AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Presencia inoportuna [Emil Wenkoff]
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Presencia inoportuna [Emil Wenkoff]
"Siempre es preciso un sacrificio. Criatura solitaria y arrogante, esta vez tú serás la víctima propiciatoria. Criatura asesina en cuya sangre reside parte del gran misterio; esta noche serás mía y con tu muerte restañarás parte del daño que han causado tu hambre y tu egoísmo."
Maurice se alistó para su misión de aquella noche cuando Cathbad le avisó que era el momento adecuado. En el cielo todavía quedaban algunos rastros de la luz que acababa de extinguirse, lo cual indicaba que su presa recién estaría disponiéndose a cazar y si se daba prisa, tal vez lograra capturarlo antes de que se alimentara.
Iba armado, por supuesto, y con la idea fija de no fallar. Estaba ansioso; necesitaba con urgencia ese preciado ingrediente para intentar, una vez más, una nueva variante de la fórmula. Terminó de ceñirse dos pares de puñales en las sobaqueras que quedaban ocultas bajo su chaqueta, algunos otros aditamentos y salió de la casa.
La zona por donde lo condujo su compañero, el espíritu, era de lo más peligrosa; mas eso no intimidaba al brujo. Quizá ya no contara con la misma agilidad que en su juventud, pero sabía luchar con suficiente destreza y sus poderes eran bastante fuertes, tanto que podía someter con poco esfuerzo a un vampiro joven, o al menos, eso esperaba.
La persecución comenzó discretamente y Maurice estaba casi seguro de que aquello terminaría rápidamente; pero no contaba con que su objetivo tuviera un potente don telepático, que lo detectaría más fácilmente de lo que había previsto y que se lanzaría sobre él con toda su furia.
De pronto se vio enfrascado en una pelea tan vertiginosa que apenas pudo sacar uno de sus afilados puñales para herirlo, para distraerlo y poder concentrarse en invocar espíritus que estuvieran dispuestos a obedecerlo y ayudarlo. El sudor corría por su frente mientras trataba de zafarse de sus potentes brazos, de las fauces que amenazaban con utilizar su sangre para cebarse esa noche.
Pero él no estaba solo, Cathbad nunca lo había abandonado en momentos de peligro y no iba a hacerlo esa vez. Reuniendo toda la fuerza material de que era capaz, el fantasma se lanzó sobre el atacante y logró derribarlo el tiempo suficiente para que el hechicero se levantara y lanzara un conjuro capaz de aturdir a su oponente; no obstante, Maurice no había salido indemne de la pequeña batalla, estaba herido y no tenía bastante energía para mantener el conjuro o volver a pelear. Era un verdadero infortunio y, al parecer, no el único que le esperaba esa noche.
Su compañero también se encontraba exhausto, pero todavía consiguió advertirle sobre el par de ojos ajenos que los observaba y cuyas intenciones no parecían precisamente las más pacíficas.
Maurice se alistó para su misión de aquella noche cuando Cathbad le avisó que era el momento adecuado. En el cielo todavía quedaban algunos rastros de la luz que acababa de extinguirse, lo cual indicaba que su presa recién estaría disponiéndose a cazar y si se daba prisa, tal vez lograra capturarlo antes de que se alimentara.
Iba armado, por supuesto, y con la idea fija de no fallar. Estaba ansioso; necesitaba con urgencia ese preciado ingrediente para intentar, una vez más, una nueva variante de la fórmula. Terminó de ceñirse dos pares de puñales en las sobaqueras que quedaban ocultas bajo su chaqueta, algunos otros aditamentos y salió de la casa.
La zona por donde lo condujo su compañero, el espíritu, era de lo más peligrosa; mas eso no intimidaba al brujo. Quizá ya no contara con la misma agilidad que en su juventud, pero sabía luchar con suficiente destreza y sus poderes eran bastante fuertes, tanto que podía someter con poco esfuerzo a un vampiro joven, o al menos, eso esperaba.
La persecución comenzó discretamente y Maurice estaba casi seguro de que aquello terminaría rápidamente; pero no contaba con que su objetivo tuviera un potente don telepático, que lo detectaría más fácilmente de lo que había previsto y que se lanzaría sobre él con toda su furia.
