AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Nothung! Nothung! neidliches schwert! [Treszka S. Wenkoff] (+18)
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Nothung! Nothung! neidliches schwert! [Treszka S. Wenkoff] (+18)
"Das Fürchten zu lernen,
will er mich führen;
ein Ferner soll es mich lehren:
was am besten er kann,
mir bringt er's nicht bei:
als Stümper besteht er in allem!
Hoho! Hoho! Hohei!
Schmiede, mein Hammer,
ein hartes Schwert!
Hoho! Hahei!
Hoho! Hahei!
Einst färbte Blut
dein falbes Blau;
sein rotes Rieseln
rötete dich:
kalt lachtest du da,
das warme lecktest du kühl!
Heiaho! Haha!
Haheiaha!
Nun hat die Glut
dich rot geglüht;
deine weiche Härte
dem Hammer weicht:
zornig splühst du mir Funken,
daß ich dich Spröden gezähmt!
Heiaho! Heiaho!
Heiahohoho!
Hahei!"
-Fragmento de "Nothung! Nothung! neidliches schwert!",
acto I de la ópera "Siegfried" de Richard Wagner
will er mich führen;
ein Ferner soll es mich lehren:
was am besten er kann,
mir bringt er's nicht bei:
als Stümper besteht er in allem!
Hoho! Hoho! Hohei!
Schmiede, mein Hammer,
ein hartes Schwert!
Hoho! Hahei!
Hoho! Hahei!
Einst färbte Blut
dein falbes Blau;
sein rotes Rieseln
rötete dich:
kalt lachtest du da,
das warme lecktest du kühl!
Heiaho! Haha!
Haheiaha!
Nun hat die Glut
dich rot geglüht;
deine weiche Härte
dem Hammer weicht:
zornig splühst du mir Funken,
daß ich dich Spröden gezähmt!
Heiaho! Heiaho!
Heiahohoho!
Hahei!"
-Fragmento de "Nothung! Nothung! neidliches schwert!",
acto I de la ópera "Siegfried" de Richard Wagner
Nadie podía ser tan desalmado. Nadie podía provocar tanta muerte, nadie podía extenderse de ese modo sobre Europa como una sombra que lo cubre todo. Nadie, y sin embargo, ahí estaban, en París, siguiéndole los pasos a un ser tan maldito que difícilmente podía ser llamado vampiro, no, para él debía existir una nueva categoría, toda una palabra nueva para definirlo. Monstruo y aún así, se quedaba corto.
Por ahora el hotel les serviría bien de atalaya, desde ahí marcarían los puntos importantes y trazarían su gran plan. Estaba solo en la habitación, Reza había bajado por algo a la recepción, no escuchó con detenimiento qué, y miró a su alrededor, se sintió cerca, arañando la meta, tensó las mandíbulas pensando en lo que esa ciudad les depararía, posó sus ojos en cada valija que los acompañaba, más armas que ropa, todas bendecidas por el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, un mero formalismo para no hacer enojar ni a sus padres ni al necio de Georgi.
Toda su vida, o gran parte de ella al menos, los años recientes sobre todo, había avocado sus esfuerzos para acabar con la duquesa Hristov que había acumulado demasiado poder con el tiempo, que, según la leyenda, seducía incautos para luego unirlos a sus filas de seres malditos, que mermaba cada vez más, pero demasiado calculado, Bulgaria, sólo al verlo a través de las generaciones uno podía percatarse del verdadero daño que esa mujer le hacía a su país. Pero sólo un mal mayor, algo verdaderamente más grande, podía distraerlo de su cruzada contra Raina Hristov.
Varg era su nombre, y se proclamaba Dios.
Estaba ahí, en esa ciudad que no le interesaba un comino, sólo para someter a una amenaza mayor. Incluso creía que mayor a cualquier cosa que los Wenkoff hubiesen enfrentado jamás. Se acercó a una de las maletas de cuero café, desgastadas por el uso, resistentes para cargar con todo el peso de las armas y sacó una xiphos, observó su hoja resplandeciente, recién afilada, limpiada con técnicas milenarias aprendidas de generación en generación, lista para cortar una cabeza, le gustaban las espadas cortas porque eran cómodas, aunque supuso, por las descripciones que tenía de su presa, que un arma común y corriente no podría hacer gran cosa. Incluso dudó un momento si ellos, los Wenkoff, serían capaces de…
Sacudió la cabeza, aunque tuviera que aliarse con otros vampiros, aunque tuviera que aliarse con hombres lobo, aunque tuviera que aliarse con el mismo Satanás, acabaría con esa peste. Apretó el mango del arma y luego lo soltó de golpe para dejarla en su lugar. Se dejó caer en la cama de la habitación y suspiró.
Como siempre, debía mantener la calma, sin embargo un deseo casi adolescente de salir esa misma noche en su búsqueda provocaba que se sintiera ansioso, y eso no podía ser nada bueno, menos si se consideraba el hecho de lo desacostumbrado que estaba a sensaciones como esa, la intranquilidad no era algo que acostumbrara a embargarlo. Era sólo que, para eso había nacido, estuvo seguro, estaba seguro, para ser cazador, para que su vida transcurriera arrancado de tajo las hierba mala que no deja crecer al pasto, pero ahora también estuvo seguro que esa era la batalla que lo definiría todo. Deshacerse de esa amenaza, gigante como ninguna, marcaría un antes y un después.
El problema real radicaba en que sólo tenían indicios, pistas, nada concreto. Los asesinatos que habían estado marcando puntos en el mapa que conducían hasta ese sitio podían ser una serie de penosas coincidencias. Nadie podía ser tan malvado, nadie podía matar tantas personas en tan poco tiempo, y sin embargo Emil creía fervientemente que la leyenda era real, que Varg era de carne y hueso y sólo había corrido con la suerte de que algún estúpido le concediera el don de la inmortalidad.
Pero hasta los hijos de Caín tenían debilidades, y él mejor que nadie las conocía, las había estudiado, las había aprendido, las había utilizado en su beneficio, y el beneficio mayor de acabar con todos ellos, que eran sólo un lastre, que como la duquesa del Volga, se encargaban de menoscabar naciones enteras, como su querida Bulgaria.
Estaba listo, era el joven que no conocía el miedo y que forjaba su espada listo para ir a enfrentar un enemigo sin rostro y con mil armas que destilan ponzoña. Cerró los puños mirando al frente, convencido de que si no vencía, merecía la muerte; sólo se distrajo cuando la puerta se abrió y entraba ella, su mano derecha, su única aliada, su mujer, Treszka antes Noev, ahora Wenkoff.
Por ahora el hotel les serviría bien de atalaya, desde ahí marcarían los puntos importantes y trazarían su gran plan. Estaba solo en la habitación, Reza había bajado por algo a la recepción, no escuchó con detenimiento qué, y miró a su alrededor, se sintió cerca, arañando la meta, tensó las mandíbulas pensando en lo que esa ciudad les depararía, posó sus ojos en cada valija que los acompañaba, más armas que ropa, todas bendecidas por el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, un mero formalismo para no hacer enojar ni a sus padres ni al necio de Georgi.
