AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una vuelta por el parque {LIBRE}
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Una vuelta por el parque {LIBRE}
Las hojas de otoño invadían las calles parisinas, logrando que las aceras tuvieran unas hermosísimas alfombras cuyos colores variaban, desde el amarrillo hasta el naranja e incluso rojos intensos. Las calles estaban repletas de personas que caminaban de un lado a otro. Se podían apreciar las diferencias en las clases sociales, debido a las ropas. Mujeres con vestidos elaborados, que hacían entender a todo el que las viera, que ellas eran acaudaladas. Otras jóvenes lucían vestidos bonitos, pero no tan elaborados como los de las primeras, esas eran provenientes de la clase media. Katerina arreglo su cabello, mientras mordía sus labios. Su madre le había enseñado a distinguir las distintas clases sociales de Paris, ya que desde hacía mucho que ella no había regresado a dicha ciudad.
Bajo la vista al ver dos niños mendigando. Realmente le molestaba el ver como el resto de las personas le pasaban por el lado, sin ni siquiera observarlos, como si ellos no existieran. Buscando en su bolsa, encontró el pequeño monedero que le había regalado su padre, donde este le había depositado las suficientes monedas como para adquirir tres o cuatro vestidos nuevos. Tomando dos entre sus dedos, la jovencita caminó hasta los dos niños, cuyas ropas estaban sucias. Depositó en sus pequeñas manos las dos monedas, antes de dedicarles una cálida sonrisa y comenzar a caminar.
Esta era la primera vez, desde que había llegado, en la cual había salido de su casa sin ser acompañada por su madre. Claro, su acompañante era una de las jóvenes sirvientas que su padre había contratado en cuanto llegó a Paris. La joven empleada debía tener más o menos su edad. Desde hacía mucho que deseaba caminar a “solas” por Paris.
Mientras caminaba, no pudo dejar de escuchar los cotilleos acerca de los nobles. Por lo visto en Paris ocurrían cosas bastante… extrañas.
En su recorrido, visitó un taller de costura, donde mandó a preparar dos vestidos para ocasiones especiales. Habían tardado bastante, debido a que bastantes mujeres estaban mandando a hacer también vestidos. Al culminar, Katerina decidió dar un paseo por el parque.
Lo único que podía recordar de su primer viaje a Paris era la ocasión donde su fallecido hermano Stephan la había llevado a dar una vuelta por el parque. Había sido una mañana muy divertida, ella tenía sólo siete años y su hermano ya era un joven adulto, pero aun así se había comportado como un niño con ella, cabalgándola sobre sus espaldas. Sabían muy bien que las personas los observaban alarmadas y otras cotilleaban a sus espaldas. ¿Qué clase de joven Conde puede comenzar a jugar con su hermana en medio de un parque? A ninguno de los dos les importo mucho.
Katerina sonrió ante el recuerdo de su hermano. A pesar de haber pasado casi cinco años de su muerte, ella aun lo extrañaba mucho. Ellos no sólo eran hermanos, sino mejores amigos y cómplices.
—Adele, tomaré un descanso en una de las bancas. Puedes ir a ver a tu amigo.— La joven Katerina había visto como un chico le hacía señas a su empleada, como si deseara decirle algo. La joven Vodianova ocultó tras su abanico la sonrisa que había surgido en su rostro, al ver como su empleada asentía y casi corría hasta donde estaba el joven esperándola.
Tomando una hoja entre sus manos, Katerina se sentó en una banca, recostando su espalda en el espaldar de esta. Los rayos del sol eran tenues, y ella estaba casi segura de que pronto nevaría, y esa sería su primera nevada en Paris. Ahogando un suspiro, la chica se dedicó a girar entre sus dedos la hoja de otoño, cuyo color era naranja. A pesar de que una parte de ella quería voltearse para ver que ocurría entre su criada y el joven, desistió de la idea, dejando a los jóvenes en paz, mientras una ola de aburrimiento la invadía.
Bajo la vista al ver dos niños mendigando. Realmente le molestaba el ver como el resto de las personas le pasaban por el lado, sin ni siquiera observarlos, como si ellos no existieran. Buscando en su bolsa, encontró el pequeño monedero que le había regalado su padre, donde este le había depositado las suficientes monedas como para adquirir tres o cuatro vestidos nuevos. Tomando dos entre sus dedos, la jovencita caminó hasta los dos niños, cuyas ropas estaban sucias. Depositó en sus pequeñas manos las dos monedas, antes de dedicarles una cálida sonrisa y comenzar a caminar.
