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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Miér Dic 28, 2011 9:59 pm

«War-heads are ready to fight,
black leather hounds, faster than sound,
metal our purpose in life.
Black metal.»

-Venom, "Black Metal"

Una parvada de aves salió volando obscureciendo el cielo de por sí nocturno, las copas de los árboles se movieron suavemente como mecidas por una ventisca y luego, un silencio sepulcral que asusta hasta al más valiente. Ahí, al pie del árbol más viejo del bosque estaba el Sigurðr retorcido y negro bañado en sangre de cinco pobres hombres que intentaron asaltarlo. Sin perder un segundo Varg estranguló al primero hasta que los globos oculares de éste parecían estallar en sus cuencas, sus manos calludas querían poder desgarrar la piel y carne, logrando destruir las vértebras, provocando un crujido rápido y que deleitó al asesino. Al segundo le dio el honor de probar el filo de Tomhet, su hacha, cortando la tapa de los sesos y luego estrellando la cabeza desnuda contra el suelo, dejando que la masa encefálica rodara a unos cuantos metros. El tercero fue más deleitoso, cortó de un solo tajo la pierna y brazo izquierdos, el hombre perdió el equilibrio y quedó boca abajo en el suelo, Varg lo tomó por el cabello y lo acomodó con minuciosa calma de modo que su boca abierta quedara en el borde de una roca, luego con su bota aplastó el cráneo para que el agujero bucal se transformara en una rasgadura que rodeaba toda la cabeza. Finalmente al último le otorgó la muerte más rápida, alzó su hacha hasta el cielo, como la boca de Fenrir según la tradición se abrirá durante el Ragnarök y lo partió en dos desde la curvatura del cuello (del lado derecho) hasta la entrepierna, ahí donde las piernas se unen al torso, dejando que todas las vísceras salieran mientras el cuerpo caía y se separaba.

Después tomó a aquel al que le había sacado el cerebro, cortó su cabeza sin vida y con la mano desnuda limpió el interior del cráneo, ahí juntó la sangre de los cinco y bebió de aquella macabra copa, lo que no bebió lo regó en su rostro y pecho sólo para su goce personal y luego, sin más, pateó la cabeza cercenada para que a aquellos a los que les tocara descubrir el siniestro hallazgo les costara más trabajo unir las piezas.

Se quedó ahí un momento, descansando recargado en el mango de su hacha, con los cuerpos a su alrededor y con la sangre aún escurriendo desde la frente hasta tocar el suelo, dejando pegajosa su ropa confeccionada con pieles y telas toscas. Escuchó un movimiento y movió sus ojos color muerte para identificar de dónde venía, pero algo más le dijo de qué se trataba. Por sobre el olor de la sangre de esos cinco don nadies identificó uno más poderoso e importante, sonrió con aire resuelto y luego soltó una carcajada que era más similar al sonido del fin del mundo que a una risa.

-Galeotti –dijo con voz fuerte y firme, esa voz que ahuyenta lobos y otras bestias por su poder destructivo-, no creí que te fuera a encontrar tan pronto.
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Mensaje por Invitado Sáb Feb 11, 2012 12:00 am

En Italia, Daniil había insistido tanto que se había visto obligado a soltarle información a cuenta gotas, no estaba orgulloso de ello pero es que aquel vampiro ejercía tal poder sobre él que ni él mismo era capaz de creerlo. Enclaustrado. Apenas puso un pie en París, lo busco a él pero para su sorpresa no estaba, había salido de viaje y sus sirvientes no habían sabido si explicarle o no, él tampoco insistió. Como todas las noches desde que se encontraba en París, corrió las cortinas del ventanal de su cuarto que daba a la calle y observó el ajetreo nocturno de la ciudad Parisina, exhalo el aire de sus pulmones pesadamente, estaba harto, sin embargo no estaba ahí por él, así que sin siquiera tomar el pesado abrigo que colgaba de una de las sillas, salió de la habitación. En encomiendas como la búsqueda y la caza entre menos ropa mejor. Se apresuró a dejar las calles del transitado centro lo más rápido que pudo sin levantar sospechas, sólo era un hombre con las manos metidas en pantalón negro, con una camisa blanca arremangada y los labios curvados en una perturbadora sonrisa. Olfativamente París era aún más grotesca que Florencia, mentalmente filtró todos los olores que le estorbaban, cuando los caminos comenzaron a serpentear y las humildes casas a escasear cada vez más, su sonrisa se acentuó y corrió siguiendo las ráfagas de viento que en ese momento azotaban al bosque.