Toda su vida, o gran parte de ella al menos, los años recientes sobre todo, había avocado sus esfuerzos para acabar con la duquesa Hristov que había acumulado demasiado poder con el tiempo, que, según la leyenda, seducía incautos para luego unirlos a sus filas de seres malditos, que mermaba cada vez más, pero demasiado calculado, Bulgaria, sólo al verlo a través de las generaciones uno podía percatarse del verdadero daño que esa mujer le hacía a su país. Pero sólo un mal mayor, algo verdaderamente más grande, podía distraerlo de su cruzada contra Raina Hristov.
Varg era su nombre, y se proclamaba Dios.
Estaba ahí, en esa ciudad que no le interesaba un comino, sólo para someter a una amenaza mayor. Incluso creía que mayor a cualquier cosa que los Wenkoff hubiesen enfrentado jamás. Se acercó a una de las maletas de cuero café, desgastadas por el uso, resistentes para cargar con todo el peso de las armas y sacó una xiphos, observó su hoja resplandeciente, recién afilada, limpiada con técnicas milenarias aprendidas de generación en generación, lista para cortar una cabeza, le gustaban las espadas cortas porque eran cómodas, aunque supuso, por las descripciones que tenía de su presa, que un arma común y corriente no podría hacer gran cosa. Incluso dudó un momento si ellos, los Wenkoff, serían capaces de…
Sacudió la cabeza, aunque tuviera que aliarse con otros vampiros, aunque tuviera que aliarse con hombres lobo, aunque tuviera que aliarse con el mismo Satanás, acabaría con esa peste. Apretó el mango del arma y luego lo soltó de golpe para dejarla en su lugar. Se dejó caer en la cama de la habitación y suspiró.
Como siempre, debía mantener la calma, sin embargo un deseo casi adolescente de salir esa misma noche en su búsqueda provocaba que se sintiera ansioso, y eso no podía ser nada bueno, menos si se consideraba el hecho de lo desacostumbrado que estaba a sensaciones como esa, la intranquilidad no era algo que acostumbrara a embargarlo. Era sólo que, para eso había nacido, estuvo seguro, estaba seguro, para ser cazador, para que su vida transcurriera arrancado de tajo las hierba mala que no deja crecer al pasto, pero ahora también estuvo seguro que esa era la batalla que lo definiría todo. Deshacerse de esa amenaza, gigante como ninguna, marcaría un antes y un después.
El problema real radicaba en que sólo tenían indicios, pistas, nada concreto. Los asesinatos que habían estado marcando puntos en el mapa que conducían hasta ese sitio podían ser una serie de penosas coincidencias. Nadie podía ser tan malvado, nadie podía matar tantas personas en tan poco tiempo, y sin embargo Emil creía fervientemente que la leyenda era real, que Varg era de carne y hueso y sólo había corrido con la suerte de que algún estúpido le concediera el don de la inmortalidad.
Pero hasta los hijos de Caín tenían debilidades, y él mejor que nadie las conocía, las había estudiado, las había aprendido, las había utilizado en su beneficio, y el beneficio mayor de acabar con todos ellos, que eran sólo un lastre, que como la duquesa del Volga, se encargaban de menoscabar naciones enteras, como su querida Bulgaria.
Estaba listo, era el joven que no conocía el miedo y que forjaba su espada listo para ir a enfrentar un enemigo sin rostro y con mil armas que destilan ponzoña. Cerró los puños mirando al frente, convencido de que si no vencía, merecía la muerte; sólo se distrajo cuando la puerta se abrió y entraba ella, su mano derecha, su única aliada, su mujer, Treszka antes Noev, ahora Wenkoff.
Última edición por Emil Wenkoff el Miér Abr 25, 2012 5:16 am, editado 1 vez
Invitado- Invitado
Re: Nothung! Nothung! neidliches schwert! [Treszka S. Wenkoff] (+18)
Había bajado al vestíbulo del hotel para solicitar que le cambiaran unos utensilios que le había encontrado en mal estado a su llegada, toallas húmedas, quinqués sin aceite, detallitos que no deberían existir en un hotel con esa fama y que se jactaba de ella. Esto había sido el pretexto perfecto para salir de la habitación, sabía que Emil le había prestado poca o ninguna atención a sus quejas y a su partida. No había podido recuperarse del viaje y no sabía bien por qué, la cabeza le punzaba a un costado de su sien izquierda, un dolor certero y puntual. Cruzar palabras con el encargado no hizo que este disminuyera, espero a que le entregaran unas toallas limpias y subió de nuevo a la habitación.
El viaje desde Bulgaría había sido cansado, cazaron a uno que otro ser en los caminos, siempre había sido su deseo encontrarse con alguno de aquella clase de vampiro, más bestia que humano, realmente trastocado por una reciente y cruel transformación, aquello ya no se presentaba, aquello sólo figuraba en las leyendas que le contaban de pequeña. Sabía que formaba parte de aquellos rasgos infantiles que poseía, rasgos que le hacían ser quien era y que no le importaban.
Habían llegado a París siguiéndole el rastro a un vampiro, viejo como el tiempo, peligroso como la misma peste y más. El matrimonio Wenkoff podría presumir de encargarse de vampiros, de seres malditos casi mitológicos, misiones que algunos catalogaban de suicidas, en las que pocos cazadores se sentían capaces de defenderse, misiones imposibles en las que ya muy pocos creían. Había algo en aquella cruzada que no terminaba por convencerle, estaba segura que las pistas que perseguían no eran simples destellos de existencia dejados al azar, Varg deseaba ser encontrado, por alguien más, el matrimonio solo sería una pieza más, aquel horrible ser deseaba jugar, al analizarlo, sabía que sus juegos implicaban más que muerte, asesinar era algo rutinario en su vida, algo inherente a él, casi como lo es el palpitar del corazón en los seres vivos. ¿Serían ellos capaces de eliminarlo? ¿De sobrevivir a él? De pronto la daga que llevaba siempre consigo adquirió más peso que el que realmente poseía, recordó aquella vez que fue herida en combate con aquella misma daga y tuvo un mal presentimiento.
Con todo eso en la cabeza se detuvo un momento en el pasillo, afuera de su habitación, unos pasos antes de la puerta para que su sombra al colarse por debajo no la delatara. Ahí estaban planeando como encontrar y enfrentar a un monstruo, y con ayuda o sin ella, lo lograrían. “Emil era…” quiso definirlo en un solo pensamiento y no pudo, así que inevitablemente sonrió. Era fuerte, inteligente, poseía una decisión que en muy escasas ocasiones había conocido. La noche anterior, habían cazado a un par de vampiros en las afueras, y había notado a Emil ansioso, seguramente ahora que estaban en su destino estuviera más inquieto, tal vez desearía salir a cazar. Tragó saliva y dando una vuelta a la llave en la cerradura abrió la puerta.
-¡Listo!- dijo colocando el par de toallas sobre el mueble más cercano -y quedaron en traer más aceite antes de que anochezca- se acercó a su marido a quien observó pensativo, seguramente él no sabía de lo que le estaba hablando, podía apostarlo. -¿Quieres que repasemos algo?- preguntó haciendo alusión a todas aquellas pistas que los habían llevado hasta ahí. Y aunque era más alto que ella, tomó a Emil por los hombros y ejerció una suave presión sobre los músculos de la zona, ella por su cuenta, cerró los ojos tratando de calmar su molesto dolor de cabeza.
El viaje desde Bulgaría había sido cansado, cazaron a uno que otro ser en los caminos, siempre había sido su deseo encontrarse con alguno de aquella clase de vampiro, más bestia que humano, realmente trastocado por una reciente y cruel transformación, aquello ya no se presentaba, aquello sólo figuraba en las leyendas que le contaban de pequeña. Sabía que formaba parte de aquellos rasgos infantiles que poseía, rasgos que le hacían ser quien era y que no le importaban.