Esta era la primera vez, desde que había llegado, en la cual había salido de su casa sin ser acompañada por su madre. Claro, su acompañante era una de las jóvenes sirvientas que su padre había contratado en cuanto llegó a Paris. La joven empleada debía tener más o menos su edad. Desde hacía mucho que deseaba caminar a “solas” por Paris.
Mientras caminaba, no pudo dejar de escuchar los cotilleos acerca de los nobles. Por lo visto en Paris ocurrían cosas bastante… extrañas.
En su recorrido, visitó un taller de costura, donde mandó a preparar dos vestidos para ocasiones especiales. Habían tardado bastante, debido a que bastantes mujeres estaban mandando a hacer también vestidos. Al culminar, Katerina decidió dar un paseo por el parque.
Lo único que podía recordar de su primer viaje a Paris era la ocasión donde su fallecido hermano Stephan la había llevado a dar una vuelta por el parque. Había sido una mañana muy divertida, ella tenía sólo siete años y su hermano ya era un joven adulto, pero aun así se había comportado como un niño con ella, cabalgándola sobre sus espaldas. Sabían muy bien que las personas los observaban alarmadas y otras cotilleaban a sus espaldas. ¿Qué clase de joven Conde puede comenzar a jugar con su hermana en medio de un parque? A ninguno de los dos les importo mucho.
Katerina sonrió ante el recuerdo de su hermano. A pesar de haber pasado casi cinco años de su muerte, ella aun lo extrañaba mucho. Ellos no sólo eran hermanos, sino mejores amigos y cómplices.
—Adele, tomaré un descanso en una de las bancas. Puedes ir a ver a tu amigo.— La joven Katerina había visto como un chico le hacía señas a su empleada, como si deseara decirle algo. La joven Vodianova ocultó tras su abanico la sonrisa que había surgido en su rostro, al ver como su empleada asentía y casi corría hasta donde estaba el joven esperándola.
Tomando una hoja entre sus manos, Katerina se sentó en una banca, recostando su espalda en el espaldar de esta. Los rayos del sol eran tenues, y ella estaba casi segura de que pronto nevaría, y esa sería su primera nevada en Paris. Ahogando un suspiro, la chica se dedicó a girar entre sus dedos la hoja de otoño, cuyo color era naranja. A pesar de que una parte de ella quería voltearse para ver que ocurría entre su criada y el joven, desistió de la idea, dejando a los jóvenes en paz, mientras una ola de aburrimiento la invadía.
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Katerina Vodianova- Humano Clase Alta
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Re: Una vuelta por el parque {LIBRE}
Los días empezaban a tener aquella luz de invierno que cae de una forma más suave, casi acariciando las cosas; y al mismo tiempo tiene un color dorado igual que el color de las hojas que cayendo una a una, se acumulan en mullidas alfombras de naturaleza muerta. En el ambiente podía sentirse que la temperatura había descendido lo suficiente para que se formara nieve en vez de lluvia. Desde la mañana Darcy lo percibió. Así que al salir a caminar se puso un abrigo largo sobre la chaqueta. Era azul oscuro, aunque se veía un tanto más claro con la luz del día. Milo se había ido a arreglar unos asuntos con un grupo de la hermandad al que estaba supervisando en entrenamiento. Darcy se mantenía al margen de tales asuntos. Le bastaba con ir tres veces por semana con su entrenador personal, y había sido casi a fuerza. Él sabía combatir con armas pero la lucha cuerpo a cuerpo no era lo suyo, le parecía denigrante...
Darcy había comenzado dando un paseo por las orillas del bosque, y poco a poco conforme las horas pasaron y el sol fue haciendo su largo recorrido por el cielo se fue adentrando en la ciudad Parisina, a pesar de que intentaba mantenerse lejos de ella. Se hallaba más cómodo en la soledad que ofrecían los árboles bajo su sombra. Descansaba del trato con las personas que a veces lo saturaba. Además su ánimo de los últimos días no hacía más que empeorar. volverse más frío... Pronto, no tardarían en aparecer en su casa los Justicieros reales. Cada hoja que caía lo aproximaba más a su encierro. Prefería entonces pasar el mayor tiempo posible lejos de casa, cuando no se le necesitaba para supervisar alguna tarea o firmar un documento. Era su manera de hacer que fuera más a meno.
