Victorian Vampires
Ficha de Marie Anne Boucher 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Marie Anne Boucher Vie Nov 25, 2011 11:22 am

-Nombre del Personaje: Marie Anne Boucher

-Edad: 22 años

-Especie: Humana Bruja

-Clase Social: Alta

-Orientación Sexual: Bisexual.

-Lugar de Origen: Edimburgo, Escocia.

-Habilidad/Poder:
- Posesión: Poder que da la capacidad al mortal de introducir su alma en el cuerpo de un inmortal y tratar cara a cara con su esencia interior.

-Nigromancia o Necromancia: Habilidad que consiste en la adivinación mediante la consulta a los muertos y sus espíritus o cadáveres. Uso de los muertos a su favor.

-Encandilamiento: Esta habilidad hace que cualquier persona se sienta atraída ya sea físicamente o de cualquier otra manera a la persona poseedora del poder.




Descripción física

Marie Anne es una mujer muy bella. Tiene el cabello oscuro, espeso, largo, sedoso y ondulado, heredado de la familia Boucher. Tiene rasgos muy delicados, típicos de una dama de su clase. Su tez es clara y suave y siempre va maquillada. Los ojos, grandes y redondeados de un azul intenso, los heredó de su madre. Tiene una mirada profunda y serena, pestañas curvas y densas, enmarcadas por un par de cejas perfectamente delineadas. Tiene una nariz pequeña, y sus labios son gruesos y bien definidos. Su cuello es largo y sensual, muchas veces adornado con joyas y piedras preciosas. Es esbelta, alta, como de 1.74 metros. Delgada, pero no excesivamente. Tiene un cuerpo muy femenino, curvas muy pronunciadas y pechos grandes. Le gusta llevar ropas que marquen sus atributos. Sus manos son pequeñas y delicadas, su piel tersa y perfecta.

Descripción psicológica

Se describiría a sí misma como una mujer que se adapta fácilmente a cualquier situación. Puede ser tímida y callada cuando la situación lo amerita, o alegre y divertida, lo suficientemente extrovertida para caerle bien a todo el mundo. Marie es una joven de buena familia, educada y culta. Es sincera y valiente. Disfruta mucho de la compañía de buenos amigos, pero se muestra algo distante con los extraños. Es cariñosa y cuando ama lo hace apasionadamente, se entrega por completo. Puede ser rencorosa y no olvida con facilidad aquellas cosas que le hieren. Pero es fuerte y no suele sentirse traste. Es una mujer que transmite confianza, y los que la conocen saben que se le pueden confiar los más preciados secretos. Sin embargo hay algo oscuro en ella, aunque pocos son los que pueden percibirlo, porque la joven se muestra siempre encantadora.


Historia


-Au revoir ma cherie.

