AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Domingos en familia - Privado
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Domingos en familia - Privado
Domingo. 5:30 am.
Los domingos siempre amanecía a la misma hora, en mi alcoba y acompañado por un leve dolor de cabeza, gracias al líquido alcohólico que había ingerido el día anterior. Me levanté de la cama, tomé un sorbo del vaso de agua con limón que siempre descansaba por las noches en mi mesilla, di unas vueltas al rededor de mi habitación, así se me quitaba el dolor, no podía aguantar los domingos si tenía dolor, era un día demasiado largo para mí, muchas cosas que hacer. Me quité la ropa que usaba para dormir y me coloqué la que utilizaba para los Domingos, siempre arreglado y listo para acudir a la primera misa.
Bajé de mi alcoba hasta la sala que utilizábamos para desayunar, comer y cenar. Una sala amplia, con una gran mesa horizontal, de madera de roble. En dicha mesa, podía encontrar cualquier cosa que se me pudiera ocurrir para poder degustar, tenía a los mejores cocineros y cocineras y también a las mejores sirvientas, pese a que alguna se atrevía a mirarme directamente a los ojos, aunque estaba seguro, de que ya no lo volvería a hacer más, pues la nueva incorporación, había aprendido la lección el otro día. Si te fijabas bien, aún podías ver su pómulo un tanto sonrojado. Desayuné un café solo, algunas tostadas con mermelada y un zumo. No quería comer mucho ahora, era demasiado temprano. —Guardad lo que ha sobrado para Axel. Se marcha de aquí a las siete. Empaquetad sus cosas, empaquetad la comida que no se coma, y que se la lleve. Para mañana no hagáis tanto, ¿Se os olvida de que últimamente vivo solo? — Miré a las sirvientas, las cuales se miraron a los zapatos y asintieron, acatando mis órdenes. Cogí unas uvas para el camino, y me monté en un carro.
El carro paró detrás de unos cuantos carros más, el día estaba lluvioso, por lo que tapé mi cabeza con un sombrero. Me coloqué la gabardina y me apeé del carro y entré en la inmensidad de la Iglesia, donde el olor a incienso y velas, me invadió y me relajó la mente al instante. Aún no estaba muy llena de gente, había llegado algo pronto. Podía escoger banco en el que sentarme, y así lo hice, escogí uno a la derecha, en la primera fila, justo frente el altar en el que el cura iba a dar su misa del día. La primera misa de los Domingos siempre era la mejor, la más fresca y la que mejor venía a mi mente para olvidarme y expiarme de todo lo que había hecho la noche anterior. —Padre Nuestro... Perdóname por los pecados.— Me santigüe y miré al frente, el cura acababa de entrar en el altar y comenzaba.
Me tardé en salir de la Iglesia, me había quedado charlando con unos conocidos de la inquisición, me habían puesto al día de los monstruos, estaban en pleno apogeo, persiguiendo a aquellos seres que salían únicamente por la noche, cogían a cualquier humano que se encontraban y lo dejaban en el suelo, sin una única gota de sangre en todo su cuerpo. Éramos para ellos envoltorios que llevaban su sangre. También me contaron que habitaban en donde menos esperábamos. Eso me puso algo nervioso. ¿Y si...? Ninguno de mis trabajadores podría serlo, todos trabajaban a la luz del día.
Me despedí de aquellos hombres y volví al carruaje que seguía esperándome donde lo había dejado. —Volvamos a casa, tengo que trabajar un poco y para las doce tiene que estar todo preparado.— Todo preparado para la visita de Cèline. Cada dos Domingos nos reuníamos en la mansión familiar para comer, a veces comíamos Axel, Cèline y yo y otras veces, como en este caso, solamente ella y yo. No me gustaba mucho cuando era este último caso, desde la muerte de su madre... Cèline me odiaba y el odio se podía notar en cuanto ponía un pie en la primera piedra del camino de la mansión. Meneé la cabeza mirando por la ventana del carro, el aire me venía bien, no quería pensar en lo que estaba por llegar.
Me encerré en el despacho, tenía tiempo suficiente para ir adelantando algo de trabajo. Había conseguido un contrato con un cliente de Alemania, quería bastantes sedas y perlas, lo que suponía más dinero para mí si todo iba bien. Pasó el rato, la chimenea estaba encendida, calentando mi despacho hasta el punto que tuve que desatarme hasta el segundo botón de la camisa, quitando mi corbata y dejándola encima del escritorio, junto a las plumas. La puerta de mi despacho se abrió y apareció Lourdes, la jefa de servicio. Alcé la vista de los papeles y la miré. —¡Lourdes! ¿Ya te crees con la suficiente confianza como para no llamar a la puerta? ¿Qué quieres? — Pregunté y dejé la pluma que estaba utilizando, así le prestaría más atención. —Señor, el señorito se fue hace unas horas. Me pidió que no le molestase para despedirse. Sabe lo ocupado que usted está. Volverá la semana que viene, el Viernes. — Asentí con la cabeza, Axel me conocía bien, no me gustaba que nadie me molestase cuando estaba trabajando. —¿Algo más? — Mi voz sonó altiva, estaba perdiendo la paciencia. Lourdes se movió y asintió con rapidez. —Si... La señorita Cèline está a punto de llegar. Son las once y media.— Miré el reloj de bolsillo que tenía y lo miré. Se me había pasado el tiempo demasiado rápido. —Que preparen todo para las doce. A esa hora comeremos.— Lourdes se marchó y recogí el escritorio, dejándolo todo ordenado. Odiaba el desorden.
Y también odiaba la impuntualidad. Me encontraba sentado en uno de los sofás de la sala de estar. Las sirvientas estaban preparando la mesa para comer, había pavo asado, con patatas y de primero había coliflor hervida. Había seleccionado ese menú a propósito. Mi hija siempre me hacía esperar, porque sabía lo mucho que odiaba la impuntualidad... Así que yo me tomaba la venganza con la comida. Louí, me trajo una copa de vino tinto, para que la espera, se hiciese más amena.
Bajé de mi alcoba hasta la sala que utilizábamos para desayunar, comer y cenar. Una sala amplia, con una gran mesa horizontal, de madera de roble. En dicha mesa, podía encontrar cualquier cosa que se me pudiera ocurrir para poder degustar, tenía a los mejores cocineros y cocineras y también a las mejores sirvientas, pese a que alguna se atrevía a mirarme directamente a los ojos, aunque estaba seguro, de que ya no lo volvería a hacer más, pues la nueva incorporación, había aprendido la lección el otro día. Si te fijabas bien, aún podías ver su pómulo un tanto sonrojado. Desayuné un café solo, algunas tostadas con mermelada y un zumo. No quería comer mucho ahora, era demasiado temprano. —Guardad lo que ha sobrado para Axel. Se marcha de aquí a las siete. Empaquetad sus cosas, empaquetad la comida que no se coma, y que se la lleve. Para mañana no hagáis tanto, ¿Se os olvida de que últimamente vivo solo? — Miré a las sirvientas, las cuales se miraron a los zapatos y asintieron, acatando mis órdenes. Cogí unas uvas para el camino, y me monté en un carro.
6:45 am.
El carro paró detrás de unos cuantos carros más, el día estaba lluvioso, por lo que tapé mi cabeza con un sombrero. Me coloqué la gabardina y me apeé del carro y entré en la inmensidad de la Iglesia, donde el olor a incienso y velas, me invadió y me relajó la mente al instante. Aún no estaba muy llena de gente, había llegado algo pronto. Podía escoger banco en el que sentarme, y así lo hice, escogí uno a la derecha, en la primera fila, justo frente el altar en el que el cura iba a dar su misa del día. La primera misa de los Domingos siempre era la mejor, la más fresca y la que mejor venía a mi mente para olvidarme y expiarme de todo lo que había hecho la noche anterior. —Padre Nuestro... Perdóname por los pecados.— Me santigüe y miré al frente, el cura acababa de entrar en el altar y comenzaba.
8:00 am
Me tardé en salir de la Iglesia, me había quedado charlando con unos conocidos de la inquisición, me habían puesto al día de los monstruos, estaban en pleno apogeo, persiguiendo a aquellos seres que salían únicamente por la noche, cogían a cualquier humano que se encontraban y lo dejaban en el suelo, sin una única gota de sangre en todo su cuerpo. Éramos para ellos envoltorios que llevaban su sangre. También me contaron que habitaban en donde menos esperábamos. Eso me puso algo nervioso. ¿Y si...? Ninguno de mis trabajadores podría serlo, todos trabajaban a la luz del día.
Me despedí de aquellos hombres y volví al carruaje que seguía esperándome donde lo había dejado. —Volvamos a casa, tengo que trabajar un poco y para las doce tiene que estar todo preparado.— Todo preparado para la visita de Cèline. Cada dos Domingos nos reuníamos en la mansión familiar para comer, a veces comíamos Axel, Cèline y yo y otras veces, como en este caso, solamente ella y yo. No me gustaba mucho cuando era este último caso, desde la muerte de su madre... Cèline me odiaba y el odio se podía notar en cuanto ponía un pie en la primera piedra del camino de la mansión. Meneé la cabeza mirando por la ventana del carro, el aire me venía bien, no quería pensar en lo que estaba por llegar.
