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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Jules Jouvet Sáb Dic 12, 2015 10:35 am

No era un día lluvioso, pero el cielo amenazaba con cambiar de opinión. Cerré las cortinas de la casa con un silencioso gesto, mi mente daba vueltas y vueltas acerca de lo último que había descubierto sobre Lydia, sobre mi familia, sobre mí. Gruñí como lo habría hecho un animal, y después me sentí culpable. ¿Cómo había sido tan hipócrita? No solo yo, sino todos y cada uno de los Jouvet que habían luchado en nombre de Dios cuando el demonio habitaba en nuestro interior. Me senté en mi sillón, el salón pulcramente ordenado gracias a los cuidados de mis cinco sirvientes, los únicos que sospechaban de mis acciones pero por su lealtad no decían nada, lo que los convertía en personas irremplazables. Además, concluí llevándome un trozo de pastel que había dejado mi cocinera en una pequeña mesa, nadie cocinaba como Martha. Miré la hora en el reloj de pared e intenté organizar mis pensamientos de nuevo. Castiel iba a llegar denro de nada, tenía que parecer mínimamente decente.

Escuché cómo llamaban a la puerta y acaricié el puño de mi daga, si no era mi amigo quien estaba allí iba a arrepentirse de llegar en un momento como ese. Abrí lentamente, sonriendo al hombre que había sido mi escudo y confidente desde hacía tantos años que ni siquiera lo recordaba bien. Separé los brazos y lo rodeé entre ellos, estrechándole con fuerza.

-¡Castiel, mon ami! No esperaba verte de una pieza después de la paliza de la semana pasada.

Reí con ganas al recordar los destrozos de la taberna en la que habíamos estado peleando como dos posesos hasta que nos reconciliamos, como siempre. Habíamos desahogado todo lo malo que llevábamos dentro, Castiel me había confesado un secreto increíble para mí, pero ahora mismo me daba igual el tipo de amor que él sintiera hacia cualquiera. Lo importante era mi amigo, mi mejor amigo. Deslicé los brazos hasta separarme un palmo y dejarle pasar adentro. Puede que viviera solo con mis sirvientes, pero aún así ellos debían ir detrás de mí limpiando todo el desorden que solía dejar. En aquel momento lo único fuera de lugar era la comida encima de la mesa, entre ella la tarta de manzana con crema que Martha nos había preparado a ambos, y dos libros justo encima de un sillón que había estado hojeando.

-Siento no haber podido sacar tiempo para vernos, Cast -murmuré, pensando en la última semana-. Pero entre que tus puñetazos me postraron en la cama tres días y que he tenido que ir al sur para arreglar unos asuntos he estado increíblemente ocupado. Para que entiendas cuanto, Martha ayer tuvo que regañarme para que me fuera a dormir aunque quería seguir trabajando. Como se enteren de que un hombre de mi estatus acepta las órdenes que le da su cocinera me freirán vivo -comenté, restándole importancia con una mano.

Había pasado la mayor parte de la tarde dándole vueltas a la carta que había encontrado entre las hojas de un libro que mi padre guardaba celosamente en su habitación y que yo había encontrado por casualidad. Iba a plantear el problema de otra manera, pero finalmente decidí que lo mejor era decirlo sin rodeos.

-He encontrado una carta de mi padre esta tarde, hace apenas unas horas. En ella, decía que no podía permitir que el secreto del origen de mi familia se supiera. Que mataría a cualquiera que lo descubriera... incluso a su propio hijo mayor -me detuve, tomando una respiración profunda para relajarme-. Por aquél entonces Bastien era el preferido de mi padre. A él le contaba todos sus secretos, pero mi hermano no sabía nada de los cambiaformas ni los vampiros ni nada de nada. Él seguramente lo habría descubierto sin querer... El caso es que mi padre confiesa en esa carta que lo mataría si lo descubriera. Y si ves la fecha... La fecha es... Solo dos días antes del asesinato de mi hermano. Acabé con una manada entera de cambiaformas pensando que habían sido ellos... Pero ¿y si mi padre...?

No pude terminar la frase, pero él me entendería. Me alejé un par de pasos de Castiel tratando de calmarme, porque aún no había acabado.

-Y lo peor de todo es que el gran secreto de mi familia es que los primeros Jouvet eran cambiaformas felinos.

El mundo pareció detenerse durante unos segundos mientras yo esperaba la reacción de Castiel.
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Mensaje por Castiel Beaulieu Dom Dic 13, 2015 1:25 pm

Esa semana, Castiel había tenido que hacer bastante reposo. Uno de los golpes casi le rompe una costilla, y apenas pudo mover su mano izquierda. De hecho, al principio estaba tan morada e hinchada que parecía rota. No obstante, ya se encontraba bastante mejor. Aún llevaba algún que otro vendaje bien apretado en las extremidades para no torcérselas y procurar que el dolor no volviese, pero por lo demás, todo bien.

La citación de Jules lo había dejado un poco confuso. Normalmente, y conociéndolo, si quería decirle algo que no fuera serio se habría colado en su casa por una ventana y le habría roto dos o tres jarrones. Echaba de menos esas botas sucias pisando todas sus alfombras cuando le venía en gana… bueno, lo echaba de menos a ratos. Pero iba preocupado, cómo no. No había especificado demasiado en lo que había ocurrido, así como tampoco qué quería exactamente, por lo que Castiel se armó —mejor prevenir que curar— y anduvo hacia su casa.

A paso ligero, recorrió las calles y las casas del barrio más distinguido. Pasó por la puerta de la casa en la que se crió de niño, de donde prácticamente su madrastra lo echó. Más de una vez pensó en echarla él, porque esa era su herencia, y volver al lugar de donde procedía. Pero Castiel no era así. Esperaría a que esa harpía manipuladora muriese y, como no tenía descendencia ni podría tenerla jamás, volver después. Además, así estaría más cerca de Jules, que era lo más cercano a una familia que tenía.

La puerta de la verja estaba abierta, por lo que Castiel entró sin dilación. Recorrió el breve pasillo de asfalto, subió los peldaños y tocó a la puerta. En menos de un minuto esperando, apareció Jules, cuan grande era, con los dos brazos completamente abiertos, y Castiel se encajó entre ellos con rapidez y una enorme sonrisa.

—No fui a un médico. Fui a un soldador, malnacido —rió a carcajadas después de la broma de su amigo.

Dicho eso y tras unas palmaditas en la espalda, Jules lo dejó pasar. Vivía en un caserón como el que a Castiel le pertenecía por derecho, y normalmente tenía un desorden peculiar que el servicio limpiaba con eficiencia y velocidad. Conocía a su amigo lo suficiente como para saber que algo lo había tenido tan ocupado que ni siquiera había tenido tiempo de desordenarlo todo un poco.

—No te preocupes —dijo Cass cuando oyó su disculpa —. En verdad yo también he tenido una semana algo ajetreada. Ahora vivo con un compañero, también cazador, que viene de… Rumanía, creo. Un lío un poco grande. Además, tampoco he estado yo para hacer muchas florituras —sonrió recordando lo doloroso que era hasta bañarse —. Nadie se va a enterar de lo del servicio… no si me pagas bien.

