AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Hereje es quien arde en la hoguera o quien la enciende? [Priv. Lucern Ralph]
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¿Hereje es quien arde en la hoguera o quien la enciende? [Priv. Lucern Ralph]
Escondeme de mi.
Llena esos agujeros con ojos porque los mios no son mios.
Escondeme cabeza y necesidad porque no soy bueno tan
muerto en vida tanto tiempo. Se ala y ocultame de mi deseo
de ser pez pescado. Aquel gusano de vino parece dulce y
me produce ceguera y tambien mi corazon esconde porque
tendre, a este paso, que comermelo a tiempo.
Fragmento de "Canibal"
Stan Rice
Llena esos agujeros con ojos porque los mios no son mios.
Escondeme cabeza y necesidad porque no soy bueno tan
muerto en vida tanto tiempo. Se ala y ocultame de mi deseo
de ser pez pescado. Aquel gusano de vino parece dulce y
me produce ceguera y tambien mi corazon esconde porque
tendre, a este paso, que comermelo a tiempo.
Fragmento de "Canibal"
Stan Rice
--- Dios le castigó
--- ¿Cómo ha sido esto?
--- Poniéndole en manos de una mujer.
El timbre de voz dominante, vibrante, festiva y sarcástica, Ah, la herejia de un verso cristiano llevado a la hereje paganía. Son los sagrados versículos de Ruth, quienes recitados por dos figuras sublimes en una comedia oscura, quienes provocaban las carcajadas estridentes de un público atrevido. Mis ojos escudriñaban desde el palco a los actores, esbeltos, pálidos, de gestos exagerados. Estaban envueltos en hábitos sacramentales vulgarmente diseñados, ordinariamente mostrados, hablaban de apetitos, de lujuria, de un buen hermano dado al sacerdocio que recientemente acababa de caer enamorado de una misteriosa bailarina, una actriz de boulevard barato, a la que... Cada tanto, había que darle cuerda cual juguete de madera, para que pudiera seguir bailando. A escondidas y siempre en luna llena, el pobre enamorado aun sabedor del infierno, asistía para verla danzar…. Ataviada como una bailarina oriental pero sin ninguna clase de sabiduría en ello, contoneaba sus caderas y exhibía su cuerpo, alimentando el morbo de quienes la contemplaban… una anciana exagerada y grotescamente ataviada llegaba con dos oficiales entonces, estos últimos caían en el embrujo de la bailarina pero oh! Sorpresa, sorpresa, la anciana protegida por la cruz que pendía de su cuello, resultaba inmune a la oscura hechicería de la muñeca y la luna llena, impulsada en el valor de quienes tienen fe, la canosa mujer perseguía a la joven tratando de detenerle, pero esta ultima sin dejar de danzar burlaba a la anciana quien llevada por la obsesión de su impulso… caía al final bruscamente del escenario.
Las risas estallaron en el recinto, como en un coro de infantes… arquee la ceja contemplando como el oculto sacerdote salía por fin y desgarraba con valentía sus hábitos, con tiento se acercaba a la joven, entregándose al fin a su pasión. Jamás se hablaron, pero en el lenguaje de la danza gitana, ella parecía corresponderle. Juntos y enamorados bailaron sin cesar, en algún momento ella intento huir pero fueron los brazos del enamorado los que le obligaron a permanecer y seguir su paso. El violin al fondo recreando la melodía suave al principio, se escuchaba al final tan furioso....La desgracia no tardo en caer sobre ellos, y al primer amanecer fueron las llamas quienes se llevaron a la pobre bailarina en una enorme pira funeraria… de las mismas llamas salió entonces el diablo, quien galante y burlon hizo levantar a la anciana herida para que, junto con el pobre ex sacerdote, marcharan los tres juntos al infierno…
Los aplausos no se hicieron esperar, elevándose como un atronador rugido, la actuación, la cismática historia, los efectos sobre la tarima eran soberbios y misteriosos, no tenían explicación y por ende, hacían creer en la magia. Despertaban ese sentir existencial... que frustrante, intenso y fascinante era el sabor de la incertidumbre. Con la mas burlona de las sonrisas aplaudí un par de veces, eran vampiros de eso no había duda alguna. Y parte de su éxito no solo radicaba en ello, hacían burla de todo lo sagrado y respetable, tan.. pero tan escandalista, alimentaban ese morbo ruin que todos llevan dentro… alguna vez quise mandarlos pedir a Versalles pero el mero nombre de la compañía “Teatro de los vampiros” junto con el precedente de su fama, alentaban a ser rechazados sin tapujos. Hacia mas de la hora que algunos jóvenes de la joven Nobleza habíamos marchado a una fiesta de antifaces muy a las afueras de Paris, no era nada especial, quizás solamente una celebración previa para afianzar lazos ordinarios, solo los jóvenes habían marchado y nadie en Versalles nos esperaba antes del amanecer, sin embargo en el camino…. el teatro de los vampiros se había presentado tan tentador… y heme aquí, en un palco compartido únicamente por Mildrett, una de mis damas. Un guardia sin uniforme pero ostentando sus armas esperaba afuera de nuestra puerta, y mi vampiro… este se cernía cerca pero protegido entre sombras. ¿Que podía temer? Mildrett vaya que temia, hecha un ovillo en su asiento y observando con su miralejos la función, temblaba pero estaba mas que fascinada.