Terminó en el único lugar en París donde abundaban los árboles, también. Inconscientemente había buscado un lugar solitario aún en medio del ajetreo citadino. Allí observo sin mucho interés pasear a los caballeros y damas, a los niños, a los pobres mendigos que no perdían ocasión en acercarse a alguien de buena posición para obtener un par de monedas. Precisamente uno de ellos le pedía en aquél momento una limosna a una anciana. Darcy no le dio mucha importancia, siempre había sido así... Entonces de pronto una joven elegantemente ataviada se acercó al pobre hombre y le ofreció ella misma unas monedas. Darcy entornó la mirada, eso no se veía a menudo. La estuvo observando a distancia. Tenía el cabello negro como la noche y unos ojos muy expresivos, grises como perpetuo invierno, pero con una calidez que le confería mucha dulzura a su gesto. Ella se sentó en una banca, parecía que sólo estaba de paseo, sin nada que hacer prontamente. Le recordaba a alguien... Ah sí, ese rostro, ahora venía a su mente. La Condesa de los Países Bajos, Katerine Vodianova. ¿Se acordaría ella de él? ¿Lo reconocería? Ella había dejado la corte e medio del escándalo....
Se acercó a ella sin ninguna prisa, con curiosidad. El viento jugaba con su abrigo haciendo volar la parte inferior de éste y levantando un poco el cuello del mismo, revolviendo sus cabellos.
-Mucho tiempo sin verle Condesa- hizo una inclinación de cabeza a modo de saludo -¿Qué hace por aquí en una tarde como esta? Tengo entendido que siempre hay algo interesante que hacer, en Versalles- le dedicó media sonrisa. De reojo pudo ver a las que seguramente serían sus damas de compañía, intercambiando un cuchicheo. No les prestó mucha atención, estaba acostumbrado a lidiar con compañía cuando se trata de estar con una dama.
Darcy había comenzado dando un paseo por las orillas del bosque, y poco a poco conforme las horas pasaron y el sol fue haciendo su largo recorrido por el cielo se fue adentrando en la ciudad Parisina, a pesar de que intentaba mantenerse lejos de ella. Se hallaba más cómodo en la soledad que ofrecían los árboles bajo su sombra. Descansaba del trato con las personas que a veces lo saturaba. Además su ánimo de los últimos días no hacía más que empeorar. volverse más frío... Pronto, no tardarían en aparecer en su casa los Justicieros reales. Cada hoja que caía lo aproximaba más a su encierro. Prefería entonces pasar el mayor tiempo posible lejos de casa, cuando no se le necesitaba para supervisar alguna tarea o firmar un documento. Era su manera de hacer que fuera más a meno.
Terminó en el único lugar en París donde abundaban los árboles, también. Inconscientemente había buscado un lugar solitario aún en medio del ajetreo citadino. Allí observo sin mucho interés pasear a los caballeros y damas, a los niños, a los pobres mendigos que no perdían ocasión en acercarse a alguien de buena posición para obtener un par de monedas. Precisamente uno de ellos le pedía en aquél momento una limosna a una anciana. Darcy no le dio mucha importancia, siempre había sido así... Entonces de pronto una joven elegantemente ataviada se acercó al pobre hombre y le ofreció ella misma unas monedas. Darcy entornó la mirada, eso no se veía a menudo. La estuvo observando a distancia. Tenía el cabello negro como la noche y unos ojos muy expresivos, grises como perpetuo invierno, pero con una calidez que le confería mucha dulzura a su gesto. Ella se sentó en una banca, parecía que sólo estaba de paseo, sin nada que hacer prontamente. Le recordaba a alguien... Ah sí, ese rostro, ahora venía a su mente. La Condesa de los Países Bajos, Katerine Vodianova. ¿Se acordaría ella de él? ¿Lo reconocería? Ella había dejado la corte e medio del escándalo....
Se acercó a ella sin ninguna prisa, con curiosidad. El viento jugaba con su abrigo haciendo volar la parte inferior de éste y levantando un poco el cuello del mismo, revolviendo sus cabellos.
-Mucho tiempo sin verle Condesa- hizo una inclinación de cabeza a modo de saludo -¿Qué hace por aquí en una tarde como esta? Tengo entendido que siempre hay algo interesante que hacer, en Versalles- le dedicó media sonrisa. De reojo pudo ver a las que seguramente serían sus damas de compañía, intercambiando un cuchicheo. No les prestó mucha atención, estaba acostumbrado a lidiar con compañía cuando se trata de estar con una dama.
