AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sólo un traguito {Marie Anne Boucher}
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Sólo un traguito {Marie Anne Boucher}
A pesar del aire frío que anunciaba la pronta llegada del invierno, esa noche se sentía una agradable calidez en aquel café abarrotado. La gente charlaba animada y el aroma de las bebidas llenaba el ambiente.
Aurelia se hallaba sentada, sola ante una mesa para dos, en la terraza de dicho lugar, observando con cierta añoranza y avidez a aquellos seres bulliciosos de sangre caliente que no alcanzaban a imaginarse que una dama elegante y reservada como ella pudiera representarles unaenaza. Había pedido una taza de café y de cuando en cuando fingía beber, pero sólo respiraba la fragancia de ese oscuro brebaje que no había conocido en vida... lo aspiraba profundamente, imaginando su gusto, la sensación que provocaría en su lengua, el calor bajando por la garganta. -Si tan sólo pudiera darle un traguito- pensó. El ejercicio le provocó sed. Aún era temprano y no había cazado, pero prefería esperar un poco y segruir gozando de toda esa vida a su alrededor.
Fue entonces cuando la vio. Una joven mujer de aspecto sumamente atractivo y misterioso acababa de entrar, buscando un sitio para sentarse. Se concentró y pudo percibir su perfume: emanaba frescura y fortaleza. De inmediato quedó fascinada con ella. La chica ya se había instalado en una mesa cercana y quedaba justo a la vista de Aurelia, quien se sentía incapaz de desviar la mirada, pero no por ello dejaba de hacerlo discretamente. Le parecía tremendamente bella y con un magnetismo extraño. De pronto notó que la chica había volteado hacia donde estaba ella ( no por mera coincidencia, sino producto de la fuerte voluntad de Aurelia volcándose en su persona). Sus ojos brillaban de una manera distinta a la de los demás mortales que estaban en torno a ella y Aurelia se sintió profundamente desconcertada, pero sólo sintió más curiosidad y deseos de acercarse. Le hizo un ademán a manera de saludo y se levantó, sorteando las mesas atestadas para llegar hasta su mesa. Se dirigió a ella: - Disculpe mi atrevimiento, mademoiselle, pero no pude evitar fijarme en usted. ¿Puedo sentarme o la estoy importunando?
Aurelia se hallaba sentada, sola ante una mesa para dos, en la terraza de dicho lugar, observando con cierta añoranza y avidez a aquellos seres bulliciosos de sangre caliente que no alcanzaban a imaginarse que una dama elegante y reservada como ella pudiera representarles unaenaza. Había pedido una taza de café y de cuando en cuando fingía beber, pero sólo respiraba la fragancia de ese oscuro brebaje que no había conocido en vida... lo aspiraba profundamente, imaginando su gusto, la sensación que provocaría en su lengua, el calor bajando por la garganta. -Si tan sólo pudiera darle un traguito- pensó. El ejercicio le provocó sed. Aún era temprano y no había cazado, pero prefería esperar un poco y segruir gozando de toda esa vida a su alrededor.
Fue entonces cuando la vio. Una joven mujer de aspecto sumamente atractivo y misterioso acababa de entrar, buscando un sitio para sentarse. Se concentró y pudo percibir su perfume: emanaba frescura y fortaleza. De inmediato quedó fascinada con ella. La chica ya se había instalado en una mesa cercana y quedaba justo a la vista de Aurelia, quien se sentía incapaz de desviar la mirada, pero no por ello dejaba de hacerlo discretamente. Le parecía tremendamente bella y con un magnetismo extraño. De pronto notó que la chica había volteado hacia donde estaba ella ( no por mera coincidencia, sino producto de la fuerte voluntad de Aurelia volcándose en su persona). Sus ojos brillaban de una manera distinta a la de los demás mortales que estaban en torno a ella y Aurelia se sintió profundamente desconcertada, pero sólo sintió más curiosidad y deseos de acercarse. Le hizo un ademán a manera de saludo y se levantó, sorteando las mesas atestadas para llegar hasta su mesa. Se dirigió a ella: - Disculpe mi atrevimiento, mademoiselle, pero no pude evitar fijarme en usted. ¿Puedo sentarme o la estoy importunando?
Aurelia Sila- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/11/2011
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Re: Sólo un traguito {Marie Anne Boucher}
El viento mecía las copas de los árboles que el otoño no había logrado desnudar con su llegada y el sonido de las hojas agitadas le resultaba particularmente agradable aquella noche. Solo era necesario cubrirse un poco con un ligrero abrigo para protegerse del frío, que había llegado para anunciar un invierno mucho más feroz. Sin embargo, el clima no lograba aplacar el espíritu alegre de la mayoría de las personas, que pese a ello, salían de sus casas y se disponían a pasar un buen rato en los distintos atractivos de la hermosa ciudad francesa.
Cafés, restaurantes y teatros se llenaban de las luces más llamativas, y de cientos de animados clientes que entraban y salían, gozando de una noche que convocaba a todos los que se atrevían a disfrutarla.
Luego de una jornada de trabajo despidió a sus últimos clientes y encargó a sus empleados que cerraran la librería. Salió con prisa y subió las escaleras del frente de su casa, ubicada nada más que a unos metros de su negocio, buscando en la oscuridad del hall su bolso y su abrigo de piel. Luego cerró la puerta y se dirigió al café, imaginando el aroma de una buena taza humeante. Ese aroma se materializó en pocos minutos, en uno de los mejores locales de la ciudad.
Había mucha gente deleitándose con exquisitos tés, y esponjosos bocadillos de chocolate, pero pese al gentío, el sitio era agradable y bastante calmo, un lugar más bien frecuentado por gente adulta y aburrida.
Subiendo las escaleras halló la terraza, que a aquellas horas, y teniendo en cuenta que soplaba un poco el viento, no era el lugar más concurrido, aunque varias personas disfrutaban del fresco aire nocturno. Eso era perfecto. Buscó con la mirada una mesa vacía. A su izquierda una pareja disfrutaba de unos pasteles que se veían muy atractivos. No tardó en encontrar un lugar que fuese de su agrado. Una mesita para dos ubicada lejos de la puerta que daba a la escalera. Una vela se consumía lentamente en un adorno de vidrio en el centro de la mesa, con una llama amarilla que la brisa amenazaba con extinguir. Miró un segundo el cielo, salpicado con algunas estrellas y una blanca luna creciente, escondida destras del follaje de los viejos árboles perennes. De repente sintió los ojos de alguien posados sobre ella, y algo más fuerte que su voluntad la obligó a bajar la vista del firmamento. No muy lejos de allí, una bella mujer la observaba con ojos sobrenaturales, tan intensos que al fijarse en ellos dejo de percibir por unos instantes todo lo que sucedia a su alrededor.
La misteriosa dama se levantó de su silla y caminando con una agilidad y sutileza sorprendentes, se acercó hasta su mesa. Marie notó que era un poco mayor que ella y que su hermosa voz delataba un leve acento italiano.
Disculpe mi atrevimiento, mademoiselle, pero no pude evitar fijarme en usted. ¿Puedo sentarme o la estoy importunando?.- Dijo con voz calma dirigiendose a Marie, que sonrió dejando de un lado su timidez para con los extraños.
-Por supuesto que no esta importunando, madame, siéntase a gusto de compartir esta velada conmigo, por cierto, mi nombre es Marie.- Observó a su acompanante, intrigada, y se preguntó si solo era curiosidad lo que la había llevado hasta su mesa.
Cafés, restaurantes y teatros se llenaban de las luces más llamativas, y de cientos de animados clientes que entraban y salían, gozando de una noche que convocaba a todos los que se atrevían a disfrutarla.