Me beso la frente y se marchó. Me quede mirándola hasta que se perdió entre las sombras de un callejón en ese horrible barrio francés donde los hombres solían ir en busca de mujeres y alcohol. Yo los odiaba, aunque en parte, luego de muchos años, esa era la única vida que conocía... Y lo lamentaba tanto... Mi amada Angelique.
Pero mi historia no comienza así. No, en realidad algún día fui la antítesis de la mujer que soy hoy. Yo no nací en Francia. Mi padre, Jean Boucher, era un rico terrateniente. Mi madre era Inglesa, una esbelta mujer llamada Caroline Crane que algún día había deseado ser bailarina, pero su padre había insistido en que una mujer de clase como ella no debía estar involucrada en esas cosas. Así que la mandaron a un colegio donde las monjas le enseñaron a ser una mujer servicial, un ama de casa, una eficiente madre y esposa. A los dieciséis años se caso con él. No lo amaba, lo sé. Mi padre tenía treinta años en ese entonces, y ella era su segundo matrimonio. Su anterior esposa le había dado dos hijas, Pauline y Marie Claudette. Pero el quería un varón, así que luego de muchos intentos y varios abortos espontáneos, el maldijo su vientre infértil y la dejo, así como a aquellas niñas, que no volvieron a saber de él.
Viajo a Londres en 1760, y allí conoció a la familia Crane. Mi abuelo, Frank Crane era un reconocido cirujano, famoso en toda Europa, conocido tanto como por su talento médico como por sus riquezas y por todas las tierras que poseía. Era verano, y aquella noche festejaban el cumpleaños de John, el hermano mayor de mi madre. Mi padre estaba en la casa, había viajado para hacer negocios con el rico Lord Crane. Luego de horas discutiendo las mejores opciones sobre la compra de varias haciendas en muchos puntos de España e Italia, el señor le invitó a pasar la noche en la casa y a disfrutar de la alegre velada.
Era una noche esplendida. Mi padre salió al inmenso jardín, oliendo el aroma de cientos de flores, sin poder distinguir de cuales flores se trataba. La brisa soplaba y el cielo estaba despejado. No muy lejos de allí había un gran grupo de invitados, ricamente ataviados, bebiendo y riendo debajo de las lámparas de colores. Niños de todas las edades corrían entre las fuentes y los arboles, empujándose y riendo alegremente. Pero él no sabía el verdadero motivo de su visita, ni lo sabría, sino muchos años mas tarde, tras mi nacimiento. Podía sentir que había algo extraño en la familia Crane, pero no comprendía qué, o quizá aquella noche eso poco importaba, porque había visto a una bella dama, y ahora solo podía pensar en ella. La chica era rubia, su cabello perfectamente liso y peinado le llegaba justo a la cintura. Una cintura exquisitamente marcada bajo un vestido color crema que cubría sus perfectas curvas. ¿Cuántos años tendría?, ¿Diecinueve?, ¿acaso veinte? La chica lo miró. Por un momento se preguntó si estaría pensando en voz alta. Su cara era la de una niña, la de un ángel. Ella se esforzó por sonreír, pero había un tinte de tristeza en aquellos enormes ojos azules. Mi padre se acerco y pudo percibir el aroma de su perfume, diferenciándolo de todos los otros aromas que atestaban el ambiente. Fue como un encantamiento, pero a partir de ese momento no pudo hacer otra cosa que pensar el ella, al punto de la obsesión. Mi madre supo en el momento que lo vio, que él sería el primer y único hombre que la tocaría, y que la arrancaría de su tierra y la llevaría lejos de su amada Inglaterra. Había llegado el tiempo de introducir nueva sangre en una familia que había estado varias generaciones cruzándose entre sí para mantener el linaje puro. Pero ahora no podían darse ese lujo, ya casi no había hombres Crane. Ese era el verdadero motivo de su visita a Londres. Frank había elegido bien.

