Escalera de color [Aurelia]

por **Aurelia Sila** Lun Dic 26, 2011 5:38 pm

Es fácil que el tedio se apodere de alguien cuando éste ha vivido casi dos mil años, y esa noche l'ennui había vuelto a instalarse en el corazón sin vida de Aurelia; para luchar contra él, se le ocurrían dos vías: la primera, salir a cazar toda la noche dando cuenta de cuanta escoria le fuera posible y deleitarse en esa actividad que ella veía más como un mal necesario que como un placer; la segunda era mucho más humana, pero también había riesgo de que resultara decepcionante... buscarse un buen trago de vino y con ello la posibilidad de algún encuentro interesante, pues las tabernas parisinas que había conocido desde su llegada eran un sitio donde solían reunirse personajes de lo más variopinto.

Después de elegir un atuendo sencillo de entre su guardarropa femenino, decidió ir a mezclarse con los mortales en la taberna; claro que no sin antes procurarse un tentempié... mantenerse en ayuno podría resultar inconveniente para su posible interlocutor si éste resultaba apetitoso. Una vez saciada su única necesidad realmente vital, se encaminó hacia el lugar.

A pesar de no ser muy tarde, las calles estaban casi desiertas. El barrio no era de los mejores, pero eso no le importaba a ella, sus fuerzas y habilidades bastaban para enfrentar a cualquier mortal que intentara hacerle daño, incluso a una que otra criatura sobrenatural, por lo que sus pasos eran firmes y altivos. Cuando se encontró cerca de la puerta del local, pudo ver en la entrada a un joven de aire taciturno que sostenía un vaso de licor. El muchacho se apartó, dejándola pasar y saludándola con naturalidad. Aurelia sonrió al tiempo que le devolvía el saludo: -Bonsoir-, la mirada tímida del joven no la sorprendió, pues era obvio que las damas siempre llamaban la atención en lugares así, más aún si no se trataba de las cortesanas que sí solían frecuentarlos.

El joven llamó su atención, no parecía un simple petimetre cuya única ocupación es gastar su tiempo y dinero en vino y compañía... tal vez él también fuera víctima del terrible dios ennui, o algo peor, sus ojos reflejaban algo más profundo. ¿Sería posible acaso que ese joven mortal accediera a acompañarla y luchar juntos - por lo menos esa noche- contra el tedio de la rutina?

por **Aurelia Sila** Miér Dic 28, 2011 1:47 am

Después de entrar Aurelia volvió a ver al joven de la puerta, parecía un tanto aburrido y ahora se encontraba solo en una mesa de la cual se habían esfumado algunos otros clientes hacía sólo unos instantes y como ella también estaba sola, se acercó al muchacho, quien al verla le preguntó si acaso le apetecía una partida de cartas o alguna otra cosa. Ella sonrió, le hacía cierta gracia que la llamaran señorita tomando en cuenta todas las veces que ya había enviudado a lo largo de su existencia, pero agradecía la deferencia, lo cual indicaba que su aspecto seguían tan radiante como cuando había dejado de ser una simple mortal. -Oh, monsieur, serìa todo un placer acompañarlo en su juego y con una copa de vino- dijo al tiempo que tomaba asiento frente a él, acomodando su amplia falda y retirándose los guantes de satín negro.

Tras instalarse cómodamente llamó a un empleado para que le trajera una copa de su mejor vino tinto. Luego se quitó el abrigo, que quizá pareciera demasiado ligero ante el frío creciente de la noche, pero en el interior de ese lugar sin duda estaba de sobra. Mientras terminaba de hacerlo, no dejaba de mirar al hombre, cuya juventud parecía incompatible con el dejo de seriedad que tenían sus gestos. El olor del tabaco que él acomodaba en su pipa a Aurelia le pareció delicioso mezclado con el de la carne joven, era una combinación que raramente le resultaba atrayente, pero en esta ocasión había algo más; quizá era que estaba demasiado sola, que empezaba a ansiar un poco de compañía. Se estremeció ante ese pensamiento, aquel muchacho era exquisitamente masculino, con esos rasgos fuertes y delicados al mismo tiempo, enmarcados por sus rizos claros ligeramente desordenados, como a propósito. Suspiró. "¿Son los hombres conscientes de lo atractivos que pueden llegar a ser o sólo las mujeres tienen esa facultad?"