Luego de una jornada de trabajo despidió a sus últimos clientes y encargó a sus empleados que cerraran la librería. Salió con prisa y subió las escaleras del frente de su casa, ubicada nada más que a unos metros de su negocio, buscando en la oscuridad del hall su bolso y su abrigo de piel. Luego cerró la puerta y se dirigió al café, imaginando el aroma de una buena taza humeante. Ese aroma se materializó en pocos minutos, en uno de los mejores locales de la ciudad.
Había mucha gente deleitándose con exquisitos tés, y esponjosos bocadillos de chocolate, pero pese al gentío, el sitio era agradable y bastante calmo, un lugar más bien frecuentado por gente adulta y aburrida.
Subiendo las escaleras halló la terraza, que a aquellas horas, y teniendo en cuenta que soplaba un poco el viento, no era el lugar más concurrido, aunque varias personas disfrutaban del fresco aire nocturno. Eso era perfecto. Buscó con la mirada una mesa vacía. A su izquierda una pareja disfrutaba de unos pasteles que se veían muy atractivos. No tardó en encontrar un lugar que fuese de su agrado. Una mesita para dos ubicada lejos de la puerta que daba a la escalera. Una vela se consumía lentamente en un adorno de vidrio en el centro de la mesa, con una llama amarilla que la brisa amenazaba con extinguir. Miró un segundo el cielo, salpicado con algunas estrellas y una blanca luna creciente, escondida destras del follaje de los viejos árboles perennes. De repente sintió los ojos de alguien posados sobre ella, y algo más fuerte que su voluntad la obligó a bajar la vista del firmamento. No muy lejos de allí, una bella mujer la observaba con ojos sobrenaturales, tan intensos que al fijarse en ellos dejo de percibir por unos instantes todo lo que sucedia a su alrededor.
La misteriosa dama se levantó de su silla y caminando con una agilidad y sutileza sorprendentes, se acercó hasta su mesa. Marie notó que era un poco mayor que ella y que su hermosa voz delataba un leve acento italiano.
Disculpe mi atrevimiento, mademoiselle, pero no pude evitar fijarme en usted. ¿Puedo sentarme o la estoy importunando?.- Dijo con voz calma dirigiendose a Marie, que sonrió dejando de un lado su timidez para con los extraños.
-Por supuesto que no esta importunando, madame, siéntase a gusto de compartir esta velada conmigo, por cierto, mi nombre es Marie.- Observó a su acompanante, intrigada, y se preguntó si solo era curiosidad lo que la había llevado hasta su mesa.
Marie Anne Boucher- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/11/2011
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Re: Sólo un traguito {Marie Anne Boucher}
-Gracias, Marie. Siempre es lindo encontrar alguien con quien charlar en una noche tan agradable- dijo mientras se sentaba frente a ella. Su voz le sonó demasiado profunda, con un eco que no hubiera querido proyectar en ese momento, pero quizá se debía a que empezaba a sentirse muy hambrienta. Igual le sonrió, era verdaderamente encantadora esa joven. Tenía algo que la distinguía de cualquier damita frívola a pesar de su esmerado aspecto, de las joyas ...
No pidió otra taza de café. Sus sentidos ahora estaban concentrados en atrapar cada nota del perfume de Marie. Así, tan cerca, casi podía sentir el sabor de su sangre en la lengua, pero debía disimularlo un poco: no es amable saborear mentalmente a tu nueva amiga. Sí, seguramente no la decepcionaría, su mirada expresaba gran inteligencia y algo más que no terminaba de descifrar. Le encantaba esa pequeña incertidumbre... tener el placer de que ella se lo revelara voluntariamente en lugar de hacer como en los viejos tiempos, cuando recién descubrió que podía asomarse a los recuerdos de los otros como un vulgar voyeur y luego jugar con ellos; ahora prefería proceder más sutilmente.
Estaba divagando, pero no importaba. Confiaba en que Marie fuera paciente con ella. Deseaba que le contara algo capaz de mantener alejada de su mente la idea de descubrir sus secretos de la manera más violenta (y a la vez tan sencilla): tan sólo abriendo un par de pequeñas heridas en su cuello para beber hasta la última gota de su sangre, sin embargo, no podía decirle eso, no podía ser tan sincera todavía.
-¿Y qué te trajo a este rincón de la ciudad cuando allá afuera están los bailes y el teatro atrayendo a tantos jóvenes como tú, Marie?- esta vez logró que su voz sonara casi humana, ligera, un tanto dulzona, perfecta. Estuvo a punto de añadir "revélame tu enigma" en tono imperativo, pero en vez de eso, volvió a sonreir.
No pidió otra taza de café. Sus sentidos ahora estaban concentrados en atrapar cada nota del perfume de Marie. Así, tan cerca, casi podía sentir el sabor de su sangre en la lengua, pero debía disimularlo un poco: no es amable saborear mentalmente a tu nueva amiga. Sí, seguramente no la decepcionaría, su mirada expresaba gran inteligencia y algo más que no terminaba de descifrar. Le encantaba esa pequeña incertidumbre... tener el placer de que ella se lo revelara voluntariamente en lugar de hacer como en los viejos tiempos, cuando recién descubrió que podía asomarse a los recuerdos de los otros como un vulgar voyeur y luego jugar con ellos; ahora prefería proceder más sutilmente.
Estaba divagando, pero no importaba. Confiaba en que Marie fuera paciente con ella. Deseaba que le contara algo capaz de mantener alejada de su mente la idea de descubrir sus secretos de la manera más violenta (y a la vez tan sencilla): tan sólo abriendo un par de pequeñas heridas en su cuello para beber hasta la última gota de su sangre, sin embargo, no podía decirle eso, no podía ser tan sincera todavía.
-¿Y qué te trajo a este rincón de la ciudad cuando allá afuera están los bailes y el teatro atrayendo a tantos jóvenes como tú, Marie?- esta vez logró que su voz sonara casi humana, ligera, un tanto dulzona, perfecta. Estuvo a punto de añadir "revélame tu enigma" en tono imperativo, pero en vez de eso, volvió a sonreir.
Aurelia Sila- Vampiro Clase Alta
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Re: Sólo un traguito {Marie Anne Boucher}
La luz de un rayo estremeció el cielo oscuro, delineando los bordes de las algodonosas nubes que viajaban rápidas, impulsadas por el viento. Pocos segundos después, el sonido de ese rayo lejano llegó en forma de un estrepitoso trueno, como si algún dios pagano se hubiese enojado de repente. Sin embargo, Marie sabía que aún no iba a llover, la naturaleza solo intentaba alarma un poco a todos aquellos que pernoctaban.
-No soy como los demás jóvenes de mi edad- Dijo un tanto distraída- Prefiero la compañía de un buen libro, el sabor de un rico café importado o las buenas charlas con alguien culto, amable y misterioso, como tú, que el escándalo de los bailes, aunque no te niego, adoro las fiestas- Sonrió, haciendo una mueca bastante inocente.
Un mesero se acercó a las damas, y antes de entregarle la carta con el menú, la joven le encargó un café con una buena porción de crema. El muchacho salió apurado en busca del pedido. Retomando la conversación, se dirigió a su compañera, que la miraba, también con cierto aire de lejanía o distracción, como si a su vez estuviese sumida en sus pensamientos, remotos y profundos, pero lo suficientemente atenta como para no perderse el mínimo detalle de la escena.
-Y que hay sobre ti, aun no se tu nombre, solo se que eres nativa de la Bella Italia, o al menos, que estuviste allí el tiempo suficiente como para tener su acento en tus palabras, cuentame algo sobre tu vida.-
Segundos después, rápido como una liebre, el mesero había vuelto con el humeante brebaje y un pocillito repleto de crema de leche. Se veía exquisito y seguro sabía mejor. El vapor impregnado con el aroma al fruto oscuro, se mezclaba con la leve, pero perceptible fragancia desconocida que emanaban los cabellos, o quizá la marfileña piel de esa hermosa mujer que la acompañaba.
