AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Voulez-vous coucher avec moi en ce soir? ~Jerarld Délvheen~
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Voulez-vous coucher avec moi en ce soir? ~Jerarld Délvheen~
Recuerdo del primer mensaje :
Acomodé el pequeño sombrero carmesí sobre mis cabellos ondulados, procurando que tanto los flecos negros que lo rodeaban como el lazo que lo ornamentaba, no proyectara sombras sobre mi rostro impoluto.
Con los labios teñidos de un intenso rubí sonreí para mí misma y tomé una bocanada de aire antes de recibir las primeras muestras de cariño de mis compañeros, situados ya todos tras la cortina del escenario.
Volteé mi cuerpo para dar la espalda al público que ahora me aclamaba a medida que el telón cedía por los laterales y una tenue iluminación de color rojiza iluminaba mi figura central, sentada en una silla negra, abierta de piernas para dejar entrever las medias de rejilla mientras apoyaba mis brazos sobre el respaldo y mi mentón sobre dichos brazos. De pronto, las primeras notas musicales inundaron la estancia y los hombres, sedientos de entretenimiento, diversión y mujeres, se sumieron en un silencio sepulcral, roto cuando mi cuerpo vestido de forma sensual y provocativa se alzó, girándose hacia ellos con una sonrisa llena de perversión y mis labios, dieron paso a las palabras de una sugerente canción, siempre acompañadas por el ritmo que recorría mi anatomía y hacía danzar mis extremidades, jugando a veces con la silla, a veces con mis compañeros de show o en otras ocasiones, moviéndome sola, acercándome al borde del escenario para dejar que los hombres de la primera fila rozaran mis tobillos con las yemas de sus dedos o incluso con sus labios.
Y tras una sonora carcajada por mi parte al terminar la canción, los cortesanos me tomaron en brazos y me alzaron, girando sobre el mismo eje en el sentido de las agujas del reloj, apurando las últimas notas musicales hasta el momento de lanzar mi sombrero hacia el público que gritaba excitado, dejando que los chicos me escondieran tras el telón, acomodándome sobre el escenario ya a oscuras y lejos de las miradas ajenas. Con la respiración agitada por el esfuerzo físico de la danza y puesta en escena, recibí amablemente los halagos de mis compañeros, agradeciéndoles sus esfuerzos e ilusión. Un joven cortesano recién incorporado en aquella humilde organización teatral nacida del burdel en el que todos nosotros trabajábamos, me trajo varios ramos de flores y bombones que algunos interesados en mis servicios me habían brindado tras mi actuación a modo de petición para ser elegidos aquella noche. Tras descartar los presentes más vulgares o inferiores en precio a lo que solicitaba por vender mi cuerpo, acepté una preciosa caja de cuero forrado de piel en su interior y que albergaba, ante mi sorpresa, un maravilloso collar formado íntegramente por diamantes, esbozando sobre mi cuello y parte del escote, un envidioso dibujo compuesto por arcos invertidos, formas geométricas varias y culminaciones en lágrimas. La joya centelleaba con luz propia y tuve que recordar cómo respirar antes de caer redonda sobre el parqué.
Leí la nota que acompañaba la ofrenda y sentí en mi pecho cómo mi corazón daba un vuelco. ¿Maximilien Robespierre? El pulso se me agitó con la sola idea de imaginar cuánto podía a llegar a pagar por una sola noche en mi compañía, pues sólo aquella pieza que seguía contemplando admirada por su infinita belleza en la que me veía reflejada por su pureza, ya podía alcanzar los cien mil francos. Hice un esfuerzo para tragar saliva, intentando disimular el fuerte golpe emocional que acababa de sufrir. Alcé la vista hacia el muchacho que me miraba extrañado por la tardanza de mi veredicto, y tras cerrar el cofre antes de que nadie más viese su contenido, se lo entregué a él.
- Llévalo a mi camerino sin entretenerte.- le pedí con cierto aire de soberbia en mi voz.
¿Cómo podía confiarle aquél tesoro a un simple niño? Simplemente porque sabía que obedecería sin tan siquiera husmear el regalo, pues todos y cada uno de ellos, incluido él, me adoraban como a una diosa, alguien a quién no podían perjudicar si no deseaban recibir duras represalias de por vida. A demás, muchos de ellos dependían de su escueto sueldo, por lo que el despido sería la firma que sentenciaría su muerte a manos de la solitaria calle.
Cuando me quedé a solas tras el telón y ya no escuchaba el murmuro constante del público, caminé paulatinamente hacia la cortina, separándola para dejar pasar a mi cuerpo por ella. Contemplé la sala vacía, con muy poca iluminación, con el piano pegado a la tarima del escenario y ya sin manos que acariciaran sus teclas. Mis ojos buscaron el sombrero carmesí que momentos antes había lanzado al aire, maldiciéndome por creer en que la persona que lo había recibido, sería tan caballeroso de devolvérmelo tras la función. ¿Quién no desearía conservar un pellizco de la famosa Rubí? Solté una carcajada amarga y tras un suspiro, decidí ir a mi camerino, en el que me cambiaría de ropaje y emprendería mi camino hacia mi habitación, en la que ya, muy probablemente, aquél noble falto de amor, esperaba recibir mi codiciado cuerpo. No obstante, mi mano sólo llegó a rozar la aterciopelada tela del telón, pues unas notas musicales muy conocidas desde hacía varios años, acariciaron mis oídos y estremeció mi cuerpo de porcelana. Conteniendo el aliento, ladeé mi cabeza y ahogué un grito de sorpresa y alegría, sintiendo cómo las comisuras de mis labios dibujaban una amplia y sincera sonrisa. Una de aquellas que creí extinguidas tras su desaparición…
Acomodé el pequeño sombrero carmesí sobre mis cabellos ondulados, procurando que tanto los flecos negros que lo rodeaban como el lazo que lo ornamentaba, no proyectara sombras sobre mi rostro impoluto.
- ATUENDO:
Con los labios teñidos de un intenso rubí sonreí para mí misma y tomé una bocanada de aire antes de recibir las primeras muestras de cariño de mis compañeros, situados ya todos tras la cortina del escenario.
- ESCENARIO:
Volteé mi cuerpo para dar la espalda al público que ahora me aclamaba a medida que el telón cedía por los laterales y una tenue iluminación de color rojiza iluminaba mi figura central, sentada en una silla negra, abierta de piernas para dejar entrever las medias de rejilla mientras apoyaba mis brazos sobre el respaldo y mi mentón sobre dichos brazos. De pronto, las primeras notas musicales inundaron la estancia y los hombres, sedientos de entretenimiento, diversión y mujeres, se sumieron en un silencio sepulcral, roto cuando mi cuerpo vestido de forma sensual y provocativa se alzó, girándose hacia ellos con una sonrisa llena de perversión y mis labios, dieron paso a las palabras de una sugerente canción, siempre acompañadas por el ritmo que recorría mi anatomía y hacía danzar mis extremidades, jugando a veces con la silla, a veces con mis compañeros de show o en otras ocasiones, moviéndome sola, acercándome al borde del escenario para dejar que los hombres de la primera fila rozaran mis tobillos con las yemas de sus dedos o incluso con sus labios.
Hé soeur! Aller âme sœur, ma sœur, vont sœur,
Hé soeur! Aller sœur, âme sœur, la sœur vont
Il a rencontré Marmalade bas dans le Vieux-New Orleans
Struttin 'ses affaires dans la rue
Elle dit: «Bonjour, Hey Joe, vous voulez lui donner un aller?"
Getcha getcha ya ya da da, getcha getcha ya ya ici
Mocha Chocolata Ya Ya Lady Marmalade créole
Voulez-vous coucher avec moi en ce soir?
Voulez-vous coucher avec moi en?