Era inevitable, ¿quien no siente ese susurrante placer cuando un contrario se atreve a decir lo que uno mismo no haría nunca?
--- Ah, no podrás decirme ahora que no ha valido el riesgo…--- Señale entretenida, jugando con un oscuro mechón de cabello y esperando a que el telón volviera a levantarse.
Lydia Sforza- Humano Clase Alta
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Re: ¿Hereje es quien arde en la hoguera o quien la enciende? [Priv. Lucern Ralph]
Las sombras huían despavoridas de su presencia, retrayéndose a cada paso que daba dentro de los pasillos de su mansión, como si reconocieran y desconocieran – al mismo tiempo – al predador que amenazaba con destruir la sumisa quietud. El frío teñía las paredes, cubriendo con su manto todas esas obras de arte de incalculable valor. Reinas, princesas y prostitutas de antaño le sonreían atrevidamente sobre sábanas de seda. Quienes habían tenido la oportunidad de cruzar más allá de la entrada de su propiedad, habían sido testigos de uno de sus bien arraigados pasatiempos. Cada pintura era magnífica. Solo se necesitaba echar un vistazo a una de ellas para captar la esencia de la escena. Lujuria, necesidad, urgencia, saciedad, placer. Diamantinos orbes implorando la liberación, labios abiertos en un grito desgarrador, espaldas arqueadas vanagloriándose de la atención brindada por el espectador. “El artista es un genio”, había dicho una vez una de sus amantes; y él habría estado de acuerdo si hubiesen sido producto de la imaginación de aquél caballero. Lo que nadie sabía era que aquéllas mujeres no se trataban de simples modelos. No. La mayoría había accedido a posar para el artista cegadas por el éxtasis, por la promesa de que tendrían más de ese afrodisiaco infierno; porque eso era, un infierno. El conde no era conocido – ni antes ni ahora – por su afecto. Algunas de las pinturas, sin embargo, eran obras suyas; como la última, la única que desentonaba con todas las otras obras. No se trataba de ninguna pintura erótica. Una mujer se encontraba tendida sobre lo que a primera vista parecían sábanas pulcras, y lo habían sido, antes de que su demonio se desatara exigiendo que pagara por esa mirada.
Astrid dormía profundamente. Su pecho subía y bajaba lentamente. Una sonrisa iluminaba su rostro. “Yo he hecho eso…” Pensó con orgullo, con un deje de posesividad. Como si hubiese hablado en voz alta, como si hubiese osado perturbar su sueño, se encontró con el azul de su mirada. No era de extrañar que esa mirada siempre le recordara… Frunció el ceño. El retumbar de… ¿Qué era eso? Sus orbes descendieron hasta el pulso que latía en su cuello. Lucern pudo sentir como su boca se abría, los colmillos se alargaban, el ardor en su garganta se duplicaba. Fue testigo de cómo la mirada soñadora de su acompañante se transformaba. El horror en la mirada de su prometida lo golpeó con fuerza. Horror. Miedo. Repudio. Astrid se había arrastrado hasta el cabezal de la cama, llevando consigo la sábana blanca. Vio como la boca de ella se abría pero nunca escuchó las palabras que pronunciaba. Estaba demasiado absorto en esa sensación poderosa recorriendo su cuerpo. Podía saborear su miedo. El poder que lo embargaba con ese conocimiento era imposible de negar. Justo como había pasado antes de saber que se dirigía a ver a su prometida, se encontró sobre ella, atrapándola bajo su cuerpo. No lo sabía, pero su mirada era la de un depredador, la de un demonio salido del infierno. – Mírame. Había siseado, enfurecido. ¿Cómo podía mirarlo de esa manera? ¿A él? El hombre con quien se casaría en unas horas. – Mírame. Gritó de nuevo. Sin importarle si era descubierto. Las lágrimas ya se derramaban por el rostro de ella cuando la tomó del mentón, obligándole a sostenerle la mirada.
