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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lydia Sforza Jue Dic 15, 2011 10:19 pm

Cesad, Memoria, cesad
De castigar este pecho abrumado con severas pruebas.
Oh, nunca cesa mi alma pensativa al extraviarse
En los brillantes campos de la Fortuna, en los días mejores,
Cuándo la esperanza era joven, y la música de la mente
Alababa todos sus encantos, y Errington era agradable.

Fragmento de Love and Madness
Thomas Campbell

La vida parisina es siempre una carrera turbulenta, apasionada y caprichosa, la paz no existe para quienes luchan por conseguir el pan de cada día o mantener encendida la llama de los cerillos que les da abrigo, tampoco existe para quienes mañana tras mañana relucen una mascara nuevo de dolorosa hipocresía y van tomados de la mano con el verdugo en busca de una imagen, una posición, una identidad… Es una persecución escandalosa y a la vez sorda. No puedes detenerte ni siquiera para tomar el aire. Un descuido y te quedas atrás, un descuido y podrías perderlo todo.

Así es Paris, hermosa y despiadada, una madre que forja a sus hijos con la misma dureza de su carácter. En el corazón de la plaza Clichy, al oeste de Butte y casi llegando a la Rue Caulaincourt, yace un santuario silencioso: el cementerio de Montmartre, la meta de nuestra acalorada e inestable carrera. No importa cuantas millas, cuantos años hayas logrado recorrer, cuantos hayan sido sus esfuerzos, sus sacrificios o sus logros… al final no hay ningún triunfo. El ganador y el perdedor, el asesino y el sacerdote, el hombre y la mujer, comparten un lecho y un similar destino. La muerte los acoge a todos a tornadizo deseo. Una dantesca situación, casi una burla de los dioses a sus terrenales creaciones, ¿De qué sirve tanta crudeza, miseria y sacrificio en la vida – para quienes lograr vivir, que en realidad son pocos- si a fin de cuentas, siempre no importa que, habremos de perder?

Con la canción del corsario ardiendo en la garganta y un vértigo existencial abrumando mis pensamientos, negué con la cabeza, reprimiendo el suspiro que hiciera celebrar a los demonios su fatal triunfo. Cuando miras un retrato, en términos de erudito que solo sabe reconocer defectos… no podrás apreciar por ninguno modo lo sublime de la obra. ¿Manejo bien las sombras?, ¿es igual a la modela que la inspiro?, ¿es mejor?, ¿hay una propuesta nueva, una inventiva creativa en sus trazos?, ¿cautiva con solo admirarla? No podrás saberlo, en ese momento tu solo sabes reconocer los fallos. Lo mismo pasa con los juicios…

---
No prometas cuando estas feliz, no respondas cuando estás enojado, no decidas cuando estás triste…--- Susurre para mí, casi como si me lo estuviese recordando. En ese momento no me era posible apreciar la vida cuando iba camino hacia un lugar tal como el cementerio de Montmartre. Dentro del carruaje podía escuchar los ruidos del exterior, el trote de los cabellos, de las ruedas al girar, los susurros de dos personas negociando y finalmente el rechinido de las grandes verjas que se abrían seguramente para concederle el paso a la misteriosa carroza. El fuerte sonido del metal viejo y el silencio que vino después, fue estremecedor... me hizo pensar de igual forma en La Porte de l'Enfer. ¿Cuánto dinero le habría tenido que dar mi vampiro al velador de esa noche para dejarnos pasar?, ¿Sería mayor a la cifra del año pasado?, ¿Cuánto podía costar, para un mortal, el profanar el descanso de los muertos?

Tuve que esperar unos cuantos minutos para que la puerta de la carroza se abriera y una mano fría me extendiera sus auxilios, apoyándome en ella logre salir… y aunque mi encantador vestido oscuro de mangas largas, el chal y además mi lóbrega capucha me protegían de los aires del invierno, no pude evitar sentir un frio interno. En hileras y caminos ordenados se presentaban lapidas tras lapidas de desconocidos difuntos. Algunos gozaban de exuberantes mausoleos y estatuas de mármol que parecían susurrar eternas oraciones, algunos otros mas desventurados ni siquiera una insípida flor tenían sobre sus restos olvidados.

También, de forma inevitable, se presentaba mi inminente destino.

Y aun así, la belleza de ese lugar era indiscutible. Siniestra, oscura y torcida, pero belleza al fin. Mi vampiro guardián dijo algo al momento de entregarme el ramillete de lirios blancos, pero aun así no pude escucharlo. Hacía mucho tiempo que no volvía a retornar a semejante lugar y prendada estaba del embrujo de su silencio respetuoso, la melancolía y el miedo dominaban mi pecho aunque mi gesto siempre fue soberbio.

---
Una hora --- Me recordé en voz alta ---. Solo tenemos una hora, así que cuando el momento se llegue avísame. No apartes tu atención de mí. Los bandidos no poseen respeto ni por sus antepasados, este lugar podría ser peligroso. --- Finalice hasta que pude mirarlo a él con una severidad que se me antojaba falsa. Acordadas las cosas emprendí la marcha a paso lento, iluminada únicamente por la luz plateada del cielo oscuro.

