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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Abélard Fontaine Vie Dic 09, 2011 6:09 pm

Entre las grandes nubes arremolinadas sobre el cielo como funesto presagio de una tormenta, se levantaba la Bastilla. Hoy tenía entre sus muchos cautivos a un invitado especial. Todos se encontraban allí por importantes razones. Unos pocos aún no reconocían los ecos de la voz que aún entre paredes les llamaba. Éste era especial para el rey que caminaba sin prisa alguna ahora que el astro rey se ocultaba entre las colinas. Se deslizaba señorialmente, de una puerta a otra, entre un pasillo y el siguiente. La sombra de antiguo rival era lo que representaba este condenado al cual visitaba. El último hijo del una vez hermano de Abélard, Marcus. Algunos fantasmas persisten a pesar del tiempo, a pesar de los sentimientos y por encima de las alianzas de sangre. Una vez roto el compromiso de respetar, honrar y servir un parentesco compartido, difícilmente puede volver a su primera forma. Después crece y puede también llegar a pasar el resentimiento y las viejas querellas de un linaje a otro, subsistiendo como el veneno mortal de una víbora en la sangre que no mengua hasta ver cumplido su propósito. Mucho tiempo había transcurrido desde que el hijo de la noche viese esa sombra proyectada nítidamente en el semblante de Marcus, que intentó darle muerte y poder hacerse así del poder, de la corona. Esta, sin embargo va más allá un título, es algo que se vive, algo que se honra y se recuerda día con día. Al tomarse por la fuerza se le quita su esplendor, se mancilla, se vuelve algo nebuloso, impreciso. Se necesita mucho más que sangre para restituir su antiguo valor, su poder. Aún así Marcus no pareció dudar por aquellos días de que funcionase a su modo. Era un deseo instalado en su corazón, que hechose raíces en su alma y envenenó su mente durante muchos años. Un anhelo natural es el de querer lo que no se puede conseguir, de adquirir mayor poder. Un deseo común incluso. Y en ocasiones uno con un precio demasiado elevado.

La esperanza sin embargo, de que antes ya hubiese sido saldado la deuda que derramara tanta sangre y desgarrado la carne mortal, prevaleció. Aún sobre el recelo que pudiera guardarse al tratarse de un descendiente de aquél atrapado por sus propias bestias. Por ello cuando el joven Conde de los Países Bajos, Darcy Trudeau, pidiera un indulto real para poder volver a su tierra madre, le fue concedido.

Ahora al abrirse la puerta de la habitación en la torre, nuevo recinto del joven Conde, revelaba lo que el aroma distintivo de su especie había gritado desde un principio. Un lobo. Los años muy lejos estuvieron de diluir la furia en la sangre del sobrino de Abélard. Le dieron fuerza en su lugar, se extendió a otros y ahora regresaba vestido y adornado como un noble pero ostentaba la piel de un lobo hambriento de poder y de sangre.

-Francia abrió sus puertas a un Conde.- declaró el Rey al entrar en la celda. Después largo suspiro escapó de su boca -Me encuentro ahora con que tratabasé tan sólo de un disfraz bien elaborado, por una criatura de sangre caliente y mente fría.- Estaba diseñada esa prisión para la nobleza, con todas las comodidades. Pero para alguien acostumbrado a ellas, esto representaba nada más que humillación. Abélard permaneció de pie entre los muros y el lobo. Los guardias a cada lado de la puerta, precaución, protocolo. Buscó los ojos de Darcy. Siempre le habían parecido más similares a los de Miriam Elizabeth, aunque tenían una ligera sombra ahora acentuada. Muy semejante a la que contemplara algunas estaciones atrás en los ojos de su hermano, justo antes de intentar terminar con su vida y dar un golpe de estado. Una ironía que sobre Marcus descansara la tierra y la hierba tranquilas y que Abélard consiguiera la inmortalidad sin buscarla. Ahora la historia se repetía aunque de manera muy diferente. Muy lejos estaba del atroz final que antes tuvo, al menos para uno de ellos.


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Mensaje por Henry Birdwhistle Miér Dic 14, 2011 5:31 pm


¿Dos semanas? ¿tres? Quizá menos, quizá más. Los días dejan de tener sentido cuando la luz diurna no puede calentar la sangre y la luz nocturna, la que cae como un sueño de marfil y plata, no llega a reflejarse en la piel anunciando su marcha. Aquella celda a la que habían conferido a Darcy, después de conducirle por las escaleras hasta la torre y cerrado la pesada puerta tras de sí, no era muy grande. Y cada día parecía que los muros se movían un poco más, restando espacio, aire y cordura. Una ventana hubiese sido de mucha ayuda. El frío lograba entrar, por algún oculto pasaje entre las grandes lozas que conformaban la prisón. Aún así parecía que Jean había cumplido su palabra. Se le alimentaba y se atendían sus necesidades. No se le dejó por completo en la oscuridad pues con regularidad le traían velas e incluso le ofrecieron tinta y papel. Darcy se negó a aceptar todo exepto la pequeña luz, pequeño ángel de cera con corona de fuego. Sabía que si pedía un par de libros se los traerían, pero fue una opción que descartó cuando algunos títulos, poco convenientes ahora, pasaban obsesivamente por su mente. Tenía los pequeños fragmentos bien memorizados, casi tomaban vida propia... plasmados en un libro sería peor. Bastaba con aquél fantasma susurrante, de voz dulcemente déspota, que rondaba entre los cuatro muros, negándose a marchar. Incluso se filtraba en su sueños convirtiéndolos en pesadilla. Raro era el sueño reparador, que le hacía descanzar y se desvanecía pronto.


Sobre la mesita de madera en medio del cuarto, descansaba seguido la comida casi intacta. Comía una vez al día o ninguna. Darcy no tenía mucho apetito y a veces su estómago no toleraba ni una comida, y la devolvía poco después de ser ingerida. El espejo ovalado en la pared, que sirviera fielmente en un principio para que el Conde conservara la costumbre de arreglarse un poco por las mañanas, ahora estaba quebrado. Sólo las astillas que salían como dientes del marco, daban fe del cristal que antes había sostenido.


A veces Darcy, sentado en la orilla de su lecho, que si bien no era de paja y algodón para él seguía siendo rústico, deseaba que su sentencia le fuera comunicada de una vez. Eso al menos le daría sentido al tiempo. Una fecha aproximada de cuándo tendría noticia de algún Dragón... ¿Por qué demorar un castigo que había sido evidente incluso antes de pisar la Bastilla? No, Darcy no quería morir en esos momentos, simplemente anhelaba que algo pasara, pronto. Quizá así la Hermandad se diera prisa en organizarse, en actuar, en venir... Esto era parte del plan, dejarse arrestar para que otros tuvieran la oportunidad de escapar. El riesgo de morir sin embargo seguía allí, era tan posible que sucediera como que le rescataran. Él lo sabía y esto lo mantenía a veces incontables horas despierto, aguardando.