De pronto se vio enfrascado en una pelea tan vertiginosa que apenas pudo sacar uno de sus afilados puñales para herirlo, para distraerlo y poder concentrarse en invocar espíritus que estuvieran dispuestos a obedecerlo y ayudarlo. El sudor corría por su frente mientras trataba de zafarse de sus potentes brazos, de las fauces que amenazaban con utilizar su sangre para cebarse esa noche.
Pero él no estaba solo, Cathbad nunca lo había abandonado en momentos de peligro y no iba a hacerlo esa vez. Reuniendo toda la fuerza material de que era capaz, el fantasma se lanzó sobre el atacante y logró derribarlo el tiempo suficiente para que el hechicero se levantara y lanzara un conjuro capaz de aturdir a su oponente; no obstante, Maurice no había salido indemne de la pequeña batalla, estaba herido y no tenía bastante energía para mantener el conjuro o volver a pelear. Era un verdadero infortunio y, al parecer, no el único que le esperaba esa noche.
Su compañero también se encontraba exhausto, pero todavía consiguió advertirle sobre el par de ojos ajenos que los observaba y cuyas intenciones no parecían precisamente las más pacíficas.
Maurice Tailleferre- Hechicero Clase Alta
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Re: Presencia inoportuna [Emil Wenkoff]
La noche. Monarca de aquella hora del tiempo, Emil era rey de la hora nocturna, y como soberano, debía limpiar su reino de las hierbas malas que amenazaban con cubrirlo todo. Treszka, su reina, había salido por su cuenta, y él ahora la seguía por las calles de una ciudad que aún le era ajena. Ambos cubrirían más terreno, aquel vampiro, motivo de su cacería, no podía pasar desapercibido tan fácil, no sólo por su mastodóntica figura, sino por su capacidad destructiva. Desde que había llegado a la ciudad, leía religiosamente el periódico todos los días y marcaba con tinta roja los crímenes que podían adjudicársele a la bestia nórdica, aun así, se sorprendía de la capacidad de los parisinos de hacerse daño unos a otros, suponía que era un mal inherente a una ciudad tan grande.
Recorrió calles memorizando sus rincones, no sólo estaba entrenado para luchar cuerpo a cuerpo, para perfeccionar su puntería o para pulir su habilidad con las armas, sino para otras cosas también, como la capacidad de aprender rápido, ya fuese palabras o sitios, como era el caso. Quizá no era algo que le ayudara a su cometido de exterminar seres malditos, sino más bien, un complemento. Así pues anduvo por las calles observando los detalles, mirando una puerta de color llamativo que marcara un punto en el mapa que comenzaba a dibujar en su memoria, un pórtico diferente, un poste roto, cualquier seña particular para no perderse.
Entonces escuchó un grito, un grito femenino y corrió hacia ese lugar, se mantuvo a la distancia, había llegado tarde. No era el vampiro que buscaba, pero sí se trataba de un hijo de Caín y Emil no lo iba a dejar con vida, tal vez su meta fuese Varg, pero exterminarlos a todos era el gran fin que perseguía. Aguardó y el vampiro se marchó, lo siguió de cerca, pero supo, por el comportamiento de su presa, que sabía que era seguido y sonrió de lado, si quería jugar, le daría juego. Su botín lo condujo a calles aún más solitarias y pestilentes, quizá lo estaba conduciendo a una trampa o sólo a un terreno donde se sintiera más seguro, al cazador no le importó, se sabía capaz de derrotarlo, pero notó otro cambio en su actitud, de pronto el vampiro ya no pareció preocupado por su presencia pero sí por una mayor, Emil miró a su alrededor y entendió lo que pasaba cuando otro ser (no era vampiro, ni licántropo, estuvo seguro) se embebió en un combate con el motivo de su cacería de la noche.
Observó todo desde las sombras, entornó los ojos y cuando creyó que el pobre retador estaba perdido, algo intervino y Emil comprendió. Sabía que a parte de vampiros y hombres lobo existían otros seres con poderes, Treszka y él se habían enfocado demasiado en los chupasangre, pero sabía que había cambiaformas y brujos incluso más letales que éstos. Dio un paso al frente entonces, develando su figura, gallarda, ataviada con armas, sacando el pecho y levantando el mentón.