La lapida de Julian Fontaine se encontraba mezclada entre otras tantas, resaltaba su abandono encontrándose a cada lado suyo dos impresionantes mausoleos. Años atrás, había intentado enviar constructores y artistas que llenaran de dignidad el sepulcro del difunto príncipe… sin embargo la caída en gracia de la familia de mi querido Julian, los errores y traiciones de su padre y ahora su hermano, me hacían imposible el lograr mis pretensiones. Toda la familia tenia que pagar las culpas. Así pues, lo único que podía hacer por el era traerle obsequios a escondidas y venerar año tras año la fecha de su despedida.

---
Buenas Noches, Julian --- Salude como en un ritual, observando la tierna letanía bajo su nombre y colocando los lirios sobre la misma. Jamas hablaba con el, como suelen hacer otros con sus seres queridos. Constantemente me gustaba pensar que quien quien muere, con la muerte paga todas sus deudas y es entonces que se vuelve un inocente que duerme para siempre. Y a quienes duermen, no hay que molestarlos con las tribulaciones de la vida a la que ya no pertenecen. Un pensamiento hermoso aunque ingenuo.

Llevando mi mano desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho, termine por depositarla sobre mis labios, haciendo la señal de la cruz y aguarde por un largo momento, respetando el silencio.

Un sonido me hizo dar un ligero sobresalto y agitar mi corazón presa de un susto, temiendo haber sido descubierta gire mi rostro hacia el mauseolo continuo donde un jarrón de flores se había caído al ser los barrotes que le sostenían demasiado viejos... era un señal, quizás la hora de marchar, haciéndole una reverencia a mi familiar y una despedida sin palabras retorne mi camino de vuelta a la carroza. Con curiosidad me acerque a la honorable tumba cercana y antes de que pudiera indagar el nombre que exaltaba, la letanía de otra mas atrajo mi atención. Cada lapida fría, cada flor olvidada, cada nombre, eran un misterio, una verdad, un milagro y una tragedia.

---
¡Acuérdate de mí!, Cerca a mi tumba --- Recite en un suspiro, escuchando los susurros de Byron a mi oído --- No pases, no, sin regalarme tu plegaria; para mi alma no habrá mayor tortura que el saber que has olvidado mi dolor.--- ¡Que diferente era recitarlo ahí, a todas las veces anteriores donde en un salón lleno de oro se me pedía recitaros a la noble audiencia!, ¡Cuanto sentido adquiría cuando era una tumba, un espectro oscuro, quien parecía reclamar a la indiferencia y no una princesa que alardeaba su gracia!--- Oye mi última voz. No es un delito rogar por los que fueron. Yo jamás te pedí nada: al expirar te exijo que sobre mi tumba derrames tus lágrimas.

Un funesto escalofrió me recorrió entonces y por un segundo desee no haber cumplido mi promesa esa noche, y nunca haber salido de Versalles para atender a los inocentes olvidados.
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Mensaje por Tarik Pattakie Vie Dic 16, 2011 1:38 am

El centinela taciturno, uno mismo con las sombras, representaba a una gárgola en medio del teatro que había armado. El mausoleo servía para sus propósitos como un sombrío escenario, sus puertas chirriantes crujían ante la furia del viento en una coreografía hipnótica. Una invitación. Una orden compulsiva para todo ser que se llamaba aventurero y pasaba cerca del cementerio. ¿Quién se podría resistir al banquete que el diablo había preparado sobre las lápidas de los condenados? El olor almizcleño crepitaba en el aire que arremolinaba las pocas hojas secas que un tronco torcido y viejo había perdido, un árbol que había crecido en medio de aquél sitio para servirle de testigo, de espectador, un cómplice que estaba obligado a mirar y callar. El otoño ya había cobrado su peaje sobre el gigante y la Luna, libre de sus cadenas, escarchaba de plata las hojas que desprendidas de vida, estaban destinas a perecer marchitas. Un cuervo se posó sobre uno de los brazos torcidos del árbol, su mirada inteligente se clavaba en el vampiro que se sintonizaba con los sonidos de la noche. Desde su posición, el centinela podía escuchar a un par de murciélagos abandonando su guarida para ir en busca de alimento. La noche le susurraba sus secretos, una vez el crepúsculo anunciaba su llegada, le pertenecía a él y a todos los hijos que vivían bajo su yugo. Cualquier humano que vagase por las calles parisinas se volvía un intruso, un jugador que inesperada pero instintivamente, sabía que se unía a una partida de póker donde su alma estaba lejos de salir intacta. El silencio pronto lanzó su manta sobre el vampiro, el lento andar de la reina plateada pronto cayó sobre la lápida tras la que se encontraba. ¿Era extraño que siempre terminase o volviese al mismo punto? Una lenta sonrisa de desprecio se vislumbró en el conde, pero tan fugaz que cualquiera que la hubiese presenciado lo desecharía en una simple ilusión.