-“...sólo debes hacerlo sangrar.”- Repitió Darcy en un susurro, recargando sus manos sobre la mesa, de frente a la puerta. Observaba la pequeña vela que estaba por terminar de consumirse. La única que iluminaba la habitación, aunque tenía otras guardadas. El plato con carne y algunas verduras, que quizá fuera la comida o la cena, yacían intactos junto a la jarra de plata y una copa. La camisa blanca que portaba lucía limpia, se la acababan de traer, como cada tercer día. Tenía todos los botones desabrochados dejando ver la piel debajo: una complexión delgada, pero aún en descanso podían apreciarse los músculos delineados por la sombra de los juegos de luz que proyectaba la llama. También se apreciaba a medias el tatuaje en su costado derecho. El abrigo de azul marino le protegía del frío que se sentía esa noche, aunque tampoco estuviera abrochado. -Y hacer un sacrificio, un sacrificio.- Completó. Estaba cansado pero recién había despertado de una pesadilla. Miraría aquella flama hasta que se extinguiera, después el sueño, el humo, los espejismos otra vez.


En ese momento Darcy lo sintió aproximarse, lo escuchó abrir la puerta y entrar pero su vista siguió fija en el fuego hasta que Abélard terminó de comunicar su “decepción”. Las manos del lobo querían cerrarse en puños, pero se contuvo. En su lugar asomó una sonrisa a medias y luego sus ojos se levantaron para fijarse en los del rey, que le observaban. El porte de Abélard era como siempre regio e impecable. Orgulloso. -Que curioso, la memoria parece no llegar muy lejos... tío.- Darcy ladeó un poco la cabeza entornando la mirada -El Conde de Montecristo entra a Francia y se encuentra con que el monarca bajo la corona es una criatura de sangre fría, de corazón muerto y alma cálida... si es que aún tiene una.- torció la sonrisa, convirtiéndola en una lobuna. -Pero eso ya lo sabía.- Vio de soslayo a los guardias que esbozaban una ligera mueca de indignación. Río por lo bajo -Sé a que ha venido... Majestad. Simular compasión, brindar indulgencia... eso probablemente agregó gemas a su corona. No necesita fingir decepción de alguien cuyo destino, apartó lejos de su mirada y de su tierra hace tiempo.- Tenía tan cerca al vampiro, al hombre que lo enviara al exilio, que hiciera caer a su madre al enterarse del destino final de Marcus, tan cerca... -A pesar del esfuerzo por enterrar el pasado, éste no lo ha olvidado. Sólo se ha fortalecido.- afirmó pasando la lengua inconscientemente sobre el colmillo. ¿Alguien recordaba porque no podía cobrar su venganza en ese momento? Ah sí. “No necesitas matar a un dios para que deje de serlo... solo debes hacerlo sangrar” y luego terminar su agonía lenta y dolorosamente. Aún si se debe sacrificar la propia vida en el proceso.


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Mensaje por Abélard Fontaine Lun Dic 19, 2011 5:31 pm

La diminuta flama ardía en medio, devorando con fiera insistencia la cera que le sostenía. La oscuridad reinaba, el corazón titilante en la llama le animaba a prevalecer ante todo. Más alto brillaba, con más fuerza, igual así moría la cera líquida regada en bordes desiguales sobre la madera que le sostenía. La templanza sustenta la vida, el calor le consume. Entre mayor es la calidez en una criatura viviente, la ilusión de frialdad recorriendo su interior aumentará. Enfermedad, fiebre intentará ser apaciguada con fuego y aguardiente, agravando los temblores, tornando el corazón frío. El ambiente influye sobre los cuerpos de las criaturas grandes y pequeñas. Sobre los seres consientes repercuten también los sentimientos y los pensamientos y los recuerdos y los deseos y los sueños y los días de vigilia. Es una influencia sutil pero definitiva la que gobierna sobre todas estas cosas. Lentamente viene el aprendizaje para guiarles, con cada año transcurrido. Tener tacto suficiente para que la compasión sea virtud y la entereza, la resolución que no la transforme en fe ciega. Mantener la imprescindible voluntad de aprenderlo día con día, con el conocimiento de la riqueza y sabiduría que puede obtenerse al caer la noche, aún si el dominio no llega a ser total. Fácil es dejar discurrir las sensaciones y las ideas indómitas, esperar que encuentren equilibrio por sí mismas. Con igual rapidez fácil, de ser un espejo, lago tranquilo, se convierte en furioso río de imagen borrosa. Distorsionado será todo lo que perciban aquellas criaturas entonces. Cae el velo del sueño. Entreteje sus hilos profundamente hasta convertirse en fiebre. Imposible casi es distinguir la realidad de lo ilusorio. Animando la flama hasta que envuelve su presa en salvaje antorcha y lo consume todo. Así viene después la oscuridad absoluta.

Bailaba en los ojos del joven Conde el reflejo de la llama, resplandeciente, furiosa. Darcy se inclinaba sobre ella en cierto ademán protector, alentador al mismo tiempo. Marcábanse sombras negras debajo de sus ojos, dando fe del poco descanzo y la falta de sueño. Sus pómulos resaltaban, parciase más delgado. A pesar del cancancio que hundía sus hombros ligeramente, como si un gran peso cargasen, su mirada se mantenía firme, resuelta. En el aire sentiase la tensión pues el lobo se contenía con esfuerzo, se notaba en las venas que se marcaban, hinchadas bajo la piel, la respiración controlada y nerviosa. La sonrisa burlona, el mentón en alto, el tono desafiante. El gesto dolido cubierto por el desprecio. El orgullo mantenía su voluntad, igual que antes lo hiciera en Marcus. Las palabras fluían rápidas entre sus labios con aquél carisma tan familiar, pero pesaba en ellas el enojo, cierta tristeza agria que le confería un alo sombrío.

Abélard sostuvo la mirada de su sobrino, observando el matiz cambiante en su semblante. Entrelazó las manos frente a sí, en reposada actitud. El joven Conde lo había estado esperando. Los ecos de antiguos reclamos escuchábanse esta noche, torcidos. En otra cara, en otro nombre tomaron disfraz, la misma flama dábale movimiento, le instigaba. Parpadeaba negándose a volverse ceniza y polvo.

Silencio siguió. El hijo de la noche contempló al lobo una vez más.