-¿Me permite? –dijo con falsa cortesía, con ese acento búlgaro que lo identificaba extranjero, en su mano llevaba una estaca de madera, bendita por el Patriarca de la Iglesia Rusa Ortodoxa, un formalismo que él no entendía, pero respetaba, debían -ambos, sí- aprovechar que el vampiro seguía en el suelo, después vendrían las preguntas.
Recorrió calles memorizando sus rincones, no sólo estaba entrenado para luchar cuerpo a cuerpo, para perfeccionar su puntería o para pulir su habilidad con las armas, sino para otras cosas también, como la capacidad de aprender rápido, ya fuese palabras o sitios, como era el caso. Quizá no era algo que le ayudara a su cometido de exterminar seres malditos, sino más bien, un complemento. Así pues anduvo por las calles observando los detalles, mirando una puerta de color llamativo que marcara un punto en el mapa que comenzaba a dibujar en su memoria, un pórtico diferente, un poste roto, cualquier seña particular para no perderse.
Entonces escuchó un grito, un grito femenino y corrió hacia ese lugar, se mantuvo a la distancia, había llegado tarde. No era el vampiro que buscaba, pero sí se trataba de un hijo de Caín y Emil no lo iba a dejar con vida, tal vez su meta fuese Varg, pero exterminarlos a todos era el gran fin que perseguía. Aguardó y el vampiro se marchó, lo siguió de cerca, pero supo, por el comportamiento de su presa, que sabía que era seguido y sonrió de lado, si quería jugar, le daría juego. Su botín lo condujo a calles aún más solitarias y pestilentes, quizá lo estaba conduciendo a una trampa o sólo a un terreno donde se sintiera más seguro, al cazador no le importó, se sabía capaz de derrotarlo, pero notó otro cambio en su actitud, de pronto el vampiro ya no pareció preocupado por su presencia pero sí por una mayor, Emil miró a su alrededor y entendió lo que pasaba cuando otro ser (no era vampiro, ni licántropo, estuvo seguro) se embebió en un combate con el motivo de su cacería de la noche.
Observó todo desde las sombras, entornó los ojos y cuando creyó que el pobre retador estaba perdido, algo intervino y Emil comprendió. Sabía que a parte de vampiros y hombres lobo existían otros seres con poderes, Treszka y él se habían enfocado demasiado en los chupasangre, pero sabía que había cambiaformas y brujos incluso más letales que éstos. Dio un paso al frente entonces, develando su figura, gallarda, ataviada con armas, sacando el pecho y levantando el mentón.
-¿Me permite? –dijo con falsa cortesía, con ese acento búlgaro que lo identificaba extranjero, en su mano llevaba una estaca de madera, bendita por el Patriarca de la Iglesia Rusa Ortodoxa, un formalismo que él no entendía, pero respetaba, debían -ambos, sí- aprovechar que el vampiro seguía en el suelo, después vendrían las preguntas.
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Re: Presencia inoportuna [Emil Wenkoff]
El brujo se irguió con suma rapidez, como impulsado por un resorte, olvidándose del dolor y las heridas para interponerse entre el hombre que le hablaba y su oponente caído. –No- espetó secamente, con su voz más autoritaria, mientras se inclinaba sobre el vampiro y vertía una poción en sus labios entreabiertos, con el fin de paralizarlo el suficiente tiempo y poder maniobrar con él. A continuación le practicó un corte en la muñeca con uno de sus afilados puñales, recolectó el espeso líquido escarlata en un frasco que guardó cuidadosamente entre sus ropas y se levantó con toda la naturalidad del mundo, colocándose frente al joven testigo de su casi fallida hazaña.
Lo examinó con frialdad, midiéndolo por si acaso trataba de atacarlo, observó la peculiar arma que empuñaba, su expresión casi tan dura como la suya. “Es cazador, pero a final de cuentas, un hombre ordinario, sus únicas armas son las que porta encima”, susurró Cathbad. Maurice no le respondió, prefería no subestimarlo. –Ahora es todo suyo, monsieur, puede terminar el trabajo- respondió en el mismo tono de hipócrita cortesía que su interlocutor había usado antes y retrocedió unos pasos, con toda la intención de marcharse.
