¿Estás hecho para la vacante solicitada? [Keith]

-Solo palabras que aun intentan olvidarte revolotean en mi cabeza sin cesar. Frente a un altar me encuentro en tu honor y mi castigo aun la padezco. Sentiré que me abandona cuando me oculte en el olvido, pero para entonces volvería a querer sentirte en mis brazos, cuidarte con el cariño que te mereces...-miraba aquel cuadro de oleo que pinté en tiempos libres, cuando me sentía solo y no sabía qué hacer, no podía salir del burdel dado que podría ser descubierto, podría arriesgar mi identidad maldita y ser señalado con ojos burlones. Ya tenía suficiente con aquello, bastante sufría con tener ya de por sí una cruz por el resto de mi vida. Escuche que alguien concedía perdones, falsas promesas de salvación en torno a un Dios, aquel Dios que de pequeño adule y olvide, acercándome a las religiones ajenas que ahora me llevan a no creer en nadie.

-Kaguya...una gota gris cristalina, cruza mi mejilla en este instante... ¿Sabes que no puedo dejar de pensar en vos? ¿En tu voz, que se implantaba lentamente en mi reminiscencia?-No escuchaba su voz. Aquel recuerdo que había plasmado en un lienzo, miraba fijamente al frente, o sabía si escuchaba, si mi mensaje le llegaba. Seguramente, este lienzo que pinte con esmero, estaba incompleto, faltaba la llave del amor para poder abrir el pasadizo que me llevara a otra dimensión en el tiempo y así poder estar con ella, a su lado, yo sabía, sentía que podría estar echándome de menos, ella lo dijo, le oí aquella noche decir, bajo un árbol de sakura en florecimiento.

Ahora sentado con las piernas cruzadas sobre el suelo, temblé al sentir el crujir del hendimiento en la puerta que abría al burdel, aquella puerta que yo dije mantener cerrada por siempre y aparte, habían perturbado la paz que había conseguido establecer en el ambiente. La gente no sabía o no tenia de por si nada de modales. Simplemente miraba por última vez el retrato de ella y con agilidad, fui levantándome hasta quedar de pie, sin acción alguna, sin vida en el cuerpo. ¿Qué era moverse dentro de una melodía armoniosa que te elevara a lo más alto que ni en tus sueños pudieran alcanzar? Mujeres y algún que otro chico tímido habían pasado por las sedas borgoña del lecho de mi cama, algunas bastantes especiales, sentí algunos mordiscos causados meramente por el placer embaucado por el resultado de mis caricias sobre ciertas pieles, pero ahora una nueva solicitud venia a causar una buena impresión ante mi persona.

Esperaba que fuese alguien de buen ver, metía las manos en los espacios vacios de mis bolsillos y me daba la vuelta mientras tanto hasta encontrarme con un joven de ojos azules, oscuros a la poca luz de las velas que esa noche me había apetecido encender, de oscuros cabellos castaños y algo delgaducho. Tenía posiblemente un físico parecido al mío que en contra del suyo tenía un tono bronceado sobre cada poro de su piel. Pobre chaval-¿Te perdiste chico? El Jardín de infancia queda a dos manzanas de aquí, pregunta por la directora del orfanato...-una mirada selectiva le recorrió cada tramo que le daba una proporción perfecta-...seguro que te busca un sonajero con el que hacer notoria tu presencia...-Divertido dije y sentado me volví a quedar sobre el sillón aterciopelado berenjena que me correspondía ocupar, sin prisas pero sin pautas y una pipa de acebo coloque sobre la suave capa de mis labios, otorgando placer a la inquietud que apenas transmitía con mis movimientos calmados. No sabía a que había venido ese chico, no quise pensar que sería si mi reputación fuese un hecho en el burdel, pero ¿Qué escondía aquel chico? Podría tener mi edad, eso sin contar que la experiencia, no se adquiere conforme uno va cumpliendo años, sino por lo que vives en la vida con los cinco sentidos.

Y ahí se encontraba de nuevo, en busca de trabajo en un burdel que no solo le dejara ganancias, si no buenas experiencias, había escuchado de unos en parís, pero la mayoría le desagradaban y este era el último y quizá el definitivo eso si la señora o dueña lo admitía, pues el ser hombre y peor, su cara de niño no le convencía a cualquiera, salió de casa con la misma excusa de siempre, largarse a pasarla bien con unos amigos, y ahí estaba leyendo esas palabras ‘Burdel’, un lugar que estaba en un prestigioso sitio de parís, respiro hondo, para encaminarse al lugar, no llevaba alguna presentación más que él mismo, y si seguro que causaba risa a los demás.

