AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Retrato de familia. | Privado.
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Retrato de familia. | Privado.
tragedia para volver a unirse.
Damien Østergård llegó hasta el comedor. Había salido muy temprano con su rifle en mano, con el propósito de cazar algún venado de gran tamaño, pero al no haber tenido suerte, regresó justo a tiempo para tomar el desayuno con el resto de la familia. Se despojó del grueso abrigo de lana que había llevado consigo para protegerse el frío clima de la mañana y lo colgó en el perchero, luego echó un vistazo a la mesa, que para su sorpresa estaba vacía. En la casa reinaba el silencio y por un momento tuvo la impresión de haberse teletransportado a una vivienda que no era la suya. No había rastro de Imogen, su única hija que a menudo discutía con él por algún motivo, ni de Predbjørn, su hermano menor, con el que cada día las cosas se complicaban más, pero al que sin duda tenía un cariño que era imborrable por el simple hecho de compartir sangre.
Damien se quedó en un rincón, quieto y completamente en silencio, observando la mesa vacía, y con la ayuda de su mente y sus recuerdos, visualizó una de esas escenas familiares que habían tenido lugar en el pasado, donde a menudo tenían casa llena y donde las cosas habían sido tan diferentes. Sus ojos se perdieron en un instante en un punto ciego del comedor, y un suspiro apenas audible se le escapó de los labios cuando se dio cuenta de que era hora de volver a la cruda realidad.
—¿Do'ingn? —llamó a la muchacha a la que más aprecio tenía, pero al no obtener respuesta, decidió ir hasta la cocina, al pequeño cuarto donde preparaban los alimentos.
Allí estaba ella, de espaldas, con el abundante cabello rizado recogido en una coleta y la piel levemente sudorosa a causa del calor que proporcionaba el vapor del horno. Damien se quedó mirándola por unos momentos, decidido a no perturbar la concentración que ésta empleaba a la hora de preparar los alimentos. Sonrió de lado al ver cómo la muchacha hacía un gran esfuerzo para que las galletas que estaba horneando no quedaran deformes y adoptaran perfectamente las figurillas de los moldes, en las que estaba metiendo la masa previamente preparada.
Do'ingn era la más joven de las criadas de la casa y todo el mundo sabía que el patrón le daba un trato especial, distinto al que daba al resto de los empleados, aunque nadie sabía exactamente por qué. Esto le había traído uno que otro problema con su familia, especialmente con su hermano, ya que ellos dos eran totalmente opuestos y, mientras que el mayor se empeñaba en tratar a los empleados con respeto y comprensión, el más joven parecía haberse propuesto hacer exactamente lo contrario, lo cual desencadenaba a menudo riñas entre los dos hermanos.
—Do'ingn… —volvió a llamarla por su nombre, asegurándose esta vez de que ella lo escuchara— ¿dónde está todo el mundo? —preguntó, con la esperanza de que ella pudiera explicarle el estado tan sombrío de la casa.
No es que Damien no estuviera acostumbrado a la quietud y silencio, al contrario, conocía a la perfección ambas cosas y a menudo gustaba de ellas, pero, si en algo se distinguían los Østergård, es en que eran muy puntuales a la hora de tomar sus alimentos.
—¿Necesitas ayuda con eso? —se ofreció al ver que al parecer los demás sirvientes tampoco estaban, que habían dejado toda la responsabilidad a la pobre muchacha que hacía su mejor esfuerzo.
Cualquier persona que hubiera escuchado que Damien se ofrecía a ayudar a hornear unas galletas, se había reído a carcajadas al creer que se trataba de una muy buena broma, pero él no bromeaba, sin importar lo rico y poderoso que fuera su apellido y lo reconocido que fuera él como comerciante, estaba dispuesto a darle la mano a cualquiera que lo necesitara, a Do'ingn en especial.
—Déjame ayudarte —insistió, y sin la mínima intención de ponerlo a discusión, tomó una almohadilla sacó las humeantes galletas que estaban listas.
Un delicioso olor a mantequilla y vainilla le invadió y su estómago rugió completamente hambriento.
Damien se quedó en un rincón, quieto y completamente en silencio, observando la mesa vacía, y con la ayuda de su mente y sus recuerdos, visualizó una de esas escenas familiares que habían tenido lugar en el pasado, donde a menudo tenían casa llena y donde las cosas habían sido tan diferentes. Sus ojos se perdieron en un instante en un punto ciego del comedor, y un suspiro apenas audible se le escapó de los labios cuando se dio cuenta de que era hora de volver a la cruda realidad.
—¿Do'ingn? —llamó a la muchacha a la que más aprecio tenía, pero al no obtener respuesta, decidió ir hasta la cocina, al pequeño cuarto donde preparaban los alimentos.
Allí estaba ella, de espaldas, con el abundante cabello rizado recogido en una coleta y la piel levemente sudorosa a causa del calor que proporcionaba el vapor del horno. Damien se quedó mirándola por unos momentos, decidido a no perturbar la concentración que ésta empleaba a la hora de preparar los alimentos. Sonrió de lado al ver cómo la muchacha hacía un gran esfuerzo para que las galletas que estaba horneando no quedaran deformes y adoptaran perfectamente las figurillas de los moldes, en las que estaba metiendo la masa previamente preparada.
Do'ingn era la más joven de las criadas de la casa y todo el mundo sabía que el patrón le daba un trato especial, distinto al que daba al resto de los empleados, aunque nadie sabía exactamente por qué. Esto le había traído uno que otro problema con su familia, especialmente con su hermano, ya que ellos dos eran totalmente opuestos y, mientras que el mayor se empeñaba en tratar a los empleados con respeto y comprensión, el más joven parecía haberse propuesto hacer exactamente lo contrario, lo cual desencadenaba a menudo riñas entre los dos hermanos.
—Do'ingn… —volvió a llamarla por su nombre, asegurándose esta vez de que ella lo escuchara— ¿dónde está todo el mundo? —preguntó, con la esperanza de que ella pudiera explicarle el estado tan sombrío de la casa.
No es que Damien no estuviera acostumbrado a la quietud y silencio, al contrario, conocía a la perfección ambas cosas y a menudo gustaba de ellas, pero, si en algo se distinguían los Østergård, es en que eran muy puntuales a la hora de tomar sus alimentos.
—¿Necesitas ayuda con eso? —se ofreció al ver que al parecer los demás sirvientes tampoco estaban, que habían dejado toda la responsabilidad a la pobre muchacha que hacía su mejor esfuerzo.
Cualquier persona que hubiera escuchado que Damien se ofrecía a ayudar a hornear unas galletas, se había reído a carcajadas al creer que se trataba de una muy buena broma, pero él no bromeaba, sin importar lo rico y poderoso que fuera su apellido y lo reconocido que fuera él como comerciante, estaba dispuesto a darle la mano a cualquiera que lo necesitara, a Do'ingn en especial.
—Déjame ayudarte —insistió, y sin la mínima intención de ponerlo a discusión, tomó una almohadilla sacó las humeantes galletas que estaban listas.
Un delicioso olor a mantequilla y vainilla le invadió y su estómago rugió completamente hambriento.
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Damien Østergård- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 55
Fecha de inscripción : 30/08/2012
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Re: Retrato de familia. | Privado.
Hora: 08:30 AM
Lugar: COCINA - Mansión Østergård
Lugar: COCINA - Mansión Østergård
En la última semana, la sirvienta había experimentado toda clase de sensaciones y situaciones muy distintas entre si. Él sirviente que se encargaba de hacer las cosas de la casa había cogido una especie de enfermedad que lo tenía sumido en una cama, aunque el pobre hombre deseaba levantarse para poder ayudar a la joven, no podía, pues aquello que estaba deteriorando su cuerpo se lo impedía. Ese sirviente era el único de la casa que le tenía respeto y estima a la muchacha, pues se preocupaba que al ella hacer su trabajo, pudiera terminar sin vida a causa del racismo parisino. Do'ingn era la única en la casa que tenía permitido, aparte del hombre, de coger dinero de una canasta que los patrones les colocaban para los gastos de la cocina, o de cualquier necesidad que tuviera la casa, por eso, pese a los riesgos que aquello implicaba, decidió que ella debía hacer las compras. No había sido tan malo después de todo. Conoció a dos mujeres de piel blanca de corazón bondadoso, una de ellas le ayudó con las compras, incluso después de una pequeña platica en la que se atrevió a verla a los ojos, la mujer se había ofrecido a enseñarle a leer y a escribir, a cambio le había pedido de la mujer de piel obscura que le diera clases de cocina. Después de eso conoció a otra señora con dos hermosos hijos que si bien habían sido amables, le recordó que debido a sus nuevos patrones, probablemente jamás tendría a los propios, ni siquiera una pareja con la cual compartir sus penas, estaba consiente que su vida sólo girará en torno a ese par de hermanos. No se queja, pues tiene una pequeña habitación personal, mucho más de lo que en toda su vida hubiera aspirado, por eso se siente afortunada, y bendecida; la criada está sumergida en sus recuerdos, también en sus reflexiones, ni se diga en la labor que tienen sus manos para con los alimentos que casi están listos, tanto está perdida que apenas y nota en forma de susurro la voz del mandamás de la casa.
- Buena tarde, mi señor, lamento mucho si lo hice esperar, no escuché - La mujer rápidamente limpió sus manos con el delantal blanco que llevaba amarrado a la cintura, como pose característica bajo la cabeza, e hizo una reverencia educada hacía su patrón, quien se escuchaba tranquilo y sereno, quizás si hubiera sido el hermano del hombre que tenía enfrente un par de insultos habría recibido. Do'ingn le estaba extremadamente agradecida a Damien, cada buen trato que le dirigía el hombre le recordaba porqué estaba feliz en ese lugar, su verdadera razón de servicio. - Según tengo entendido, su pequeña hija saldría a comprar materiales para sus estudios con su institutriz, usted mismo le había dado a la señorita dinero, pero ya sabe que podría tener alguna otra idea, u ocurrencia y quizás este distraída con eso, no creo que tarde en aparecer - Comentó con suma tranquilidad, pero claro, aún con la mirada gacha - Su hermano sigue dormido, tendría a lo mucho un par de horas que llegó de su salida nocturna, no se preocupe, llegó con bien, como siempre - Aclaró el tema, la mujer sabe cuanto se preocupa su patrón por su hermano, por eso intenta relajar sus nervios, le gusta verle tranquilo, pues la mayor parte del tiempo, el estado emocional del hombre influye en el estado de la casa. Suena extraño, pero así sucede - Pensé que no llegaría a comer, por eso no he servido, no quería que se enfriara la comida - Se disculpó girando un poco el cuerpo intentando terminar de colocar unas tiras de pierna bien cocidas y condimentadas en un plato grande.
- No, no mi se… - Las palabras se queda ahogadas en su garganta cuando él se mete demasiado a la cocina, ella no puede evitar sentirse invadida, la cocina la siente ya una extensión de su cuerpo, la conoce y se sabe mover a la perfección dentro de esas paredes, cuando alguien llega de esa forma le parece extraño, pero no puede decir nada, su patrón es el que manda. La mujer no pierde tiempo, avanza rodeando la mesa del centro de la cocina, abre una gabela sacando un plato muy amplio y extendido de cristal, asemeja a una bandeja, pero no lo es. Lo coloca frente sobre la mesa, cerca de su patrón, ella toma un guante que se encuentra doblado en un cajón de la misma mesa de centro, y sus manos se estiran tomando las galletas, de una en una acomodándolas con cuidado en el recipiente, pocas veces ha estado tan cerca del cuerpo masculino, se siente nerviosa, pero intentará estar serena para no decepcionar al hombre de tenerla de trabajadora en casa. - Parece que está muy hambriento, mi señor - Le dedica una sonrisa apenas perceptible, pero claro, no se atreve a subir su rostro, ni a chocar su mirada con la ajena. Cuando termina de colocar la última galleta, la mujer se apresura tomando el plato de encelada con una mano, también el de la pierna con la otra - Iré acomodando la mesa - Menciona saliendo disparada al comedor, el cual no se encuentra muy lejos, pero si a una distancia considerable. Ya en el lugar, coloca los platos de forma simétrica, a una buena distancia pero no con mucha lejanía, pues son solamente tres los que se sientan a la mesa; no puede hacer esperar a su señor, lo cual la hace avanzar con suma rapidez hasta la cocina - ¿Desea puré? ¿Costillas? ¿Qué más desea? No es bueno que tenga hambre, eso disminuye el rendimiento - Se atrevió a decir, pero se acerca de nuevo para retirarle la bandeja de sus manos - ¿En qué más puedo ayudarle? - Sus manos ya se encontraban fregando la bandeja de las galletas en el lavadero que tenían a un lado.
- Buena tarde, mi señor, lamento mucho si lo hice esperar, no escuché - La mujer rápidamente limpió sus manos con el delantal blanco que llevaba amarrado a la cintura, como pose característica bajo la cabeza, e hizo una reverencia educada hacía su patrón, quien se escuchaba tranquilo y sereno, quizás si hubiera sido el hermano del hombre que tenía enfrente un par de insultos habría recibido. Do'ingn le estaba extremadamente agradecida a Damien, cada buen trato que le dirigía el hombre le recordaba porqué estaba feliz en ese lugar, su verdadera razón de servicio. - Según tengo entendido, su pequeña hija saldría a comprar materiales para sus estudios con su institutriz, usted mismo le había dado a la señorita dinero, pero ya sabe que podría tener alguna otra idea, u ocurrencia y quizás este distraída con eso, no creo que tarde en aparecer - Comentó con suma tranquilidad, pero claro, aún con la mirada gacha - Su hermano sigue dormido, tendría a lo mucho un par de horas que llegó de su salida nocturna, no se preocupe, llegó con bien, como siempre - Aclaró el tema, la mujer sabe cuanto se preocupa su patrón por su hermano, por eso intenta relajar sus nervios, le gusta verle tranquilo, pues la mayor parte del tiempo, el estado emocional del hombre influye en el estado de la casa. Suena extraño, pero así sucede - Pensé que no llegaría a comer, por eso no he servido, no quería que se enfriara la comida - Se disculpó girando un poco el cuerpo intentando terminar de colocar unas tiras de pierna bien cocidas y condimentadas en un plato grande.
- No, no mi se… - Las palabras se queda ahogadas en su garganta cuando él se mete demasiado a la cocina, ella no puede evitar sentirse invadida, la cocina la siente ya una extensión de su cuerpo, la conoce y se sabe mover a la perfección dentro de esas paredes, cuando alguien llega de esa forma le parece extraño, pero no puede decir nada, su patrón es el que manda. La mujer no pierde tiempo, avanza rodeando la mesa del centro de la cocina, abre una gabela sacando un plato muy amplio y extendido de cristal, asemeja a una bandeja, pero no lo es. Lo coloca frente sobre la mesa, cerca de su patrón, ella toma un guante que se encuentra doblado en un cajón de la misma mesa de centro, y sus manos se estiran tomando las galletas, de una en una acomodándolas con cuidado en el recipiente, pocas veces ha estado tan cerca del cuerpo masculino, se siente nerviosa, pero intentará estar serena para no decepcionar al hombre de tenerla de trabajadora en casa. - Parece que está muy hambriento, mi señor - Le dedica una sonrisa apenas perceptible, pero claro, no se atreve a subir su rostro, ni a chocar su mirada con la ajena. Cuando termina de colocar la última galleta, la mujer se apresura tomando el plato de encelada con una mano, también el de la pierna con la otra - Iré acomodando la mesa - Menciona saliendo disparada al comedor, el cual no se encuentra muy lejos, pero si a una distancia considerable. Ya en el lugar, coloca los platos de forma simétrica, a una buena distancia pero no con mucha lejanía, pues son solamente tres los que se sientan a la mesa; no puede hacer esperar a su señor, lo cual la hace avanzar con suma rapidez hasta la cocina - ¿Desea puré? ¿Costillas? ¿Qué más desea? No es bueno que tenga hambre, eso disminuye el rendimiento - Se atrevió a decir, pero se acerca de nuevo para retirarle la bandeja de sus manos - ¿En qué más puedo ayudarle? - Sus manos ya se encontraban fregando la bandeja de las galletas en el lavadero que tenían a un lado.
Do'ingn Mbah- Esclavo
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Fecha de inscripción : 30/08/2012
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Re: Retrato de familia. | Privado.
Do'ingn Mbah era una joven muchacha de piel oscura, una esclava a la que Damien había recogido siendo apenas una niña porque había quedado huérfana, y a pesar de los golpes de la vida, las terribles cosas que él había hecho desde su conversión, el hombre no poseía un corazón lo suficientemente duro como para haberse atrevido a dejarla en las calles, completamente desamparada. Por eso y mucho más era que, motivos para tenerle toda clase de consideraciones, le sobraban. Por supuesto que Damien trataba cordialmente al resto del personal de su casa, pero se notaba la diferencia que hacía con ella; jamás se esforzaba en disimularlo o se tomaba la molestia de negarlo cuando alguien se lo cuestionaba, sobre todo frente a su hija y hermano, que irónicamente eran los que más hacían evidente su desprecio por la joven sirvienta que ejecutaba con devoción cada una de sus tareas dentro de la casa, con la esperanza de obtener su aprobación algún día, pero eso parecía tan lejano, tan imposible…
Ella no tenía la culpa de ser quien era, de su clase baja o del color de piel que la condenaba dentro de la sociedad. A Damien le parecía injusto el que la trataran como alguien inferior, sobre todo por sus rasgos físicos. Al inicio, las órdenes del patrón habían sido tratarla como a alguien de la familia, ¡incluso había compartido juegos de niños con Imogen, su propia hija!, pero con el pasar de los años y siendo consciente de la cantidad de problemas que le acarreaba al hombre, ella misma le pidió que la dejara trabajar dentro de la casa como una más de las criadas para ganarse así su sitio dentro de esa familia, y él, que no se atrevía a negarle nada por la gran deuda que tenía para con ella, se lo concedió.
—Adelante, sirve, regreso enseguida —le indicó Damien tras esbozar una breve y apenas notable sonrisa, algo que no ocurría a menudo, puesto que el mayor de los Østergård era un hombre regio y bastante taciturno. Pocas eran las veces en las que se le podía ver romper con el temple que lo caracterizaba y, sin lugar a dudas, esa mañana pintaba para ser una de ellas.
Con suma tranquilidad abandonó el comedor y emprendió el viaje escaleras arriba, dirigiéndose hasta la habitación situada al fondo del segundo piso, que era la misma que ocupaba su hermano. Giró la perilla y se encontró con una escena por demás desagradable. Ropa por todos lados, algunos objetos –algunos de ellos muy valiosos- no estaban en su lugar, sino que parecían haber sido arrojados al suelo, pero lo peor de todo era la gran mancha de vómito sobre la alfombra persa.