De nuevo, mostró una enorme y encantadora sonrisa. No obstante, la cara de preocupación de Jules lo hizo volver a ponerse serio. Era evidente que algo pasaba, y que intentaba contárselo, por lo que Castiel permaneció en silencio, a la espera. Entre tanto, Castiel cogió un pedazo de tarta que había para él encima de la mesa y dio un gran bocado. En más de una ocasión pensó en pagarle más a esa cocinera… cómo cocinaba, la jodida.

Conforme iba pronunciando las palabras, el sabor de la tarta se iba volviendo un poco más amargo. Jamás había pensado que el padre de Jules guardaría una cosa así a su hijo, y mucho menos que fuera capaz de matarlo. Por otro lado, el mismo Castiel sabía que no todos los cambiaformas eran malvados —aunque eso mejor no decírselo a Jules si no quería otra paliza… y no había bebido, así que lo mataba fijo—. Quiso restar importancia, aunque permaneció en silencio. Su voz se apagó poco a poco, como si pronunciar cada palabra fuera algo tan difícil como vaciar un mar. Hasta que confesó el origen de su familia.

Al principio se quedó helado en el sitio. ¿Cómo es que el mismo Jules no era un cambiaformas, entonces? ¿Eso no se heredaba? Intentó alejar todas las preguntas esas de su mente y adoptar una expresión calmada, mientras lo miraba a los ojos. Después se levantó para acercarse a él. Apretó los labios y metió sus manos en los bolsillos de la gabardina.

—¿Y cuál es el problema? —preguntó Castiel encogiéndose de hombros —No eres un cambiaformas. No has hecho nada malo a nadie. No has dejado de ser Jules… ¿qué importa de dónde vengas, si lo que importa es quien seas realmente?

Se acercó más a él, hasta que tomó su mano izquierda. Castiel sacó su daga de plata y pinchó muy levemente en uno de los dedos de Jules, hasta que solo salió una gotita de sangre. Lo miró con una expresión que más se acercaba a la de un mentor que a la de un amigo, pero que Cass creía necesaria en ese momento.

—No veo tu piel quemándose o tu sangre hirviendo. No veo huellas de gato por tu casa —se giró para buscar a un imaginario gato —. Sé cuánto los odias. Pero al igual que tú no eres tu padre, tampoco eres un cambiaformas. Cada uno somos lo que somos… y si no mírame a mí —sonrió —. ¿Qué es lo que te aflige realmente?

Sabía del temperamento de su mejor amigo, así como también sabía que, si lo enfadaba, le faltaría pasillo para correr. Pero allí se quedó. Guardó su daga en la gabardina de nuevo y limpió a Jules con suavidad, procurando no seguir hiriéndolo —menuda rachita llevaban—. Sintió que su amigo necesitaba más que nadie a alguien que le dijera las cosas como eran. Pues bien, Castiel veía al mismo de siempre, por lo que ni se alejó ni cambió su expresión a una más dura, sino que se quedó fijándose en sus ojos, esperando una respuesta.
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Mensaje por Jules Jouvet Lun Dic 14, 2015 9:44 am

Una risa aún más grande se escapó de dentro de mí al escuchar lo ocupado que había estado Castiel aquella semana. No pude dejar escapar el momento para meterme con él.

¿Y es guapo? —Levanté las cejas y le hice un gesto obsceno. Era mi mejor amigo, y nunca había desaparecido del todo esa tristeza en sus ojos. Me había dicho, la semana pasada, que había amado a un hombre, Angelo, pero le había estado dando vueltas al respecto, porque lo había dicho en pasado. Pero bueno, decidí dejar el tema para otra conversación futura, tendría tiempo y alcohol de sobra cuando volviese a colarme en su casa sin avisar, de eso estaba seguro—. Te pagaré en patadas en tu bonito culo si lo cuentas, ¿te parece bien?

Miré a mi amigo después de haberle contado mi reciente descubrimiento, escuchando atentamente cada palabra. Había esperado odio, repulsión, rechazo. Pero eso solo ocurría entre los hombres de supuesta fe, los que atendían a los pobres y socorrían a los necesitados, los que en cuanto encontraban algo que se salía fuera de su línea imaginaria de cosas que estaban bien la destruían. Pensé en lo que yo sabía sobre la especie que al parecer llevaba en mis venas: Cuando un cambiaformas tenía descendencia, todos ellos se convertirían en un futuro en monstruos despiadados, incapaces de sentir amor, respeto o lealtad hacia cualquier otro ser, mucho menos los seres humanos. En el momento en el que Dios creó a las personas, unos pocos brujos y herejes se reprodujeron con los animales, creando las bestias que la Inquisición cazaba. Un ser de la Oscuridad no podía vivir en un mundo habitado y cuidado por la Luz. Los Inquisidores eran sus guardianes, los protectores del mal que moraba más allá de las ciudades soleadas de los hombres y mujeres. Yo había crecido creyendo todo eso. O tal vez no, no lo había creído así en un principio, pero a base de palizas, entrenamientos y castigos, era lo que estaba bien, lo que era correcto.

Importa porque hay demasiadas preguntas en mi cabeza ahora mismo Castiel. Llevo semanas teniendo una crisis de fe —no me habían educado para llorar, así que apreté con fuerza los puños a cada lado de mi cuerpo, notando las uñas clavadas firmemente, amenazando con hacer sangrar mi piel—. ¿Por qué no soy un cambiaformas? ¿Mi padre mató a mi hermano, su hijo más querido sin duda, porque se enteró de esto? ¿Para qué sirvió todo mi entrenamiento? Llevo toda la tarde pensando en el clan cambiaformas con el que acabé después del asesinato de mi hermano. Cast, maté a un niño. ¡A un niño! Ni siquiera me di cuenta de ello hasta que me di la vuelta y vi que un tiro había rebotado y le había dado —una lágrima solitaria resbaló por mi mejilla, sabía que no se me entendería bien por los temblores que me recorrían de arriba a abajo, pero no podía parar, necesitaba sacarlo todo fuera, que mi mejor amigo me consolara por todo ello—. Llevo soñando con él desde el día en que ocurrió, no quería decírtelo, ni a ti ni a nadie, la Inquisición no puede… No debe saber que tengo dudas, acabarían conmigo, Cast, me matarían y no puedo morir sin encontrar a Lydia. Es lo único bueno que hay en mi vida aparte de ti… Tú al menos saber protegerte, cuidar de ti, pero ella… Es solo una niña para mí, mi pequeña hermana…

No me di cuenta del pinchazo de Castiel hasta que vi brotar una sola gota de brillante y roja sangre. Una pequeña sonrisa se formó en mi rostro a medida que oía sus palabras, dándome ánimos, ayudándome a salir de mi particular Infierno.

No odio a los gatos, para tu información, solo odio que dejen pelo suelto por ahí y que me quiten mi sofá favorito, me recuerdan demasiado a mí mismo, y si no mira a Chat, que por cierto no deja de desaparecer -mencioné al asqueroso de mi gato callejero que no sabía cómo había acabado adoptando-. Además —añadí, con un tono más triste— eran los animales favoritos de Lydia, los adoraba. —Escuché la pregunta que me hizo y la sonrisa que tenía murió en mis labios antes de poder florecer del todo, el dolor, el engaño, la oscuridad de todos los recuerdos dolorosos vinieron a mí con fuerza—. Hice daño a un niño. Murió en mis brazos y yo no pude hacer nada para ayudarle —no intenté ocultar mi expresión sombría, la sonrisa había desaparecido de mi rostro—. Llamó a su madre pidiéndole que alejara al monstruo. ¡Yo era el monstruo Cast! ¡Yo! … ¿Cómo puedo defender a un Dios cuyos guerreros no sienten nada al asesinar a un niño? Y encima ahora no fueron ellos los asesinos de mi hermano, ¡sino mi propio padre! No sé si suicidarme o echarme a reír, Dios debe estar partiéndose por la mitad de risa conmigo —murmuré con una oscura rabia creciendo en mi interior. Nadie, ni siquiera mi mejor amigo, podría convencerme de que merecía el perdón, porque no lo hacía. Había matado a un niño. Ojos azules y piel manchada de sangre, uno de los niños cuya mirada asustada me recordó a Lydia. No iba a perdonármelo, nunca—. No merezco ni siquiera que estés aquí, Cast. Ni que estés tú ni nadie a mi alrededor.