Ese aroma era inconfundible, era como tener a la muerte en brazos en su forma más cruda y cruel, era él. Se acercó sin hacer ruido, manteniéndose siempre visible pero él, Varg, creía recordar, se encontraba inmerso en aquel ritual animal. Lo observó matar al último del grupo, recolectar la sangre y sostener aquel cráneo como copa. En sus ojos verdes no había espanto, condena ni mucho menos reproche, era atención, aquello era inherente a él, era natural y salvaje, coherente a ese ser y por tal motivo era respetable. Lo observó verter la sangre sobre sí, el olor a bosque mezclado con el vital líquido escarlata lo inundó y mareo pero de sí no movió ni un solo musculo, deseo ser él quien se encontraba en aquel circulo macabro, deseo probar esa sangre, tuvo la sensación de recordar su estado salvaje, ya no observaba al nórdico ni a los arboles locales, frente sí tenía un paisaje lejano pero conocido, una fuerza con tal intensidad que superaba al instinto se apoderaba de él, haciéndole sentir sobre la piel una capa de sudor, tierra y sangre , un aroma semejante a este que lo hizo sentir como en su… casa, no aquella en la península itálica… en su verdadero hogar.

Pestañeo de golpe al oír su apellido, volviendo a definir con la vista cada uno de los rasgos de Varg, quien ahora lo miraba. Se sorprendió de que supiera cómo era llamado en ese espacio, en esa época y un escalofrió le recorrió la medula obligándole a erguirse más. Aquella voz lo traía de nuevo a la realidad.

-Varg- Uno, dos, tres pasos que por fin crujieron entre las hojas secas y la hierba –¿Todo este espectáculo lo planeaste para mí?- dijo sacándose esa espina aunque la negativa seria rotunda. Observó los cuerpos desmembrados entre las hojas y la tierra tiñendo todo de un carmín bastante seductor. Con la punta del zapato dio un golpe el brazo que se interponía en su camino
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Mensaje por Invitado Miér Feb 29, 2012 3:35 pm

Su risa retumbó por todo el bosque, por todo París y por todo Francia, provocó un temblor generalizado en el mundo entero, su risa era una advertencia sobre final de los tiempos, y también, un gruñido animal básico y puro, sin adornos, algo tácito y brutal. Fue breve en su carcajada, inclinando la cabeza ligeramente hacia atrás y cerrando los ojos para luego abrirlos y observar el firmamento nocturno. Porque la noche era la hora del juicio final, en la que él podía deambular como Nidhogg, pero en lugar de carcomer las raíces del árbol sagrado Yggdrasil se encarga de propinar la muerte lo mismo sagrada por ser él el autor que indigna por no representar un rival digno para el demonio Varg. Hvis Lyset Tar Oss era ese concepto, el de la muerte que él y Tomhet propagan, la luz sin luz, la muerte dentro de la muerte, del verdugo, juez y Dios.

-Eres un zumbido molesto Galeotti –dijo cuando aquella risa demoniaca cesó, su voz fue clara dentro de lo que se podía, pues siempre conservaba ese tono cavernoso y áspero tan maligno que a ratos da nauseas –no te des tanta importancia, sólo porque eres un ruido más persistente que el resto de los ruidos, no te hace más especial –su mirada se clavó en ese que había demostrado ser más renuente a prestar su cuello para el dulce beso de Tomhet, no se movió un ápice, estudiando al Sønn Av Natten frente a él, ligeramente menos pestilente que el resto de los vampiros, pero sólo un poco, tan poco que no importaba. Este hijo de la noche, sin embargo, despertaba un interés poco usual en él, no era un niñito rico creyéndose mejor de lo que era, como solían ser el resto de su misma raza. Tal vez por eso lo había dejado vivir un poco más, por eso y porque de verdad Galeotti había demostrado ser hábil.