Predbjørn yacía tendido sobre la cama, o mejor dicho, tan solo la mitad de su cuerpo, ya que la restante sobresalía del lecho, con la cabeza colgando a tan solo unos cuantos centímetros de los desechos estomacales. Estaba a medio vestir, con la camisa entreabierta, sucia y arrugada; con el cabello pegado a la frente sudorosa y los zapatos puestos llenos de fango, manchando todo su alrededor.
Damien lo observó con desaprobación y se llevó una mano al rostro en un claro gesto de bochorno. Esa no era la primera vez que el muchacho llegaba en tales condiciones, pero al menos nunca antes había tenido que presenciarlo. Le avergonzaba pensar que ese era su hermano, en lo que se había convertido. Pero no toda la culpa era de Predbjørn, también era suya, porque al morir sus padres y al ser él el mayor, había quedado a cargo de su hermano, y estaba claro que no estaba haciendo bien las cosas, que había fallado como en muchas otras.
Un suspiro se escapó de sus labios cuando allí, frente a la desagradable y deshonrosa escena se hizo el firme propósito de que, de ahora en adelante, todo cambiaría. Se acercó a él, rodeando el charco de vomito y lo movió sobre la cama para impedir que cayera al piso. Su hermano manoteó en el aire molesto, exigiéndole con tan groseros gestos que lo dejara seguir durmiendo.
—Predbjørn, baja ahora mismo a tomar el desayuno. No voy a decirlo dos veces —le ordenó con la voz más grave y severa que fue capaz de utilizar en un momento tan triste como ese.
Abandonó la habitación para volver al comedor, donde se sentó tan sosiego como siempre —al menos así parecía en el exterior— a esperar, ya que estaba seguro de que su advertencia había sido escuchada y no pasaría inadvertida, si es que Predbjørn sabía lo que le convenía. A Damien no le gustaban los chantajes pero estaba consciente de que, muy lamentablemente, esa era la única forma en la que podía doblegar un poco la rebeldía de su hermano, porque aunque Predbjørn ya fuera mayor de edad, seguía siendo Damien el que tenía el poder sobre la fortuna de la familia, tal y como habían predispuesto sus ahora difuntos padres.
—Es la última vez que me entero que llegas en ese estado, esto no es un hotel. ¿Lo has entendido? No voy a seguir tolerando esa clase de actitudes. Ya no eres un niño, eres un hombre, es hora de que empieces a comportarte como tal —sentenció al joven una vez que se sentó a la mesa.
No dijo una palabra más sobre el tema, simplemente tomó los cubiertos y se comenzó a desayunar. Los huevos revueltos, que eran la especialidad de Do'ingn, no le supieron tan deliciosos como en otras ocasiones a causa de la amarga situación y la presencia de su hermano, que bajo tales circunstancias, le era sinceramente desagradable, la peor compañía.
Alzó la vista dándose cuenta de que la morena seguía de pie junto a la mesa, probablemente a la espera de una nueva orden de alguno de sus patrones, o quizá consternada por las duras palabras entre los hermanos, en todo caso, Damien quiso premiar su fidelidad, amabilidad y discreción, que parecían no tener fin, haciéndole una inesperada invitación.
—Siéntate con nosotros, Do’ingn. Es probable que Imogen se demore, todos la conocemos, y no vamos a dejar que se enfríe ese plato y se desperdicien los cubiertos extra.
Se puso de pie para sacar la silla que la muchacha ocuparía y así dejarla a su disposición, como todo caballero hacía con una dama.
Ella no tenía la culpa de ser quien era, de su clase baja o del color de piel que la condenaba dentro de la sociedad. A Damien le parecía injusto el que la trataran como alguien inferior, sobre todo por sus rasgos físicos. Al inicio, las órdenes del patrón habían sido tratarla como a alguien de la familia, ¡incluso había compartido juegos de niños con Imogen, su propia hija!, pero con el pasar de los años y siendo consciente de la cantidad de problemas que le acarreaba al hombre, ella misma le pidió que la dejara trabajar dentro de la casa como una más de las criadas para ganarse así su sitio dentro de esa familia, y él, que no se atrevía a negarle nada por la gran deuda que tenía para con ella, se lo concedió.
—Adelante, sirve, regreso enseguida —le indicó Damien tras esbozar una breve y apenas notable sonrisa, algo que no ocurría a menudo, puesto que el mayor de los Østergård era un hombre regio y bastante taciturno. Pocas eran las veces en las que se le podía ver romper con el temple que lo caracterizaba y, sin lugar a dudas, esa mañana pintaba para ser una de ellas.
Con suma tranquilidad abandonó el comedor y emprendió el viaje escaleras arriba, dirigiéndose hasta la habitación situada al fondo del segundo piso, que era la misma que ocupaba su hermano. Giró la perilla y se encontró con una escena por demás desagradable. Ropa por todos lados, algunos objetos –algunos de ellos muy valiosos- no estaban en su lugar, sino que parecían haber sido arrojados al suelo, pero lo peor de todo era la gran mancha de vómito sobre la alfombra persa.
Predbjørn yacía tendido sobre la cama, o mejor dicho, tan solo la mitad de su cuerpo, ya que la restante sobresalía del lecho, con la cabeza colgando a tan solo unos cuantos centímetros de los desechos estomacales. Estaba a medio vestir, con la camisa entreabierta, sucia y arrugada; con el cabello pegado a la frente sudorosa y los zapatos puestos llenos de fango, manchando todo su alrededor.
Damien lo observó con desaprobación y se llevó una mano al rostro en un claro gesto de bochorno. Esa no era la primera vez que el muchacho llegaba en tales condiciones, pero al menos nunca antes había tenido que presenciarlo. Le avergonzaba pensar que ese era su hermano, en lo que se había convertido. Pero no toda la culpa era de Predbjørn, también era suya, porque al morir sus padres y al ser él el mayor, había quedado a cargo de su hermano, y estaba claro que no estaba haciendo bien las cosas, que había fallado como en muchas otras.
Un suspiro se escapó de sus labios cuando allí, frente a la desagradable y deshonrosa escena se hizo el firme propósito de que, de ahora en adelante, todo cambiaría. Se acercó a él, rodeando el charco de vomito y lo movió sobre la cama para impedir que cayera al piso. Su hermano manoteó en el aire molesto, exigiéndole con tan groseros gestos que lo dejara seguir durmiendo.
—Predbjørn, baja ahora mismo a tomar el desayuno. No voy a decirlo dos veces —le ordenó con la voz más grave y severa que fue capaz de utilizar en un momento tan triste como ese.
Abandonó la habitación para volver al comedor, donde se sentó tan sosiego como siempre —al menos así parecía en el exterior— a esperar, ya que estaba seguro de que su advertencia había sido escuchada y no pasaría inadvertida, si es que Predbjørn sabía lo que le convenía. A Damien no le gustaban los chantajes pero estaba consciente de que, muy lamentablemente, esa era la única forma en la que podía doblegar un poco la rebeldía de su hermano, porque aunque Predbjørn ya fuera mayor de edad, seguía siendo Damien el que tenía el poder sobre la fortuna de la familia, tal y como habían predispuesto sus ahora difuntos padres.
—Es la última vez que me entero que llegas en ese estado, esto no es un hotel. ¿Lo has entendido? No voy a seguir tolerando esa clase de actitudes. Ya no eres un niño, eres un hombre, es hora de que empieces a comportarte como tal —sentenció al joven una vez que se sentó a la mesa.
No dijo una palabra más sobre el tema, simplemente tomó los cubiertos y se comenzó a desayunar. Los huevos revueltos, que eran la especialidad de Do'ingn, no le supieron tan deliciosos como en otras ocasiones a causa de la amarga situación y la presencia de su hermano, que bajo tales circunstancias, le era sinceramente desagradable, la peor compañía.
Alzó la vista dándose cuenta de que la morena seguía de pie junto a la mesa, probablemente a la espera de una nueva orden de alguno de sus patrones, o quizá consternada por las duras palabras entre los hermanos, en todo caso, Damien quiso premiar su fidelidad, amabilidad y discreción, que parecían no tener fin, haciéndole una inesperada invitación.
—Siéntate con nosotros, Do’ingn. Es probable que Imogen se demore, todos la conocemos, y no vamos a dejar que se enfríe ese plato y se desperdicien los cubiertos extra.
Se puso de pie para sacar la silla que la muchacha ocuparía y así dejarla a su disposición, como todo caballero hacía con una dama.
Damien Østergård- Licántropo Clase Alta
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Re: Retrato de familia. | Privado.
Tania había sido una buena prostituta, de hecho de las mejores que he probado en mi vida. Sabe menear bien las caderas, y apretar el miembro para que se sienta la estrechez y puedas correrte con gusto. Es una diosa. ¿Qué mujer que sepa follar no lo es? En fin, la noche no sólo terminó con sexo gracias a la prostituta. Después de eso me dediqué a supervisar el lugar, con tremenda cogida la energía se me sube, me incluso por ponerme eufórico, de hecho hasta regalé algunos tragos en el burdel; siempre que me da la gana bebo, folló, y termino por llegar hasta muy entrada la noche, ¿qué decir noche? Claro que no, siempre llegó en las madrugadas, la luz incluso llega a molestarme, porque aunque no tenga resaca llegando, detesto el maldito sol, la luz del día me fastidia, por eso vivo de noche, por eso y porque las ganancias son tremendas, pero eso mi hermano no lo tiene porque saber, aunque quizás en un futuro lo haga, para que vea que sin él puedo hacer mil cosas, sin importar que sean negocios turbios. Ojalá cuando se entere se muera de rabia, quiero hacer enojar al grado de poder pelear.
La verdad no tengo idea de como llego a la casa, no es que sea algo relevante, de hecho, no lo es, por eso es que no lo tengo en mi memoria, sé que llego bien porque tengo a alguien de confianza al cual le pago para eso. Mi gente me es leal porque los francos que les doy son considerables. Sé que estoy en mi casa porque la cama, cómoda y acolchonada se encuentra debajo de mi. Es deliciosa, lo mejor es que tiene un buen olor a comparación del mío, pero ese mismo olor dulzón me produce nauseas. Me tomó mi tiempo, recaudo fuerzas, y puedo al menos deslizarme a la alfombra y dejar mi vomito ahí, quizás mañana la mande a cambiar, Damien no tiene porque decirme que no. Claro que no.
- Uhmm - Musito en su intento de levantarme ¿Por qué demonios no me hace el drama del año? Mi hermano es tan pasivo que desespera. ¡Es tan perfecto que me fastidia!; muevo mu cuerpo un rato sobre la cama, me levanto y camino por el cuarto buscando unos pantalones, sin camisa, pues no tengo ganas de traer más encima, además tengo calor a causa de la resaca de la noche; me adentro al cuarto de baño, hay una botella de whisky, tomo de ella de forma directa, por lo que el mal sabor del vomito se esfuma. Avanzo de vuelta por el cuarto, me revuelvo el cabello, comienzo a bajar las escaleras. Bostezo de paso y observo a mi hermano sentado.
- ¿Y sino lo entiendo qué? Es una casa, es de los dos, aunque puedes correrme, tienes todo el derecho ¿no? aunque no creo que a mi sobrina le haga mucha gracia - Finjo un puchero de dolor - Así soy, no me vengas a reprender por tonterías, me gusta el alcohol, las mujeres, y te guste o no voy a salir, no es mi problema que quieras estar siempre encerrado, Damien, ni que seas un reprimido al cual no se le para, así que evita estás conversaciones ridículas, ya baje a desayunar - Me encojo de hombros con descaro, coloco la servilleta en mi regazo por si caen migajas del alimento. Tomo un pan de en medio de la mesa y lo muerdo, también acerco el jugo para beber - Al menos la negra hacer algo bueno. Siempre la comida es deliciosa ¿Sabes hacer algo más? - Se que puedo fastidiar a mi hermano si la molesto a ella. - Tiene un buen culo, hermano ¿Eso es lo que le miras todo el tiempo? Si quieres puedo probarlo por ti - Volteo a ver a Do'ingn con el rabillo del ojo, no lo niego, aunque negra, está buena, pero su color de piel la hace inferior a todas a las que se la meto. - Ya, ya, no te pongas pesado - Alzo las manos en señal de rendición antes de que comience a ladrar cual perro rabioso.
Me detengo, no tengo ganas de discutir, me duele la cabeza, quiero comer pues mi estomago resuena sin miramientos. Observo a mi hermano y luego azoto la mesa con el ofrecimiento de la mujer ¿Acaso él no sabe que eso es una vergüenza? Incluso empujo mi plato, sin importar que tenga la comida en la boca empiezo a protestar.
- ¿Estás loco verdad? No voy a desayunar con esa negra en la mesa. - Bufo, estoy rabioso - ¡Me estás pidiendo que me comporte en tu casa, y tu te comportas de forma vergonzosa! Si nuestros padres estuvieran vivos estarían tan decepcionados de ti ¡Una negra, Damien! ¿Entiendes? Es una esclava, cuenta menos que un animal, no voy a comer con ella, así que más vale no se siente, que si deseas un desayuno, y también una vida en paz, no me pongas en la misma linea que ella ¿captas? - Enfurecido vuelvo a tomar mi tenedor y el cuchillo, también el pan pero solo para clavarle los cubiertos. Es un maldito idiota, si todos nos vieran cerrarían no solo tratos con él, sino también conmigo, y encima nos darían una maldita reputación asquerosa, si él quiere la suya, muy bien pero que a mi no me meta.
- Tu ni te muevas, que si vas a sentarte, si tienes las ganas de sentarte, te juro que te daré un golpe, no me importa si el de defiende ¿entiendes? Sabes en que posición estás, negra, y por lo mismo deberías estar agradecida de que no te eche de la casa - La amenazo con el cuchillo en mano.
La verdad no tengo idea de como llego a la casa, no es que sea algo relevante, de hecho, no lo es, por eso es que no lo tengo en mi memoria, sé que llego bien porque tengo a alguien de confianza al cual le pago para eso. Mi gente me es leal porque los francos que les doy son considerables. Sé que estoy en mi casa porque la cama, cómoda y acolchonada se encuentra debajo de mi. Es deliciosa, lo mejor es que tiene un buen olor a comparación del mío, pero ese mismo olor dulzón me produce nauseas. Me tomó mi tiempo, recaudo fuerzas, y puedo al menos deslizarme a la alfombra y dejar mi vomito ahí, quizás mañana la mande a cambiar, Damien no tiene porque decirme que no. Claro que no.
- Uhmm - Musito en su intento de levantarme ¿Por qué demonios no me hace el drama del año? Mi hermano es tan pasivo que desespera. ¡Es tan perfecto que me fastidia!; muevo mu cuerpo un rato sobre la cama, me levanto y camino por el cuarto buscando unos pantalones, sin camisa, pues no tengo ganas de traer más encima, además tengo calor a causa de la resaca de la noche; me adentro al cuarto de baño, hay una botella de whisky, tomo de ella de forma directa, por lo que el mal sabor del vomito se esfuma. Avanzo de vuelta por el cuarto, me revuelvo el cabello, comienzo a bajar las escaleras. Bostezo de paso y observo a mi hermano sentado.
- ¿Y sino lo entiendo qué? Es una casa, es de los dos, aunque puedes correrme, tienes todo el derecho ¿no? aunque no creo que a mi sobrina le haga mucha gracia - Finjo un puchero de dolor - Así soy, no me vengas a reprender por tonterías, me gusta el alcohol, las mujeres, y te guste o no voy a salir, no es mi problema que quieras estar siempre encerrado, Damien, ni que seas un reprimido al cual no se le para, así que evita estás conversaciones ridículas, ya baje a desayunar - Me encojo de hombros con descaro, coloco la servilleta en mi regazo por si caen migajas del alimento. Tomo un pan de en medio de la mesa y lo muerdo, también acerco el jugo para beber - Al menos la negra hacer algo bueno. Siempre la comida es deliciosa ¿Sabes hacer algo más? - Se que puedo fastidiar a mi hermano si la molesto a ella. - Tiene un buen culo, hermano ¿Eso es lo que le miras todo el tiempo? Si quieres puedo probarlo por ti - Volteo a ver a Do'ingn con el rabillo del ojo, no lo niego, aunque negra, está buena, pero su color de piel la hace inferior a todas a las que se la meto. - Ya, ya, no te pongas pesado - Alzo las manos en señal de rendición antes de que comience a ladrar cual perro rabioso.
Me detengo, no tengo ganas de discutir, me duele la cabeza, quiero comer pues mi estomago resuena sin miramientos. Observo a mi hermano y luego azoto la mesa con el ofrecimiento de la mujer ¿Acaso él no sabe que eso es una vergüenza? Incluso empujo mi plato, sin importar que tenga la comida en la boca empiezo a protestar.
- ¿Estás loco verdad? No voy a desayunar con esa negra en la mesa. - Bufo, estoy rabioso - ¡Me estás pidiendo que me comporte en tu casa, y tu te comportas de forma vergonzosa! Si nuestros padres estuvieran vivos estarían tan decepcionados de ti ¡Una negra, Damien! ¿Entiendes? Es una esclava, cuenta menos que un animal, no voy a comer con ella, así que más vale no se siente, que si deseas un desayuno, y también una vida en paz, no me pongas en la misma linea que ella ¿captas? - Enfurecido vuelvo a tomar mi tenedor y el cuchillo, también el pan pero solo para clavarle los cubiertos. Es un maldito idiota, si todos nos vieran cerrarían no solo tratos con él, sino también conmigo, y encima nos darían una maldita reputación asquerosa, si él quiere la suya, muy bien pero que a mi no me meta.
- Tu ni te muevas, que si vas a sentarte, si tienes las ganas de sentarte, te juro que te daré un golpe, no me importa si el de defiende ¿entiendes? Sabes en que posición estás, negra, y por lo mismo deberías estar agradecida de que no te eche de la casa - La amenazo con el cuchillo en mano.
Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
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Re: Retrato de familia. | Privado.
Era una negra más, una sirvienta, una mujer que no tenía derechos más que los que le dieran en ese momento. Así de fácil, así de sencillo. La verdad no es que le molestara, porque desde que nació sabía su naturaleza, también su destino, las reglas sociales no le iban a cambiar para nada eso. Muy por el contrario, la hundirían cada vez más y más. Para su desgracia así era la vida. La vida de una mujer con un color distinto de piel. ¿Lo mejor de todo? No le molesta, ya no le lastima como antes, ahora a aprendido a sobrellevarlo. Le da gracias a Dios por ser distinta, y quizás aspirando demasiado algunas historias suyas serán contadas en libros de historia. En el futuro podría ser recordada por ese sacrificio humano tan deplorable que está llevando con dignidad. Soñar no cuesta nada, dicen por ahí.