- Mi señor. He dado sus instrucciones a Iam. La voz de su mayordomo lo devolvió a la realidad. Una sonrisa glacial se abrió paso en su boca. Su primera noche en Paris sería todo un acontecimiento. Sin decir palabra, cruzó el umbral. La fría noche le dio la bienvenida de nuevo, o se la habría dado, si no hubiese estado tan ansioso por llegar a su destino. Media hora después, se encontró ante las puertas del majestuoso teatro. Las voces de los actores llegaban hasta sus oídos. Ah. ¿Existía una mejor manera de anunciar su regreso? Lo dudaba. Las miradas más próximas se clavaron en él, como era de esperar. El conde los invitaba con esa ceja enarcada a hacer cualquier comentario. Afortunadamente, el telón bajaba; lo que les permitía observarlo sin perderse detalles de la obra. Imbéciles. El peligro emanaba de él como una segunda piel. El hecho de que vistiera de negro, solo lo hacía ver más endemoniado. Con esa mueca arrogante, dirigió una mirada hacia los palcos. Seguramente la suerte le sonreiría esa noche. Quería, no, necesitaba encontrar a alguien de la realeza. Después de la humillación pública que Von Fanel – “amablemente” – le había hecho pasar, necesitaba demostrarles que su orgullo y la arrogancia en sí mismo seguía intacta. Indiferencia. Eso era todo lo que sentía por ella, y por ellos en general. Aún podría tener a cualquier mujer que deseara. Como si el Diablo se retorciera aburrido en el infierno y hubiese decidido desatar todos sus demonios para su entretenimiento, la vio. Maldita sea. Como había pasado aquélla noche en el Cementerio cuando bajó la capucha para descubrir a la misteriosa princesa, su parecido con Astrid lo desconcertó. Incluso a esa distancia, podía ver sus finos rasgos. Una sonrisa depredadora se abrió paso en su boca. “Entretengamos al Diablo”, pensó con una brutal malicia.
Flashback
¿Y había creído que no había nada peor que el entumecimiento en su espalda por culpa de los latigazos que los criados le daban? Muchas de aquéllas noches había permanecido despierto, cuidando de que sus heridas no se abrieran por culpa de un mal movimiento. La fiebre lo alcanzaba entonces, haciendo arder todo su cuerpo. El dolor había sido imponente entonces, pero nada, ni todos esos años sufriendo los castigos y humillaciones de la condesa; lo habían preparado para el dolor que lo mantenía clavado al suelo en ese momento. Fueron horas, quizás días que se encontró pidiendo clemencia, deseando que la muerte lo reclamara finalmente. Casi podía jurar que en medio de ese infierno escuchaba la carcajada burlesca de la condesa. Y, cuando finalmente el dolor había cedido, ese escozor en su garganta había aparecido. Cientos de esquirlas le atravesaban, exigiendo ser aplacada. ¡¿Cómo?! Inspiró profundamente, como si el oxígeno pudiese despejar su mente. Error. Un maldito error. Todo lo que pudo llevar a sus pulmones fue ese olor femenino. Astrid. Su prometida. Por supuesto. Había estado con ella antes de que fuese atacado en ese callejón abandonado. El pensamiento pareció activar algo dentro de él, porque sus colmillos empezaron a doler. ¿Qué… demonios? Antes de que supiese qué estaba haciendo, se encontró en el balcón que daba a la habitación donde hacía unas horas había tomado la inocencia de su futura esposa. Astrid dormía profundamente. Su pecho subía y bajaba lentamente. Una sonrisa iluminaba su rostro. “Yo he hecho eso…” Pensó con orgullo, con un deje de posesividad. Como si hubiese hablado en voz alta, como si hubiese osado perturbar su sueño, se encontró con el azul de su mirada. No era de extrañar que esa mirada siempre le recordara… Frunció el ceño. El retumbar de… ¿Qué era eso? Sus orbes descendieron hasta el pulso que latía en su cuello. Lucern pudo sentir como su boca se abría, los colmillos se alargaban, el ardor en su garganta se duplicaba. Fue testigo de cómo la mirada soñadora de su acompañante se transformaba. El horror en la mirada de su prometida lo golpeó con fuerza. Horror. Miedo. Repudio. Astrid se había arrastrado hasta el cabezal de la cama, llevando consigo la sábana blanca. Vio como la boca de ella se abría pero nunca escuchó las palabras que pronunciaba. Estaba demasiado