Il était assis dans son boudoir tandis qu'elle rafraîchit
Le garçon a bu tout ce que le magnolia wineUpon sa feuille de satin noir où il a commencé à paniquer
Getcha getcha ya ya da da, getcha getcha ya ya ici,
Voulez-vous coucher ce soir lavec moi?
Touchin soyeuse »sa peau feelin 'lisse, couleur de café au lait
Fabriqué à l'intérieur de la bête sauvage rugissement jusqu'à ce qu'il criait
Plus - plus - plus
Maintenant, il est de retour chez doin 'neuf à cinq, livin' sa vie de flanelle grise
Mais quand il se tourne vers le sommeil, mem'ries ancienne fluage
Plus - plus - plus
Getcha getcha ya ya da da, getcha getcha ya ya ici,
Voulez-vous coucher avec moi en ce soir?
Hé soeur! Aller sœur, âme sœur, la sœur vont
Il a rencontré Marmalade bas dans le Vieux-New Orleans
Struttin 'ses affaires dans la rue
Elle dit: «Bonjour, Hey Joe, vous voulez lui donner un aller?"
Getcha getcha ya ya da da, getcha getcha ya ya ici
Mocha Chocolata Ya Ya Lady Marmalade créole
Voulez-vous coucher avec moi en ce soir?
Voulez-vous coucher avec moi en?
Il était assis dans son boudoir tandis qu'elle rafraîchit
Le garçon a bu tout ce que le magnolia wineUpon sa feuille de satin noir où il a commencé à paniquer
Getcha getcha ya ya da da, getcha getcha ya ya ici,
Voulez-vous coucher ce soir lavec moi?
Touchin soyeuse »sa peau feelin 'lisse, couleur de café au lait
Fabriqué à l'intérieur de la bête sauvage rugissement jusqu'à ce qu'il criait
Plus - plus - plus
Maintenant, il est de retour chez doin 'neuf à cinq, livin' sa vie de flanelle grise
Mais quand il se tourne vers le sommeil, mem'ries ancienne fluage
Plus - plus - plus
Getcha getcha ya ya da da, getcha getcha ya ya ici,
Voulez-vous coucher avec moi en ce soir?
Y tras una sonora carcajada por mi parte al terminar la canción, los cortesanos me tomaron en brazos y me alzaron, girando sobre el mismo eje en el sentido de las agujas del reloj, apurando las últimas notas musicales hasta el momento de lanzar mi sombrero hacia el público que gritaba excitado, dejando que los chicos me escondieran tras el telón, acomodándome sobre el escenario ya a oscuras y lejos de las miradas ajenas. Con la respiración agitada por el esfuerzo físico de la danza y puesta en escena, recibí amablemente los halagos de mis compañeros, agradeciéndoles sus esfuerzos e ilusión. Un joven cortesano recién incorporado en aquella humilde organización teatral nacida del burdel en el que todos nosotros trabajábamos, me trajo varios ramos de flores y bombones que algunos interesados en mis servicios me habían brindado tras mi actuación a modo de petición para ser elegidos aquella noche. Tras descartar los presentes más vulgares o inferiores en precio a lo que solicitaba por vender mi cuerpo, acepté una preciosa caja de cuero forrado de piel en su interior y que albergaba, ante mi sorpresa, un maravilloso collar formado íntegramente por diamantes, esbozando sobre mi cuello y parte del escote, un envidioso dibujo compuesto por arcos invertidos, formas geométricas varias y culminaciones en lágrimas. La joya centelleaba con luz propia y tuve que recordar cómo respirar antes de caer redonda sobre el parqué.
- Regalo:
Leí la nota que acompañaba la ofrenda y sentí en mi pecho cómo mi corazón daba un vuelco. ¿Maximilien Robespierre? El pulso se me agitó con la sola idea de imaginar cuánto podía a llegar a pagar por una sola noche en mi compañía, pues sólo aquella pieza que seguía contemplando admirada por su infinita belleza en la que me veía reflejada por su pureza, ya podía alcanzar los cien mil francos. Hice un esfuerzo para tragar saliva, intentando disimular el fuerte golpe emocional que acababa de sufrir. Alcé la vista hacia el muchacho que me miraba extrañado por la tardanza de mi veredicto, y tras cerrar el cofre antes de que nadie más viese su contenido, se lo entregué a él.
- Llévalo a mi camerino sin entretenerte.- le pedí con cierto aire de soberbia en mi voz.
¿Cómo podía confiarle aquél tesoro a un simple niño? Simplemente porque sabía que obedecería sin tan siquiera husmear el regalo, pues todos y cada uno de ellos, incluido él, me adoraban como a una diosa, alguien a quién no podían perjudicar si no deseaban recibir duras represalias de por vida. A demás, muchos de ellos dependían de su escueto sueldo, por lo que el despido sería la firma que sentenciaría su muerte a manos de la solitaria calle.
Cuando me quedé a solas tras el telón y ya no escuchaba el murmuro constante del público, caminé paulatinamente hacia la cortina, separándola para dejar pasar a mi cuerpo por ella. Contemplé la sala vacía, con muy poca iluminación, con el piano pegado a la tarima del escenario y ya sin manos que acariciaran sus teclas. Mis ojos buscaron el sombrero carmesí que momentos antes había lanzado al aire, maldiciéndome por creer en que la persona que lo había recibido, sería tan caballeroso de devolvérmelo tras la función. ¿Quién no desearía conservar un pellizco de la famosa Rubí? Solté una carcajada amarga y tras un suspiro, decidí ir a mi camerino, en el que me cambiaría de ropaje y emprendería mi camino hacia mi habitación, en la que ya, muy probablemente, aquél noble falto de amor, esperaba recibir mi codiciado cuerpo. No obstante, mi mano sólo llegó a rozar la aterciopelada tela del telón, pues unas notas musicales muy conocidas desde hacía varios años, acariciaron mis oídos y estremeció mi cuerpo de porcelana. Conteniendo el aliento, ladeé mi cabeza y ahogué un grito de sorpresa y alegría, sintiendo cómo las comisuras de mis labios dibujaban una amplia y sincera sonrisa. Una de aquellas que creí extinguidas tras su desaparición…
Michelle Délvheen- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 161
Fecha de inscripción : 02/11/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Voulez-vous coucher avec moi en ce soir? ~Jerarld Délvheen~
Un punzante dolor seguido por cierto ardor y acompañado luego por un macabro placer.
Eso fue lo que sentí cuando Jerarld mordió mi cuello para alimentarse de mí, algo que sin duda, me desarmó y me llenó el cuerpo de miedo y terror. Sí, confiaba ciegamente en aquél enigmático hombre… o vampiro, dado que desconocía qué tenía más, si de mortal o de sanguijuela.
Mis ojos se abrieron de par en par y mi boca dejó escapar un sonoro gemido precedido por una serie de arrebatos innatos, algo lógico como era la supervivencia. Mis manos me sudaban y la idea de sentirme atrapada bajo su cuerpo y siendo sus colmillos los que poco a poco me robaban la vida, sentí el impulso de escapar de Jerarld, forcejeando con él aunque sin obtener movimiento alguno en su postura.
- Jerarld… por… por favor… no…- jadeaba, luchando con todas mis fuerzas para evitar que mis ojos se cerraran o mi vos se apagara en las entrañas de mi garganta.
Él gruñía interiormente, quizás batallando con su lado más animal y feroz, quizás luchando para apartarse de mí, quizás… quizás no gruñía, quizás eran sus tripas que reclamaban más de aquél elixir que era mi sangre para él. Entonces… ¿todo acababa allí? ¿aquella noche?