Do'ingn ya se sabía eso de memoria, esa rutina en donde los dueños de la casa peleaban, de hecho reconocía que mientras los años pasaban, las insolencias del menor de aquellos hombre se volvían más descasad, incluso perturbadoras, su falta de moral, de respeto, hacía creer que esa criatura blanca era incluso pedir de digna que ella. Dado que no tenía derecho de habla hasta que se lo pidieran, nunca había opinado, no era su derecho, pero de hacerlo, apoyaría demasiado al señor Damien, le ayudaría a controla a su hermano a mano dura, quitándole de todo, como su madre decía que los blancos de clase alta hacían para controlar a sus críos caprichosos, pero ¿ella que podía saber al respecto? Absolutamente nada, no tenía familia, nunca la tendría mucho menos hijos, todo se reduciría a ver lo que otros tienen, lo que esa familia que tanto se menosprecia posee. ¡Que envidia! Pero sólo por poder vivir en normalidad, sólo por reproducirse, no por todos esos problemas que envolvían.
La llegada de los hermanos sólo la hizo colocarse en una esquina. Observó con detenimiento como al que le tenía verdadera lealtad comenzaba a degustar sus alimentos, eso la hizo sonreír ampliamente. Le parecía tan halagador que ese hombre la tratara como una igual, y que encima se notara satisfecho con sus acciones. No había recompensa más grande para ella que él. No había mejor regalo que sus tratos. Si Dios existía y de verdad estaba a su lado, en definitiva lo había enviado a él para cuidarla. Era su bendición, una que no podía aceptar en voz alta y de forma más abierta que en sus pensamientos, con todo y que su mente nadie la pudiera descubrir, sin duda se sentía manchada, una descarada. ¡Que clase de confianzuda era; una mirada bastó de parte del hermano mayor para que ella volviera a cerrar los ojos unos momentos y clavar su mirada al suelo.
- No se moleste, mi señor - Anunció la joven con aquella invitación tan cálida, pero los gritos vinieron a continuación. Parpadeó completamente sorprendida. Era cierto que al más joven ella no le agradaba por su color de piel, por lo inferior en cuanto a los deberes de la casa, pero jamás le había dicho o tratado de esa manera. Dio un brinco golpeándose la cabeza con la pared, pero ni siquiera se quejó, sólo asintió ante la amenaza, con la mirada baja. Si decía algo podría ocasionar una verdadera guerra; ambos hermanos se miraban como si estuvieran a punto de saltar y desgarrar el cuello ajeno. Las poses defensivas que ambos hombres le anunciaron peligro. Se apresuró a recoger las copas de jugo que se habían derramado, con maestría tomando la franela gruesa que siempre portaba en el delantal, limpió aquel liquido. Se llevó las copas llevando consigo unas nuevas con el liquido que se había desperdiciado para que ambos hombres terminaran por beber de nuevo. ¡Aquello no podría estarle pasando! Lo único que faltaba es que sus amos se pelearan por su culpa. ¡Que desdichada de sentía! La poca tristeza que había tenido por la compañía del Señor Damien se había ido por la borda. Si se le permitiera llorar con frecuencia, lo haría, pero se tragó su dolor encontrando un vacío en el pecho.
- ¿Puedo retirarme? - Preguntó a ambos, la voz de Predbjørn Østergård se había alzado con fuerza, con furia, arremetiendo contra su alma pues había gritado con tanta rabia un "Lárgate maldita negra". Ella no dudo más de dos segundos en obedecer. Recogió la charola anteriormente de tostadas, ya que se encontraba vacía, y se marchó, esperando a que sus patrones formaran una tregua.
Do'ingn ya se sabía eso de memoria, esa rutina en donde los dueños de la casa peleaban, de hecho reconocía que mientras los años pasaban, las insolencias del menor de aquellos hombre se volvían más descasad, incluso perturbadoras, su falta de moral, de respeto, hacía creer que esa criatura blanca era incluso pedir de digna que ella. Dado que no tenía derecho de habla hasta que se lo pidieran, nunca había opinado, no era su derecho, pero de hacerlo, apoyaría demasiado al señor Damien, le ayudaría a controla a su hermano a mano dura, quitándole de todo, como su madre decía que los blancos de clase alta hacían para controlar a sus críos caprichosos, pero ¿ella que podía saber al respecto? Absolutamente nada, no tenía familia, nunca la tendría mucho menos hijos, todo se reduciría a ver lo que otros tienen, lo que esa familia que tanto se menosprecia posee. ¡Que envidia! Pero sólo por poder vivir en normalidad, sólo por reproducirse, no por todos esos problemas que envolvían.
La llegada de los hermanos sólo la hizo colocarse en una esquina. Observó con detenimiento como al que le tenía verdadera lealtad comenzaba a degustar sus alimentos, eso la hizo sonreír ampliamente. Le parecía tan halagador que ese hombre la tratara como una igual, y que encima se notara satisfecho con sus acciones. No había recompensa más grande para ella que él. No había mejor regalo que sus tratos. Si Dios existía y de verdad estaba a su lado, en definitiva lo había enviado a él para cuidarla. Era su bendición, una que no podía aceptar en voz alta y de forma más abierta que en sus pensamientos, con todo y que su mente nadie la pudiera descubrir, sin duda se sentía manchada, una descarada. ¡Que clase de confianzuda era; una mirada bastó de parte del hermano mayor para que ella volviera a cerrar los ojos unos momentos y clavar su mirada al suelo.
- No se moleste, mi señor - Anunció la joven con aquella invitación tan cálida, pero los gritos vinieron a continuación. Parpadeó completamente sorprendida. Era cierto que al más joven ella no le agradaba por su color de piel, por lo inferior en cuanto a los deberes de la casa, pero jamás le había dicho o tratado de esa manera. Dio un brinco golpeándose la cabeza con la pared, pero ni siquiera se quejó, sólo asintió ante la amenaza, con la mirada baja. Si decía algo podría ocasionar una verdadera guerra; ambos hermanos se miraban como si estuvieran a punto de saltar y desgarrar el cuello ajeno. Las poses defensivas que ambos hombres le anunciaron peligro. Se apresuró a recoger las copas de jugo que se habían derramado, con maestría tomando la franela gruesa que siempre portaba en el delantal, limpió aquel liquido. Se llevó las copas llevando consigo unas nuevas con el liquido que se había desperdiciado para que ambos hombres terminaran por beber de nuevo. ¡Aquello no podría estarle pasando! Lo único que faltaba es que sus amos se pelearan por su culpa. ¡Que desdichada de sentía! La poca tristeza que había tenido por la compañía del Señor Damien se había ido por la borda. Si se le permitiera llorar con frecuencia, lo haría, pero se tragó su dolor encontrando un vacío en el pecho.
- ¿Puedo retirarme? - Preguntó a ambos, la voz de Predbjørn Østergård se había alzado con fuerza, con furia, arremetiendo contra su alma pues había gritado con tanta rabia un "Lárgate maldita negra". Ella no dudo más de dos segundos en obedecer. Recogió la charola anteriormente de tostadas, ya que se encontraba vacía, y se marchó, esperando a que sus patrones formaran una tregua.
Do'ingn Mbah- Esclavo
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Re: Retrato de familia. | Privado.
Damien fue siempre el hijo ejemplar que toda madre sueña tener. Nació y creció rodeado de riquezas y toda clase de bienes materiales, jamás le faltó nada. Asistió a las mejores escuelas, entre ellas la de medicina, y aunque nunca ejerció completamente su carrera, se graduó con honores, demostrando así una vez más que tenía los pies bien puestos sobre la tierra, que las enseñanzas y consejos que sus padres se esmeraban en darle con la ilusión de hacer de él un hombre de bien, no eran en vano y habían dado sus frutos. Tal vez por eso intentó controlarse frente a Predbjørn, porque nunca había sido un hombre de violencia. Prefería un diálogo antes que un golpe o un insulto.
Apretó la mandíbula y sus manos se cerraron formando dos puños sobre la mesa, sintiendo al instante cómo las emociones contenidas se transformaban en palabras que no querían salir, que se negaban a fluir. Quería decirle de todo, reprenderlo severamente porque su actitud era por demás vergonzosa. No podía negar que las ganas de levantarse y abofetearlo lo consumían por dentro porque por momentos esa parecía ser la única solución a llevar a cabo con una persona como su hermano, que no entendía de razones, de moral, ni de nada. ¿Es que acaso no habían sido criados en el mismo techo y bajo los mismos principios?
—¡¿Y de qué te sirve a ti ser blanco si tienes el alma podrida?! —le espetó con molestia e indignación cuando ya no fue capaz de mantenerse sosiego.
Damien, gobernado por el impulso y la enfermiza necesidad de defender a la muchacha de esa injusticia, se puso de pie y enfrentó a su hermano. Avanzó unos cuantos pasos y se le plantó enfrente sin dejar de mirarlo a los ojos. Fue capaz de reconocer la rabia en los ojos ajenos.
—Entiéndelo de una vez, hermano, ni tú ni yo somos mejores que ella, por el contrario, hay tanto que aprenderle. ¿La has visto? —le preguntó con el mismo tono de voz pero mucho más sosiego—, es una muchacha humilde, no tiene malicia, ¿por qué te empeñas en denigrarla, en humillarla de ese modo?
Se esforzó por hacerlo entender, tuvo la esperanza de estar en el momento preciso para tocar su alma y cambiar un poco su forma de pensar, pero el muchacho se mostró tan indiferente hacia sus palabras que le pareció una burla que difícilmente alguien podía tolerar, ni siquiera él que era tan pacífico pudo pasarla por alto.
—¡Ya basta, Predbjørn! —Bramó perdiendo los estribos—. ¡Basta de esa actitud tan soberbia, tan inmadura! ¡Despierta! —se acercó y lo tomó de los hombros, sus manos lo sacudieron violentamente en un intento de hacerlo reaccionar—. Mira a tu alrededor, solamente somos tú y yo, ya no eres el niño de mamá y papá, eres un hombre y yo soy tu hermano. ¿Por qué tenemos que vivir haciéndonos la vida imposible el uno al otro? Estoy cansado de pelear contigo, de no poder tener un momento de paz en nuestra propia casa. Esto no puede seguir así…
Lo miró y por un segundo la imagen del joven indisciplinado y cruel se distorsionó hasta convertirse en un pequeño Predbjørn de apenas diez años. A esa edad Damien había sido para él su ejemplo a seguir, lo seguía a todos lados, lo imitaba sin descanso. Damien por su parte lo procuraba todo el tiempo, se esmeraba porque no le faltara nunca nada, de algún modo intentaba proveerle un poco de de ese cariño que tanta falta le hacía al niño desde que sus padres habían muerto. Cuánto habían cambiado desde entonces, Predbjørn era un vago y ebrio sinvergüenza que lo reñía todo el tiempo y Damien… él permanecía encerrado en su despacho la mayoría del tiempo, dando la impresión de que ya nada le importaba demasiado. Ya no había largas conversaciones entre ellos, no parecía importarles la vida del otro, eran como dos extraños que se soportaban mutuamente, y ni eso, porque la verdad Predbjørn demostraba cada vez menos tolerancia hacia él.
Apretó la mandíbula y sus manos se cerraron formando dos puños sobre la mesa, sintiendo al instante cómo las emociones contenidas se transformaban en palabras que no querían salir, que se negaban a fluir. Quería decirle de todo, reprenderlo severamente porque su actitud era por demás vergonzosa. No podía negar que las ganas de levantarse y abofetearlo lo consumían por dentro porque por momentos esa parecía ser la única solución a llevar a cabo con una persona como su hermano, que no entendía de razones, de moral, ni de nada. ¿Es que acaso no habían sido criados en el mismo techo y bajo los mismos principios?
—¡¿Y de qué te sirve a ti ser blanco si tienes el alma podrida?! —le espetó con molestia e indignación cuando ya no fue capaz de mantenerse sosiego.
Damien, gobernado por el impulso y la enfermiza necesidad de defender a la muchacha de esa injusticia, se puso de pie y enfrentó a su hermano. Avanzó unos cuantos pasos y se le plantó enfrente sin dejar de mirarlo a los ojos. Fue capaz de reconocer la rabia en los ojos ajenos.
—Entiéndelo de una vez, hermano, ni tú ni yo somos mejores que ella, por el contrario, hay tanto que aprenderle. ¿La has visto? —le preguntó con el mismo tono de voz pero mucho más sosiego—, es una muchacha humilde, no tiene malicia, ¿por qué te empeñas en denigrarla, en humillarla de ese modo?
Se esforzó por hacerlo entender, tuvo la esperanza de estar en el momento preciso para tocar su alma y cambiar un poco su forma de pensar, pero el muchacho se mostró tan indiferente hacia sus palabras que le pareció una burla que difícilmente alguien podía tolerar, ni siquiera él que era tan pacífico pudo pasarla por alto.
—¡Ya basta, Predbjørn! —Bramó perdiendo los estribos—. ¡Basta de esa actitud tan soberbia, tan inmadura! ¡Despierta! —se acercó y lo tomó de los hombros, sus manos lo sacudieron violentamente en un intento de hacerlo reaccionar—. Mira a tu alrededor, solamente somos tú y yo, ya no eres el niño de mamá y papá, eres un hombre y yo soy tu hermano. ¿Por qué tenemos que vivir haciéndonos la vida imposible el uno al otro? Estoy cansado de pelear contigo, de no poder tener un momento de paz en nuestra propia casa. Esto no puede seguir así…
Lo miró y por un segundo la imagen del joven indisciplinado y cruel se distorsionó hasta convertirse en un pequeño Predbjørn de apenas diez años. A esa edad Damien había sido para él su ejemplo a seguir, lo seguía a todos lados, lo imitaba sin descanso. Damien por su parte lo procuraba todo el tiempo, se esmeraba porque no le faltara nunca nada, de algún modo intentaba proveerle un poco de de ese cariño que tanta falta le hacía al niño desde que sus padres habían muerto. Cuánto habían cambiado desde entonces, Predbjørn era un vago y ebrio sinvergüenza que lo reñía todo el tiempo y Damien… él permanecía encerrado en su despacho la mayoría del tiempo, dando la impresión de que ya nada le importaba demasiado. Ya no había largas conversaciones entre ellos, no parecía importarles la vida del otro, eran como dos extraños que se soportaban mutuamente, y ni eso, porque la verdad Predbjørn demostraba cada vez menos tolerancia hacia él.
Damien Østergård- Licántropo Clase Alta
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Re: Retrato de familia. | Privado.
No culpo a la vida, tampoco a la muerte de mis padres, mucho menos el haber crecido con mi hermano, de hecho estoy consiente que todo lo que soy, y tengo en este momento es porque yo así lo decidí, me hago responsable de todas mis acciones, no soy un hombre cobarde, jamás lo he sido y tampoco empezaré a serlo, la vida fue dura si, pero tengo lo indispensable, techo, comida, dinero, pero sobre todo mujeres a las que puedo tirarme cuando se me antoje. Sin embargo, mi educación es tan distinta a la de mi hermano que me frustra su maldita pasividad, ¿acaso no entiende en que época vivimos? ¿no se da cuenta que existe una escala de importancia, riquezas y poder? No es tonto, lo sé, no entiendo porque esa maldita postura de buen hombre. Es un maldito hipócrita, tiene más secretos que yo, lo sé, al menos yo soy cínico, pero él es tan falso que estoy seguro cada una de sus palabras se las haré tragar.
Me doy cuenta que mi posición ha cambiado, que mis piernas se encuentran flexionadas, que me encuentro a la defensiva, que parezco un animal listo para atacar, incluso la sangre que recorre mis venas se siente más acelerada, más rápida al avanzar por cada rincón de mi cuerpo. Es como si tuviera un instinto a nivel escondido, listo para salir a la luz y destruir todo lo que se interponga, todo lo que obstruya mi paso, incluyendo a mi hermano. ¿Lo quiero? Si, muy en el fondo lo hago, pero incluso el amor no me ciega para poder obtener y llegar a ser lo que quiero, porque aún me falta un gran camino por recorrer.
- ¿Tengo el alma podrida? - Repito sus palabras, en mi voz se nota la risa que aquello me provoca. - ¿Y como la tendrás tu, Don perfecto? Mírate - Mis manos se mueven para señalarlo - Con esa maldita cara de sufrimiento, de aburrimiento, de impotencia - Niego, ya ni siquiera me acuerdo si la negra se encuentra cerca de nosotros o no - ¿Cuánto tiempo tiene que tocas a una mujer? ¿Que haces de tu maldita vida? ¿Crees que estár encerrado le hace bien a mi sobrina? ¡La estás hundiendo! ¡No me vengas a dar clases de moral por una maldita negra cuando no haces nada por tu hija! ¡Maldito seas! - Ese es mi punto fuerte, lo único que me convierte en una criatura débil, lo único que amo, la única persona por la cual yo puedo dar la vida sin importar nada a cambio: Mi sobrina.
Aquello se trataba de un gran cumulo de cosas que no se habían hablado, todo se había apilado a tal grado que ahora se caía por los lados causando daños irreparables. Si no peleábamos en este momento, probablemente en uno más lejano terminaríamos matándonos; la gota que derramó el vaso para mi, fue la sacudida que me dio en los hombros. Mis ojos muestran la rabia, pero el gruñido que sale de mi interior demuestra que esa acción encendieron más que mi mal humor; muevo las manos para alejar las ajenas de mi cuerpo, pero no me detengo ahí, lo empujo con mucha fuerza contra el pecho haciendo que choqué contra la silla cercana. Me acerco repitiendo la acción dos veces más. ¿Se lastimaría? Es lo que menos me importa.
- No me vuelvas a tocar, Damien ¡Te lo advierto! No se te ocurra, mucho menos cuando pones a una maldita negra por encima de mi - Si él cree que está haciendo lo mejor para tratarme, ¡Sorpresa! A cada palabra, a cada movimiento que efectúa la cosa empeora. Es demasiado estúpido si cree que por bonitas palabras adornadas yo voy a caer en su juego, por lo visto me subestima, demasiado. - Tu crees que te hago la maldita vida imposible por como soy, pero te digo una cosa, soy así porque quiero, no porque ti ¡Deja de creer que todo es para dañarte! El mundo no gira alrededor de ti, como papá, mamá y tu creyeron - Mis manos son dos puños listos para dar los primeros golpes.