absorto en esa sensación poderosa recorriendo su cuerpo. Podía saborear su miedo. El poder que lo embargaba con ese conocimiento era imposible de negar. Justo como había pasado antes de saber que se dirigía a ver a su prometida, se encontró sobre ella, atrapándola bajo su cuerpo. No lo sabía, pero su mirada era la de un depredador, la de un demonio salido del infierno. – Mírame. Había siseado, enfurecido. ¿Cómo podía mirarlo de esa manera? ¿A él? El hombre con quien se casaría en unas horas. – Mírame. Gritó de nuevo. Sin importarle si era descubierto. Las lágrimas ya se derramaban por el rostro de ella cuando la tomó del mentón, obligándole a sostenerle la mirada.
- Mi señor. He dado sus instrucciones a Iam. La voz de su mayordomo lo devolvió a la realidad. Una sonrisa glacial se abrió paso en su boca. Su primera noche en Paris sería todo un acontecimiento. Sin decir palabra, cruzó el umbral. La fría noche le dio la bienvenida de nuevo, o se la habría dado, si no hubiese estado tan ansioso por llegar a su destino. Media hora después, se encontró ante las puertas del majestuoso teatro. Las voces de los actores llegaban hasta sus oídos. Ah. ¿Existía una mejor manera de anunciar su regreso? Lo dudaba. Las miradas más próximas se clavaron en él, como era de esperar. El conde los invitaba con esa ceja enarcada a hacer cualquier comentario. Afortunadamente, el telón bajaba; lo que les permitía observarlo sin perderse detalles de la obra. Imbéciles. El peligro emanaba de él como una segunda piel. El hecho de que vistiera de negro, solo lo hacía ver más endemoniado. Con esa mueca arrogante, dirigió una mirada hacia los palcos. Seguramente la suerte le sonreiría esa noche. Quería, no, necesitaba encontrar a alguien de la realeza. Después de la humillación pública que Von Fanel – “amablemente” – le había hecho pasar, necesitaba demostrarles que su orgullo y la arrogancia en sí mismo seguía intacta. Indiferencia. Eso era todo lo que sentía por ella, y por ellos en general. Aún podría tener a cualquier mujer que deseara. Como si el Diablo se retorciera aburrido en el infierno y hubiese decidido desatar todos sus demonios para su entretenimiento, la vio. Maldita sea. Como había pasado aquélla noche en el Cementerio cuando bajó la capucha para descubrir a la misteriosa princesa, su parecido con Astrid lo desconcertó. Incluso a esa distancia, podía ver sus finos rasgos. Una sonrisa depredadora se abrió paso en su boca. “Entretengamos al Diablo”, pensó con una brutal malicia.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: ¿Hereje es quien arde en la hoguera o quien la enciende? [Priv. Lucern Ralph]
Una exquisita pieza la del terciopelo carmesí, ese que caía desde lo alta cual cascada de sangre, ocultando tras de sí a los siniestros actores, al claro de luna en el bosque hecho de farsa, morbo, lujuria y tapicería. Ningún artista salió a reverenciar los aplausos, pero estos persistían emocionados, demasiado excitados para ponerles freno… ¿aplausos después de una presentación? Una sonrisa burlesca se dibujo en mi rostro, aquello era una bobería sin clase, aplaudía, silbaban y gritaba el populacho, un aristócrata digno de llamarse tal brindaba su deleite a una presentación con silenciosa admiración, obsequiando halagos o rosas a los presentantes. El Théatre Des Vampires podía estar plagado de lujo derrochador gracias a las arcas rebosantes de Lucern Ralph, su último propietario… pero ese lugar seguía siendo lo que era en un principio. Un teatro de Boulevard barato, o mejor aun! un burdel donde las cortesanas se llamaban critica, otra burla y quizás su madrota fuera la herejía. Mientras el rizo de cabello oscuro jugaba entre mis dedos, mantenía mi expresión entretenida, protegida entre las sombras de mi palco y observando desde lo alto, cual Dios distante, a sus descarriadas creaciones quienes se levantaban de sus asientos con el rumor en sus mejillas y sus ojos brillando, ansiosos de otra noche como esa. Mildrett reconocía lo fascinante de la travesura, lo atrevido de la obra, pero cuidaba su atención en el reconocimiento del delito. Si alguien en ese lugar nos reconociera… ambas pagaríamos caro nuestra travesura.