Habían llegado a París siguiéndole el rastro a un vampiro, viejo como el tiempo, peligroso como la misma peste y más. El matrimonio Wenkoff podría presumir de encargarse de vampiros, de seres malditos casi mitológicos, misiones que algunos catalogaban de suicidas, en las que pocos cazadores se sentían capaces de defenderse, misiones imposibles en las que ya muy pocos creían. Había algo en aquella cruzada que no terminaba por convencerle, estaba segura que las pistas que perseguían no eran simples destellos de existencia dejados al azar, Varg deseaba ser encontrado, por alguien más, el matrimonio solo sería una pieza más, aquel horrible ser deseaba jugar, al analizarlo, sabía que sus juegos implicaban más que muerte, asesinar era algo rutinario en su vida, algo inherente a él, casi como lo es el palpitar del corazón en los seres vivos. ¿Serían ellos capaces de eliminarlo? ¿De sobrevivir a él? De pronto la daga que llevaba siempre consigo adquirió más peso que el que realmente poseía, recordó aquella vez que fue herida en combate con aquella misma daga y tuvo un mal presentimiento.
Con todo eso en la cabeza se detuvo un momento en el pasillo, afuera de su habitación, unos pasos antes de la puerta para que su sombra al colarse por debajo no la delatara. Ahí estaban planeando como encontrar y enfrentar a un monstruo, y con ayuda o sin ella, lo lograrían. “Emil era…” quiso definirlo en un solo pensamiento y no pudo, así que inevitablemente sonrió. Era fuerte, inteligente, poseía una decisión que en muy escasas ocasiones había conocido. La noche anterior, habían cazado a un par de vampiros en las afueras, y había notado a Emil ansioso, seguramente ahora que estaban en su destino estuviera más inquieto, tal vez desearía salir a cazar. Tragó saliva y dando una vuelta a la llave en la cerradura abrió la puerta.
-¡Listo!- dijo colocando el par de toallas sobre el mueble más cercano -y quedaron en traer más aceite antes de que anochezca- se acercó a su marido a quien observó pensativo, seguramente él no sabía de lo que le estaba hablando, podía apostarlo. -¿Quieres que repasemos algo?- preguntó haciendo alusión a todas aquellas pistas que los habían llevado hasta ahí. Y aunque era más alto que ella, tomó a Emil por los hombros y ejerció una suave presión sobre los músculos de la zona, ella por su cuenta, cerró los ojos tratando de calmar su molesto dolor de cabeza.
Invitado- Invitado
Re: Nothung! Nothung! neidliches schwert! [Treszka S. Wenkoff] (+18)
La fama no era algo que le preocupara, o le importara si quiera, sabía que su solo apellido ya llevaba consigo cierta carga, cierto rango en ese mundo en el que se desenvolvía, se desenvolvían (él y Reza, porque desde que habían contraído nupcias, eran ellos dos hasta que la muerte los separara, y en una profesión como la de ellos, era una posibilidad muy alta), pero la razón por la que pisaba suelo parisino le parecía de carácter casi sagrado, como si estuviese a punto de hacer algo muy grande. Porque si lo conseguían, si lograban arrancar la cabeza de ese vikingo, eso era lo que iba a pasar; algo grande.
Una y otra vez lo imaginó en su mente, y al final no lograba visualizar nada en concreto. Era un juego de azar, si corrían con suerte, vencerían, pero se trataba de un volado, cincuenta-cincuenta, podían morir, cabía la enorme posibilidad de que a manos de aquel monstruo encontraran su fin después de sortear tantos obstáculos a lo largo de sus vidas, después de haber aniquilado tantos seres malditos. Pero no, no podía morir, si lograba vencer a Varg, se sentiría lo suficientemente capaz de regresar a Bulgaria, plantarse a las afueras de castillo Hristov y finalmente enfrentar a la duquesa. No podía morir, no sin matar a ese vampiro venido del congelado norte, y a esa mujer que reinaba un infierno sobre la tierra.
Salió de sus pensamientos cuando escuchó la puerta abrirse, era Reza, obviamente, no podía ser nadie más. La miró primero como si no la reconociera, le hablaba de algo que él no tenía idea, y luego, poco a poco comenzó a recordar a qué había salido, dibujó una sonrisa en su rostro y asintió.
-Claro –dijo suspirando, y con ello, sintiéndose relajado, como si hubiese estado tensando cada músculo de su cuerpo tan sólo se supo solo en la habitación, y con la presencia de su mujer podía descansar. Cuando se dio cuenta ya la tenía de frente y sonrió de lado, era muy silenciosa en sus movimientos, causa de su entrenamiento. No sabía qué sentía por ella, no en un plano sentimental y amoroso, pero de lo que sí estaba seguro era que la admiraba.
-Sí, claro, si quieres –respondió al ofrecimiento de su mujer llevándose el pulgar y el índice al tabique nasal y separándose de ella para ir a un maletín rectangular donde llevaba mapas y otro documentos, anotaciones hipótesis, incluso teorías, sacó algunos de esos papeles y se acercó de nuevo a Treszka, la miró a los ojos y luego, con cuidado de n irrumpir el orden en el que los documentos iban, los botó sobre la cama-. ¿Sabes qué?, eso lo podemos hacer después, hay que tomarnos un momento para nosotros, para descansar del viaje –romántico no era un adjetivo que le viniera muy bien a Emil, y eso que estaba haciendo no era como un acto de romanticismo, precisamente.
Tanto él como su mujer necesitaban un respiro, esa tarde podrían dárselo, después de todo el descanso tanto físico como mental, también era parte de su entrenamiento y labor. No podían salir a cazar (y mucho menos a alguien tan terrible como aquel vampiro que estaba en la mira) con los sentidos agotados.
Una y otra vez lo imaginó en su mente, y al final no lograba visualizar nada en concreto. Era un juego de azar, si corrían con suerte, vencerían, pero se trataba de un volado, cincuenta-cincuenta, podían morir, cabía la enorme posibilidad de que a manos de aquel monstruo encontraran su fin después de sortear tantos obstáculos a lo largo de sus vidas, después de haber aniquilado tantos seres malditos. Pero no, no podía morir, si lograba vencer a Varg, se sentiría lo suficientemente capaz de regresar a Bulgaria, plantarse a las afueras de castillo Hristov y finalmente enfrentar a la duquesa. No podía morir, no sin matar a ese vampiro venido del congelado norte, y a esa mujer que reinaba un infierno sobre la tierra.
Salió de sus pensamientos cuando escuchó la puerta abrirse, era Reza, obviamente, no podía ser nadie más. La miró primero como si no la reconociera, le hablaba de algo que él no tenía idea, y luego, poco a poco comenzó a recordar a qué había salido, dibujó una sonrisa en su rostro y asintió.
-Claro –dijo suspirando, y con ello, sintiéndose relajado, como si hubiese estado tensando cada músculo de su cuerpo tan sólo se supo solo en la habitación, y con la presencia de su mujer podía descansar. Cuando se dio cuenta ya la tenía de frente y sonrió de lado, era muy silenciosa en sus movimientos, causa de su entrenamiento. No sabía qué sentía por ella, no en un plano sentimental y amoroso, pero de lo que sí estaba seguro era que la admiraba.
