobre mí con cada gesto, con cada palabra, con cada roce. Y el tiempo pareció detenerse en ese momento, en esa vacilación de mi anatomía sobre si dar un paso hacia Osgar o tomar el libro y salir corriendo. Finalmente, me decanté por lo segundo, arrebatándoselo con suavidad y esbozando una tímida sonrisa antes de abrazar el manuscrito contra mi pecho, agachando ya la mirada.
- Gracias.- musité por avisarme del descuido y moviendo mis pies para dar la vuelta hacia la puerta, justo cuando esta se abría y reaparecía la amiga de Osgar con un botíquín y unos papeles, mirando a Osgar con el ceño fruncido.
Me detuve en seco y escruté a uno y luego al otro, sin comprender lo que ocurría hasta que logré ver mi nombre en uno de aquellos folios que ella sostenía con firmeza.
Entonces, la sala quedó sepultada bajo un espeso y asfixiante ambiente basado en la tensión, sobretodo cuando la mujer le recriminó a Osgar que mintiera sobre mí, pues había llamado a un médico para asegurarse de que me encontraba bien y al dar ese nombre, no habían localizado a la sujeto en particular, o se, yo. Tras buscar un poco, encontraron a la persona definida por Georgette, sólo que se llamaba Aya Kuran y estaba bajo la protección de Diétrich, el exorcista y enviado del Vaticano. De algún modo que no comprendí, Osgar estaba envuelto en un problema por farsear mi identidad y yo por no advertir de ello. No obstante, la mujer aseguró haber llamado a Diétrich y que éste ya estaba en camino a la Biblioteca para soluconar aquél conflicto.
Miré de reojo a Osgar y tragué saliva ruidosamente, intentado ocultar el nerviosismo de mis piernas, sin éxito alguno.
- Gracias.- musité por avisarme del descuido y moviendo mis pies para dar la vuelta hacia la puerta, justo cuando esta se abría y reaparecía la amiga de Osgar con un botíquín y unos papeles, mirando a Osgar con el ceño fruncido.
Me detuve en seco y escruté a uno y luego al otro, sin comprender lo que ocurría hasta que logré ver mi nombre en uno de aquellos folios que ella sostenía con firmeza.
Entonces, la sala quedó sepultada bajo un espeso y asfixiante ambiente basado en la tensión, sobretodo cuando la mujer le recriminó a Osgar que mintiera sobre mí, pues había llamado a un médico para asegurarse de que me encontraba bien y al dar ese nombre, no habían localizado a la sujeto en particular, o se, yo. Tras buscar un poco, encontraron a la persona definida por Georgette, sólo que se llamaba Aya Kuran y estaba bajo la protección de Diétrich, el exorcista y enviado del Vaticano. De algún modo que no comprendí, Osgar estaba envuelto en un problema por farsear mi identidad y yo por no advertir de ello. No obstante, la mujer aseguró haber llamado a Diétrich y que éste ya estaba en camino a la Biblioteca para soluconar aquél conflicto.
Miré de reojo a Osgar y tragué saliva ruidosamente, intentado ocultar el nerviosismo de mis piernas, sin éxito alguno.
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Re: Wo Qui Non Coin [Aya Kuran]
¿Las cosas se habían torcido de aquella manera tan abrupta en tan poco tiempo? Oscar no se inmutó lo más mínimo, ni dejó que su rostro reflejara una sorpresa contrariada. Dispuesto como siempre a las curvas afiladas que disponía el destino… ¿Diétrich estaba al caer? Entonces, el interés del día todavía andaba tocando las campanas del principio. El asunto sería muy, muy entretenido.
Contempló fijamente a Georgette, ciertamente asombrado a pesar de todo el porte solemne que demostraba. ¿Le estaba culpando de algo? ¿A él, a quien había estado a punto de proporcionar literatura censurable y con quién había compartido lecho por nada menos que dinero? Le convenía ser discreta por lo que Oscar pudiera decir en su contra. No tenía nada de sentido, ella podía salir perdiendo mucho en esa contienda por muy poco. Ahora sí que no entendía nada.
Georgette se colocó a su lado mientras entraban en la sala unos hombres que se dispusieron en torno a ellos, como si de repente fueran unos eficientes guardias de protección (claro que en aquel caso, más bien hacían la función de carceleros). No eran muchos y definitivamente, tampoco parecían demasiado entrenados. Oscar podría haberlos tumbado en menos de dos segundos, y haber salido de la ventana con Aya de la mano el tiempo suficiente antes de que olvieran a ponerse en pie. Sin embargo, decidió esperar… esperar a ver qué ocurría, a ver a su dueño en persona y tratar directamente, aunque sólo fuera con una mirada. De modo que se conformó con proseguir de pie, contento al menos de que el espacio se hubiera comprimido con la entrada de más gente y Aya no tuviera otra opción que acercarse a él y rozar contundentemente costado con costado.