-Las acciones y no la apariencia definen a un hombre.- Habló Abélard haciendo otra pausa menos prolongada -Alma es aquello que anima a los seres vivientes, desde los seres humanos hasta las bestias salvajes que en los bosques habitan.- sonrió -Francia siempre esta atenta a sus hijos. La tierra entonces da los frutos de lo sembrado, nada menos, nada más- El gesto del inmortal tornóse serio. Entrecerrose apenas la mirada, ademán invisible para el ojo humano -El pasado forma parte de quienes somos. Es por él, que el reflejo nos saluda cada mañana ante el espejo, cada anochecer antes de entregarse al sueño- Su vista se paseo por la habitación y se detuvo ante el marco vacío del espejo, que lucía marcas del maltrato recibido. Volvió a sonreír y las líneas de la edad aparecieron enrededor de sus ojos -Unos lo aceptan.- fijose nuevamente en su sobrino -Otros no. Faena necia es intentar enterrarle.- El rey dio unos pasos, acercándose a la luz que trazó un juego de figuras sin forma sobre las ropas que vestía. Invitó a Darcy con un ademán a ocupar asiento en la silla que yacía junto a él. Luego él mismo sentose en la silla que tenía delante, la espalda erguida, las manos descansando sobre la mesa. -Ciertamente no soy portador de un aviso que desconozcas, Darcy. El mismo destino elegido por tu padre habeís escogido y como él asumirás la responsabilidad. El lobo no ha de ver otra luna llena.- Abélard tomó la jarra de plata, llena hasta casi desbordarse, igual de intacta encontrábase que el trozo de cordero y legumbres que jugaban de cena. Vertió su contenido en una copa y la colocó frente al joven Conde. -La pregunta no es necesario hacerla en voz alta, pues la respuesta ha guiado cada uno de tus pasos incluso en contra de las posibilidades. Te ha traído hasta aquí.- hizo una pausa -Es el momento de decirla en voz alta porque podría ya no ser escuchada.- concluyó Abélard. Conocía los motivos de su sobrino para actuar de esa manera, sin embargo quería que él lo dijera. Antes no dio oportunidad de revelar cada intención en la palabra de su hermano, porque la pena y la decepción, el enojo, pesaban más. La decisión igual que ahora fue tomada antes de que el juicio en su contra hubiese dado inicio. Contaba con su aprobación, sino con su presencia. Ahora la silueta oscura del lobo erguíase, reclamando atención. Así entonces quizá finalmente podría descansar en paz y desaparecer en la profundidad de la noche, entre los árboles. Dejar de asolar a Francia y a su propio ser, con aullidos llenos de promesas vacías y de recuerdos en los que la luz de las estrellas ya había sido olvidada antaño. Donde sólo el calor insensible era rey.


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Mensaje por Henry Birdwhistle Mar Dic 27, 2011 6:03 pm


Ese momento de silencio, la calma de Abélard para responder como si estuviera dando un sermón frente a sus súbditos. El lobo bufó ante sus palabras. Al parecer el rey se creía inocente y libre de las manchas dejadas por la sangre derramada en su nombre. Aunque Darcy se detuvo por un momento a analizar lo del alma. Arqueó la ceja divertido, pensando en las posibilidades de que ardiera en el infierno con el resto de la familia. Luego su tío sonrió y habló como si comparara la situación con aquella parábola del “hijo pródigo”.


-Yo no sembré nada, coseché el veneno de otros... - comenzó a protestar pero Abélard continuó y el lobo quería escuchar las mentiras que se contaba día con día para sentarse igual que Zeus entre los Olimpianos después de corretear a una amante mortal. Por un momento volvió a su memoria las contadas ocaciones en que Abélard lo había sermoneado por su conducta en la corte, antes de que todo pasara. Como si él fuera intocable, perfecto y lo conociera todo. Por aquél entonces no le dio importancia, simplemente asentía con la cabeza y luego se largaba a continuar en lo que estaba. Pero ahora resultaba molesto tanta hipocrecía disfrazada de ¿diplomacia? ¿buena voluntad? No... Su tío se regodeaba en el anuncio que estaba por hacer y lo hacía desde el trono del que jamás se apartaba.


Le recorrió un escalofrío cuando el rey habló del pasado. Siguió su mirada hasta el espejo, recordó aquellos ojos inhumanos y totalmente negros que pertenecían al lobo asomarse en el reflejo antes de que lo redujera a pedazos. Hacía mucho que Darcy había dejado de disfrutar contemplar su imagen en el espejo, pero cada día que transcurría se volvía más insoportable.


Aparentemente a Abélard no le bastaba con las palabras también quería intimidar con su presencia y su cercanía. Darcy frunció el ceño cuando le ofreció asiento como si se tratara de un encuentro casual. No se movió un ápice. -Hace mucho que no es mí rey, majestad.- forzó la última palabra escupiéndola entre dientes. ¿Que pretendía con todo ese teatro? La creciente irritación aumentaba el ritmo de su respiración. Al lobo no le importó que el vampiro pudiera darse cuenta, ya no. La única razón por la que no le saltaba encima es porque estaba en desventaja. El rey se acomodó en la silla sin perder en ningún momento esa actitud sobervia de la que gustaba hacer gala. Después la sentencia que había estado esperando. Una pequeña parte de Darcy sintió alivio al tener la posibilidad de verse librado de lidiar con el lobo una vez más antes de... Miró la copa que se le daba.


-Jajajjaja... ¿el destino de mi padre?- Darcy sonrió con incredulidad, negando con la cabeza. Luego su gesto se volvió serio. Arrojó con un manotazo de reversa la copa que su tío le había servido. Con gran estruendo calló al suelo derramando el contenido rojizo sobre la loza, la vela tartamudeó. Los guardias titubearon en la puerta. Los ignoró. -No, no, no, no.- se inclinó aun más que antes sobre la mesa, dejando poco espacio entre el rostro del lobo y el del vampiro -No puedo darle una respuesta que calme su conciencia, cuando la pregunta va dirigida a otra persona, tío. Yo no soy Marcus ni pretendo serlo... y menos aún terminar con lo que empezó.- Lo miró fijamente -Arggh. Esto es... totalmente diferente... - Desvió la vista hasta el desordenado lecho vacío. -¿A eso vino en realidad? ¿A escuchar en voz alta que asumo la culpa de la sangre salpicada en sus manos?- Darcy se enderezó cruzo los brazos con una sonrisa lobuna -Pues soy inocente... Y aún así la sangre también me manchó... - soltó una risa nerviosa y suspiró pensativo -Pero dudo que lo crea... Igual que tampoco lo creyó Dominique cuando se lo dije el otro día en los jardines reales. Era una buena noche para reunirse en privado. Para hablar de planes futuros- se dejó caer en la silla con gesto exagerado, fingiendo decepción -Pero guardó silencio sobre todo esto porque uno de los nuestros le importa demasiado. Es una buena niña- el lobo sonrió con aire de satisfacció. Si caía no lo iba a hacer solo...