Había sido doloroso recordar aquello, pero fue peor saber que mi mejor amigo no se iría. Debía de estar loco, el pequeño Beaulieu, quedándose con un asesino, con un hombre que había matado sin pensarlo por una causa que consideraba perdida. Pero al mismo tiempo, eso decía mucho del hombre que era. De su lealtad. Y yo pensaba guardar y cuidar a ese hombre, aunque no fuera de la manera que él podía necesitar.

Gracias por no salir corriendo —murmuré, después de haber respirado hondo tratando de calmarme—. Gracias por seguir aquí y ayudarme a superar esto, de verdad. Eres el mejor amigo del mundo. Y que sepas —añadí con una débil sonrisa pero la mirada decidida— que si el hombre ese que vive contigo te rompe el corazón voy a partirle yo las piernas. Dile que vaya con cuidado y te trate como te mereces o va a ir a visitarle el Coco en persona —no pude evitarlo, como de costumbre, y me eché a reír antes de estrechar de nuevo a mi amigo entre mis brazos, casi ahogándolo.

Finalmente me separé unos pasos, me limpié la cara con el dorso de la camisa y sonreí hacia mi amigo.

Aún queda un tema que tratar. Este secreto y todo lo demás no me importan en absoluto, voy a seducir a Harper Blackraven y averiguaré todo lo que sabe sobre Lydia, sobre los cambiaformas y los demás seres sobrenaturales. Y sí, sobrenaturales, no del Inframundo. Me niego a llamarles así de ahora en adelante —fruncí el ceño, decidido—. Puede que siga creyendo en Dios, pero no volveré a ser una marioneta asesina nunca más. Creeré en mi juicio, ahora y siempre —hice una pausa, después me giré para revolverle el pelo a mi amigo—. Y oye Cast, algún día tienes que hablarme sobre Angelo, ¿vale?

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Mensaje por Castiel Beaulieu Miér Dic 16, 2015 9:37 am

El moreno miraba a los ojos al otro, esperando con paciencia todas y cada una de sus palabras. Veía la gran tristeza con la que acarreaba Jules, así como también era testigo de un sentimiento de culpa mucho mayor que el que Castiel habría dicho. No obstante, en ningún momento dejó de prestarle su apoyo. Bien era cierto que ninguna persona estaba libre de pecado, y que siempre se cometían errores.

Matar a un niño había estado mal, pero esa bala no tenía al chiquillo por objetivo, sino que fue un cúmulo de desgracias e idioteces que, si bien el hombre no había podido manejar, ahora lo hacían sentir culpable. Iba a decirle que ese sentimiento de culpa ya era un castigo, y que dejara de fustigarse. Pero un abrazo hablaba a veces mejor que las palabras. Y fue en mitad de ese abrazo cuando Castiel habló, justo en su oído.

—Claro que te lo mereces —dijo en apenas un susurro —. Lo mereces tú y lo necesito yo. Jamás saldré corriendo por una estupidez así, y jamás te juzgaré.

Estuvo así un rato más, todo el tiempo que Jules necesitó. Castiel sonrió hacia sus adentros, pues cualquier persona hubiera pensado que él había estado enamorado de Jules, pero no. Lo quería y lo necesitaba como el hermano al que era. De hecho, tuvo miedo de que el mismo Jules pensara cosas raras, pero cuando lo abrazaba así disipaba todas las dudas del joven, y lo hacía estar más orgulloso, si cabía, de ese pedazo de tonto que alegraba sus días con unas pocas palabras y una sonrisa.

Después, cuando se separó, vio esa sonrisa que lo caracterizaba. No llegaba a ser una sonrisa grande, ni siquiera lo suficiente como para que Castiel dejara de preocuparse. Pero al menos su mirada hablaba por él. No pudo evitar sonrojarse cuando mencionó a Viorel (cuyo nombre aún no había dicho), pero no se sonrojó por nada, sino porque solamente eran compañeros. Habían vuelto a los años mozos, en los que Jules hablaba a Castiel de perder la virginidad y todas esas cosas que lo volvían loco de vergüenza.

—No te preocupes por él —dijo Castiel con una sonrisa —. No… no estamos juntos. Juntos de relación, quiero decir —se rascó la cabeza, confuso —. Bueno, es guapo, pero no es más que un amigo… conocía a mi padre y quise que me contara cosas de él, así que ahora vive conmigo. No preguntes, ni siquiera yo sé cómo pasó exactamente.

Lanzó una risotada, de todos modos. Jules era como ese hermano mayor que no dejaba que nunca se metiera en problemas, y si se metía, era el primero en entrar en batalla. Su ímpetu rara vez era eclipsado por nada, y sus ganas de comerse el mundo eran contagiosas. Tanto que en ocasiones, las tabernas se hacían testigo de toda su fineza y su candor. Sin embargo, Cass no pudo evitar mirarlo con algo de intranquilidad cuando mencionó su plan.

—Ten cuidado con Harper y su familia —dijo con tono conciliador —. Está bien que sigas tu propio camino, y que no quieras condicionarte por la Inquisición —Castiel, que odiaba la Inquisición, tampoco quiso ponerlo en contra —. Pero también te digo que, si no te quieres condicionar, tampoco deberías de tomarte este problema como el eje fundamental de tu vida. Simplemente por el hecho de que no quiero que te pase nada.

Sin embargo, su corazón dio un vuelco cuando Jules le recordó a Angelo. Había pasado ya un tiempo desde entonces, pero su corazón aún lloraba durante las largas noches de invierno su partida. A veces, sentía un vacío tan profundo que lo angustiaba, y había empezado a rellenarlo con más alcohol de la cuenta. Ahora estaba Viorel en casa, que suponía un pequeño respiro conforme a su soledad. Pero nadie podía tapar eso que sentía… eso que necesitaba. A él.

—Bueno… —dijo él —. Tampoco hay mucho que contar sobre él. Era un hombre maravilloso… alegre, simpático, divertido… lo echo tanto de menos que a veces siento que estoy vacío por dentro. Que lo único que soy capaz de sentir es por y para él, y eso es algo que nadie puede recoger —se mordió el labio inferior y lo miró —. Últimamente ahogo mis penas en alcohol… más alcohol del que debería, creo.

Sus ojos se inundaron de lágrimas, aunque no llegaron a correr por su rostro. Intentaba vivir el día a día con la suficiente fortaleza como para no tener que mostrar debilidad. Pero a veces era inevitable recordarlo… cada gesto, cada palabra, cada caricia. Parpadeó un par de veces y tragó saliva para deshacerse del nudo en su garganta. Luego intentó sonreír, aunque Castiel no supo si eso era una sonrisa o una mueca de desesperación, fruto de su intento cuasi frustrado por las lágrimas que estaban a punto de caer por su rostro.

