En busca de la familia - [Privado]

por **Bernard Liusse** Dom Ago 16, 2015 6:14 pm

Aún no había tenido tiempo de buscar una residencia, por lo cual no abandonaba aún el Hotel en donde se alojaba. Para Aelius había pendientes más urgentes que tratar, temas que podían llegar a ser de suma importancia y correr peligro no solamente él, que sería capaz de defenderse. Sino personas inocentes, que al no conocer la maldición, ni saber que ésta pesaba sobre ellas, por el solo hecho de ser descendientes de la Casa Arezzo, sus vidas corrían serios peligros. El tenía la esperanza de llegar y contactarlos lo antes posible.

Esperó paciente a que la mesera se acercara y tomara su pedido, una simple taza de café, con una medida de coñac, con la que esperaba mitigar un poco el dolor que le causaba una vieja cicatriz, un recuerdo de su pelea con un cambiante felino, - para que me acuerde que los mininos suelen ser traicioneros – caviló mientras sonreía de costado y se masajeaba la zona en el brazo derecho donde dolía.

Cuando llegó su pedido, Aelius pagó entregando una generosa propina, a lo que la joven agradeció sorprendida ya que no era común que los clientes dejaran propinas o éstas fueran generosas. Cuando por fin se quedó solo, extrajo de su abrigo, un pequeño diario de viaje, del que con sumo cuidado desdobló, era un antiguo pergamino el cual había sido escrito durante varios años o incluso décadas, y que él encontrara en la mansión Di Moncalieri, donde había sido asesinada, Vittoria Arezzo, su madre. Lugar que había ido a visitar, por ser uno de los herederos a quienes correspondía dicha propiedad y el único vivo, hasta el momento.

Se acomodó mejor en su asiento y buscó la fuente de luz, la cual no era mas que una pequeña vela para dar atmósfera mas acogedora al lugar, cuando hubo acomodado el papel lo suficientemente bien como para poder leerlo, se dispuso a examinarlo nuevamente.

Pergamino Arezzo:

Cuando terminó de hacerlo, suspiró, bien sabía que le sería por demás difícil encontrar a sus parientes y en especial a las hijas de Eleonore Arezzo, ya que éstas habían sido entregadas a una familia de la que no tenía ninguna pista, - solo sería posible dar con ellas si tuvieran algo que solo la familia pudiera haberles entregado – masculló en voz baja, mientras, guardaba nuevamente el pergamino y apresuraba su café.

por **Alexandra De Lacour** Jue Ago 27, 2015 9:46 am

Desde mi última aventura habían pasado tres noches en las que incesantemente solo hacía que pensar en él. Nunca antes me había sentido tan libre con nadie, tan aceptada e incluso infravalorada solo para que pudiera sacar la fiera que dormía dentro de mí. Miento; una vez si llegué a sentirme así y en cierto sentido quizás es que él me recuerde a Aldebarán. Las palabras, gestos y labios de aquel ladrón desataban una tormenta en mi interior, más su mirada era el huracán. Y así también me pasaba con quien una vez fue mi compañero e incluso el único propietario del sueño de mi vida y de mi corazón. No obstante, a pesar del parecido, de los sentimientos encontrados que tenía con ambos, con Aldebarán ya no podía ser. Ya no volverían esas tardes junto a él, ni tampoco las promesas. Y con el ladrón… con él aún no sabía que sentía, me sentía a su lado capaz de asumir cualquier riesgo y afrontar cada cual aventura más peligrosa.

¿En qué momento me había propuesto fijarme en jóvenes tan poco recomendables? Me pregunté riendo aquella mañana mientras paseaba por las calles de París. Solo así, caminando, paseando podía desocupar mi mente de aquel misterioso ladrón que robaba no solamente joyas, si no que ya se me había robado parte de mis pensamientos.

La mañana era tranquila y calurosa. Esta vez había venido sola, sin ninguna de las doncellas que solían a veces acompañarme. No obstante hoy me había levantado más temprano para precisamente perderlas de vista. Deseaba estar sola, disfrutar de la mañana y tomar el desayuno donde me apeteciera. Y con esos pensamientos es que llegué a uno de los cafés favoritos de mi hermana Georgiana quien siempre que podía se paseaba únicamente por París para tener la oportunidad de pedir y tomar en aquel café.