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Mensaje por Abélard Fontaine Jue Dic 29, 2011 1:25 am

El nombre dado al reflejo tan variado es como los rostros y las cosas que pinta. Los seres consientes supieron reconocer el mundo nítidamente trazado, aunque a la inversa, en los brillantes objetos que sirven de espejo. Mientras para las otras criaturas pasa desapercibido. Muchas edades han caminado a la par de los seres humanos enseñándoles nuevas cosas y recordándoles las que no deberían ser olvidadas. Así desde antaño aprendieron a fabricar sus propios objetos cristalinos, a manipularlos y decorarlos, a pulir sus imperfecciones, a negociar con ellos, a convertirlos en inequívocos oráculos de la verdad. Transformados fueron en confesionarios. Objetos de pasiva compañía, silencios habitantes que cobran vida con una mirada. Les otorga poder los ojos que le contemplan. Se vuelven víctima, juez, verdugo. Entonces son crueles y dulces y compasivos y egoístas y lujuriosos y benévolos y valientes y cobardes. Luego vuelven al silencio, a la paz fría y perpetua de las cosas que duermen. El ánima que les fue por un momento conferida se transporta cual vapor etéreo, posándose en delgado velo sobre la mirada que les despertó. Le hacen fiel compañía en cada aurora, durante el medio día, al caer la noche, en las horas donde las sombras son muchas, difusas. Pues pocos son los hombres que aprendido hubieron a conservar tan puros y prístinos sus espejos como sus miradas. Aquellos pocos logran verlo todo sin voltear la imagen. No son cómplices de la pintura en el reflejo, ni férreos enemigos, tampoco familia o extraños olvidados. Porque son los hombres los poseedores de la palabra y el pensamiento, no los objetos inanimados. Aún cuando brillen como la más alta estrella o hipnoticen como el agua que corre tranquila en un río. Si a través del espejo se contemplan las cosas todas, olvidándose del mundo existente en rededor, una venda de noche profunda y sin luna desciende sobre los ojos, sin distinción del color arcoíris con el que fueron vestidos.

De las nubes de tormenta nació el relámpago, que con luz fugaz fue a golpear el espejo para volver a las tinieblas de donde hubo venido, no dejando sino negrura y oscuridad aún más profundas. Trozos de reflejo lo único que quedó en el marco, mano de madera que les sostenía. Su esencia vivía ahora en los ojos de aquél que le había invocado. Aunque permaneció de pie negándose a ser partícipe, los ojos de Darcy le traicionaban. Si sus palabras eran apenas controladas, las sombras que jugaban en su mirada lo hacían sin disciplina o control alguno. Pequeña luz centellante era lo que quedaba libre de la noche que creía seguro refugio. El joven Conde sonrió impaciente tras una risa desesperada. El líquido carmesí derramado después, volviose distorsionado espejo de mancha rojiza. La jarra de plata, y el cordero y las legumbres sobrevivieron a la furia del lobo, la primera probablemente debido a su dañina naturaleza para la sensible piel de su agresor. El gesto de Abélard tranquilo permaneció en todo momento. Una leve sombra en la mirada del vampiro aparecióse ante el comentario último del lobo, pero no era mucho más que eso en aquél momento.

-Tiene influencia Francia sobre las personas y animales que en ella habitan, sobre sus invitados todos. Aún si estos son pasajeros, o silenciosos fantasmas que andan en los caminos de noche. Así mismo el Rey.- comenzó Abélard con sonrisa cálida -Un derecho y gran responsabilidad es llevar la corona.- hizo una pausa -Intentó tu padre matar al portador, robar ese derecho y pasar por alto el deber que conlleva.- el monarca atrapó los ojos del joven Conde con mirada serena pero significativa -Ahora usando la palabra libertad se pretende proceder de similar manera.- el rostro de Abélard endureciose entonces. Luego nada, silencio. Asomóse finalmente una breve sonrisa en sus labios suavizando su gesto -Más ea, dicha palabra es inflamada por la ira y el rencor que ahora desborda tu mirada, por tu tormento en el espejo. ¿Cómo entonces puede llamarse “libertad”?- apoyó los ante brazos en la mesa, acortando disntancia entre ambos, tío y sobrino -En efecto es un “asunto totalmente diferente”- lo citó -Sed de sangre, sed de poder, sed de venganza. Eso escucho ahora que el antifaz reemplazado fue por dientes y garras. Imposible es ver algo que se mantiene oculto a propósito o no. Jugar a las divinanzas, contraproducente puede resultar-Abélard entrecurzó las manos haciendo breve pausa -Distinguir entre los matices de gris, etre bruma y misterio, espejismos de una verdad opacada y torcida hace tiempo, difícil es. Más aún cuando son mezclados los sentimientos. El lazo compartido entre primos siempre ha sido fuerte. No es extraño pues que mi querida Dominique, apasionada doncella de retos y acertijos acudiera en secreto a tu llamado cuando ninguna acusación sino la sospecha reposara en la mirada de los que te veían de nuevo.- el vampiro respiro profundo antes de continuar -Mantener sin embargo una máscara cuando puede ser la última vez que se contemple el rostro tras ella es tu decisión, Darcy. El tiempo pasa como las oportunidades, algunos juegan con ellas. Otros las toman.- El rey observó la vela que languidecía con cada minuto. Después pusose en pie dedicándole una larga mirada al joven Conde que tenía delante. Su sobrino. Algunos reflejos cobran fuerza tal que asumen la identidad del reflejado, se pierden las esencias, ocultas por el barro. Con el tiempo llegan a olvidarse. Darcy quería decir algo más, casi podía verse cuando se refrenaba para hablar. Estaba demasiado perdido por la imagen en el espejo. Abélard lo notaba en sus gestos. Así aunque una pequeña luz aún pudiera brillar estaba destinada a extinguirse pues era luna menguante. Pálido reflejo del astro rey que en el día ilumina los caminos todos.


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Mensaje por Henry Birdwhistle Vie Dic 30, 2011 6:32 pm


Apretó Darcy la mandíbula ante las palabras de Abélard, fáciles, rápidas y torcidamente certeras como saetas. La pasividad del vampiro, su seguridad ante la situación lo hacía desesperante. Su eterna diplomacia en la que claramente mantenía al margen sus emociones, hacía parecer que si el contrario las demostraba, no estaba a la altura. Como un niño que hace berrinche por cosas que no comprende, pero que fácilmente podría remediar si mejorara su comportamiento.