Una sonrisa se posó sobre mis labios y mis músculos dejaron de resistirse a su ataque. En mis ojos, recuerdos del pasado inundaron mi mirada, clavándose en mis retinas. Aspiré profundamente, intentando albergar en mis pulmones el aroma de Jerarld. Y es que, a sabiendas que mi vida no podía alargarse mucho más, la idea de morir en los brazos del ser que más había amado en toda mi vida, ya no me parecía tan horrible, al contrario. Jerarld me daba la opción de dormirme eternamente allí, junto a él, tras una noche de ensueño, tras sus besos y sus caricias que aunque probablemente no habían sido sinceras, me bastaban. Y ahora, tras dejarle de arañar los brazos y la espalda para escapar de su beso mortal, me limité a cerrar los ojos y sonreír felizmente, intentando no pensar en la escasez de oxígeno que alcanzaba mis pulmones, o mis latidos ralentizarse, o mi piel enfriarse.
- Gracias.- suspiré.
Sí, sabía que aquella mañana ya no vería el Sol amanecer y era consciente que no volvería a enredarme en el cuerpo de Jerarld por la noche. Pero ya nada me importaba en ese momento, más que él abriera ese cajón y encontrara las mil ciento sesenta y seis cartas que le había escrito –y nunca enviado- desde su desaparición. La última, la había escrito el día anterior, tras varias semanas en cama por altas fiebres, inanición y cansancio. Aquella tarde, mientras agonizaba bajo las sábanas frías, escuché al doctor Dubois hablar con Madmoiselle Bouvier, la dueña del burdel.
- … no, realmente no creo que pueda soportar uno de sus shows, madmoiselle. De hecho, dudo que llegue a cumplir los veinte y seis años.
- ¿Insinúa que le quedan semanas de vida?- inquirió ella en un susurro ansioso.
Él no respondió, dejando que aquél tenso silencio confirmara las sospechas de la cortesana. Tras aquello, los pasos se alejaron de frente mi puerta, descendiendo por las escaleras que les conducirían hasta el exterior de mi vivienda. Pero sin que aquellas palabras del médico me alarmaran lo más mínimo, me deshice de las sábanas y salté de la cama para buscar el vestido que aquella noche luciría, probablemente, por última vez. Y de hecho, así fue, aunque eso sería adelantarme a la historia, cuando lo que estaba relatando, era cómo llegué a sentarme en mi escritorio, jadeante y cubierta de sudor febril, para escribir algo así como mi testamento, una carta que sólo rezaba para que algún día, aunque fuese décadas después, él llegara a leer…
Ahora que está todo en silencio y que la calma me besa el corazón, quiero decir adiós. Pero mi vida, yo nunca podré olvidarte. Hay tantas cosas que nunca te dije en vida... como que eres todo cuanto amo. Sé que la culpa te acosa y te susurra al oído: “pude hacer más”. Pero no hay nada que reprochar, ya no hay demonios en el fondo del cristal y sólo bebo todos los besos que no te di. Y ahora que ya no estoy junto a ti, desde mi cielo te arroparé en la noche, te acunaré en los sueños y espantaré todos tus miedos. Porque como ayer, hoy te busqué en el doble techo de mi corazón y hallé nostalgia de ti, y soledad. Así, comencé a llorar estos versos bañados en el anhelo de volver a dormir sobre tu aroma. Desahucié tus besos de mi memoria y digo adiós, pues te dejaré marchar. Aunque duele tanto vivir sin ti… Necesito tu olor, necesito tu gélido calor. Egoísta de mí, quiero perfumar mi alma con gotas de ti y archivar mi dolor en el doble fondo que hay en mi colchón. Y como ayer, hoy me perdí en el laberinto de caminar sin ti, y grité: ¿mi amor dónde estás? Y lloré cuando sólo el silencio se hizo presente, llevándome la brisa sólo recuerdos de nuestra historia, como cuando tú me preguntabas: ¿capaz o incapaz? Y ahora me toca perder y decir… incapaz. Incapaz de olvidarte, de odiarte siquiera. Incapaz de seguir viviendo si no es a tu lado. Sí… perdí el juego y convertiste el tiempo en mi verdugo mientras pinto anocheceres sin saber quién es la dueña de tu piel y escribo despedidas en el papel compuesto por los desechos de tu querer…
Madmoiselle Bouvier volvió a entrar a mi habitación, descubriéndome levantada y escribiendo. Sin inmutarse por las lágrimas que encontró en mi rostro enfermizo, se interesó por mi estado. Le mentí, obviamente, para que me dejase actuar por última vez en el burdel, ayudándome ella en vestirme y maquillarme. Juraría que ya me encontraba mejor una vez estuve en el escenario, y más cuando la música guió mis pasos hacia la figura soñada de Jerarld y… bueno, el resto ya lo sabes.
- Pero te querré siempre, mi amor.- concluí antes de batallar contra la mano oscura de la Muerte, esbozando una sonrisa triunfante ante la idea de ser acunada por los brazos de Jerarld mientras exhalaba mi último suspiro sobre su cuello y mi mano temblorosa que ahora acariciaba la comisura de sus labios por las que goteaba mi propia sangre, caía sutilmente hasta reposar sobre la moqueta en la que mi cuerpo yacía, prácticamente… inerte.
Eso fue lo que sentí cuando Jerarld mordió mi cuello para alimentarse de mí, algo que sin duda, me desarmó y me llenó el cuerpo de miedo y terror. Sí, confiaba ciegamente en aquél enigmático hombre… o vampiro, dado que desconocía qué tenía más, si de mortal o de sanguijuela.
Mis ojos se abrieron de par en par y mi boca dejó escapar un sonoro gemido precedido por una serie de arrebatos innatos, algo lógico como era la supervivencia. Mis manos me sudaban y la idea de sentirme atrapada bajo su cuerpo y siendo sus colmillos los que poco a poco me robaban la vida, sentí el impulso de escapar de Jerarld, forcejeando con él aunque sin obtener movimiento alguno en su postura.
- Jerarld… por… por favor… no…- jadeaba, luchando con todas mis fuerzas para evitar que mis ojos se cerraran o mi vos se apagara en las entrañas de mi garganta.
Él gruñía interiormente, quizás batallando con su lado más animal y feroz, quizás luchando para apartarse de mí, quizás… quizás no gruñía, quizás eran sus tripas que reclamaban más de aquél elixir que era mi sangre para él. Entonces… ¿todo acababa allí? ¿aquella noche?
Una sonrisa se posó sobre mis labios y mis músculos dejaron de resistirse a su ataque. En mis ojos, recuerdos del pasado inundaron mi mirada, clavándose en mis retinas. Aspiré profundamente, intentando albergar en mis pulmones el aroma de Jerarld. Y es que, a sabiendas que mi vida no podía alargarse mucho más, la idea de morir en los brazos del ser que más había amado en toda mi vida, ya no me parecía tan horrible, al contrario. Jerarld me daba la opción de dormirme eternamente allí, junto a él, tras una noche de ensueño, tras sus besos y sus caricias que aunque probablemente no habían sido sinceras, me bastaban. Y ahora, tras dejarle de arañar los brazos y la espalda para escapar de su beso mortal, me limité a cerrar los ojos y sonreír felizmente, intentando no pensar en la escasez de oxígeno que alcanzaba mis pulmones, o mis latidos ralentizarse, o mi piel enfriarse.
- Gracias.- suspiré.
Sí, sabía que aquella mañana ya no vería el Sol amanecer y era consciente que no volvería a enredarme en el cuerpo de Jerarld por la noche. Pero ya nada me importaba en ese momento, más que él abriera ese cajón y encontrara las mil ciento sesenta y seis cartas que le había escrito –y nunca enviado- desde su desaparición. La última, la había escrito el día anterior, tras varias semanas en cama por altas fiebres, inanición y cansancio. Aquella tarde, mientras agonizaba bajo las sábanas frías, escuché al doctor Dubois hablar con Madmoiselle Bouvier, la dueña del burdel.