La Luna no era la única que poseía dos caras, pero esta noche en particular, parecía encantada con participar activamente en las lagunas de su perversa mente. Uno de sus rayos alcanzó parte de la inscripción, “Belleza Divina”. Un gruñido de advertencia, - ¿A quién? ¿A su mente? ¿A su pasado? ¿Al satélite ante su atrevimiento?- vibró en su garganta, provocando que el cuervo sobre la rama, extendiera sus alas y marchara. La inquilina que debía yacer en esa lápida era incorpórea, una nota jamás escrita, un fragmento fantasmal escondido entre las líneas de una poesía. Las puertas del Cementerio de Montmartre chirriaron y aunque el vampiro no se molestó en apartar la mirada de la vieja inscripción forjada hacía tantos años, su sentido auditivo se sintonizó con el flujo y reflujo de la sangre bombeando un joven cuerpo. Su pecho se hinchó, atrapando la esencia de la dama en sus pulmones un segundo antes de que sus colmillos se desnudaran. El vampiro podía saborearla, sentir el calor bajando por su garganta. A su cuerpo no le importaba que estuviese saciado, que el sacrificio de aquélla joven salida de la taberna y atraída con engaños resultase en vano. No. Su cuerpo exigía a la intrusa que se atrevía a irrumpir el descanso de los muertos y de un inmortal que no había subido a la barca donde Caronte esperaba. No estaba sola. La boca de Lucern se torció en una sonrisa petulante. No le bastaba con condenarse a sí misma. ¿Debía tachar a su recién acompañante como ingenua o arrogante? Cualquiera de esas opciones la pintaba despampanante, o... ¿quizás era ambas?

Quien iba con ella era un vampiro, solo un corazón se unía a la composición de una vieja sonata para armonizar el ambiente y, aquélla confesión de la noche le dijo que la mujer en cuestión no era cualquier dama. ¿Qué vampiro se aliaba con humanos? La pregunta se deslizó en la mente de Lucern, un látigo de desprecio se arremolinó en sus orbes. Se acercó son sigilo, sus movimientos asemejaban a los de un felino, engañoso y silencioso. El vampiro lo advertiría, pero no antes de que se hubiese marcado un tanto. El jarrón de flores cayó, un grito desgarrador para el silencio ensordecedor y como si fuese un mal augurio, la dama quiso retornar al punto inicial. Muy tarde. Ninguno de ellos saldría del cementerio hasta que Lucern lo decidiese. La vestimenta, los movimientos elegantes y fluidos e incluso esa voz cantarina, le dijeron que se había topado con una joven de alto rango. Sus demonios estaban sueltos, no había duda de ello. Si tenía que demostrar quién comandaba a esa legión, lo haría, desafío o no. No había porqué permanecer entre las sombras. La desconocida no iba a marchar, aunque el vampiro... Parecía tan prescindible. No. No lo parecía, lo era. Pero... ¿dónde estaría la diversión si quedaba desamparada ante un “desalmado”? – Los muertos no quieren ser molestados. Agregó, mientras salía de entre las sombras. – A menos que sea para dar la bienvenida a un nuevo inquilino. Si había humor en sus palabras, no lo mostró. La dureza de sus facciones, la seriedad en su boca y la elegancia de sus ropas eran solo su salvoconducto, uno en que la mayoría se fiaba y que incluso para él, funcionaba.
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Mensaje por Lydia Sforza Sáb Dic 17, 2011 5:39 am

¿Serian siempre así, tan flemáticas y solitarias, las noches en el camposanto de Montmartre?, ¿O algo tenía que ver la proximidad de las blancas navidades? Rondábamos cerca un mes donde se homenajea el nacimiento, la vida, el surgimiento, la esperanza, no la muerte. Llamaba la atención el cumulo de hojas caídas, anteriormente verdes, luego amarillentas, naranjas y ahora plateadas ante la instancia del astro lunar. La luna, una anunciante tácita del escarchado destino que le esperaba a las hojas, las lapidas y todo cuanto había en el cementerio y la capital entera. El silencio era absoluto, ni siquiera el viento pareciese dispuesto a cooperar en contra y reducía su brisa a una caricia clandestina. Una virgen de rodillas de mármol carcomido continuaba haciendo sus mudas alabanzas; un ángel nevado había descendido a la tierra, enamorado de una mortal a quien la muerte había encontrado primero y ahora la celestial criatura con el corazón roto, dormía para siempre sobre el sepulcro de su amada; mas a la distancia, otro santo de mirar decidido y piadoso alzaba el emblema de la cruz; dos gárgolas inflexibles cuestionaban la entrada de un privado recinto… cada figura, altar o mausoleo contaba su historia, incluso aquellas lejanas lápidas de piedra renegrida y gastada, arrumbada una sobre otra, lo hacían de igual modo.

¿No eran acaso nuestros sepulcros, nuestro último intento de dejar un vestigio de existencia aquí en la tierra? su presencia gritaban a la vida y al tiempo: ¡Yo te tuve! Algunas en victoria, otras en un lamento… rogaban, así como los versos que anteriormente suspiraba, el sobrevivir a la última, verdadera y mas atroz de las muertes: el olvido.

Sus suplicas perpetuas e incorpóreas, se agitaban en un absoluto pero simbólico mutismo.