--- Deja de hacer esas caras, querida, nada va a pasar. ¿Ves como todos se retiran?--- Recargándome en el brazo izquierdo de mi asiento me acerque a ella, mis labios suspiraban estrategias contra su oído --- Vamos a aguardar en este lugar hasta que todos se marchen y una vez desaparezcan las miradas, mandaremos a nuestro guardián por el carruaje y saldremos. Volveremos a Versalles fingiéndonos fastidiadas de una fiesta aburrida y criticando lo insípido de la orquesta y los burdos invitados de los nobles campesinos de la región, como siempre. Tan sencillo decir… ----La sonrisa escurridiza se deslizo así como el tono agrio en las palabras.--- “Apenas y me baje del carruaje cuando decidí volver. No iba resistir semejantes compañías…!” Diré que del mal gusto tengo migraña y tú harás lo propio. Estamos cubiertas --- Volvi a recargarme en el respaldo de mi asiento, relajándome en el… sin pensar demasiados en excusas versallescas o incluso en la corte misma… en mis pensamientos seguía bailando la muñeca de madera, seguía escuchando al violín furioso y al sacerdote rasgar su habito. El fuego de la hoguera seguía brillando.
Sobre mi sentía las miradas, aunque reconocía que la oscuridad del lugar iba a protegerme, Mildrett sintiéndose más relajado me llamo con su voz, acercándome el miralejos para que esta vez yo contemplara a través de ellos. “Mira, Dominique ¿conoces al dueño de este Teatro? Es el Conde de Inglaterra, amigo intimo del rey Dorian y esta justo en el palco centra”. Un oscuro recuerdo abrumo mis fantasías… recordaba al Conde de los bailes reales, colgada de su brazo la condesa Von Fanel, una que otra vez nuestras miradas se toparon, reverencias frías y fugaces pero por sobre todo… recordaba al oscuro varón aquella noche en el cementerio. Antes se acercarme al lente proyecto contuve el aliento, reprimiendo al tenebroso escalofrió que me recorrió. Que talento el suyo, aparecerse siempre que lograba escapar de las garras del protocolar deber.
---Vaya, ¿es él? --- Respondí con un deje de desinterés marcado, impreso apenas el vibrar de la sorpresa --- Me parece haberlo visto en alguna ceremonia. Se ve muy ordinario para ser el tan tórrido personaje dueño de este teatro y protagonista de las criticas de Solange --- Mencione a nuestras institutriz--- Pero ¿qué importa la apariencia? es un Ingles. Todo y nada se puede esperar de ellos ---Remarque la deferencia de mis comentarios ponzoñosos, provocando la risa de acompañante. En un elegante gesto le indique levantarse, acomodando los pliegues de mi vestido para hacer lo mismo---. Avisa al guardián que prepare el carruaje, el lugar ya debe estar por quedar vacio…
--- Deja de hacer esas caras, querida, nada va a pasar. ¿Ves como todos se retiran?--- Recargándome en el brazo izquierdo de mi asiento me acerque a ella, mis labios suspiraban estrategias contra su oído --- Vamos a aguardar en este lugar hasta que todos se marchen y una vez desaparezcan las miradas, mandaremos a nuestro guardián por el carruaje y saldremos. Volveremos a Versalles fingiéndonos fastidiadas de una fiesta aburrida y criticando lo insípido de la orquesta y los burdos invitados de los nobles campesinos de la región, como siempre. Tan sencillo decir… ----La sonrisa escurridiza se deslizo así como el tono agrio en las palabras.--- “Apenas y me baje del carruaje cuando decidí volver. No iba resistir semejantes compañías…!” Diré que del mal gusto tengo migraña y tú harás lo propio. Estamos cubiertas --- Volvi a recargarme en el respaldo de mi asiento, relajándome en el… sin pensar demasiados en excusas versallescas o incluso en la corte misma… en mis pensamientos seguía bailando la muñeca de madera, seguía escuchando al violín furioso y al sacerdote rasgar su habito. El fuego de la hoguera seguía brillando.