-Sí, claro, si quieres –respondió al ofrecimiento de su mujer llevándose el pulgar y el índice al tabique nasal y separándose de ella para ir a un maletín rectangular donde llevaba mapas y otro documentos, anotaciones hipótesis, incluso teorías, sacó algunos de esos papeles y se acercó de nuevo a Treszka, la miró a los ojos y luego, con cuidado de n irrumpir el orden en el que los documentos iban, los botó sobre la cama-. ¿Sabes qué?, eso lo podemos hacer después, hay que tomarnos un momento para nosotros, para descansar del viaje –romántico no era un adjetivo que le viniera muy bien a Emil, y eso que estaba haciendo no era como un acto de romanticismo, precisamente.
Tanto él como su mujer necesitaban un respiro, esa tarde podrían dárselo, después de todo el descanso tanto físico como mental, también era parte de su entrenamiento y labor. No podían salir a cazar (y mucho menos a alguien tan terrible como aquel vampiro que estaba en la mira) con los sentidos agotados.
Invitado- Invitado
Re: Nothung! Nothung! neidliches schwert! [Treszka S. Wenkoff] (+18)
Al entrar a la habitación sabía perfectamente qué imagen era la que le recibiría al entrar: el semblante de su esposo con ese gesto que constantemente delineaba su rostro. Ella desde la periferia podía detectar aquello, Emil parecía incapaz de abandonar ese gesto de concentración y de alerta, la forma en que ligeramente se curvaban sus cejas, sólo un poco y sólo en el nacimiento de cada una de ellas sin llegar a ser un gesto que denotara enojo. Tal vez aquello no le había parecido relevante cuando decidieron contraer nupcias; con tan sólo un par de semanas de convivencia lo había comenzado apreciar aquellos detalles de su cónyuge, junto con cada una de las manías que solía practicar religiosamente y que con el transcurso de los años se había acostumbrado a cada una de ellas. El observar como ese gesto se relajaba en la intimidad de cuatro paredes cuando ella estaba presente, el sentir que él le tenía tal confianza, le llenaba de una sensación inexplicable que ella solía describir como “cálida”. Ella siempre había tenido la impresión de que Emil, al igual que ella, jamás se había planteado la idea de estar enamorado pero eran aquella clase de momentos los que hacían que por un breve instante le cruzara por la cabeza ese concepto: “amor”.
Continúo presionando ligeramente sobre los músculos de sus hombros hasta que Emil se separó de ella para ir por los papeles. Lo observó y con una ligera sonrisa ella aprovechó para acercarse al tocador donde yacía una jarra de agua, servirse en un vaso un poco del líquido y beber. Aquella presión en su cabeza continuaba latente. Lo que sucedió a continuación jamás se lo espero, aunque Emil solía tener esos pequeños detalles esporádicamente, y jamás dejaban de sorprenderle. Estaba educada, más bien “entrenada” para reaccionar de forma impasible ante situaciones que salieran de sus planes y estas situaciones, aunque mundanas no eran la excepción.
[color=LightSteelBlue]-¿Descansar?- color]preguntó tras otro trago de agua y aún con el vaso en la mano recorrió la distancia que la separaba de su marido. –No nos vendría nada mal.- le sonrió y entrelazó los dedos de su mano libre con el cabello de la nuca de él, tarea que derivaba en una especie de juego personal debido a que resultaba casi imposible por la longitud de su cabello. Cerró los ojos y sonrió a un más.
Desde el primer minuto que habían entrado a territorio francés no habían tenido un momento de descanso, buscando algún rastro, aguzando el oído para poder el más mínimo de los rumores, siempre buscando, siempre cazando.
-Planeaba escribir una carta a mi familia antes de dormir pero eso también puede esperar- solía escribir una cada determinado lapso de tiempo, siempre había sido sumamente unida a ellos y deseaba que ellos supieran donde poder contactarla, al igual que en el caso de Emil, el oficio de cazador era un legado de familia, y en cualquier momento podía suceder una desgracia, por lo que ahora que consideraba que pasarían una buena temporada en París parecía el momento idóneo de mandar la misiva. -¿Un momento para nosotros?- repitió en voz alta ahora en forma de pregunta, clavando su mirada en los ojos azules de él. Le gustaban las finas líneas que surcaban su iris, la forma de sus ojos, la manera en que solía mirar. -¿Qué quieres hacer?-
Ella quería besarlo. Ahora el dolor de cabeza se mezclaba con la ansiedad que le provocaba el deseo de querer juntar sus labios, pasando a un segundo plano.
Estaba segura, desde hace un poco de tiempo, que el lazo que le unía a él había dejado de ser el “compromiso” pero tampoco se atrevía a indagar más, ella misma tenía prohibido pensar mucho en sus sentimientos.
Continúo presionando ligeramente sobre los músculos de sus hombros hasta que Emil se separó de ella para ir por los papeles. Lo observó y con una ligera sonrisa ella aprovechó para acercarse al tocador donde yacía una jarra de agua, servirse en un vaso un poco del líquido y beber. Aquella presión en su cabeza continuaba latente. Lo que sucedió a continuación jamás se lo espero, aunque Emil solía tener esos pequeños detalles esporádicamente, y jamás dejaban de sorprenderle. Estaba educada, más bien “entrenada” para reaccionar de forma impasible ante situaciones que salieran de sus planes y estas situaciones, aunque mundanas no eran la excepción.
[color=LightSteelBlue]-¿Descansar?- color]preguntó tras otro trago de agua y aún con el vaso en la mano recorrió la distancia que la separaba de su marido. –No nos vendría nada mal.- le sonrió y entrelazó los dedos de su mano libre con el cabello de la nuca de él, tarea que derivaba en una especie de juego personal debido a que resultaba casi imposible por la longitud de su cabello. Cerró los ojos y sonrió a un más.
Desde el primer minuto que habían entrado a territorio francés no habían tenido un momento de descanso, buscando algún rastro, aguzando el oído para poder el más mínimo de los rumores, siempre buscando, siempre cazando.
-Planeaba escribir una carta a mi familia antes de dormir pero eso también puede esperar- solía escribir una cada determinado lapso de tiempo, siempre había sido sumamente unida a ellos y deseaba que ellos supieran donde poder contactarla, al igual que en el caso de Emil, el oficio de cazador era un legado de familia, y en cualquier momento podía suceder una desgracia, por lo que ahora que consideraba que pasarían una buena temporada en París parecía el momento idóneo de mandar la misiva. -¿Un momento para nosotros?- repitió en voz alta ahora en forma de pregunta, clavando su mirada en los ojos azules de él. Le gustaban las finas líneas que surcaban su iris, la forma de sus ojos, la manera en que solía mirar. -¿Qué quieres hacer?-
Ella quería besarlo. Ahora el dolor de cabeza se mezclaba con la ansiedad que le provocaba el deseo de querer juntar sus labios, pasando a un segundo plano.
Estaba segura, desde hace un poco de tiempo, que el lazo que le unía a él había dejado de ser el “compromiso” pero tampoco se atrevía a indagar más, ella misma tenía prohibido pensar mucho en sus sentimientos.