De no encontrarse herido, habría tomado la determinación de asesinarlo, pues lo que menos necesitaba en esos momentos eran más preocupaciones, pero después de conseguir lo que buscaba su cuerpo le recordó que las heridas no eran tan superficiales como había creído: una intensa punzada en su costado lo obligó a encorvarse contra su voluntad y se supo peligrosamente vulnerable. Tal vez el hombre no fuera un oponente de fuerza sobrehumana; pero no podía fiarse de él, menos aun en esas condiciones. -Voy a necesitar que me cubras la espalda otra vez, viejo amigo- le dijo al fantasma entre dientes, para evitar que el otro humano lo escuchara.
Siguió alejándose de la escena con cautela (incapaz de escapar hábilmente), sin perder de vista los movimientos del joven; pero el malestar aumentaba y se percató de que no podría evitar el confrontamiento. Suspiró con cansancio, deteniéndose. Pensó que todo sería diferente si ya hubiera conseguido la tan ansiada fórmula de la longevidad y juventud ilimitadas. En lugar de eso, cada vez dudaba más de poder alcanzarlo; pero no podía admitir su derrota; era preferible morir intentándolo, ¿o no? Aunque aquello le recordaba la elección del mítico Aquiles entre morir y perdurar en la gloria o vivir y envejecer en la ignominia…sin embargo, él no tenía madera de héroe clásico: sus ambiciones eran de carácter mucho más práctico.
Lo examinó con frialdad, midiéndolo por si acaso trataba de atacarlo, observó la peculiar arma que empuñaba, su expresión casi tan dura como la suya. “Es cazador, pero a final de cuentas, un hombre ordinario, sus únicas armas son las que porta encima”, susurró Cathbad. Maurice no le respondió, prefería no subestimarlo. –Ahora es todo suyo, monsieur, puede terminar el trabajo- respondió en el mismo tono de hipócrita cortesía que su interlocutor había usado antes y retrocedió unos pasos, con toda la intención de marcharse.
De no encontrarse herido, habría tomado la determinación de asesinarlo, pues lo que menos necesitaba en esos momentos eran más preocupaciones, pero después de conseguir lo que buscaba su cuerpo le recordó que las heridas no eran tan superficiales como había creído: una intensa punzada en su costado lo obligó a encorvarse contra su voluntad y se supo peligrosamente vulnerable. Tal vez el hombre no fuera un oponente de fuerza sobrehumana; pero no podía fiarse de él, menos aun en esas condiciones. -Voy a necesitar que me cubras la espalda otra vez, viejo amigo- le dijo al fantasma entre dientes, para evitar que el otro humano lo escuchara.
Siguió alejándose de la escena con cautela (incapaz de escapar hábilmente), sin perder de vista los movimientos del joven; pero el malestar aumentaba y se percató de que no podría evitar el confrontamiento. Suspiró con cansancio, deteniéndose. Pensó que todo sería diferente si ya hubiera conseguido la tan ansiada fórmula de la longevidad y juventud ilimitadas. En lugar de eso, cada vez dudaba más de poder alcanzarlo; pero no podía admitir su derrota; era preferible morir intentándolo, ¿o no? Aunque aquello le recordaba la elección del mítico Aquiles entre morir y perdurar en la gloria o vivir y envejecer en la ignominia…sin embargo, él no tenía madera de héroe clásico: sus ambiciones eran de carácter mucho más práctico.