8:30 am.
Me encerré en el despacho, tenía tiempo suficiente para ir adelantando algo de trabajo. Había conseguido un contrato con un cliente de Alemania, quería bastantes sedas y perlas, lo que suponía más dinero para mí si todo iba bien. Pasó el rato, la chimenea estaba encendida, calentando mi despacho hasta el punto que tuve que desatarme hasta el segundo botón de la camisa, quitando mi corbata y dejándola encima del escritorio, junto a las plumas. La puerta de mi despacho se abrió y apareció Lourdes, la jefa de servicio. Alcé la vista de los papeles y la miré. —¡Lourdes! ¿Ya te crees con la suficiente confianza como para no llamar a la puerta? ¿Qué quieres? — Pregunté y dejé la pluma que estaba utilizando, así le prestaría más atención. —Señor, el señorito se fue hace unas horas. Me pidió que no le molestase para despedirse. Sabe lo ocupado que usted está. Volverá la semana que viene, el Viernes. — Asentí con la cabeza, Axel me conocía bien, no me gustaba que nadie me molestase cuando estaba trabajando. —¿Algo más? — Mi voz sonó altiva, estaba perdiendo la paciencia. Lourdes se movió y asintió con rapidez. —Si... La señorita Cèline está a punto de llegar. Son las once y media.— Miré el reloj de bolsillo que tenía y lo miré. Se me había pasado el tiempo demasiado rápido. —Que preparen todo para las doce. A esa hora comeremos.— Lourdes se marchó y recogí el escritorio, dejándolo todo ordenado. Odiaba el desorden.
12:05 pm
Y también odiaba la impuntualidad. Me encontraba sentado en uno de los sofás de la sala de estar. Las sirvientas estaban preparando la mesa para comer, había pavo asado, con patatas y de primero había coliflor hervida. Había seleccionado ese menú a propósito. Mi hija siempre me hacía esperar, porque sabía lo mucho que odiaba la impuntualidad... Así que yo me tomaba la venganza con la comida. Louí, me trajo una copa de vino tinto, para que la espera, se hiciese más amena.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 21/10/2016
Re: Domingos en familia - Privado
ra domingo, era el fatídico día en que debía abandonar las risas y las caricias en la cama con Joe para acudir a la cita con mi padre. Normalmente Axel solía acompañarnos y así, evitábamos que ambos nos matáramos en uno u otro momento pero hoy, eso no sería posible, Axel debía partir de nuevo y no acudiría a la "feliz" comida familiar.
No entendía por qué teníamos que seguir fingiendo. Si Axel no iba, y nadie más podía vernos al margen del servicio que estaba enterado de casi todo, no sabía por qué tenía que seguir acudiendo a aquella cita y comer frente a mi padre, entre reproches, cuando ambos no podíamos soportarnos el uno al otro y, cada día que pasábamos juntos la situación empeoraba.
Los minutos pasaban aciagos, acercándome a la hora en la que debería deshacerme de los brazos de mi prometido sobre mi cuerpo desnudo para ahora, cubrirlos con sedas y vestidos lo más recatados posible si no quería que mi "adorado" padre muriera de un infarto nada más verme y me desheredara, aunque bien visto... quizá sería una posibilidad que me gustaría explorar en el futuro, ver hasta dónde podía llegar a desquiciarle sin matarle de un infarto... Cuando decidiera experimentar debería contar, sin ninguna duda con la ayuda de Joe y su mente retorcida.
En realidad, siempre que pensaba todas estas cosas acababa arrepintiéndome. Nunca era capaz, como si una parte de mi se resistiera a aceptar que aquel al que odiaba era el mismo que de niña me arrancaba las sonrisas y las risas a cada instante, ese al que yo adoraba como al más valiente de los héroes, ese que me leía por las noches y se quedaba conmigo hasta que mis ojos se cerraban. ¿En qué momento mi héroe se había convertido en mi monstruo? ¿Había sido alguna vez un héore, o sólo un monstruo con una careta? ¿Alguna vez me había querido de verdad o, simplemente quería que fuera arcilla entre sus dedos?
Siempre me hacía las mismas preguntas y nunca obtenía las respuestas. Y al final acababa armando esa barrera que mostraba ante él, la de una hija que odiaba a su padre y no le importaba lo más mínimo, cuando en realidad estaba rota por dentro de saber roto aquel vínculo emocional. Rota por saber que quien debería ser una de las personas más importantes de su vida no tenía el menor interés por serlo y apenas se inmutaba con sus desprecios.
Una lágrima rodó tímida por mis mejillas para ir a morir a mis labios, mas mi mano acudió rauda a levantar de nuevo aquellas murallas. No podía ser débil, no podía dejar que él me viera débil porque si no me manejaría a su antojo y capricho. Escogí un vestido ni muy sobrio, ni provocativo como le gustaba a Joe. Un simple vestido de gasa azul cielo y manga francesa, un pequeño tocado con velo que me cubriera la cara y me dispuse a enfrentarme a mis propios demonios.
Llegaba tarde, lo sabía y, por primera vez en mucho tiempo no había sido de manera intencionada. Pero de nada serviría contarle la verdad a mi padre o las excusas, él odiaba la impuntualidad y los escándalos y últimamente yo era ambas cosas para él y por eso le encontraría de mal humor nada más cruzar el umbral de la puerta.
Si había algo que parecía no haber cambiado desde que había abandonado aquella casa semanas atrás, era que el servicio me adoraba y a mi padre le temían. Charlotte y Lourdes me avasallaron con preguntas nada más verme en la entrada, pidiendo ver mi anillo de compromiso, preguntándome por monsieur Black e instándome a que no tardara mucho tiempo en tratar de traer una criatura al mundo pues, ese era el mejor bálsamo para un matrimonio.
Cuando las risas y los parloteos cesaron supe al instante quién era el culpable. La llegada de mi padre enranciaba el ambiente y callaba a todos los que estuvieran a su alrededor, extinguiendo las risas y las jovialidades para dar paso a la rectitud. Me acerqué a él, desdibujando de mi rostro aquella sonrisa que brillaba en él minutos atrás e hice una reverencia sutil tal y como mandaba el protocolo.
-Padre...- susurré incorporándome y acercándome a su rostro para depositar un beso en su mejilla –Disculpad el retraso, tenía cosas importantes que solucionar con el servicio antes de venir para acá-
Nada, ni una sonrisa, ni un rictus de cariño o arrepentimiento en su rostro, la misma frialdad de siempre. Mis ojos se cerraron un instante mientras mi cuerpo le daba la espalda ¿Nos daríamos por vencidos en alguna ocasión?¿O sería siempre así?
No entendía por qué teníamos que seguir fingiendo. Si Axel no iba, y nadie más podía vernos al margen del servicio que estaba enterado de casi todo, no sabía por qué tenía que seguir acudiendo a aquella cita y comer frente a mi padre, entre reproches, cuando ambos no podíamos soportarnos el uno al otro y, cada día que pasábamos juntos la situación empeoraba.
Los minutos pasaban aciagos, acercándome a la hora en la que debería deshacerme de los brazos de mi prometido sobre mi cuerpo desnudo para ahora, cubrirlos con sedas y vestidos lo más recatados posible si no quería que mi "adorado" padre muriera de un infarto nada más verme y me desheredara, aunque bien visto... quizá sería una posibilidad que me gustaría explorar en el futuro, ver hasta dónde podía llegar a desquiciarle sin matarle de un infarto... Cuando decidiera experimentar debería contar, sin ninguna duda con la ayuda de Joe y su mente retorcida.
En realidad, siempre que pensaba todas estas cosas acababa arrepintiéndome. Nunca era capaz, como si una parte de mi se resistiera a aceptar que aquel al que odiaba era el mismo que de niña me arrancaba las sonrisas y las risas a cada instante, ese al que yo adoraba como al más valiente de los héroes, ese que me leía por las noches y se quedaba conmigo hasta que mis ojos se cerraban. ¿En qué momento mi héroe se había convertido en mi monstruo? ¿Había sido alguna vez un héore, o sólo un monstruo con una careta? ¿Alguna vez me había querido de verdad o, simplemente quería que fuera arcilla entre sus dedos?
Siempre me hacía las mismas preguntas y nunca obtenía las respuestas. Y al final acababa armando esa barrera que mostraba ante él, la de una hija que odiaba a su padre y no le importaba lo más mínimo, cuando en realidad estaba rota por dentro de saber roto aquel vínculo emocional. Rota por saber que quien debería ser una de las personas más importantes de su vida no tenía el menor interés por serlo y apenas se inmutaba con sus desprecios.