-No soy como los demás jóvenes de mi edad- Dijo un tanto distraída- Prefiero la compañía de un buen libro, el sabor de un rico café importado o las buenas charlas con alguien culto, amable y misterioso, como tú, que el escándalo de los bailes, aunque no te niego, adoro las fiestas- Sonrió, haciendo una mueca bastante inocente.
Un mesero se acercó a las damas, y antes de entregarle la carta con el menú, la joven le encargó un café con una buena porción de crema. El muchacho salió apurado en busca del pedido. Retomando la conversación, se dirigió a su compañera, que la miraba, también con cierto aire de lejanía o distracción, como si a su vez estuviese sumida en sus pensamientos, remotos y profundos, pero lo suficientemente atenta como para no perderse el mínimo detalle de la escena.
-Y que hay sobre ti, aun no se tu nombre, solo se que eres nativa de la Bella Italia, o al menos, que estuviste allí el tiempo suficiente como para tener su acento en tus palabras, cuentame algo sobre tu vida.-
Segundos después, rápido como una liebre, el mesero había vuelto con el humeante brebaje y un pocillito repleto de crema de leche. Se veía exquisito y seguro sabía mejor. El vapor impregnado con el aroma al fruto oscuro, se mezclaba con la leve, pero perceptible fragancia desconocida que emanaban los cabellos, o quizá la marfileña piel de esa hermosa mujer que la acompañaba.
Marie Anne Boucher- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/11/2011
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Re: Sólo un traguito {Marie Anne Boucher}
Rió con su voz melodiosamente grave de contralto y se disculpó: - Perdona, querida, no sé cómo he podido olvidar presentarme. Soy Aurelia y tienes toda la razón, nací en Roma. Es gracioso cómo siempre queda algo del acento que no se puede ocultar ¿no es cierto? - dijo las últimas palabras casi para sí misma, pero mirando siempre, detenidamente, a Marie. - Puedo ver que tú tampoco eres de por aquí, aunque tu francés sea perfecto.
Para ese momento ya un mesero había traído la orden y Aurelia contemplaba impasible todo el ritual de preparar la bebida que Marie llevaba a cabo antes de dar el primer sorbo a su café. "Siempre hay todo un ritual detrás", pensó, "no importa lo que se beba". Pasó su lengua sobre sus dientes en un gesto inconciente que expresaba lujuria y hambre, pero fue tan breve que casi podría asegurar que para cuando ella misma lo notó, ya había conseguido disimularlo. Una gran ventaja de ser lo que era consistía en que muchos de sus movimientos resultaban imperceptibles para los humanos, lo que la alegró profundamente, pues no quería parecer amenazante, estaba decidida a no cenarse a Marie... mucho menos ahora que había comenzado a charlar con ella. Una regla valiosa para no meterse en demasiados líos morales y sentimentales respecto a la cacería y la supervivencia era no intimar con la víctima; eso se lo dejaba a otros màs sàdicos que ella, quien nunca había dejado de considerarse una hija de Roma, cuna innegable de todo lo que ahora se conocía como mundo civilizado.
-Algo sobre mí... mhhh...- pensó un instante en lo que podría decirle:"Soy un vampiro de dos mil años y como me has agradado, no pienso beber tu sangre" defintivamente quedaba descartado... por ahora. - Bueno, hace poco que estoy en París, soy una viuda que aún no decide qué hacer con su existencia-. Estuvo a punto de decir vida, pero siempre prefería no hacerlo. - Ahora sólo me dedico a pasear sin mucho sentido por la ciudad en busca de algo interesante, algo que me atrape; y cuando no lo hago, permanezco en casa devorando algún libro. Eso tenemos en común- volvió a sonreirle. - Debo confesarte que la soledad empieza a fastidiarme, no se puede prescindir de toda compañía, por màs tímido que se sea, ¿no crees?
Recordó algunos encuentros esporádicos que había tenido, pero hasta entonces todo se había reducido a eso y en verdad sentía que esa enigmàtica muchacha tenìa algo bueno para ofrecerle.
- Y dime, ¿tú a qué dedicas tus días?
Para ese momento ya un mesero había traído la orden y Aurelia contemplaba impasible todo el ritual de preparar la bebida que Marie llevaba a cabo antes de dar el primer sorbo a su café. "Siempre hay todo un ritual detrás", pensó, "no importa lo que se beba". Pasó su lengua sobre sus dientes en un gesto inconciente que expresaba lujuria y hambre, pero fue tan breve que casi podría asegurar que para cuando ella misma lo notó, ya había conseguido disimularlo. Una gran ventaja de ser lo que era consistía en que muchos de sus movimientos resultaban imperceptibles para los humanos, lo que la alegró profundamente, pues no quería parecer amenazante, estaba decidida a no cenarse a Marie... mucho menos ahora que había comenzado a charlar con ella. Una regla valiosa para no meterse en demasiados líos morales y sentimentales respecto a la cacería y la supervivencia era no intimar con la víctima; eso se lo dejaba a otros màs sàdicos que ella, quien nunca había dejado de considerarse una hija de Roma, cuna innegable de todo lo que ahora se conocía como mundo civilizado.
-Algo sobre mí... mhhh...- pensó un instante en lo que podría decirle:"Soy un vampiro de dos mil años y como me has agradado, no pienso beber tu sangre" defintivamente quedaba descartado... por ahora. - Bueno, hace poco que estoy en París, soy una viuda que aún no decide qué hacer con su existencia-. Estuvo a punto de decir vida, pero siempre prefería no hacerlo. - Ahora sólo me dedico a pasear sin mucho sentido por la ciudad en busca de algo interesante, algo que me atrape; y cuando no lo hago, permanezco en casa devorando algún libro. Eso tenemos en común- volvió a sonreirle. - Debo confesarte que la soledad empieza a fastidiarme, no se puede prescindir de toda compañía, por màs tímido que se sea, ¿no crees?
Recordó algunos encuentros esporádicos que había tenido, pero hasta entonces todo se había reducido a eso y en verdad sentía que esa enigmàtica muchacha tenìa algo bueno para ofrecerle.
- Y dime, ¿tú a qué dedicas tus días?
Aurelia Sila- Vampiro Clase Alta
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Re: Sólo un traguito {Marie Anne Boucher}
Escuchaba sus palabras como si de una melodía se tratase. Su hablar era armonioso, tanto, que mientras su compañera le platicaba, puso toda su atención en captar el perfecto significado de cada una de sus oraciones, conjugándolas con ese tono grave que hacía a una mujer como aquella resaltar aún más todos los atributos de se indudable y franca belleza.
Aurelia... Le sonaba al nombre de alguna guerrera griega, olvidada en antiguas leyendas de los dioses de antaño. Era un nombre fuerte, pero que tenía un final suave y delicado, perfecto para una dama distinguida, que fuese digna de portarlo. Podía intuir -pues no era más que puro instinto- que Aurelia tenía grandes historias para deleitar sus oídos, y que había estado sobre este mundo más tiempo del que sus perfectas, y tersas facciones, se animaban a delatar. “¿Será uno de ellos?” -se preguntó atreviéndose a cruzar los límites donde la curiosidad se transformaba en algo peligroso- Marie jamás podría haber imaginado que esos seres fuesen tan humanamente hermosos. Tendría tiempo para preguntárselo luego.
-Soy escocesa. Y verás, es muy interesante, pues aunque nací en aquella isla, mi padre es Francés y mi madre Inglesa, así que pertenezco un poco a cada lado, además, no viví en Escocia, sino que nací allí por casualidad... Es por eso que mi francés no está impregnado con el acento propio de los nativos de mi tierra.