—Pero no estamos para hablar de mí —intentó recuperar la compostura —¿Has pensado ya en algo? ¿O ese es todo tu plan?

Se cruzó de brazos y se apoyó en uno de los sillones. Intentó recuperar un poco de toda esa compostura que intentaba forjar y, aunque sintió la necesidad de abrazar a Jules y llorar con él, sacar ambos lo que tenían, intentó permanecer frío, calculador. Se concentró en el cazador, no en la persona. Se concentró en ser quien ayudaría a su amigo con su cometido, o ambos morirían en el intento.

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Mensaje por Jules Jouvet Sáb Dic 19, 2015 5:26 am

“Somos más fuertes que nuestros errores”, solía decir Lydia cada vez que yo llegaba llorando a su habitación y le contaba las cosas horribles que me habían obligado a hacer, sobre todo la vez en que asesiné al niño. No solía llorar con frecuencia, pero mi hermana pequeña había entendido mi dolor, ella, al fin y al cabo, también había perdido un hermano. Los dos nos abrazamos, sollozando en silencio, hasta que ella me acarició el pelo y me dijo aquella frase como si fuera un secreto. No lo había comprendido en aquel momento, pero, ¿y si ella había sospechado de padre? Roldan Jouvet no era ningún santo, todos lo sabíamos, pero hasta el punto de asesinar a su propio hijo y culpar a los cambiaformas parecía exagerado.
Y aun así el único ciego había sido yo. Había acabado con una manada entera casi a riesgo de perder mi alma y mi pierna derecha. Había asesinado a un niño. Y pese a que mi corazón seguía destrozado y preguntándose por qué demonios eso me parecía mal, había ignorado esa parte de mí porque era eso lo que me habían enseñado. ¡Había sido tan estúpido!

Pero a pesar de todos esos enormes errores, seguía teniendo al hombre más bueno que había conocido a mi lado. Sonreí apretando los labios en un intento por no llorar. Sí, tal vez me merecía algo, pero estaba seguro de que no era algo tan bueno como Castiel. El único que veía mi lado malo y pese a ello ahí estaba, al borde de mi Infierno personal y sosteniéndome con abrazos y palabras de ánimo. Sin duda, era más que mi mejor amigo, un hermano en el que confiar.

¿Me lo merezco, seguro? ¿Aunque te haya destrozado ya diez lámparas y veinte cristales de tu ventana? —Seguí sonriendo, esta vez con picardía, al pensar en todos mis días malos en los cuales había ido a por Castiel para desahogarme—. Eres el mejor amigo del mundo, y yo no te defraudaré, tampoco te juzgaré por nada —me detuve un momento y después continué sonriendo de oreja a oreja al recordar nuestra pelea—, aunque probablemente te rompa unas cuantas costillas por contármelo.

Sin duda, era el amigo que cualquier Inquisidor con una crisis de fe querría, alguien que iba a estar a mi lado a pesar de todo lo malo que pudiera pasar, que me abrazaría y cuidaría de mía aunque yo le rompiese costillas cada mes. Alguien a quien podía abrazar libremente, sin preguntarme cómo vería el contacto. Solo Lydia me había dejado tocarla así, abrazarla, dormir con ella cuando tenía miedo aunque yo le sacara casi dos cabezas y media.

No se me pasó el enrojecimiento de las mejillas de Castiel, lo observé atento a cualquier otra reacción involuntaria de su cuerpo. No lo había dicho bromeando, si ese hombre se atrevía a hacerle daño a su mejor amigo lo secuestraría y lo tendría un par de días para torturarlo a placer antes de matarlo. Como poco.

Oh, Mon Dieu, Castiel, en los berenjenales en los que te metes, ¿no? —Reí un segundo—. Si eso te ayuda a hacer las paces con tu pasado entonces intentaré no matarlo si me lo cruzo por tu casa.

Ya podía imaginarme a mí mismo saltando hacia la ventana y entrando en una habitación para encontrarme a un desconocido. Me haría gracia pelearme así porque sí y que Cast tuviera que separarnos, pero bueno, mejor llamar a la puerta, concluí para mí mismo con disgusto. Detestaba portarme bien, me hacía sentir como cuando debía llevar un caro traje y hablar con educación para cerrar algún trato con alguna empresa importante. Me hacía sentir menos yo, si es que eso tenía algún sentido.

Yo siempre tengo cuidado —contesté sonriendo con picardía—, menos cuando no lo tengo. Y tranquilo, no lo convertiré en el eje de mi vida, ya lo es. Además, no tengo nada más divertido que hacer y arriesgar mi vida en acciones peligrosas me encanta. Es como leer o escuchar música, ¿sabes?

Me detuve a mí mismo para escucharle hablar de Angelo, cómo se mordía el labio, igual que había hecho yo tantas veces antes, para tratar de no llorar, de no quebrarme por dentro. Si un hombre como Castiel recurría a eso era que el sentimiento seguramente debía estar partiéndole por la mitad. Acaricié su mejilla con la mano derecha acercándome a él para ofrecerle un pequeño consuelo mientras acababa de hablar. Sí que había notado que su mejor amigo bebía casi como él, lo que podría considerarse peligroso en cualquier caso, pero había esperado que él mismo le contara a qué se debía eso.
Como era lo que sentía correcto, abracé a mi amigo fuerte de nuevo, viendo esas lágrimas que querían salir huyendo. Acaricié su cabello y lo dejé desahogarse, como hacía él conmigo. No me creí ni su sonrisa, así que sencillamente seguí en aquella postura, sabiendo que se necesitaba mucho tiempo y valor para sentirse así y poder decirlo en voz alta.

Estamos aquí para hablar de ambos. Angelo, si fue la mitad de bueno que tú, me habría encantado, seguro que nos habríamos peleado por tu atención. Pero te conozco, vas a salir adelante y encontrarás a alguien a quien amarás por completo y a quien tendré que patearle el culo por si acaso te hace daño —sonreí cuando Castiel trató de recuperarse y le contesté, suponiendo que necesitaba distraerse de su dolor—. Bueno, he pensado organizar una fiesta en mi casa o ir a buscarla al orfanato, porque al parecer ayuda a los niños allí. Y… Tendrás que ayudarme porque no tengo ni idea de seducir a nadie. De hecho yo…

Me detuve en el último momento, era un secreto que había pasado enterrado dentro de mí durante tantos años. Sentía asco, vergüenza y odio a partes iguales.

Tienes razones de sobra para odiar a la Inquisición, Cast —murmuré acariciándome el codo y desviando la mirada—, pero no más que yo —tomé mucho aire y lo solté lentamente, preparándome para confesarle algo tremendamente doloroso—. Cuando tenía trece o catorce años uno de los hombres de mayor rango consideró que era hora de enseñarme lo bueno del celibato —iba a continuar, pero los recuerdos, el dolor, la humillación y otras tantas emociones se mezclaron en mi interior y terminé resumiéndolo sin querer—. Trajeron a una puta cuatro veces mayor que yo y ella… Bueno, digamos que no salió bien para mí. En absoluto.