Una lágrima rodó tímida por mis mejillas para ir a morir a mis labios, mas mi mano acudió rauda a levantar de nuevo aquellas murallas. No podía ser débil, no podía dejar que él me viera débil porque si no me manejaría a su antojo y capricho. Escogí un vestido ni muy sobrio, ni provocativo como le gustaba a Joe. Un simple vestido de gasa azul cielo y manga francesa, un pequeño tocado con velo que me cubriera la cara y me dispuse a enfrentarme a mis propios demonios.
Llegaba tarde, lo sabía y, por primera vez en mucho tiempo no había sido de manera intencionada. Pero de nada serviría contarle la verdad a mi padre o las excusas, él odiaba la impuntualidad y los escándalos y últimamente yo era ambas cosas para él y por eso le encontraría de mal humor nada más cruzar el umbral de la puerta.
Si había algo que parecía no haber cambiado desde que había abandonado aquella casa semanas atrás, era que el servicio me adoraba y a mi padre le temían. Charlotte y Lourdes me avasallaron con preguntas nada más verme en la entrada, pidiendo ver mi anillo de compromiso, preguntándome por monsieur Black e instándome a que no tardara mucho tiempo en tratar de traer una criatura al mundo pues, ese era el mejor bálsamo para un matrimonio.
Cuando las risas y los parloteos cesaron supe al instante quién era el culpable. La llegada de mi padre enranciaba el ambiente y callaba a todos los que estuvieran a su alrededor, extinguiendo las risas y las jovialidades para dar paso a la rectitud. Me acerqué a él, desdibujando de mi rostro aquella sonrisa que brillaba en él minutos atrás e hice una reverencia sutil tal y como mandaba el protocolo.
-Padre...- susurré incorporándome y acercándome a su rostro para depositar un beso en su mejilla –Disculpad el retraso, tenía cosas importantes que solucionar con el servicio antes de venir para acá-
Nada, ni una sonrisa, ni un rictus de cariño o arrepentimiento en su rostro, la misma frialdad de siempre. Mis ojos se cerraron un instante mientras mi cuerpo le daba la espalda ¿Nos daríamos por vencidos en alguna ocasión?¿O sería siempre así?
Cèline Dampierre- Humano Clase Alta
- Mensajes : 119
Fecha de inscripción : 19/06/2016
Re: Domingos en familia - Privado
La copa de vino continuaba casi entera en mi mano. No podía dejar de mirarla, el color oscuro que tenía se parecía a la sangre y así lo sería si no fuera tan líquido. Di un pequeño sorbo, saboreandolo, era un crianza. Uno de los mejores que tenía en la bodega. Louí sabía muy bien lo que me gustaba, ese muchacho había aprendido rápido.
A través del ventanal que había en la sala de estar, podía ver todo lo que ocurría en la entrada de la mansión. Vi como Cèline llegaba y como Charlotte y Lourdes iban a su encuentro, emocionadas de verla. La echaban de menos, ya no podía disfrutar de sus charlas entre mujeres con la señora de la casa, ahora sólo podían hablar entre ellas y en susurros si yo me encontraba delante. Di un último sorbo a la copa, bebiendomela al completo, dejándola encima de la mesa de té.
Me levanté del sofá, arreglé un poco la americana que llevaba puesta y salí a la entrada para poder recibir a mi hija. Nada más llegar, las sirvientas cesaron sus risas y agacharon la cabeza. Una mirada bastó para que volviesen a la casa a hacer sus quehaceres. Ya les había bastado este pequeño descanso. Cèline besó mi mejilla y me dio la razón por la que había tenido que hacerme esperar. No dije nada, ni siquiera moví un solo músculo de mi cara. Tenía hambre, estaba enfadado por haber tenido que esperar y encima ahora debería de cambiarle el servicio que le daban en casa de su prometido... Alguien como el señor Black debería de tener un servicio eficiente y eficaz, como lo era el mío. Últimamente ese hombre estaba dejando mucho que desear según mi opinión. Iba a tener que arrepentirme de haber prometido a mi hija con él y haberle permitido el que se fuesen a vivir juntos antes del enlace.
Pasé de nuevo a la casa y Lourdes nos anunció que ya estaba todo preparado, listo para ser servido y degustado. Acompañé a mi hija hasta el comedor, agarrándola levemente por la cintura. — Tenemos Coliflor hervida y pavo guisado con patatas. Espero que no se haya enfriado por tu tardanza.— Seguro que si hubiera estado hoy Axel acompañándonos, ella no hubiera llegado tarde. No sabía si creerme la excusa que me había dado.
Me senté en el extremo de la mesa, presidiéndola con Cèline a mi derecha. Louí comenzó a servir la coliflor, el cocinero le había echado queso por encima para darle más sabor. Sirvieron vino y agua en dos copas, también dejaron rebanadas de pan para acompañar. Cogí el tenedor y probé la comida, estaba deliciosa. Miré a Cèline de reojo y cuando tragué comencé la conversación. —Bueno. ¿Debo cambiar el servicio de la casa del señor Black? No quiero que sean tan incompetentes como para que te hagan retrasarte cuando tienes que hacer cosas.— Terminé de mirarle y continué comiendo, entre tenedor y tenedor, aprovechaba para mirarle, la cosa estaba tensa, podía notarlo, como siempre. —¿Qué tal con Joe? ¿Te trata bien?— Cogí un trozo de pan para acompañar el último tenedor que había cogido y di un sorbo al vino, era el mismo que me había tomado antes mientras esperaba.
A través del ventanal que había en la sala de estar, podía ver todo lo que ocurría en la entrada de la mansión. Vi como Cèline llegaba y como Charlotte y Lourdes iban a su encuentro, emocionadas de verla. La echaban de menos, ya no podía disfrutar de sus charlas entre mujeres con la señora de la casa, ahora sólo podían hablar entre ellas y en susurros si yo me encontraba delante. Di un último sorbo a la copa, bebiendomela al completo, dejándola encima de la mesa de té.
Me levanté del sofá, arreglé un poco la americana que llevaba puesta y salí a la entrada para poder recibir a mi hija. Nada más llegar, las sirvientas cesaron sus risas y agacharon la cabeza. Una mirada bastó para que volviesen a la casa a hacer sus quehaceres. Ya les había bastado este pequeño descanso. Cèline besó mi mejilla y me dio la razón por la que había tenido que hacerme esperar. No dije nada, ni siquiera moví un solo músculo de mi cara. Tenía hambre, estaba enfadado por haber tenido que esperar y encima ahora debería de cambiarle el servicio que le daban en casa de su prometido... Alguien como el señor Black debería de tener un servicio eficiente y eficaz, como lo era el mío. Últimamente ese hombre estaba dejando mucho que desear según mi opinión. Iba a tener que arrepentirme de haber prometido a mi hija con él y haberle permitido el que se fuesen a vivir juntos antes del enlace.
Pasé de nuevo a la casa y Lourdes nos anunció que ya estaba todo preparado, listo para ser servido y degustado. Acompañé a mi hija hasta el comedor, agarrándola levemente por la cintura. — Tenemos Coliflor hervida y pavo guisado con patatas. Espero que no se haya enfriado por tu tardanza.— Seguro que si hubiera estado hoy Axel acompañándonos, ella no hubiera llegado tarde. No sabía si creerme la excusa que me había dado.
Me senté en el extremo de la mesa, presidiéndola con Cèline a mi derecha. Louí comenzó a servir la coliflor, el cocinero le había echado queso por encima para darle más sabor. Sirvieron vino y agua en dos copas, también dejaron rebanadas de pan para acompañar. Cogí el tenedor y probé la comida, estaba deliciosa. Miré a Cèline de reojo y cuando tragué comencé la conversación. —Bueno. ¿Debo cambiar el servicio de la casa del señor Black? No quiero que sean tan incompetentes como para que te hagan retrasarte cuando tienes que hacer cosas.— Terminé de mirarle y continué comiendo, entre tenedor y tenedor, aprovechaba para mirarle, la cosa estaba tensa, podía notarlo, como siempre. —¿Qué tal con Joe? ¿Te trata bien?— Cogí un trozo de pan para acompañar el último tenedor que había cogido y di un sorbo al vino, era el mismo que me había tomado antes mientras esperaba.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 21/10/2016
Re: Domingos en familia - Privado
Indiferencia, eso era todo cuanto yo conseguía despertar en mi padre. En esta ocasión ni siquiera había habido un reproche, un cuello con gotas perladas de sudor fruto de la desesperación que mis actos le provocaban. Tan sólo silencio e indiferencia ante aquel beso y ante mis disculpas. Poco importaba que yo tratara de hacer las cosas bien o, simplemente, que tratara de disculparme por mis errores, para mi padre nunca sería suficiente, nunca sería como Axel, nunca sería digna de sus enfados pues mis hijos, no seguirían con su legado. Su legado y su apellido morían conmigo y por eso cada día que pasaba él parecía perder el interés por mis palabras y mis provocaciones.