Viuda, solitaria y sobre todo amante de la literatura. Parecía que había más cosas en común entre ellas que lo que a primera vista se hubiese atrevido a sospechar. La conversación se volvía más interesante mientras las mujeres empezaban a dejar aflorar sus recuerdos y sus gustos. Marie Anne sonrió, pues le costaba creer que esa dama estuviera sola, siendo dueña de semejante belleza y encanto, en una ciudad que desbordaba de amantes apasionados y hombres que matarían por complacer todos sus deseos. Sin embargo, y por experiencia propia, sabía que a veces era bastante difícil conseguir lo que una deseaba de los demás, más aún cuando las exigencias en cuanto a las compañías rozaban lo inalcanzable.
-Me alegra oírte decir que devoras libros, pues tengo más que un banquete para ofrecerte. Soy la orgullosa dueña de una gran librería de esta ciudad, y estoy muy segura que te encantará el sitio. Espero que aceptes mi invitación, y cuando gustes te atrevas a visitarme.- Sonrió amablemente y le dio un ligero sorbo al dulce café que comenzaba a enfriarse. -Además de eso, pues... me gusta dar paseos por las afueras de la ciudad, y cuando la ocasión lo amerita, visito el teatro. No soy una persona que sociabilice con facilidad -repasó mentalmente las escenas de sus días de encierro voluntario, cuando no cruzaba palabras más que con su servidumbre- y también adoro quedarme hasta tarde en casa, disfrutando de una buena bebida y una grata compañía.
Aquello sonó indudablemente a una invitación y se preguntó si Aurelia lo había tomado como tal. Evidentemente tenían muchos temas para conversar, y no le parecía en absoluto fuera de lugar convidar a una recién conocida, que se había acercado por voluntad propia a hablarle, a pasar un rato ameno.
El café terminó enfriándose antes de lo previsto y la velita agonizante del centro de mesa murió en una última exhalación que el viento apurado se llevó lejos. La clientela había comenzado a desaparecer de a poco. Dese lo más alto las nubes miraban soberbias y amenazantes, vigilando y esperando el momento menos oportuno para descargar su furia.
-Quizá te suene ridículo y precipitado, pero me gustaría invitarte un trago, si apeteces, en mi casa. Creo que nos merecemos un poco de compañía, y sé que tienes muchas cosas interesantes para contarme.- Pasó su vista casi sin querer por el cuerpo de Aurelia, imaginando que se conservaba tan perfecto y sensual como su bello rostro.
Aurelia... Le sonaba al nombre de alguna guerrera griega, olvidada en antiguas leyendas de los dioses de antaño. Era un nombre fuerte, pero que tenía un final suave y delicado, perfecto para una dama distinguida, que fuese digna de portarlo. Podía intuir -pues no era más que puro instinto- que Aurelia tenía grandes historias para deleitar sus oídos, y que había estado sobre este mundo más tiempo del que sus perfectas, y tersas facciones, se animaban a delatar. “¿Será uno de ellos?” -se preguntó atreviéndose a cruzar los límites donde la curiosidad se transformaba en algo peligroso- Marie jamás podría haber imaginado que esos seres fuesen tan humanamente hermosos. Tendría tiempo para preguntárselo luego.
-Soy escocesa. Y verás, es muy interesante, pues aunque nací en aquella isla, mi padre es Francés y mi madre Inglesa, así que pertenezco un poco a cada lado, además, no viví en Escocia, sino que nací allí por casualidad... Es por eso que mi francés no está impregnado con el acento propio de los nativos de mi tierra.
Viuda, solitaria y sobre todo amante de la literatura. Parecía que había más cosas en común entre ellas que lo que a primera vista se hubiese atrevido a sospechar. La conversación se volvía más interesante mientras las mujeres empezaban a dejar aflorar sus recuerdos y sus gustos. Marie Anne sonrió, pues le costaba creer que esa dama estuviera sola, siendo dueña de semejante belleza y encanto, en una ciudad que desbordaba de amantes apasionados y hombres que matarían por complacer todos sus deseos. Sin embargo, y por experiencia propia, sabía que a veces era bastante difícil conseguir lo que una deseaba de los demás, más aún cuando las exigencias en cuanto a las compañías rozaban lo inalcanzable.
-Me alegra oírte decir que devoras libros, pues tengo más que un banquete para ofrecerte. Soy la orgullosa dueña de una gran librería de esta ciudad, y estoy muy segura que te encantará el sitio. Espero que aceptes mi invitación, y cuando gustes te atrevas a visitarme.- Sonrió amablemente y le dio un ligero sorbo al dulce café que comenzaba a enfriarse. -Además de eso, pues... me gusta dar paseos por las afueras de la ciudad, y cuando la ocasión lo amerita, visito el teatro. No soy una persona que sociabilice con facilidad -repasó mentalmente las escenas de sus días de encierro voluntario, cuando no cruzaba palabras más que con su servidumbre- y también adoro quedarme hasta tarde en casa, disfrutando de una buena bebida y una grata compañía.
Aquello sonó indudablemente a una invitación y se preguntó si Aurelia lo había tomado como tal. Evidentemente tenían muchos temas para conversar, y no le parecía en absoluto fuera de lugar convidar a una recién conocida, que se había acercado por voluntad propia a hablarle, a pasar un rato ameno.
El café terminó enfriándose antes de lo previsto y la velita agonizante del centro de mesa murió en una última exhalación que el viento apurado se llevó lejos. La clientela había comenzado a desaparecer de a poco. Dese lo más alto las nubes miraban soberbias y amenazantes, vigilando y esperando el momento menos oportuno para descargar su furia.
-Quizá te suene ridículo y precipitado, pero me gustaría invitarte un trago, si apeteces, en mi casa. Creo que nos merecemos un poco de compañía, y sé que tienes muchas cosas interesantes para contarme.- Pasó su vista casi sin querer por el cuerpo de Aurelia, imaginando que se conservaba tan perfecto y sensual como su bello rostro.
Marie Anne Boucher- Hechicero Clase Alta
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Re: Sólo un traguito {Marie Anne Boucher}
Aurelia estaba decididamente encantada con Marie, la naturalidad con que se expresaba y se movía casi podrían subyugarla, pero era consciente del peligro que suponía dejarse hechizar por completo. Aun así, la escuchó ávidamente, casi olvidándose por completo del deseo que había sentido por su sangre apenas un rato antes. Le pareció increíble y casi divertido el relato que le hizo sobre su origen y quedó fascinada ante la idea de que en esa época una joven tan decidida, fuerte e independiente hubiera dejado de ser llamada bruja. La idea resonó en su cabeza: oh, por supuesto que en otro tiempo la habrían perseguido sin piedad hasta hacerla arder, pero no ahora.
Se estaba haciendo tarde para la gente, cosa que notó cuando ellas eran casi las últimas clientas que quedaban en el local. El frío comenzaba a sentirse ya con más severidad y el cielo relampagueante anunciaba una tormenta. Marie acababa de invitarla a un trago en su casa, lo cual le pareció la excusa perfecta para extender lo que para ella era apenas el comienzo de una interesante velada. No le desagradaba para nada la idea de sentarse tranquilamente ( y sí, a solas, sin testigos) a descubrir cada detalle que Marie decidiera revelarle. Tampoco le parecía mal la idea de beber un poco de vino, cerca de un agradable fuego...siendo la dueña de una gran libería y muy próspera (por lo que podía observar Aurelia en la sofisticación y elegancia que dejaba ver en la elección de su atuendo), seguramente tendría disponible alguno de excelente cosecha.
De pronto la asaltó una idea casi perversa, pero que en realidad se le antojó una travesura: quizá podría llegar un punto en que se atreviera a seducirla un poco... sólo para darle un sorbito a esa vida tan deliciosa que corría por las venas de Marie; pero ya tendría tiempo para pensarlo más tarde, camino a su nuevo destino.