Mis pasos se apresuran al retorno del lugar donde pertenecía, a la vida, y sin querer pise la serpiente de ramas y hojas secas del camino. Su crujir triste, vago, escalofriante reverbero en el recinto taciturno . ¡Intrusa!, ¡Intrusa!, ¡Intrusa! Vociferaban con celo a medida que alzaba mi falda y pisaba del todo la muerta natura, convirtiéndola finalmente en polvo. El ruido de mi andar, de mi voz, me pareció un atroz y grosero escándalo. Y entonces, para bien o para mal, el batir de unas alas en el cielo oscuro me distrajo y acompaño a la sinfonía de mis vagabundeos, haciéndome sentir finalmente en compañía. Con pasmo reconocí la oscuridad fina de un plumaje siniestro y premonitor. Con aires de gran señor, un cuervo paso sobrevolando por encima de mi cabeza y se dirigió con majestuoso revoloteo hacia un horizonte tenebroso.

La mera imagen de su partida me enajeno por unos momentos, haciéndome olvidar la línea del verso que quizás debí continuar y fue entonces cuando una voz retumbo a mis espaldas, clara, dura y estremecedora como el graznido del cuervo que acababa de abandonarme. Mi cuerpo se tenso y la exhalación se detuvo a media realización, mi mirada bajo al suelo y posteriormente al firmamento donde el ave ya había sido devorada por las tinieblas. No era miedo lo que me provocaba el Cementerio, pero podía reconocer que mis sentidos estaban más que crispados. Era demasiado abrumador el escenario y mas aun la sospecha de haber sido descubierta.

Faltaba todavía un tramo considerable de camino hacia delante para llegar a mi carruaje y aquella voz… sonaba tan solo a unos metros de distancia. Soltando lenta y silenciosamente el aire que tenia contenido, apreté mis puños y mansamente gire sobre mis talones, para que con mentón en alto, pudiera encontrar cara a cara a quien había importunado. Ciertamente experimente sorpresa al toparme con aquel varón de elegante atavió y sospechosa familiaridad. ¿Quién era ese refinado espectro de la media noche? Su cuerpo se encontraba en tensión, su gesto delataba una cólera contenida y fría… ¿Por qué estaba tan molesto?, ¿Habría interrumpido mis recitaciones alguna lamentación suya?

Los ojos del desconocido demandaban el intimidarme de algún modo, y ciertamente resultaban pesados de sostener… pero un destello tenue de reconocimiento y turbación llamaron mas mi atención.

---
Como veo… --- Respondí en aterciopelado tono, reverenciándole para que de tal movimiento se disimulara la inclinación de mi rostro, y fuera la capucha quien cubriera de sombra mi semblante---. No es únicamente a los muertos a quienes he molestado. Tan solo quería compartir un poco de poesía y consuela a quienes junto con mis antepasados duermen. Lamento haber interrumpido su plegaria o su visita, me encontraba ya de salida, mi señor… no he de molestarme más.

Lentamente me incorpore, ajustando el seguro de mi caperuza y dedicándole una última mirada. Quizás si las circunstancias fuese otras, me habría gustado indagar mas en aquel monseñor pero el tiempo apremiaba y pese a la curiosidad que pudiese sentir, mis nervios y conciencia añoraban la intimidad, calidez y seguridad de mis aposentos.

---
…Buenas noches
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Mensaje por Tarik Pattakie Jue Dic 29, 2011 8:19 pm

El tono y la elección de sus palabras lo retaban. No importaba cuánto intentase esconderse. La noche era su mundo. Lo había sido desde hacía muchos siglos, seguiría siéndolo incluso durante otros más. Muerte a cambio de vida, ese era el trato de la maldición que sobre ellos se cernía. El precio resultaba trivial cuando el premio era la inmortalidad. Nada ni nadie se podía esconder ante los hijos de la noche. El aire trazaba caricias efímeras en complicidad con la tela que la humana vestía, advirtiéndole de cada uno de sus movimientos, por muy sutiles y pequeños. Una sonrisa amenazante curvó los labios del vampiro. Lucern se aseguró de que ésta desapareciera demasiado rápido, lo suficiente para hacerle creer que se trataba de una ilusión jugada por su mente y el escenario que engalanaba su encuentro inesperado. La mano del conde descendió hasta su bolsillo, sacando una pequeña purera donde solo dos de los cinco cigarros importados aguardaban. El vampiro enarcó una ceja ante tal descubrimiento. Era evidente que su sirviente había olvidado asegurarse de abastecer su maldito vicio. “Pues bien...”, pensó para sí conforme se inclinaba para hacer uso de una de las velas que iluminaban aquél recinto, “la muerte está invitada a hacerme compañía hasta mi guarida”. Dio un paso hacia su acompañante antes de que pudiese echar una calada a su cigarro. – No. Una simple palabra. Autoritaria. Cortante. Prescindió al silencio que se extendía como las alas del cuervo que observaba con avaricia entre las sombras. ¿No a su interrupción? ¿A su partida? Pronto lo descubrirían. La altivez barnizada no dejaba de ser altivez, así como el demonio que, disfrazado de humano, fingía ser engañado. Ese jodido gesto de levantar el mentón le había provocado. Fuese quien fuese, no estaba a salvo.