-Yo no quiero la corona, nunca fue mi deseo, ni lo será.- espetó interrumpiendo a Abélard con cierto enfado. Marcus no tenía nada que ver en el asunto... Las cosas no son siempre lo que parecen. Darcy se preguntaba que pasaría si le dijera a su tío la verdad de todo en ese momento ¿le daría la razón? Lo dudaba, pero al menos las cartas serían puestas sobre la mesa. Si terminaba el juego en esta última partida, todo quedaría claro. No hay nada peor que morir por las razones equivocadas, arriesgar lo que se tiene por algo que nadie más ve. Al final se puede hacer pasar a un héroe como un cruel villano y al “malvado” como alguien digno de admiración. La historia la escriben los supervivientes, los vencedores. A ellos se dirigen quienes buscan la verdad de un pasado lejano. Por eso con el tiempo se vuelven leyendas, después mitos.


Luego Abélard reclamó la mirada del lobo, y en sus ojos apenas podía notar una vaga molestia por los acontecimientos que se estaban discutiendo. Y eso era porque Darcy lo conocía... un poco más que el resto. -¿Mi tormento?- bufó desviando su atención a la vela -No recuerdo haber reclamado derecho de propiedad sobre él, aunque debe ser más fácil dejar los fantasmas a las sombras dónde nadie más puede contemplar los errores pasados.- se cruzó de brazos, forzándose a terminar de escuchar lo que el vampiro tenía que decir. No soportaba sus sonrisas “condescendientes”, aún así le sostuvo la mirada. Y por supuesto el rey excusaba a su querida hija de su cuestionable comportamiento.


Cuando Abélard terminó con el sermón, el lobo lo observó un momento en silencio mientras el rey hacía ademán de marcharse. Después se echó a reír. -¿quién define la palabra libertad? ¿El hombre que vive entre paredes de oro, conteniendo sus emociones, pretendiendo conocerlo todo?- ladeo la cabeza -¿El hombre que no se desprende ni un momento de su amada máscara de mesura, diamantes y grandeza?- entornó la mirada. La guardia se removía inquieta y disgustada. -El orgullo es uno de los pecados capitales que puede fácilmente pasar por virtud. Actos desinteresados, auto sacrificio, hipócrita compasión... Yo no oculto nada, ni emociones, ni pensamientos que no puedan ser leídos si son correspondidos con el mismo interés. Pero con esa falta de emotividad, con esas palabras frías como el texto de un libro, no se puede pedir profundidad ni razones. Están hechas para obtener resultados... y esos creo que ya los tiene... majestad.- Darcy se levantó y caminó medio rodeando a Abélard, situándose a su altura, pero con la vista en la puerta en vez de en la pared contraria como el rey. Unos pasos más y estaría entre la guardia humana y el vampiro... quizá lo mataran pero no antes de que el lobo lograra asestar un par de golpes, tal vez letales... Apretó los puños, entreteniéndose un momento en meditar los movimientos. -“Canto las armas y a ése hombre que de las cosas de Troya llegó el primero a Italia prófugo por el hado y a las playas lavinias, sacudido por mar y por tierra por la violencia de los dioses a causa de la ira obstinada de la cruel Juno, tras mucho sufrir también en la guerra...”- recitó Darcy, recordando aquél antiguo texto. Suspiró y luego volvió un poco el rostro, suficiente para poder ver a su tío. -Tampoco es extraño que ante tanta indulgencia, la princesa mueva a los soldados de su majestad sin consultarle e intente hacer arrestos que tampoco le menciona. Creo que ella también peca de orgullo, igual que su padre. ¿Pero porque preocuparse por ello cuando los verdaderos defectos están a salvo, encerrados tras barrotes de hierro?-


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Mensaje por Abélard Fontaine Sáb Ene 07, 2012 6:16 pm


Grandes monumentos, terribles masacres, gloriosas ciudades, feroces batallas. Cada uno comenzó su existencia como un deseo. Algunos se transforman en actos nobles, heroicos. Hermosas inspiraciones que hacen ver lo mejor de los seres humanos. Otros más se desarrollan para convertirse en verdaderas pesadillas, que no son curadas hasta pasadas muchas generaciones. Y aún así permanecen, como cicatrices en el subconsciente colectivo. Cuando los años han pasado y las primaveras parecen más vedes, llenas de vida, viene de nuevo el invierno, las viejas heridas. Porque igual que las estaciones, las naciones caen y renacen y se desmoronan y llegan a ser casi utópicas. Los deseos son dones concedidos o maldiciones que prevalecen como conjuros antiguos. La fuerza de ambos radica en la voluntad de aquél que les concibe. Fácil es empezar con una intención y verla consumida por lo que pretendía evitarse, al concluir. Inestables y erráticos son los deseos. Lo son tanto para el ser más cruel, frío, despiadado como para el más noble de los hombres. Los seres humanos son las únicas criaturas que aprendido hubieron a desear, pues sólo ellos separar de los impulsos, los sentimientos y la razón, lograron. Difícil es sin embargo aprender pues conlleva grandes sacrificios. Así muchos deseos se disipan como sueños al nacer el alba, perdiéndose en los caminos del tiempo y la memoria; prevalecen aquellos pocos que logran alcanzar la bóveda celeste convertidos en estrellas. Aunque venga el día entonces tornándoles invisibles, al caer la cortina de la noche, volverán refulgentes ofreciendo guía para historias crear en aquellos que les miran.

Los deseos, de salvaje naturaleza son. A la par de las criaturas que razonan, caminan. En veces nacen a su lado, en otras adoptados fueron de otros lugares y personas. Pero siguen siendo libres en todo momento, hasta que un buen día buscan partir del lado de su acompañante. Primero ha de ser con gestos gentiles, suaves palabras. Después han de venir las mirada de advertencia y las protestas silenciosas. Mordidas, rasguños, vivídas pesadillas se arremolinan en reclamo después si se les retiene por fuerza. Aún luego de eso, si se persiste en atar los deseos con cadenas de acero, sentimientos egoístas y vanidades profundas, arrebataran la vida sin duda, tras largas dificultades y penas. No pueden ser domesticados.

Eráse un deseo el que llevado había a Darcy hasta la prisión donde encontrábase ahora. Un deseo que cuidose y alimentose largo tiempo para volverlo fiera hambrienta, castigadora. Así ahora cumplía su cometido devorando a su creador lentamente, día con día. Situávanse a la par en ese momento, hombro con hombro, tío y sobrino. El segundo observaba hacia la puerta, el otro a la flama. Mismo lugar, diferente visión. Buscaba el lobo carne a la cual asir sus dientes para desmembrar y desgarrar, incluso a costa de los que una vez apreció y procuró. Encontraba desagradable entrechocar sus mandíbulas vacías. No veíase esfuerzo de su parte por disimularlo o por contenerse. Darcy recitó aquellas palabras cual invocación misteriosa de sus verdaderos pensamientos. Abélard reconoció el texto citado. Sonrió, luego suspirose sin decir nada. Dejó que las palabras del lobo salieran como tormenta furiosa y después un silencio vino. El rey descansó sus manos entrelazadas sobre su abdomen sin moverse de su posición.