Henry Birdwhistle- Hechicero/Realeza
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Re: Una vuelta por el parque {LIBRE}
Katerina había colocado su mirada sobre la banca de al frente, la que estaba siendo ocupada por dos jóvenes cortesanas. En Ámsterdam, rara vez se encontró con cortesanas en las calles, quizás porque su país era un poco más prudente y Paris… pues Paris era Paris. Las calles siempre estaban alborotadas de mujeres y hombres, de mendigos y niños. Según su padre, las noches eran extremadamente alborotadas y por ello, una señorita como ella no debía salir luego de que oscureciera.
Aun observando las cortesanas, cuyas ropas estaban cubiertas por joyas, las que Katerina tenía la ligera sospecha de que no debían ser verdaderas, una fuerte voz la hizo girarse. Frente a ella había un apuesto joven, quizás un par de años mayor que ella. Vestía un abrigo azul, el que la joven Vodianova no estaba segura si era azul claro u oscuro, debido a que los rayos del sol lo hacían ver en ocasiones claro, y en otras opaco.
A pesar de que ella había ido a Francia cuando tenía ocho años, y en ese mismo año se había regresado con su familia a Ámsterdam, eso no significaba que ella no conociera quienes eran los nobles de Europa. Su madre había pasado horas y horas mostrándole pinturas de cada uno de los nobles, y por supuesto, le había mostrado la pintura del otro joven Conde de Los Países Bajos.
La joven Katerina realizo una inclinación de rostro, en forma de respeto. Luego de hacerla, sus labios dibujaron una sonrisa, para luego asentir.
—Es un placer el volver a verle, Conde Darcy. Hace mucho tiempo que mi familia ni yo lo habíamos visto. Pero he de suponer que por lo visto, usted se encuentra muy bien.— replicó con una sonrisa cálida.
Antes de regresar a Ámsterdam, habían ocurrido una serie de situaciones en Francia, referente a los padres del Conde Darcy. Katerina no recordaba lo sucedido, debido a que aun era pequeña y lo que ocurría en la realeza no era precisamente lo que más le interesaba. Pero su padre le había comentado a su hermano Stephan, en medio de una cena, hacia muchísimos años atrás, los problemas que habían ocurrido, pero que en esos momentos la joven Vodianova no comprendía por su corta edad y que ahora no recordaba.
—Prefiero caminar por el parque y observar cómo ha cambiado Paris, desde hace un par de años. Además, tenía que visitar el taller de costura, Conde Darcy— indicó la chica, aun con la sonrisa en su rostro, mientras que sus manos jugaban con las costuras de su vestido color verde claro. Su madre detestaba ese color, por eso había elegido utilizar ese vestido hoy, porque su madre no tendría que criticarlo.
—Ahh, Versalles. Me creerá ignorante y descortés, pero aun no he tenido la oportunidad de visitar el Palacio Real. admitió Katerina, con un ligero sonrojo en sus mejillas, debido al bochorno de admitir que aun no visitaba a los Reyes.
Con el rabillo del ojo observó a su empleada, la que estaba más pendiente de los asuntos de ella, que los suyos propios. Incluso el joven muchacho con el que estaba hablando parecía irritando ante la forma en que Adele lo estaba ignorando, con tal de ver que sucedía.
Aun observando las cortesanas, cuyas ropas estaban cubiertas por joyas, las que Katerina tenía la ligera sospecha de que no debían ser verdaderas, una fuerte voz la hizo girarse. Frente a ella había un apuesto joven, quizás un par de años mayor que ella. Vestía un abrigo azul, el que la joven Vodianova no estaba segura si era azul claro u oscuro, debido a que los rayos del sol lo hacían ver en ocasiones claro, y en otras opaco.
A pesar de que ella había ido a Francia cuando tenía ocho años, y en ese mismo año se había regresado con su familia a Ámsterdam, eso no significaba que ella no conociera quienes eran los nobles de Europa. Su madre había pasado horas y horas mostrándole pinturas de cada uno de los nobles, y por supuesto, le había mostrado la pintura del otro joven Conde de Los Países Bajos.
La joven Katerina realizo una inclinación de rostro, en forma de respeto. Luego de hacerla, sus labios dibujaron una sonrisa, para luego asentir.