- … no, realmente no creo que pueda soportar uno de sus shows, madmoiselle. De hecho, dudo que llegue a cumplir los veinte y seis años.
- ¿Insinúa que le quedan semanas de vida?- inquirió ella en un susurro ansioso.
Él no respondió, dejando que aquél tenso silencio confirmara las sospechas de la cortesana. Tras aquello, los pasos se alejaron de frente mi puerta, descendiendo por las escaleras que les conducirían hasta el exterior de mi vivienda. Pero sin que aquellas palabras del médico me alarmaran lo más mínimo, me deshice de las sábanas y salté de la cama para buscar el vestido que aquella noche luciría, probablemente, por última vez. Y de hecho, así fue, aunque eso sería adelantarme a la historia, cuando lo que estaba relatando, era cómo llegué a sentarme en mi escritorio, jadeante y cubierta de sudor febril, para escribir algo así como mi testamento, una carta que sólo rezaba para que algún día, aunque fuese décadas después, él llegara a leer…
Ahora que está todo en silencio y que la calma me besa el corazón, quiero decir adiós. Pero mi vida, yo nunca podré olvidarte. Hay tantas cosas que nunca te dije en vida... como que eres todo cuanto amo. Sé que la culpa te acosa y te susurra al oído: “pude hacer más”. Pero no hay nada que reprochar, ya no hay demonios en el fondo del cristal y sólo bebo todos los besos que no te di. Y ahora que ya no estoy junto a ti, desde mi cielo te arroparé en la noche, te acunaré en los sueños y espantaré todos tus miedos. Porque como ayer, hoy te busqué en el doble techo de mi corazón y hallé nostalgia de ti, y soledad. Así, comencé a llorar estos versos bañados en el anhelo de volver a dormir sobre tu aroma. Desahucié tus besos de mi memoria y digo adiós, pues te dejaré marchar. Aunque duele tanto vivir sin ti… Necesito tu olor, necesito tu gélido calor. Egoísta de mí, quiero perfumar mi alma con gotas de ti y archivar mi dolor en el doble fondo que hay en mi colchón. Y como ayer, hoy me perdí en el laberinto de caminar sin ti, y grité: ¿mi amor dónde estás? Y lloré cuando sólo el silencio se hizo presente, llevándome la brisa sólo recuerdos de nuestra historia, como cuando tú me preguntabas: ¿capaz o incapaz? Y ahora me toca perder y decir… incapaz. Incapaz de olvidarte, de odiarte siquiera. Incapaz de seguir viviendo si no es a tu lado. Sí… perdí el juego y convertiste el tiempo en mi verdugo mientras pinto anocheceres sin saber quién es la dueña de tu piel y escribo despedidas en el papel compuesto por los desechos de tu querer…
Madmoiselle Bouvier volvió a entrar a mi habitación, descubriéndome levantada y escribiendo. Sin inmutarse por las lágrimas que encontró en mi rostro enfermizo, se interesó por mi estado. Le mentí, obviamente, para que me dejase actuar por última vez en el burdel, ayudándome ella en vestirme y maquillarme. Juraría que ya me encontraba mejor una vez estuve en el escenario, y más cuando la música guió mis pasos hacia la figura soñada de Jerarld y… bueno, el resto ya lo sabes.
- Pero te querré siempre, mi amor.- concluí antes de batallar contra la mano oscura de la Muerte, esbozando una sonrisa triunfante ante la idea de ser acunada por los brazos de Jerarld mientras exhalaba mi último suspiro sobre su cuello y mi mano temblorosa que ahora acariciaba la comisura de sus labios por las que goteaba mi propia sangre, caía sutilmente hasta reposar sobre la moqueta en la que mi cuerpo yacía, prácticamente… inerte.
Michelle Délvheen- Vampiro Clase Alta
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Re: Voulez-vous coucher avec moi en ce soir? ~Jerarld Délvheen~
Su sangre cálida, preciosa y llena de vida se deslizo por mis labios, entrando en mí, con necesidad, con ansia, con completa desesperación. Deslizándose por mi garganta y haciéndome sentir vivo como cada vez que daba un sorbo de aquel preciado néctar, que con su simple tacto nos daba la vida que ya no teníamos…
Oh maldito de mí. Condenado a la vida eterna y a la constante sed. Me atormentaba cada día de mi vida pensando en lo inevitable de mi condición…Sin embargo ahí estaba, seguía vivo, seguía luchando y seguía bebiendo. En muchas ocasiones me preguntaba porque seguía existiendo. Y siempre pensaba que lo hacía por todos aquellos a quienes amaba y por que había tanto que aun quería hacer…La vida era resumida en un simple suspiro, y nunca bastaba. Nunca era suficiente para todo lo que se podía hacer con ella.
De pronto su voz lejana me llamaba, y hablaba, pero yo no podía escucharla. En aquel momento no era yo, ni siquiera era una persona, en aquel momento no era más que la bestia sedienta, y esa bestia no podía escuchar nada.
Sostuve su cuerpo desnudo entre mis brazos y absorbí de su cuello primero con necesidad para después relajarme y comenzar a beber de ella con calma, con total calma… Como si una parte de mi no quisiese acabar jamás. Como si toda mi existencia se resumiese a aquel instante y a aquel momento en que bebía. Pues era solo en aquellos momentos cuando parecía que realmente estaba vivo y podía notar la calidez dentro de mí. Sintiendo vida e incluso paz…La paz de los condenados que sacian su eterna sed. Una sed que es por un instante eliminada dejándonos tranquilos y en calma.
Pero aun cuando me hallaba en ese trance, en aquel momento en el que no era más que una bestia sedienta, sentí su voz. Su dulce y apagada voz, primero pidiendo clemencia y después aceptándolo sin más.
Separe mis labios de su cuello y extendí la cabeza hacia atrás aun notando el sabor precioso de su esencia en mis labios y las últimas gotas recorriendo mi garganta.
Solo entonces pude lograr abrir los ojos, tome una bocanada de aire y solo en aquel instante entendí lo que acababa de hacer. Aun sin poder mirarla escuche el murmullo de su mente. Sus miedos, sus necesidades, sus temores, su ímpetu, las cartas, todas aquellas cartas que me había escrito…Todos esos momentos en los que solo dedicaba su tiempo y sus pensamientos a mí, y solo a mí. Seguido de los recuerdos de su vida actual, que pasaron fugaces por su mente, entre fragmentos de sus memorias, momentos de bailes, de espectáculo, sus compañeros, sus clientes, los momentos de diversión, las risas, las lagrimas… Recuerdos que a veces estaban vacios, pues ocultaban una enorme pena que llenaba su alma mientras las imágenes recorrían su mente desde el presente hasta el pasado. Días vacios, días de rabia, recuerdos borrosos y luego nuestros momentos juntos, días a oscuras, y noches fugaces…
¿cuantos días, cuantos años habían sido?...No había sido mucho tiempo, pero habían sido de los momentos más intensos de mi vida, y al parecer de la suya también.
Sin embargo un recuerdo algo borroso llego a su mente de forma intensa. Ella lloraba mientras acomodaba algo sobre su cama. Se arrodillo frente a aquello mientras intentaba sonreír sin lograrlo, aun con lágrimas en los ojos.
-Espero que algún día me perdonéis…Pero yo…Yo no puedo… Ella oculto el rostro entre sus manos y luego otro recuerdo fugaz atravesó su mente. Mostrando cómo se dirigía hacia el orfanato. Alguien le esperaba cuando ella volvió con las manos vacías. Esa persona acaricio su mejilla con suavidad mientras el brillo de sus ojos se borraba. Olvidando todo recuerdo de aquella noche, y todo recuerdo de los últimos meses…
Además de mi, alguien mas había manipulado su mente, borrando sus recuerdos. Y después de eso, ya no quedaba nada más que dolor, pérdida y angustia por tener un destino incierto que parecía querer ensañarse con ella.