Se casaron tres meses más tarde, mi madre aún no había cumplido los diecisiete. El la llevo a recorrer toda Europa, y luego de unas semanas se instalaron en una hacienda enorme al noreste de Francia, cerca de Chambéry, de donde era nativo mi padre. Un mes después, mi madre supo que estaba embarazada. Mi padre la amaba, o al menos eso parecía. Aunque no le dejaba visitar sola la ciudad ni tener casi amigos, le daba todo lo que ella quisiera, hermosos vestido y cientos de carísimos perfumes, polvos para la cara, cremas y la llevaba de viaje muy a menudo. Pero ella tenía dieciséis años y no estaba preparada para la vida de una mujer casada. Algunas veces mi padre se enfadaba y la golpeaba, pidiéndole luego perdón, llorando amargamente. Siempre le fue fiel. La amaba.
Cuando yo nací, en un frío noviembre hace ya veintidós años, ellos se encontraban de paseo en Escocia. Sí, soy escocesa. Inmediatamente tras el parto regresaron a Francia. Mi padre estaba furioso y mi madre deprimida. Otra hija mujer, sería una maldición. Mi padre trató de tranquilizarse diciendo que lo volverían a intentar. Mi madre, todavía débil por el parto, yacía en su lecho, conmigo en brazos. Al fin tenía algo por lo que vivir, por lo que entregarse. Yo crecí allí, en aquella inmensa hacienda llamada Dominique.
Un año más tarde nació mi único hermano, Pierce. Nuestra vida transcurrió aparentemente feliz por los siguientes catorce años. Cuando cumplí quince, yo también era una mujer desarrollada. Había heredado el cabello oscuro de mi padre, y los ojos azules de mi madre. Tenía la tez blanca y suave. Era lo que todos consideraban una joven hermosa. Era alta, delgada, pero con unas bellas y voluptuosas formas femeninas. Tenía las manos pequeñas y los pechos grandes y bien redondos. Iba bellamente vestida, con carísimas joyas y buenos perfumes. Me gustaba leer y estudiar. Me interesaba el Mundo. Deseaba viajar y conocer países lejanos y extraños. Asistía a un colegio de mujeres, donde me habían enseñado a leer, pintar, tocar el piano y además había aprendido a hablar fluidamente inglés y alemán. Si, definitivamente era una joven hermosa y cultísima, con un gran futuro por delante. Había empezado a fijarme en los hombres. Ellos también se fijaban en mí. Recuerdo un amigo de mi padre, que se estableció en la hacienda por unos meses, de paso en su viaje hacia el oeste. No me quitaba los ojos de encima.
Pero yo estaba enamorada de mi maestro, Anthony Gage, un inglés de veintitantos, alto, de cabello rojizo, pecas y con unos labios muy seductores. Era realmente encantador. Además, yo sabía que le atraía. Unos meses antes de cumplir los diecisiete me acosté con él. Luego de clases, y cuando todo el mundo se había ido, lo esperé en la sala de maestros. Era tarde, no quedaban más que algunos limpiadores, él era el último en irse. Cuando entro en busca de sus cosas, para marcharse me vio.
Le había estado esperando pacientemente. Me acerque a él y no lo deje hablar. Lo besé apasionadamente, como nunca antes había hecho con nadie. El era un hombre. Un hombre rudo. Sus manos me tomaron por la cintura, me acaricio, suavemente, levantando poco a poco el vestido. Me sentí morir de placer. El también. Me hizo el amor tan fuertemente que casi me mata. Luego quedamos extenuados. Nos miramos y sonreímos. Cuando me vestí para irme a casa lo besé y le dije que nunca olvidaría aquello. Y sentí una opresión en mi corazón al saber que aquella sería la primera y única vez que lo tendría para mí.
Por mi cama pasaron muchos hombres y mujeres, pero hay quienes dicen que el primer amor nunca se olvida, y creo no hay nada más cierto. Yo amé para siempre a Anthony. Aunque luego tuvo problemas con su familia y algunos años mas tarde se marcho para nunca más regresar. Mi padre nunca lo supo, lo mataría si se enteraba.
Unos años más tarde Pierce y yo viajamos a Alemania, el llevaba el negocio de las tierras con mi padre, y me había pedido que lo acompañara. A mí me apetecía. Adoraba a mi hermano. Tuvimos dos semanas increíbles allí. Fuimos de compras, a comer a los mejores restaurantes e incluso visitamos un par de burdeles juntos. Prometimos no contar nada nunca. Sabíamos que podíamos confiar el uno en el otro. Siempre lo habíamos sabido. Pierce tenía entonces dieciséis años. Era rubio y guapo. Apenas más alto que yo. Siempre estaba sonriendo. Era atento con todo el mundo. El hijo que mi padre siempre había deseado, el hijo que cualquiera quisiera tener. Su favorito sin dudas. Pero a mí me tenia sin cuidado, yo también lo amaba y nunca envidié el amor que mi padre le profesaba. Y a veces lo amaba con cierta lujuria. Sabía que el incesto era un pecado, pero me atraía. Nuestra familia era bastante religiosa, pero a mí nunca me gustaron las iglesias. No creía en esa institución. Durante unos meses todo transcurrió normalmente en aquella casona de Chambéry, hasta que una tarde de verano, cuando yo ya tenía diecisiete años, mi madre me invito a pasar unos días a solas con ella en un pueblito en Suiza, no tan lejos de donde vivíamos. Mi padre le había dado permiso, luego de muchos años de tenerla las veinticuatro horas del día con él. A veces creía que su amor había llegado a una situación enfermiza.
Dijo que iríamos a ver algunos espectáculos, de compras y a visitar a algunos parientes suyos (hasta ese entonces desconocía que por mis venas también corría sangre suiza). Viajamos durante diez horas. Conversamos, comimos unos deliciosos bollos con té, y la mayor parte del viaje transcurrió alegremente y sin mayor complicación. Entonces, y en algún momento que no recuerdo, la expresión de mi madre se volvió sombría. Se veía preocupada, ansiosa y algo triste.