Mis pasos lentos me dirigieron hasta el comedor y mis ojos, descubrieron segundos antes lo que mi padre pronto confirmó con sus palabras. Coliflor hervida, genial. Mi padre había pedido que prepararan para aquella velada uno de los pocos platos que yo no podía soportar. Parecía que, al fin y al cabo, no le resultaba tan indiferente.
-Francamente padre, puede que la coliflor hervida y fría no me disguste tanto como caliente- esbocé una sonrisa falsa antes de sentarme a la mesa y esperar a que uno de los mayordomos comenzara a servirme la comida en el plato.
Mientras Francis hacía lo propio sirviéndome aquella hedionda verdura en el plato, yo llevé mi mano hasta la copa de vino. La tomé con mi mano y la alcé frente a mi padre a modo de brindis. Si había algo claro es que no le iba a dar la satisfacción de una queja o un reproche tal y como él esperaba. El líquido carmesí fue a mis labios y llenó mi paladar con su intenso sabor; debía disfrutarlo pues a continuación, encontraría en ellos el horrendo sabor de aquel vegetal que odiaba.
Cargué mi tenedor bajo la atenta mirada de mi padre y lo llevé a mis labios con una mueca de fingido placer en el rostro. Vacilé un instante y, al imaginar la sonrisa que debía estar formándose en el rostro de mi padre, metí el tenedor en mi boca y tragué aquel bocado sin apenas pensarlo, tratando de no sentir aquel asqueroso sabor en mi boca.
-Es mi casa padre, y por tanto me corresponde a mi decidir quién forma parte de mi servicio y si este es eficaz o no, no a vos- Mis ojos buscaron los suyos, enfrentándose frente a frente a ellos, uno de los pocos rasgos que había heredado de él en lugar de mi madre -¿Qué ocurre? ¿No tenéis suficiente con atormentar a vuestra servidumbre que queréis hacerlo también con la mía?- tomé de nuevo la copa entre mis dedos con una sonrisa de suficiencia en los labios esperando su respuesta.
-Y sí padre, Joe me trata bien. Aunque es lo habitual cuando algo sale según los deseos de uno mismo- tomé de nuevo otro poco de coliflor antes de contestarle –Vos pensabáis que hacíais un negocio redondo vendiéndome a aquel extranjero que apareció en nuestra casa como un fiel y rico amigo de la Contesse, mas lo que no sabíais es que estabais cumpliendo mis deseos desposándome con un hombre que me da la libertad que vos me arrebatabais en estas cuatro paredes, con un hombre que sólo necesita mirarme para desearme y para complacer todos mis deseos. En definitiva padre, habéis hecho un negocio redondo, pues me habéis prometido al hombre que me ama y al que yo amo-
Mis dedos se deslizaron casi sin ser conscientes de ello hasta mi cuello, hasta el fino cordón de oro en el que antes había un botón que había pertenecido a la reina de Francia. Botón que yo había regalado a Joe como signo de amor y de la niña inocente que un día había sido. Botón que ahora descansaba en su pecho. Botón que ahora había sido reemplazado por aquel simple anillo de hierba que él me había regalado al pedirme ser su esposa. Mis dedos se aferraron a él como si fuera mi tabla de salvación en medio de un océano inhóspito, el océano de la mirada de mi prometido.
-Aunque francamente padre- dije soltando aquel anillo para llevar mi mano de nuevo al tenedor y acabar el contenido de aquel horrendo plato- Dudo mucho que sea mi bienestar el que os preocupe, o que Joe me trate bien cuando vos mismo no dudáis en usar la violencia cuando una sirvienta no es sumisa a vuestras órdenes-
Solté mi tenedor sobre el plato y limpié mis labios carmesí con la servilleta. Sabía que sus ojos estarían fijos sobre mi persona, tratando de ser impasibles, mas sabía que aquellas afirmaciones eran justo la que más le desquiciaban. Dejé la servilleta sobre la mesa y clavé de nuevo mi mirada en la suya, altiva, desafiante, confiada –Felicitad a Loui, al final conseguirá que algo tan hediondo como la coliflor me acabe gustando, pese a vuestros empeños por hacerme aborrecerla y amargarme la comida con ella, padre-
Mis pasos lentos me dirigieron hasta el comedor y mis ojos, descubrieron segundos antes lo que mi padre pronto confirmó con sus palabras. Coliflor hervida, genial. Mi padre había pedido que prepararan para aquella velada uno de los pocos platos que yo no podía soportar. Parecía que, al fin y al cabo, no le resultaba tan indiferente.
-Francamente padre, puede que la coliflor hervida y fría no me disguste tanto como caliente- esbocé una sonrisa falsa antes de sentarme a la mesa y esperar a que uno de los mayordomos comenzara a servirme la comida en el plato.
Mientras Francis hacía lo propio sirviéndome aquella hedionda verdura en el plato, yo llevé mi mano hasta la copa de vino. La tomé con mi mano y la alcé frente a mi padre a modo de brindis. Si había algo claro es que no le iba a dar la satisfacción de una queja o un reproche tal y como él esperaba. El líquido carmesí fue a mis labios y llenó mi paladar con su intenso sabor; debía disfrutarlo pues a continuación, encontraría en ellos el horrendo sabor de aquel vegetal que odiaba.
Cargué mi tenedor bajo la atenta mirada de mi padre y lo llevé a mis labios con una mueca de fingido placer en el rostro. Vacilé un instante y, al imaginar la sonrisa que debía estar formándose en el rostro de mi padre, metí el tenedor en mi boca y tragué aquel bocado sin apenas pensarlo, tratando de no sentir aquel asqueroso sabor en mi boca.
-Es mi casa padre, y por tanto me corresponde a mi decidir quién forma parte de mi servicio y si este es eficaz o no, no a vos- Mis ojos buscaron los suyos, enfrentándose frente a frente a ellos, uno de los pocos rasgos que había heredado de él en lugar de mi madre -¿Qué ocurre? ¿No tenéis suficiente con atormentar a vuestra servidumbre que queréis hacerlo también con la mía?- tomé de nuevo la copa entre mis dedos con una sonrisa de suficiencia en los labios esperando su respuesta.
-Y sí padre, Joe me trata bien. Aunque es lo habitual cuando algo sale según los deseos de uno mismo- tomé de nuevo otro poco de coliflor antes de contestarle –Vos pensabáis que hacíais un negocio redondo vendiéndome a aquel extranjero que apareció en nuestra casa como un fiel y rico amigo de la Contesse, mas lo que no sabíais es que estabais cumpliendo mis deseos desposándome con un hombre que me da la libertad que vos me arrebatabais en estas cuatro paredes, con un hombre que sólo necesita mirarme para desearme y para complacer todos mis deseos. En definitiva padre, habéis hecho un negocio redondo, pues me habéis prometido al hombre que me ama y al que yo amo-
Mis dedos se deslizaron casi sin ser conscientes de ello hasta mi cuello, hasta el fino cordón de oro en el que antes había un botón que había pertenecido a la reina de Francia. Botón que yo había regalado a Joe como signo de amor y de la niña inocente que un día había sido. Botón que ahora descansaba en su pecho. Botón que ahora había sido reemplazado por aquel simple anillo de hierba que él me había regalado al pedirme ser su esposa. Mis dedos se aferraron a él como si fuera mi tabla de salvación en medio de un océano inhóspito, el océano de la mirada de mi prometido.
-Aunque francamente padre- dije soltando aquel anillo para llevar mi mano de nuevo al tenedor y acabar el contenido de aquel horrendo plato- Dudo mucho que sea mi bienestar el que os preocupe, o que Joe me trate bien cuando vos mismo no dudáis en usar la violencia cuando una sirvienta no es sumisa a vuestras órdenes-
Solté mi tenedor sobre el plato y limpié mis labios carmesí con la servilleta. Sabía que sus ojos estarían fijos sobre mi persona, tratando de ser impasibles, mas sabía que aquellas afirmaciones eran justo la que más le desquiciaban. Dejé la servilleta sobre la mesa y clavé de nuevo mi mirada en la suya, altiva, desafiante, confiada –Felicitad a Loui, al final conseguirá que algo tan hediondo como la coliflor me acabe gustando, pese a vuestros empeños por hacerme aborrecerla y amargarme la comida con ella, padre-
Cèline Dampierre- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/06/2016
Re: Domingos en familia - Privado
Sabía los gustos alimentarios de mi hija, por eso había hecho bien en pedir que el menú de hoy llevase coliflor. A mi me gustaba, era una verdura sana, y estaba bien cocinada, con bechamel y queso gratinado, hoy, sin jamón. Alcé un poco la vista de mi plato mientras Francis servía en el plato de Cèline. —Fría sabe mucho peor. Por tu bien, espero que permanezca caliente o al menos, en su punto justo. — Dije con seriedad y algo de brusquedad. Tomó un sorbo de su vino e hizo el gesto de un brindis, en el cual yo no participé. No quité los ojos de ella, quería ver la mueca que iba a poner cuando probase la verdura. Dejé escapar una imperceptible sonrisa y miré a mi plato, centrándome en la coliflor, cogiendo la mayor cantidad de bechamel que pudiese tener.