-Uno a uno iré quitando del camino los peones de tu tablero –continuó hablando como si relatara un gigantesco y poderoso poema épico, el suyo propio. No, Galeotti no podía ser muerto así como así, lo iba a matar de a poco, quitándole todo aquello que amaba, todo ser con el que tuviera conexión, de a uno por uno, lentamente para ver su agonía y disfrutarla.

Posó a Tomhet en el suelo, la luz de la luna hacía que el brillo de su filo y la sangre asperjada destellaran siniestros. Pero es que todo lo que refería a ese ser, que era incluso demasiado malvado para llamarlo simplemente vampiro, era de ese modo, siniestro, sangriento, enorme, profano. Y sólo en Indro Galeotti encontraba a alguien digno de planear su muerte del modo en que lo estaba haciendo. Sólo por ser el único que no había sucumbido ante su poder tan pronto lo deseó. Pero lo haría y se lo tomaba a reto, sonrió de lado al sólo pensarlo, se relamió los labios aún con sangre, sangre de un montón de pobres diablos.

-Cuando por fin me pueda deshacer de ti, me daré un festín con tu sangre, sucia como la del resto de los vampiros –a veces él mismo no se consideraba un vampiro, era más que eso, mucho más. El dios de dioses, el Gud Guder que tenía clara su misión. Ni más ni menos, sin lazos estorbosos de afecto, sin pavonearse como algo que no se es, sin más adornos.
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Mensaje por Invitado Mar Mayo 01, 2012 9:38 pm

El sonido que salió de la boca de aquel ser rompió el silencio como un perro cuidando su territorio, aquello que Indro intuyó era una risa sonaba a ladridos, a golpes lanzados contra el viento que en ese momento mecía tranquilamente las copas de los arboles. Así debería sonar el ladrido de Cerbero, el guardián de las puertas del inframundo. Seguramente Varg se ofendería de ese simple pensamiento ya que no se creía un simple guardián, él era el todo y la nada misma.

Aquel vampiro poseía un olor crudo y atroz, el olor a sangre y a muerte. Los más mojigatos seguramente se confesarían mareados y perturbados por tal aroma. Indro, en cambio jamás negaría que aquel olor lejos de marearlo, lo incitaba a relamerse los labios, tentar con suavidad el filo de sus colmillos y desear que estos pudieran desgarrar la carne de algún ser inocente, llegar a su torrente sanguíneo y permitir que la sangre tibia fluyera atreves de su boca. La sensación misma le provocaba una excitación tal que rayaba en la desesperación, jamás lo negaría, como tampoco lo confesaría en voz alta, y era lo suficientemente fuerte para controlar los gestos de su rostro. Aquel ser olía al paraíso vampírico y los restos de los cuerpos desmembrados a su paso lo confirmaban.

-En eso tienes razón, soy terco y persistente.– dio unos cuantos pasos, caminando de lado, rodeando aquellos seductores restos. Si bien el olor y la visión eran casi irresistibles, no estaba acostumbrado a saciarse de las sobras de nadie, él mismo era una bestia pero no sería un animal de carroña, luego de ese encuentro iría a buscar algo en lo que acallar aquellos instintos.

Escuchó aquella amenaza y detuvo sus pasos. Y un ligero atisbo de temor se removió en sus entrañas. Sabía perfectamente que él podía hacerle frente, solía ser cínico y altanero en presencia de Varg, aceptaba morir a causa de aquella arma cuyo filo relucía a la luz de la luna o en el mejor de los escabullirse gravemente herido pero aquellas personas a las que aquel ser desdeñosamente llamaba “peones” eran seres totalmente indefensos a la brutalidad de Varg.

-No me amenaces, Varg- comentó con un tono de voz más serio y grave, no señaló con el dedo pero claramente aquellas palabras eran una parada en seco, el vampiro aquel podía amenazarle, él no podía interferir en el asqueroso albedrío de Varg pero él no lo dejaría así como así.