-Al contario, querida, me halagas, y me encantaría seguir charlando contigo otro rato; además, el cielo parece decidido a venirse abajo- le dijo, aludiendo a unas cuantas gotitas de lluvia que empezaban a caer tímidamente. -Es hora de marcharse de aquí.
Aurelia llamó al mesero e insistió en pagar también la cuenta de Marie, en agradecimiento por la invitación, y tan pronto ese banal asunto quedó liquidado, ambas se levantaron, más que animadas, dirigiéndose a la salida.
Se estaba haciendo tarde para la gente, cosa que notó cuando ellas eran casi las últimas clientas que quedaban en el local. El frío comenzaba a sentirse ya con más severidad y el cielo relampagueante anunciaba una tormenta. Marie acababa de invitarla a un trago en su casa, lo cual le pareció la excusa perfecta para extender lo que para ella era apenas el comienzo de una interesante velada. No le desagradaba para nada la idea de sentarse tranquilamente ( y sí, a solas, sin testigos) a descubrir cada detalle que Marie decidiera revelarle. Tampoco le parecía mal la idea de beber un poco de vino, cerca de un agradable fuego...siendo la dueña de una gran libería y muy próspera (por lo que podía observar Aurelia en la sofisticación y elegancia que dejaba ver en la elección de su atuendo), seguramente tendría disponible alguno de excelente cosecha.
De pronto la asaltó una idea casi perversa, pero que en realidad se le antojó una travesura: quizá podría llegar un punto en que se atreviera a seducirla un poco... sólo para darle un sorbito a esa vida tan deliciosa que corría por las venas de Marie; pero ya tendría tiempo para pensarlo más tarde, camino a su nuevo destino.
-Al contario, querida, me halagas, y me encantaría seguir charlando contigo otro rato; además, el cielo parece decidido a venirse abajo- le dijo, aludiendo a unas cuantas gotitas de lluvia que empezaban a caer tímidamente. -Es hora de marcharse de aquí.
Aurelia llamó al mesero e insistió en pagar también la cuenta de Marie, en agradecimiento por la invitación, y tan pronto ese banal asunto quedó liquidado, ambas se levantaron, más que animadas, dirigiéndose a la salida.
Aurelia Sila- Vampiro Clase Alta
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Re: Sólo un traguito {Marie Anne Boucher}
La noche prometía extenderse bastante, entre bebida y buenas charlas. La lluvia comenzaba a caer, y una gran tormenta amenazaba azotar la ciudad, anunciando una madrugada aún más fría y un amanecer gris y triste.
Aurelia llamó al mesero y tras una breve discusión con Marie sobre quién pagaba por aquello, salió victoriosa, dejando además una buena propina. Se levantaron de los asientos y por segunda vez en la noche Marie pudo observar a su compañera en todo su esplendor. Alta, sensual y elegante. Una mujer madura pero que conservaba la frescura de la juventud en su rostro. Por un segundo su mente divagó, imaginándose como sería esa enigmática fémina en la cama.
-Espero que no te moleste tener que caminar- Le dijo la bruja mientras volvía a la realidad e intentaba seguirle el paso. Aurelia se movía ágilmente entre las mesas que desbordaban de platillos y tazas sucias que los empleados se apresuraban a resguardar de la fina lluvia.- He preferido venir sin mi cochero- Rió, pues esa palabra se le hacía graciosísima- De todos modos no vivo muy lejos de aquí-.
Bajaron las escaleras y Aurelia saludó con un gesto a un hombre que se encontraba detrás de un pequeño mostrador. En la planta baja aún quedaba abundantes clientes, los que resguardados de la furia de la naturaleza seguían engullendo las delicias de la casa. Al llegar a la puerta principal Marie tomó la delantera, mientras abrochaba los botones de su abrigo. Aurelia sin embargo, parecía no sufrir tanto con las inclemencias del tiempo. Caminaron rápido, debajo de los tejados de algunas casas, esquivando los primeros charcos que comenzaban a formarse en las aceras. Unos minutos después se hallaban frente a la gran puerta principal de la mansión Boucher, que se alzaba majestuosa recortada contra el cielo que se tornaba más claro con la luz violeta de los rayos. Marie revolvió apresuradamente su bolso, y de inmediato halló la gran llave dorada que abría las puertas de su hogar. Los sirvientes dormían a esas horas. La lluvia se había vuelto más fuerte en un instante, y las dos mujeres no lograron refugiarse con la suficiente rapidez como para no acabar empapadas. Con los cabellos mojados y las ropas húmedas entraron al hall. Marie cerró la puerta suavemente, intentando no hacer ruido. El hall conducía a la sala principal, donde una enorme estufa a leña entibiecía el ambiente. Todas las luces estaban apagadas, excepto un par de candelabros que colgaban a los lados de la escalera principal.
-Toma asiento querida, iré por el vino y unas toallas.- Dijo la joven bruja mientras Aurelia se acercaba un poco al fuego para secar sus ropas.
Aurelia llamó al mesero y tras una breve discusión con Marie sobre quién pagaba por aquello, salió victoriosa, dejando además una buena propina. Se levantaron de los asientos y por segunda vez en la noche Marie pudo observar a su compañera en todo su esplendor. Alta, sensual y elegante. Una mujer madura pero que conservaba la frescura de la juventud en su rostro. Por un segundo su mente divagó, imaginándose como sería esa enigmática fémina en la cama.
-Espero que no te moleste tener que caminar- Le dijo la bruja mientras volvía a la realidad e intentaba seguirle el paso. Aurelia se movía ágilmente entre las mesas que desbordaban de platillos y tazas sucias que los empleados se apresuraban a resguardar de la fina lluvia.- He preferido venir sin mi cochero- Rió, pues esa palabra se le hacía graciosísima- De todos modos no vivo muy lejos de aquí-.
Bajaron las escaleras y Aurelia saludó con un gesto a un hombre que se encontraba detrás de un pequeño mostrador. En la planta baja aún quedaba abundantes clientes, los que resguardados de la furia de la naturaleza seguían engullendo las delicias de la casa. Al llegar a la puerta principal Marie tomó la delantera, mientras abrochaba los botones de su abrigo. Aurelia sin embargo, parecía no sufrir tanto con las inclemencias del tiempo. Caminaron rápido, debajo de los tejados de algunas casas, esquivando los primeros charcos que comenzaban a formarse en las aceras. Unos minutos después se hallaban frente a la gran puerta principal de la mansión Boucher, que se alzaba majestuosa recortada contra el cielo que se tornaba más claro con la luz violeta de los rayos. Marie revolvió apresuradamente su bolso, y de inmediato halló la gran llave dorada que abría las puertas de su hogar. Los sirvientes dormían a esas horas. La lluvia se había vuelto más fuerte en un instante, y las dos mujeres no lograron refugiarse con la suficiente rapidez como para no acabar empapadas. Con los cabellos mojados y las ropas húmedas entraron al hall. Marie cerró la puerta suavemente, intentando no hacer ruido. El hall conducía a la sala principal, donde una enorme estufa a leña entibiecía el ambiente. Todas las luces estaban apagadas, excepto un par de candelabros que colgaban a los lados de la escalera principal.
-Toma asiento querida, iré por el vino y unas toallas.- Dijo la joven bruja mientras Aurelia se acercaba un poco al fuego para secar sus ropas.
Marie Anne Boucher- Hechicero Clase Alta
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Re: Sólo un traguito {Marie Anne Boucher}
Tras salir del café, caminaron hacia la casa de Marie, pero en el trayecto las pocas gotas que habían empezado a caer se transformaron en un aguacero ineludible, por lo que terminaron empapadas. A Aurelia le pareció divertídismo; no recordaba haber hecho algo así nunca en su vida y eso era demasiado tiempo. Marie le había dicho la verdad y no tardaron mucho en hallarse frente a las puertas de su casa, a donde entraron cuidándose de no hacer demasiado ruido, tal vez para que la servidumbre no acudiera, lo cual le pareció muy conveniente: si algo pasaba (lo que fuera), mejor sería que su identidad permaneciera a resguardo.