Sorbí un poco de la copa que contenía la bebida alcohólica y la escuché. Estaba comenzando a arrepentirme de haberla prometido con ese Black. Ni siquiera estaban viviendo en la casa de él, como debía de ser, como había sido siempre. La mujer abandonaba el hogar familiar para pasar a vivir en el de su futuro esposo o ya esposo si se daba el caso de que ya se habían casado. Pero con él no era así, estaban viviendo en la casa de mi difunta esposa. Parecía alguien mediocre para mi “querida” hija. Por muy de la realeza o alguien importante que fuera ese Black. Terminé el último tenedor de coliflor y lo dejé sobre el plato, cogiendo algo de pan para que pasase mejor. —Verás, no quiero atormentar a tu servidumbre, pero quiero que sean eficaces. Si no has llegado a tiempo por su culpa, muy eficaces no son Cèline. Quizás deben de dedicarse a otros menesteres. — Yo funcionaba así, si no me gustaba la actitud de algún miembro de mi servicio, les daba un aviso. A la siguiente, eran despachados de mi casa. No me gustaba ni un ápice la sonrisa de suficiencia que estaba poniendo, así que con tan solo una mirada, Francis le sirvió más coliflor en su plato, la cual, ya estaría fría. —Come más hija, estás delgada. — Le sonreí, esta vez devolviéndole la misma sonrisa que ella me había dado. Estaba en un terreno en el que no iba a poder ganar.
¿Qué le amaba? Nadie podía amar a un monstruo. Hoy había tardado en salir de la Iglesia porque había estado hablando con mi informador de la inquisición, alguien en que tenía mi total confianza. Y según me había contado, habían estado siguiendo al prometido de mi hija, su aspecto era extraño, así como sus costumbres, nunca le habían visto salir de día, mi hija siempre salía a pasear sola, sin su compañía, algo que no se debía hacer, cualquier hombre podría encapricharse con ella y hacerle algo, sin tener a nadie que la defendiese. Según me había contado, se trataba de un vampiro, un ser que bebía sangre de humanos. Eso no era amor. No podía estar enamorada de un ser como ese, un demonio en la tierra. Apreté un poco mis puños, no podía dejar a mi hija en sus frías manos, ni tampoco mis francos. Por ello, tenía un pequeño plan en mente, pero para llevarlo a cabo, tenía que quedarme a Cèline todo el fin de semana aquí, cosa que me iba a suponer todo un reto el que aceptase mi propuesta de buenas a primeras y más si su hermano Axel no estaba. Continué escuchándola con atención, me había puesto un poco más tenso, pero lo disimulé cuando Francis retiró mi plato de verdura vacío y colocó en otro plato una pechuga del pavo con su salsa y las patatas. Del pavo salía humo, por lo que aún estaba caliente. Debía esperar, momento que aproveché para contestar a mi hija en todo lo que decía. —Me alegro de que le ames. O que creas que lo haces. El amor es complejo, nadie ama a su futuro esposo de un día para otro. Quizás estés algo confundida. — Di un pequeño sorbo antes de proseguir. Sabía que algunos vampiros tenían la habilidad de confundir a las personas, quizás Cèline estuviese bajo su influjo. —Vuestro bienestar me preocupa, Cèline. Eres mi única hija y aún guardo con agrado en mi memoria nuestros momentos juntos desde que naciste, aunque ahora nuestra relación no sea así. —
Cogí el cuchillo y comencé a partir un trozo de la pechuga, ahora ya no estaría tan fría como cabía esperar. Me lo llevé a la boca y devolví la mirada a mi hija, exactamente igual que la que ella me estaba lanzando. —Podéis felicitarle vos misma. Como buena mujer, debes aprender a comer de todo. No quiero que en algún convite pongan algo de comer y tú no comas. No es de buena educación rechazar la comida en estos tiempos, querida. Gente pagaría por ese plato de verdura que casi no te terminas, aunque te haya hecho repetir. — Francis le sirvió a Cèline un trozo de la pata del pavo, desconocía que parte del pavo le gustaba, pero las pechugas me pertenecían a mí. —Espero que aprecies el pavo. A sido cazado esta misma mañana. — Unté un trozo de pan en su salsa y alcé la mirada, algo dubitativa. No sabía como iba a reaccionar ante mi siguiente pregunta. —¿Qué planes tienes para el fin de semana? —
Sorbí un poco de la copa que contenía la bebida alcohólica y la escuché. Estaba comenzando a arrepentirme de haberla prometido con ese Black. Ni siquiera estaban viviendo en la casa de él, como debía de ser, como había sido siempre. La mujer abandonaba el hogar familiar para pasar a vivir en el de su futuro esposo o ya esposo si se daba el caso de que ya se habían casado. Pero con él no era así, estaban viviendo en la casa de mi difunta esposa. Parecía alguien mediocre para mi “querida” hija. Por muy de la realeza o alguien importante que fuera ese Black. Terminé el último tenedor de coliflor y lo dejé sobre el plato, cogiendo algo de pan para que pasase mejor. —Verás, no quiero atormentar a tu servidumbre, pero quiero que sean eficaces. Si no has llegado a tiempo por su culpa, muy eficaces no son Cèline. Quizás deben de dedicarse a otros menesteres. — Yo funcionaba así, si no me gustaba la actitud de algún miembro de mi servicio, les daba un aviso. A la siguiente, eran despachados de mi casa. No me gustaba ni un ápice la sonrisa de suficiencia que estaba poniendo, así que con tan solo una mirada, Francis le sirvió más coliflor en su plato, la cual, ya estaría fría. —Come más hija, estás delgada. — Le sonreí, esta vez devolviéndole la misma sonrisa que ella me había dado. Estaba en un terreno en el que no iba a poder ganar.
¿Qué le amaba? Nadie podía amar a un monstruo. Hoy había tardado en salir de la Iglesia porque había estado hablando con mi informador de la inquisición, alguien en que tenía mi total confianza. Y según me había contado, habían estado siguiendo al prometido de mi hija, su aspecto era extraño, así como sus costumbres, nunca le habían visto salir de día, mi hija siempre salía a pasear sola, sin su compañía, algo que no se debía hacer, cualquier hombre podría encapricharse con ella y hacerle algo, sin tener a nadie que la defendiese. Según me había contado, se trataba de un vampiro, un ser que bebía sangre de humanos. Eso no era amor. No podía estar enamorada de un ser como ese, un demonio en la tierra. Apreté un poco mis puños, no podía dejar a mi hija en sus frías manos, ni tampoco mis francos. Por ello, tenía un pequeño plan en mente, pero para llevarlo a cabo, tenía que quedarme a Cèline todo el fin de semana aquí, cosa que me iba a suponer todo un reto el que aceptase mi propuesta de buenas a primeras y más si su hermano Axel no estaba. Continué escuchándola con atención, me había puesto un poco más tenso, pero lo disimulé cuando Francis retiró mi plato de verdura vacío y colocó en otro plato una pechuga del pavo con su salsa y las patatas. Del pavo salía humo, por lo que aún estaba caliente. Debía esperar, momento que aproveché para contestar a mi hija en todo lo que decía. —Me alegro de que le ames. O que creas que lo haces. El amor es complejo, nadie ama a su futuro esposo de un día para otro. Quizás estés algo confundida. — Di un pequeño sorbo antes de proseguir. Sabía que algunos vampiros tenían la habilidad de confundir a las personas, quizás Cèline estuviese bajo su influjo. —Vuestro bienestar me preocupa, Cèline. Eres mi única hija y aún guardo con agrado en mi memoria nuestros momentos juntos desde que naciste, aunque ahora nuestra relación no sea así. —
Cogí el cuchillo y comencé a partir un trozo de la pechuga, ahora ya no estaría tan fría como cabía esperar. Me lo llevé a la boca y devolví la mirada a mi hija, exactamente igual que la que ella me estaba lanzando. —Podéis felicitarle vos misma. Como buena mujer, debes aprender a comer de todo. No quiero que en algún convite pongan algo de comer y tú no comas. No es de buena educación rechazar la comida en estos tiempos, querida. Gente pagaría por ese plato de verdura que casi no te terminas, aunque te haya hecho repetir. — Francis le sirvió a Cèline un trozo de la pata del pavo, desconocía que parte del pavo le gustaba, pero las pechugas me pertenecían a mí. —Espero que aprecies el pavo. A sido cazado esta misma mañana. — Unté un trozo de pan en su salsa y alcé la mirada, algo dubitativa. No sabía como iba a reaccionar ante mi siguiente pregunta. —¿Qué planes tienes para el fin de semana? —
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/10/2016
Re: Domingos en familia - Privado
Aquello era típico de mi padre. Torturar a todas y cada una de las personas que estaban a su alrededor de forma silenciosa pero letal. Hacerme comer de un plato que sabía de sobra que detestaba, humillar al servicio delante de los invitados de la casa o ridiculizar a sus "amigos" delante de personalidades importantes para quedar él por encima, eran muestras de los niveles de crueldad que su perversa mente podía llegar a alcanzar. Protestar o negarme a comer más de aquel plato tan solo le otorgaría su estúpida victoria y, si algo había aprendido en aquellos años, era que no había nada que detestara más que verle ganar con esa sonrisa de suficiencia en el rostro.