—Es un placer el volver a verle, Conde Darcy. Hace mucho tiempo que mi familia ni yo lo habíamos visto. Pero he de suponer que por lo visto, usted se encuentra muy bien.— replicó con una sonrisa cálida.
Antes de regresar a Ámsterdam, habían ocurrido una serie de situaciones en Francia, referente a los padres del Conde Darcy. Katerina no recordaba lo sucedido, debido a que aun era pequeña y lo que ocurría en la realeza no era precisamente lo que más le interesaba. Pero su padre le había comentado a su hermano Stephan, en medio de una cena, hacia muchísimos años atrás, los problemas que habían ocurrido, pero que en esos momentos la joven Vodianova no comprendía por su corta edad y que ahora no recordaba.
—Prefiero caminar por el parque y observar cómo ha cambiado Paris, desde hace un par de años. Además, tenía que visitar el taller de costura, Conde Darcy— indicó la chica, aun con la sonrisa en su rostro, mientras que sus manos jugaban con las costuras de su vestido color verde claro. Su madre detestaba ese color, por eso había elegido utilizar ese vestido hoy, porque su madre no tendría que criticarlo.
—Ahh, Versalles. Me creerá ignorante y descortés, pero aun no he tenido la oportunidad de visitar el Palacio Real. admitió Katerina, con un ligero sonrojo en sus mejillas, debido al bochorno de admitir que aun no visitaba a los Reyes.
Con el rabillo del ojo observó a su empleada, la que estaba más pendiente de los asuntos de ella, que los suyos propios. Incluso el joven muchacho con el que estaba hablando parecía irritando ante la forma en que Adele lo estaba ignorando, con tal de ver que sucedía.
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Katerina Vodianova- Humano Clase Alta
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Re: Una vuelta por el parque {LIBRE}
Si no hubiese sido porque Darcy había estado los últimos tres años y medio con un ojo fijo en París, en la corte, en cada uno de los movimientos que se suscitaban allí, difícilmente hubiese podido reconocer a la joven acomodada en aquella banca de manera tan natural. Aquella niña que paso relativamente poco tiempo en Versalles. Él tenía doce años cuando su familia se marchó. Sabía que no hacía mucho que habían vuelto a Francia por cuestiones de negocios. El lobo tenía muy bien estudiada a la corte.
Observó lo colores en los ojos de Katerina cuando respondió el saludo. Parecían jugar con las estaciones que en ese momento se peleaban por el dominio sobre los árboles, las hierbas y la ciudad entera: el otoño y el invierno. Porque ahora que estaba más cerca podía ver que en realidad tenían un color verde azulado, pero la intensa luz los tornaba grises.
-Los negocios marchan bien- repuso frunciendo un poco el ceño. Sí ella pensaba eso, quería decir que era un buen actor. -Hace poco que volví a París... y precisamente ha sido por negocios que tengo pendientes. Usted se ve hermosa, Condesa, si me permite decirlo.- Afirmó sosteniendo la sonrisa. Le sorprendió un poco el saludo cálido y sin recelo que recibió de parte de Katerina. Una de las razones por las que se mantenía a distancia de los nobles franceses era que no habían olvidado los acontecimientos de hacía cuatro años y medio. A pesar de los esfuerzos hechos en un principio por el Conde de Montecristo, de demostrar regresar a París con humildad, sin ambiciones y libre de remordimientos, no había resultado. Cuando uno de los suyos, un traidor, había hablado demás todo el anonimato ganado con dicho esfuerzo, se perdió. Toda Francia sabía la verdad a medias de sus intenciones. Por su causa Darcy debería dejarse encarcelar y enjuiciar sin levantar un dedo... Sus pensamientos no dejaban de darle vueltas al asunto. Le costaba descansar apropiadamente, tenía pesadillas y se le había ido el apetito. Por eso prefería cabalgar o caminar sin rumbo e intentar alejarse de la situación lo más posible.