- Si, esto no puede seguir así ¿Y qué solución propones? ¿Me vas a correr? ¿O solamente es una amenaza? Porque de ser así ahórrate las cosas, ¿crees que tu hermano morirá en la calle sólo porque no le darás nada de esa fortuna ¡QUE NI SIQUIERA TU HICISTE! Pues no, yo tengo la mía, la que hice a base de inteligencia, de explotar gente como tu maldita negra - Niego cruzándome de brazos - ¡Si no me voy es porque es divertido verte sufrir! Pero lo principal, es porque me importa mi sobrina, si yo me fuera estaría sola, porque su padre se la pasa sufriendo la muerte de una mujer que puede ser remplazada fácilmente - Si, estoy consiente que muchas cosas pueden irle lastimando, pero como dije, no soy falso, ni hipócrita, prefiero decirle verdades que le hagan dolor en este momento a permitirle seguir con la mentira, aunque él no lo crea le estoy dando un maldito empujón para que reacción - ¡Do’ingn! ¡Ven acá y limpia toda esta maldita mugre! - Grito con fuerza - Apresúrate o haré que lo limpies con la maldita lengua - Pero mi mirada sigue en la de la sangre misma que corre por mis venas. Si era momento de discutir, bueno, yo siempre me encontraba dispuesto a hacerlo.
Me doy cuenta que mi posición ha cambiado, que mis piernas se encuentran flexionadas, que me encuentro a la defensiva, que parezco un animal listo para atacar, incluso la sangre que recorre mis venas se siente más acelerada, más rápida al avanzar por cada rincón de mi cuerpo. Es como si tuviera un instinto a nivel escondido, listo para salir a la luz y destruir todo lo que se interponga, todo lo que obstruya mi paso, incluyendo a mi hermano. ¿Lo quiero? Si, muy en el fondo lo hago, pero incluso el amor no me ciega para poder obtener y llegar a ser lo que quiero, porque aún me falta un gran camino por recorrer.
- ¿Tengo el alma podrida? - Repito sus palabras, en mi voz se nota la risa que aquello me provoca. - ¿Y como la tendrás tu, Don perfecto? Mírate - Mis manos se mueven para señalarlo - Con esa maldita cara de sufrimiento, de aburrimiento, de impotencia - Niego, ya ni siquiera me acuerdo si la negra se encuentra cerca de nosotros o no - ¿Cuánto tiempo tiene que tocas a una mujer? ¿Que haces de tu maldita vida? ¿Crees que estár encerrado le hace bien a mi sobrina? ¡La estás hundiendo! ¡No me vengas a dar clases de moral por una maldita negra cuando no haces nada por tu hija! ¡Maldito seas! - Ese es mi punto fuerte, lo único que me convierte en una criatura débil, lo único que amo, la única persona por la cual yo puedo dar la vida sin importar nada a cambio: Mi sobrina.
Aquello se trataba de un gran cumulo de cosas que no se habían hablado, todo se había apilado a tal grado que ahora se caía por los lados causando daños irreparables. Si no peleábamos en este momento, probablemente en uno más lejano terminaríamos matándonos; la gota que derramó el vaso para mi, fue la sacudida que me dio en los hombros. Mis ojos muestran la rabia, pero el gruñido que sale de mi interior demuestra que esa acción encendieron más que mi mal humor; muevo las manos para alejar las ajenas de mi cuerpo, pero no me detengo ahí, lo empujo con mucha fuerza contra el pecho haciendo que choqué contra la silla cercana. Me acerco repitiendo la acción dos veces más. ¿Se lastimaría? Es lo que menos me importa.
- No me vuelvas a tocar, Damien ¡Te lo advierto! No se te ocurra, mucho menos cuando pones a una maldita negra por encima de mi - Si él cree que está haciendo lo mejor para tratarme, ¡Sorpresa! A cada palabra, a cada movimiento que efectúa la cosa empeora. Es demasiado estúpido si cree que por bonitas palabras adornadas yo voy a caer en su juego, por lo visto me subestima, demasiado. - Tu crees que te hago la maldita vida imposible por como soy, pero te digo una cosa, soy así porque quiero, no porque ti ¡Deja de creer que todo es para dañarte! El mundo no gira alrededor de ti, como papá, mamá y tu creyeron - Mis manos son dos puños listos para dar los primeros golpes.
- Si, esto no puede seguir así ¿Y qué solución propones? ¿Me vas a correr? ¿O solamente es una amenaza? Porque de ser así ahórrate las cosas, ¿crees que tu hermano morirá en la calle sólo porque no le darás nada de esa fortuna ¡QUE NI SIQUIERA TU HICISTE! Pues no, yo tengo la mía, la que hice a base de inteligencia, de explotar gente como tu maldita negra - Niego cruzándome de brazos - ¡Si no me voy es porque es divertido verte sufrir! Pero lo principal, es porque me importa mi sobrina, si yo me fuera estaría sola, porque su padre se la pasa sufriendo la muerte de una mujer que puede ser remplazada fácilmente - Si, estoy consiente que muchas cosas pueden irle lastimando, pero como dije, no soy falso, ni hipócrita, prefiero decirle verdades que le hagan dolor en este momento a permitirle seguir con la mentira, aunque él no lo crea le estoy dando un maldito empujón para que reacción - ¡Do’ingn! ¡Ven acá y limpia toda esta maldita mugre! - Grito con fuerza - Apresúrate o haré que lo limpies con la maldita lengua - Pero mi mirada sigue en la de la sangre misma que corre por mis venas. Si era momento de discutir, bueno, yo siempre me encontraba dispuesto a hacerlo.
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Localización : Paris, Francia
Re: Retrato de familia. | Privado.
Do'ingn, siempre se preguntaba por que el mayor de aquella familia la trataba con tanto cuidado, como una igual. Lo cierto es que ella jamás había hecho más de lo estipulado en las leyes sociales y morales como para ganarse el afecto de su patrón, porque le tenía cariño ¿verdad? Eso era algo obvio, tan claro como el agua, tan azul como los cielos y el mar. Se sentía para, de nada servía ocultarlo. No le molestaban los gritos, porque en el bosque en ocasiones se escuchaban suplicas, plegarias, incluso risas a mitad de la noche, lo que de verdad le dolía era ver a una familia irse destruyendo por que el ego, el dolor, las indiferencias y la poca comunicación ganaba. Si tan sólo la de ella estuviera con vida las cosas cambiarían, sin embargo no lo estaban, y por más dolor que tuviera en su interior, volverían a la vida. Así que nada importaba lamentarlo por ellos, o querer estar en un lugar diferente al de aquella mansión.
Pero la negra no se sentía especial. Se sabía de memoria que aquel hombre loco no era distinto con ella a los tratos de los demás. Había escuchado más de un rumor donde las personas lo tachaban de bondadoso, los hombres de corazones malignos le nombraban incluso tonto por tanta bondad en medio de aquel mundo putrefacto. ¿Cómo saber si de ser otra persona la trataría de otra manera? Ella podía notar que entre los empleados de la casa no se daban los tratos iguales, incluso los envidiosos le decían que ella era la favorita, sin importar su color de piel, ¿de qué servía ser la favorita? de nada, seguía siendo una sirvienta, una empleada negra a la cual no se le golpeaba, lo que la hacía afortunada, entonces si lo era, suficientemente especial para reconocer que tenía una buena vida, un excelente patrón, nada que se comparara con el mal nacido del hermano menor, ese si que la regresaba a la realidad.
Todo era su culpa, los malditos gritos le estaban destrozando los tímpanos. Se llevó ambas manos a sus oídos impidiendo que el mensaje le llegara a traspasar esa barrera, pero con todo y eso podía notar, darse cuenta, sentir que aquello había iniciado por su culpa; tragó saliva con fuerza, solo esperó al primer mandado con escapatoria, para hacerlo. Los gritos se quedaban atrás, y la pobre sirvienta sentía que las lagrimas podían caer de un momento a otro para humedecer sus mejillas. No lloró, ella no tiene permitido tales cosas, debe ser fuerte, mostrarse como una roca, porque esa es la realidad, ella es una simple roca que anda de un lado a otro solamente adornando lo que le ordenen, claro que en su caso limpiando
Por instinto sus manos se dirigieron a un cuchillo, tomó la tabla de picar, y comenzó a hacer trozo la carne de cerdo que le llevaron por la mañana, hacía guisaría algo delicioso para el día siguiente; a mitad de el destrozo con la carne, escuchó que la mandaron a llamar, la sirvienta tomó un trapo, con la mirada baja pero los pasos presurosos llegó hasta el lugar de la pelea. Seguían gritándose, seguían diciéndose de cosas, sólo tendría que limpiar y marcharse.
- ¿Desean algo más que les traiga, mis señores? - Su voz salió suave, incluso entrecortada, el nerviosismo sumado con la incertidumbre no eran buenos amigos. La criada se puso de pie tomando algunos restos de comida entre sus manos y la franela que llevaba para limpiar. El silencio reinó por un momento la situación, creyó que todo estaría bien, con tranquilidad, incluso su inocencia le hizo creer que ya se habían reconciliado, pero no, lo peor estaba por llegar. Cuando la joven dio la vuelta, el golpe la hizo caer de lleno al suelo, golpeándose el rostro, embarrando su piel negra de los restantes de huevo que llevaba de regreso a la cocina. El menor de los hermanos Østergärd la había pateado para retar a su hermano mayor. ¿Ocurriría algo malo? ¿Se pondrían peores las cosas? La sirvienta ni siquiera chilló de dolor, gateó un poco, y regresó a la cocina tapándose el grito con una franela.
Pero la negra no se sentía especial. Se sabía de memoria que aquel hombre loco no era distinto con ella a los tratos de los demás. Había escuchado más de un rumor donde las personas lo tachaban de bondadoso, los hombres de corazones malignos le nombraban incluso tonto por tanta bondad en medio de aquel mundo putrefacto. ¿Cómo saber si de ser otra persona la trataría de otra manera? Ella podía notar que entre los empleados de la casa no se daban los tratos iguales, incluso los envidiosos le decían que ella era la favorita, sin importar su color de piel, ¿de qué servía ser la favorita? de nada, seguía siendo una sirvienta, una empleada negra a la cual no se le golpeaba, lo que la hacía afortunada, entonces si lo era, suficientemente especial para reconocer que tenía una buena vida, un excelente patrón, nada que se comparara con el mal nacido del hermano menor, ese si que la regresaba a la realidad.
Todo era su culpa, los malditos gritos le estaban destrozando los tímpanos. Se llevó ambas manos a sus oídos impidiendo que el mensaje le llegara a traspasar esa barrera, pero con todo y eso podía notar, darse cuenta, sentir que aquello había iniciado por su culpa; tragó saliva con fuerza, solo esperó al primer mandado con escapatoria, para hacerlo. Los gritos se quedaban atrás, y la pobre sirvienta sentía que las lagrimas podían caer de un momento a otro para humedecer sus mejillas. No lloró, ella no tiene permitido tales cosas, debe ser fuerte, mostrarse como una roca, porque esa es la realidad, ella es una simple roca que anda de un lado a otro solamente adornando lo que le ordenen, claro que en su caso limpiando
Por instinto sus manos se dirigieron a un cuchillo, tomó la tabla de picar, y comenzó a hacer trozo la carne de cerdo que le llevaron por la mañana, hacía guisaría algo delicioso para el día siguiente; a mitad de el destrozo con la carne, escuchó que la mandaron a llamar, la sirvienta tomó un trapo, con la mirada baja pero los pasos presurosos llegó hasta el lugar de la pelea. Seguían gritándose, seguían diciéndose de cosas, sólo tendría que limpiar y marcharse.
- ¿Desean algo más que les traiga, mis señores? - Su voz salió suave, incluso entrecortada, el nerviosismo sumado con la incertidumbre no eran buenos amigos. La criada se puso de pie tomando algunos restos de comida entre sus manos y la franela que llevaba para limpiar. El silencio reinó por un momento la situación, creyó que todo estaría bien, con tranquilidad, incluso su inocencia le hizo creer que ya se habían reconciliado, pero no, lo peor estaba por llegar. Cuando la joven dio la vuelta, el golpe la hizo caer de lleno al suelo, golpeándose el rostro, embarrando su piel negra de los restantes de huevo que llevaba de regreso a la cocina. El menor de los hermanos Østergärd la había pateado para retar a su hermano mayor. ¿Ocurriría algo malo? ¿Se pondrían peores las cosas? La sirvienta ni siquiera chilló de dolor, gateó un poco, y regresó a la cocina tapándose el grito con una franela.
Do'ingn Mbah- Esclavo
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Re: Retrato de familia. | Privado.
—¡Basta, es suficiente! —gritó a su hermano, que seguía retándolo.
Damien no se defendió cuando el joven golpeó con fuerza su pecho en reiteradas veces, provocándolo para que por fin diera inicio el tan anunciado enfrentamiento. No lo hizo porque, hasta la fecha, la única forma en la que los hermanos se habían agredido era verbalmente, y entrar en el terreno de los golpes eran palabras mayores, un terreno que tal vez no tenía retorno. No deseaba hacerle daño, aunque se lo mereciera. Esa era la principal razón por la cual no se atrevía a ponerle las manos encima, porque sabía que lo heriría como había hecho con sus padres, los de Do'ingn, y otros tantos cuyo nombre y origen desconocía.
Se dio cuenta de que las cosas no estaban funcionando. Supo que si su hermano no cambiaba de actitud en ese instante, la situación terminaría por ponerse realmente fea. Él era un hombre pacífico, sí, y también tenía mucha paciencia, especialmente cuando se trataba de un miembro de su familia o una persona amada, pero estaba seguro de que ni eso lograría impedir un enfrentamiento si Predbjørn no se callaba en ese instante. Otra cosa que debía tomarse en cuenta, era su licantropía, una condición que lo volvía realmente peligroso, sobre todo estando enojado, porque los de su especie difícilmente lograban controlar sus emociones, sobre todo las negativas. Deseaba que ocurriera algo, un milagro, o que alguien entrara por la puerta del comedor y se llevara a Predbjørn para no tener que seguir escuchando sus blasfemias, viendo esa expresión de odio en su rostro. Sí, odio. Predbjørn lo aborrecía, sólo hacía falta ver la forma en que lo miraba, cómo no hacía el menor esfuerzo por disimular todo el resentimiento que había acumulado por años. Damien se sintió ofendido, consideró injusto que lo juzgara del modo en que lo hacía siendo él una de las personas a las que más amaba y más le preocupaban. Había crecido, ya no era un niño, pero para Damien él siempre sería el pequeño que había quedado huérfano. Estaba convencido de que lo que había orillado a Predbjørn a convertirse en una persona tan antipática y agresiva, había sido la ausencia de sus padres y la indiferencia de él, lo sabía porque era lo mismo que había pasado con Katherina, su hija, que ahora imitaba la personalidad de su tío.
Era su culpa. Predbjørn tenía algo de razón: estaba hundiendo a esa familia.
Desvió la mirada y bajó el rostro porque no creía poder seguir tolerando que su propio hermano lo mirara de ese modo. Permaneció así por algunos momentos, minutos en los que pretendió relajarse y dejar mermar las inesperadas pero enormes ganas que había sentido por golpearlo, pero todo se vino abajo cuando la joven sirvienta entró nuevamente al comedor y Predbjørn arremetió contra ella sin culpa alguna.
Damien levantó la cabeza y miró atónito lo que acababa de ocurrir. Su hermano, al que acababa de justificar en sus pensamientos, poniéndolo como una víctima más, no se tentaba el corazón cuando se trataba de herir a personas inocentes. No podía creer lo que miraba y escuchaba, especialmente cuando éste admitió frente a él el aborrecible negocio que tenía en manos; se negaba a creerlo. No era posible que Predbjørn, el pequeño niño con el que había convivido toda su vida, ahora fuera un burdo y despreciable traficante de esclavos, alguien que hacía dinero a raíz del sufrimiento de otros. Fue tanta la indignación, la frustración, que no pudo soportar más y le abofeteó la cara. Las recientes y abominables confesiones eran demasiado como para que él pudiera sentir culpa.
—Juro que si vuelves a ponerle la mano encima olvidaré que eres mi hermano y no te tendré piedad —lo amenazó, y esta vez habló en serio.
Miró a la muchacha que se arrastraba por el piso en un intento de huir de la escena. Damien se apresuró y alargó su mano para ayudarle a levantarse. Le preguntó si se encontraba bien y en silencio la inspeccionó rápidamente como buen médico. Parecía no haber pasado a mayores, pero un golpe seguía siendo lo más bajo. Apartó la mirada de la jovencita y la clavó como una afiliada estaca sobre Predbjørn.
—Lo veo y no lo creo, Predbjørn —su voz sonaba mucho más áspera que antes y arrastraba las palabras porque estaba demasiado enojado, tan desilusionado de él—. Quizá es verdad todo lo que has dicho sobre mí, no soy perfecto, pero tú… —tuvo que hacer una pausa porque sentía que las palabras que quería decir, que eran demasiadas, le obstruían la garganta—, tú te has convertido en una persona cruel, en un monstruo. Ya no te reconozco. Sólo porque eres mi hermano no te denunciaré ante las autoridades, pero no me provoques, porque mi paciencia no es infinita.
Giró su cuerpo hasta darle la espalda, sólo así era capaz de pronunciar lo que estaba a punto de decir.
—Quiero que te vayas de la casa. No voy a permitir que un delincuente como tú siga cerca de Katherina.
Sabía que ese sería un golpe muy duro tanto para Predbjørn como para su hija, incluso para él, pero, ¿acaso no era ese el modo en que debía actuar un padre? Quizá era el momento justo, la oportunidad perfecta, para salvar a Katherina.
Damien no se defendió cuando el joven golpeó con fuerza su pecho en reiteradas veces, provocándolo para que por fin diera inicio el tan anunciado enfrentamiento. No lo hizo porque, hasta la fecha, la única forma en la que los hermanos se habían agredido era verbalmente, y entrar en el terreno de los golpes eran palabras mayores, un terreno que tal vez no tenía retorno. No deseaba hacerle daño, aunque se lo mereciera. Esa era la principal razón por la cual no se atrevía a ponerle las manos encima, porque sabía que lo heriría como había hecho con sus padres, los de Do'ingn, y otros tantos cuyo nombre y origen desconocía.