Maurice Tailleferre- Hechicero Clase Alta
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Re: Presencia inoportuna [Emil Wenkoff]
Avanzó un poco más, la estaca en su mano firmemente sostenida, un golpe certero y esa escoria dejaría de molestar, pero entonces la voz del hombre lo distrajo y se detuvo, lo observó no comprendiendo porque esa era la verdad, no entendía qué pasaba, ¿no hacía unos momentos ese vampiro se había enfrentado con él? ¿Ahora de pronto lo dejaría vivir? No preguntó nada, Emil era un hombre prudente y lo más sensato en ese momento era quedarse como espectador de cualquier cosa que viniera a continuación. Incluso retrocedió un paso cuando el misterioso sujeto se acercó al inerte vampiro y observó todo con detenimiento, frunció el ceño y comprendió a medias. Había escuchado que la sangre de vampiro alargaba la vida, sanaba heridas y algunas otras sandeces (aunque fuesen verdad, Emil se negaría toda su vida a probar algo que viniera de esos seres, su odio por ellos no sólo no venía de ningún sitio, sino que era perpetuo y encarnizado, absurdo, ciego y sin la necesidad de ser explicado), miró con cuidado sin perder ningún detalle, ¿así que para eso un hombre como él, con poderes sí, pero mortal también, quería a ese ser marcado? ¡Tonterías! La inmortalidad se ganaba granado nombres en hitos de la historia, no así. No dijo nada durante todo ese rato.
Cuando el otro hubo terminado y volvió a hablar, Emil asintió pero no se dirigió al cuerpo inerte del inmortal de inmediato, sabía que su tiempo de ventaja se había alargado por una artimaña de ese ser estigmatizado por la brujería. No quería descuidar su atención del hombre consciente por prestarla a una víctima inconsciente, pero el atisbo de herida que el brujo –ahora estaba seguro que eso era- le indicó que no tenía nada que temer, no por ahora. Sin más se arrodilló frente al vampiro y clavó la estaca como algo protocolario; no iba a dejarlo vivo, o lo fuese que tuviera, Emil no consideraba vida a eso que tenían los vampiros, pero la emoción de la batalla le había sido arrebatada. Cuando su trabajo estuvo hecho se irguió y dirigió la vista al hombre que se había alejado y de pronto detenido, enarcó una ceja y sonrió de lado.
-Esa sangre de vampiro… -se sacudió las manos una contra otra y en su pantalón -¿la quiere para algo en especial o sólo es un pasatiempo suyo recolectar sangre de inmortales? –preguntó con un dejo de sarcasmo, aunque con curiosidad real. No era tonto, sabía que su pregunta no iba a ser respondida, no del modo fácil al menos. Rio entonces, discretamente, calladamente y se acercó, sabía que no lo atacaría, lo que sí sabía es que podía ser impredecible y de hecho atacarlo, combatir magia no era su fuerte, iba a salir mal librado de eso, se estaba arriesgando demasiado y confiando de más en la ligerísima ventaja que una herida le daba-. Quizá estamos jugando con fuerzas que no entendemos –se refirió a ambos a propósito, y habló como si de hecho no comprendiera lo que hacía, estaba convencido que el tipo frente a él estaba igual o más consciente de sus actos que él. Ambos estaban muy bien enterados de lo que hacían, o esa sensación le dio a Emil.
Adoptó una posición liviana, sin tensión, aunque alerta, él siempre estaba alerta. Se atrevió a cruzarse de brazos aunque eso significaba perder valiosos segundos si es que tenía que sacar una de las armas que llevaba escondida. Aguardó con un gesto que era tranquilo, pero también urgía por una respuesta.
Cuando el otro hubo terminado y volvió a hablar, Emil asintió pero no se dirigió al cuerpo inerte del inmortal de inmediato, sabía que su tiempo de ventaja se había alargado por una artimaña de ese ser estigmatizado por la brujería. No quería descuidar su atención del hombre consciente por prestarla a una víctima inconsciente, pero el atisbo de herida que el brujo –ahora estaba seguro que eso era- le indicó que no tenía nada que temer, no por ahora. Sin más se arrodilló frente al vampiro y clavó la estaca como algo protocolario; no iba a dejarlo vivo, o lo fuese que tuviera, Emil no consideraba vida a eso que tenían los vampiros, pero la emoción de la batalla le había sido arrebatada. Cuando su trabajo estuvo hecho se irguió y dirigió la vista al hombre que se había alejado y de pronto detenido, enarcó una ceja y sonrió de lado.