Marie la condujo a la sala donde, justo como había imaginado, un delicioso fuego la invitaba a acercarse, pues las ropas mojadas comenzaban a enfriarse, resultando molestas y pesadas. Aurelia notó que, naturalmente, a Marie aquello le resultaba menos soportable que a ella, pues temblaba ligeramente a causa del frío. En ocasiones así era un verdadero alivio percibir todo de esa manera tan distinta, a esas alturas ya no podría lidiar con esas minucias.
Su anfitriona la invitó a sentarse mientras ella traía el vino y toallas, a lo que Aurelia respondió con una sonrisa a manera de asentimiento y un par de palabras: -Merci, chérie-. Vio a la amable y bella joven desaparecer por un pasillo mientras ella se arrellanaba en un cómodo sillón de dos plazas y se soltaba el cabello, como solía hacer al llegar a su propia casa antes de cada amanecer. Luego, en un gesto lánguido, echó la cabeza hacia atrás y suspiró.
Constató que Marie tenía un excelente gusto, los detalles mostraban lujo, mas no ostentación y ese equilibrio era producto de una mente singular; automáticamente Aurelia supo que no quería que ese encuentro fuera el único, sino el primero de muchos, lo deseaba con ansias. Justo empezaba a pensar que por ser una ávida lectora, como le había dicho al principio de su conversación, seguramente le interesaría ver algunos de los ejemplares antiguos que conservaba desde los primeros años de su existencia como vampiro. La idea la llenó de entusiasmo, ¿quién podría resistirse a la idea de ojear un texto de más de 1000 años? Se lo diría tan pronto volviera.
Su lengua empezaba a secarse y se esforzaba por centrar su sed en el vino. -Oh, dulce Marie, no me dejes caer en la tentación...-susurró, como en una invocación. Luego escuchó sus pasos ligeros acercándose.
Marie la condujo a la sala donde, justo como había imaginado, un delicioso fuego la invitaba a acercarse, pues las ropas mojadas comenzaban a enfriarse, resultando molestas y pesadas. Aurelia notó que, naturalmente, a Marie aquello le resultaba menos soportable que a ella, pues temblaba ligeramente a causa del frío. En ocasiones así era un verdadero alivio percibir todo de esa manera tan distinta, a esas alturas ya no podría lidiar con esas minucias.
Su anfitriona la invitó a sentarse mientras ella traía el vino y toallas, a lo que Aurelia respondió con una sonrisa a manera de asentimiento y un par de palabras: -Merci, chérie-. Vio a la amable y bella joven desaparecer por un pasillo mientras ella se arrellanaba en un cómodo sillón de dos plazas y se soltaba el cabello, como solía hacer al llegar a su propia casa antes de cada amanecer. Luego, en un gesto lánguido, echó la cabeza hacia atrás y suspiró.
Constató que Marie tenía un excelente gusto, los detalles mostraban lujo, mas no ostentación y ese equilibrio era producto de una mente singular; automáticamente Aurelia supo que no quería que ese encuentro fuera el único, sino el primero de muchos, lo deseaba con ansias. Justo empezaba a pensar que por ser una ávida lectora, como le había dicho al principio de su conversación, seguramente le interesaría ver algunos de los ejemplares antiguos que conservaba desde los primeros años de su existencia como vampiro. La idea la llenó de entusiasmo, ¿quién podría resistirse a la idea de ojear un texto de más de 1000 años? Se lo diría tan pronto volviera.
Su lengua empezaba a secarse y se esforzaba por centrar su sed en el vino. -Oh, dulce Marie, no me dejes caer en la tentación...-susurró, como en una invocación. Luego escuchó sus pasos ligeros acercándose.
Aurelia Sila- Vampiro Clase Alta
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Re: Sólo un traguito {Marie Anne Boucher}
Las ventanas de la cocina estaban abiertas de par en par, las cortinas blancas se mecían furiosas y la copiosa lluvia otoñal se las había arreglado, con ayuda del viento, para colarse a través de ellas, empapándolo todo. Antes de ir por la botella, Marie no tuvo más remedio que arreglárselas para cerrarlas, pasar la tranca y secar un poco el desastre. No era un trabajo difícil –en lo absoluto- pero la falta de práctica en las tareas domésticas acababan por agobiarla rápidamente. Con la ropa y los cabellos humedecidos por las inclemencias del tiempo, abrió las puertas de la enorme despensa. Encendió una de las lámparas y caminó hasta el fondo, sitio que ocupaba una pequeña pero completa bodega. Marie era aficionada a los buenos vinos. A pesar de ello, solo bebía en ocasiones especiales y no había dudas de que esta era una de esas ocasiones. Había montones de botellas, vinos de todas las edades y nacionalidades, pero ella buscaba uno especial. Sin mucha tardanza lo halló, una cosecha de 1745, Italia. Un vino suave, dulce y perfumado. Volvió sobre sus pasos y cerró la puerta. La cocina se hallaba ahora silenciosa e inerte. Buscó dos copas y se encaminó al encuentro de su acompañante.
Desde el pasillo que conducía a la sala, pudo ver a Aurelia, sentada con el cabello suelto y la cabeza echada hacia atrás. Parecía estar cómoda y relajada, y eso reconfortó a Marie, que siempre se esforzaba en ser una excelente anfitriona. El candor del fuego se reflejaba con un suave resplandor sobre la marfileña piel de su amiga, dándole un aspecto casi espectral, pero exquisitamente sensual.
Los tacones de sus zapatos resonaban en el suelo, y el sonido de su andar era acogido en cada rincón de la casa en un eco sordo. Al costado del sofá había una pequeña mesita toda tallada en madera oscura, sobre ella Marie colocó las copas y la botella.
-Puedes ir abriendo la botella si apeteces, yo iré arriba por las toallas.- Dijo casi en un susurro.
Aurelia asintió. Parecía disfrutar del momento, de la compañía y del reconfortante calor de las llamas que danzaban sobre los gruesos troncos. Marie dio media vuelta y sus pasos volvieron a sonar, esta vez Aurelia los escuchó alejarse por la imponente escalera de mármol. Mientras subía en su mente desfilaban miles de preguntas, miles de cosas que deseaba saber sobre la extraña y enigmática mujer.
Desde el pasillo que conducía a la sala, pudo ver a Aurelia, sentada con el cabello suelto y la cabeza echada hacia atrás. Parecía estar cómoda y relajada, y eso reconfortó a Marie, que siempre se esforzaba en ser una excelente anfitriona. El candor del fuego se reflejaba con un suave resplandor sobre la marfileña piel de su amiga, dándole un aspecto casi espectral, pero exquisitamente sensual.
Los tacones de sus zapatos resonaban en el suelo, y el sonido de su andar era acogido en cada rincón de la casa en un eco sordo. Al costado del sofá había una pequeña mesita toda tallada en madera oscura, sobre ella Marie colocó las copas y la botella.
-Puedes ir abriendo la botella si apeteces, yo iré arriba por las toallas.- Dijo casi en un susurro.
Aurelia asintió. Parecía disfrutar del momento, de la compañía y del reconfortante calor de las llamas que danzaban sobre los gruesos troncos. Marie dio media vuelta y sus pasos volvieron a sonar, esta vez Aurelia los escuchó alejarse por la imponente escalera de mármol. Mientras subía en su mente desfilaban miles de preguntas, miles de cosas que deseaba saber sobre la extraña y enigmática mujer.