Forcé una sonrisa aunque no creo que me saliera bien, me di la vuelta para mirar por la ventana alejándome más de Castiel y dejé que el recuerdo se desvaneciera.
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Mensaje por Castiel Beaulieu Sáb Dic 19, 2015 10:42 am

A decir verdad, la vieja herida, cada vez que parecía sanada, se abría de vez en cuando, de golpe y porrazo y sin previo aviso, y hacía que emanara de nuevo todo ese dolor que no era capaz de contener durante sus noches de soledad y sus días sin Sol. Contenía miles de veces la respiración para no llorar, y tragaba saliva para deshacer el nudo que se formaba cuando pensaba en él y en todo lo que pudo ser y que, finalmente, no fue.

Sin embargo, entre los brazos de Jules se sintió más seguro, más protegido… como si nada de lo demás importara. Todo ello hacía que la tristeza volviera de nuevo a ese oscuro rincón, donde rara vez volvía a ver la luz y que le permitía arrastrar el día a día con las suficientes fuerzas como para no desfallecer. Jules era, por el momento, la única persona que realmente le preocupaba, y la única que se preocupaba por él. No concebía un mundo sin él, por eso no podía dejar de preocuparse por su plan para con Harper.

—Solo espero que sea lo suficientemente grande como para que no me lo mates en la primera pelea… —sonrió él también ante la broma de su amigo. Ojalá fuera cierto lo que decía… aunque él ya había perdido la esperanza, pues los de su “calaña”, si eran descubiertos, rara vez se les dejaba vivir en paz.

Se quedó en silencio, formando una pregunta silenciosa solo con su mirada, pues nunca supuso que su amigo tuviera problemas para las damas. Era guapo, divertido, muy confiado y con una pizca de malicia que, de seguro, volvería a cualquier mujer loca. Por eso, no era capaz de concebir una realidad en la que Jules fuera desdichado por eso. Sin embargo, escuchó con atención, volcando su rostro en una mueca de sorpresa y abriendo poco a poco sus ojos azules como platos.

Durante su pausa, a sabiendas de que intentaba evaluando cómo decir lo que quería decirle, Castiel apretó la mano de Jules fuertemente, intentando darle el valor suficiente. Hasta que dijo lo que le habían hecho. No entró en detalles, no dijo nada fuera de lo que pasó, ni se anduvo por las ramas tampoco. Castiel, que se quedó paralizado, solo pudo ver como Jules se alejaba de él, de camino a la ventana, donde el poco sol que había lo bañaba con suavidad, iluminando sus ojos y su triste rostro, a pesar de esa sonrisa fingida que Cass no se creyó.

A paso lento y con el rostro ahora más calmado, se acercó a él y lo abrazó por la espalda. Lanzó un largo suspiro. No había mucho que decir, pues Castiel intentó ponerse en su lugar, y sabía que era una situación más que difícil. Lo apretó con suavidad y posó un beso en su mejilla, como si fuera un padre que consuela a su niño pequeño tras una paliza en la calle.

—Ni siquiera puedo imaginar por lo que has pasado, Jules —dijo apenas en un susurro, apoyando su barbilla en el hombro de su amigo —. Pero, ¿sabes qué? Todas y cada una de las cosas por las que pasamos nos hace ser quienes somos ahora mismo. Esa mujer, mi padre, tu padre, Angelo, tu hermana… todas las peripecias por las que hemos pasado… nos han convertido en quienes somos. Y yo no sé tú… pero yo no podría estar más orgulloso de ti, y tampoco podría quererte más si fueras de mi propia sangre.

Volvió a hacer fuerza en su abrazo para, segundos después separarse y ponerse frente a él, mostrándole una sonrisa cálida. Sus manos seguían sobre sus brazos, para darle la fuerza que necesitaba.

—Voy a ayudarte con todo lo que necesites. Sabes que estaré en primera línea de batalla si lo necesitas… y que me aspen, sabes que no mato a criaturas sin un motivo de peso, pero si tú te vas a lanzar a la batalla, van a tener que matarme a mí para poder tocarte un pelo. ¿Qué necesitas de mí?

Lo miró a los ojos con decisión, sin borrar su sonrisa cálida. Todo lo que había dicho era verdad. Mataría a toda esa raza de criaturas antes de saber que una iba a hacerle daño a Jules… y haría todo lo posible por terminar, poco a poco, la pesadilla de su amigo. Pero para eso era necesario ir por partes, ser pacientes… y eso era algo que Jules no tenía. Pero para eso estaba él.
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Mensaje por Jules Jouvet Sáb Dic 26, 2015 4:29 am

El dolor por una pérdida podía llegar a durar años, podías sentir que tu corazón se partía una y otra vez, abrazarte a ti mismo esperando un consuelo que, de todos modos, sabías que no iba a llegar. La muerte de mi hermano había sido la primera en golpear, no recordaba haber llorado más en ninguna. Noches enteras sosteniéndome por pura fuerza de voluntad mientras sentía que mi corazón se destrozaba. Bien, no estábamos precisamente unidos como con Lydia, pero él había sido la única razón por la que mi padre decidió darme una educación aparte de la estrictamente necesaria para formar parte de la Inquisición, él le había convencido para enseñarme a ser un caballero de clase alta.
Y después había desaparecido Lydia. ¿Cómo se suponía que iba a sobrevivir después de eso? La única persona que se había preocupado por mí, que me había cuidado, la chica que se enfrentaba a quien fuera por aquello que amaba y que lo protegía con uñas y dientes, se había ido. No lloré tanto después, pero si ella llegara a morir, entonces yo la seguiría. Porque la familia está para eso.

Si consigue ganarse tu corazón será lo suficientemente grande y fuerte como para merecer estar contigo, incluso puede que me dé una paliz… No, espera, lo dudo, solo tú me ganas y cuando estoy borracho -reí, animando a mi amigo e imaginando una situación en la que Castiel se enamorara de algún hombre la mitad de bueno que él-. Eso sí, si es como tú necesitaréis mi compañía ambos o vais a aburriros hasta el punto de tener esas conversaciones de matrimonio del tipo: “¿Qué tal ha ido la velada, amor?”, “Oh, querido, hemos ido a comer con monsieur Dubouis”. Definitivamente me necesitas -comenté, y aunque mi tono era alegre, en el fondo le estaba pidiendo que nunca, hubiera otro hombre a su lado, me dejara. Si eso ocurriera, me convertiría en algo que no deseaba ser: uno de los monstruos a los que perseguía, sanguinarios casi por placer.

Miré por la ventana frente a la que me había detenido y pensé sobre todo lo ocurrido en el último año. Un probable asesinato por parte de mi padre hacia mi hermano, el embarazo y la desaparición de Lydia, todo parecía recaer en mi persona, como si la mala suerte hubiese decidido convertirme en su amante.
El abrazo de Castiel fue como una caricia directa a mi alma, sentí como mi corazón volvía a palpitar con tranquilidad. Cierto era que el último año había sido el más duro de toda mi vida, pero como había ocurrido con la pelea de taberna que tuve con Cast, al final todo había salido bien, me había vuelto más fuerte. Aunque confesarle cosas como mi primera relación sexual no era fácil (o tal vez por eso mismo), sentir el beso en la mejilla de mi mejor amigo después, y sobre todo la aceptación y el amor que me profesaba me calmó. Él siempre iba a estar ahí. Siempre.