Invitado- Invitado
Re: Nothung! Nothung! neidliches schwert! [Treszka S. Wenkoff] (+18)
Una desconocida. Emil se había casado con una desconocida, aún recordaba el momento en el que caminó hasta el altar de la Catedral de Alejandro Nevski en su natal Sofía, Georgi oficiaría la ceremonia, y él se limitó a llegar a ese punto donde esta hermosa, pero extraña mujer lo esperaba, acatar órdenes, eso es lo que estaba haciendo. La recordaba de sus juegos infantiles, pues los Noev y los Wenkoff siempre habían sido dos familias aliadas, y la recordaba bella, seguía siendo muy bella pero no sabía nada sobre ella.
Con el trato la había empezado a conocer y reconocer cada hendidura de su personalidad, pero aún sentía que le faltaban rincones que transitar para conocerla en su totalidad. Trezska era una mujer fascinante, eso no lo iba a negar, sólo que su historia estaba lejos de ser un cuento de hadas, no se conocieron y se cortejaron, más bien se casaron y empezaron a conocerse.
Aguantó la respiración cuando la sintió cerca y luego cómo deslizaba sus manos por su cortísimo cabello. Era extraño, pero comprensible, el hecho de que ante la cercanía aún se pusiera nervioso, incluso con los años que llevaban casados; en más de una ocasión le había dicho o demostrado cuánto la admiraba y la quería, pero jamás había pronunciado un «te amo», aquella conjunción de palabras era desconocida para él, incluso, debido a sus arraigadas creencias, las sentía prohibidas, peor aún, inalcanzables. Cerró los ojos y sonrió de lado a penas perceptible y luego asintió. Sí, descansar había dicho, no estaba tan loco como aventurarse a las calles de París de noche con la fatiga del viaje a cuestas.
Abrió los ojos y su sonrisa se acentuó cuando ella continuó hablando, sus manos se colocaron en la cintura de su mujer. A diferencia de él, ella era apegada a su familia, los quería y lo demostraba, no es que él no los quisiera, pero las muestras de afecto no eran algo que se le dieran muy bien, algo en su interior gritó cuánto le gustaba eso de ella, voz que él se encargó de acallar temeroso de que eso pudiera significar algo más.
-Puedes escribirla luego –le dijo y se inclinó ligeramente al frente y dibujó en su rostro una expresión pensativa, abrió la boca para decirle algo pero, tenerla así, y así de cerca sólo lo obligaba a querer hacer algo, se inclinó más y la besó con suavidad en la comisura de los labios, casi como si no fuesen marido y mujer, casi como si estuviese avergonzado de su comportamiento; se separó y la observó a los ojos-, descansar –repitió, aunque en realidad tenía otra cosa en mente.
Mentiría si dijera que esa mujer no lo atraía, a quién no, bastaba con verla, era hermosa, una belleza de esa que nadie puede negar, rostro perfecto, cabello rubio y ojos claros. Le gustaban sus ojos, le gustaba ella, eso debía ser un gran primer paso, quizá podía llegar a amarla (si no es que ya lo hacía y, aunque fuese un cazador muy capaz, eso no lo hacía un experto en ese tema), tener, tal vez, familia con ella. Niños rubios entrenados para ser cazadores.
La besó después en el cuello, esta vez no fui tímido, estaba vez hacía constar su posición como su esposo. Eso eran, después de todo.
Con el trato la había empezado a conocer y reconocer cada hendidura de su personalidad, pero aún sentía que le faltaban rincones que transitar para conocerla en su totalidad. Trezska era una mujer fascinante, eso no lo iba a negar, sólo que su historia estaba lejos de ser un cuento de hadas, no se conocieron y se cortejaron, más bien se casaron y empezaron a conocerse.
Aguantó la respiración cuando la sintió cerca y luego cómo deslizaba sus manos por su cortísimo cabello. Era extraño, pero comprensible, el hecho de que ante la cercanía aún se pusiera nervioso, incluso con los años que llevaban casados; en más de una ocasión le había dicho o demostrado cuánto la admiraba y la quería, pero jamás había pronunciado un «te amo», aquella conjunción de palabras era desconocida para él, incluso, debido a sus arraigadas creencias, las sentía prohibidas, peor aún, inalcanzables. Cerró los ojos y sonrió de lado a penas perceptible y luego asintió. Sí, descansar había dicho, no estaba tan loco como aventurarse a las calles de París de noche con la fatiga del viaje a cuestas.
Abrió los ojos y su sonrisa se acentuó cuando ella continuó hablando, sus manos se colocaron en la cintura de su mujer. A diferencia de él, ella era apegada a su familia, los quería y lo demostraba, no es que él no los quisiera, pero las muestras de afecto no eran algo que se le dieran muy bien, algo en su interior gritó cuánto le gustaba eso de ella, voz que él se encargó de acallar temeroso de que eso pudiera significar algo más.
-Puedes escribirla luego –le dijo y se inclinó ligeramente al frente y dibujó en su rostro una expresión pensativa, abrió la boca para decirle algo pero, tenerla así, y así de cerca sólo lo obligaba a querer hacer algo, se inclinó más y la besó con suavidad en la comisura de los labios, casi como si no fuesen marido y mujer, casi como si estuviese avergonzado de su comportamiento; se separó y la observó a los ojos-, descansar –repitió, aunque en realidad tenía otra cosa en mente.
Mentiría si dijera que esa mujer no lo atraía, a quién no, bastaba con verla, era hermosa, una belleza de esa que nadie puede negar, rostro perfecto, cabello rubio y ojos claros. Le gustaban sus ojos, le gustaba ella, eso debía ser un gran primer paso, quizá podía llegar a amarla (si no es que ya lo hacía y, aunque fuese un cazador muy capaz, eso no lo hacía un experto en ese tema), tener, tal vez, familia con ella. Niños rubios entrenados para ser cazadores.
La besó después en el cuello, esta vez no fui tímido, estaba vez hacía constar su posición como su esposo. Eso eran, después de todo.
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Re: Nothung! Nothung! neidliches schwert! [Treszka S. Wenkoff] (+18)
¿Desde cuando se cuestionaba la clase de lazo que le unía a su marido? Si se detenía a pensar con detenimiento, tan sólo unos instantes, podía contestarse con cierta facilidad, desde que habían salido de Sofía y habían aprendido aquel viaje, aquel olor a muerte que perseguían y que ellos mismos se cernían sobre sí mismos como una amenaza silenciosa. Sabían que era lo que buscaban, sabían lo peligroso que era aquel viaje, simplemente aquel ser no era un vampiro más. A ratos se imaginaba lo peor y enseguida deseaba volver con su familia, tener más tiempo con el hombre que en ese momento tenía enfrente, aprovechar cada instante juntos, darse esa oportunidad de enamorarse de él, formar una familia, cargar en su vientre a sus hijos, pequeños niños rubios, de ojos azules, vibrantes como los suyos.
Llevaban algunos años casados y ambos veían a su matrimonio como un pacto, siempre había sido de ese modo. Al principio un arreglo entre familias, luego se convirtió en algo más convencional, algo más cercano a aquellas palabras que se repetían frente a un sacerdote, frente al altar, tal vez el suyo no fuera el pacto normal que se cerraba con el típico beso y un “te amo”, su pacto más bien, se cerraba con un beso de atracción, de compromiso y se forjaba con la convivencia, pero de igual forma seguían al pie de la letra aquel juramento, aunque esto más bien se debiera por su sentido de la responsabilidad y la disciplina a la que desde pequeños habían sido acostumbrados. Habían prometido serse fieles, lo eran, Trezska no dudaba que Emil lo fuera, él cumplía cada una de sus promesas, así como de igual forma lo hacía ella. Estaban juntos en lo prospero y en lo adverso, compartían sus ratos de paz así como cada instante en la pelea y se protegían la espalda el uno al otro y juntos procuraban la salud del otro cuando a alguno esta le faltaba. Tal vez no se amaban pero si, cada acto estaba movido por la admiración y el respeto.