Marie Anne Boucher- Hechicero Clase Alta
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Re: Sólo un traguito {Marie Anne Boucher}
Marie dejó la botella de vino y dos copas sobre una mesa junto a ella, indicándole que sirviera el vino mientras ella iba por las toallas. Aurelia la vio desaparecer otra vez y tomó la botella, se trataba de un vino italiano. Aurelia sonrió. Había dicho a Marie que era de Roma, claro y ahora Roma era Italia, pero cuando ella había nacido Italia y Roma no eran una sola entidad. Suspiró. Si volvieran a la vida los más conservadores de aquellos tiempos seguramente deplorarían aquél cambio, pero no ella, ella había logrado entender que nada podía (ni debía) permanecer inmutable, excepto, quizá ella misma. Esa era la condena que llevaba consigo la inmortalidad.
Las ropas todavía estaban mojadas, pero el calor del fuego ya había secado sus cabellos y el borde del vestido. Se preguntaba si Marie no se estaría congelando, pero ella ya se encontraba en su casa y podría cambiarse las ropas con facilidad. Por fin abrió la botella y sirvió el vino en las dos copas para que éste respirara; luego dejó la botella sobre la mesa y tomó una copa. El aroma de la bebida era exquisito, invitante. Sorbió sólo un poco y su gusto ligeramente dulce invadió su boca, transmitiéndole cada nota afrutada, el persistente sabor a madera debajo de éste y el calor del cojunto. Siempre se agradecía una buena elección como esa. Dejó la copa, complacida y comenzó a pensar en que al beber sangre el efecto era muy similar: cada envase contenía algo distinto, y en cada trago podía percibir los diferentes matices de la personalidad del individuo en cuestión, sí... sólo que el vino no tenía la capacidad de transmitir vivencias ni pensamientos, ni impresiones, los seres humanos sí entregaban todo eso junto con su sangre.
"Pobre Marie", pensó, "no sabe qué clase de monstruo ha dejado entrar en su casa". (Ùltimamente le dolìa un poco ser lo que era... tal vez empezaba a sentirse cansada). Recordó los cuentos que decían que un vampiro sólo podía entrar en una casa si era invitado y la idea le causó gracia; recordó todas las veces que había irrumpido en alguna casa para saciar su hambre y nadie la había invitado. Sí que eran ingeniosos (por no decir ingenuos) los mortales.
Cuando Marie volvió con las esponjosas y suaves toallas, ella le agradeció por su amable hospitalidad. Le señaló las copas y cuando ambas hubieron tomado las suya, Aurelia la levantó para brindar: - A tu salud, querida-. Hubo una pausa mientras bebían el primer sorbo (Aurelia el segundo) de vino y luego Aurelia le preguntó sin muchos rodeos: - Entonces, tienes una gran librería. Seguramente te encantaría echarles un vistazo a algunos de los ejemplares de mi biblioteca. Te fascinarán. Un día de estos tendré que visitar tu local, y luego tal vez quieras ver mis libros, sería maravilloso.
Las ropas todavía estaban mojadas, pero el calor del fuego ya había secado sus cabellos y el borde del vestido. Se preguntaba si Marie no se estaría congelando, pero ella ya se encontraba en su casa y podría cambiarse las ropas con facilidad. Por fin abrió la botella y sirvió el vino en las dos copas para que éste respirara; luego dejó la botella sobre la mesa y tomó una copa. El aroma de la bebida era exquisito, invitante. Sorbió sólo un poco y su gusto ligeramente dulce invadió su boca, transmitiéndole cada nota afrutada, el persistente sabor a madera debajo de éste y el calor del cojunto. Siempre se agradecía una buena elección como esa. Dejó la copa, complacida y comenzó a pensar en que al beber sangre el efecto era muy similar: cada envase contenía algo distinto, y en cada trago podía percibir los diferentes matices de la personalidad del individuo en cuestión, sí... sólo que el vino no tenía la capacidad de transmitir vivencias ni pensamientos, ni impresiones, los seres humanos sí entregaban todo eso junto con su sangre.
"Pobre Marie", pensó, "no sabe qué clase de monstruo ha dejado entrar en su casa". (Ùltimamente le dolìa un poco ser lo que era... tal vez empezaba a sentirse cansada). Recordó los cuentos que decían que un vampiro sólo podía entrar en una casa si era invitado y la idea le causó gracia; recordó todas las veces que había irrumpido en alguna casa para saciar su hambre y nadie la había invitado. Sí que eran ingeniosos (por no decir ingenuos) los mortales.
Cuando Marie volvió con las esponjosas y suaves toallas, ella le agradeció por su amable hospitalidad. Le señaló las copas y cuando ambas hubieron tomado las suya, Aurelia la levantó para brindar: - A tu salud, querida-. Hubo una pausa mientras bebían el primer sorbo (Aurelia el segundo) de vino y luego Aurelia le preguntó sin muchos rodeos: - Entonces, tienes una gran librería. Seguramente te encantaría echarles un vistazo a algunos de los ejemplares de mi biblioteca. Te fascinarán. Un día de estos tendré que visitar tu local, y luego tal vez quieras ver mis libros, sería maravilloso.
Aurelia Sila- Vampiro Clase Alta
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Re: Sólo un traguito {Marie Anne Boucher}
Mientras subía la escaleras, se perdió por unos instantes en el lejano -pero aún audible- crepitar de los leños, que ardían sin piedad en la chimenea, junto a su invitada. Mi hermosa invitada, pensó casi sin darse cuenta. Por supuesto, no había dudado ni por un segundo de que tanto la belleza física, como también el misterio y la armonía de la voz de Aurelia, la habían cautivado cuando apenas habían cruzado palabra. Más allá de lo poco común de la situación -teniendo en cuenta que la joven bruja jamás se atrevía a llevar desconocidos a su mansión- había algo en la atmósfera que la enigmática dama producía a su alrededor, como una especie de extraña seguridad y confort, algo inescrutable e insondable y ajeno por completo, como una suerte de hechizo. Sin embargo, Marie se sentía segura de si misma, y muy a gusto con su compañía.
Esa noche Ascher no se había presentado, algo poco usual sabiendo que el endemoniado espíritu adoraba fastidiar los buenos ratos que Marie tenía con otras personas. Intentó no pensar mucho en él, pues algunas veces sus pensamientos tenían la fuerza suficiente para invocarlo.
Las sirvientas dormían a aquellas horas, por lo tanto había tenido que molestarse en ir por las toallas. Buscó bastante hasta encontrarlas. No estaba acostumbrada, ni mucho menos tenía conocimientos de donde se guardaban las cosas. Tonterías, cosas sin importancia... Mi madre tenía razón. -intentó consolarse- mientras revolvía entre cientos de cosas triviales que se guardaban en un enorme armario.
Antes de marcharse, observó detenidamente por la ventana de aquella habitación, con las luces apagadas. Afuera parecía que el cielo se partía en cientos de pedazos, la lluvia, caía con una contundencia sorprendente, formando pequeños riachuelos que corrían calle abajo, barriendo con su frescura la suciedad. se regocijó de que aquel regalo de la naturaleza la encontrase ahora dentro de la seguridad y comodidad de su vivienda. Sonrió y rápidamente cerró la puerta tras de si.
Bajó las escaleras apresurada, esperando que la tardanza no incomodara a su amiga. Siempre se esforzaba mucho por hacer sentir a sus visitas como en casa. Aurelia se había puesto cómoda en el sofá y había servido ya el vino en las dos copas de cristal. El aroma de la vid inundaba la estancia, mezclándose con la dulce tibieza del fuego, invitando a una larga y entretenida charla, y quizá, a su debido tiempo, a algo más.
-Lamento la tardanza querida-Dijo bajando la voz de forma casi involuntaria, mientras le colocaba a la señora la toalla sobre los esbeltos hombros. Bastó ese mínimo contacto para que ese "algo más" que había surgido al principio en su cabeza como el esbozo de una loca idea, se le hiciera mucho más factible, y del todo deseable.