-Esa sangre de vampiro… -se sacudió las manos una contra otra y en su pantalón -¿la quiere para algo en especial o sólo es un pasatiempo suyo recolectar sangre de inmortales? –preguntó con un dejo de sarcasmo, aunque con curiosidad real. No era tonto, sabía que su pregunta no iba a ser respondida, no del modo fácil al menos. Rio entonces, discretamente, calladamente y se acercó, sabía que no lo atacaría, lo que sí sabía es que podía ser impredecible y de hecho atacarlo, combatir magia no era su fuerte, iba a salir mal librado de eso, se estaba arriesgando demasiado y confiando de más en la ligerísima ventaja que una herida le daba-. Quizá estamos jugando con fuerzas que no entendemos –se refirió a ambos a propósito, y habló como si de hecho no comprendiera lo que hacía, estaba convencido que el tipo frente a él estaba igual o más consciente de sus actos que él. Ambos estaban muy bien enterados de lo que hacían, o esa sensación le dio a Emil.
Adoptó una posición liviana, sin tensión, aunque alerta, él siempre estaba alerta. Se atrevió a cruzarse de brazos aunque eso significaba perder valiosos segundos si es que tenía que sacar una de las armas que llevaba escondida. Aguardó con un gesto que era tranquilo, pero también urgía por una respuesta.
Invitado- Invitado
Re: Presencia inoportuna [Emil Wenkoff]
El eco de su risa inundó la calle al escuchar las palabras cargadas de ironía que el joven le dirigía. -¿Coleccionar? ¡Oh, vamos, Monsieur! Ni siquiera usted creería que soy tan obtuso como para arriesgar mi vida por un motivo tan banal. Sería como afirmar que usted persigue vampiros por puro deporte, ¿no cree?- lo miró con gesto inquisitivo, preguntándose silenciosamente si, en efecto, las razones del cazador serían tan vacuas… si en verdad desconocía las virtudes de la sangre “maldita” cabía la posibilidad de que se hallara frente a uno de los tantos palurdos que se dedicaban a perseguir con encono lo que eran incapaces de comprender, movidos por el miedo, por el rencor e incluso la torpe creencia de que ayudaban con algún plan divino. ¡Vaya tonterías! Él por lo menos tenía buenas justificaciones para cazar a esas "pobres" criaturas.
Los espasmos de su risa no habían ayudado con el dolor, pero pudo percibir que por el momento el hombre no parecía tener intenciones de atacarlo, tal vez movido por el asombro o la curiosidad de medir al posible adversario, pues también notó la perspicacia del extraño al no mostrarse demasiado amigable con él. Ciertamente la tensión era tan notoria que casi podía tocarse, pero daba la impresión de que estaba en sus manos romper aquella tregua. Si el muchacho tenía un poco de honor y prefería respetarlo, no iba a malgastar la oportunidad saltándole encima en esas condiciones, por más prisa que tuviera. Algo que había aprendido con los años era a actuar con prudencia, a ser paciente, a moverse con seguridad aun cuando la situación fuera adversa y, sinceramente, aquella no lo era tanto, por ello se supo capaz de esperar a que su cuerpo recuperara un poco de las fuerzas perdidas esa noche. La única gran desventaja que encontraba en todo el asunto era que el cazador decidiera tomarla en su contra, convertirlo en uno más de sus objetivos; y si llegaba a ser de esa manera, tendría que gastar energías sumamente valiosas, tanto suyas como de sus espíritus aliados. Lanzó un bufido de cansancio.
–No, Monsieur, mis fines son más elevados, por más que le cueste creerlo. No es el mero egoísmo lo que me ha traído en busca de esa preciosa sangre inmortal, pero este no es momento para exponer mis planes ante alguien un desconocido que además lleva un arsenal encima, hallándome yo tan indefenso- dijo casi burlonamente, consciente de que aquel hombre no era ningún ingenuo y no se tragaría su improvisación, aunque tampoco sabía que esperar con exactitud. –Pero dígame, si no es demasiado atrevimiento de mi parte preguntar, ¿está esperando que suceda algo o simplemente va a hacerme compañía mientras mis viejos huesos deciden que ya han descansado bastante?