Baje el rostro con lentitud, notando como mis cabellos tapaban mi rostro y las gotas ahora frías de sangre se deslizaban por las comisuras de mis labios, sostuve su cuerpo entre mis brazos mientras le miraba sin expresión alguna.
Sin embargo poco a poco, mi humanidad volvió a mí, recordándome que estaba ahí, que estaba con ella, que había bebido…Que me había excedido.
Trague saliva y comencé a respirar una vez más, agitándome al contemplar lo que acababa de hacer.
Todos estos años le había visitado, le había dado mi sangre, había cuidado de ella sin que ella lo sospechase. Y ahora…ahora que por fin le dejaba recordar que había estado a su lado había caído…había sucumbido ante la sed eterna tomándola a ella, presisamente a ella que de forma inocente confiaba en mí y me añoraba…Había prometido que la protegería, que cuidaría de ella, y me había convertido en su verdugo.
Roxanne…¿Roxanne? Movi su cuerpo esperando que despertara, que me mirase. Le moví esperando ver el terror en sus ojos, esperando que quisiese huir de mi, Pero no fue asi, su cuerpo empezaba a enfriarse y sus labios mostraban una frágil sonrisa que empezaba a desvanecerse con el pasar de los preciados segundos.
Note como mi cuerpo se tensaba al comprenderlo, ella no iba a despertar.
NOOOOOO!! Roxanne!! Vamos!! Le moví con más violencia, llamándole con desesperación. sentándome para acunarla entre mis brazos mientras empezaba a sentir la angustia como una sutil agonía que subía por mis extremidades, adueñándose de todo mi ser.
Despierta!!...Abre los ojos…Mírame, mírame estoy aquí!!…Estoy aquí…Note que mi cuerpo comenzaba a temblar, entre la rabia, la ira y el desprecio que sentía hacia mí mismo en aquel instante por hacerle eso.
Me levante y la lleve conmigo en brazos. Subiendo con prisa por las escaleras mientras abría de una patada la puerta de su habitación para depositarla sobre su cama. Me situé a su lado mientras tomaba su cuerpo acunándolo y tapándolo con unas de las mantas.
-Rox…Vamos cielo..Tienes que despertar, tienes que abrir los ojos. Tienes que saber que estoy aquí, que siempre he estado aquí…todos estos años te acompañe desde las sombras…Nunca me fui…Nunca me he ido. No puedes rendirte…No puedes irte!...Es que no entiendes…no entiendes que no puedo vivir si tu no estás?...
Sostuve su cuerpo con fuerza contra el mío, mientras sujetaba una de sus muñecas, su pulso cada vez bajaba más, y su cuerpo comenzaba a estar tan frio como el mío. Note que ya no podía respirar, que no podía hablar, solo notaba mi cuerpo temblar con violencia mientras le sostenía a ella, esperando que escuchase mis palabras desesperadas. Pero, sabía que no iba a ser así…
Fue entonces cuando una idea se cruzo por mi mente. Negué con la cabeza en la soledad de aquella habitación cerrando los ojos, frunciendo el ceño y meciéndome con ella entre mis brazos.
Si accedía a hacer lo que en mi mente se formaba…
Había jurado que jamás lo haría, que nunca condenaría a alguien a lo que a mí me habían condenado, No si podía evitarlo.
Recordaba el momento de aquella promesa. La había hecho al acabar con Démian. Había lanzado las espadas lejos. Y había prometido a la soledad de la noche que jamás condenaría a nadie a la sed eterna.
Sin embargo ahora, ¿podría vivir sin ella? ¿Podría vivir sabiendo que una vez mas habia dejado que un ser amado muriese entre mis brazos?...¿Cuántas personas, cuantos aliados, cuantos amigos habían muerto ya entre mis brazos?...Lamentablemente eran incontables. Pero ahora, ahora era distinto.
Ella…¿Quién era ella para mí? Mi amiga, mi compañera, mi aliada…mi secreto…mi desconcierto. Ella era una de las razones de mi existencia y ahora lo comprendía. Ella era mi amada, mi sustento, mi noche y mi día. Todos estos años había vivido pensando que era yo quien velaba por ella, no era cierto. Era ella la que me brindaba la vida con su compañía. Compañía que estos últimos años le había robado sin que ella sospechase, no se trataba solo de ella, sino también de mí. Le necesitaba hasta un punto que me dolía reconocer… No podía permitir que se fuese, simplemente esa idea no era podía existir para mi, pues su sola mención, me desesperaba y llenaba de angustia.
Ella no podía irse.
Note que mi semblante se relajaba sutilmente, mis labios apretados se abrieron mientras yo acercaba mi muñeca hasta ellos, usando mis colmillos desgarré la piel con rapidez. Contemple como la sangre oscura y brillante se deslizaba por mi pálida piel a la vez que las lagrimas caían por mis ojos inexpresivos. Acerque mi muñeca hacia sus labios amoratados, y deje que las gotas cayesen sobre ellos y se deslizaran por su garganta.
...Y entonces el concepto del tiempo desapareció…
En aquel instante solo sabía que había roto mi pacto con el cielo, pero ya no me importaba, con aquel acto, acababa de perder el último fragmento de alma que creía poseer, y ya tampoco me importaba. Mire el rostro sereno de Rox, sin saber si había funcionado o no, pues ella no se movía. Había llegado demasiado tarde. Note que mis ojos no la vislumbraban correctamente por las lágrimas que me cegaban, y entonces le deje en el lecho mientras retrocedía poco a poco hasta dar con la pared. Deje que mi espalda se deslizara por ella hasta que quede sentado en el suelo.
El murmullo de los arboles se hizo presente y las sombras que se proyectaban a través de la ventana mostraban como comenzaban a caer frágiles copos de nieve, que ahora se acumulaban en los recovecos de las mismas. Pero yo no podía verlo, yo no podía ver nada, no podía sentir nada. En aquel instante de mi vida, supe que era yo quien acababa de morir…
Oh maldito de mí. Condenado a la vida eterna y a la constante sed. Me atormentaba cada día de mi vida pensando en lo inevitable de mi condición…Sin embargo ahí estaba, seguía vivo, seguía luchando y seguía bebiendo. En muchas ocasiones me preguntaba porque seguía existiendo. Y siempre pensaba que lo hacía por todos aquellos a quienes amaba y por que había tanto que aun quería hacer…La vida era resumida en un simple suspiro, y nunca bastaba. Nunca era suficiente para todo lo que se podía hacer con ella.
De pronto su voz lejana me llamaba, y hablaba, pero yo no podía escucharla. En aquel momento no era yo, ni siquiera era una persona, en aquel momento no era más que la bestia sedienta, y esa bestia no podía escuchar nada.
Sostuve su cuerpo desnudo entre mis brazos y absorbí de su cuello primero con necesidad para después relajarme y comenzar a beber de ella con calma, con total calma… Como si una parte de mi no quisiese acabar jamás. Como si toda mi existencia se resumiese a aquel instante y a aquel momento en que bebía. Pues era solo en aquellos momentos cuando parecía que realmente estaba vivo y podía notar la calidez dentro de mí. Sintiendo vida e incluso paz…La paz de los condenados que sacian su eterna sed. Una sed que es por un instante eliminada dejándonos tranquilos y en calma.
Pero aun cuando me hallaba en ese trance, en aquel momento en el que no era más que una bestia sedienta, sentí su voz. Su dulce y apagada voz, primero pidiendo clemencia y después aceptándolo sin más.
Separe mis labios de su cuello y extendí la cabeza hacia atrás aun notando el sabor precioso de su esencia en mis labios y las últimas gotas recorriendo mi garganta.