Aurelia se mostraba muy amable en todo momento, cosa que hizo a la bruja olvidar la extraña sensación que la presencia de su amiga le hacía sentir. Brindaron animadas y bebieron la perfumada bebida. Hubo entonces una breve pausa, un silencio que en lugar de incómodo fue reconfortante y luego Aurelia habló con evidente entusiasmo sobre su colección particular de libros. Según decía, era dueña de unos magníficos ejemplares, que indudablemente dejarían sorprendida a Marie. Ésta se preguntó que tendría aquella mujer qe pudiera maravillarle tanto, y la curiosidad fue quién respondió por ella; -Oh querida, es muy gentil de tu parte invitarme a tu biblioteca. Por supuesto que aceptaré encantada visitarte y ojear esos libros que dices tener, por cierto, mi librería viene dando cada vez mejores frutos -si comprendes a que me refiero- guiñó un ojo con astucia. Deberías tu también visitarme allí, creo que tengo algunas cosas para ofrecerte que de seguro te encantarán.
La velada era estupenda. Buen vino y mejor compañía. Solo que de a poco, la joven hechicera comenzaba a sentir el desvergonzado deseo de probar los labios de Aurelia.
Esa noche Ascher no se había presentado, algo poco usual sabiendo que el endemoniado espíritu adoraba fastidiar los buenos ratos que Marie tenía con otras personas. Intentó no pensar mucho en él, pues algunas veces sus pensamientos tenían la fuerza suficiente para invocarlo.
Las sirvientas dormían a aquellas horas, por lo tanto había tenido que molestarse en ir por las toallas. Buscó bastante hasta encontrarlas. No estaba acostumbrada, ni mucho menos tenía conocimientos de donde se guardaban las cosas. Tonterías, cosas sin importancia... Mi madre tenía razón. -intentó consolarse- mientras revolvía entre cientos de cosas triviales que se guardaban en un enorme armario.
Antes de marcharse, observó detenidamente por la ventana de aquella habitación, con las luces apagadas. Afuera parecía que el cielo se partía en cientos de pedazos, la lluvia, caía con una contundencia sorprendente, formando pequeños riachuelos que corrían calle abajo, barriendo con su frescura la suciedad. se regocijó de que aquel regalo de la naturaleza la encontrase ahora dentro de la seguridad y comodidad de su vivienda. Sonrió y rápidamente cerró la puerta tras de si.
Bajó las escaleras apresurada, esperando que la tardanza no incomodara a su amiga. Siempre se esforzaba mucho por hacer sentir a sus visitas como en casa. Aurelia se había puesto cómoda en el sofá y había servido ya el vino en las dos copas de cristal. El aroma de la vid inundaba la estancia, mezclándose con la dulce tibieza del fuego, invitando a una larga y entretenida charla, y quizá, a su debido tiempo, a algo más.
-Lamento la tardanza querida-Dijo bajando la voz de forma casi involuntaria, mientras le colocaba a la señora la toalla sobre los esbeltos hombros. Bastó ese mínimo contacto para que ese "algo más" que había surgido al principio en su cabeza como el esbozo de una loca idea, se le hiciera mucho más factible, y del todo deseable.
Aurelia se mostraba muy amable en todo momento, cosa que hizo a la bruja olvidar la extraña sensación que la presencia de su amiga le hacía sentir. Brindaron animadas y bebieron la perfumada bebida. Hubo entonces una breve pausa, un silencio que en lugar de incómodo fue reconfortante y luego Aurelia habló con evidente entusiasmo sobre su colección particular de libros. Según decía, era dueña de unos magníficos ejemplares, que indudablemente dejarían sorprendida a Marie. Ésta se preguntó que tendría aquella mujer qe pudiera maravillarle tanto, y la curiosidad fue quién respondió por ella; -Oh querida, es muy gentil de tu parte invitarme a tu biblioteca. Por supuesto que aceptaré encantada visitarte y ojear esos libros que dices tener, por cierto, mi librería viene dando cada vez mejores frutos -si comprendes a que me refiero- guiñó un ojo con astucia. Deberías tu también visitarme allí, creo que tengo algunas cosas para ofrecerte que de seguro te encantarán.
La velada era estupenda. Buen vino y mejor compañía. Solo que de a poco, la joven hechicera comenzaba a sentir el desvergonzado deseo de probar los labios de Aurelia.
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Re: Sólo un traguito {Marie Anne Boucher}
Desde el momento en que aceptó la invitación de Marie, supo que la velada no quedaría solamente en un rato de agradable charla. Ella la había deseado desde que la vio aparecer en el café y después de huir de la lluvia el ambiente se tornó más íntimo entre ellas; poco le importaba a Aurelia que sólo tuvieran un rato de conocerse, pues ciertas cosas no precisan mucho tiempo para volverse relevantes, como su sed, por ejemplo. No obstante, la sangre ya no era lo único de la chica que la llamaba con inistencia, sino todo su cuerpo.
Durante el breve instante en que su bella anfitriona la tocó para colocarle la toalla sobre los hombros, percibió el incitante perfume de su piel y un temblor casi imperceptible que la delataba: la vampiresa comprendió que no sería rechazada si intentaba aproximarse un poco más. Así, le pidió con toda amabilidad que se sentara junto a ella y, cuando lo hizo, Aurelia extendió su blanca y fría mano para acariciar lánguidamente la mejilla de Marie, al tiempo que -con una lentitud seductora- acercaba su rostro hasta casi rozarle la oreja con los labios. -No tengas miedo- susurró, usando su don de la persuasión para enmascarar con las palabras su propia naturaleza y borrar de la mente de Marie cualquier sospecha... después de todo, no quería hacerle daño. Aspiró el aroma de su cabello, oyó el sutil rumor de sus latidos y no resistió más: giró un poco para buscar la cálida boca de la joven.
El contacto la estremeció. El sabor del vino aún perduraba en su paladar, añadiendo un matiz exquisito al beso que acababa de robarle. Se deleitó con la textura de aquellos labios tan blandos y tersos, como si se tratara de los primeros que hubiera probado y rodeó con un brazo su delicado talle, atrayéndola todavía más cerca de su cuerpo.
El calor con que la chimenea llenaba la estancia parecía insignificante comparado con el que poco a poco iba subiendo hasta el rostro de Aurelia... después, el resto del mundo pareció esfumarse.
Durante el breve instante en que su bella anfitriona la tocó para colocarle la toalla sobre los hombros, percibió el incitante perfume de su piel y un temblor casi imperceptible que la delataba: la vampiresa comprendió que no sería rechazada si intentaba aproximarse un poco más. Así, le pidió con toda amabilidad que se sentara junto a ella y, cuando lo hizo, Aurelia extendió su blanca y fría mano para acariciar lánguidamente la mejilla de Marie, al tiempo que -con una lentitud seductora- acercaba su rostro hasta casi rozarle la oreja con los labios. -No tengas miedo- susurró, usando su don de la persuasión para enmascarar con las palabras su propia naturaleza y borrar de la mente de Marie cualquier sospecha... después de todo, no quería hacerle daño. Aspiró el aroma de su cabello, oyó el sutil rumor de sus latidos y no resistió más: giró un poco para buscar la cálida boca de la joven.
El contacto la estremeció. El sabor del vino aún perduraba en su paladar, añadiendo un matiz exquisito al beso que acababa de robarle. Se deleitó con la textura de aquellos labios tan blandos y tersos, como si se tratara de los primeros que hubiera probado y rodeó con un brazo su delicado talle, atrayéndola todavía más cerca de su cuerpo.
El calor con que la chimenea llenaba la estancia parecía insignificante comparado con el que poco a poco iba subiendo hasta el rostro de Aurelia... después, el resto del mundo pareció esfumarse.
Aurelia Sila- Vampiro Clase Alta
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