-Debo decirte la verdad Marie.- Miró hacia afuera, por la ventana del coche. Parecía pensar en cosas lejanas en el tiempo, cosas que habían pasado hace mucho.

-Dime madre.- También me sentí preocupada. Mi madre no solía guardar secretos. De repente me sentí desamparada y comprendí que lo que tenía que decirme iba a cambiarlo todo. Todo lo que conocía hasta ahora cambiaria, mi vida entera.

Ella me estaba viendo. Pero dentro de mis pensamientos. Todo se sintió muy extraño, fue como que no necesitamos decirnos nada para entendernos perfectamente. Al menos para mí.

-Yo también me siento así.- Dijo casi como si se le hubiese escapado un pensamiento en forma de una frase con un tono melancólico.

La tome de la mano.

-Vamos a Suiza a ver a mi madre. Ella aun vive. Cuando tu abuelo murió, ella regreso a Suiza. De allí viene nuestro linaje de Brujas.

Quise abrir la boca para decir algo, pero no me salió nada, así que mi madre prosiguió.

-Nunca se lo contamos a nadie, es algo que pasa solo a las primogénitas mujeres, en este caso tú. Todo comenzó hace ya tantos años que poco recuerdo de esa amarga historia. Tu bisabuela, o quizás alguna mujer antes de ella, nos transmitió su poder. Pero el poder es oscuro, el poder viene de los espíritus y demonios que ellas invocaron, que ellas amaron. Mi madre fue una gran Bruja. Ella nunca dejo visitar su pueblo natal. Temía que la descubrieran y así fue. La mataron poco después de que tú nacieras. Pero yo herede todo su poder y mucho más. Soy más fuerte que ella y tú lo eres incluso más. La Iglesia siempre nos repudió. Hace algunos años, miles de mujeres, mujeres de buena familia como tú y yo, fueron acusadas y quemadas como animales en la hoguera. Tenemos que cuidarnos entre nosotras, tenemos que mantener el secreto. Pero no se puede escapar a este legado, aunque quisieras, pues estas ligada a los espíritus que no pueden irse de este mundo.-

No sabía que decir, o que pensar. En realidad tenía tantas preguntas que hacer que no sabía por dónde comenzar. ¿Mi padre tendría idea de todo aquello?, ¿Y Pierce?

-Brujería.- Susurre. -¿Mi padre lo sabe?

-Sí, no podía ocultárselo a él. Lo supo cuando tú naciste. Pero el nos ama y no nos juzga. Pierce también lo sabe. Mira Marie, es difícil decir esto así y pretender que no me odies por haberlo mantenido en secreto, pero fue por tu bien. Nos están persiguiendo y nos matarían como a perros si supieran...

-¿Tú tienes contacto con las almas de los muertos?- Me sentía perdida, como presa en otros tiempos, en otro cuerpo. Como si aquella persona no fuese yo.