Bajó la mirada con timidez al darse cuenta que él la había pescado mirándolo de esa manera y tomó la baraja, formando un mazo y comenzando a revolver las cartas. Llegó su trago y volvió a colocarlas sobre la mesa para beber un poco. El oscuro líquido dejó un ligero rastro en sus labios, por los cuales pasó su lengua distraídamente antes de dedicarle a su acompañante una mirada traviesa. - Entonces, ¿apuesta, monsieur?

por **Aurelia Sila** Dom Ene 01, 2012 2:21 pm

Aquello comenzaba a tornarse divertido. La actitud del joven adquiría un tono juguetón que se evidenciaba en sus palabras. Pronto a Aurelia se le olvidó ese pequeño momento de flaqueza en que desvió la mirada como si fuera una chiquilla a la que pillaron haciendo algo indebido. El joven colocó su pequeña apuesta sobre la mesa y preparó el juego. Ella sabía jugar, pero de ningún modo era talentosa en ello, había cosas que ni la longevidad podían remediar; siempre estaba la posibilidad de engañar al pobre chico con sus movimientos ràpidos y los pequeños trucos mentales que conocía, pero en realidad no ganaba nada con ello, se trataba de pasarla bien, aunque perdiera. Ella buscó a su vez en un pequeño bolsillo de su abrigo una cantidad similar a la de su compañero y la colocó frente a ella.

Después de dar otro sorbo a su copa de vino, casi con indiferencia, le dijo al joven en el mismo tono alegre que él había utilizado al hablarle:-Sé jugar, sí. Aunque le advierto que no es precisamente lo que mejor sé hacer-. Sonrió. - Y claro que la cantidad es lo que menos importa, pero quizá tenga suerte y logre llevàrselo todo.

Tomó sus cartas, en realidad se trataba de una mano malísma, pero habría que esperar un poco para adivinar en qué posición se encontraba frente al chico. Tal vez fuera una nulidad jugando, pero sí podía interpretar mejor los gestos del joven por más disimulados que fueran, eso sí que venía incluido en el el paquete de los dos mil años, era más fácil desvelar los misterios de un rostro humano. Él levantó la mirada tras revisar sus cartas y permaneció impasible. Sin duda tenía práctica en el ejercicio de no dejar entrever sus verdaderos pensamientos, pero Aurelia pudo distinguir un ligero destello de satisfacción en sus ojos, sólo en sus ojos; ni un ligero movimiento que indicara el asomo de una sonrisa o algún otro gesto;luego la miró, con la obvia intención de adivinar en ella también algo del juego por medio de sus expresiones, pero ella era una experta en permanecer hermética cuando así lo decidía.

Se preguntó a qué se dedicaría aquel joven, que a pesar de mostrarse extrovertido con ella, daba la impresión de observar todo con cierta cautela, reflexionando... y fue entonces que cayó en la cuenta de que ni siquiera se habían presentado. -¡Pero qué modales los míos, monsieur!, he llegado a su mesa sin siquiera presentarme debidamente. Disculpeme. Mi nombre es Aurelia Sila. A su servicio.

por **Aurelia Sila** Dom Ene 08, 2012 11:59 pm

Lo que menos le preocupaba en ese momento era perder o ganar el juego, tampoco el dinero; ella lo tenía de sobra y no era su intención despojar al chico de nada, prefería dejarlo al azar, sí, pero siempre con la idea de que éste ya se hallaba ligeramente a su favor, por lo que (a pesar de que él se lo pidiera) si era necesario, se dejaría ganar. No obstante, le siguió el juego. - Si se quedara con todo mi dinero, Travis, tal vez no dejaría que se fuera tan fácilmente y buscaría la manera de quedar a mano-. Sonrió, pero su voz había sonado ligeramente macabra; en esos casos, la belleza servía bien para disfrazarlo y esperaba sinceramente no haber alertado el instinto de supervivencia del muchacho.

Cuando él tomó su mano para depositar el beso de rigor al presentarse, Aurelia sintió la tibieza de sus dedos y labios contrastar terriblemente con la frialdad de su propia piel. Se preguntó qué habría sentido él, si habría notado que aquello que sostenía con tanta gentileza no era sino la zarpa de un mortal depredador fingiendo descaradamente ser como cualquiera de los que los rodeaban. De cualquier modo, sus pensamientos no asomaron ni por un segundo a su pálido y estoico rostro, aunque al percibir el cálido aliento del joven sobre sus dedos se hubieran desatado los demonios de su hambre y su deseo. Se preguntó por qué era tan fácil enamorarse de los mortales, de su sangre, del simple hecho de que estuvieran vivos; se lamentó por esa debilidad para sus adentros. Era más fácil así: disimular y fingir, como en el poker.

Aurelia rió suavemente con la otra pregunta de Travis y respondió, pero esta vez respondió sinceramente. -Te sorprendería lo mal que van mis noches últimamente, y esta hubiera ido peor de no haberme topado contigo aquí-. Había comenzado a tutearlo y sus palabras iban cargadas con la malicia que se expresa sólo ante los cómplices, pero él en realidad ignoraba la otra opción que había contemplado ella. Hizo un vago ademán. Pensó en la suerte que había tenido él de no haber salido más ebrio del local y encontrarse con ella en la oscuridad de un sórdido callejón. - Pero eso ya no importa ahora-. Apuró el contenido de su copa y llamó para pedir otro poco, el vino no lograba turbarla ni un poco, sólo la sangre tenía ese poder. Hizo su apuesta, sin apartar la mirada de Travis. Más le valía distraerse o terminaría lanzándose a su cuello...

por **Aurelia Sila** Vie Ene 27, 2012 11:21 pm

Bueno, las palabras servían como distractor. Le causó un poco de gracia la apreciación que hizo Travis sobre "sus recursos", pero tenía razón: en cualquier momento podría simplemente susurrarle que se rindiera y él no tendría escapatoria. No obstante, prefería jugar limpio.