Era un hecho que podía posponer la misiva un día más. Sonrió cuando él se acercó y beso la comisura de sus labios, aquello aunque breve y simple, había aplacado un poco la ansiedad que hasta hace algunos instantes sentía. Una vez que él hubo atacado su cuello, sus labios reclamaban la piel de su cuello con cierta posesividad, aún con todas sus prendas en su lugar, se sintió desnuda, tan desnuda como aquella primera vez en su noche de bodas, aunque con una pequeña diferencia: ya no era un extraño. Conocía la forma en que besaba, el tacto de su piel, el de sus manos, la manera en que estas llegaban a tomar y presionar su anatomía, le conocía contenido y temblando por la ansiedad en la intimidad y eso lejos de intimidarla como aquella primera vez, hacía que ella misma vibrara de deseo.
Lo sujetó por la nuca mientras él seguía entretenido en delinear su yugular, ella enterró la nariz y aspiró aquella esencia que desprendía su cabello, y luego se atrevió a empujarlo suavemente para que se separara unos centímetros de ella, levantara el rosto, quería ver el azul de sus ojos antes de volver a besarlo, quería memorizar esa intensa mirada que ya conocía. Se arrojó hacia su boca, aunque su boca siguiera la dirección opuesta a la caída, aprensó los labios de él con los suyos, de forma torpe y caótica, por que ella sentía su cuerpo arder y él denotaba la única forma que conocía de atemplarlo.
No había un “te amo” que decir, ni antes ni después de aquel acto. Tal vez no se creían un matrimonio normal, pero en ese instante lo eran. Ella se dejaba guiar por él, quien llevaba las riendas.
Llevaban algunos años casados y ambos veían a su matrimonio como un pacto, siempre había sido de ese modo. Al principio un arreglo entre familias, luego se convirtió en algo más convencional, algo más cercano a aquellas palabras que se repetían frente a un sacerdote, frente al altar, tal vez el suyo no fuera el pacto normal que se cerraba con el típico beso y un “te amo”, su pacto más bien, se cerraba con un beso de atracción, de compromiso y se forjaba con la convivencia, pero de igual forma seguían al pie de la letra aquel juramento, aunque esto más bien se debiera por su sentido de la responsabilidad y la disciplina a la que desde pequeños habían sido acostumbrados. Habían prometido serse fieles, lo eran, Trezska no dudaba que Emil lo fuera, él cumplía cada una de sus promesas, así como de igual forma lo hacía ella. Estaban juntos en lo prospero y en lo adverso, compartían sus ratos de paz así como cada instante en la pelea y se protegían la espalda el uno al otro y juntos procuraban la salud del otro cuando a alguno esta le faltaba. Tal vez no se amaban pero si, cada acto estaba movido por la admiración y el respeto.
Era un hecho que podía posponer la misiva un día más. Sonrió cuando él se acercó y beso la comisura de sus labios, aquello aunque breve y simple, había aplacado un poco la ansiedad que hasta hace algunos instantes sentía. Una vez que él hubo atacado su cuello, sus labios reclamaban la piel de su cuello con cierta posesividad, aún con todas sus prendas en su lugar, se sintió desnuda, tan desnuda como aquella primera vez en su noche de bodas, aunque con una pequeña diferencia: ya no era un extraño. Conocía la forma en que besaba, el tacto de su piel, el de sus manos, la manera en que estas llegaban a tomar y presionar su anatomía, le conocía contenido y temblando por la ansiedad en la intimidad y eso lejos de intimidarla como aquella primera vez, hacía que ella misma vibrara de deseo.
Lo sujetó por la nuca mientras él seguía entretenido en delinear su yugular, ella enterró la nariz y aspiró aquella esencia que desprendía su cabello, y luego se atrevió a empujarlo suavemente para que se separara unos centímetros de ella, levantara el rosto, quería ver el azul de sus ojos antes de volver a besarlo, quería memorizar esa intensa mirada que ya conocía. Se arrojó hacia su boca, aunque su boca siguiera la dirección opuesta a la caída, aprensó los labios de él con los suyos, de forma torpe y caótica, por que ella sentía su cuerpo arder y él denotaba la única forma que conocía de atemplarlo.
No había un “te amo” que decir, ni antes ni después de aquel acto. Tal vez no se creían un matrimonio normal, pero en ese instante lo eran. Ella se dejaba guiar por él, quien llevaba las riendas.
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Re: Nothung! Nothung! neidliches schwert! [Treszka S. Wenkoff] (+18)
Había muchas preguntas que Emil temía formularse. Cuando uno veía al cazador salir ataviado con armas ocultas en su ropa y la mirada fiera que lo caracterizaba cuando iba en pos de un sobrenatural, jamás se imaginaría que dentro era un desastre, su incapacidad por aceptar sentimientos tan básicos y sencillos lo estaba acabando. Era un hábil cazador, uno de los mejores, pero no lo hacía apto para lidiar con situaciones que, debido a su entrenamiento, jamás nadie le dijo que enfrentaría.
Y esa mujer era una de esas situaciones. Treszka lo volvía loco, pero debía callarlo, lo hacía arder de deseo, pero debía controlarse, le gustaba simplemente observarla, pero debía disimularlo, le gustaba su olor y su voz y su habilidad como cazadora y sus ojos, pero nunca se lo había dicho. Sus cumplidos se limitaban a felicitarla cuando concretaban una cacería, cuando obtenían información, cuando daba en el blanco. Cerró los ojos tan fuerte como pudo y la siguió besando. Sólo así y a veces, se sentía algo de normalidad en su relación. De cierto modo le gustaba que no fuese normal, ¿qué iba a tener de normal la vida de dos cazadores de sobrenaturales? Pero momentos como aquel le brindaba la sensación de que eran como cualquier otra pareja, aunque no lo eran, por donde se mirase.
Se separó cuando ella lo obligó a hacerlo y la miró antes de que ella lo besara, sonrió imperceptible y un segundo después correspondió el beso, la tomó de la cintura con firmeza, sus movimientos siempre eran así, marcados y seguros aunque cuando estaba con ella y en esa situación específicamente, se volvía un tanto más nervioso. Sabía que la primera vez tenía que llenar expectativas, era el marido de un matrimonio arreglado, pero ahora, al pasar de los años, no sabía qué era que aún lo ponía tan nervioso. Se giró para que la cama del hotel quedara a espaldas de Reza y entonces empujo para que ella se sentara en el colchón y él la siguió, posando una rodilla en aquella mullida superficie. Todo sin romper el beso.
Siempre que estaban en una circunstancia similar, las palabras eran escasas, sino es que nulas. Emil nunca sabía qué decir, decirle que la amaba sería mentirle, no decírselo era mentirse a sí mismo. Decirle lo bella que era, lo mucho que le gustaba, quizá eso era más correcto, pero el cazador se sentiría demasiado consciente de sí mismo y arruinaría el momento, era por ello que callar era mejor. Empujó más para que se recostara y él quedó sobre ella, se separó para observarla, retiró un mechó de rubio cabello de aquel rostro. Pensó que sus hijos debían ser hermosos si se parecían a ella y sonrió.