Sobre mi sentía las miradas, aunque reconocía que la oscuridad del lugar iba a protegerme, Mildrett sintiéndose más relajado me llamo con su voz, acercándome el miralejos para que esta vez yo contemplara a través de ellos. “Mira, Dominique ¿conoces al dueño de este Teatro? Es el Conde de Inglaterra, amigo intimo del rey Dorian y esta justo en el palco centra”. Un oscuro recuerdo abrumo mis fantasías… recordaba al Conde de los bailes reales, colgada de su brazo la condesa Von Fanel, una que otra vez nuestras miradas se toparon, reverencias frías y fugaces pero por sobre todo… recordaba al oscuro varón aquella noche en el cementerio. Antes se acercarme al lente proyecto contuve el aliento, reprimiendo al tenebroso escalofrió que me recorrió. Que talento el suyo, aparecerse siempre que lograba escapar de las garras del protocolar deber.
---Vaya, ¿es él? --- Respondí con un deje de desinterés marcado, impreso apenas el vibrar de la sorpresa --- Me parece haberlo visto en alguna ceremonia. Se ve muy ordinario para ser el tan tórrido personaje dueño de este teatro y protagonista de las criticas de Solange --- Mencione a nuestras institutriz--- Pero ¿qué importa la apariencia? es un Ingles. Todo y nada se puede esperar de ellos ---Remarque la deferencia de mis comentarios ponzoñosos, provocando la risa de acompañante. En un elegante gesto le indique levantarse, acomodando los pliegues de mi vestido para hacer lo mismo---. Avisa al guardián que prepare el carruaje, el lugar ya debe estar por quedar vacio…
Lydia Sforza- Humano Clase Alta
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Re: ¿Hereje es quien arde en la hoguera o quien la enciende? [Priv. Lucern Ralph]
El cuerpo del conde se tensó ante el bombardeo de recuerdos. La maldita mujer que se encontraba en su teatro había derrumbado ese jodido muro que había levantado en su afán por mantener el control de sí mismo. Desde que la había encontrado en el Cementerio, se había visto preso de las imágenes que habían poblado su mente cuando la oscuridad se había hecho uno mismo consigo. Tras la muerte de su prometida, se había dejado guiar por sus instintos. La muerte era el destino de sus víctimas, mientras que la sangre el boleto para continuar en la travesía que él mismo les imponía. ¿Qué había llevado a la princesa de Francia hasta uno de los palcos de su negocio? ¿La curiosidad? Estaba seguro que esa era la razón. ¿Cuál sino? Los humanos que conocían de su existencia, encontraban fascinante mantenerse al margen pero, algunas veces, ¡el margen no era suficiente! Querían ver. Saborear el peligro. Seducirlo. ¿Confiaba ella en sí misma como para cruzar las puertas del infierno y jugar con los demonios que se quemaban en la hoguera? ¿Creía que podría salir inmune después de satisfacer su libido? De haber sido otra humana, quizás lo habría logrado. No. De no haber llegado él, lo habría logrado. La lengua del vampiro se deslizó sobre sus caninos. Recordaba perfectamente su olor. Era la misma deliciosa fragancia que había despedido su prometida la noche en que regresó a por ella. No fue hasta que descubrió su rostro que vio el porqué se sentía de esa manera. Después de seiscientos años, no la había olvidado. Nunca lo haría. Formaba parte de su pasado. Los vestigios que aún ahora, seguía custodiando. Con un simple gesto de su mano, Iam, que se había mantenido entre las sombras, se acercó a él. Ser el líder y dueño del Theatre Des Vampires tenía cientos – sino miles – de ventajas. Tras algunos incidentes, Lucern había ordenado mantener guardias apostados entre las sombras. Eran los encargados de cuidar que los humanos que se aventuraban a una de las funciones de los vampiros, salieran aún respirando. Por supuesto, siempre ocurrían accidentes. Esta noche, sin embargo, servirían para lo que quería. ¿Cuántas noches se podía encontrar a solas con la mujer que era culpable de traer sus memorias?
