Retrato fiel {Libre}

por **Scott D. Ledger** Miér Ago 29, 2012 12:35 pm

Si algo le gusta a Scott es pasear por las calles de París. Y si hay algo que le chifla es pasear por las calles de París... siendo un zorro. Le gustaban las caras de sorpresa de adultos y los gritos emocionados de los niños al ver un animal por los tejados, las dos o tres veces al día que alcanzaban a verle, o bien que se dejaba ver. Se movía con sigilo y se confundía con facilidad entre la piedra rojiza de los edificios y tejados y la tenue luz anaranjada del atardecer, su hora favorita para pasear. Es un zorro perezoso, normalmente se tumba a observar lo que pasaba en las calles mientras menea la cola. Cualquiera que se fijara en él podría descubrir que tenía muy poco de animal, pues la manera de mirar a la gente y de comportarse es muy poco propia de un zorro. Pero puesto que nadie reparaba en él, poco importaba. No teme que puedan verle, y que pueda estar allí tan tranquilo lo permite su alocada personalidad.

Aquel día tenía debajo de la pata un papel enrollado, un cilindro perfecto por las puntas pero pisado y mordido por el centro. Hacía unas horas había ido a aquella plaza a pasar la tarde, algo aburrido. Casi va convertido en zorro, pero decidió que estaría bien parecer humano en público aunque fuera un rato. Le aburría tanto la sociedad y las personas que no tenía ni el más mínimo interés por relacionarse, pasaba de ser cortés o formal y todas esas cosas. No quería pasar por ese tedio si no supiera que podía conseguir algo en concreto. Bostezando con sus fauces caninas, miró a la gente que pasaba por allí y notó un cosquilleo en el estómago, sabiendo que le quedaba poco aguantando en forma de zorro.

Pasado un rato decidió transformarse y bajó de una azotea a otra hasta un callejón oscuro, transformándose otra vez en humano. Descubrió para su fastidio que se había dejado el papel arriba, de lo aburrido que estaba se había amodorrado bajo la luz del sol y ni se había dado cuenta cuando se levantó desperezándose. Volver a subir a por él no era una opción, y además seguramente había salido volando. Su personalidad no le habría permitido preocuparse, pero sintió cierta inquietud al recordar lo que había dibujado en aquel lienzo. Era un retrato a carboncillo, pero hecho por uno de sus amigos que trabajaba en aquella plaza de artistas. El caso es que, de broma, le había pedido que le dibujara hocico y orejas de zorro. El hombre había aceptado divertido por la idea de Scott, y así le había dibujado. Cualquier cazador astuto seguiría esa pista, era como un cartel de busca y captura de un cambiaformas. La gente normal lo vería como una simple caricatura, pero sin duda un cazador experto lo tomaría como una pista, o al menos sospecharía.

Era una tontería, pero suspirando se metió las manos en los bolsillos y salió del callejón para dar la vuelta y buscar su trozo de papel. No es que temiera ser capturado por esa tontería, pero era mejor no dejar eso volando por ahí o en manos de cualquiera. Eso y que no tenía nada más que hacer.

por **Aredhel Darbauchet** Lun Sep 03, 2012 9:49 pm

Su dama de mano le había dicho que más allá, cerca de la plaza del centro de París, había un espléndido dibujante y pintor, y que ya era tiempo de que la muchacha tuviese un cuadro de ella misma, ya que sería el regalo ideal para un posible amante. Aredhel molesta y con la idea de librarse luego de la vieja señora, asintió con la cabeza un par de veces, dándole toda la razón del mundo y cogió con cuidado la pequeña bolsa de plata que la mujer le daba. Bajó del carruaje, rauda y se alejó entre la multitud, llevando apoyada en su hombro derecho una coqueta sombrilla de encaje blanco.

Cuando ya estaba fuera de la vista de la espía de su madre, y sintió como los caballos que tiraban el carruaje se alejaban, suspiró aliviada y cerró la sombrilla que tanto le molestaba. Sacó de entre sus senos –donde había escondido el monedero- una pequeña moneda que resplandecía bajo la luz del sol, y se compró una manzana que se veía muy apetitosa, diciéndole amablemente al vendedor que se quedara con el vuelto. Aredhel se había hecho un poco famosa por lo mismo, siempre regalaba el vuelto, después de todo, ella no lo necesitaba.

Colocada en el centro de la plaza, había una fuente humilde, pero curiosa a la vista. El agua –que ya estaba un tanto turbia- caía tan solo a ciertos ratos en el día, y en esos momentos, el líquido vital corría circularmente y daba brincos que de vez en cuando mojaban a los transeúntes que pasaban muy cerca.

En la periferia de la plaza, había una serie de bancas para que la gente descansase, y Aredhel considero que ese era el lugar ideal para comerse aquella fruta prohibida. Se dirigió con paso feliz y coqueto, moviendo las caderas incluso un poco más de lo común, pero todo era culpa de ese vestido incomodo que se había puesto ese día. Se sentó dificultosamente en el asiento, y apoyó su espalda en el respaldo, observando con curiosidad el paisaje en el que estaba.

De pronto, se percató que algo volaba hacia ella, algo pequeño que parecía un papel sucio. La chica refunfuño, detestaba que la gente botara basura en las calles, ya bastante complicado era disimular los olores con litros y litros de perfume, y a menos de que existiese un conjuro, o algo parecido, la basura no desaparecía sola.

El papel cayó al suelo, cerca de ella. Con la punta de la sombrilla lo atrajo hacia si, pero no lo levanto. Primero comería su manzana y luego haría un poco de servicio público.

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