Se dio cuenta de que las cosas no estaban funcionando. Supo que si su hermano no cambiaba de actitud en ese instante, la situación terminaría por ponerse realmente fea. Él era un hombre pacífico, sí, y también tenía mucha paciencia, especialmente cuando se trataba de un miembro de su familia o una persona amada, pero estaba seguro de que ni eso lograría impedir un enfrentamiento si Predbjørn no se callaba en ese instante. Otra cosa que debía tomarse en cuenta, era su licantropía, una condición que lo volvía realmente peligroso, sobre todo estando enojado, porque los de su especie difícilmente lograban controlar sus emociones, sobre todo las negativas. Deseaba que ocurriera algo, un milagro, o que alguien entrara por la puerta del comedor y se llevara a Predbjørn para no tener que seguir escuchando sus blasfemias, viendo esa expresión de odio en su rostro. Sí, odio. Predbjørn lo aborrecía, sólo hacía falta ver la forma en que lo miraba, cómo no hacía el menor esfuerzo por disimular todo el resentimiento que había acumulado por años. Damien se sintió ofendido, consideró injusto que lo juzgara del modo en que lo hacía siendo él una de las personas a las que más amaba y más le preocupaban. Había crecido, ya no era un niño, pero para Damien él siempre sería el pequeño que había quedado huérfano. Estaba convencido de que lo que había orillado a Predbjørn a convertirse en una persona tan antipática y agresiva, había sido la ausencia de sus padres y la indiferencia de él, lo sabía porque era lo mismo que había pasado con Katherina, su hija, que ahora imitaba la personalidad de su tío.
Era su culpa. Predbjørn tenía algo de razón: estaba hundiendo a esa familia.
Desvió la mirada y bajó el rostro porque no creía poder seguir tolerando que su propio hermano lo mirara de ese modo. Permaneció así por algunos momentos, minutos en los que pretendió relajarse y dejar mermar las inesperadas pero enormes ganas que había sentido por golpearlo, pero todo se vino abajo cuando la joven sirvienta entró nuevamente al comedor y Predbjørn arremetió contra ella sin culpa alguna.
Damien levantó la cabeza y miró atónito lo que acababa de ocurrir. Su hermano, al que acababa de justificar en sus pensamientos, poniéndolo como una víctima más, no se tentaba el corazón cuando se trataba de herir a personas inocentes. No podía creer lo que miraba y escuchaba, especialmente cuando éste admitió frente a él el aborrecible negocio que tenía en manos; se negaba a creerlo. No era posible que Predbjørn, el pequeño niño con el que había convivido toda su vida, ahora fuera un burdo y despreciable traficante de esclavos, alguien que hacía dinero a raíz del sufrimiento de otros. Fue tanta la indignación, la frustración, que no pudo soportar más y le abofeteó la cara. Las recientes y abominables confesiones eran demasiado como para que él pudiera sentir culpa.
—Juro que si vuelves a ponerle la mano encima olvidaré que eres mi hermano y no te tendré piedad —lo amenazó, y esta vez habló en serio.
Miró a la muchacha que se arrastraba por el piso en un intento de huir de la escena. Damien se apresuró y alargó su mano para ayudarle a levantarse. Le preguntó si se encontraba bien y en silencio la inspeccionó rápidamente como buen médico. Parecía no haber pasado a mayores, pero un golpe seguía siendo lo más bajo. Apartó la mirada de la jovencita y la clavó como una afiliada estaca sobre Predbjørn.
—Lo veo y no lo creo, Predbjørn —su voz sonaba mucho más áspera que antes y arrastraba las palabras porque estaba demasiado enojado, tan desilusionado de él—. Quizá es verdad todo lo que has dicho sobre mí, no soy perfecto, pero tú… —tuvo que hacer una pausa porque sentía que las palabras que quería decir, que eran demasiadas, le obstruían la garganta—, tú te has convertido en una persona cruel, en un monstruo. Ya no te reconozco. Sólo porque eres mi hermano no te denunciaré ante las autoridades, pero no me provoques, porque mi paciencia no es infinita.
Giró su cuerpo hasta darle la espalda, sólo así era capaz de pronunciar lo que estaba a punto de decir.
—Quiero que te vayas de la casa. No voy a permitir que un delincuente como tú siga cerca de Katherina.
Sabía que ese sería un golpe muy duro tanto para Predbjørn como para su hija, incluso para él, pero, ¿acaso no era ese el modo en que debía actuar un padre? Quizá era el momento justo, la oportunidad perfecta, para salvar a Katherina.
Damien Østergård- Licántropo Clase Alta
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Re: Retrato de familia. | Privado.
—Quiero que te vayas de la casa. No voy a permitir que un delincuente como tú siga cerca de Katherina.
Al oír aquello, Katherina sintió que un puño apretado le oprimía con fuerza el corazón, y se preguntó aterrada qué era lo que estaba ocurriendo. Se quedó helada junto al marco de la puerta del comedor, observando, con los ojos muy abiertos, cómo su padre y su único tío debatían sobre un tema que ella no lograba comprender. Soltó la caja que llevaba en las manos, que contenía un hermoso y costoso vestido dentro, enredado en un papel muy fino y perfumado, y su sonrisa se borró. Acababa de volver de comprar la prenda y había bajado corriendo del carruaje, muy apurada, para mostrarle su nueva adquisición a la única persona que ella consideraba que podía importarle: Predbjørn, que era el mismo al que su padre pretendía echar a la calle como a un perro. Pero el vestido había quedado en el olvido, era algo insignificante si lo comparaba con la dolorosa idea de que la separaran del hombre que tanto adoraba.
—Padre, ¿qué es lo que estás diciendo? ¿Por qué le pides a mi tío que se vaya de la casa? ¿Por qué lo has llamado delincuente? ¿Qué es lo que ha pasado? —bombardeó a Damien con sus cuestionamientos, sin descanso, irrumpiendo en el comedor, olvidándose por completo de los buenos modales que le habían enseñado toda la vida, mismos que aborrecía, pero que igualmente ponía en práctica, tan solo por llevar la fiesta en paz con su padre y el resto de la gente. En esta ocasión, llevar la fiesta en paz no parecía una opción. No podía reprimir sus palabras y simplemente quedarse cruzada de brazos, viendo cómo todo se venía abajo.
Esperó por una respuesta, pero todo lo que recibió fue una dolorosa mirada de su padre. Ella odiaba esa mirada, que siempre la mirara de ese modo. Era la misma mirada afligida que mostraba cada vez que le preguntaba por su madre, con la ilusión de averiguar algo más sobre ella. Sabía tan poco y Damien siempre se negaba a responder, inventándose excusas baratas como: “estoy cansado”, “ya hablaremos después”, “este no es un buen momento para tocar ese tema”. Estaba harta de que la trataran como a una niña, que su propio padre la creyera tan estúpida y pensara que con esas simples frases ella desistiría. Para ella, él no hacía más que hacerla a un lado; creía fielmente que le estorbaba.
En ese instante, se dio cuenta de que alguien más estaba en la habitación y lanzó una mirada envenenada a la joven sirvienta que aguardaba en una esquina, agazapada como un animal herido y temeroso.
—Es tu culpa, ¿verdad? Como todas las anteriores veces —le habló a Do'ingn, con una voz tan colérica que sólo logró asustar más a la pobre esclava—. ¡Maldita seas, negra, estás destruyendo a mi familia! No te basta con haberme robado a mi padre, ¡ahora por tu culpa también perderé a mi tío! —le reprochó, ignorando por completo que su padre estuviera escuchando las fuertes acusaciones, la forma tan hostil con la que le hablaba, como si se tratara de escoria. Era como si el propio Predbjørn hubiera poseído el cuerpo de su sobrina y hablara a través de ella. Todo lo había aprendido de él, el racismo, los insultos, por eso se llevaban tan bien. Se lanzó sobre la criada e intentó alcanzarla con sus garras, como lo habría hecho una mujer despechada que hacía todo por no perder a su hombre. Estaba dispuesta a destrozarla, como si se tratara de un animal salvaje pero, Damien, que actuó muy rápido, se lo impidió cuando rodeó su cintura con sus brazos. Katherina forcejeó con su propio padre, intentando liberarse para continuar su ataque.
—¿Crees que no he visto cómo coqueteas con mi padre? ¡Eres una zorra! ¡Te odio! ¡Dios te condenará por esto, arderás en el infierno! —gritó llena de rabia, mientras Damien intentaba inmovilizarla sin hacerle daño. Katherina no era una muchacha religiosa, no iba por ahí, dándose golpes de pecho, se consideraba tan pecadora como muchas otras personas, pero sabía que a la morena le afectaría escuchar lo que le esperaba después de la muerte. Do'ingn era tan inocente que, muy probablemente, se creería el cuento de que sufriría una agonía eterna, por el simple hecho de sentir una simpatía especial por su patrón.
—¡A ti también te odio! ¡Y te voy a odiar más si me separas de mi tío! ¡Prefiero que mil veces que te vayas tú y no él! —le gritó esta vez a Damien. La idea de perder a Predbjørn la destrozaba. Estaba tan dolida que no pudo evitar que las lágrimas brotaran—. ¿Por qué haces esto? —preguntó sollozando—. Todo es por ella. ¿Por qué simplemente no te la llevas lejos, te revuelcas con ella y nos dejan en paz a mi tío y a mí? No los necesitamos. ¡Si él se va, yo me voy con él, y no vas a detenerme! ¡Si me encierras y me impides verlo buscaré la manera de suicidarme y todo será tu culpa! —sintió que su padre la soltaba al escuchar la grave amenaza y aprovechó el momento para hacer lo que tanto había deseado por años: se le echó encima a Do'ingn y con las uñas le arañó un lado de la cara. Pequeños pedazos de carne con sangre quedaron entre sus uñas.
Al oír aquello, Katherina sintió que un puño apretado le oprimía con fuerza el corazón, y se preguntó aterrada qué era lo que estaba ocurriendo. Se quedó helada junto al marco de la puerta del comedor, observando, con los ojos muy abiertos, cómo su padre y su único tío debatían sobre un tema que ella no lograba comprender. Soltó la caja que llevaba en las manos, que contenía un hermoso y costoso vestido dentro, enredado en un papel muy fino y perfumado, y su sonrisa se borró. Acababa de volver de comprar la prenda y había bajado corriendo del carruaje, muy apurada, para mostrarle su nueva adquisición a la única persona que ella consideraba que podía importarle: Predbjørn, que era el mismo al que su padre pretendía echar a la calle como a un perro. Pero el vestido había quedado en el olvido, era algo insignificante si lo comparaba con la dolorosa idea de que la separaran del hombre que tanto adoraba.
—Padre, ¿qué es lo que estás diciendo? ¿Por qué le pides a mi tío que se vaya de la casa? ¿Por qué lo has llamado delincuente? ¿Qué es lo que ha pasado? —bombardeó a Damien con sus cuestionamientos, sin descanso, irrumpiendo en el comedor, olvidándose por completo de los buenos modales que le habían enseñado toda la vida, mismos que aborrecía, pero que igualmente ponía en práctica, tan solo por llevar la fiesta en paz con su padre y el resto de la gente. En esta ocasión, llevar la fiesta en paz no parecía una opción. No podía reprimir sus palabras y simplemente quedarse cruzada de brazos, viendo cómo todo se venía abajo.
Esperó por una respuesta, pero todo lo que recibió fue una dolorosa mirada de su padre. Ella odiaba esa mirada, que siempre la mirara de ese modo. Era la misma mirada afligida que mostraba cada vez que le preguntaba por su madre, con la ilusión de averiguar algo más sobre ella. Sabía tan poco y Damien siempre se negaba a responder, inventándose excusas baratas como: “estoy cansado”, “ya hablaremos después”, “este no es un buen momento para tocar ese tema”. Estaba harta de que la trataran como a una niña, que su propio padre la creyera tan estúpida y pensara que con esas simples frases ella desistiría. Para ella, él no hacía más que hacerla a un lado; creía fielmente que le estorbaba.
En ese instante, se dio cuenta de que alguien más estaba en la habitación y lanzó una mirada envenenada a la joven sirvienta que aguardaba en una esquina, agazapada como un animal herido y temeroso.
—Es tu culpa, ¿verdad? Como todas las anteriores veces —le habló a Do'ingn, con una voz tan colérica que sólo logró asustar más a la pobre esclava—. ¡Maldita seas, negra, estás destruyendo a mi familia! No te basta con haberme robado a mi padre, ¡ahora por tu culpa también perderé a mi tío! —le reprochó, ignorando por completo que su padre estuviera escuchando las fuertes acusaciones, la forma tan hostil con la que le hablaba, como si se tratara de escoria. Era como si el propio Predbjørn hubiera poseído el cuerpo de su sobrina y hablara a través de ella. Todo lo había aprendido de él, el racismo, los insultos, por eso se llevaban tan bien. Se lanzó sobre la criada e intentó alcanzarla con sus garras, como lo habría hecho una mujer despechada que hacía todo por no perder a su hombre. Estaba dispuesta a destrozarla, como si se tratara de un animal salvaje pero, Damien, que actuó muy rápido, se lo impidió cuando rodeó su cintura con sus brazos. Katherina forcejeó con su propio padre, intentando liberarse para continuar su ataque.
—¿Crees que no he visto cómo coqueteas con mi padre? ¡Eres una zorra! ¡Te odio! ¡Dios te condenará por esto, arderás en el infierno! —gritó llena de rabia, mientras Damien intentaba inmovilizarla sin hacerle daño. Katherina no era una muchacha religiosa, no iba por ahí, dándose golpes de pecho, se consideraba tan pecadora como muchas otras personas, pero sabía que a la morena le afectaría escuchar lo que le esperaba después de la muerte. Do'ingn era tan inocente que, muy probablemente, se creería el cuento de que sufriría una agonía eterna, por el simple hecho de sentir una simpatía especial por su patrón.
—¡A ti también te odio! ¡Y te voy a odiar más si me separas de mi tío! ¡Prefiero que mil veces que te vayas tú y no él! —le gritó esta vez a Damien. La idea de perder a Predbjørn la destrozaba. Estaba tan dolida que no pudo evitar que las lágrimas brotaran—. ¿Por qué haces esto? —preguntó sollozando—. Todo es por ella. ¿Por qué simplemente no te la llevas lejos, te revuelcas con ella y nos dejan en paz a mi tío y a mí? No los necesitamos. ¡Si él se va, yo me voy con él, y no vas a detenerme! ¡Si me encierras y me impides verlo buscaré la manera de suicidarme y todo será tu culpa! —sintió que su padre la soltaba al escuchar la grave amenaza y aprovechó el momento para hacer lo que tanto había deseado por años: se le echó encima a Do'ingn y con las uñas le arañó un lado de la cara. Pequeños pedazos de carne con sangre quedaron entre sus uñas.
Fredika Østergård- Humano Clase Alta
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Re: Retrato de familia. | Privado.
Divertido es ver lo que llego a ocasionar en las personas. Todo es parte de los experimentos que hago. Cuando sonríen a mi alrededor es porque yo lo provoco, al igual que cuando me miran con esa decepción tan graciosa que mi hermano me está otorgando. ¿De verdad cree que todo lo que llegue a decir me afecta un poco? Sin duda no me conoce, aunque el no conocerme sólo es porque yo así lo quise, ni más ni menos. Me encerré en una burbuja de arrogancia y rencor que él jamás se atrevió a romper. Yo tengo la culpa de nuestro trato, pero tengo tanta culpa cómo él, así que su cara de animal regañado me tiene sin cuidado. De hecho hasta me alegra la mañana, seguramente si supiera que su escena para mi es como un espectáculo de circo, ni siquiera lo haría, se diera la media vuelva y me dejaría, pero dado que no lo sabe, lo disfrutaré.
Admito que no me sorprendió la cachetada que mi hermano me ha dado, de hecho me hubiera sorprendido más que la paciencia la siguiera teniendo, porque todos tenemos un limite, aunque el de él es inmenso, sin embargo lo que si me impactó fue la cantidad de fuerza que posee, porque con sólo esa simple cachetada ocasionó que me mareara, y porque estoy seguro ni él mismo sabe la cantidad de fuerza que posee. Cualquier que conoce a Damien sabe lo tranquilo que es, su fuerza es distinta, o al menos eso creo, de igual forma no me interesa mientras no intente pelear más de la cuenta.
Siento el sabor agrio de la sangre que salió en mi boca a causa del golpe. No me molesto en escupirla, de hecho paso mi lengua entre los dientes, la saboreo y trago un poco más que sale de la herida hecha por el golpe, estoy seguro que es apenas visible, que es un desgarre sencillo, pero la sangre es tan dramática que tira mucha de ella. Le enseño mis dientes manchados porque estoy seguro eso lo hará sentir mal. Dañar a su pobre hermano rebelde debe ser una carga muy grande para él. Que cargue con algo más en su consciencia, al cabo la cara de tristeza que tiene no puede volverse más sufrible. O al menos es lo que creo, Damien puede llegar a ser una caja de sorpresa si se analiza bien.
— Impídeme que este con mi sobrina, será peor para ti — Me encojo de hombros, escupo a un lado. Sabe cómo lastimarme, sabe como puede llegar a causarme tanto daño como el odio que le tengo. ¡Maldito estúpido! Encima usa a mi sobrina. Soy capaz de mover todas esas influencias que tengo para que me la den a mi — ¿Crees que la policía no se encuentra enterada de lo que hago, Damien? Te sorprendería cuantos pueden terminar mal de llevarme a la cárcel, tengo una cantidad inmensa de documentos firmados, personas que tu crees respetable son peores incluso que yo, así que mejor descarta la idea y tranquilízate que puedes salir perdiendo, y no me importa que sea tu hija, porque es ¡MI KATHERINA! — Aquel grito incluso hizo que las palomas que dormían entre los tejanos salieran disparadas fuera del lugar. Lo cierto es que siempre he sido algo salvaje, en ocasiones creo tener algo de animal, y no por el intelecto. Mi humor estaba pasando del mejor que había tenido en mucho tiempo, al peor de todos.
Lo siguiente que pasó fue demasiado rápido. Katherina gritando, la maldita negra en el suelo, mi sobrina sobre la esclava, Damien superando su maldita cara de sufrimiento (lo cual creía imposible). Disfruté por un momento lo que mi sobrina era capaz de hacer por mi cercanía. Sin duda alguna ella era mía por encima de lo que su estúpido padre dijera; cuando la soltó sólo bastaron dos zancadas para alcanzarla. La tomé de la cintura con delicadeza. Me sorprendió el grado de temblor que su cuerpo estaba teniendo; recargué su rostro en mi pecho, y lentamente la acuné brindándole mi protección. Si algo me dolía era ella, sólo ella.