-Sí, no podemos escapar a ello. Ellos saben quiénes somos, ellos se aparecerán ante ti. Nos aman, somos sus dueñas. Nos respetan, pero debes ser cuidadosa y también respetarlos. Mi madre debe hablar contigo. Debe darte algo. Luego nada será igual, ya no podremos volver a casa.

Esas últimas palabras fueron como un puñal en el corazón. “No volveremos a casa”. En pocos minutos mi mundo estaba de cabeza. Ahora era una Bruja, descendiente de un linaje de viejas hechiceras que se acostaban con el Diablo y debía huir de la Iglesia.
Abracé a mi madre y le dije que la amaba y que no me importaba nada más. Pero mentía. No podía vivir lejos de mi Chambérly, de las comodidades a las que estaba acostumbrada desde que era tan solo un bebé, de mi hermoso Pierce, de un estilo de vida lleno de excesos, de nada de lo que conocía. El mundo exterior me parecía frio y ordinario así. La gente me parecía estúpida. Tenía miedo de que a partir de ahora todo se volviera una pesadilla, tenía miedo de tener miedo. De vivir escondida y expectante. Estaba consternada. Entonces tuve una visión del futuro y entendí que mi madre tenía razón y que volver a casa ya no era una opción. Sentí que algo, o alguien, una voz profunda pero lejana me susurraba al oído que yo sería capaz de aquello y mucho más, y que tenía la fortaleza interior para hacerlo. Y que debía hacerlo. Era mi momento.

Mi madre intento consolarme diciendo que podía ganarme la vida de muchas formas, que era una chica culta que sabia defenderse bien en muchos aspectos y que ella tenía una pequeña cuenta en un banco, de donde podía extraer dinero. Pero el dinero se acabaría, y rápido. A partir de ahí, el resto del viaje se hizo eterno. Nadie hablaba y había comenzado a llover.

Pasaron dos años. Dos tormentos años. Me alojaba en una pequeña habitación en Paris. El collar que me había dado la abuela Monique estaba guardado bajo llave. Era casi lo único de verdadero valor que aún conservaba. La vida se había vuelto difícil, y me estaba ganando la vida como ayudante en una librería. París era una ciudad bastante acogedora, había conocido personas maravillosas ahí. El Sr. Lalouette era lo que se podría decir, un buen patrón. Me daba de comer y me trataba casi como si fuera su hija. El tenía una hija propia, la bella Angelique. El alagaba muchísimo a su hija, y hablaba de ella con sus amigos como si de un ángel se tratara. Pero yo la conocía mucho más que el. Angelique no trabajaba, o eso se suponía, porque su padre decía que las mujeres debían permanecer en casa. Pocos meses después de conocerla, le conté a Angelique que algunas noches hacia algún dinero extra en un burdel. Que los hombres que lo frecuentaban eran ricos nobles y que daban buenas propinas. Angelique se rió con picardía. Era perversa. Me pidió que la llevara, quería nuevas experiencias y aquello le parecía en extremo divertido y peligroso. Y de verdad lo era. Era un negocio peligroso.
Estuvimos escapándonos casi por un año. Ella conoció esa vida, que tan llena de dolores está, aunque todas intenten demostrar lo contrario tragándose su orgullo y poniendo una linda sonrisa. Pasamos muchas noches juntas. Me gustaba. Me gustaba tocarla, besarla, amarla. Todas las noches terminábamos juntas en alguna habitación luego que los clientes se iban. Nos acostábamos y nos reíamos contándonos lo sucedido. Ella me acariciaba el pelo y me decía que debíamos huir. Yo me rendía ante sus besos y sus caricias, hasta que me quitaba todas las energías y me dormía tomando su mano.
Nadie nos descubrió. A los ojos de su padre éramos buenas amigas. Cuando hubieron pasado otros doce meses, y yo ya tenía veintiún años, Angelique vino llorando a mi habitación. Estaba encinta. Yo la abracé y la consolé largamente. Me sentía incluso más devastada que ella, porque sabía lo que aquello significaba. Me dijo que esa misma noche, luego de que se fueran los clientes iría a verme y se marcharía lejos. No quería que su padre se enterara. Angelique tenía 17 años y toda una vida por delante. No podía hacer otra cosa que alentarla. Y así fue, que cuando la perdí, y en mi corazón ya no quedaba nada bueno, me volqué por completo a la Brujería. Aprendí todo lo que los libros que me había dado mi abuela Monique tenían para ofrecerme. Me colgué el collar.
El Sr. Lalouette no tardo en enfermar luego de que su hija se marchara repentinamente. Me pedía explicaciones, y yo no se las di. Dije que no sabía nada, que Angelique no me había dicho ni una palabra. Sé que no lo creyó. Cuando murió, dejo aquella enorme librería para mí. Deje de frecuentar los horribles burdeles y de tener que soportar las órdenes de hombres desconocidos que solo querían placer, placer que a veces no deseaba darles. Me esforcé en darle vida a aquel lugar y me fue bien. Tanto que pude contratar empelados y dedicarme por completo a las artes oscuras. Pero me sentía sola, demasiado sola. Pensaba seguido en mi Pierce, que sería de el... Que pensaría de todo esto. Mi madre se había quedado en Suiza y cuando me traslade a París no volví a saber de ella. Envié alguna carta a Chambérly, pero sé que nunca llegaron.