Al entrar al café me atendió una joven y dejando el abrigo en unas perchas, me dispuse a pedir indicándoles luego el lugar donde me hallaría sentada. El café que había pedido era uno de los más elaborados y uno de los que solía tardar un poco más, por lo que esperé en una de las mesas vacías a que me lo trajeran mientras con la mirada inspeccionaba el lugar y sus comensales.

Había una joven madre con una pequeña que no dejaba de jugar con el mantel y luego un grupo de extranjeros hablando entre susurros. No dejaban de reír y yo también me reí, más al no entenderlos me dispuse a apartar la mirada fijándome sin querer en un caballero que examinaba lo que parecían unos documentos antiguos. No podía ver bien desde mi asiento, pero algo en esos papeles me hizo levantarme en silencio y caminar hacia aquel joven mientras mis ojos no daban crédito a lo que veía. Y antes de que guardara esos papeles, logré verlos. En uno de los costados del escrito había unos dibujos de unos colgantes. Un colgante que conocía a la perfección, pues me había acompañado desde mis primeros segundos en esta vida y actualmente lo llevaba escondido bajo el vestido, colgado en mi cuello.

— Perdón si le interrumpo… —Dije al acercarme y saber que debía ser consciente de mi cercanía. — Pero vi estos dibujos y me parecieron muy bien logrados. ¿Tienen algún significado o historia interesante detrás? — Miré al joven y enrojecí al verle observarme. Debía de parecer una joven demasiado curiosa o quizás incluso un poco tonta. Le sonreí y negué. — Lo siento, es solo que me pareció curioso. No se suelen ver documentos tan antiguos con dibujos como estos. Y estos collares son preciosos.

por **Bernard Liusse** Dom Oct 04, 2015 7:52 pm

Cuando estaba por guardar aquellos papeles, sintió que una persona se acercaba a él, de forma continua y sin disimulo. Levantó su vista y la siguió con la mirada, observando cómo se acercaba aún más, hasta colocarse a su lado. Elevó una ceja, totalmente atónito a lo que estaba ocurriendo, ya que no era común, en una sociedad tan tradicional como la europea, que una joven solitaria, se presentara de ese modo ante un completo extraño, y sin llevar un acompañante que pudiera presentarlos conforme lo estipulado por el protocolo - ¿o la conozco? Claro, eso puede ser… aunque no he llevado una vida muy activa socialmente, en éstos últimos meses, para conocer a una joven tan… bella– caviló rápidamente, intentando recordar todas las muchachas hermosas que hubiera conocido a lo largo de sus estancia en Paris, pero no existía ninguna como la que le mantenía cautiva su atención.
A la explicación que le diera del porqué de sus actos, Aelius se quedó más estupefacto aún, - ¿dibujos? – La miró, esperando que se explayara mejor en las afirmaciones realizadas, - por favor, señorita, siéntese, en verdad me intriga… ¿Cuáles dibujos? - de pronto cayó en la cuenta, - oh, se refiere a los papeles que guardaba… tan apresuradamente… para que nadie los viera…– sonrió de costado con marcada picardía, - si, si, esos papeles… lo lamento tanto señorita…pero ahora, por su enorme curiosidad… deberé matarla – le dijo con una mirada seria, cargada de reproche y dolor, apretando los puños intentando marcar como le desagradaría tener que sacarla de en medio, pero no le dejaba otra opción.
Al ver la mirada asustada, la palidez en su piel y los ojos cuajados de lágrimas, no puedo más que echarse a reír. Si su intención era darle una lección a la pobre criatura, lo había conseguido. Continuó riendo mientras secaba sus lágrimas, después de tanto reír. Le dirigió una mirada de compasión, - señorita, debe tener cuidado al hablar con extraños y más sobre papeles que intentan guardar rápidamente… para que nadie los vea. Es como ir a quererle preguntar al león si su comida está sabrosa – volvió a sonreír, - creo que lo más conveniente sería que nos presentáramos, y luego, podría contarle un poco de los dibujos que usted hace referencia , ¿no le parece? – Se acomodó en el asiento para luego presentarse, - un gusto señorita, mi nombre es Aelius Aresso, ¿y el suyo es? -.