No dije nada mientras mi amigo ponía mis pensamientos en forma de palabras, caricias calmantes que conseguían hacerme sentir bien. Como en casa, o el paraíso mejor dicho. ¿Él orgulloso de mí? En todo el tiempo que nos conocíamos, le había roto más muebles al entrar en su casa, provocando un desastre total, del que probablemente habría ocasionado un terremoto; le había destrozado el cuerpo en nuestros entrenamientos y en las rencillas que teníamos a menudo. Nunca me había echado o insinuado que me largara, él me abrazó, consoló y alimentó cada día, sin esperar nada a cambio. ¿Y era él el que se sentía orgulloso? Me había vuelto a dejar sin palabras, este hombre en apariencia tranquilo y amable, sin ninguna otra arma que su corazón.

Si tú estás orgulloso de mí, yo estoy decidiendo si financiar una escultura en tu honor o solo regalarte algo que quieras mucho por tu cumpleaños -sonreí, él siempre conseguía que lo hiciera. De hecho, estaba pensando si comprarle alguna nueva daga o un nuevo revólver con una J grabada en el mango. Sabía la historia de sus dagas, y yo también quería que él se acordara de mí en cada batalla, que supiera que había alguien esperándole cuando terminara.

Respondí a su sonrisa con otra, a su mirada segura con una decisión que salió directamente de mi interior. Sí, iba a ayudarme, aunque no sabía muy bien cómo.

Sería para mí un gran honor -comenté enrojeciendo al tratar de aguantar la risa- que me ayudaras a seducir a una joven de clase alta. ¿Tú sabes algo acerca de cortejo? Aunque sea referente a hombres, me ayudarías seguro.

No dudaba ni por un segundo que él estaría presente en cada momento difícil de mi vida, por ello sonreí como siempre, atrayéndole de nuevo entre mis brazos con fuerza.

Y ahora por lo que más quieras dejemos de hablar de estas cosas. Somos los mejores amigos del mundo, voy a estar contigo pase lo que pase. Así que dejemos de ponernos sentimentales y seamos los luchadores que nacimos para ser. Tienes que ayudarme, lo primero, para saber qué tipo de cosas hacen los hombres enamorados para cortejar a una mujer, y algo dentro de mí me dice que con esa sola cuestión tendremos para toda la noche -reí, sintiéndome más yo mismo de nuevo y separándome de Castiel para ir a por una botella de whisky y servir dos vasos, ofreciéndole uno a mi mejor amigo.
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Mensaje por Castiel Beaulieu Sáb Dic 26, 2015 8:46 am

Durante esos mágicos instantes en los que su amigo era la única persona a la que necesitaba, con el único que se sentía verdaderamente él mismo y a gusto, era cuando se daba cuenta de que, a pesar de su desdicha, la suerte no lo había abandonado. Tenía algo muy importante a su lado… sabía que, si un día desaparecía, habría alguien que lo buscaría, y que pelearía por él. Castiel sonrió, disfrutando de esos pequeños momentos en los que su “familia” era el centro de su mundo.

—Procura que sea un regalo bonito… y por cierto, si necesitas que pose para esa escultura… ¿cómo lo prefieres? ¿Desnudo en el sofá? ¿O te gusta más desnudo apoyado contra un árbol? —hizo un movimiento exagerado con las caderas de un lado hacia otro, como si eso fuera sexy.

Después, rió enérgicamente. Aunque en verdad lo único que quería para su cumpleaños —si llegaba, porque los cazadores siempre tenían una esperanza de vida reducida — era que ese grandullón rompiera uno o dos jarrones en su casa, con una de las tartas de su cocinera y un abrazo. Realmente era lo único que necesitaba y quería.

Lo miró durante largo rato. En verdad no tuvo que hacer muchas cosas para enamorarse de Angelo, o que él se enamorara de Castiel. No obstante, intentó recordar con todo lujo de detalles cada gesto, cada palabra, cada mirada… ahondó en su mente, esquivando los recuerdos que podrían hacerle daño, y poco a poco fue sacando algunas cosas en clave que, por una cosa u otra, le sonaban a buena idea.

—No es tanto lo que tienes que decir como lo que tienes que hacer…

No pudo seguir hablando demasiado, pues de nuevo se sintió apresado en los brazos de oso de ese hombre. Sonrió y encajó los suyos por debajo. Al parecer se iba pasando ese mal trago para Jules, y como Cass no quería sacárselo a base de golpes, lo dejó tomarse su tiempo. Por otro lado, y dado que sus costillas aún se resentían, mejor no intentar nada hasta que no se hubiera bebido dos botellas de whisky. O tres.

—Eres tú el que se ha puesto sentimental —reprendió Castiel con un gesto que para nada era serio —. A ver si al final el invertido vas a ser tú…

Rió con su amigo un poco más. Siempre conseguía hacer eso en él… hacer como que todo iba bien, pese a las heridas. Que ellos se abrieran tres o cuatro solo fortalecía sus lazos, pese a lo que pudiera parecer desde fuera. Cogió el vaso que su amigo le tendió, lo observó y bebió un ligero sorbo. Tenía cuerpo y tenía el perfecto equilibrio entre dulce y esa fuerza ígnea que atravesaba el esófago.

—No creas que soy un maestro en esto. Pero como te he dicho, no es tanto lo que tienes que decir como lo que tienes que hacer —se rascó la cabeza —. Te explico. Es más importante lo que expreses con una mirada o una sonrisa. De esta manera, ella puede entender muchas cosas. Tienes que tener cuidado, pues tus pensamientos pueden jugarte una mala pasada, ya que no sueles tener buenos pensamientos para con esa familia. También los pequeños gestos… una rosa en la calle, una bonita palabra… una carta de amor…

Su mirada se enfocó en el techo, sin fijarse en ningún punto en particular. Sabía cómo podía funcionar eso, aunque no sabía si con Jules sería viable, pues era bastante bruto para algunas cosas. Y, si cierto era que sus sentimientos eran fuertes como los de Castiel, tal vez no supiera cómo expresarlos.

—Puedo escribirla yo, si quieres. Y si quieres que tu seducción sea rápida, has de dejarme actuar con libre albedrío… y esto significa que puede ser que acabes vomitando arco-iris.

Ahora volvió a mirarlo a los ojos, después de un pequeño sorbito a su vaso, y con una sonrisa muy irónica de medio lado. A las mujeres les gustaban las cursilerías… y solo con imaginarse a Jules entregar una carta así ya se partía de risa por dentro.
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Mensaje por Jules Jouvet Miér Ene 06, 2016 7:08 am

Otra de mis carcajadas estruendosas brotó de mi garganta al ver moverse a Castiel como una de esas bailarinas del cabaret, pero después su comentario lo empeoró y terminaron saltándome las lágrimas. Ese era mi mejor amigo, sí, el que podía darle la vuelta a una broma y hacerla cien veces mejor, provocándome un llanto bastante increíble en un serio y calmado Espía de la Inquisición.

Te gustará, aunque no creo que mis superiores viesen con buenos ojos una escultura de un Cazador desnudo y apoyado contra un árbol; aunque puede que si fuera yo, que al menos soy Inquisidor, les encantase la idea, ¿sabes? -No quería imaginármelo, pero al final tenía una imagen en mi mente de Castiel desnudo y después de mí. Genial. Eso iba a generarme algunas dudas sobre si la “inversión” de mi amigo solo era suya o era algo que se podía transmitir. En mi caso, tal vez ni eso era posible, quizá yo era un ser asexual, dado mi cortísimo historial de amantes, tanto mujeres como hombres.