Solo entonces pude lograr abrir los ojos, tome una bocanada de aire y solo en aquel instante entendí lo que acababa de hacer. Aun sin poder mirarla escuche el murmullo de su mente. Sus miedos, sus necesidades, sus temores, su ímpetu, las cartas, todas aquellas cartas que me había escrito…Todos esos momentos en los que solo dedicaba su tiempo y sus pensamientos a mí, y solo a mí. Seguido de los recuerdos de su vida actual, que pasaron fugaces por su mente, entre fragmentos de sus memorias, momentos de bailes, de espectáculo, sus compañeros, sus clientes, los momentos de diversión, las risas, las lagrimas… Recuerdos que a veces estaban vacios, pues ocultaban una enorme pena que llenaba su alma mientras las imágenes recorrían su mente desde el presente hasta el pasado. Días vacios, días de rabia, recuerdos borrosos y luego nuestros momentos juntos, días a oscuras, y noches fugaces…
¿cuantos días, cuantos años habían sido?...No había sido mucho tiempo, pero habían sido de los momentos más intensos de mi vida, y al parecer de la suya también.
Sin embargo un recuerdo algo borroso llego a su mente de forma intensa. Ella lloraba mientras acomodaba algo sobre su cama. Se arrodillo frente a aquello mientras intentaba sonreír sin lograrlo, aun con lágrimas en los ojos.
-Espero que algún día me perdonéis…Pero yo…Yo no puedo… Ella oculto el rostro entre sus manos y luego otro recuerdo fugaz atravesó su mente. Mostrando cómo se dirigía hacia el orfanato. Alguien le esperaba cuando ella volvió con las manos vacías. Esa persona acaricio su mejilla con suavidad mientras el brillo de sus ojos se borraba. Olvidando todo recuerdo de aquella noche, y todo recuerdo de los últimos meses…
Además de mi, alguien mas había manipulado su mente, borrando sus recuerdos. Y después de eso, ya no quedaba nada más que dolor, pérdida y angustia por tener un destino incierto que parecía querer ensañarse con ella.
Baje el rostro con lentitud, notando como mis cabellos tapaban mi rostro y las gotas ahora frías de sangre se deslizaban por las comisuras de mis labios, sostuve su cuerpo entre mis brazos mientras le miraba sin expresión alguna.
Sin embargo poco a poco, mi humanidad volvió a mí, recordándome que estaba ahí, que estaba con ella, que había bebido…Que me había excedido.
Trague saliva y comencé a respirar una vez más, agitándome al contemplar lo que acababa de hacer.
Todos estos años le había visitado, le había dado mi sangre, había cuidado de ella sin que ella lo sospechase. Y ahora…ahora que por fin le dejaba recordar que había estado a su lado había caído…había sucumbido ante la sed eterna tomándola a ella, presisamente a ella que de forma inocente confiaba en mí y me añoraba…Había prometido que la protegería, que cuidaría de ella, y me había convertido en su verdugo.
Roxanne…¿Roxanne? Movi su cuerpo esperando que despertara, que me mirase. Le moví esperando ver el terror en sus ojos, esperando que quisiese huir de mi, Pero no fue asi, su cuerpo empezaba a enfriarse y sus labios mostraban una frágil sonrisa que empezaba a desvanecerse con el pasar de los preciados segundos.
Note como mi cuerpo se tensaba al comprenderlo, ella no iba a despertar.
NOOOOOO!! Roxanne!! Vamos!! Le moví con más violencia, llamándole con desesperación. sentándome para acunarla entre mis brazos mientras empezaba a sentir la angustia como una sutil agonía que subía por mis extremidades, adueñándose de todo mi ser.
Despierta!!...Abre los ojos…Mírame, mírame estoy aquí!!…Estoy aquí…Note que mi cuerpo comenzaba a temblar, entre la rabia, la ira y el desprecio que sentía hacia mí mismo en aquel instante por hacerle eso.
Me levante y la lleve conmigo en brazos. Subiendo con prisa por las escaleras mientras abría de una patada la puerta de su habitación para depositarla sobre su cama. Me situé a su lado mientras tomaba su cuerpo acunándolo y tapándolo con unas de las mantas.
-Rox…Vamos cielo..Tienes que despertar, tienes que abrir los ojos. Tienes que saber que estoy aquí, que siempre he estado aquí…todos estos años te acompañe desde las sombras…Nunca me fui…Nunca me he ido. No puedes rendirte…No puedes irte!...Es que no entiendes…no entiendes que no puedo vivir si tu no estás?...
Sostuve su cuerpo con fuerza contra el mío, mientras sujetaba una de sus muñecas, su pulso cada vez bajaba más, y su cuerpo comenzaba a estar tan frio como el mío. Note que ya no podía respirar, que no podía hablar, solo notaba mi cuerpo temblar con violencia mientras le sostenía a ella, esperando que escuchase mis palabras desesperadas. Pero, sabía que no iba a ser así…
Fue entonces cuando una idea se cruzo por mi mente. Negué con la cabeza en la soledad de aquella habitación cerrando los ojos, frunciendo el ceño y meciéndome con ella entre mis brazos.
Si accedía a hacer lo que en mi mente se formaba…
Había jurado que jamás lo haría, que nunca condenaría a alguien a lo que a mí me habían condenado, No si podía evitarlo.
Recordaba el momento de aquella promesa. La había hecho al acabar con Démian. Había lanzado las espadas lejos. Y había prometido a la soledad de la noche que jamás condenaría a nadie a la sed eterna.
Sin embargo ahora, ¿podría vivir sin ella? ¿Podría vivir sabiendo que una vez mas habia dejado que un ser amado muriese entre mis brazos?...¿Cuántas personas, cuantos aliados, cuantos amigos habían muerto ya entre mis brazos?...Lamentablemente eran incontables. Pero ahora, ahora era distinto.
Ella…¿Quién era ella para mí? Mi amiga, mi compañera, mi aliada…mi secreto…mi desconcierto. Ella era una de las razones de mi existencia y ahora lo comprendía. Ella era mi amada, mi sustento, mi noche y mi día. Todos estos años había vivido pensando que era yo quien velaba por ella, no era cierto. Era ella la que me brindaba la vida con su compañía. Compañía que estos últimos años le había robado sin que ella sospechase, no se trataba solo de ella, sino también de mí. Le necesitaba hasta un punto que me dolía reconocer… No podía permitir que se fuese, simplemente esa idea no era podía existir para mi, pues su sola mención, me desesperaba y llenaba de angustia.
Ella no podía irse.
Note que mi semblante se relajaba sutilmente, mis labios apretados se abrieron mientras yo acercaba mi muñeca hasta ellos, usando mis colmillos desgarré la piel con rapidez. Contemple como la sangre oscura y brillante se deslizaba por mi pálida piel a la vez que las lagrimas caían por mis ojos inexpresivos. Acerque mi muñeca hacia sus labios amoratados, y deje que las gotas cayesen sobre ellos y se deslizaran por su garganta.
...Y entonces el concepto del tiempo desapareció…
En aquel instante solo sabía que había roto mi pacto con el cielo, pero ya no me importaba, con aquel acto, acababa de perder el último fragmento de alma que creía poseer, y ya tampoco me importaba. Mire el rostro sereno de Rox, sin saber si había funcionado o no, pues ella no se movía. Había llegado demasiado tarde. Note que mis ojos no la vislumbraban correctamente por las lágrimas que me cegaban, y entonces le deje en el lecho mientras retrocedía poco a poco hasta dar con la pared. Deje que mi espalda se deslizara por ella hasta que quede sentado en el suelo.