Continuó su labor. Ambos se conocían bien, dormían todas las noches juntos y muchas de ellas no sólo dormían, no había mucho que ocultarse mutuamente, no en ese plano al menos, así que siguió, acarició el cuello con los dedos y luego con los labios mientras su otra mano se introducía por debajo de la falda de su mujer para acariciar sus muslos tersos y perfectos. Le gustaba, no iba a negarlo, le gustaba estar así con ella, tenerla así, de cierto modo dominarla porque Teszka de otro modo le parecía indomable.
Y esa mujer era una de esas situaciones. Treszka lo volvía loco, pero debía callarlo, lo hacía arder de deseo, pero debía controlarse, le gustaba simplemente observarla, pero debía disimularlo, le gustaba su olor y su voz y su habilidad como cazadora y sus ojos, pero nunca se lo había dicho. Sus cumplidos se limitaban a felicitarla cuando concretaban una cacería, cuando obtenían información, cuando daba en el blanco. Cerró los ojos tan fuerte como pudo y la siguió besando. Sólo así y a veces, se sentía algo de normalidad en su relación. De cierto modo le gustaba que no fuese normal, ¿qué iba a tener de normal la vida de dos cazadores de sobrenaturales? Pero momentos como aquel le brindaba la sensación de que eran como cualquier otra pareja, aunque no lo eran, por donde se mirase.
Se separó cuando ella lo obligó a hacerlo y la miró antes de que ella lo besara, sonrió imperceptible y un segundo después correspondió el beso, la tomó de la cintura con firmeza, sus movimientos siempre eran así, marcados y seguros aunque cuando estaba con ella y en esa situación específicamente, se volvía un tanto más nervioso. Sabía que la primera vez tenía que llenar expectativas, era el marido de un matrimonio arreglado, pero ahora, al pasar de los años, no sabía qué era que aún lo ponía tan nervioso. Se giró para que la cama del hotel quedara a espaldas de Reza y entonces empujo para que ella se sentara en el colchón y él la siguió, posando una rodilla en aquella mullida superficie. Todo sin romper el beso.
Siempre que estaban en una circunstancia similar, las palabras eran escasas, sino es que nulas. Emil nunca sabía qué decir, decirle que la amaba sería mentirle, no decírselo era mentirse a sí mismo. Decirle lo bella que era, lo mucho que le gustaba, quizá eso era más correcto, pero el cazador se sentiría demasiado consciente de sí mismo y arruinaría el momento, era por ello que callar era mejor. Empujó más para que se recostara y él quedó sobre ella, se separó para observarla, retiró un mechó de rubio cabello de aquel rostro. Pensó que sus hijos debían ser hermosos si se parecían a ella y sonrió.
Continuó su labor. Ambos se conocían bien, dormían todas las noches juntos y muchas de ellas no sólo dormían, no había mucho que ocultarse mutuamente, no en ese plano al menos, así que siguió, acarició el cuello con los dedos y luego con los labios mientras su otra mano se introducía por debajo de la falda de su mujer para acariciar sus muslos tersos y perfectos. Le gustaba, no iba a negarlo, le gustaba estar así con ella, tenerla así, de cierto modo dominarla porque Teszka de otro modo le parecía indomable.
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Re: Nothung! Nothung! neidliches schwert! [Treszka S. Wenkoff] (+18)
La intimidad entre ellos era una especie de ritual, uno en el que no cabían las grandes sorpresas, pequeñas modificaciones eran hechas pero que más bien era una disciplina, una especie de entrenamiento, aunque en realidad ellos nunca se habían planteado seriamente practicarlo con el fin de la concepción. Por un segundo Treszka pensó en preguntárselo a su esposo, preguntarle si deseaba un hijo, ambos sabían que tener un hijo era algo inevitable, que con el tiempo vendría y que sin importar su sexo llegaría para convertirse en un cazador como sus padres, pero su pregunta realmente era si Emil lo desea, si realmente quería tener un hijo, si ese hecho le causaba alguna emoción. Enterró aquel pensamiento, porque no era el momento y París tampoco era el lugar y mucho menos en medio de la cacería que los había traído hasta ahí.
Ella siguió las indicaciones mudas de él, indicaciones que sólo eran marcadas por su cuerpo, por los músculos de sus brazos, indicaciones que ella seguía mientras desabotonaba la camisa ajena. Retrocedía sin romper el beso y sin bajar su intensidad. Se sentó sobre la cama y luego se recostó sobre aquel mullido colchón, no sin antes deshacerse de su camisa. Sonrió cuando abrió los ojos y él le quitaba del rostro un mechón de su cabello, observó su dorso desnudo y también sonrió. Quería a Emil y en aquellos momentos había algo mucho más fuerte que el cariño que sentía uniéndolos; se apoyó en ambos brazos para levantarse unos centímetros por arriba del nivel de la cama, para recortar la distancia que existía entre él y ella, cuando él se apropió de su cuello, su aroma llegó hasta a ella cómo si se tratara de un golpe seco, le gustaba el aroma que emanaba de él, su presencia. Enredó sus dedos en su cabellera negra, y mientras él recorría a besos su cuello, ella deseó empujarlo ligeramente e imitarlo, estaba por hacerlo cuando sintió la mano de él inmiscuirse bajo su falda.
Se quejó quedamente, pero no era una queja de disgusto, era una queja mezcla de placer con un poco de derrota, porque él sin saberlo se había anticipado a sus movimientos y ahora la tenía a su merced, él sabía perfectamente cómo hacerla perder la razón, sin lugar a duda tenía la estrategia correcta. Él conocía la manera precisa de cómo acariciar sus muslos y ella se mordió los labios mientras él avanzaba y ella sin poder evitarlo, lentamente le abría las piernas.
Finalmente dejó caer su espalda sobre la cama, sin soltarlo, obligándolo a caer ligeramente sobre ella, la manos fuertemente sujetas en su cabellera evitaban que él pudiera moverse libremente, lo besó y luego mordisqueo ligeramente su oreja, se entretuvo, tal vez un minuto, con el lóbulo de la misma y luego bajó por el largo de su cuello lamiendo y besando hasta llegar a su clavícula.
Más allá de las palabras y el compañerismo con el que recorrían Europa y salían a cazar, entre ellos había una especie de fuerza magnética, muy terrenal, en esencia animal, que los mantenía unidos aquella situación, sin cansarse de aquel monótono ritual.
Ella siguió las indicaciones mudas de él, indicaciones que sólo eran marcadas por su cuerpo, por los músculos de sus brazos, indicaciones que ella seguía mientras desabotonaba la camisa ajena. Retrocedía sin romper el beso y sin bajar su intensidad. Se sentó sobre la cama y luego se recostó sobre aquel mullido colchón, no sin antes deshacerse de su camisa. Sonrió cuando abrió los ojos y él le quitaba del rostro un mechón de su cabello, observó su dorso desnudo y también sonrió. Quería a Emil y en aquellos momentos había algo mucho más fuerte que el cariño que sentía uniéndolos; se apoyó en ambos brazos para levantarse unos centímetros por arriba del nivel de la cama, para recortar la distancia que existía entre él y ella, cuando él se apropió de su cuello, su aroma llegó hasta a ella cómo si se tratara de un golpe seco, le gustaba el aroma que emanaba de él, su presencia. Enredó sus dedos en su cabellera negra, y mientras él recorría a besos su cuello, ella deseó empujarlo ligeramente e imitarlo, estaba por hacerlo cuando sintió la mano de él inmiscuirse bajo su falda.