Las manos con piel color caramelo claro de Katerina se distraían con las costuras del vestido verde esmeralda con el que estaba ataviada. Ese movimiento disipo sus borrascosos pensamientos. Amplió un poco la sonrisa y se fijó en los árboles circundantes. Pretendió ignorar las miradas fijas sobre ellos de las damas de compañía. -Todo igual pero diferente... - Entre las personas que estaban aquél día en el parque reconoció a una de las cortesanas que estaba detrás suyo. Fue su perfume el que flotó hasta donde se encontraban, su olfato identificó el aroma como conocido. Hizo caso omiso de ello. ¿Katerina había dicho que fue al taller de costura? -Debió estar realmente aburrida en casa si decidió ir usted misma a que le hicieran nuevos vestidos- se rió por lo bajo entretenido por la idea-O su modista habitual quizá enfermó y no pudo acudir a su casa, Condesa- especuló con una broma. Los nobles de esa posición aguardaban cómodamente en su hogar a la espera del sastre o modista, no era a la inversa. -No la considero ninguna de las dos, más bien me extraña. Es una de las primeras cosas que hacen casi al llegar, los otros nobles. Versalles siempre a sido causa de admiración.- Darcy hizo una mueca apenas perceptible. -¿Puedo sentarme y acompañarle un momento?-
Observó lo colores en los ojos de Katerina cuando respondió el saludo. Parecían jugar con las estaciones que en ese momento se peleaban por el dominio sobre los árboles, las hierbas y la ciudad entera: el otoño y el invierno. Porque ahora que estaba más cerca podía ver que en realidad tenían un color verde azulado, pero la intensa luz los tornaba grises.
-Los negocios marchan bien- repuso frunciendo un poco el ceño. Sí ella pensaba eso, quería decir que era un buen actor. -Hace poco que volví a París... y precisamente ha sido por negocios que tengo pendientes. Usted se ve hermosa, Condesa, si me permite decirlo.- Afirmó sosteniendo la sonrisa. Le sorprendió un poco el saludo cálido y sin recelo que recibió de parte de Katerina. Una de las razones por las que se mantenía a distancia de los nobles franceses era que no habían olvidado los acontecimientos de hacía cuatro años y medio. A pesar de los esfuerzos hechos en un principio por el Conde de Montecristo, de demostrar regresar a París con humildad, sin ambiciones y libre de remordimientos, no había resultado. Cuando uno de los suyos, un traidor, había hablado demás todo el anonimato ganado con dicho esfuerzo, se perdió. Toda Francia sabía la verdad a medias de sus intenciones. Por su causa Darcy debería dejarse encarcelar y enjuiciar sin levantar un dedo... Sus pensamientos no dejaban de darle vueltas al asunto. Le costaba descansar apropiadamente, tenía pesadillas y se le había ido el apetito. Por eso prefería cabalgar o caminar sin rumbo e intentar alejarse de la situación lo más posible.
Las manos con piel color caramelo claro de Katerina se distraían con las costuras del vestido verde esmeralda con el que estaba ataviada. Ese movimiento disipo sus borrascosos pensamientos. Amplió un poco la sonrisa y se fijó en los árboles circundantes. Pretendió ignorar las miradas fijas sobre ellos de las damas de compañía. -Todo igual pero diferente... - Entre las personas que estaban aquél día en el parque reconoció a una de las cortesanas que estaba detrás suyo. Fue su perfume el que flotó hasta donde se encontraban, su olfato identificó el aroma como conocido. Hizo caso omiso de ello. ¿Katerina había dicho que fue al taller de costura? -Debió estar realmente aburrida en casa si decidió ir usted misma a que le hicieran nuevos vestidos- se rió por lo bajo entretenido por la idea-O su modista habitual quizá enfermó y no pudo acudir a su casa, Condesa- especuló con una broma. Los nobles de esa posición aguardaban cómodamente en su hogar a la espera del sastre o modista, no era a la inversa. -No la considero ninguna de las dos, más bien me extraña. Es una de las primeras cosas que hacen casi al llegar, los otros nobles. Versalles siempre a sido causa de admiración.- Darcy hizo una mueca apenas perceptible. -¿Puedo sentarme y acompañarle un momento?-
Henry Birdwhistle- Hechicero/Realeza
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Re: Una vuelta por el parque {LIBRE}
Una leve brisa revolcó los cabellos de Katerina, teniendo que esta subir sus manos para impedirlo. Con el rabillo del ojo observo cómo dos de las cuatro jóvenes cortesanas observaban hacia el lugar donde se encontraba ella. Siendo tan ingenua, la chica simplemente las paso por alto, concentrando su atención en el joven conde.
La joven Vodianova supuso que su hermano Stephan debió haber conocido al Conde, aunque definitivamente su hermano debió ser mucho mayor, porque si Stephan hubiera estado vivo en esos momentos, ya tendría más de treinta años. Ella realmente no recordaba ni siquiera a los príncipes, y su madre le había dicho que cuando era pequeña, ella había ido en más de una ocasión a Versalles, pero sinceramente no lo recordaba.