-Decís no haber deseado la corona, reclamando a la vez y de algún modo, la antaño perdida.- Abélard dijo evocando una sonrisa más breve, una pausa luego. -Las penas y las dificultades atormentan en un momento u otro a los seres vivientes, después pueden dejarlos ir o encadenarse a ellos. Es decisión de cada uno.-girose el rey para ver los ojos del joven Conde -Muchos han intentado definir la libertad. Pero la naturaleza de su esencia no puede ser retenida con palabras en tinta, ni por muros de dorados colores, con el conocimiento o con la falta de éste. Tampoco es algo que pueda simularse, retratarse en fríos rostros de piedras blancas o preciosas.- Abélard por un momento miróse a los guardias con gesto sereno, después volvió la atención a su sobrino -Los pecados capitales son también, faltas cometidas contra nosotros mismos. Y no recae en otro hombre el derecho de juzgarlos a menos que dañen a otros, Darcy. -Abélard apenas frunciose el entrecejo. Dos líneas desiguales aparecieron ante el gesto, marcas de la edad mortal ya extinta. Ríose cálidamente antes de continuar. -No soy el único que busca obtener algo. Soy paciente para hallarlo o dejarlo pasar si es necesario. ¿Estás dispuesto a hacer lo mismo?- Contempló a Darcy en silencio. -Eneas encontró la estabilidad cuando abandonó su tierra ya carente de significado para él, por nuevas conquistas y glorias. Deseaba vivir.- El rey dio dos pasos hacia la puerta. -Los asuntos que atañen a la princesa, ya no deben inquietarte. Cuidaré sus pasos y estaré para ayudarle a levantar cuando no encuentre fuerzas en sí misma. Igual que con el Delfín, con nuestra amada Reina. Y con Francia. Todos cometemos errores y todos debemos hacernos responsables de ellos. Aunque nos conduzcan hacia profundas prisiones o nos hagan contar las horas y los días en este mundo, y las edades y las estrellas en el siguiente.-

Los peores enemigos o los más fieles aliados, pueden ser los deseos. Los amos o los esclavos, los sueños o las pesadillas vueltos realidad. Todo depende el no olvidar la libertad que nunca les deja de pertenecer ni conferirles demasiada autoridad. Cuando esto pasa al olvido entonces carcomen sangre, piel y hueso. Dejando el alma desnuda, vulnerable, quebrada. Algún sentimiento vago puede ayudar a resistir por más tiempo la tortura. Darcy había escogido el enojo, la ira. Arderían las llamas entonces un rato más largo pero no dejaba de ser combustible para su deseo. Lo hubiera adoptado de Marcus o no. La llama tartamudeó con mayor fuerza, sobre la cera, dando los últimos destellos de luz furiosa, lista para apagarse ante el menor disturbio. Abélard hizo seña a los guardias para que abriesen la puerta. El lobo no dejaría ver más allá de la mueca feroz y los gañidos amenazantes. El Rey contempló al joven Conde minuciosamente antes de volver su atención a la salida. No había nada más que hacer allí. Era el último momento para que la mente soltara el deseo un instante. Aunque probablemente no pasaría y la llama se extinguiría en silencio.


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Mensaje por Henry Birdwhistle Dom Ene 15, 2012 6:02 pm


En realidad la corona perdida no podía recuperase, Darcy lo sabía, una vez perdida está destinada a correr tan sólo en las venas del que la portaba. Corre bulliciosamente, se desliza furiosa reclamando algún tipo de retribución y se mezcla con otras traiciones formando un veneno corrosivo, letal. La presencia de su tío, tan cercana sólo hacía que el fuego en su interior se acrecentaba, ponía al lobo en actitud defensiva. Resultaba mucho más difícil dejar pasar las cosas, conservar la paciencia, aguardar a una liberación y a una venganza que llegarían tan probablemente como podía venir la muerte entre cuervos de negras plumas que claman por carne. La muerte, el ave negra posada en el arco del umbral por el que todos tenemos que pasar tarde o temprano. Ella sólo espera su turno.
-No es tan sencillo dejarlo ir- susurró Darcy con voz contenida. Cerró los ojos un momento. Luego al abrirlos se encontró con el rey que lo observaba. Le dedico un gesto frío, que se llenaba de incredulidad conforme las palabras fluían sin titubeo de boca del Rey. -¿A menos que dañen a otros? ¿Y quién da la autoridad para hacer un juicio de estos hombres, la Iglesia o Dios?- interrumpió con sonrisa lobuna -O es que, como los antiguos Faraones, ¿la sangre divina corre por las venas del rey? Debe ser por ello que las Furias demoran más de lo usual... pero al final han de llegar.- Escuchó la pregunta de Abélard que vino después, entornó la mirada -... Soy paciente, siendo perseverante. No importa el tiempo, no importa el costo.- replicó secamente. Abélard, por su puesto reconoció el antiguo Canto de Virgilio, pero no lo entendía del mismo modo. Darcy giró los ojos y se río por lo bajo. -Vivir o morir es una decisión que ya fue tomada. Yo sólo le doy continuidad.-


La oportunidad de tener a Abélard en la misma habitación, bajo el mismo techo, se escabullía tan rápidamente como la flama que proyectaba sombras danzantes en los muros de la prisión. Casi se podía escuchar la solemne marcha de las manecillas del reloj apresurando, animando a alguna acción antes de que terminaran su andar. Se escuchaba el corazón del lobo bombear con fuerza la sangre, como el coro de ese tic tac. Darcy vio a su tío avanzar unos pasos lejos de él que le acercaban a la salida. Sus puños temblaban a sus costados, pero les obligó a aquietarse. Reguló un poco su respiración y con esto el “Bum, bum” de los latidos disminuyó considerablemente. Tenía muchas cosas que decirle y eran más las que debía callar, pues no era el momento ni el lugar. Algunas otras cosas incluso debía esconderlas de sí mismo, aunque gritaran en su interior. Las furias tampoco le alcanzaban, aunque sobre volaban de sombra en sombra, desvaneciéndose con la poca luz de la flama. E incluso a veces casi juraría que le susurraban al oído tomando una voz conocida, aunque no podía estar totalmente seguro de esto por su puesto, como nadie que fuera castigado por ellas podría. Porque los muertos hablan también y sus voces pueden confundirse con la de espíritus malignos que buscan castigar el crimen entre los que comparten lazos de familia. La mayoría de las veces los fantasmas que claman en el viento, desde el silencio de sus tumbas, demandan justicia. No importa que tan lejos se huya, su mensaje llegará hasta que se vea cumplido. Pero cuando esa voz que asola en sueño, noche y pesadilla, e incluso en la vigilia, pertenece a alguien vivo... es difícil decidir sin caer en la locura.