Lucern podía presumir de haber estado con cientos de mujeres. Durante sus primeros siglos se había empeñado en exigir la sumisión de cualquiera, no importaba cuán aburrido se hiciera porque, ciertamente así había sido al principio. ¿Todavía lo era? Quizás. Un reloj de arena no dejaba de ser lo que era por muchas vueltas que se le diera. Había pasado el último siglo dentro de sus dominios, permitiendo y/o exigiendo a sus sirvientes que guiasen a las mujeres más bellas a su encuentro. Los libros desgastados en su extensa biblioteca, las pinturas y su erotismo, el teatro de los vampiros. Todo. Absolutamente todo había dejado de importarle, - si es que alguna vez lo había hecho -. Se permitió una primera calada antes de hablar finalmente. – ¿Cómo se consuela a un muerto si nunca se ha estado en su posición? La arrogancia teñía su voz. – ¿No le resulta bastante hipócrita su afirmación? A Lucern no le importaba en absoluto la respuesta que la joven diera. El vampiro había ignorado deliberadamente su retirada. Si era de la realeza, como estaba seguro era, se vería obligada a seguir el hilo de su conversación. ¿No estaría mal visto darle la espalda a un ser de clase alta? Peor aún, ¿a alguien de su mismo “status”? Desdén. Odio. Ironía. Placer. ¿Quién se figuraría que el condado de Inglaterra estaba en manos de un bastardo? Nadie lo sabía. Nadie lo sabría. Lucern se había jactado de todos y cada uno de aquéllos que se decían de alta alcurnia. ¿A cuántas de ellas había deshonrado? ¿A cuántos de ellos había traicionado? Jah. Era fácil escuchar la palabra “amigo” cuando se tenía un título. – Comparte con los muertos. ¿No puede compartir de la misma forma con los vivos? El latir de su corazón le atraía. Lucern se negó a acercarse. La distancia siempre hacía sentir seguras a sus víctimas. Un segundo, quizás menos, era lo que necesitaría para bloquear su salida... Si se veía en necesidad de hacerlo.

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Mensaje por Lydia Sforza Vie Ene 06, 2012 6:08 am

Los cuervos arrancan los ojos a los muertos cuando ya no les hacen falta, pero son hipnotizantés aun en la fealdad de su malevolencia. Los ojos del desconocido daban la aproximación de ser semejantes a los del cuervo, eran oscuros, amenazantes en su crudeza premonitora. El hombre dijo “no” y su negativa reverbero cual eco obsceno en el lugar de a quienes deberíamos dejar dormir. Ambos éramos intrusos en el jardín de los inviernos eternos pero él se plantaba allí como el señor de la noche, tan natural a su entorno como las tumbas, los arboles sin hojas y, nuevamente, los cuervos. Con la cabeza inclinada al suelo aguarde, pues su respuesta silábica flotaba en el aire a la espera de alguna oración que le diera contexto… como predije, esta no tardo en aparecer y en el sarcasmo amargo de sus palabras encontré una incógnita que despertó en mi la curiosidad. Una que tenía que aplastar si lo que quería era marcharme de allí a tiempo, antes que esta me hiciera caer irremediablemente en su juego. Una parte de mi también, me decía que el no me dejaría marchar así como así, tenía que tener cuidado.

---
Tampoco podemos consolar a la madre que pierde a su hijo, o al amante que derrocha lágrimas trágicas por la difunta doncella amada. No damos nuestra comprensión, sino nuestra condolencia cuando confortamos a quienes han perdido algo… puesto que todo ser viviente comprende la naturaleza de la perdida --- Aun con todo, sabía muy bien que mi vampiro estaría observando e interferiría apenas las cosas se pusieran peligrosas. Su presencia tranquilizaba mi espíritu y me daba valor a seguir con la charla---. Y le teme, la recela o la sufre --- Añadí alzando ligeramente mis ojos a los ajenos, las sombras no me permitían apreciar los trazos del rostro ajeno pero a la luz de la luna se delineaban las gracias naturales del desconocido. Si, su porte era señorial y el estilo de su indumentaria sombría, de corte practico cual moda inglesa, me resultaba terriblemente familiar. --- y creo que no solamente se debe ofrecer condolencia a quienes aun viven, sino aquellos que vivieron en carne propia la perdida más grande. Siendo así, ¿le siguen pareciendo hipócritas mis acciones? Espero en verdad que no

Así como a el, las sombras también me protegían, cual madre cómplice y siniestra que acoge a sus hijos entre sus brazos. Consolándonos de la exigencia airada de la luz y la bondad, abrigándonos del dolor frio del deber y escondiendo nuestros delitos para que entre penumbras se disiparan, siendo así por alguna vez aparentemente libres. Nuevamente ese graznido, la voz de ese hombre era un sarcasmo, su mentón en alto una incitación, quizás era ese porte arrogante lo que despertaba en mi tanta familiaridad. ¿Cuántos hombres no había visto y oído iguales en apariencia, elocuencia y trato?, ¿Cuántas veces mas no habría contemplado esa misma vanidad frente al espejo?