Por un segundo pensé en regalarle uno de esos jarrones de porcelana que tanto habían gustado a Lydia y que podían decorarse a gusto del consumidor. Dios sabía que le había destrozado más de uno a mi amigo y qué mejor manera de compensárselo que regalarle un jarrón con siluetas de hombres desnudos pintados en él. Tuve que echar mano de mi entrenamiento para no proromper en carcajadas de nuevo, pero guardé la idea secretamente en mi interior. Este año Castiel iba a tener un cumpleaños excelente, sí o sí.

Después de volver a calmarme por un ataque de risa, miré a Castiel mientras hablaba. No me creía ni de lejos que su ceño fruncido fuese porque estaba tratando de recordar, sino por lo que le hubiese pasado a Angelo. Yo no sabía nada de él hasta hacía una semana, pero se notaba que algo doloroso había ocurrido. Este no es el momento, susurró una parte de mí. No, no lo era, así que seguí con la idea y el plan para seducir a la joven Blackraven. Decidí perdonarle la vida a ese pedazo de inconsciente sobre llamarme a mí invertido y acusarme de sentimental, ya, claro. Ni en un millón de años iba yo a admitir eso, aunque fuera cierto.

Voy a darte la oportunidad de que retires esa tontería que has dicho, lo de posar desnudo no porque creo que más de uno y de una admirarían tu culo peludo, sino lo de que yo tengo sentimientos, eso es un secreto de Estado y no puedes vivir sabiéndolo -murmuré amenazante mientras me terminaba mi propio vaso de un solo trago, aunque una lenta sonrisa desmintió mis palabras.

Una rosa. Una sonrisa. Un gesto bonito. Genial, sencillamente genial, pensé con ironía. No había querido ahondar más en el tema, no deseaba recordar momentos tan humillantes y dolorosos, pero necesitaba que Castiel me comprendiera, que supiera cuán difícil era hacer ese tipo de cosas, demostrar esos sentimientos y sentirme vulnerable de ese modo. Me senté en mi sillón y le hice un gesto a mi amigo con una mano para que se sentara en el otro. Dejé el vaso ya vacío encima de la mesa, apoyando los codos en mis rodillas, inclinado hacia adelante, preparándome para lo que iba a contar.

Cuando me “enamoré” por primera vez -hice el gesto de las comillas con los dedos sin moverme apenas de mi posición inclinada- creí como un estúpido que mi padre y mi hermano me apoyarían. Hablé con ellos, yo era pequeño entonces y pensé que me darían consejos sobre chicas, que me ayudarían. ¡Qué necio fui, la verdad! Te lo cuento ahora porque necesitas saberlo y yo necesito contarlo, pero supongo que si ahora a algún crío le ocurriera lo mismo que me pasó en aquel momento no tendría remordimientos en tener una charla con su padre -negué con la cabeza antes de detenerme un segundo-. Me llevaron al burdel y allí nos esperaba una mujer muy mayor, demasiado, ni siquiera sé porque seguía trabajando allí. Me desnudó mientras mi padre y otro hombre de la Inquisición me advertían que eso era el sexo, que siempre tendría a una avariciosa mujer que no dejaría de besarme aunque no lo quisiera y que apestaría a alcohol y sudor y…


No pude seguir, sencillamente me detuve, respiré hondo y me limpié el sudor de la cara con el dorso de la mano. Levanté la mirada y estudié a mi mejor amigo, para terminar sonriéndole. No iba a malgastar más tiempo en el pasado, teníamos trabajo por delante.

Aún no conozco demasiado, por no decir nada, a Harper Blackraven, pero si yo en persona le entrego una carta llena de arcoiris, ¿no crees que sospecharía un poco? En mi opinión, estas cosas no se me dan bien y eso se nota. Escribirle aún no, pero lo de las flores me gusta. ¿Tú qué opinas, rosas, lirios, o ambas? Y ni se te ocurra preguntarme cómo sé de flores o te juro que te clavo una daga en el ojo.
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Mensaje por Castiel Beaulieu Miér Ene 06, 2016 12:57 pm

—Pues vaya panda de invertidos hay entre las filas de la Inquisición… y encima con mal gusto —lo señaló con un dedo y puso cara de asco, aunque no pudo aguantar la risa más, por lo que su insulto quedó en nada.

Castiel observaba con una sonrisa todos y cada uno de los gestos de Jules. No quería verlo triste… siempre había sido ese hombre duro, rudo y fuerte que siempre había tenido una sonrisa y una broma de mal gusto para él. Ese que se lo había llevado de fiesta hasta las tantas, con el que se había pegado hasta casi matarse y, por encima de todo, al que consideraba su hermano. Se sentía en la obligación de rescatarlo en el momento en el que pensase que se encontraba mínimamente mal, y sonrió al ver una mejoría palpable.

—¿Y tú cómo sabes como tengo el culo? —inquirió con los ojos muy abiertos — Me espías… invertido, meloso y con buen gusto… me vas empezando a asustar…

Entre risas, también bebió de su vaso hasta que se lo terminó. Sin preguntar siquiera, puesto que había confianza necesaria para eso y más, él mismo cogió la botella de su amigo y volvió a echar en ambos vasos una vez su amigo lo había dejado encima de la mesa. Él hizo lo propio en otro de los sillones que, en casa de Jules, era casi como suyo. Lo acercó simplemente por gusto, mientras observaba cómo, por las reacciones del otro, buscaba las palabras para decirle algo.

Entendió que, aunque él mismo no había llevado una vida llena de rosas y flores, Jules tampoco lo había pasado bien. No entendía cómo su hermano y su padre le hicieron pasar un trago así… si bien cierto era que su padre tal vez lo hubiese desheredado si se hubiera enterado de su homosexualidad, pero como no lo hizo, el recuerdo de la figura paterna para Castiel era algo que atesoraba con cariño y melancolía.

—Tal vez tuvo miedo de que te desviaras del camino que forjó para ti —dijo Castiel con suavidad —. No digo que lo entienda, y mucho menos que lo comparta… pero puede ser que él pensase que era lo mejor para ti.

Después sonrió cuando su amigo volvió a dejar el tema a un lado. No quería agobiarlo con cosas que él quería olvidar, así que lo dejó continuar. Y si bien cierto era que a él se le notaba que era un poco torpe con esas cosas, el joven Beaulieu soltó una sonora carcajada cuando el otro empezó a hablar de flores.

—No te lo preguntaré. Pero sí te diré que deberías dedicarte a trabajar como espía de la Inquisición llevando de tapadera una floristería —sonrió y puso la cabeza de medio lado de forma suave —. Dama de las Camelias.

Le tiró un cojín que había en su sillón a la cara, divertido, mientras reía como un niño pequeño. Lo había sorprendido el hecho de que supiera sobre flores… al final iba a ser verdad que tenía un lado sensible y todo… y aunque Castiel conocía ese lado sensible, sí que no se esperaba que fuera tan… rosa.

—Tal vez una rosa sería una buena idea. Es la flor que más se suele comparar con el amor. Aunque he de admitir que los lirios son especialmente bonitos… de todos modos, yo optaría por la rosa —sonrió de forma pícara —, Dama de las Camelias.