— No, Katherina ¿qué te he enseñado? No debes de manchar tus manos con alguien tan insignificante — La regañé hablándole al oído. La solté unos momentos sólo para coger una servilleta de la mesa y limpiarle con cuidado las manos. — No vuelvas a hacerlo, esos ataques de coraje no van para mi sobrina ¿entendido? — La mire directamente a los ojos, porque no me gustaba verla mal, ni siquiera un pelo de ella desarreglado por culpa del coraje, la tristeza, o el dolor. — ¿Verdad que sólo era una pelea de momento? ¿verdad que sólo el coraje te hizo decir las cosas? — Esboce una sonrisa triunfal hacía mi hermano, porque sé que no le queda de otra más que aceptar que haga lo que haga, y diga lo que diga, yo siempre saldré ganando.
Admito que no me sorprendió la cachetada que mi hermano me ha dado, de hecho me hubiera sorprendido más que la paciencia la siguiera teniendo, porque todos tenemos un limite, aunque el de él es inmenso, sin embargo lo que si me impactó fue la cantidad de fuerza que posee, porque con sólo esa simple cachetada ocasionó que me mareara, y porque estoy seguro ni él mismo sabe la cantidad de fuerza que posee. Cualquier que conoce a Damien sabe lo tranquilo que es, su fuerza es distinta, o al menos eso creo, de igual forma no me interesa mientras no intente pelear más de la cuenta.
Siento el sabor agrio de la sangre que salió en mi boca a causa del golpe. No me molesto en escupirla, de hecho paso mi lengua entre los dientes, la saboreo y trago un poco más que sale de la herida hecha por el golpe, estoy seguro que es apenas visible, que es un desgarre sencillo, pero la sangre es tan dramática que tira mucha de ella. Le enseño mis dientes manchados porque estoy seguro eso lo hará sentir mal. Dañar a su pobre hermano rebelde debe ser una carga muy grande para él. Que cargue con algo más en su consciencia, al cabo la cara de tristeza que tiene no puede volverse más sufrible. O al menos es lo que creo, Damien puede llegar a ser una caja de sorpresa si se analiza bien.
— Impídeme que este con mi sobrina, será peor para ti — Me encojo de hombros, escupo a un lado. Sabe cómo lastimarme, sabe como puede llegar a causarme tanto daño como el odio que le tengo. ¡Maldito estúpido! Encima usa a mi sobrina. Soy capaz de mover todas esas influencias que tengo para que me la den a mi — ¿Crees que la policía no se encuentra enterada de lo que hago, Damien? Te sorprendería cuantos pueden terminar mal de llevarme a la cárcel, tengo una cantidad inmensa de documentos firmados, personas que tu crees respetable son peores incluso que yo, así que mejor descarta la idea y tranquilízate que puedes salir perdiendo, y no me importa que sea tu hija, porque es ¡MI KATHERINA! — Aquel grito incluso hizo que las palomas que dormían entre los tejanos salieran disparadas fuera del lugar. Lo cierto es que siempre he sido algo salvaje, en ocasiones creo tener algo de animal, y no por el intelecto. Mi humor estaba pasando del mejor que había tenido en mucho tiempo, al peor de todos.
Lo siguiente que pasó fue demasiado rápido. Katherina gritando, la maldita negra en el suelo, mi sobrina sobre la esclava, Damien superando su maldita cara de sufrimiento (lo cual creía imposible). Disfruté por un momento lo que mi sobrina era capaz de hacer por mi cercanía. Sin duda alguna ella era mía por encima de lo que su estúpido padre dijera; cuando la soltó sólo bastaron dos zancadas para alcanzarla. La tomé de la cintura con delicadeza. Me sorprendió el grado de temblor que su cuerpo estaba teniendo; recargué su rostro en mi pecho, y lentamente la acuné brindándole mi protección. Si algo me dolía era ella, sólo ella.
— No, Katherina ¿qué te he enseñado? No debes de manchar tus manos con alguien tan insignificante — La regañé hablándole al oído. La solté unos momentos sólo para coger una servilleta de la mesa y limpiarle con cuidado las manos. — No vuelvas a hacerlo, esos ataques de coraje no van para mi sobrina ¿entendido? — La mire directamente a los ojos, porque no me gustaba verla mal, ni siquiera un pelo de ella desarreglado por culpa del coraje, la tristeza, o el dolor. — ¿Verdad que sólo era una pelea de momento? ¿verdad que sólo el coraje te hizo decir las cosas? — Esboce una sonrisa triunfal hacía mi hermano, porque sé que no le queda de otra más que aceptar que haga lo que haga, y diga lo que diga, yo siempre saldré ganando.
Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
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Re: Retrato de familia. | Privado.
Cuando Do’ingn recién llegó a esa mansión, todos los sirvientes la miraban con asombro. Su color de piel no era bien vista, pero tampoco se observaban muchos con ella en las calles. Al principio le miraban con dolor, después con resentimiento, todos la odiaban por ser la protegida de su patrón, porque en ocasiones no la dejaban hacer tantas tareas, y para el resto de la servidumbre eso era humillante, incluso un par renunció por sentirse tan desvalorizados. El tiempo había apremiado a la negra, sus esfuerzos, su amabilidad y buen corazón hicieron que todos la respetaran, que incluso la llegaran a proteger y amar. Lo que los sirvientes en general no entendían, era cómo dos integrantes importantes la detestaban tanto.
La negra mantenía un carácter muy blando, extremadamente dócil, cualquier palabra que llegaran a decirle le rompía el corazón. Las palabras que los hermanos se decían, los ataques, incluso los golpes, todo había sido ocasionado con ella, por una sirvienta que lo único que deseaba era ser aceptada. Le dolía ver desmoronar una familia, una que ella quisiera tener pero que le resultaba imposible. En más de una ocasión deseó poder tener una charla con el menor de los hermanos, preguntarle que debía hacer para poder aceptarla, pero su imprudencia le costaría muy caro. El menor de sus patrones ya la había agredido un par de veces, si ella se atrevía si quiera a mirarle a los ojos no se tentaría el corazón. Por más triste que fuera su estilo de vida, Do’ingn amaba la vida, Dios la había puesto en ese camino. ¿Por qué despreciarlo si era su misión servir a un grupo de personas que debían aprender de aceptación?
Para poner la cosa aún más dolorosa para la sirvienta. La hermosa Katherina entraba a escena. Su elegancia y belleza siempre dejaba deslumbrada a la negra. La pequeña de la familia poseía una manera de ser asombrosa, la forma en que se movía, la manera en que lograba tener todo, lo único que no admiraba de ella era ese carácter tan nocivo cómo el de su tío. El rostro adolorido de la niña la afligió más. Su corazón se aceleró con tanta fuerza que la pobre mujer sintió que se le salía del pecho. Cómo si se tratara de una rata con miedo, Do’ingn se pegó a una pared lejana, apenas tenía un poco de luz, ya que los ventanales cercanos se encontraban cerrados. Se abrazó a su cuerpo enseguida la pequeña niña comenzó a gritarle todas esas barbaridades. ¿Qué era lo siguiente? Ni siquiera se lo imaginó.
— Yo… — Tartamudeó. — Lo siento, señorita, lo siento mucho — Su voz era baja debido al aire que se le había ido del estomago por el impacto al caer, y por el peso de la chica sobre su cuerpo. En un principio no cubrió su rostro porque eso sería una falta de respeto para mi ama, sin embargo el dolor, el ardor de los aruños le provocaron por inercia cubrirse. Las lagrimas no tardaron en cubrir el rostro de la negra. ¿Por qué le hacían eso? ¿Por qué debía sufrir incluso cuando lo único que deseaba era servir de la mejor manera a sus amos? Ni siquiera se dio cuenta cuando la niña había sido arrancada de su regazo. Tomó varias bocanas de aire intentando regular su respiración. Cómo pudo se hizo de nuevo a aquella esquina observando a todos, pero sobre todo a su patrón Damien, quien no decía nada, sino era por el movimiento que su pecho y hombros hacía de arriba hacía bajo, habría creído que se quedaba sin aire, congelado, perdiendo la vida por las palabras que su hija le decía.
Do'ingn no supo que hacer. No supo tampoco que decir. No entendía de ese tipo de situaciones. Lo más complicado que había pasado en anteriores ocasiones, terminaba por evitarlo. La joven pedía permiso para retirarse, lo cual se lo concedían sin chistar, el problema es que sabía que el problema no terminaría ahí, y que de pedir retirarse las cosas se complicarían. Lo único que la consolaba en ese momento es las atenciones puestas en Katherina, quien parecía incluso más afectada que la sirvienta.
La negra mantenía un carácter muy blando, extremadamente dócil, cualquier palabra que llegaran a decirle le rompía el corazón. Las palabras que los hermanos se decían, los ataques, incluso los golpes, todo había sido ocasionado con ella, por una sirvienta que lo único que deseaba era ser aceptada. Le dolía ver desmoronar una familia, una que ella quisiera tener pero que le resultaba imposible. En más de una ocasión deseó poder tener una charla con el menor de los hermanos, preguntarle que debía hacer para poder aceptarla, pero su imprudencia le costaría muy caro. El menor de sus patrones ya la había agredido un par de veces, si ella se atrevía si quiera a mirarle a los ojos no se tentaría el corazón. Por más triste que fuera su estilo de vida, Do’ingn amaba la vida, Dios la había puesto en ese camino. ¿Por qué despreciarlo si era su misión servir a un grupo de personas que debían aprender de aceptación?
Para poner la cosa aún más dolorosa para la sirvienta. La hermosa Katherina entraba a escena. Su elegancia y belleza siempre dejaba deslumbrada a la negra. La pequeña de la familia poseía una manera de ser asombrosa, la forma en que se movía, la manera en que lograba tener todo, lo único que no admiraba de ella era ese carácter tan nocivo cómo el de su tío. El rostro adolorido de la niña la afligió más. Su corazón se aceleró con tanta fuerza que la pobre mujer sintió que se le salía del pecho. Cómo si se tratara de una rata con miedo, Do’ingn se pegó a una pared lejana, apenas tenía un poco de luz, ya que los ventanales cercanos se encontraban cerrados. Se abrazó a su cuerpo enseguida la pequeña niña comenzó a gritarle todas esas barbaridades. ¿Qué era lo siguiente? Ni siquiera se lo imaginó.
— Yo… — Tartamudeó. — Lo siento, señorita, lo siento mucho — Su voz era baja debido al aire que se le había ido del estomago por el impacto al caer, y por el peso de la chica sobre su cuerpo. En un principio no cubrió su rostro porque eso sería una falta de respeto para mi ama, sin embargo el dolor, el ardor de los aruños le provocaron por inercia cubrirse. Las lagrimas no tardaron en cubrir el rostro de la negra. ¿Por qué le hacían eso? ¿Por qué debía sufrir incluso cuando lo único que deseaba era servir de la mejor manera a sus amos? Ni siquiera se dio cuenta cuando la niña había sido arrancada de su regazo. Tomó varias bocanas de aire intentando regular su respiración. Cómo pudo se hizo de nuevo a aquella esquina observando a todos, pero sobre todo a su patrón Damien, quien no decía nada, sino era por el movimiento que su pecho y hombros hacía de arriba hacía bajo, habría creído que se quedaba sin aire, congelado, perdiendo la vida por las palabras que su hija le decía.
Do'ingn no supo que hacer. No supo tampoco que decir. No entendía de ese tipo de situaciones. Lo más complicado que había pasado en anteriores ocasiones, terminaba por evitarlo. La joven pedía permiso para retirarse, lo cual se lo concedían sin chistar, el problema es que sabía que el problema no terminaría ahí, y que de pedir retirarse las cosas se complicarían. Lo único que la consolaba en ese momento es las atenciones puestas en Katherina, quien parecía incluso más afectada que la sirvienta.
Do'ingn Mbah- Esclavo
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Re: Retrato de familia. | Privado.
Damien se lamentó internamente al escuchar la voz de su hija a sus espaldas. No se movió. Permaneció ahí, inmóvil, con los ojos cerrados, escuchando cómo su Katherina lo acusaba una vez más. Ella poseía una voz dulce y angelical que a menudo contrastaba por completo con las hostiles oraciones que pronunciaba. Era dura con él, y muy exigente. Y, aunque su cuerpo y naturaleza dictaran lo contrario, había momentos en los que Damien sentía que ya no poseía la fuerza suficiente para enfrentarla. Por eso la esquivaba todo el tiempo. Por eso cada vez que ella se le enfrentaba o lo abordaba con cuestionamientos, a él no le quedaba más remedio que inventarse una excusa para poder salir huyendo. Cuando se trataba de ella, la persona que más le importaba en el mundo, podía ser el más cobarde de todos. Él sabía que la situación empeoraba cada día, y que tarde o temprano la bomba explotaría; que las cosas se le saldrían de las manos. ¿Había llegado ese día? Sabía que su hija ya no era una niña y que ya no se conformaba con la versión tan pobre que se le había contado sobre el deceso de su madre. Todos tenían dudas y preguntas sobre ese día y hasta el mismo Predjørn había insinuado en más de una ocasión la loca idea de que Anges podría no estar muerta. Damien se mostraba nervioso, casi paranoico. Eran demasiados años ya cargando con esa verdad sobre sus hombros, tantos que empezaba a sentir que cualquier día sería aplastado.
Abrió los ojos y reaccionó de manera automática cuando la jovencita quiso alcanzar a Do'ingn y la sujetó para impedir que se le acercara. Logró inmovilizarla con un mínimo esfuerzo, intentando no lastimarla, pero ella siguió luchando, maldiciendo, blasfemando en contra de su padre y de la joven criada a la que llamó ramera. Damien se horrorizó con las cosas que fue capaz de pronunciar. Nunca antes le había escuchado decir tantas tonterías y era la primera vez que presenciaba a una Katherina tan colérica. Estaba completamente fuera de sí; actuaba como una verdadera loca, y él sentía por momentos que, en lugar de sostener a su hija, estaba luchando contra un animal salvaje que podía morderlo si se descuidaba.
—¡Katherina, por favor! —le suplicó mientras ella se retorcía entre sus brazos como una endemoniada, haciendo oídos sordos a las palabras de su padre.
Al fin, las fuerzas se le extinguieron al hombre cuando le escuchó gritar que lo odiaba y que era capaz de atentar contra su propia vida si la separaban de su tío. Incapaz de lidiar con la situación, la soltó, y ella aprovechó para herir a la criada. Damien no dio crédito a lo que estaba ocurriendo. No podía creer que las cosas hubieran llegado tan lejos. Miró a su hermano y lo encontró tan pacífico, casi divertido con la escena, y se sintió indignado. Quiso gritarle que se equivocaba, que ella no era suya, que jamás lo sería, que era más suya que de él porque era su hija, pero se contuvo.
Sin decir una sola palabra, tomó a Do'ingn del brazo y la sacó cuanto antes de la habitación. Mientras subían las escaleras, la escuchó quejarse de la herida que tenía en la cara. Damien la llevó hasta su alcoba y cerró con llave cuando ambos estuvieron adentro porque no deseaba exponer a la morena y creía capaz a su hija y a su hermano de cualquier cosa. Ya no le importó pensar en las habladurías que aquello acarrearía, lo impropio que resultaba que el patrón de la casa, al que se le acusaba de ser persuadido, seducido por la humilde muchacha, se encerrara justamente con ella en una habitación.
—Déjame verla —le pidió con una voz muy suave pero todavía un tanto alterado y nervioso. Posó su mano sobre la de ella y la retiró con cuidado del lado de la cara que Do'ingn cubría para que lo dejara analizar la herida. Observó detenidamente y como buen médico que era se dispuso a efectuar la diagnosis—. Afortunadamente ha sido superficial. Se pondrá bien con los debidos cuidados y con suerte quedará una cicatriz muy fina —le dijo, sintiéndose aliviado de que la vileza de su hija no hubiera llegado a mayores.
De debajo de la cama sacó su botiquín, un maletín forrado de cuero marrón muy elegante y muy costoso, y de él sacó algunos instrumentos que utilizó para curarla. Con una gasa y un poco de agua limpió la sangre de su cara, pasándola una y otra vez por la hendidura, untó una pomada y finalmente le colocó un parche para que no se infectara.
Se la quedó mirando un momento y le pareció verdaderamente injusto lo que le habían hecho. Ante sus ojos no era más que una criatura indefensa, una víctima, tanto de ellos como de él. Era irónico que Damien la hubiera acogido años atrás con la esperanza de darle una mejor vida, de recompensar de algún modo su pérdida, la tan lamentable muerte de sus padres que él había ocasionado, y que esa casa se hubiera convertido en una pesadilla.
Dejó el botiquín a un lado y se sentó junto a ella en una esquina de la cama.
—Lo siento mucho, Do'ingn. Siento mucho lo que te hemos hecho, la manera en la que te han hablado, las cosas que te han dicho y las cosas que te han hecho. Perdónalos. Perdóname, porque soy tan culpable como ellos —tomó sus manos morenas entre las suyas, que eran muy blancas, y las besó. Lo hizo porque supo que no importaba cuántas veces se disculpara con ella, las palabras no eran suficientes, no alcanzaban, nunca lo harían.
Abrió los ojos y reaccionó de manera automática cuando la jovencita quiso alcanzar a Do'ingn y la sujetó para impedir que se le acercara. Logró inmovilizarla con un mínimo esfuerzo, intentando no lastimarla, pero ella siguió luchando, maldiciendo, blasfemando en contra de su padre y de la joven criada a la que llamó ramera. Damien se horrorizó con las cosas que fue capaz de pronunciar. Nunca antes le había escuchado decir tantas tonterías y era la primera vez que presenciaba a una Katherina tan colérica. Estaba completamente fuera de sí; actuaba como una verdadera loca, y él sentía por momentos que, en lugar de sostener a su hija, estaba luchando contra un animal salvaje que podía morderlo si se descuidaba.
—¡Katherina, por favor! —le suplicó mientras ella se retorcía entre sus brazos como una endemoniada, haciendo oídos sordos a las palabras de su padre.
Al fin, las fuerzas se le extinguieron al hombre cuando le escuchó gritar que lo odiaba y que era capaz de atentar contra su propia vida si la separaban de su tío. Incapaz de lidiar con la situación, la soltó, y ella aprovechó para herir a la criada. Damien no dio crédito a lo que estaba ocurriendo. No podía creer que las cosas hubieran llegado tan lejos. Miró a su hermano y lo encontró tan pacífico, casi divertido con la escena, y se sintió indignado. Quiso gritarle que se equivocaba, que ella no era suya, que jamás lo sería, que era más suya que de él porque era su hija, pero se contuvo.