Analizó con detenimiento aquel juego; las reglas eran bastante simples y sin embargo, había detrás toda una serie de intrincadas estrategias para salir victorioso: era necesario descifrar a los contrincantes, hacer gala de una astucia y discreción dignas de los servicios secretos de las casas reales... y entendió por qué les parecía divertido. Le pareció divertido cuando el joven se alzó las mangas en señal de que no hacía trampa y ella sólo asintió con una sonrisa mientras lo escuchaba volver al tema de su compañía. - Por favor, no te subestimes- "claro que eres apetecible", pensó, pero no era prudente decirlo... todavía no, al menos-, tu compañía es agradable y no sólo por que seas tan bien parecido, sino por que no prefieres embrutecerte hasta caer como un fardo sobre la mesa; a pesar de eso- señaló el vaso de alcohol- te mantienes alerta y tus ojos no dejan de escrutar el entorno. Además, la sangre joven siempre es más estimulante- sonrió con la misma malicia que antes, quizá con un levísimo rastro de coquetería, pero enseguida éste se esfumó.

A Aurelia le parecía que Travis prefería no mirarla mucho tiempo a los ojos. Se preguntó si temía que lo sedujera. "No estaría mal", pensó todavía con un resto de la sed que había sentido antes, pero no cedió. - No te culpo por menospreciar a estos pobres hombres, pero te sorprendería lo que se puede encontrar algunas veces aquí- dijo sin profundizar más, seguro que él sabría a lo que se refería.

Él había sumado una nueva cantidad a la apuesta, pero ella había perdido la noción del juego y dudó un instante sobre lo que debía hacer ahora, pensó un segundo, se mordió el labio. -Tienes razón, no soy de por aquí. Soy de Roma, mi apellido es de una vieja familia casi extinta - en realidad eso no lo sabía, después de su conversión no siguió los pasos de sus familiares mortales, no tenía sentido, menos si no había descendientes suyos, pero igual él no iba a saberlo.

-Pero ¿qué hay de ti? Imagino que no pasas tus días en estos lugares, querido. Puedes contarme después de decirme ahora qué va a suceder- le dijo mientras agitaba las cartas como si fueran un abanico- deber perdonarme, pero no tengo mucha práctica en esto-.

por **Aurelia Sila** Sáb Mar 17, 2012 10:16 pm

-Entiendo- dijo tras la explicación del joven, pero pensando en el resto de sus palabras, que (por más cuidadosas que fueran) le daban cierto pie para mostrarse un tanto perversa. “Sí, la mano más alta es siempre la mía”, se dijo, “no hay forma de ganar cuando te enfrentas a alguien que te sobrepasa en experiencia, no por años, sino por siglos”. Dio un nuevo vistazo a sus cartas, comprobando que el azar la favorecía. Sólo necesitaba una carta para completar una buena jugada. Esperaba el nueve de diamantes, que le daría una escalera de color. Continuó tal como él le había indicado, pero sin disimular su sonrisa de satisfacción, pues finalmente ella sabía que él no podría averiguar sus verdaderos pensamientos por más que lo intentara.

-¿Y tú no temes que te haga creer cosas que no son?- preguntó fingiendo un tono de inocente curiosidad. Luego rió sinceramente, pensando en lo divertido que era todo aquel juego de mentiras; algo en lo que ella era una experta: pretender que era humana y lograrlo sin dificultades. Dejó su apuesta sobre la mesa.

De cuando en cuando sentía una punzante ansiedad originada por la sed… después de todo, no se había alimentado y sus reservas vitales exigían renovarse. Pensaba en terminar pronto aquella inofensiva aventura para así salir y darse gusto cazando a algún rufián corpulento de sangre caliente; pero si era completamente sincera consigo misma, había comenzado a imaginarse cómo sabría la vida del joven tahúr.

-Mhhh… ahora que lo pienso, creo que he sido descuidada al no contemplar el regreso a casa desde un lugar como este, ¿no crees? –comentó distraídamente, pero aquello era una trampa maquinada casi al vuelo, y si él caía en ella, la noche terminaría dando un giro que Aurelia, de haber sido la sensata mujer de siempre, hubiera preferido evitar; no obstante, se había sentido atraída por Travis desde el primer contacto y su lado codicioso salía a flote como pocas veces en una eternidad. – Pero confío en que, sin importar quién gane el juego, seas lo bastante caballeroso como para hacerme el favor de escoltarme de vuelta-. Esta vez lo miró tal como haría cualquier mujer que se supiera arguyendo una excusa estúpida e innecesaria en su intento de seducir a un hombre, pues cuando ella decidiera emitir la orden sutil que no admitiera negativa alguna, el pobre muchacho no tendría opción.

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