Me alegra que sus negocios marchen muy bien, Conde Darcy. repuso con una sonrisa sincera, sin percatarse de cómo el Conde había fruncido el ceño. Katerina siempre había pecado de ingenua e inocente, por eso nunca había podido diferenciar a una persona que mentía y una que decía la verdad. Mis padres también regresaron por negocios, pero creo que usted ya debe saberlo. indicó.
Las mejillas de la joven se ruborizaron ante el elogio del conde. G-Gracias, Conde Darcy balbuceó, bajando su vista hasta colocarla sobre su vestido. Rara vez Katerina se involucraba en una conversación con un caballero, por eso no estaba acostumbrada a que la elogiara sin que un flujo de sangre se concentrara en sus mejillas.
Sonrió ante el comentario del joven conde. Oh no, la modista de mi madre está muy bien rió, subiendo nuevamente la vista. Es sólo que prefiero ir a los talleres, para ver a las modistas trabajar, además tengo la oportunidad de salir de mi casa y ser yo misma la que escoja los vestidos que quiero lucir, y no mi señora madre. Y el caminar hasta allí, no es nada que vaya a provocar mi muerte. rió nuevamente. Katerina sabía muy bien que las jóvenes de su edad preferían que los modistas fueran a sus casas, pero ella prefería hacerlo ella misma, la hacía sentir útil el al menos caminar hasta el taller.
Le he de confesar que yo no me encuentro tan “encantada” con la idea de ir a Versalles. comentó, observando hacia el otro lado, viendo como una pareja caminaba hacia una banca. No me tome a mal, no es que lo diga como una falta de respeto, es simplemente que no me agrada involucrarme en cuestiones de la “sociedad alta” repuso, volviendo su vista hacia el joven conde. Por supuesto que puede sentarse y acompañarme, Conde Darcy. Sería un honor platicar con usted respondió cortésmente a la pregunta del conde.
La joven Vodianova supuso que su hermano Stephan debió haber conocido al Conde, aunque definitivamente su hermano debió ser mucho mayor, porque si Stephan hubiera estado vivo en esos momentos, ya tendría más de treinta años. Ella realmente no recordaba ni siquiera a los príncipes, y su madre le había dicho que cuando era pequeña, ella había ido en más de una ocasión a Versalles, pero sinceramente no lo recordaba.
Me alegra que sus negocios marchen muy bien, Conde Darcy. repuso con una sonrisa sincera, sin percatarse de cómo el Conde había fruncido el ceño. Katerina siempre había pecado de ingenua e inocente, por eso nunca había podido diferenciar a una persona que mentía y una que decía la verdad. Mis padres también regresaron por negocios, pero creo que usted ya debe saberlo. indicó.
Las mejillas de la joven se ruborizaron ante el elogio del conde. G-Gracias, Conde Darcy balbuceó, bajando su vista hasta colocarla sobre su vestido. Rara vez Katerina se involucraba en una conversación con un caballero, por eso no estaba acostumbrada a que la elogiara sin que un flujo de sangre se concentrara en sus mejillas.
Sonrió ante el comentario del joven conde. Oh no, la modista de mi madre está muy bien rió, subiendo nuevamente la vista. Es sólo que prefiero ir a los talleres, para ver a las modistas trabajar, además tengo la oportunidad de salir de mi casa y ser yo misma la que escoja los vestidos que quiero lucir, y no mi señora madre. Y el caminar hasta allí, no es nada que vaya a provocar mi muerte. rió nuevamente. Katerina sabía muy bien que las jóvenes de su edad preferían que los modistas fueran a sus casas, pero ella prefería hacerlo ella misma, la hacía sentir útil el al menos caminar hasta el taller.
Le he de confesar que yo no me encuentro tan “encantada” con la idea de ir a Versalles. comentó, observando hacia el otro lado, viendo como una pareja caminaba hacia una banca. No me tome a mal, no es que lo diga como una falta de respeto, es simplemente que no me agrada involucrarme en cuestiones de la “sociedad alta” repuso, volviendo su vista hacia el joven conde. Por supuesto que puede sentarse y acompañarme, Conde Darcy. Sería un honor platicar con usted respondió cortésmente a la pregunta del conde.
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Katerina Vodianova- Humano Clase Alta
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