Los espasmos de su risa no habían ayudado con el dolor, pero pudo percibir que por el momento el hombre no parecía tener intenciones de atacarlo, tal vez movido por el asombro o la curiosidad de medir al posible adversario, pues también notó la perspicacia del extraño al no mostrarse demasiado amigable con él. Ciertamente la tensión era tan notoria que casi podía tocarse, pero daba la impresión de que estaba en sus manos romper aquella tregua. Si el muchacho tenía un poco de honor y prefería respetarlo, no iba a malgastar la oportunidad saltándole encima en esas condiciones, por más prisa que tuviera. Algo que había aprendido con los años era a actuar con prudencia, a ser paciente, a moverse con seguridad aun cuando la situación fuera adversa y, sinceramente, aquella no lo era tanto, por ello se supo capaz de esperar a que su cuerpo recuperara un poco de las fuerzas perdidas esa noche. La única gran desventaja que encontraba en todo el asunto era que el cazador decidiera tomarla en su contra, convertirlo en uno más de sus objetivos; y si llegaba a ser de esa manera, tendría que gastar energías sumamente valiosas, tanto suyas como de sus espíritus aliados. Lanzó un bufido de cansancio.
–No, Monsieur, mis fines son más elevados, por más que le cueste creerlo. No es el mero egoísmo lo que me ha traído en busca de esa preciosa sangre inmortal, pero este no es momento para exponer mis planes ante alguien un desconocido que además lleva un arsenal encima, hallándome yo tan indefenso- dijo casi burlonamente, consciente de que aquel hombre no era ningún ingenuo y no se tragaría su improvisación, aunque tampoco sabía que esperar con exactitud. –Pero dígame, si no es demasiado atrevimiento de mi parte preguntar, ¿está esperando que suceda algo o simplemente va a hacerme compañía mientras mis viejos huesos deciden que ya han descansado bastante?
Maurice Tailleferre- Hechicero Clase Alta
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Re: Presencia inoportuna [Emil Wenkoff]
A pesar de la batalla sin armas y con a penas algunas palabras ni siquiera ofensivas que estaban trabando ambos, a Emil le gustó algo de la actitud de ese sujeto, tenía que concedérselo. Antes ya había tenido experiencias similares, con vampiros incluso, empoderados esos seres como eran, tenían una visión cínica que calzaba bien con el joven cazador, eran una lástima que eso no les alcanzara para salvar sus patéticas existencias y finalmente caer bajo la hoja de la espada del guerrero búlgaro. Sonrió ante el sonido de la risa ajena, sonrió más al escuchar la perorata de una explicación dicha a medias.
-Eso depende –su posición se mantuvo despreocupada, aunque una parte de él siempre tenía la guardia en alto, estaba entrenado para ello -¿no cree? Tan profundos pueden ser nuestros motivos, como banales, todo obedece al contexto –bajó los brazos antes cruzados y avanzó un par de pasos –yo puedo matar vampiros por la pura aventura de hacerlo, o puedo ejecutarlos porque son una plaga, usted puede recolectar sangre de estos seres por pura afición, o por motivos mucho más interesantes –se encogió de hombros –en cualquier caso… no deja de intrigarme qué mueve a alguien a guardar como un preciado tesoro algo que… -miró hacia abajo y a un lado, donde el cuerpo inerte del vampiro yacía tendido con la estaca en el pecho, lo pateó suave, sólo para moverlo –proviene de esta basura-. Su odio hacia esos seres era de no entender, ni dar razones, era algo que corría por su sangre, que resultaba ingénito a su persona; no buscaba gloria (esta llegaría si debía de hacerlo), no obedecía ninguna ley supuestamente divina, se reía de los inquisidores en su cara incluso, no tenía rencores propios ni prestados, sólo un orgullo gigante, una educación bien cimentada y una meta tan clara y tan aprendida que no hacía falta justificarla. Se podría decir que era un lance desinteresado, pero sería ingenuo y tonto pretender algo de aquella naturaleza, Emil mismo aceptaba que nada en esa vida se hacía por motivos altruistas.
Volvió a escuchar sin levantar la vista. Cualquiera diría que en aquella posición tan distraída Emil resultaba un blanco fácil, pero se equivocarían, incluso dormido, el cazador estaba siempre alerta.