El lobo escuchó las últimas palabras del vampiro y después el borde de su visón se coloreó de rojo, sus colmillos se afilaron. Entonces se movió con la rapidez antinatural que otorga la lycantropía. Fue entonces que recorrió el trecho que le separaba de la criatura no-muerta que se burlaba de él con el colmillo propio de un vampiro, y lo empujó contra la pared, sosteniendo su cuello con el brazo derecho, reteniéndole allí, de espaldas al muro. -¡No fue mi error! ¡No tendría que saldar las sentencias de otros! Pero como así a de ser, juro por Dios que no he de arder solo en el Infierno- Atajó con la rabia destilando en su voz. La vela se apagó.



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Mensaje por Abélard Fontaine Dom Ene 29, 2012 8:30 pm


La locura, la verdad, la mentira, han de ser cosas similares. Así como las tinieblas profundas de una noche sin luna, como los tibios rayos de sol que acarician las cosas y las tenues sombras de los árboles que se dibujan sobre la hierba y las hojas. Imposible es apreciar la frialdad de una oscuridad repentina y prolongada si desconocido es el calor que viene con un día soleado; tampoco los grises fantasmas que proyectan a los objetos y los seres vivos, podrían existir si la luz y la oscuridad no jugaran permanentemente en una letal y pacífica cruzada de opuestos. De igual modo corre la verdad cual río cristalino entre los bosques, las colinas, los valles, las praderas, los lugares imposibles de cruzar y aquellos que inspiran paisajes calmos y acogedores. El agua siempre encuentra su camino entre las piedras, las ramas, los acantilados y las fieras. También la verdad. Aún cuando su naturaleza pueda parecer oscura, que la mirada no logra encontrar su verdadera substancia. Pues son los juegos del sol y la luna los que pintan su superficie y reflejan sus sombras en las ondas que corren traviesas sobre el agua. Oscuridad perenne existe en las mentes que ven solo los trazos profundos y marcados de una verdad demasiado doliente. El agua que intenta barrer en vano los vestigios, las ruinas, los espejos que una vez brillaron, se encuentra brotando en algún lugar perdido, corriendo en silencio y sin ser percibida, pero aún susurrante. Recuerdos de cosas que fueron, que pasaron con gozo y alegría y que ahora yacen marchitas en las mentes que duermen. Luminosas en cambio son aquellas sobre las que cae la luz del sol, y aunque hay sombras también allí, pasan a formar parte del equilibrio. Porque no hay oscuridad sin luz. Ninguna criatura a salvo esta de este juego más antiguo que el mundo y todas sus edades. Vienen las dificultades cuando se olvida que es precisamente un juego de luces y sombras, que pasan y se mueven y cambian momento a momento. Igual que los hombres, criaturas formadas de los elementos primordiales. Así entonces se lastiman cuando su voluntad decrece y se niegan a avanzar, porque son impulsados aún contra sus deseos, pues es su naturaleza. Sólo pueden decidir hacia donde se dirigen, qué hacer con el tiempo concedido. Si su mente se queda en un lugar aferrada a los fantasmas de cosas que ya no están, ha de venir su destrucción.

No se puede escapar de la corriente y sus influjos, de la verdad. Pero si aún en la oscuridad la mente intenta vagar lejos, regresar a un pasado inexistente, invocando a los muertos, se ha de perder la noción de las cosas presentes y las que se han ido ya. Se dice que la verdad es diferente para cada ser humano, aunque esta siempre corra cristalina en todas las almas, en todos los cuerpos. Pues no es su naturaleza la que se altera y cambia, sino la luz que cae sobre ella. Entonces los ojos, las miradas y los juicios le interpretan de formas diferentes aunque sea la misma. Lo único que ha de cambiar en su naturaleza es el rumbo que toma, los caminos que recorre y la intensidad con la que se mueve. Un paloma será buena señal con la luz del día reposando sobre sus plumas, pasará por un cuervo durante la noche cuando los rayos de luz sean detenidos por su silueta ahora oscura. En la locura no se distingue ya entre cuervo y paloma. Todo se nota como algo sin forma, algo de sustancia etérea y naturaleza fantasmal que puede adoptar cualquier rostro. De la oscuridad del miedo nace la mentira y crece para volverse ilusión y locura. Entre las mentiras entretejidas de la mente los seres humanos pierden la identidad propia. Entonces si no se saben quiénes son, no podrán tampoco reconocer el mundo en el que habitan. Así se vuelve más atractivo a sus ojos un mundo que puedan controlar, aunque este construido por materia de ilusión.

Ahora el joven Conde se expresaba dejando ver hacia donde había estado vagando su mente, su espíritu, en esos años de exilio. El lobo renunciase a la luz del día y abrazó la noche. Convirtiéndose en espíritu atormentado por clamar una justicia que sólo él, en el sufrimiento que le embargaba, podía darle lógica y sentido. Tomado una decisión había y Darcy la sostendría a toda costa, pues era parte de la máscara que ahora portaba. Eran uno, su identidad y su dolor. Así pues no abandonaría ni uno ni otro. Abélard lo entendía. Las palabras son vanas cuando se dirigen a alguien que grita su pena sin descanso. El corazón del joven Conde palpitaba con rapidez a pesar del cansancio, delataba la furia que carcomía impune en su interior, indomable. Sus respuestas eran claras aunque guardaban un dejo de misterio, comprensible sólo para quién conociera la historia completa. Abélard lo estuvo observando en silencio, dejando una vez más que saliera ese fuego que consumía a su sobrino.