Sin decir una sola palabra, tomó a Do'ingn del brazo y la sacó cuanto antes de la habitación. Mientras subían las escaleras, la escuchó quejarse de la herida que tenía en la cara. Damien la llevó hasta su alcoba y cerró con llave cuando ambos estuvieron adentro porque no deseaba exponer a la morena y creía capaz a su hija y a su hermano de cualquier cosa. Ya no le importó pensar en las habladurías que aquello acarrearía, lo impropio que resultaba que el patrón de la casa, al que se le acusaba de ser persuadido, seducido por la humilde muchacha, se encerrara justamente con ella en una habitación.
—Déjame verla —le pidió con una voz muy suave pero todavía un tanto alterado y nervioso. Posó su mano sobre la de ella y la retiró con cuidado del lado de la cara que Do'ingn cubría para que lo dejara analizar la herida. Observó detenidamente y como buen médico que era se dispuso a efectuar la diagnosis—. Afortunadamente ha sido superficial. Se pondrá bien con los debidos cuidados y con suerte quedará una cicatriz muy fina —le dijo, sintiéndose aliviado de que la vileza de su hija no hubiera llegado a mayores.
De debajo de la cama sacó su botiquín, un maletín forrado de cuero marrón muy elegante y muy costoso, y de él sacó algunos instrumentos que utilizó para curarla. Con una gasa y un poco de agua limpió la sangre de su cara, pasándola una y otra vez por la hendidura, untó una pomada y finalmente le colocó un parche para que no se infectara.
Se la quedó mirando un momento y le pareció verdaderamente injusto lo que le habían hecho. Ante sus ojos no era más que una criatura indefensa, una víctima, tanto de ellos como de él. Era irónico que Damien la hubiera acogido años atrás con la esperanza de darle una mejor vida, de recompensar de algún modo su pérdida, la tan lamentable muerte de sus padres que él había ocasionado, y que esa casa se hubiera convertido en una pesadilla.
Dejó el botiquín a un lado y se sentó junto a ella en una esquina de la cama.
—Lo siento mucho, Do'ingn. Siento mucho lo que te hemos hecho, la manera en la que te han hablado, las cosas que te han dicho y las cosas que te han hecho. Perdónalos. Perdóname, porque soy tan culpable como ellos —tomó sus manos morenas entre las suyas, que eran muy blancas, y las besó. Lo hizo porque supo que no importaba cuántas veces se disculpara con ella, las palabras no eran suficientes, no alcanzaban, nunca lo harían.
Damien Østergård- Licántropo Clase Alta
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Re: Retrato de familia. | Privado.
La ira de Katherina incrementó con la reacción de Damien. Sus mejillas se colorearon de rojo y sus manos, a ambos costados de su cuerpo, se contrajeron hasta formar dos fuertes puños. Algo en su interior se rompió, probablemente su orgullo de niña caprichosa que se negaba a extinguirse con el paso de los años. Estaba realmente furiosa. A la consentida jovencita no se le ocurría otra razón por la cual su propio padre hubiera preferido tomar del brazo a la criada y llevarla con él hasta su habitación. Para ella lo correcto hubiera sido que se quedara, que la enfrentara, que se mostrara arrepentido y pidiera una disculpa a su tío, y así la descabellada e incomprensible idea de que Predbjørn tenía que abandonar esa casa, quedara como una tontería del momento. Pero Damien no mostró el menor signo de querer ceder ante sus caprichos. Se había ido sin decir nada, sí, pero eso no significaba que había perdido la batalla, por lo tanto, Katherina no se sentía victoriosa.
Sintió tanta rabia que tuvo deseos de tirarse al piso para dar rienda suelta a su berrinche; habría gritado como una loca hasta quedarse sin voz, pataleado hasta romperse los huesos o quedarse sin fuerzas, como había hecho durante su infancia para salirse con la suya, pero se contuvo tan solo porque Predbjørn se encontraba presente y no quería que la siguiera viendo como a una niña inmadura.
Corrió a refugiarse a sus brazos y en ellos encontró el consuelo que su padre jamás le había brindado.
—Perdóname —dijo, mientras se acurrucaba entre los brazos de su joven protector, el único sitio en el que era capaz de encontrar un poco de calidez en medio de tanta frialdad—. Sé que no debí hacerlo, que no debí tocarla siquiera porque es deshonroso para mí, pero mis ganas de desfigurarla y borrarle esa cara de mustia fueron más poderosas que yo. Tan solo espero que le quede una horrible cicatriz en su fea cara de negra, tan horrible que mi padre no tolere ni mirarla.
Cerró los ojos, descansó su cabeza sobre el pecho ajeno y con sus brazos rodeó la cintura de su tío. Se aferró a él como si se aferrara a un tesoro que se negaba a abandonar en medio de la tormenta. Él le era indispensable, tanto que es probable que el propio Predbjørn no llegara a imaginarse que la amenaza que había hecho su sobrina, asegurando que era capaz de quitarse la vida si la separaban de él, no había sido una broma o una simple artimaña para hacer ceder a su padre. Había sido real. Las palabras habían salido desde el fondo de su corazón. Lo que Katherina sentía por él no era un cariño sano y desinteresado, iba más allá; era una obsesión, una dependencia que rayaba en lo enfermizo. Lo amaba, lo amaba con devoción. Lo necesitaba como el aire que respiraba. Él era todo su mundo.
—Vámonos de aquí. Llévame contigo —le suplicó, aferrando aún más los brazos a su cuerpo, como si en ese instante una fuerza invisible tirara de él y amenazara con llevárselo lejos—. Iré a donde tú vayas, no importa adónde sea, no mientras esté contigo. Por favor —la voz se le quebró—. Seré buena y obediente, seré tu cómplice como hasta ahora y jamás escucharás un reproche de mi parte. No lo necesitamos ni él nos necesita, ¿para qué quedarnos en esta casa donde no nos quieren? Hagámoslo ahora mismo sin que se dé cuenta. Por favor, no dejes que nos separen, no podría resistirlo… —se apartó, tan solo lo suficiente para mirarlo a los ojos y asegurarse de que él viera las lágrimas que caían sobre sus mejillas—. Por favor… Por favor… —insistió.
Sintió tanta rabia que tuvo deseos de tirarse al piso para dar rienda suelta a su berrinche; habría gritado como una loca hasta quedarse sin voz, pataleado hasta romperse los huesos o quedarse sin fuerzas, como había hecho durante su infancia para salirse con la suya, pero se contuvo tan solo porque Predbjørn se encontraba presente y no quería que la siguiera viendo como a una niña inmadura.
Corrió a refugiarse a sus brazos y en ellos encontró el consuelo que su padre jamás le había brindado.
—Perdóname —dijo, mientras se acurrucaba entre los brazos de su joven protector, el único sitio en el que era capaz de encontrar un poco de calidez en medio de tanta frialdad—. Sé que no debí hacerlo, que no debí tocarla siquiera porque es deshonroso para mí, pero mis ganas de desfigurarla y borrarle esa cara de mustia fueron más poderosas que yo. Tan solo espero que le quede una horrible cicatriz en su fea cara de negra, tan horrible que mi padre no tolere ni mirarla.
Cerró los ojos, descansó su cabeza sobre el pecho ajeno y con sus brazos rodeó la cintura de su tío. Se aferró a él como si se aferrara a un tesoro que se negaba a abandonar en medio de la tormenta. Él le era indispensable, tanto que es probable que el propio Predbjørn no llegara a imaginarse que la amenaza que había hecho su sobrina, asegurando que era capaz de quitarse la vida si la separaban de él, no había sido una broma o una simple artimaña para hacer ceder a su padre. Había sido real. Las palabras habían salido desde el fondo de su corazón. Lo que Katherina sentía por él no era un cariño sano y desinteresado, iba más allá; era una obsesión, una dependencia que rayaba en lo enfermizo. Lo amaba, lo amaba con devoción. Lo necesitaba como el aire que respiraba. Él era todo su mundo.
—Vámonos de aquí. Llévame contigo —le suplicó, aferrando aún más los brazos a su cuerpo, como si en ese instante una fuerza invisible tirara de él y amenazara con llevárselo lejos—. Iré a donde tú vayas, no importa adónde sea, no mientras esté contigo. Por favor —la voz se le quebró—. Seré buena y obediente, seré tu cómplice como hasta ahora y jamás escucharás un reproche de mi parte. No lo necesitamos ni él nos necesita, ¿para qué quedarnos en esta casa donde no nos quieren? Hagámoslo ahora mismo sin que se dé cuenta. Por favor, no dejes que nos separen, no podría resistirlo… —se apartó, tan solo lo suficiente para mirarlo a los ojos y asegurarse de que él viera las lágrimas que caían sobre sus mejillas—. Por favor… Por favor… —insistió.
Fredika Østergård- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/01/2014
Re: Retrato de familia. | Privado.
Sentir la victoria contra el peor enemigo suele ser la satisfacción más grande. Esa sensación de triunfo es un gran regalo, un privilegio que se vuelve cotidiano para unos pocos. Soy de ese grupo de ciudadanos que siempre tenemos lo que queremos sin importar quienes estén en medio. Desde que mis padres murieron una de mis misiones de vida ha sido el fregar a como de lugar a mi hermano mayor. Esa maldita cara de lastima que porta a cada instante que tenga justificación, no sólo que sea un simple adorno, así que él debería agradecerme más el favor que le estoy haciendo. Reafirmar lo que puedo lograr en Damien resulta dulce, embriagante, obsesivo. Puedo seguir el tiempo que quiera haciendo esto, es una lastima que él siempre ponga final a las situaciones, porque yo me quedaría hasta el amanecer, o hasta la tarde del día siguiente, dependiendo de mi humor, mi sueño, mi hambre y mis ganas de tirarme a alguien.
Nunca he negado lo que soy. Sé mis pro tanto como mis contra. Tengo en la cabeza que no soy una buena persona, tampoco un ejemplo perfecto para mi sobrina, muchas veces incluso me cuestiono si es sano para ella tenerme cerca. Evidentemente le enseño a defenderse, a tener carácter e imponerse, lo malo es cuando llegan esas maneras de ser que no debería tener. Katherina es una mujer, una jovencita que debe comportarse con delicadeza. Su reacción me ayudó a ganar la partida de este día pero me hizo perder un poco de cordura. ¿Qué haré para enderezarla? Este si es mi trabajo, aunque con alegría se lo dejaría a Damien debo asumir mi responsabilidad.
— Katherina — Le hablo con seriedad para que guardara silencio. — Cosas de las que dijiste hace un momento son broma ¿verdad? — Claro que me refiero a la muerte, mejor que nadie conozco a las personas que lo dicen en serio, no sólo por amenazar y en sus palabras se escuchó una convicción tan grande que me causó escalofríos — No quiero pensar si quiera por un instante que serías capaz, dime que sólo fue para asustar a tu padre — Aunque Damien estuviera aún en la misma sala que nosotros sentí una gran necesidad de poder callar ese tema tan delicado. Hasta yo creo que todo tiene un limite, para ella ese fue excesivo ¿no? es apenas una joven, la mejor edad para vivir cómo para pensar en eso.
— ¿¡A DÓNDE VAS, DAMIEN!? — Mi voz salió elevada y colérica cuando lo vi marchar, no es posible que la criada sea más importante que su hija ¡Su propia hija! Seguramente si se la está tirando y por eso tantas atenciones.— ¡Deja a esa maldita negra y ven a hablar conmigo y con tu hija! — Pero gritarle era inútil, el estúpido de mi hermano ya había tomado la cobarde decisión de salir de aquella habitación. Lo único que me quedaba era abrazar a mi sobrina. Me tengo que poner en su lugar, si mi padre hubiera tomado la actitud de mi hermano estoy más que seguro que lo odiaría, cada instante que él pasara con vida sería odiado por mi. ¿Qué es lo que hace tan cobarde a mi hermano? Todos tenemos grandes secretos, los míos no son la gran cosa, es verdad que trafico con negros, con niños, que tengo un burdel y negocios de joyas, el problema es que no lo oculto tanto, personas de grandes cargos me defenderían si algo se llega a descubrir. ¿Cuál sería el secreto que tiene tan diminuto a mi hermano?
— No pensaba irme de aquí, Katherina, es un placer para mi encontrarme en este lugar y fastidiar a mi hermano — Moví mis manos que se encontraban en su cintura para su rostro. Le limpié las lagrimas con cuidado de no lastimar su rostro, muchas veces suelo ser torpe y lo que menos quiero es hacerle más daño del que hasta ahora le he causado. — Pero quizás sea bueno que nos tomemos un tiempo hasta que las cosas se enfríen ¿no lo crees? Te llevaré a un lugar secreto pero debes prometerme que nunca se lo dirás a nadie — Me inclino para darle un beso suave en su frente.
Con fuerza mando a llamar a algún criado y le ordeno que haga dos maletas a la brevedad, una con mi ropa y otra con las de ella. No tardarían mucho en subirlas al carruaje.
— ¿Tienes hambre? En el centro hay un museo, a un lado ay un hermoso restaurante, no sé si alguna vez te hayan llevado a comer algo a ese lugar, pero créeme es delicioso. Podríamos ir y olvidarnos de este momento, después podríamos instalarnos en mi casa — Le muevo de forma cómplice las cejas. — Nadie te va a molestar allá pero debes prometerme que seguirás tomando tus lecciones, no puedes simplemente estar sin hacer nada, ¿entendido, Katherina? — Yo mismo me sorprendo de como cambio con esa chiquilla a diferencia del resto de la gente.
Nunca he negado lo que soy. Sé mis pro tanto como mis contra. Tengo en la cabeza que no soy una buena persona, tampoco un ejemplo perfecto para mi sobrina, muchas veces incluso me cuestiono si es sano para ella tenerme cerca. Evidentemente le enseño a defenderse, a tener carácter e imponerse, lo malo es cuando llegan esas maneras de ser que no debería tener. Katherina es una mujer, una jovencita que debe comportarse con delicadeza. Su reacción me ayudó a ganar la partida de este día pero me hizo perder un poco de cordura. ¿Qué haré para enderezarla? Este si es mi trabajo, aunque con alegría se lo dejaría a Damien debo asumir mi responsabilidad.
— Katherina — Le hablo con seriedad para que guardara silencio. — Cosas de las que dijiste hace un momento son broma ¿verdad? — Claro que me refiero a la muerte, mejor que nadie conozco a las personas que lo dicen en serio, no sólo por amenazar y en sus palabras se escuchó una convicción tan grande que me causó escalofríos — No quiero pensar si quiera por un instante que serías capaz, dime que sólo fue para asustar a tu padre — Aunque Damien estuviera aún en la misma sala que nosotros sentí una gran necesidad de poder callar ese tema tan delicado. Hasta yo creo que todo tiene un limite, para ella ese fue excesivo ¿no? es apenas una joven, la mejor edad para vivir cómo para pensar en eso.
— ¿¡A DÓNDE VAS, DAMIEN!? — Mi voz salió elevada y colérica cuando lo vi marchar, no es posible que la criada sea más importante que su hija ¡Su propia hija! Seguramente si se la está tirando y por eso tantas atenciones.— ¡Deja a esa maldita negra y ven a hablar conmigo y con tu hija! — Pero gritarle era inútil, el estúpido de mi hermano ya había tomado la cobarde decisión de salir de aquella habitación. Lo único que me quedaba era abrazar a mi sobrina. Me tengo que poner en su lugar, si mi padre hubiera tomado la actitud de mi hermano estoy más que seguro que lo odiaría, cada instante que él pasara con vida sería odiado por mi. ¿Qué es lo que hace tan cobarde a mi hermano? Todos tenemos grandes secretos, los míos no son la gran cosa, es verdad que trafico con negros, con niños, que tengo un burdel y negocios de joyas, el problema es que no lo oculto tanto, personas de grandes cargos me defenderían si algo se llega a descubrir. ¿Cuál sería el secreto que tiene tan diminuto a mi hermano?
— No pensaba irme de aquí, Katherina, es un placer para mi encontrarme en este lugar y fastidiar a mi hermano — Moví mis manos que se encontraban en su cintura para su rostro. Le limpié las lagrimas con cuidado de no lastimar su rostro, muchas veces suelo ser torpe y lo que menos quiero es hacerle más daño del que hasta ahora le he causado. — Pero quizás sea bueno que nos tomemos un tiempo hasta que las cosas se enfríen ¿no lo crees? Te llevaré a un lugar secreto pero debes prometerme que nunca se lo dirás a nadie — Me inclino para darle un beso suave en su frente.
Con fuerza mando a llamar a algún criado y le ordeno que haga dos maletas a la brevedad, una con mi ropa y otra con las de ella. No tardarían mucho en subirlas al carruaje.
— ¿Tienes hambre? En el centro hay un museo, a un lado ay un hermoso restaurante, no sé si alguna vez te hayan llevado a comer algo a ese lugar, pero créeme es delicioso. Podríamos ir y olvidarnos de este momento, después podríamos instalarnos en mi casa — Le muevo de forma cómplice las cejas. — Nadie te va a molestar allá pero debes prometerme que seguirás tomando tus lecciones, no puedes simplemente estar sin hacer nada, ¿entendido, Katherina? — Yo mismo me sorprendo de como cambio con esa chiquilla a diferencia del resto de la gente.
Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
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Re: Retrato de familia. | Privado.
No existe consuelo para aquellos que siempre vivieron en las sombras. Aunque las palabras nobles y de aliento lleguen a los oídos del agredido, el dolor que se les producen no se disipará tan fácilmente. Al menos no lo hará en la criada, ella siempre ha creído que cada cosa que le sucede es por que tiene que pagar el precio de haber nacido bajo esa piel tostada. Lo más fácil y cómodo sería que a esas alturas ya se hubiera acostumbrado, el problema es que tiene un corazón tan noble que le es imposible. ¿Cómo le hará entonces para poder sobrevivir más tiempo en esa enorme casa fría? Su patrón no podrá estar siempre junto a ella para defenderla, debe resistir, tendrá que hacerlo, por su familia, por ella misma.
Do'ingn la mayoría de las veces no entiende lo que sucede a su alrededor. A ella no le molesta su piel tostada, de hecho le gusta, sin importar las consecuencias que eso tenga, el problema es que le odien por ser distinta, que su misma "familia" le de esos tratos, para la joven no hay dolor más grande que ese, porque a pesar de todo les tiene mucho cariño. El menor de los hermanos siempre ha sido un "idiota", pero ella justifica su comportamiento por la perdida de sus padres, claramente ese no es un buen pretexto porque ella también los perdió y sin embargo no se escapó, aunque claro, las clases crean la diferencia. Cuando Katherina era más pequeña ambas jugaban con las muñecas, a la hija del señor Damien parecía no importarle que tan negra fuera la sirvienta, el problema se fue formando cuando la chiquilla comenzó a frecuentar al tío. Ahora si colocamos al patrón supremo de la casa en una balanza, todo lo malo que tiene que vivir se compensa cuando lo tiene cerca, porque Damien parece de verdad quererla, cuidarla, y disfrutar su compañía.