Con parsimonia, y sin una sola mueca de disgusto en mi rostro, fui comiendo uno a uno los trozos de coliflor que descansaban en mi plato. -No vives en mi casa. Así que querido padre- dije remarcando aquellas dos últimas palabras con sorna -No puedes saber si son o no eficaces. He llegado tarde porque estaban comentándome detalles de la cena que celebraré en mi casa en unas semanas para que mis amistades más influyentes conozcan a Joe y así puedan establecer fructíferas relaciones comeerciales con ellos tanto mi prometido como Axel-
Omití su nombre en aquella lista de personas que se beneficiarían de mis amistades. Haría cualquier cosa por mejorar el nombre y posición de mi familia, pero lo haría por y para beneficio de Axel, nunca para el beneficio de mi padre. -Será una reunión larga y tediosa, llena de charlas interminables sobre dinero y propiedades, por eso no os hemos invitado una invitación padre. Ya no sois un quinceañero y nos preocupa vuestra salud-
Esbocé una sonrisa socarrona antes de acabar con el último pedazo de coliflor que quedaba en el plato. Si algo odiaba mi padre era perder la oportunidad de hacer buenos negocios o, mejor dicho, la oportunidad de embolsarse unos buenos montones de francos en sus bolsillos. -No sufras papá- dije observando su rictus tenso con placer mientras Loui retiraba mi plato vacío y me servía uno con comida de verdad. -A fin de cuentas, seguro que encuentras una prostituta barata que te acompañe esa noche para que no estés solo como el perro que eres. Ups- dije llevando mi mano enguantada hasta los labios -Parece que la coliflor ha hecho que pierda los modales además del apetito-
Mis ojos castaños no perdían detalle de cada una de sus acciones. Si bien desconocía los pensamientos exactos que bullían en su mente, sus gestos me proporcionaban pistas claras de que no estaba cómodo con mis palabras. Nudillos blancos de apretar los cubiertos entre sus manos y mandíbula tensa y apretada le delataban. Él sufría y yo me deleitaba con ello mientras llevaba a mi boca un bocado de aquel delicioso pavo.
¿Amor?¿Qué sabía él del amor?¿Cuánto le había durado a él el amor por mi madre?¿Y osaba si quiera tratar de darme lecciones sobre el amor? Ahora era yo quien tensaba el gesto ante sus palabras y su falsa preocupación hacia mi y mis sentimientos. ¿Qué tramaba? Él era quien había acordado con Joe nuestro matrimonio y, hasta donde yo sabía, él estaba encantado con su decisión. Hasta el punto de invitarle a acudir con él al prostíbulo y destanado así entre nosotros una fatídica discusión que casi había acabado con nuestra relación por haber acabado él forzandome a mi.
¿Qué le había hecho cambiar de opinión acerca de Joe? O mejor dicho, ¿quién?¿Acaso había alguien más interesado en mi mano y él se estaba planteando el cancelar mi compromiso para venderme de nuevo a otro hombre? -¿Que qué hago el fin de semana?- pregunté dispuesta a tirar por tierra todas sus intenciones -No creo que salga de la cama durante esos días la verdad. No pongáis esa cara padre-. Dije con una sonrisa que sería el preludio de mi golpe mortal.
-No será la holgazanería que tanto odiais la que me retenga en el lecho, sino las manos de mi prometido recorriendo sin descanso mi cuerpo desnudo- Una hija que ya no fuera vírgen no sería tan fácil de casar con cualquiera de los otros hombres puritanos que él podía tener en mente. -Así que siento deciros que estaré muy ocupada en esos días. Nos estamos tomando muy en serio el engendrar un hijo y disfrutar en el proceso- mentí, pues sabía de sobra que con Joe aquel futuro no era el que me esperaba. Jamás podría engendrar un hijo suyo -Joe está tan agradecido contigo que, al saber lo mucho que valoras el legado y la familia, desea complacerte haciéndote abuelo y claro, hemos de intentarlo una y otra vez hasta que nuestros intentos tengan resultado-
Aquello, sin duda, había sido demasiado osado hasta para mi, pero no iba a permitir que me separaran del hombre que me había librado del yugo de mi padre, del hombre que me había hecho sentir viva por primera vez en mucho tiempo. -¿Y bien?- dije apartando con una sonrisa de suficiencia el plato vacío -¿Qué hay de postre?-
Con parsimonia, y sin una sola mueca de disgusto en mi rostro, fui comiendo uno a uno los trozos de coliflor que descansaban en mi plato. -No vives en mi casa. Así que querido padre- dije remarcando aquellas dos últimas palabras con sorna -No puedes saber si son o no eficaces. He llegado tarde porque estaban comentándome detalles de la cena que celebraré en mi casa en unas semanas para que mis amistades más influyentes conozcan a Joe y así puedan establecer fructíferas relaciones comeerciales con ellos tanto mi prometido como Axel-
Omití su nombre en aquella lista de personas que se beneficiarían de mis amistades. Haría cualquier cosa por mejorar el nombre y posición de mi familia, pero lo haría por y para beneficio de Axel, nunca para el beneficio de mi padre. -Será una reunión larga y tediosa, llena de charlas interminables sobre dinero y propiedades, por eso no os hemos invitado una invitación padre. Ya no sois un quinceañero y nos preocupa vuestra salud-
Esbocé una sonrisa socarrona antes de acabar con el último pedazo de coliflor que quedaba en el plato. Si algo odiaba mi padre era perder la oportunidad de hacer buenos negocios o, mejor dicho, la oportunidad de embolsarse unos buenos montones de francos en sus bolsillos. -No sufras papá- dije observando su rictus tenso con placer mientras Loui retiraba mi plato vacío y me servía uno con comida de verdad. -A fin de cuentas, seguro que encuentras una prostituta barata que te acompañe esa noche para que no estés solo como el perro que eres. Ups- dije llevando mi mano enguantada hasta los labios -Parece que la coliflor ha hecho que pierda los modales además del apetito-
Mis ojos castaños no perdían detalle de cada una de sus acciones. Si bien desconocía los pensamientos exactos que bullían en su mente, sus gestos me proporcionaban pistas claras de que no estaba cómodo con mis palabras. Nudillos blancos de apretar los cubiertos entre sus manos y mandíbula tensa y apretada le delataban. Él sufría y yo me deleitaba con ello mientras llevaba a mi boca un bocado de aquel delicioso pavo.
¿Amor?¿Qué sabía él del amor?¿Cuánto le había durado a él el amor por mi madre?¿Y osaba si quiera tratar de darme lecciones sobre el amor? Ahora era yo quien tensaba el gesto ante sus palabras y su falsa preocupación hacia mi y mis sentimientos. ¿Qué tramaba? Él era quien había acordado con Joe nuestro matrimonio y, hasta donde yo sabía, él estaba encantado con su decisión. Hasta el punto de invitarle a acudir con él al prostíbulo y destanado así entre nosotros una fatídica discusión que casi había acabado con nuestra relación por haber acabado él forzandome a mi.
¿Qué le había hecho cambiar de opinión acerca de Joe? O mejor dicho, ¿quién?¿Acaso había alguien más interesado en mi mano y él se estaba planteando el cancelar mi compromiso para venderme de nuevo a otro hombre? -¿Que qué hago el fin de semana?- pregunté dispuesta a tirar por tierra todas sus intenciones -No creo que salga de la cama durante esos días la verdad. No pongáis esa cara padre-. Dije con una sonrisa que sería el preludio de mi golpe mortal.
-No será la holgazanería que tanto odiais la que me retenga en el lecho, sino las manos de mi prometido recorriendo sin descanso mi cuerpo desnudo- Una hija que ya no fuera vírgen no sería tan fácil de casar con cualquiera de los otros hombres puritanos que él podía tener en mente. -Así que siento deciros que estaré muy ocupada en esos días. Nos estamos tomando muy en serio el engendrar un hijo y disfrutar en el proceso- mentí, pues sabía de sobra que con Joe aquel futuro no era el que me esperaba. Jamás podría engendrar un hijo suyo -Joe está tan agradecido contigo que, al saber lo mucho que valoras el legado y la familia, desea complacerte haciéndote abuelo y claro, hemos de intentarlo una y otra vez hasta que nuestros intentos tengan resultado-
Aquello, sin duda, había sido demasiado osado hasta para mi, pero no iba a permitir que me separaran del hombre que me había librado del yugo de mi padre, del hombre que me había hecho sentir viva por primera vez en mucho tiempo. -¿Y bien?- dije apartando con una sonrisa de suficiencia el plato vacío -¿Qué hay de postre?-
Cèline Dampierre- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/06/2016
Re: Domingos en familia - Privado
Sabía lo poco que le gustaba la coliflor, pero una dama de su estirpe y de su alcurnia, debía de comer todo lo que le ponían sobre la mesa, incluso si lo que había le producía después algún tipo de alergia. No era de buena educación dejar comida en el plato a no ser que fuera estrictamente necesario, por eso, siempre que venía, aprovechaba para ponerle los platos que no le gustaban. Ya no estaba aquí su madre para complacerla. La escuché con atención mientras hablaba sobre algún tipo de reunión de negocios llevada a cabo en su casa. Y como no, iba a ser por la noche. No había querido creerme lo que aquella inquisidora me había dicho acerca del prometido de mi hija, pero al parecer… No estaba equivocada.