No sabía que pretendía Varg, para él ser destrozado poco a poco no era una opción, protegería a sus seres importantes hasta con su existencia, él no tenía una vida en todo el sentido de la palabra, su andar en la Tierra, era insignificante como el de un pequeño insecto solitario.

- ¿Qué es lo que haces aquí? No deberías frecuentar zonas tan habitadas.- conservo su distancia, aquel ser desbordaba brutalidad y una inteligencia primitiva, primigenia, la más peligrosa de todas ellas - Si bien los humanos siguen tan estúpidos como siempre, con el transcurso de los años se vuelven menos ciegos a nuestras matanzas. Bien podrías ser el objetivo de la casa de brujas de alguien, brujos, cazadores, un sinfín de criaturas.- explicó con calma -No lo digo por que me preocupe por ti, es sólo un pensamiento inteligente que le dedico a alguien como tú.-

Varg y sus victimas llamaban la atención por donde se vieran, su forma y sus técnicas eran inconfundibles y aunque eran difíciles de ser rastreados por que por la brutalidad de sus actos solían prestarse a ociosas imitaciones, seguro había personas, que al igual que él se encontraban siguiéndole el rastro.
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Mensaje por Invitado Jue Mayo 17, 2012 1:57 pm

El Ocaso de los Dioses mismo, cuando Jotuns y Æsir despierten en su letargo tras los cantos del gallo rojo Fjalar y el gallo dorado Gullinkambi, eso mismo era ese combate enfrascado por siglos, dejado en libertad aquella noche, sólo por una noche. Ambos contrincantes tan necios como poderosos, ambos tan dispuestos a ganar, ambos con su meta muy clara. No era un secreto, al ver el semblante de Galeotti, por qué Varg lo consideraba digno de él, digno de prestarle un poco más de su atención, de planear su caída, de verlo agonizar lento y no de un hachazo certero. Varg no se movió cuando el otro lo hizo, sólo lo miró con esos azules y fríos como los del mismo Fimbulvetr, el Invierno de Inviernos, con ese mismo poder que congela la sangre, que hiela el corazón. Ese era Varg, tan inmenso y a la vez tan intangible, un concepto arrastrando un cadáver que servía para describir gráficamente toda la podredumbre y pestilencia, la muerte y la zozobra que era. Varg como idea sobrepasaba a Varg como vampiro que deambula. Su mito, escrito en sangre, propagado en asesinatos, iba más allá de las ataduras físicas, y muy pocos en realidad sabían contra qué se enfrentaba la humanidad indefensa (indefensa porque ni con sus cazadores, mucho menos sus organizados inquisidores tenían oportunidad contra algo tan bestial y monumental), y entre esos pocos estaba ese estorboso Indro Galeotti. Varg tenía un defecto, uno que sobresalía, subestimaba a todo aquello que no fuese su poder, la magia, los licántropos (la danza con espadas, Sverddans), esos que cambiaban a una forma animal a voluntad, todos eran pasados por alto, alguien inteligente los usaría para hacer caer a la bestia, al Jörmungandr vuelto hombre, por fortuna para el proclamado Dios de Dioses, nadie hasta ahora había armado un ejército con todos esos poderes que él menospreciaba.

Rio como si la lanza sagrada Gungnir fuese lanzada desde el Valhala por Odín directo a la tierra en forma de centellas, él no era de lanzar amenazas, no cuando prefería, desear que las cosas sucedieran no hacía que de hecho lo hicieran, hacer las cosas hacía que pasaran. No era de ansiar y aspirar, era de ejecutar, actuar, y aunque parecía arrojado la mayoría de las veces, detrás de esos impulsos animales, carnívoros y brutales, existía siempre una decisión hecha a consciencia. Simplemente no estaría ahí, en ese lugar y en ese momento si no fuese así, hacía mucho tiempo que alguien, harto de su inconmensurable soberbia, ya se habría deshecho de él.

-No es amenaza, Galeotti –su voz, siempre marcada por el acento del norte, por la escarcha de los gigantes y el hielo del Helheim –sólo una advertencia –y su desdén podía sentirse como se siente una mano ceñirse a un cuello hasta estrangularlo. Avanzó por fin, con esas pisadas pesadas como las de un lobo gigante, Garm o el propio Fenrir, que hacen retumbar todo, que abren la tierra para que los gigantes de fuego del Muspelheim vengan a arrasar con todo. Miró el cielo, las estrellas hechas de las chispas del herrero sagrado Surt esparcidas por el inmenso e infinito Ginnungagap, moviéndose constantes, como Varg lo hacía.