---
¿Desea que le haga compañía, señor? De algún modo siempre he pensado que a estos lugares la única compañía que podemos tener es el luto. Además, sin afán de sonarle impropia, me parecen que no son horas muy dignas para cualquier clase de encuentro.
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Mensaje por Tarik Pattakie Dom Ene 08, 2012 8:14 pm

Insolencia. La desconocida se creía con las habilidades para entrar en una batalla que ya había perdido, que no lo supiera aún era solo un detalle sobre el cual no iba a reparar, mucho menos intentar explicar. Sus orbes estaban tan oscuros como la obsidiana, el primer indicio de su humor característico, uno que había estado suavizado o al menos, así parecía haber estado. Era el tono que usaba. No. Eran sus malditas palabras las que le molestaban. ¿Quién demonios se creía? No era más que una simple y frágil humana. Una leve torcedura en su cuello, enterrar su mano a través de su caja torácica, drenar la sangre de su pequeño cuerpo; podría hacer su muerte rápida o dolorosa, obligar al celador para que le enterrara en cuestión de minutos, sellar su destino. Enarcó una ceja conforme parafraseaba. Lucern nunca había entendido cuál era afán de las mujeres sobre parlotear, el encanto que las envolvía se resquebrajaba en cuanto abrían los labios. Su boca se torció en una media sonrisa al recordar las de veces que había dejado a aquéllas doncellas de la realeza en mitad de una conversación. Siempre había sido cortante y directo. Un libertino. Astrid había demostrado ser la única con la capacidad de hacerlo querer cambiar y ahora estaba seguro que así habría sido sino hubiese encontrado a su mujer en la laguna meses atrás. Miró con aprehensión a la desconocida. Estando oculta bajo esa capucha apenas y podría ver sus gestos, pero era la oscuridad la que se ceñía sobre el vampiro, apenas iluminado por los rayos plata que cubrían parte del Cementerio, su verdadero enemigo. ¿Temor? ¿Recelo? ¿Dolor? ¿Qué significaban? Esas cuestiones habían quedado olvidadas. Eran solo palabras que podía leer en páginas añejas. Hacía mucho tiempo que había dejado de sentirlas. Sería una blasfemia si negara haberlas conocido, porque lo hizo, en medidas extremas.

– ¿Porqué se busca consolar al vivo cuando todo lo que pide a gritos es cerrarse en sí mismo? Si en verdad se cree todo lo que dice, usted ha resultado ser más hipócrita de lo que había pensado. Lucern nunca perdía, por muy arrogante que sonara esa afirmación, él siempre tenía razón. Su palabra siempre era la última y, su forma de ver el mundo, la correcta. ¿Quién podía objetarlo? Una humana que había vivido, ¿qué? ¿Solo un par de años? Deliberadamente se sentó sobre una de las lápidas. El conde no era famoso por hacer sus peticiones. Ese simple movimiento dejaba en claro que daba por sentado que la humana no iría a ningún lado. Era la forma en que daba respuesta a su cuestión. – Estamos aquí. Estoy seguro que Morfeo no tomará represalias contra usted por posponer su encuentro. Dio una última calada a su cigarro y después lo dejó caer para aplastarlo con la suela de su zapato. – ¿Y bien? Ahí estaba otra vez. Esa maldita urgencia que se apoderaba de él. La paciencia nunca había sido ni sería uno de sus fuertes. Cualquiera pensaría que después de tantos siglos habría pulido esa habilidad pero estaba claro que no la tenía. El vampiro se desesperaba por absolutamente todo, lo que le solo le hacía perder el control y, añadiendo eso a su naturaleza depredadora, era una explosiva combinación. – ¿Pretende seguir ocultando su rostro? ¿O teme que algún desconocido la reconozca? Su tono burlón solo se añadía a su arrogancia. – Ya hemos dejado en claro que estamos entre muertos. Como si el cuervo estuviese hipnotizado, se dejó caer a su lado. El vampiro clavó su mirada en sus ojos antes de dirigirse a su acompañante. El único animal que había atrapado su atención había sido aquélla ave y no precisamente por su plumaje, sino por la mujer que había resultado ser.
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Mensaje por Lydia Sforza Dom Feb 12, 2012 9:39 pm

Nuestros pequeños egos son como semillas malignas, se siembran arraigadas en lo más oscuro de nuestra mente y sus raíces van creciendo en forma de venas por el cuerpo, podemos ver florecer sus frutos primero en nuestros ojos, que delatan siempre los espectros del ánima… espectros que la hacen crear recuerdos, pensamientos, deseos perfumados con la fragancia más pura y más antigua: la del amor propio. Hay un engaño muy hipnótico en este personal aroma… es una caricia, un susurro, una incitación, si cedemos a ella nuestro espíritu pierde su sentido, su propósito y su pureza. Consintiendo a la seducción el ánima se retorcerse y contamina, luego entonces el efecto de las semillas se muestra moldeando el gesto, suavizándolo o endureciéndolo según la perfidia que ya no es solo una diminuta vanidad, sino la consumación de la reina de todos los pecados… ¿es tan difícil adivinar de que reina hablo? ¡Por supuesto! ¿Quién otra? La arrogancia. Después ya no es nuestro aspecto el que se transforman si no también nuestras acciones, las que determina hacia dónde vamos…

No es curioso entonces, que a dos personas cuya ánimas son fieles súbditos de la misma reina, acabáramos acudiendo al camposanto la misma noche, por las mismas horas. Di un par de pasos en su dirección pero solo para acercarme al roble más próximo, ahora si estábamos mas de frente y aun con la cercanía la oscuridad era más acuosa, me seguía protegiendo… su sonrisa de victoria fría me provocaba la risa, pero no lo hice, preferí escuchar más que ver, sus comentarios amargos eran más interesantes todavía…