-Bonita sarta de sandeces –le susurró Georgette y cuando el cortesano le dedicó una ojeada, descubrió que la portera de aquel incidente no era otra que su aliada-. Supuse que os traeríais algo entre manos con ese elemento del Vaticano, espero que esto os suponga un soplo de ayuda, no diremos nada malo de vos cuando se halle aquí, al contrario... ¿He hecho bien, pues? ¿O habéis seducido a su criada para acceder a más información?
¿Así que se trataba de aquello? Por lo menos, aquella mujer no se enteraba de nada. Eso que tenía a su favor.
Has sido un poco… radical, Georgette, pero… supongo que gracias –respondió en otro susurro, consciente de que ni Aya ni los guardias estaban escuchando nada y alzó una de las características cejas para proseguir con un gruñido:-. Y no es ninguna criada.
Contempló fijamente a Georgette, ciertamente asombrado a pesar de todo el porte solemne que demostraba. ¿Le estaba culpando de algo? ¿A él, a quien había estado a punto de proporcionar literatura censurable y con quién había compartido lecho por nada menos que dinero? Le convenía ser discreta por lo que Oscar pudiera decir en su contra. No tenía nada de sentido, ella podía salir perdiendo mucho en esa contienda por muy poco. Ahora sí que no entendía nada.
Georgette se colocó a su lado mientras entraban en la sala unos hombres que se dispusieron en torno a ellos, como si de repente fueran unos eficientes guardias de protección (claro que en aquel caso, más bien hacían la función de carceleros). No eran muchos y definitivamente, tampoco parecían demasiado entrenados. Oscar podría haberlos tumbado en menos de dos segundos, y haber salido de la ventana con Aya de la mano el tiempo suficiente antes de que olvieran a ponerse en pie. Sin embargo, decidió esperar… esperar a ver qué ocurría, a ver a su dueño en persona y tratar directamente, aunque sólo fuera con una mirada. De modo que se conformó con proseguir de pie, contento al menos de que el espacio se hubiera comprimido con la entrada de más gente y Aya no tuviera otra opción que acercarse a él y rozar contundentemente costado con costado.
-Bonita sarta de sandeces –le susurró Georgette y cuando el cortesano le dedicó una ojeada, descubrió que la portera de aquel incidente no era otra que su aliada-. Supuse que os traeríais algo entre manos con ese elemento del Vaticano, espero que esto os suponga un soplo de ayuda, no diremos nada malo de vos cuando se halle aquí, al contrario... ¿He hecho bien, pues? ¿O habéis seducido a su criada para acceder a más información?
¿Así que se trataba de aquello? Por lo menos, aquella mujer no se enteraba de nada. Eso que tenía a su favor.
Has sido un poco… radical, Georgette, pero… supongo que gracias –respondió en otro susurro, consciente de que ni Aya ni los guardias estaban escuchando nada y alzó una de las características cejas para proseguir con un gruñido:-. Y no es ninguna criada.
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Re: Wo Qui Non Coin [Aya Kuran]
Oprimí el manual más fuerte contra mi pecho, intentando respirar pese a la dificultad de obligar a mis pulmones a obedecer aquella simple orden. La sangre corría libremente por mis venas y en cuanto llegaba al músculo director de los latidos, el pecho parecía demasiado pequeño para hacerle cabida. Mis dedos tiritaban y mis rodillas flaqueaban por momentos, teniendo que apoyar parte de mi costado en Osgar cuando unos extraños hombres de rostro compungido en seriedad entraron en la sala y nos escrutaron de arriba abajo.
Y mientras Osgar parecía cómodamente hablando con aquella mujer que nos había delatado, mi mente empezó a preguntarse cuál sería la mejor forma de confesarme a Diétrich, qué palabras usar para que el castigo fuese algo más tenue, qué tono de voz regular para que mis disculpas sonaran sinceras, avergonzadas y arrepentidas.
El reloj de mesa transcurría ahora con rapidez, acechándome para ponerme más nerviosa y preocupada por el desenlace de aquella mañana que bien podría significar mi despido por parte de Diétrich. O peor. Miré de reojo a Osgar y mordí mi labio inferior. ¿Sería él capaz de traicionarme frente a mi dueño? ¿Osaría humillarme para vengarse así de mi rechazo? Algo en mí lo hacía dudar, pero de sobra era conocido el frágil templaje de un hombre cuando siente su orgullo bajo suelo. ¿Sería ese caso, el de Osgar? Cruzaba los dedos para que no se sintiese herido por mí y sólo en éste caso, me apoyara. O si más no, que callara. Sí, con el silencio me bastaba.