Se quejó quedamente, pero no era una queja de disgusto, era una queja mezcla de placer con un poco de derrota, porque él sin saberlo se había anticipado a sus movimientos y ahora la tenía a su merced, él sabía perfectamente cómo hacerla perder la razón, sin lugar a duda tenía la estrategia correcta. Él conocía la manera precisa de cómo acariciar sus muslos y ella se mordió los labios mientras él avanzaba y ella sin poder evitarlo, lentamente le abría las piernas.
Finalmente dejó caer su espalda sobre la cama, sin soltarlo, obligándolo a caer ligeramente sobre ella, la manos fuertemente sujetas en su cabellera evitaban que él pudiera moverse libremente, lo besó y luego mordisqueo ligeramente su oreja, se entretuvo, tal vez un minuto, con el lóbulo de la misma y luego bajó por el largo de su cuello lamiendo y besando hasta llegar a su clavícula.
Más allá de las palabras y el compañerismo con el que recorrían Europa y salían a cazar, entre ellos había una especie de fuerza magnética, muy terrenal, en esencia animal, que los mantenía unidos aquella situación, sin cansarse de aquel monótono ritual.
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Re: Nothung! Nothung! neidliches schwert! [Treszka S. Wenkoff] (+18)
La tenía a su merced y de algún modo sentía que eso era in triunfo, porque esa mujer era fuerte por donde se le mirara, fuerte de espíritu y de carácter, fuerte físicamente, fuerte como el hierro del que estaban forjadas sus armas, Reza en sí misma era una daga letal y hermosa y quizá eso era lo que tanto lo atraía. ¿Emil sería capaz de sentir atracción por alguien que no fuese una cazadora? Era poco probable, porque en la sangre y en la muerte encontraba placer y saber que esas manos gráciles y suaves eran capaces de degollar cabezas vampíricas era su extraño afrodisiaco. La olió, conocía bien ese aroma y sin embargo le seguía pareciendo fascinante, igual o incuso más poderoso que el que emanaba la noche de su boda, la noche en la que, por tradición, tenía que hacerle el amor, y entrenado para cada mínimo aspecto de su vida como estaba, lo hizo porque era su deber, pero más allá de eso, lo disfrutó sorpresivamente.
Como esa noche, en la que después de la frustración de no saber nada sobre su presa más deseada pasaba a olvidar aquello que era trascendental para los Wenkoff como pocas cosas, pero que en ese instante no pasaba a segundo plano, sino que era suprimido, olvidado por completo y para el cazador sólo existía esa mujer bajo su cuerpo, era el momento ideal para decirle que la amaba, pero no iba a hacerlo sin estar primero él seguro de que así era, así que acalló su impulso besándola y desprendiéndola de la ropa, que aunque lo tenía permitido por ser su marido, sentía aún cierto pudor al hacerlo, incluso a veces evitaba mirar su cuerpo desnudo por recato que no venía la caso. Se separó un poco y le sonrió, un gesto poco usual en el siempre distante y pétreo Emil, era el momento, era ella quien lo hacía romper ciertas barreras pero no del todo, no todavía.
-¿Me ayudas? –dijo en un susurro quedo y suave y señalando con la mirada el pantalón, él ya se había desabotonado pero necesitaba de las manos de su mujer para poder deslizarlo hacia abajo y fuera de su cuerpo, aprovechó para deshacer botones y listones en la vestimenta de Treszka y dejarla sólo en el corsé. Miró pero apartó los ojos rápido, no porque le disgustara, al contrario, sino porque le gustaba demasiado y lo hacía flaquear, optó por apoderarse de nuevo de su cuello con besos y mordidas, sus manos la rodearon y pudieron hacer su magia con la última prenda en el cuerpo de su esposa. Acarició suavemente la blanca piel de ella, besó donde pudo, pero mantuvo los ojos cerrados, no podía verla, ansiaba hacerlo, pero no debía.
-Me gustas mucho -se atrevió a decirle al oído, esas eran las mayores palabras de afecto que entre ambos se decían, porque como fuera, habían sido obligados a casarse y se sentía así, al menos Emil estaba demasiado consciente de ese hecho, y si sus sentimientos por ella eran grandes, eso había sido a base de convivencia y nada más, porque él había contraído nupcias con una desconocida a la que aprendió a conocer y querer. De nuevo sus manos descendieron, tocaron con cierto frenesí la cara interior de los muslos de Treszka y pudo sentir que como él, ella parecía también quererlo, querer consumar lo que ya habían iniciado. Se acomodó un poco mejor, terminó de quitarle la ropa y colocó la erección que ya tenía en su entrada, pero no la penetró, esperó a que ella le diera algún tipo de señal.
Como esa noche, en la que después de la frustración de no saber nada sobre su presa más deseada pasaba a olvidar aquello que era trascendental para los Wenkoff como pocas cosas, pero que en ese instante no pasaba a segundo plano, sino que era suprimido, olvidado por completo y para el cazador sólo existía esa mujer bajo su cuerpo, era el momento ideal para decirle que la amaba, pero no iba a hacerlo sin estar primero él seguro de que así era, así que acalló su impulso besándola y desprendiéndola de la ropa, que aunque lo tenía permitido por ser su marido, sentía aún cierto pudor al hacerlo, incluso a veces evitaba mirar su cuerpo desnudo por recato que no venía la caso. Se separó un poco y le sonrió, un gesto poco usual en el siempre distante y pétreo Emil, era el momento, era ella quien lo hacía romper ciertas barreras pero no del todo, no todavía.
-¿Me ayudas? –dijo en un susurro quedo y suave y señalando con la mirada el pantalón, él ya se había desabotonado pero necesitaba de las manos de su mujer para poder deslizarlo hacia abajo y fuera de su cuerpo, aprovechó para deshacer botones y listones en la vestimenta de Treszka y dejarla sólo en el corsé. Miró pero apartó los ojos rápido, no porque le disgustara, al contrario, sino porque le gustaba demasiado y lo hacía flaquear, optó por apoderarse de nuevo de su cuello con besos y mordidas, sus manos la rodearon y pudieron hacer su magia con la última prenda en el cuerpo de su esposa. Acarició suavemente la blanca piel de ella, besó donde pudo, pero mantuvo los ojos cerrados, no podía verla, ansiaba hacerlo, pero no debía.
-Me gustas mucho -se atrevió a decirle al oído, esas eran las mayores palabras de afecto que entre ambos se decían, porque como fuera, habían sido obligados a casarse y se sentía así, al menos Emil estaba demasiado consciente de ese hecho, y si sus sentimientos por ella eran grandes, eso había sido a base de convivencia y nada más, porque él había contraído nupcias con una desconocida a la que aprendió a conocer y querer. De nuevo sus manos descendieron, tocaron con cierto frenesí la cara interior de los muslos de Treszka y pudo sentir que como él, ella parecía también quererlo, querer consumar lo que ya habían iniciado. Se acomodó un poco mejor, terminó de quitarle la ropa y colocó la erección que ya tenía en su entrada, pero no la penetró, esperó a que ella le diera algún tipo de señal.
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