Camino lentamente a la puerta, perdiéndose en el recuerdo de alguien, su hermano, aquel ser que adoraba y amaba por todo este tiempo, al cual tenía años sin ver o sin saber de él, por más que le escribiera alguna carta, Albert, lo era todo para él, su amor, su padre, su todo y sí, estaba enfermo, pero de esos sentimientos, recordó una y otra vez el beso que se dieron como primera vez y ese secreto era de ellos, y ahora se había convertido en un ‘bandido, ladrón de placeres por la noche’ al cual damas y muchachos acudían con una paga jugosa.

Vio a todo tipo de gente, el ambiente parecía animado, un burdel con clase, saco una sonrisa socarrona, cuando pensó en eso, quien lo dirigía sabía bien lo que hacía para tener jugosos clientes visitándole, camino y las miradas no se hicieron esperar, si, sabía que había vacantes en ese lugar por chismes de algunos hombres que veían aquí.

Miro al cantinero y se acercó a él preguntándole donde podría encontrar a la Madame en cuestión, pero, no, lo que encontró fue un hermoso sofá berenjena y unos comentarios tan sarcásticos, que ya no le afectaban, y un hombre, si un hombre dirigiendo el lugar. – No estoy perdido, vengo a ‘ofrecerme’ – recalco con voz varonil – Quiero trabajar en su negocio como… - buco la palabra correcta sin dejarle de mirar a los ojos – ‘Cortesano’, así que no sea tan juzgador, pareceré un niño, pero le daré buenas ganancias, se lo aseguro - ¡Mierda!, tanto le urgía conseguir el puesto que dijo las cosas sin pensar, al entrar vio a los jóvenes tan hermosos, ¿Sería el rival de ellos?, pero la mirada del dueño, un hombre tan joven, le escondía ciertas intrigas, que Keith se sintió más atraído.

Se mantuvo quieto, sereno, pero con energías, claro, todo lo que él decía, ¿Qué era el sexo, sino libertad de amor?, una libertad sin medidas, el colorido cromo de los colores que juguetean tranquilamente bajo demasiadas sensaciones, un latigazo que duele y hace gritar de pura seducción un juego donde el amor y dedicación regresan a templar las olas de un siniestro mar que amenaza azotar las rocas, un vaivén de locuras, un sinfín de secretos, el mas puro y el más cruel de los pecados, porque es una ricura, un placer, un cosquilleo que lleva al éxtasis en todos los sentidos, una fúnebre adicción a un placer sosegado y reservado, lo que invita a la locura, a la perdición, la piel y caricias una maldita rama del arte, no solo una cogida por coger, sino un desprendimiento de la vida, de una respiración que puede frenar o aumentar la adrenalina.

Era Keith quien sabía eso y observar al dueño de acá allá, como seduciéndole, le ponía, si le ponía a un extremo de llegar a saborear cuya piel presumía, quería mostrarle que nadie, absolutamente nadie podía quedar insatisfecho a lado de tal ser humano, que tenia unas manos que recorrían puntos jamás encontrados, a tanteos, a puros bamboleos sobre aquel cuerpo, se relamió los labios cuando le sintió cerca, claro, esta sensación de bienvenida pocas veces la conocía.

Y el me tomo entre sus manos, recorriendo mi desnudes, tranquilamente pasando la lujuria que eran llamas que quemaban mi piel, llamas que me desgarraban, haciendo que yo con un parpadeo de él gimiera tal y cual mujer excitada, sintiendo el amargo deseo de la seducción, miraba sus orbes y podría haberme fundido en piel, alma, y placer, entregarme y llegar al orgasmo con un solo roce suyo, jugueteaba con sus labios insinuándome un beso, quería que lo hiciera rápido, lento, que me escuchara rogar por más, solo, solo deseaba que me tocara una y otra vez, que sus grandes manos tomaran mis carnes y las deleitara con su paladar, que probara mieles que emanaban de todo mi ser, que se fundiera en mi cuerpo, que le gustara cada beso, cada mordida y lamida que podría propinarle

“Una vez más me encontré en sueños con mi amante”

Ese fragmento del diario de su madre le vino en mente cuando el dueño, se presentaba de esa manera, antes de que él se retirara del cuerpo de Keith, le detuvo, con los brazos y fue este mismo quien susurro a su oído un murmullo seductor, uno que quizá aquel no olvidaría, una preposición, una insinuación – Pruébame, deléitate conmigo, hazme saber que soy quien merece la bacante – sus labios estuvieron cerquita del odio, de su cuello, de su piel, podía embriagarse con su fragancia – Comprueba que nadie puede quedar insatisfecho, ni tu podrás, seré tu adicción – murmuro, por ultimo depositando una caricia con los labios sobre aquella piel.