Y mientras seguía esperando a que el pomo de aquella puerta girase y cediera antes de que la imponente figura de Diétrich entrara al salón, mis labios susurraban rezos nipones para salvaguardar mi alma pecadora.
Y mientras Osgar parecía cómodamente hablando con aquella mujer que nos había delatado, mi mente empezó a preguntarse cuál sería la mejor forma de confesarme a Diétrich, qué palabras usar para que el castigo fuese algo más tenue, qué tono de voz regular para que mis disculpas sonaran sinceras, avergonzadas y arrepentidas.
El reloj de mesa transcurría ahora con rapidez, acechándome para ponerme más nerviosa y preocupada por el desenlace de aquella mañana que bien podría significar mi despido por parte de Diétrich. O peor. Miré de reojo a Osgar y mordí mi labio inferior. ¿Sería él capaz de traicionarme frente a mi dueño? ¿Osaría humillarme para vengarse así de mi rechazo? Algo en mí lo hacía dudar, pero de sobra era conocido el frágil templaje de un hombre cuando siente su orgullo bajo suelo. ¿Sería ese caso, el de Osgar? Cruzaba los dedos para que no se sintiese herido por mí y sólo en éste caso, me apoyara. O si más no, que callara. Sí, con el silencio me bastaba.
Y mientras seguía esperando a que el pomo de aquella puerta girase y cediera antes de que la imponente figura de Diétrich entrara al salón, mis labios susurraban rezos nipones para salvaguardar mi alma pecadora.
Edgar Dagson- Vampiro Clase Alta
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Re: Wo Qui Non Coin [Aya Kuran]
Oscar volteó hacia Aya cuando el silencio empezó a hacer auténtica mella y sus oratorias inentendibles se conviertieron en el único sonido verdaderamente audible del lugar. Se la veía bastante alarmada, quizá aquel jueguecito estuviera yendo demasiado lejos incluso para su resentimiento, pero bajo ningún concepto pretendía llevarse por el camino los sentimientos de la asiática; antes prefería tener que atarse un hierro candente a las tripas que verla sufrir por su culpa.
Poco a poco y casi como si Georgette hubiera leído sus pensamientos, los hombres que habían estado perturbando el súbito encuentro fueron abandonando la estancia hasta que únicamente volvieron a quedar los tres culpables de trastocar el funcionamiento normal de la biblioteca en un día cualquiera.
-Puede que el señor Diétrich esté llegando, algún encargado tendrá que guiarle hasta aquí. No intentéis escapar, o la explicación que habrá que darle cuando venga y no os encuentre será mucho peor que toda la situación junta -advirtió la bibliotecaria, antes de dedicarles un lánguido vistazo y después abandonar la estancia por el mismo lado que los hombres.
Oscar tomó algo de aire y sin deshacer el contacto que Aya se había visto obligada a mantener con él en el caldeado espacio que se había creado con tanta gente, se apoyó sobre el borde de la mesa que tenían justo detrás y tras unos segundos de silencio, la miró de aquella manera... plena e inarbacable.
Siento mucho que esto haya acabado así. Pero tranquila, te dije que nadie te haría daño mientras yo pudiera evitarlo. No sé cómo coño es tu nuevo amo, pero si aunque sólo sea cerrando la boca puedo ahorrarte lo peor, no deberías dudar en que me tragaré todo el orgullo que haga falta y no diré nada que pueda perjudicarte.
Poco a poco y casi como si Georgette hubiera leído sus pensamientos, los hombres que habían estado perturbando el súbito encuentro fueron abandonando la estancia hasta que únicamente volvieron a quedar los tres culpables de trastocar el funcionamiento normal de la biblioteca en un día cualquiera.
-Puede que el señor Diétrich esté llegando, algún encargado tendrá que guiarle hasta aquí. No intentéis escapar, o la explicación que habrá que darle cuando venga y no os encuentre será mucho peor que toda la situación junta -advirtió la bibliotecaria, antes de dedicarles un lánguido vistazo y después abandonar la estancia por el mismo lado que los hombres.
Oscar tomó algo de aire y sin deshacer el contacto que Aya se había visto obligada a mantener con él en el caldeado espacio que se había creado con tanta gente, se apoyó sobre el borde de la mesa que tenían justo detrás y tras unos segundos de silencio, la miró de aquella manera... plena e inarbacable.
Siento mucho que esto haya acabado así. Pero tranquila, te dije que nadie te haría daño mientras yo pudiera evitarlo. No sé cómo coño es tu nuevo amo, pero si aunque sólo sea cerrando la boca puedo ahorrarte lo peor, no deberías dudar en que me tragaré todo el orgullo que haga falta y no diré nada que pueda perjudicarte.
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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