Una pequeña mueca apareció en mi rostro, un tipo de sonrisa torcida. —Me alegra saber que os preocupa mi salud. ¿Si tan larga va a ser esa reunión, por qué no la hacéis de día? ¿Joe por el día está muy ocupado? — Obviamente, mi pregunta iba con segundas intenciones. Quería ver cómo salía de esta, estaba un poco cansado de que fingiera una preocupación por mí que ni siquiera existía. Ni yo la aguantaba a ella ni ella a mí. Desde que Marie ya no estaba, todo había cambiado entre nosotros. Di un sorbo a la copa de vino antes de ver como se había terminado todo lo que le quedaba en el plato. —¿Quiénes van a ir a casa de tu prometido? Qué tipo de empresarios… — ¿Joe se los cenaría? ¿Había mordido ya a mi hija? Apreté la servilleta de tela con la mano. Como ese monstruo se hubiera atrevido a tocar a mi hija de esa forma… Lo clavaría en una pica y le prendería fuego.
Loui le sirvió el segundo plato mientras yo continuaba mirándola. Había salido a su madre. Y era completamente igual que yo a la hora de hacer “daño” con sus palabras. Para eso no tenía escrúpulos. Alcé una ceja ante su “insulto”. Se estaba pasando de lista, si fuese una dama cualquiera ya hubiera recibido su merecido anteriormente. —Las prostitutas por las que pago no son nada baratas, no te confundas. La más cara que pagué fue tu madre. — ¿Quería jugar? Íbamos a jugar a un juego que ella no podía ganar. Yo también sabía darle donde más le dolía.
Ante su comentario sobre no salir de la cama en todo el fin de semana, apareció una sonrisa socarrona en mi cara. Era digna hija de su padre. Me terminé el vino que había en mi copa y Loui apareció de nuevo para servirme otra. Mis ojos volvieron a ponerse sobre mi hija. —Veo que nos parecemos más de lo que pensaba. Mucho acusas de que voy con prostitutas, pero tu prometido no es más que una. Pagaré mucho dinero si esa boda se llega a realizar, Céline. Es exactamente igual que una puta. — Sabía que su marido si realmente era un vampiro, no podía engendrar hijos, así que me estaba mintiendo, siempre supuestamente. Aún tenía que vigilarlo de cerca, solamente para asegurarme de que era cierto. —Hay rumores por París, sobre todo a la salida de las iglesias. Se dice que vuestro querido esposo es infértil. ¡Qué vergüenza! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Está claro que un hombre tan atractivo debía de tener algún fallo. ¿Cómo si no hubiera pedido vuestra mano? — Loui retiró los platos ante la pregunta de Celine, y trajo el postre. Una fruta fresca del mercado. Comencé a pelar la naranja con la mano. —Este fin de semana te quedas aquí. Y no hay más que hablar. Lourdes ya ha avisado a tu equipo de servicio, están preparándote las maletas. Al parecer, tu esposo sigue durmiendo. ¿Siempre es tan holgazán por las mañanas? — Le sonreí y di un mordisco.
Una pequeña mueca apareció en mi rostro, un tipo de sonrisa torcida. —Me alegra saber que os preocupa mi salud. ¿Si tan larga va a ser esa reunión, por qué no la hacéis de día? ¿Joe por el día está muy ocupado? — Obviamente, mi pregunta iba con segundas intenciones. Quería ver cómo salía de esta, estaba un poco cansado de que fingiera una preocupación por mí que ni siquiera existía. Ni yo la aguantaba a ella ni ella a mí. Desde que Marie ya no estaba, todo había cambiado entre nosotros. Di un sorbo a la copa de vino antes de ver como se había terminado todo lo que le quedaba en el plato. —¿Quiénes van a ir a casa de tu prometido? Qué tipo de empresarios… — ¿Joe se los cenaría? ¿Había mordido ya a mi hija? Apreté la servilleta de tela con la mano. Como ese monstruo se hubiera atrevido a tocar a mi hija de esa forma… Lo clavaría en una pica y le prendería fuego.
Loui le sirvió el segundo plato mientras yo continuaba mirándola. Había salido a su madre. Y era completamente igual que yo a la hora de hacer “daño” con sus palabras. Para eso no tenía escrúpulos. Alcé una ceja ante su “insulto”. Se estaba pasando de lista, si fuese una dama cualquiera ya hubiera recibido su merecido anteriormente. —Las prostitutas por las que pago no son nada baratas, no te confundas. La más cara que pagué fue tu madre. — ¿Quería jugar? Íbamos a jugar a un juego que ella no podía ganar. Yo también sabía darle donde más le dolía.
Ante su comentario sobre no salir de la cama en todo el fin de semana, apareció una sonrisa socarrona en mi cara. Era digna hija de su padre. Me terminé el vino que había en mi copa y Loui apareció de nuevo para servirme otra. Mis ojos volvieron a ponerse sobre mi hija. —Veo que nos parecemos más de lo que pensaba. Mucho acusas de que voy con prostitutas, pero tu prometido no es más que una. Pagaré mucho dinero si esa boda se llega a realizar, Céline. Es exactamente igual que una puta. — Sabía que su marido si realmente era un vampiro, no podía engendrar hijos, así que me estaba mintiendo, siempre supuestamente. Aún tenía que vigilarlo de cerca, solamente para asegurarme de que era cierto. —Hay rumores por París, sobre todo a la salida de las iglesias. Se dice que vuestro querido esposo es infértil. ¡Qué vergüenza! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Está claro que un hombre tan atractivo debía de tener algún fallo. ¿Cómo si no hubiera pedido vuestra mano? — Loui retiró los platos ante la pregunta de Celine, y trajo el postre. Una fruta fresca del mercado. Comencé a pelar la naranja con la mano. —Este fin de semana te quedas aquí. Y no hay más que hablar. Lourdes ya ha avisado a tu equipo de servicio, están preparándote las maletas. Al parecer, tu esposo sigue durmiendo. ¿Siempre es tan holgazán por las mañanas? — Le sonreí y di un mordisco.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Re: Domingos en familia - Privado
Si algo estaba claro era que, por mucho que ambos lo odiáramos, no podíamos negar que éramos familia; indudablemente él era mi padre e, indudablemente, yo me parecía a él más de lo que a mi me hubiera gustado. Nuestras reacciones eran las mismas y nuestras formas de actuar, cuando al otro se refería, eran prácticamente idénticas. Ambos sabíamos los puntos flacos del otro, ambos sabíamos dónde y cuándo golpear para hacer más daño pero, también ambos reaccionábamos de la misma manera cuando nuestro orgullo se veía herido.
Sus nudillos estaban tan blancos como el más puro márfil por culpa de mi lengua viperina y, ahora que él mencionaba a mi madre de una manera tan despectiva y despreocupada, los míos no tardaron en imitarle. Sentía la fría plata del cuchillo y el tenedor calentándose entre mis dedos a la misma velocidad que en mi se caldeaban los ánimos. Él sabía que mi madre era mi mayor devoción, que era alguien a quien admiraba y no toleraba bajo ningún concepto que hablaran mal de ella y yo sabía que él odiaba que no guardara las apariencias, que no fuera la “perfecta mujer” sumisa y presa de los hombres que él siempre había esperado. Ambos odiábamos no poder manejar a nuestro antojo a la otra persona, ambos odiábamos el sabernos tan parecidos y empeñarnos en parecer tan diferentes.
-Quienes acudan a mi casa es asunto mío y no vuestro padre. Yo no meto mi nariz en vuestros asuntos ni os pregunto qué compañías traéis a vuestro hogar así que espero que vos hagáis lo propio con el mío y el de mi prometido-
Respiré con lentitud una vez, necesitaba la cabeza fría para enfrentarme a él, para asestar el siguiente golpe y no salir herida en el intento. Con parsimonia, hundí la punta del cuchillo de plata sobre la carne, tratando de no sonreír demasiado si imaginaba que mi padre y no un pobre animal al que estaba sesgando la carne con aquel cuchillo. -Creo, padre, que las mojigatas de la iglesia poco pueden saber de si mi prometido es infértil o no, hoy por hoy me temo que sólo yo puedo responderos a esa pregunta- detuve aquella charla un instante, llevando un pedazo de carne a mis jugosos labios y esbozando una pequeña sonrisa al observar cómo él me miraba esperando a esa respuesta. Sonreí de nuevo y le hice esperar unos minutos hasta haber tragado aquel bocado. -Y debo deciros que no lo es- mentí -Simplemente pensamos que quedarme embarazada sin estar desposados aún sería un escándalo que no beneficiaría ni a los Black ni a los Dampierre y por eso tomamos medidas para que yo no quede en estado-
De nuevo el cuchillo de plata hundiéndose en la carne de aquel animal con desesperante parsimonia. Estaba claro que el tema de los niños supondría un problema para nosotros. Nunca me había planteado lo que pasaría cuando pasara un año o dos de nuestro matrimonio y no vieran que mi vientre se abultaba mes a mes con la promesa de un heredero para los Black. Sin duda alguna, ese era un problema que Joe y yo debíamos solventar.