-La divinidad y la mortalidad no recaen en quién le porta, sino en quienes le miran.- dijo el rey vampiro, mirando al lobo una vez más. -Son los hombres los que se rigen a sí mismos y sólo ellos conceden la autoridad para guiar y aconsejar a través de los años y los siglos. “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”- la vista de Abélard descanso sobre la vela a espaldas de Darcy. Él parecía más calmado. No una calma tranquila, relajante, sino tensa como cuando a las costas blancas se avecina una tempestad oscura. En un momento fugaz se vio el relámpago caer con estruendo amenazante sobre el rey. Luego un juramento y la única luz en la habitación se extinguieron. Los ojos del vampiro sostuvieron la mirada del lobo salvaje. No forcejeó, guardo su fuerza para un sólo movimiento que empujo a Darcy lejos de sí. Y aunque él también tenía fortaleza, estaba diezmada por el encierro. Los guardias que titubeaban azorados de la rapidez con que había actuado su preso, reaccionaron y fueron a tomarlo por los brazos para impedir un nuevo ataque. Abélard se acercó a su sobrino y le hizo levantar el rostro, colocando su puño derecho bajo su mandíbula -No es la sentencia de otros la que pagas, sino la tuya. Asume tu responsabilidad y deja de culpar a otros del destino que has perseguido día y noche. Es cierto que no has de ir sólo a las llamas que consumen a los desdichados, tus demonios te harán compañía.- Abélard extendió una mano, pidiendo en silencio el arma de uno de los soldados. Este le dio su espada. Con la punta el rey trazó un corte poco profundo y de mediano tamaño en el pecho del joven Conde, sobre su corazón. -Esta herida ha de sanar, es tu elección quedarte con el dolor o dejarlo ir. Si lo sueltas quizá no vaya contigo después de la Muerte. Siempre ha sido tu desición, Darcy.- dicho esto Abélard lo observó en silencio un momento y después dando la media vuelta saliose de aquella prisión. La luz y las tinieblas, la locura misma, han de gobernar sobre una mente y un alma, sobre un cuerpo mientras se les permita. Cuando la memoria no pueda recordar que es eterno juego de sombras, que pasan, crecen y se desvanecen como el viento navega sobre las corrientes, se pierde. Intocable, incontrolable, pasajero. Las criaturas no eligen cuando viene y va la luz, pero si lo que hacen mientras tanto. Así Abélard dejaba ir a su sobrino envuelto en tinieblas, esperando que una parte de sí aún conservara suficiente luz para al menos hacer las paces con su último destino.



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Mensaje por Henry Birdwhistle Sáb Feb 11, 2012 6:54 pm

El lobo miró a Abélard con furia mientras era incapaz de retenerlo donde quería. El vampiro se deshizo de él en un sólo movimiento. Al menos tuvo que esforzarse. Y Darcy se iba a lanzar de nuevo sobre el rey pero los guardias le retuvieron y aunque eso no hubiera bastado para frenar a un hombre lobo si se lo hubiera propuesto, esa acción le recordó que tenía que aguardar. Fácilmente se arruinarían los planes si causaba al rey algo más que una molestia, quizá algo letal, algo permanente... Apretó los puños intentando calmarse, dejando que los soldados lo retuvieran. ¡Era tan difícil convencerse de que tendría otra oportunidad como aquella antes del fin!

Quería enseñarle los dientes, pero Darcy también se contuvo, contentándose con fulminarlo con la mirada. Más difícil fue quedarse quieto cuando Abélard colocó la mano bajó su mandíbula, rechinó los dientes. ¿Hacerse responsable de la culpa, de las conscuencias que cargaba por las desiciones de otros? Eso jamás. E iba a contestarle que también su familia entera estaría en lo más profundo del Infierno porque ellos eran sus demonios. Pero temió ys no poder volver a controlarse si empezba de nuevo. Además no iba a concenver a su tío de nada, no cuando sólo podía contar la mitad de la historia y debía ocultar el resto. Quería reclamarle haberse convertido en lobo, insultarlo por obligarle a ver a su madre desmejorar, a causa de la muerte de Marcus, con cada día que pasaba y después tener que enterrarla, y deseaba sacare el corazón por cada una de las cosas que había tenido que soportar después en una soledad de apetito voraz e interminable. Todo era su culpa y de Marcus, por su absurda rivalidad. Pero Marcus ya estaba muerto y estaría pagando en aquellos momento sus culpas, sin embargo Abélard parecía estar muy lejos de alcanzar ese destino y al resto de su familia aún les restaban muchos años sobre la tierra. Por tanto si ellos no iban al Infierno, él se los traería a la tierra y luego cuando estuviera satisfecho los mandaría al Aberno.


Con estos pensamientos Darcy logró tranquilizarse un poco, suficiente para no intentar arrebatarle la espada a su tío, aunque estuvo a punto. Por un momento estuvo en posición de morir a manos de su verdugo perpetuo. Él sabía que esa era la verdadera intención de Abélard, dejar en claro quién madaba allí y que su vida seguía estando en las manos del rey. Hizo apenas una mueca de dolor por el filoso metal que atravesó superficialmente su pecho. Después sostuvo la mirada contraria, tan dignamente como las circunstancias se lo permitían.

-Pero siempre quedará la cicatriz que me hará compañía, sino en mi cuerpo en mi alma e irá conmigo a donde vaya, no es algo sobre lo que tenga elección- respondió con voz tensa, contenida, frustrada. El vampiro no comprendía porque no era él quién tenía todas aquellas llagas supurantes en su interior. Y sí quizá sanaban pero volvían a reabrirse a la menor provocación. Como Prometeo que encadenado a una gran montaña venían los pájaros a comerse sus entrañas durante el día y por la noche se reperaba su cuerpo lentamente, sólo para que al día siguiente volviera a repetirse el ciclo.


Entonces después de un silencio, Darcy vio a su tío darse la vuelta y abandonar el lugar. Los guardias no tardaron en seguirle, cerrando la puerta una vez más. Él se lanzó contra ella apenas lo hicieron, la embistió y le golpeó con el dorso de la mano hecha un puño. -¡Aaargggg, Te odio!- gritó antes de patear la puerta. Se quedó luego recargando la frente contra la puerta, los ojos negros, los colmillos listos para encajarse en lo primero que se atravesara. -"Me llama el destino, y la más fina arteria de este cuerpo es tan potente cual las fibras del león de Nemea. Aún me hace señas. ¡Soltadme, señores! Por Dios, que a quien me pare volveré un espectro... - comenzó a citar con enojo -¡Ah, legiones celestiales! ¡Ah, tierra! ¿Qué más? ¿Afiado el infierno? ¡No! Resiste, corazón, y vosotras, mis fibras, no envejezcáis y mantenedme firme. ¿Acordarme de ti? Sí, pobre ánima, mientras resida memoria en mi turbada cabeza. ¿Acordarme de ti? Sí, de la tabla del recuerdo borraré toda anotación ligera y trivial, máximas de libros, impresiones, imágenes que en ella escribieron juventud y observación, y sólo tus mandatos viviran en mi libro del cerebro, sin mezcla de asuntos menos dignos. ¡Sí, sí, por el cielo!¡Ah, perversa mujer! ¡Ah, infame, infame, maldito infame sonriente!... uno puede sonreír y sonreír, siendo un infame. Adiós, adiós, acuérdate de mí. Lo he jurado." ¡Ellos pagarán por lo que te hicieron!- concluyó y calló de nuevo el silencio y las sombras a su alrededor.



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