No pudo evitar llamarlo así de nuevo, y esperó en su sillón, tenso como un felino, por si acaso a Jules le daba por saltar hacia él. Se había quedado sin armas al lanzar el cojín, por lo que su único recurso disponible era salir corriendo por toda la casa si le daba por lanzarse hacia él.
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Mensaje por Jules Jouvet Vie Feb 12, 2016 3:41 pm

¿Entonces tengo mal o buen gusto? No te aclaras, Cast, no te aclaras… -Rezongué mientras una sonrisa de oreja a oreja se extendía en mi cara-. Tu culo no me interesa, no tienes ese honor ni esas dos buenas razones en el pecho, que es lo que me gusta a mí, ¿entiendes? -Reí a mandíbula batiente hasta que me dolieron las mejillas, la cara de Cast era de esas cosas que valdría la pena conservar para cuando la vida va mal y necesitas una sonrisa.

No quise contestar a lo que mi mejor amigo me decía. Yo mismo había pasado años tratando de buscar razones para el comportamiento de mi padre. No solo había sido estricto y duro, además ni siquiera me había dado la oportunidad de demostrarle que yo valía, que era importante y que era el mejor. Él solo había tenido ojos para su hijo mayor por ser el primogénito y para su hija por ser la niña, la princesa, la heredera. ¿Y yo? Bueno, era esa mierda de caballo que alguno podía pisar sin querer cuando andaba de paseo, la basura que sacaban de las casas. Yo era eso que no debió ser, el error eterno. O tal vez no, porque si yo no hubiese nacido no habría sido entrenado para pertenecer a la Inquisición, no habría sufrido para llegar a ser de los mejores Espías ni hubiese obtenido permiso para cazar, no habría luchado ni habría sido quien era en ese momento. Al menos, eso me decía a menudo para no sentirme como la mierda que mi padre esperaba que fuera.
Bebí del vaso que me dejó Cast hacía un momento y me lo terminé de un trago de nuevo, mi tolerancia al alcohol debía de ser legendaria, pero cada vez bebía menos, solo cuando estaba con mi mejor amigo y necesitaba coger fuerzas bebía como un cosaco.

No diré nada sobre mi padre excepto que fue un cabrón, pero… sin él, yo no sería quien soy ahora -sonreí mirando a mi amigo, mi compañero de armas, lo mejor que me había pasado en la vida-. El mejor acero se forja en el fuego más potente, ¿verdad?

Casi me ofendí cuando me llamó Dama de las Camelias, pero no estaba en mi naturaleza sentirme así, por lo que reí mucho, desahogando todo el dolor de mi alma, dejando el pasado donde estaba, atrás, y mirando hacia adelante. Pensé en Harper Blackraven, en lo poco que sabía de ella. Sospechaba que debía de ser una cambiante felina porque atraía a las personas de una manera inexplicable, todo el mundo la adoraba. Me la imaginé por un segundo a la luz de la luna, pero no quería que mi mente se desviara o se excediera, así que paré en seco. Ella era un objetivo, un camino para encontrar a Lydia. El único camino que nos quedaba, que serviría para algo. La chica tímida que me abrazaba cuando lloraba de dolor por las heridas de los entrenamientos se había convertido en una fugitiva despiadada, capaz de dejar atrás a su hermano mayor para huir de él. ¿Por qué? Esa era la gran cuestión.

Las rosas son demasiado clásicas, y te juro que como vuelvas a llamarme así te tiro lo primero que lleve encima a la cabeza, quien avisa no es traidor, mon ami -sonreí respondiendo de buen humor-. Te lo advertí.

El cojín que antes no había podido esquivar y yacía en el suelo pasó en un segundo de estar allí tirado a volar por el aire impulsado por mí, y dirigido con mucho amor hacia mi mejor amigo. Después me moví deprisa para esquivar algún posible contraataque mientras comentaba:

Creo que organizaré una comida o cena sorpresa. Un picnic. Algo así. A mí me gusta la comida, y como buenos animales supongo que a los cambiantes también, claro. Después le daré una rosa. El problema será el tiempo, ¿cómo conseguiré que alguien confíe en mí sin haber pasado tiempo con ella? Creo que es… Una misión suicida de las mías -otra sonrisa radiante iluminó mi rostro mientras pensaba en el plan. Poco a poco iba a lograr que Harper Blackraven creyera en mí, aunque temía que cuando lo hiciera tendría que acabar con ella.
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Mensaje por Castiel Beaulieu Dom Abr 17, 2016 6:48 pm

Castiel, que se acostumbraba cada vez más a las reacciones de Jules para con su padre, no era capaz de entender enteramente qué lo llevaba a ser tan introvertido. No quiso tocar más el tema a no ser que el propio Jules lo tocase, pero estaba claro que tenía que trabajar en ello de alguna manera, y tenía que ser muy cauteloso, pues si el otro se daba cuenta seguro que acababan con la cara partida. De nuevo.

—Claro que sí, Jules… tú eres ese fuego, pedazo de imbécil.

Lo miró sonriente. Era verdad que lo consideraba completamente forjado por el fuego, y que cualquiera que lo viera, lo único que vería era un asesino implacable cuya vida estaba dedicada completamente a la defensa de los demás. Lo que Castiel veía era ese fuego dentro de su alma… y si bien a veces el fuego es peligroso, otras veces es cálido y te protege del frío. Para Cass, el fuego de Jules era un alivio en las noches frías.

Después del ataque gratuito de Jules con el cojín —Cass solo admitiría una décima parte de la culpa por llamarlo Dama de las Camelias—, escuchó atentamente el plan que pretendía seguir. Lo veía de tal forma que parecía como si el otro estuviera poco a poco entrando en un campo peligroso. No del tipo de peligro que Jules pensaba… sino un peligro mucho más sutil que a un Cazador o a un Inquisidor se les podía pasar por alto. Y no sabía cómo decírselo, por lo que fue abierto.

—Veo un problema en tu plan, Jules —Cass se levantó y miró por la ventana —. Creo que no estás contando con un factor importante: no eres actor —eso lo dijo remarcando mucho las palabras —. Con esto quiero decir que necesitarás hacer que se vean ciertos sentimientos que, tal vez, nunca surjan… y puede que sea fácil al principio, pero no creo que sea tan tonta como para creerte siempre. Con todo esto, lo que quiero decirte es… que tal vez… cabría la posibilidad… —cada vez se le hacía más difícil —ya sabes… —suspiró —. Que tal vez acabes enamorado de ella. O, al menos, sintiendo algo fuerte, un vínculo. Y sé que es el enemigo, o que la consideras así. Pero el corazón y la razón no siempre se ponen de acuerdo en algo, por lo que deberías tener cuidado, amigo mío.

Guardó durante unos segundos la respiración. De hecho, incluso se puso algo tenso, esperando que Jules saltase hacia él por haberle insinuado que iba a acabar liándose con el enemigo. A pesar de que Castiel no lo veía tan descabellado en su cabeza, seguro que para su mejor amigo eso era una tontería y, tal vez, hasta un insulto. Se volvió para mirarlo de nuevo a los ojos, con expresión ligeramente afligida.

—Te quiero, Jules. Y no quiero que te pase nada… o que seas tú el que acabe mal en esta misión. No quiero que salgas herido ni física ni personalmente. No espero que comprendas mi postura, solo que entiendas cuánto me preocupo por ti…

Suspiró y lo miró a los ojos. Aún recordaba cómo, durante etapas anteriores, Jules enamoraba a las damas a pares, aunque él no atendiera a ello por las causas de su pasado. No obstante, eso era una realidad… y empezar a actuar a su edad un amorío podía desembocar, precisamente, en un amorío real.
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