— Ohhh… — Apenas se atreve a exclamar alguna clase de dolor, no se siente con el derecho de mostrarse tan débil con su señor enfrente. Aun se siente sorprendida de estar en esa situación con él, que el hombre haya dejado a media discusión a su familia, sin embargo no cuestionará nada. — N-No debería preocuparse tanto, señor, son cicatrices pequeñas, en la cocina a veces nos hacemos peores y no pasa nada — Intentó animarlo de una forma muy torpe. Do'ingn cuando se encontraba frente a Damien resultaba sentirse muy nerviosa, y no actuaba de la manera más inteligente, sin embargo hacía el intento por no decepcionar a su patrón.
La negra guardó silencio, lo observó con valentía a los ojos, cosa que pocas veces se atrevía a hacer y al poco tiempo suspiró. Muchas veces se preguntó que tanto había detrás de esa mirada que siempre se notaba perdida y triste, no le parecía normal que alguien se la pasaría solo, sin amigos, sin mujeres o sin algún hobbie de esos que los de clase alta buscaban hacer.
— No tiene que sentir nada, lo sabe ¿Verdad? — Su voz era un susurro, pero uno que se podía escuchar con claridad, o al menos eso ella creía. — No debe sentirse culpable, usted no es cómo ellos, no diga eso por favor — Dio un suave apretón en la mano masculina, si sus manos no eran liberadas entonces de algo debía servir el contacto. — Debería volver con su familia, están molestos conmigo, no con usted, debe hablar con ellos, intentar arreglar lo malo, si yo tuviera familia buscaría la manera de poder verlos felices — Se encogió de hombros - Su hija no es mala, pero usted… — Guardó silencio, ella era una simple sirvienta, no tenía porque decir nada, ni dar un consejo, ni opinar, nada. — ¿Desea algo? Puedo preparar la tina para que se relaje, traerle un poco de comida para que se alimente, lo que me pida — Asintió varias veces intentando que en su rostro sólo se mostrara la tranquilidad.
Do'ingn la mayoría de las veces no entiende lo que sucede a su alrededor. A ella no le molesta su piel tostada, de hecho le gusta, sin importar las consecuencias que eso tenga, el problema es que le odien por ser distinta, que su misma "familia" le de esos tratos, para la joven no hay dolor más grande que ese, porque a pesar de todo les tiene mucho cariño. El menor de los hermanos siempre ha sido un "idiota", pero ella justifica su comportamiento por la perdida de sus padres, claramente ese no es un buen pretexto porque ella también los perdió y sin embargo no se escapó, aunque claro, las clases crean la diferencia. Cuando Katherina era más pequeña ambas jugaban con las muñecas, a la hija del señor Damien parecía no importarle que tan negra fuera la sirvienta, el problema se fue formando cuando la chiquilla comenzó a frecuentar al tío. Ahora si colocamos al patrón supremo de la casa en una balanza, todo lo malo que tiene que vivir se compensa cuando lo tiene cerca, porque Damien parece de verdad quererla, cuidarla, y disfrutar su compañía.
— Ohhh… — Apenas se atreve a exclamar alguna clase de dolor, no se siente con el derecho de mostrarse tan débil con su señor enfrente. Aun se siente sorprendida de estar en esa situación con él, que el hombre haya dejado a media discusión a su familia, sin embargo no cuestionará nada. — N-No debería preocuparse tanto, señor, son cicatrices pequeñas, en la cocina a veces nos hacemos peores y no pasa nada — Intentó animarlo de una forma muy torpe. Do'ingn cuando se encontraba frente a Damien resultaba sentirse muy nerviosa, y no actuaba de la manera más inteligente, sin embargo hacía el intento por no decepcionar a su patrón.
La negra guardó silencio, lo observó con valentía a los ojos, cosa que pocas veces se atrevía a hacer y al poco tiempo suspiró. Muchas veces se preguntó que tanto había detrás de esa mirada que siempre se notaba perdida y triste, no le parecía normal que alguien se la pasaría solo, sin amigos, sin mujeres o sin algún hobbie de esos que los de clase alta buscaban hacer.
— No tiene que sentir nada, lo sabe ¿Verdad? — Su voz era un susurro, pero uno que se podía escuchar con claridad, o al menos eso ella creía. — No debe sentirse culpable, usted no es cómo ellos, no diga eso por favor — Dio un suave apretón en la mano masculina, si sus manos no eran liberadas entonces de algo debía servir el contacto. — Debería volver con su familia, están molestos conmigo, no con usted, debe hablar con ellos, intentar arreglar lo malo, si yo tuviera familia buscaría la manera de poder verlos felices — Se encogió de hombros - Su hija no es mala, pero usted… — Guardó silencio, ella era una simple sirvienta, no tenía porque decir nada, ni dar un consejo, ni opinar, nada. — ¿Desea algo? Puedo preparar la tina para que se relaje, traerle un poco de comida para que se alimente, lo que me pida — Asintió varias veces intentando que en su rostro sólo se mostrara la tranquilidad.
Do'ingn Mbah- Esclavo
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Re: Retrato de familia. | Privado.
Damien se quedó de piedra cuando Do'ingn mencionó a su familia. No fue porque no estuviera consciente de que una muchacha como ella, tan joven y solitaria a la vez, no pensara en los suyos, evocando su recuerdo, pero para él era un tema difícil de digerir. Lo era porque tenía bien presente el papel que él había jugado en la vida de la muchacha. Era el mismo papel que seguía jugando y que probablemente jamás dejaría de jugar. Ella, por supuesto, lo desconocía. No sabía que el hombre que la tomaba de las manos y que curaba su herida, en realidad era el hombre que hacía todas esas cosas porque en el fondo deseaba recompensar, de algún modo, todo lo que le había hecho. Pero ni toda su amabilidad y buenos tratos podrían regresarle lo que le había arrebatado. ¿Cómo decírselo? ¿Cómo admitir frente a ella que el culpable de la muerte de sus padres y de toda su familia era él y esa maldición que corría por sus venas? ¿Cómo mostrarse arrepentido y suplicar su perdón si sus actos, aunque incontrolables, eran igualmente despreciables?
—Do'ingn… yo… —comenzó a decir, dispuesto a confesarse, pero las palabras se atoraron en su garganta hasta formar un nudo que lo dejó momentáneamente mudo. Se hizo un largo silencio. Soltó sus manos porque se dio cuenta de que no tenía ni derecho de tocarla. Se dio cuenta de que era una hipocresía de su parte creer a su hermano un ser despreciable y vil, por tratarla como lo hacía siempre, y pensar que él era mejor que él, que era el bueno, el que velaba por ella, cuando le había hecho tanto daño y no se atrevía a admitirlo por cobardía—. No, nada… —añadió después de la larga pausa, espabilando.
Como si acabara de reaccionar después de un largo letargo, Damien se puso de pie y comenzó a retirar los utensilios médicos que había utilizado en la curación para acomodarlos nuevamente en el maletín de cuero marrón que todo médico poseía. Sólo cuando estuvo libre de la dulce mirada de la morena se sintió capaz de retomar el tema inconcluso para dejar bien clara su posición.
—Lo que quiero decir es que no importa lo que mi hermano y Katherina digan o hagan, no voy a darles jamás la razón. No importa que sean mi familia. No puedo apoyarlos cuando sé lo equivocados están. Yo nunca he apoyado la esclavitud, el racismo, la humillación hacia una persona por su color de piel, y no voy a hacerlo ahora. No me importa si las consecuencias son catastróficas —sus movimientos eran veloces, su voz era más enérgica, llena de resentimiento, mismo que provenía de la tristeza que sentía por estar hablando precisamente de dos de las personas más importantes que existían en su vida. Parecía que el destino se empeñaba en dejarlo solo, en ir perdiendo poco a poco a cada uno de los seres que amaba, algunas asesinadas por él, como sus padres, otros dañados de por vida, como su esposa, y otros más por desprecio, como su hermano y su hija—. Mi hermano me ha odiado toda su vida y mi hija tiene el alma envenenada, y aunque me duela, dudo que haya algo que yo pueda hacer al respecto. Y no voy a empezar a averiguarlo haciendo una injusticia como echarte a la calle. Tú vas a quedarte aquí, porque aquí es donde perteneces, porque aquí es donde puedo cuidarte, porque les guste o no eres parte de esta familia.
Mientras ella asimilaba la trascendencia de las palabras de su patrón, a él le pareció notar cómo ella se ruborizaba. Quizá se debía a que si bien él siempre había sido amable con ella y se había mostrado protector, nunca antes le había dicho tan abiertamente lo mucho que la preciaba, las ganas que tenía de que ella siguiera en esa casa, al grado de ponerla por encima de su familia.
—Por que eso es lo que tú también deseas, ¿verdad Do'ingn? ¿Quieres permanecer aquí, conmigo, en esta casa? Quiero decir, con nosotros —corrigió al percatarse de lo impropio de sus cuestionamientos, aunque eso no significaba que no era así como había deseado decirlo, pues estaba muy consciente de que a pesar de todo, la compañía de la morena le gustaba, y que lo haría sentir muy solo -más de lo que ya estaba- si ella decidía irse algún día.
—Do'ingn… yo… —comenzó a decir, dispuesto a confesarse, pero las palabras se atoraron en su garganta hasta formar un nudo que lo dejó momentáneamente mudo. Se hizo un largo silencio. Soltó sus manos porque se dio cuenta de que no tenía ni derecho de tocarla. Se dio cuenta de que era una hipocresía de su parte creer a su hermano un ser despreciable y vil, por tratarla como lo hacía siempre, y pensar que él era mejor que él, que era el bueno, el que velaba por ella, cuando le había hecho tanto daño y no se atrevía a admitirlo por cobardía—. No, nada… —añadió después de la larga pausa, espabilando.
Como si acabara de reaccionar después de un largo letargo, Damien se puso de pie y comenzó a retirar los utensilios médicos que había utilizado en la curación para acomodarlos nuevamente en el maletín de cuero marrón que todo médico poseía. Sólo cuando estuvo libre de la dulce mirada de la morena se sintió capaz de retomar el tema inconcluso para dejar bien clara su posición.
—Lo que quiero decir es que no importa lo que mi hermano y Katherina digan o hagan, no voy a darles jamás la razón. No importa que sean mi familia. No puedo apoyarlos cuando sé lo equivocados están. Yo nunca he apoyado la esclavitud, el racismo, la humillación hacia una persona por su color de piel, y no voy a hacerlo ahora. No me importa si las consecuencias son catastróficas —sus movimientos eran veloces, su voz era más enérgica, llena de resentimiento, mismo que provenía de la tristeza que sentía por estar hablando precisamente de dos de las personas más importantes que existían en su vida. Parecía que el destino se empeñaba en dejarlo solo, en ir perdiendo poco a poco a cada uno de los seres que amaba, algunas asesinadas por él, como sus padres, otros dañados de por vida, como su esposa, y otros más por desprecio, como su hermano y su hija—. Mi hermano me ha odiado toda su vida y mi hija tiene el alma envenenada, y aunque me duela, dudo que haya algo que yo pueda hacer al respecto. Y no voy a empezar a averiguarlo haciendo una injusticia como echarte a la calle. Tú vas a quedarte aquí, porque aquí es donde perteneces, porque aquí es donde puedo cuidarte, porque les guste o no eres parte de esta familia.
Mientras ella asimilaba la trascendencia de las palabras de su patrón, a él le pareció notar cómo ella se ruborizaba. Quizá se debía a que si bien él siempre había sido amable con ella y se había mostrado protector, nunca antes le había dicho tan abiertamente lo mucho que la preciaba, las ganas que tenía de que ella siguiera en esa casa, al grado de ponerla por encima de su familia.
—Por que eso es lo que tú también deseas, ¿verdad Do'ingn? ¿Quieres permanecer aquí, conmigo, en esta casa? Quiero decir, con nosotros —corrigió al percatarse de lo impropio de sus cuestionamientos, aunque eso no significaba que no era así como había deseado decirlo, pues estaba muy consciente de que a pesar de todo, la compañía de la morena le gustaba, y que lo haría sentir muy solo -más de lo que ya estaba- si ella decidía irse algún día.
Damien Østergård- Licántropo Clase Alta
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Re: Retrato de familia. | Privado.
Katherina cerró los ojos y disfrutó de ese abrazo que su tío le regalaba. Él era el único que tenía esas muestras de cariño para con ella, mismas que le correspondían más a su padre. Damien también la había abrazado, mucho antes, cuando apenas era una niña, pero eso ella no lograba recordarlo. A veces, cuando más falta le hacía su madre y estaba especialmente vulnerable, ansiaba como nunca sentir la cercanía de quien más decía amarla, pero ésta nunca llegaba. Su padre siempre estaba ausente, aún estando en casa, aunque lo tuviera a un lado. Cuando le deseaba buenas noches ni siquiera se tomaba el tiempo de acercarse a ella y besar su frente, como Predbjørn había hecho siempre. Muchas veces le reprochaba eso, que no tuviera ninguna muestra de afecto para con ella, que se llenara la boca diciendo que era su padre y que debía obedecerle, cuando en realidad nunca hacía nada por ganarse ese lugar y su respeto. A pesar de todo, Katherina amaba a su padre, pero no más que a Predbjørn. A él lo idolatraba, por él estaba dispuesta a todo, hasta a matarse si los separaban y le impedían verlo, como había amenazado.
—Sí, por supuesto que no las dije en serio —le aseguró sin deshacer el abrazo, pero mintió—. ¿Acaso no has sido tú quien me ha enseñado a valerme de cualquier recurso que tenga a la mano, si de eso depende salirme con la mía? Sobretodo si se trata de mi padre. Soy su hija y a pesar de todo sé que debe quererme, a su manera, así que ¿qué mejor recurso para manipularlo, para hacerlo sentir culpable, que amenazar con quitarme la vida? —le dedicó una amplia sonrisa cómplice sin remordimiento alguno, como si se tratara de una simple broma o una inocente travesura.
—Haré lo que sea con tal de estar contigo. ¡Lo prometo! —exclamó llena de felicidad cuando él estuvo de acuerdo con llevarla a su casa, esa casa que Katherina ya conocía, aunque no lo suficiente, porque Predbjørn la había llevado apenas un par de veces y por unas cuantas horas.
Por alguna extraña razón Katherina sentía celos de esa casa. Quizá se debía a que siempre había tenido la firme convicción de que a ese lugar era donde su tío llevaba a todas las mujeres con las que se acostaba, ya que aunque él había intentado ser lo suficientemente discreto con su libertinaje, ella estaba bien enterada de esa faceta de su tío. Sabía que le gustaban mucho las mujeres y que no se limitaba cuando se le antojaba dormir con una. Ella odiaba imaginarlo en brazos de otras, porque de algún modo sentía que le pertenecía, que se pertenecían mutuamente, pero tampoco podía culparlas de desearlo y sentirse atraídas, porque lo consideraba el mejor hombre del mundo, el más cariñoso, el más atento, el más divertido... el más sensual.
El criado bajó las escaleras con las dos maletas listas y los acompañó hasta la salida donde el carruaje ya los esperaba por órdenes de Predbjørn. Antes de subir a él, una de las criadas insistió a Katherina de avisar a su padre sobre la decisión que había tomado de irse con su tío pero ella se negó rotundamente y amenazó con correrla si se atrevía a decir adónde había ido.
Una vez arriba, el carruaje los transportó hasta el centro de la ciudad donde se encontraba el hermoso y lujoso restaurante del que su tío le había hablado y se pescó de su brazo para que la escoltara, sintiéndose una reina a su lado. Le llenaba de orgullo que la gente los vieran juntos, que se dieran cuenta de que era ella a quien elegía llevar a comer, con quien elegía caminar a su lado en pleno centro de París, y no a una de esas tantas mujerzuelas con las que gustaba enredarse. Para Katherina era como si admitiera abiertamente, públicamente, que la amaba más que a cualquier otra.
—Sí, por supuesto que no las dije en serio —le aseguró sin deshacer el abrazo, pero mintió—. ¿Acaso no has sido tú quien me ha enseñado a valerme de cualquier recurso que tenga a la mano, si de eso depende salirme con la mía? Sobretodo si se trata de mi padre. Soy su hija y a pesar de todo sé que debe quererme, a su manera, así que ¿qué mejor recurso para manipularlo, para hacerlo sentir culpable, que amenazar con quitarme la vida? —le dedicó una amplia sonrisa cómplice sin remordimiento alguno, como si se tratara de una simple broma o una inocente travesura.
—Haré lo que sea con tal de estar contigo. ¡Lo prometo! —exclamó llena de felicidad cuando él estuvo de acuerdo con llevarla a su casa, esa casa que Katherina ya conocía, aunque no lo suficiente, porque Predbjørn la había llevado apenas un par de veces y por unas cuantas horas.
Por alguna extraña razón Katherina sentía celos de esa casa. Quizá se debía a que siempre había tenido la firme convicción de que a ese lugar era donde su tío llevaba a todas las mujeres con las que se acostaba, ya que aunque él había intentado ser lo suficientemente discreto con su libertinaje, ella estaba bien enterada de esa faceta de su tío. Sabía que le gustaban mucho las mujeres y que no se limitaba cuando se le antojaba dormir con una. Ella odiaba imaginarlo en brazos de otras, porque de algún modo sentía que le pertenecía, que se pertenecían mutuamente, pero tampoco podía culparlas de desearlo y sentirse atraídas, porque lo consideraba el mejor hombre del mundo, el más cariñoso, el más atento, el más divertido... el más sensual.
El criado bajó las escaleras con las dos maletas listas y los acompañó hasta la salida donde el carruaje ya los esperaba por órdenes de Predbjørn. Antes de subir a él, una de las criadas insistió a Katherina de avisar a su padre sobre la decisión que había tomado de irse con su tío pero ella se negó rotundamente y amenazó con correrla si se atrevía a decir adónde había ido.
Una vez arriba, el carruaje los transportó hasta el centro de la ciudad donde se encontraba el hermoso y lujoso restaurante del que su tío le había hablado y se pescó de su brazo para que la escoltara, sintiéndose una reina a su lado. Le llenaba de orgullo que la gente los vieran juntos, que se dieran cuenta de que era ella a quien elegía llevar a comer, con quien elegía caminar a su lado en pleno centro de París, y no a una de esas tantas mujerzuelas con las que gustaba enredarse. Para Katherina era como si admitiera abiertamente, públicamente, que la amaba más que a cualquier otra.
Fredika Østergård- Humano Clase Alta
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