-Indefenso –finalmente levantó el rostro y repitió con la misma burla con la que esa palabra había sido pronunciada originalmente, alzó ambas cejas –dudo que usted sea un ser indefenso incluso herido –fue sincero. Golpeó el piso con la punta de una de sus botas y avanzó otra vez –no, no espero que suceda nada, de ser de otro modo aprovecharía mi ligerísima –enfatizó, pues él no era de subestimar a nadie –ventaja y acabaría con su vida en este instante, dejemos de lado sus evidentes poderes –Emil no era de andar con rodeos, dejaba en claro desde ya que estaba al tanto de la magia del otro, aunque desde luego, mortal como era, desconocía el alcance de ésta; sabía que, como en cualquier raza o clase, existían brujos poderosos y otros no tanto, y no era que tuviera él mismo un poder sobrenatural, pero intuía con seguridad al grado de apostar, que ese frente a él, era de los poderosos-, lo haría por esa obsesión suya con la sangre de aquellos que he jurado matar, no puedo permitir que, aunque acabe con todos los vampiros –giró los ojos ante la improbabilidad de su argumento –queden vestigios perude que alguna vez existieron –dijo y su semblante cambió, de nuevo adoptó la posición de cazador en pose de batalla –no sólo deben ser erradicados, sino olvidados también –dijo como quien recita un verso aprendido de memoria, un credo que se cree y siente con las entrañas.
-Eso depende –su posición se mantuvo despreocupada, aunque una parte de él siempre tenía la guardia en alto, estaba entrenado para ello -¿no cree? Tan profundos pueden ser nuestros motivos, como banales, todo obedece al contexto –bajó los brazos antes cruzados y avanzó un par de pasos –yo puedo matar vampiros por la pura aventura de hacerlo, o puedo ejecutarlos porque son una plaga, usted puede recolectar sangre de estos seres por pura afición, o por motivos mucho más interesantes –se encogió de hombros –en cualquier caso… no deja de intrigarme qué mueve a alguien a guardar como un preciado tesoro algo que… -miró hacia abajo y a un lado, donde el cuerpo inerte del vampiro yacía tendido con la estaca en el pecho, lo pateó suave, sólo para moverlo –proviene de esta basura-. Su odio hacia esos seres era de no entender, ni dar razones, era algo que corría por su sangre, que resultaba ingénito a su persona; no buscaba gloria (esta llegaría si debía de hacerlo), no obedecía ninguna ley supuestamente divina, se reía de los inquisidores en su cara incluso, no tenía rencores propios ni prestados, sólo un orgullo gigante, una educación bien cimentada y una meta tan clara y tan aprendida que no hacía falta justificarla. Se podría decir que era un lance desinteresado, pero sería ingenuo y tonto pretender algo de aquella naturaleza, Emil mismo aceptaba que nada en esa vida se hacía por motivos altruistas.
Volvió a escuchar sin levantar la vista. Cualquiera diría que en aquella posición tan distraída Emil resultaba un blanco fácil, pero se equivocarían, incluso dormido, el cazador estaba siempre alerta.
-Indefenso –finalmente levantó el rostro y repitió con la misma burla con la que esa palabra había sido pronunciada originalmente, alzó ambas cejas –dudo que usted sea un ser indefenso incluso herido –fue sincero. Golpeó el piso con la punta de una de sus botas y avanzó otra vez –no, no espero que suceda nada, de ser de otro modo aprovecharía mi ligerísima –enfatizó, pues él no era de subestimar a nadie –ventaja y acabaría con su vida en este instante, dejemos de lado sus evidentes poderes –Emil no era de andar con rodeos, dejaba en claro desde ya que estaba al tanto de la magia del otro, aunque desde luego, mortal como era, desconocía el alcance de ésta; sabía que, como en cualquier raza o clase, existían brujos poderosos y otros no tanto, y no era que tuviera él mismo un poder sobrenatural, pero intuía con seguridad al grado de apostar, que ese frente a él, era de los poderosos-, lo haría por esa obsesión suya con la sangre de aquellos que he jurado matar, no puedo permitir que, aunque acabe con todos los vampiros –giró los ojos ante la improbabilidad de su argumento –queden vestigios perude que alguna vez existieron –dijo y su semblante cambió, de nuevo adoptó la posición de cazador en pose de batalla –no sólo deben ser erradicados, sino olvidados también –dijo como quien recita un verso aprendido de memoria, un credo que se cree y siente con las entrañas.
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