El murmullo de los arboles se hizo presente y las sombras que se proyectaban a través de la ventana mostraban como comenzaban a caer frágiles copos de nieve, que ahora se acumulaban en los recovecos de las mismas. Pero yo no podía verlo, yo no podía ver nada, no podía sentir nada. En aquel instante de mi vida, supe que era yo quien acababa de morir…
Jerarld Délvheen- Vampiro/Realeza
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Re: Voulez-vous coucher avec moi en ce soir? ~Jerarld Délvheen~
El aliento que luchaba fieramente para atenerse a mis pulmones marchitos escaba por mis labios a medida que el silencio besaba mi corazón y lo sumía en el más escalofriante de los silencios. La voz… su voz… gritándome, llamándome… oh, ¿A caso no podía escuchar mis súplicas? Su eco se difuminó en la nada y ya sólo quedó junto a mí la única compañía de la oscuridad y el silencio. Y creo que entonces, sonreí sutilmente, sintiendo cómo los brazos de la Muerte me mecían en una nana sin melodía, apaciguando todo temor que en mí se hubiera implantado la semilla. Y esperé… sin saber qué esperar, aguardé pacientemente aquello que me indicara que finalmente, mi vida había llegado al fin. Bonito regalo de cumpleaños, en realidad, aunque pocos supieran que aquella madrugada, hubiera cumplido los veinte y ocho años de edad. ¿Qué hubiese supuesto ese hecho? Una cifra más que ignoraría, sumida en la rutina del baile can-can, los hombres que siempre sedientos de mí me buscarían cada noche a cambio de unas tristes y frías monedas por las que no podría intercambiar por la felicidad que Jerarld me había robado con su marcha…
Un estremecimiento de mi piel. ¿Era aquello el primer síntoma de descomposición? Aquella piel que tantas manos habían ensuciado su suavidad y su pulcritud… ahora empezaba a perder su tonalidad sonrosada y su flacidez para convertirse en algo muy parecido al plástico. El cosquilleo inicial que recorría mi anatomía pronto empezó a dotarse de una sensación un tanto molesta, como si mi piel empezara a arder por una fuente de energía situada justo bajo mi pecho izquierdo. Y quemaba… quemaba hasta sentir la sangre hervir bajo los poros de mi piel, hasta percibir cómo mis cuerdas vocales vibraban aun sin poder gritar cómo yo hubiera deseado. Las yemas de mis dedos no obedecían mis severas órdenes mentales de arañar mi cuerpo hasta sacarme aquello que me hacía arder en carne viva, arrancándome aquello que me hacía agonizar sin opción siquiera a exteriorizarlo. Me molestaban los ojos, como si hubiesen vertido limón sobre ellos y sintiera el escozor como si aun siguiera con vida. ¿Aquello era lo último que se sentía al morir? ¡Entonces que terminara pronto! ¡Que amainase aquél sufrimiento! ¡Que alguien apagara aquél fuego que empezaba a desquiciarme! ¡Jerarld! ¡Sálvame!, fue el último pensamiento que recuerdo antes de caer en una espiral en la que sólo podía sentir cómo me quemaba a fuego lento como si millones de agujas se clavaran insistentemente en mi piel robándome toda cordura que habitara en mi mente. ¿Cuánto duraría aquél tormento? ¿Hasta cuando mis entrañas se fundirían con la nada?
Poco a poco, sentí mi cuerpo menos pesado. ¿Estaría flotando? ¿Quizás realmente existía el cielo y un ángel había venido a mí? Lo dudaba, por lo que descarté aquella idea tan idílica para lo que había sido mi vida terrenal. Si existía el cielo, yo estaría destinada al infierno. Empecé a sentir una oleada de frío cruzar mi cuerpo desde la punta de los pies hasta el último de mis cabellos, estremeciéndome ligeramente, aunque agradecí el hecho de que aquél calor hubiera desaparecido al fin, dejándome una sensación mucho más placentera. Ya no sentía dolor en mi cuerpo, tampoco los latidos de mi corazón o la respiración un tanto agitada que siempre me había acompañado. Y seguí esperando la señal… aquella señal de que el alma había abandonado mi cuerpo, quizás para vagar eternamente por el mundo de los mortales. Pero al contrario, me sorprendió y alivió el volver a percibir en la yema de mis dedos el cálido contacto de una tela. Una suave tela sobre la que mis manos descansaban. Quizás por curiosidad, puede que por necesidad o mera impaciencia, intenté mover el dedo índice de mi mano derecha, surcando las arrugas que la sábana formaba alrededor de mi cuerpo. Desistí al enésimo intento, focalizando entonces la atención en aquellos sonidos lejanos que volvían a mis oídos y que, pronto, empezaron a resultarme molestos. ¿Quién aporreaba de aquél modo el cristal de la ventana situada a la parte inferior de la sala dónde me encontrara? Un momento… ¿cómo pude saber aquellos datos… si mis ojos permanecían sellados? Por la precisión de cada ruido, la nitidez con la que ahora podía escuchar mi entorno. Y es que ahora, sabía que no estaba sola dondequiera que estuviera tumbada. No muy lejos de mí, una respiración entrecortada acompasaba los ruidos externos y rompía el silencio que momentos antes me había envuelto con la firme misión de enloquecerme. Ahora, podía escuchar el sonido de las agujas del reloj situado a una planta inferior en la que nos hallábamos, incluso el castañeo de las brasas del fuego que poco a poco se iban consumiendo hasta apagarse finalmente, dejando que la pequeña humareda lograse llegar a mis pulmones y robarme una pequeña mueca de disgusto. Así, el olor también había vuelto a mí, por lo que me dediqué a identificar el lugar en el que me encontraba por el simple aroma de las cosas que me rodeaban. Pude saber que estaba sobre unas sábanas de lino, rodeada por un mobiliario de madera de cerezo y no muy lejos de mí, sabía que había unas velas aromáticas con olor a frutos silvestres. Identifiqué mi aroma entre todas aquellas, y entonces, adiviné quién era aquella segunda persona cercana a mí. Su olor, inconfundible ahora como si siempre hubiese sido mía y me hubiera pertenecido, acarició mi nariz y sonreí en mis adentros... Jerarld. Era el momento de gritar su nombre, de pedirle que con un beso me despertara de aquél trance del que no podía escapar. Pero mi boca seguía siendo un desierto de arena por el que mi voz no encontraba salida. Mi mente… tras una dolorosa punzada con la que creí que me habían atravesado el cerebro, un sinfín de imágenes, escenas, conversaciones, rostros, risas, susurros... inundaron mi cabeza en forma de recuerdos. Algunos de ellos, no los reconocía. ¿Quiénes eran aquellos bebés con los que aparecía amamantando antes de envolverles en una sábana y abandonarlos a las puertas de un edificio? ¿Y esos ojos que me traspasaban el alma y me hipnotizaban hasta…? Borrarme la mente. Y Jerarld… ¿por qué borraba aquellos recuerdos de unas largas noches en las que siempre era un rencuentro para mí? ¿Por qué…?
Unos ágiles y contentos pasos se acercaron al lecho donde me hallaba y arañaron mi brazo izquierdo mientras profería un sonido parecido a la súplica. Y su olor… sangre. Mi garganta estalló en fieras llamas y mis labios se despegaron de pronto a la vez que un gruñido escapaba de mi cuello. Unos colmillos afilados emergieron de entre mis labios rojos y sedientos. Mis ojos se abrieron desmesuradamente y enfocaron todo cuanto me rodeaba. Me alegró saber que no me había equivocado en todo cuanto había descrito en mi mente mediante los sentidos un tanto desarrollados que ahora tenía. A Jerarld, tan sólo pude dedicarle un segundo de mi tiempo para mirarle… tan sólo uno, antes de clavar mis ojos hambrientos en la figura blanca de Sid, aquél perro que siempre había estado a mi lado para acompañarme en la soledad y que ahora, de un extraño y confuso modo, sentía la necesidad de tomarle de la cabeza, romperle el cuello y beber de su sangre hasta que su corazón dejase de latir. Con un ágil y veloz movimiento me puse a cuatro patas frente al animal en un claro movimiento de ataque. Dejé escapar otro gruñido tras el que Sid retrocedió ahora con un lamento huyendo de su hocico… y mis colmillos se enterraron en su yugular mientras mis uñas arañaban su vientre en busca de aquella fuente de sangre, acariciando su corazón justo antes de arrancárselo de cuajo, lanzando al animal lejos de mí para llevarme a la boca el músculo aún latiente del perro… bebiendo sin frenesí de él, dejando que los resquicios de su sangre se deslizaran por mi boca y ensuciaran mi cuerpo desnudo que Jerarld contemplaba atónito desde la oscuridad del rincón.