-Quizá, sucio vampiro –dijo con tono de quien va a recitar los versos del fin de los tiempos –sea tiempo de hacerme presente, la gente, los mortales olvidan y yo… -regresó la vista en dirección al enemigo –yo no debo ser olvidado. Soy una mancha que se esparce, que debe ser temida, no un recuerdo, como al final serán todos, incluido tú, yo trasciendo al tiempo y al espacio, soy Dios, y cuidado –sonrió de lado y se acercó más –mi nombre no debe ser pronunciado en vano.
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Mensaje por Invitado Dom Jun 24, 2012 4:04 am

Los ojos de Varg clavados en él, esos ojos que desprecian y fulminan con un solo centelleo, ojos que parecen no parpadear nunca. Pocas miradas se sienten sobre el cuerpo, constriñendo los músculos, aplastando los huesos hasta hacerlos polvos. Cómo fuera, aquellos ojos clavados en su persona, mirada que él que el parecía, no evadir, más bien ignorar, hacía que en sus pulmones de tejido, no-vivo, no-muerto, más bien maldito, entrara mayor cantidad de aire de lo que ellos pudieran llegar a contener. Le inflamaban el cuerpo pero aquello era mínimo a comparación de lo que provocaban aquellas atenciones en su ego.

Observó fugazmente el suelo manchado de sangre, salpicado con los restos de la victima de Varg. Luego volvió a clavar sus ojos verdes en los de su interlocutor, mientras este vociferaba con gesticulaciones que en cualquier otro parecerían sobreactuadas, en Varg no eran tales. No, en el escenario de Varg aquellas muecas y palabras pronunciadas con gran énfasis calzaban a la perfección. Aquel vampiro subestimaba a todos las criaturas, y a las de su misma especie los colocaba en el peldaño más bajo (los humanos simples juguetes no merecían mención alguna). Sabía que las palabras proyectadas por los labios de aquel ser no debían ser tomadas a la ligera, sin embargo no mostró signo alguno de que aquella “advertencia” le hubiera afectado, aunque supo inmediatamente que debía proteger, alejar (si es que fuera necesario) de aquella bestía a aquellos seres que para él valían la vida entera.

-Tú también eres un sucio vampiro- digo y sus pisadas, más livianas, más laxas pero igual de precisas, hicieron crujir el suelo al tiempo que las de él, a veces al unísono, a veces complementándose. -¿Hacerte presente? No quiero perderte.- Se llevo una mano al pecho y su cara reflejo exagerado y falso pesar. Caminaba rodeándolo al tiempo que Var hacía lo mismo. -Si te eliminan ¿Qué haría en mi tiempo libre, sino es buscarte y seguirte la pista?-

El aire nocturno le quemaba como ningún otro, sus sentidos estaban totalmente alerta, agudizados al máximo y un poco más, se encontraba totalmente concentrado en cada uno de los movimientos de Varg, la contracción de sus músculos, la sobrexaltación de sus venas inertes, producto de la vida, de la “fuerza vital” robada de su victima.

Él hablaba como un Dios, Él hablaba como quien le recita mandamientos correccionales a un Mesías. Él no era un Dios. Varg era un ente enfermo, fanático de si mismo, de su poder, de su mito.

-Los Dioses no son eternos, tú tampoco lo eres Varg. Entiendelo.- Sus palabras sonaron recias y claras. Por un momento aquel vampiro, que tal vez le triplicaba la edad mil veces, le recordó a otro vampiro. Él primer ser del cual Indro tenía recuerdo alguno, su mentor. Indro, simplemente Indro, se olvidó de su apellido y de pronto se sintió más cómodo en aquel lugar, se sintió más agreste, más salvaje pero no por eso su mente dejó trabajar con claridad. Kaeso creía fielmente en aquellas deidades, e inclusive él comprendía, de una manera muy empírica, que estas no existían. Dioses antiguos a los que les construyeron templos, templos que aún siguen en pie a pesar del tiempo, pero sólo queda eso, piedra sobre piedra, polvo y recuerdos de dioses fieros que socorrían y castigaban. -Al final, de ti sólo transcenderá polvo y un mito mal contado, sin un nombre.- Varg no dejaba testigos, tal vez pocos a los que tachaban de locos y otros que preferían callar, olvidar. Al vampiro que tenía enfrente lo cegaba su amor propio.