-Cuando estemos casados no creo que tarde mucho en daros la noticia de que esperáis un pequeño Dampierre, al fin y al cabo por falta de intentos no será. Mi prometido busca mi lecho varias veces al día y a la noche. Tanto que apenas consigue conciliar el sueño, de ahí su palidez y que en ocasiones no aparezca hasta entrada la tarde, al parecer habéis criado bien a vuestra hija y su prometido cae exhausto ante su ímpetu, aunque la semana pasada casi escandalizamos al pobre Monsieur Lacroix-
Esas palabras fueron cuanto necesité para que, de nuevo, mi padre me prestara toda su atención y sus nudillos amenazaran con volverse blancos de nuevo. -Si no hubiera sido por la agillidad de Joe, él y todo el círculo de nuevos empresarios nos habrían visto desnudos y en una actitud nada casta contra el retrato de la fallecida Madame Lacroix-
Elevé mi vista hasta encontrarme con sus ojos, buscando encontrar en ellos esa chispa de ira al poder haberle dejado en ridículo cuando todos sus influyentes amigos vieran que su hija no permanecía en casa bordando acatando lo que su padre o su marido le pidieran, una de esas mujeres que únicamente se postraban en el lecho dejándose hacer y sin disfrutar un ápice. No, yo sin duda sabía mantener mi recato cuando era necesario, pero también era cierto que podía llegar a ser esa mujer de las que las damas hablarían mal en las reuniones de sociedad por llevar atuendos que despertaran la lujuria de sus maridos o, simplemente, por mi actitud relajada que no ahuyentaba a los hombres.
Tras estas pequeñas y escandalosas confesiones, que sabía que a él no le escandalizarían, sino que simplemente le enfadarían por el peligro que suponía dejar su casta reputación por los suelos. Deje caer sonoramente los cubiertos sobre el plato y me crucé de brazos sin apartar mi mirada de la suya.
-No me quedaría aquí sola con vos todo el fin de semana ni por todas las joyas del mundo padre y, no os preocupéis, Joe ya ha mandado traer todas sus pertenencias y su fortuna a París, nuestro nuevo hogar, para que así vos sólo tengáis que cumplir vuestra palabra con mi dote, al final acabaremos siendo más ricos que vos y veréis que ha sido un matrimonio ventajoso y de lo más… Excitante para vuestra hija, aunque claro está, no seré una virgen pusilánime en el altar como vos hubierais deseado aunque… He de reconoceros que eso no es culpa de mi prometido-
De nuevo, otro pequeño golpe, de nuevo nudillos blancos y sonrisa en mis labios ¿cuánto duraría aquello?¿Cuánto duraría aquella guerra en la que ninguno ganaba nunca? No lo sabía, pero hasta entonces, trataría ser yo siempre la vencedora.
-¿Y bien?- pregunté -¿Qué hay de postre?-
Sus nudillos estaban tan blancos como el más puro márfil por culpa de mi lengua viperina y, ahora que él mencionaba a mi madre de una manera tan despectiva y despreocupada, los míos no tardaron en imitarle. Sentía la fría plata del cuchillo y el tenedor calentándose entre mis dedos a la misma velocidad que en mi se caldeaban los ánimos. Él sabía que mi madre era mi mayor devoción, que era alguien a quien admiraba y no toleraba bajo ningún concepto que hablaran mal de ella y yo sabía que él odiaba que no guardara las apariencias, que no fuera la “perfecta mujer” sumisa y presa de los hombres que él siempre había esperado. Ambos odiábamos no poder manejar a nuestro antojo a la otra persona, ambos odiábamos el sabernos tan parecidos y empeñarnos en parecer tan diferentes.
-Quienes acudan a mi casa es asunto mío y no vuestro padre. Yo no meto mi nariz en vuestros asuntos ni os pregunto qué compañías traéis a vuestro hogar así que espero que vos hagáis lo propio con el mío y el de mi prometido-
Respiré con lentitud una vez, necesitaba la cabeza fría para enfrentarme a él, para asestar el siguiente golpe y no salir herida en el intento. Con parsimonia, hundí la punta del cuchillo de plata sobre la carne, tratando de no sonreír demasiado si imaginaba que mi padre y no un pobre animal al que estaba sesgando la carne con aquel cuchillo. -Creo, padre, que las mojigatas de la iglesia poco pueden saber de si mi prometido es infértil o no, hoy por hoy me temo que sólo yo puedo responderos a esa pregunta- detuve aquella charla un instante, llevando un pedazo de carne a mis jugosos labios y esbozando una pequeña sonrisa al observar cómo él me miraba esperando a esa respuesta. Sonreí de nuevo y le hice esperar unos minutos hasta haber tragado aquel bocado. -Y debo deciros que no lo es- mentí -Simplemente pensamos que quedarme embarazada sin estar desposados aún sería un escándalo que no beneficiaría ni a los Black ni a los Dampierre y por eso tomamos medidas para que yo no quede en estado-
De nuevo el cuchillo de plata hundiéndose en la carne de aquel animal con desesperante parsimonia. Estaba claro que el tema de los niños supondría un problema para nosotros. Nunca me había planteado lo que pasaría cuando pasara un año o dos de nuestro matrimonio y no vieran que mi vientre se abultaba mes a mes con la promesa de un heredero para los Black. Sin duda alguna, ese era un problema que Joe y yo debíamos solventar.
-Cuando estemos casados no creo que tarde mucho en daros la noticia de que esperáis un pequeño Dampierre, al fin y al cabo por falta de intentos no será. Mi prometido busca mi lecho varias veces al día y a la noche. Tanto que apenas consigue conciliar el sueño, de ahí su palidez y que en ocasiones no aparezca hasta entrada la tarde, al parecer habéis criado bien a vuestra hija y su prometido cae exhausto ante su ímpetu, aunque la semana pasada casi escandalizamos al pobre Monsieur Lacroix-
Esas palabras fueron cuanto necesité para que, de nuevo, mi padre me prestara toda su atención y sus nudillos amenazaran con volverse blancos de nuevo. -Si no hubiera sido por la agillidad de Joe, él y todo el círculo de nuevos empresarios nos habrían visto desnudos y en una actitud nada casta contra el retrato de la fallecida Madame Lacroix-
Elevé mi vista hasta encontrarme con sus ojos, buscando encontrar en ellos esa chispa de ira al poder haberle dejado en ridículo cuando todos sus influyentes amigos vieran que su hija no permanecía en casa bordando acatando lo que su padre o su marido le pidieran, una de esas mujeres que únicamente se postraban en el lecho dejándose hacer y sin disfrutar un ápice. No, yo sin duda sabía mantener mi recato cuando era necesario, pero también era cierto que podía llegar a ser esa mujer de las que las damas hablarían mal en las reuniones de sociedad por llevar atuendos que despertaran la lujuria de sus maridos o, simplemente, por mi actitud relajada que no ahuyentaba a los hombres.
Tras estas pequeñas y escandalosas confesiones, que sabía que a él no le escandalizarían, sino que simplemente le enfadarían por el peligro que suponía dejar su casta reputación por los suelos. Deje caer sonoramente los cubiertos sobre el plato y me crucé de brazos sin apartar mi mirada de la suya.
-No me quedaría aquí sola con vos todo el fin de semana ni por todas las joyas del mundo padre y, no os preocupéis, Joe ya ha mandado traer todas sus pertenencias y su fortuna a París, nuestro nuevo hogar, para que así vos sólo tengáis que cumplir vuestra palabra con mi dote, al final acabaremos siendo más ricos que vos y veréis que ha sido un matrimonio ventajoso y de lo más… Excitante para vuestra hija, aunque claro está, no seré una virgen pusilánime en el altar como vos hubierais deseado aunque… He de reconoceros que eso no es culpa de mi prometido-
De nuevo, otro pequeño golpe, de nuevo nudillos blancos y sonrisa en mis labios ¿cuánto duraría aquello?¿Cuánto duraría aquella guerra en la que ninguno ganaba nunca? No lo sabía, pero hasta entonces, trataría ser yo siempre la vencedora.
-¿Y bien?- pregunté -¿Qué hay de postre?-
Cèline Dampierre- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/06/2016
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