Un estremecimiento de mi piel. ¿Era aquello el primer síntoma de descomposición? Aquella piel que tantas manos habían ensuciado su suavidad y su pulcritud… ahora empezaba a perder su tonalidad sonrosada y su flacidez para convertirse en algo muy parecido al plástico. El cosquilleo inicial que recorría mi anatomía pronto empezó a dotarse de una sensación un tanto molesta, como si mi piel empezara a arder por una fuente de energía situada justo bajo mi pecho izquierdo. Y quemaba… quemaba hasta sentir la sangre hervir bajo los poros de mi piel, hasta percibir cómo mis cuerdas vocales vibraban aun sin poder gritar cómo yo hubiera deseado. Las yemas de mis dedos no obedecían mis severas órdenes mentales de arañar mi cuerpo hasta sacarme aquello que me hacía arder en carne viva, arrancándome aquello que me hacía agonizar sin opción siquiera a exteriorizarlo. Me molestaban los ojos, como si hubiesen vertido limón sobre ellos y sintiera el escozor como si aun siguiera con vida. ¿Aquello era lo último que se sentía al morir? ¡Entonces que terminara pronto! ¡Que amainase aquél sufrimiento! ¡Que alguien apagara aquél fuego que empezaba a desquiciarme! ¡Jerarld! ¡Sálvame!, fue el último pensamiento que recuerdo antes de caer en una espiral en la que sólo podía sentir cómo me quemaba a fuego lento como si millones de agujas se clavaran insistentemente en mi piel robándome toda cordura que habitara en mi mente. ¿Cuánto duraría aquél tormento? ¿Hasta cuando mis entrañas se fundirían con la nada?
Poco a poco, sentí mi cuerpo menos pesado. ¿Estaría flotando? ¿Quizás realmente existía el cielo y un ángel había venido a mí? Lo dudaba, por lo que descarté aquella idea tan idílica para lo que había sido mi vida terrenal. Si existía el cielo, yo estaría destinada al infierno. Empecé a sentir una oleada de frío cruzar mi cuerpo desde la punta de los pies hasta el último de mis cabellos, estremeciéndome ligeramente, aunque agradecí el hecho de que aquél calor hubiera desaparecido al fin, dejándome una sensación mucho más placentera. Ya no sentía dolor en mi cuerpo, tampoco los latidos de mi corazón o la respiración un tanto agitada que siempre me había acompañado. Y seguí esperando la señal… aquella señal de que el alma había abandonado mi cuerpo, quizás para vagar eternamente por el mundo de los mortales. Pero al contrario, me sorprendió y alivió el volver a percibir en la yema de mis dedos el cálido contacto de una tela. Una suave tela sobre la que mis manos descansaban. Quizás por curiosidad, puede que por necesidad o mera impaciencia, intenté mover el dedo índice de mi mano derecha, surcando las arrugas que la sábana formaba alrededor de mi cuerpo. Desistí al enésimo intento, focalizando entonces la atención en aquellos sonidos lejanos que volvían a mis oídos y que, pronto, empezaron a resultarme molestos. ¿Quién aporreaba de aquél modo el cristal de la ventana situada a la parte inferior de la sala dónde me encontrara? Un momento… ¿cómo pude saber aquellos datos… si mis ojos permanecían sellados? Por la precisión de cada ruido, la nitidez con la que ahora podía escuchar mi entorno. Y es que ahora, sabía que no estaba sola dondequiera que estuviera tumbada. No muy lejos de mí, una respiración entrecortada acompasaba los ruidos externos y rompía el silencio que momentos antes me había envuelto con la firme misión de enloquecerme. Ahora, podía escuchar el sonido de las agujas del reloj situado a una planta inferior en la que nos hallábamos, incluso el castañeo de las brasas del fuego que poco a poco se iban consumiendo hasta apagarse finalmente, dejando que la pequeña humareda lograse llegar a mis pulmones y robarme una pequeña mueca de disgusto. Así, el olor también había vuelto a mí, por lo que me dediqué a identificar el lugar en el que me encontraba por el simple aroma de las cosas que me rodeaban. Pude saber que estaba sobre unas sábanas de lino, rodeada por un mobiliario de madera de cerezo y no muy lejos de mí, sabía que había unas velas aromáticas con olor a frutos silvestres. Identifiqué mi aroma entre todas aquellas, y entonces, adiviné quién era aquella segunda persona cercana a mí. Su olor, inconfundible ahora como si siempre hubiese sido mía y me hubiera pertenecido, acarició mi nariz y sonreí en mis adentros... Jerarld. Era el momento de gritar su nombre, de pedirle que con un beso me despertara de aquél trance del que no podía escapar. Pero mi boca seguía siendo un desierto de arena por el que mi voz no encontraba salida. Mi mente… tras una dolorosa punzada con la que creí que me habían atravesado el cerebro, un sinfín de imágenes, escenas, conversaciones, rostros, risas, susurros... inundaron mi cabeza en forma de recuerdos. Algunos de ellos, no los reconocía. ¿Quiénes eran aquellos bebés con los que aparecía amamantando antes de envolverles en una sábana y abandonarlos a las puertas de un edificio? ¿Y esos ojos que me traspasaban el alma y me hipnotizaban hasta…? Borrarme la mente. Y Jerarld… ¿por qué borraba aquellos recuerdos de unas largas noches en las que siempre era un rencuentro para mí? ¿Por qué…?
Unos ágiles y contentos pasos se acercaron al lecho donde me hallaba y arañaron mi brazo izquierdo mientras profería un sonido parecido a la súplica. Y su olor… sangre. Mi garganta estalló en fieras llamas y mis labios se despegaron de pronto a la vez que un gruñido escapaba de mi cuello. Unos colmillos afilados emergieron de entre mis labios rojos y sedientos. Mis ojos se abrieron desmesuradamente y enfocaron todo cuanto me rodeaba. Me alegró saber que no me había equivocado en todo cuanto había descrito en mi mente mediante los sentidos un tanto desarrollados que ahora tenía. A Jerarld, tan sólo pude dedicarle un segundo de mi tiempo para mirarle… tan sólo uno, antes de clavar mis ojos hambrientos en la figura blanca de Sid, aquél perro que siempre había estado a mi lado para acompañarme en la soledad y que ahora, de un extraño y confuso modo, sentía la necesidad de tomarle de la cabeza, romperle el cuello y beber de su sangre hasta que su corazón dejase de latir. Con un ágil y veloz movimiento me puse a cuatro patas frente al animal en un claro movimiento de ataque. Dejé escapar otro gruñido tras el que Sid retrocedió ahora con un lamento huyendo de su hocico… y mis colmillos se enterraron en su yugular mientras mis uñas arañaban su vientre en busca de aquella fuente de sangre, acariciando su corazón justo antes de arrancárselo de cuajo, lanzando al animal lejos de mí para llevarme a la boca el músculo aún latiente del perro… bebiendo sin frenesí de él, dejando que los resquicios de su sangre se deslizaran por mi boca y ensuciaran mi cuerpo desnudo que Jerarld contemplaba atónito desde la oscuridad del rincón.
Michelle Délvheen- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/11/2011
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