A los veintidós era casi rica otra vez. No tan rica como lo había sido antes, pero podía darme muchos lujos. Frecuentaba los bailes y conocía gente importante. Los hombres hablaban de mi belleza, me deseaban. Pero por dentro ya no tenía nada, ese fuego que alguna vez había ardido en mi se había extinto. Era una joven sombría y callada, sonreía solo si era necesario. Aunque podía mostrarme alegre, bailar y disfrutar de la compañía de amigos en los bailes. No había vuelto a sentir amor, después de Anthony y de Angelique. Mi hermoso Anthony... Que distinta hubiera sido la vida a su lado... Y que sería de Angelique, la inocente Angelique que se merecía el paraíso si es que existía.
Mis clientes y empleados me admiraban y conversaban conmigo felices, yo les ofrecía deliciosos tés que hacia traer de Inglaterra, les recomendaba los mejores autores y les dejaba libros a buenos precios. Nadie sospechaba que era una Buja. Una nigromante que hablaba y le daba su cuerpo a espíritus que se materializaban como hombres hermosos e irresistibles. Pero todo el mundo tiene algún oscuro secreto.
Mi espíritu favorito era Ascher. Era frívolo y malvado. Pero me amaba. Hacia lo que fuera por mí. Era mi esclavo, y yo lo necesitaba. A veces los clientes lo veían a través de los cristales de la ventana. “Qué guapo ese muchacho que te visita a veces”, me decían, esperando que yo les contara quién era ese misterioso invitado.
Nunca nos descuidamos, un descuido y alguien se daría cuenta. La sociedad no aceptaba a la gente como yo. Temía ser discriminada. Pero soy una mujer inteligente y cautelosa y no cometería ninguna estupidez.
He hecho mal a unos cuantos, y he amado a unos pocos. Pero aunque pudiera ahora volver a quien era hace años atrás, a aquella jovencita feliz y despreocupada, no lo haría. Soy la heredera de una enorme responsabilidad, de un poder digno de una Bruja fuerte. Y yo soy fuerte. Camino por las calles de París y como en buenos restaurantes, vestida con las ropas más caras, visito los teatros, a veces con algún amante de ocasión, me vinculo con la alta sociedad.
Nadie se imagina que tras los muros de la librería se esconde un oscuro poder, que no soy lo que aparento ser. Busco entre la multitud alguien a quien amar, pues no se vivir en soledad, y sé que pronto lo hallaré.
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Mensaje por Nigel Quartermane Sáb Nov 26, 2011 4:27 pm

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