Su mirada se clavó en el lugar donde ella y su acompañante se encontraban. Observó con bastante animosidad como el lugar quedaba vacío. Los únicos latidos que se escuchaban dentro del teatro, eran los de las mujeres que se preparaban para partir. Antes de que diesen un paso al frente, la puerta se cerró con un sonoro golpe. El gesto había sido con la intención de mostrarles que la función para ellas aún no había terminado. ¿No se habían aventurado a ser testigos del pasatiempo de algunos vampiros? ¿Por qué la prisa? La noche aún no caía, estaba más que dispuesta a servir como anfitriona. El silencio cayó en el lugar y, cuando las miradas de las mujeres le buscaron, una sonrisa arrogante y glacial curvó sus labios. – El conde ha solicitado su presencia. Las palabras de Iam, quien se había movido hasta el lugar donde ellas habían estado disfrutando del escenario, eran tan claras para Lucern como lo sería para las humanas que estaban cerca. Tenía que darle crédito a su empleado. Aprendía rápidamente a ejecutar sus órdenes. Sin cuestiones, solo afirmaciones. Esta vez, no habría escapatoria para ella. Podría haberlo tomado por sorpresa al descubrir su apariencia. Maldición. Verla lo había llevado de vuelta a la demencia, a ese lapso en que perdió el control al verse reflejado en la mirada de la mujer que amaba hacía más de seiscientos años. No correría con tal suerte de nuevo. Ahora que la tenía en su territorio, estaba más que dispuesto a… ¿A qué? Estaba claro que no era Astrid pero, ¿le importaba? Había fingido estar con mujeres de su misma apariencia, dándoles el nombre de ella solo para su satisfacción. ¿Qué había esperado de esos encuentros? ¿No perder el control? Siempre lo había hecho. Solo tenía que recordar cómo lo había observado y entonces… ¿Qué importaba? Seguramente podría llegar a un acuerdo. Como si encontrara gracioso ese pensamiento, o más bien absurdo, enarcó una ceja, invitando a la dama a defenderse. Ella había dejado claro su ingenio, seguramente tendría muchas palabras para referirse a su comportamiento.
Su mirada se clavó en el lugar donde ella y su acompañante se encontraban. Observó con bastante animosidad como el lugar quedaba vacío. Los únicos latidos que se escuchaban dentro del teatro, eran los de las mujeres que se preparaban para partir. Antes de que diesen un paso al frente, la puerta se cerró con un sonoro golpe. El gesto había sido con la intención de mostrarles que la función para ellas aún no había terminado. ¿No se habían aventurado a ser testigos del pasatiempo de algunos vampiros? ¿Por qué la prisa? La noche aún no caía, estaba más que dispuesta a servir como anfitriona. El silencio cayó en el lugar y, cuando las miradas de las mujeres le buscaron, una sonrisa arrogante y glacial curvó sus labios. – El conde ha solicitado su presencia. Las palabras de Iam, quien se había movido hasta el lugar donde ellas habían estado disfrutando del escenario, eran tan claras para Lucern como lo sería para las humanas que estaban cerca. Tenía que darle crédito a su empleado. Aprendía rápidamente a ejecutar sus órdenes. Sin cuestiones, solo afirmaciones. Esta vez, no habría escapatoria para ella. Podría haberlo tomado por sorpresa al descubrir su apariencia. Maldición. Verla lo había llevado de vuelta a la demencia, a ese lapso en que perdió el control al verse reflejado en la mirada de la mujer que amaba hacía más de seiscientos años. No correría con tal suerte de nuevo. Ahora que la tenía en su territorio, estaba más que dispuesto a… ¿A qué? Estaba claro que no era Astrid pero, ¿le importaba? Había fingido estar con mujeres de su misma apariencia, dándoles el nombre de ella solo para su satisfacción. ¿Qué había esperado de esos encuentros? ¿No perder el control? Siempre lo había hecho. Solo tenía que recordar cómo lo había observado y entonces… ¿Qué importaba? Seguramente podría llegar a un acuerdo. Como si encontrara gracioso ese pensamiento, o más bien absurdo, enarcó una ceja, invitando a la dama a defenderse. Ella había dejado claro su ingenio, seguramente tendría muchas palabras para referirse a su comportamiento.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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