La contempló sonriendo abiertamente, y tomándose el atrevimiento de deleitarse observando tan bello rostro. Hasta que algo en ella lo hizo arquear la ceja, - no puede ser verdad… las cosas no se dan así de fácil – pensó mientras recordaba un retrato en la casa de sus verdaderos padres, una pintura que mostraba a la esquiva Eleonore, - y por Dios que se parece – dijo en un susurro casi imperceptible. Carraspeó y se retrepo en el asiento, - disculpe mi atrevimiento, pero por casualidad, ¿usted… tiene familia en Italia, en las zonas del Veneto o Friulli?... es que de repente, su rostro me recordó a una mujer -, dijo llevando su mano derecha al mentón y entornando los parpados para fijar la mirada en aquellos orbes tan curiosos y vivaces como los suyos.

por **Alexandra De Lacour** Lun Oct 19, 2015 5:29 pm

La curiosidad mataba al gato.

Era cierto, y en mí, incluso era algo muy y demasiado lógico. Me pasaba mis días con la atípica manía de querer saberlo todo, de averiguar y meterme en líos si no cada día, cada dos de ellos. No tenía remedio y por una vez pensé en que mis padres habían tenido razón al decir que de terminar algún día enterrado bajo una lápida, no sería por muerte natural, si no por mi considerable curiosidad. Un arma de doble filo que en cualquier momento se podía volver en mi contra. Y ahí estaba el día.

Ante las palabras del joven, me quedé atónita. Al principio no me lo creí, pero luego al ver sus movimientos y adivinar lo que parecía ser un arma en sus ropajes escondida, temí realmente por mi vida. Apretó uno de sus puños y temblé ¿Cuántas oportunidades tenia de salir corriendo y no terminar muriendo? ¿Lograría escaparme a tiempo? Maldije internamente mis actos tan poco impropios que había realizado y justo cuando pensaba en alejarme de allí y empezar a correr por salvar mi vida, sorprendentemente y ante mi cara estupefacta, el joven empezó a reírse.

Yo no veo que gracia puede tener esto, me dije sin saber qué hacer y quedándome inmóvil de lo sorprendida que estaba por su extraña reacción. Instantes después cuando me confesó la causa de su risa, no pude más que intentar reprimir mi risa también, que igualmente terminó por salir y me reí suavemente, tranquilizándome y riéndome de mi misma.

Yo que me creía una joven hecha y derecha, y seguía siendo la misma inocente de siempre.

—Yo… lo siento señor, soy muy poco cauta y me temo demasiado impulsiva, y actué cegada por ese sentimiento. Por la curiosidad de saber. — Me excusé como pude, recostándome ya más aligerada contra la silla en la que había tomado asiento frente a él y en ese instante fue que me dejaron el café que había pedido. Lo tomé entre mis manos y sonreí. — Un gusto joven Arezzo, el mío es Alexandra De Lacour, es todo un privilegio que no deba matarme y haya aceptado tan gustosamente mi compañía. Otro seguramente se hubiese asustado ante tales intenciones indebidas y tan poco ¿decorosas?

Sonreí y bebí un sorbo, dejando a continuación la taza de café en la mesa y centrarme en la mirada del joven, que curiosamente no dejaba de mirarme. ¿Si era italiana? Fruncí el ceño ante su pregunta que me tomó por sorpresa e hinque mis azules ojos en los ajenos.

—No soy, ni tengo familia italiana. Yo que sepa…mis padres me adoptaron de pequeña, así que soy francesa, pero no conozco mi ascendencia. —Respondí extrañada sincerandome. No muchos sabían ese dato, que tanto yo como Georgiana guardabamos celosamente, ya que para nosotras nuestra única familia siempre sería aquellos a quienes llamabamos padres. Quienes nos criaron.— ¿Por qué esa pregunta, señor? Lo que si debo deciros que me interesé en vuestros documentos a causa de que me pareció ver en ellos impreso un collar que siempre he llevado en mi compañía, y eso fue el aliciente de que me viniera a interrogaros. De allí mis preguntas. —Me expliqué sin imaginarme siquiera todo lo que aquello pudiera conllevar.

Tampoco él lo habría imaginado, estaba segura.

Y ahora todo cambiaria, hasta un punto insospechado.

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