---
¿El vivo pide a gritos encerrarse así mismo? --- Repetí el cuestionamiento, con una preocupación muy fingida pero bien hecha --- Mi señor, sin afanes de ser grosera pues no pretendo agredir a un caballero, creo que le hace falta convivir mas con las personas fuera de aquellas que vivan dentro de su propia conciencia… el deseo más grande, mas intimo y mas verdadero de todo ser viviente es el de ser escuchado, y al grado de lograrlo el de el de ser comprendido… ¿Si no fuera así por qué piensa que funcionan tan bien los mecanismos dogmaticos de la confesión?, ¿Por qué cree que los seres humanos buscamos incansablemente la aceptación de otros?, ¿Por qué entre los cientos sin rostros escogemos a quienes nos rodean por la similitud con nuestro temperamento? ¿Por qué piensa que los hombres y las mujeres se casan?, ¿Porque aunque usted vino a este lugar solitario llega a pedirme que le haga compañía? Es eso, necesitamos de nuestros iguales, la compañía nos consuela, nos hace la carga de la vida más ligera, necesitamos de otros para que nos ayuden a comprender lo que no comprendemos de nosotros mismos…--- Enmudecí unos instantes, lo suficientes para digerir el peso de mis argumentos y de que el también lo hiciera, el individuo tomo asiento y saco unos cigarrillos, la forma en que tomo el narcótico volvió a parecerme muy familiar, este hombre era muy señorial pese a su brusquedad… y yo sentía conocer en verdad esos bruscos modales. --- Los únicos que piden a gritos ser encerrados en sí mismos son aquellos a los que la vida les ha respondido muy mal, y ya no quieren a nadie porque no quieren ser heridos de nuevo… --- Añadí con significado… algunas veces nuestros pequeños egos se tuercen no por seducción, sino por dolor. --- Podría quedarme, Señor mío, pero antes desearía que pese a la clandestinidad y oscurantismo de este encuentro entre los muertos, no olvide que estamos mismos. Y sirviendo a la vida ¿Podría ser educado conmigo?, ¿Podría decirme cual es la identidad suya? Siento haberlo conocido, quizás en algún sueño.
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Mensaje por Tarik Pattakie Vie Abr 06, 2012 11:35 pm

El tic tac de su reloj de bolsillo, - un sonido más en la cacofonía que se alzaba sobre ellos como el manto estelar -, pareció aumentar sus decibeles al silencio que prosiguió cuando la dama concluyó su discurso. Era sorprendente cómo una simple palabra podía cambiar la actitud – hasta entonces fría – del conde de Inglaterra. La crueldad desterró con desdén cualquier intento por parecer “educado” ante ese ser. Su rostro ensombreció por completo, el diamante habría sido capaz de romperse ante la expresión que endureció su mandíbula. Nunca, desde que había dejado la mansión de Frederick para ir a estudiar, había permitido que un desconocido – o desconocida – le dijera cómo comportarse, mucho menos, cómo expresarse. Todo protocolo real era una burla en sí, una en la que él raras veces participaba porque verse entre la nobleza y pretender ser como ellas eran dos cosas totalmente distintas. Así que cuando Lucern observó a la mujer, escondida aún bajo la capucha, su mirada gélida – oscura e infinitamente siniestra – hablaba de una muerte perversa; excepto que, los rayos plata de la traviesa reina, prefería no ser partícipe de sus pensamientos. – Quizás, no he sido claro. Cada palabra estaba cargada de una furia impoluta. “Si las palabras cortaran…” - Pero si pretende que me sienta honrado por su noble decisión de considerar mi invitación a unirse a esta velada, - el sarcasmo que destilaba sus palabras iba acompañado de un mortal filo -, corrompida, por cierto, por esa curiosidad que en usted y en mí despierta; puede darse por… ¿Cuál es la palabra? ¿Satisfecha? No hacía falta verla para reconocer qué tipo de persona era. En sus más de seiscientos años viviendo entre mortales e inmortales, el vampiro había visto desfilar a cientos de mujeres ataviadas en vestidos apabullantes, sonriendo con una inocencia de la que la mayoría carecía pero que sin duda servía para un propósito en específico: atrapar a un caballero con título. La calidad de su vestimenta, el tono agraciado pero arrogante de su voz, la certeza de quien puede conseguirlo todo. Sí. Estaba ante una, - o una mujer que jugaba a ser- , una reina; tal vez, una princesa.

Se levantó con la gracia de un predador que ha decidido, en última instancia, dar caza. Esa esencia… Lucern casi podía paladearla. – ¿Es seguridad la que gana si cree estar en ventaja? Poder. Así era como se sentía un psicópata o asesino cuando el objeto de su devoción u obsesión, ignoraba quién era, qué quería, qué le haría. El conocimiento era la mejor de las armas, lo que podía ahuyentar o pulir el miedo. Dio un paso y luego otro. Enarcó una ceja cuando vio el sutil movimiento del guardia que le acompañaba. Si el infierno se desataba, si el vampiro cometía el error de tocarlo, nadie aseguraría la existencia de la humana. ¿Quién podría culparlo? No quedaría ningún testigo cuando él satisficiera sus apetitos. Sonrió ante esa idea. Su lengua se deslizó como una serpiente sobre el colmillo que se alargaba lentamente. - ¿No debería estar preguntando por una identidad, sino por un título nobiliario? ¿O cree que podría reconocer a un simple campesino de un noble por su nombre? Finalmente – haciendo uso de sus habilidades vampíricas – acortó la distancia que les separaba. – O al menos, por supuesto, que se encuentre con un nombre exclusivo o poco común entre nobles. En ese caso puede llamarme Lucern, Ralph o conde. Una pausa deliberada. - Por supuesto, tendrá que disculpar mi atrevimiento, pero dado que estamos en un Cementerio… Con una sonrisa glacial, despojó a la joven de la capucha que había servido de escudo durante todo el tiempo que llevaban “juntos”. Sabía lo que podía esperar pero nada lo habría preparado para lo que vio cuando se encontró con el rostro de su acompañante. “Astrid…” El nombre, - puro, impecable, intocable – subió a la superficie, arrastrando consigo aquéllas imágenes donde horror, miedo, aprensión – cada vez más intensos – se apoderaron de unos orbes tan azules como el cielo, reflejando a un demonio, reflejándolo… a él.
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Mensaje por Lydia Sforza Dom Abr 08, 2012 11:12 pm

Un desconocido cuando se presenta de peculiar forma puede despertar en quien lo mira un interés delicado, fácil de romper y a la vez fácil de inflamar. Presentan uno de tantos misterios distintivos que atraen y luego inevitablemente desencantan. El caballero de la noche frente a mi era uno de esos enigmas, su dolor se exteriorizaba con una violencia adversa y apasionada, en vez de hacerle cargar la cruz de sus difuntos, este hombre llevaba la corona de espinas… cada una clavada en lo más profundo de su alma, no era realmente un reto el contemplar cómo se desangraba. El desafío brotaba realmente ante la posibilidad de saber exactamente “que” era lo que le provocaba tanto odio, tanta furia, tanto dolor… de verdad me estaba deleitando en un placer hasta cierto punto morboso con su conducta. Una que hablaba mucho más que sus desplantes soberbios.

---
Oh, sí, tenga por seguro que lo estoy. ¿Está usted satisfecho? --- Respondí mesuradamente, saboreando el juego que encerraban las palabras, adivinando que mi deleite solo iba a presentar para mi acompañante un fastidio, así como lo es el sol para quienes ya no desean sentir su brillo. --- Soy una dama indefensa, en compañía de un hombre que no se digna a desvelar su nombre… ¿Cree que de alguna forma podría pensar que tengo ventaja? --- Mentí, fingiendo la inocencia que destilaba mi entonación blanda. Reprimí un bufido o que mis ojos se entornaran delatando la impaciencia mezquina de la Lady Macbeth que yacía en mi interior y le disgustaban los rodeos cuando pedía respuestas, dejando ver únicamente en mis obras a la dulce Desdemona, frágil victima solo a la espera de los juegos, trampas e impulsos de los hombres--- ¿Quien habla de nobles o campesinos? en un camposanto como este… ¿que importan? todos duermen bajo tierra y nosotros, los vivos, solo estamos a la espera de que nos suceda lo mismo….--- Y entonces ahora sí, un considerado, prolongado y desconsolado suspiro que apoyara lo trágico de la confusión, de la resignación misma.

Opte por provocarlo de otra forma, dando un paso hacia atrás y girando mi rostro para prestar atenciones al camino que me esperaba, pero confeso… haciendo llamar de tal forma que mi gesto contuvo el aliento, bastaron unos segundos para reconocer su nombre, después de todo no era en balde las largas horas memorizando dinastías, familias en ascendencia y descendencia, gobiernos… El conde Lucern Ralph, el imperioso aristócrata ingles que era conocido en las altas esferas por lo excesivo de su carácter, lo áspero de sus conversaciones y sus tórridas relaciones. Quise irme en ese momento temiendo ser reconocida o peor aún, no serlo y ser maltratada pero cuando menos lo pensé su presencia ya estaba tras de mí y en un gesto me había desprendido de lo único, después de la oscuridad, que me protegía… con mis ojos silenciosos sostuve en alto mi mentón, escudriñando su expresión. Mis cejas se juntaron en un fruncir lozano y maldiciendo en mi interior di un paso atrás. Estaba pasmado, con un atisbo de reconocimiento en sus ojos de cuervo pero entonces ¿porque parecía tan confundido? como si viese a un fantasma no reacciono pero yo si lo hice, tomando la sobrefalda de mi vestido y frunciéndola entre mis dedos debido al malogro de la situación fui a dedicarle una verdadera reverencia.

---
El estar en un campo santo no es motivo para olvidar los modales, Conde Ralph y valiéndome de la nobleza que se que Lucern posee, he de pedirle que oculte en lo mas recóndito de su mente este encuentro… --- Hablaba con la misma candidez que por entonces mantenía, pero dotándola de mayor firmeza--- Ahora que me ha visto, debo irme, como Euridice. Guárdelo como secreto entre los dos. El tiempo, de algún modo, hará que llegue a usted la recompensa por ello…---Sin admitir mas en esta charla le dedique una última inclinación de mi rostro, despidiéndole con la mirada, con los gestos, con las acciones, acomodando nuevamente la capucha en su lugar y encaminándome hacia la carroza, por alguna razón supe que no me perseguiría.
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