Detuvo su andar sin apartar la vista de los ojos gélidos de su contrincante.
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Mensaje por Invitado Miér Jul 25, 2012 11:34 pm

El Völuspá estaba escrito, era claro, era inamovible, sin embargo, Varg parecía capaz de cambiar cauces de río, derribar montañas y arrasar con civilizaciones enteras con una sola mano, cambiar y retorcer el Edda prosaico a su antojo no era mayor inconveniente, en él, estaba seguro, inscribiría su nombre por encima de Freyr, Thor y Balder, por encima de Odín mismo. Su enormidad era la de un cielo que lo cubre todo, un cielo sangriento, nocturno y angustioso, que aplasta con su poder, con su intimidante presencia. Y ahí estaba Indro Galeotti, un ser molestamente parecido a él en algunos aspectos, antiguo, astuto y que no se asustaba ante su presencia, era quizá eso último lo que más le enervaba, aunque claro, siempre mantenía ese semblante sereno de gran castigador, porque eso era, un verdugo eterno, un ejecutor tan viejo como el tiempo, destructor, jamás creador. Un Dios de muerte.

Sus ojos azules, de un azul más parecido al infierno que al cielo, no perdían de vista al otro, encontrarlo parecido a sí mismo era la máxima ofensa que podía alguien hacerle a Varg, nadie podía equiparársele en ningún aspecto, él era un concepto, una sombra, ese de carne y hueso era sólo la acepción física de lo que en verdad había atrás, una magnitud incalculable, un ser intangible y divino. Su largo bigote se movió en una mueca extraña, extraña en el pálido y marcado rostro del milenario vampiro; había esbozado una sonrisa ante las palabras de su enemigo perpetuo, movía sólo los ojos, el cuello cuando era necesario y trazaba el camino imaginario de los pasos ajenos.

-No, no te equivoques –y de nuevo esa forma suya de hablar, tan tácita, tan clara que debía ser una verdad absoluta y avasalladora, hablaba con tal seguridad que quedaba claro que no estaba convencido de la sarta de cosas que decía sobre él mismo y su poder, sino que para su afectada realidad, no cabía otra posibilidad –no soy como tú, ni como otros vampiros, al contrario de ustedes yo me he deshecho de todo vínculo con la vida mortal porque –alzó una mano, apuntó al cielo con uno de sus largos y calludos dedos –soy Dios –y ahí estaba de nuevo, esa aseveración profana, esa verdad total e irrefutable para quien la pronunciaba.

Por fin se movió, relajó la posición y tomó su hacha del mango, mismo que hizo girar entre sus manos. Tomhet para Varg era lo que Gungnir para Odín o Mjǫlnir para Thor. Elevó una carcajada al cielo que se erigió como una columna de fuego que incendia la noche, como si el monte Hekla hiciera erupción.

-Tienes razón, los dioses no son eternos –agachó el rostro, mas no la vista que clavó de nuevo en su rival –pero todos esos dioses olvidados no se equiparaban a mi poder, no soy un dios nada más –pausó, inhaló y exhaló con desmedida calma, como para prepararse para lo que iba a decir a continuación: -soy el Dios de Dioses, el Gud Guder –incluso sobajaba a otras deidades, el ego de Varg simplemente era absurdo, desbordado y ahí yacía toda su fuerza y toda su debilidad. Relamió los labios aún con regusto salado de sangre sucia de los mortales liquidados horas antes y escupió a un lado-. Me he cansado Galeotti –dijo limpiándose la larga y cana barba con un antebrazo. Cerró los ojos, empuñó Tomhet y si mirar la arrojó contra el otro vampiro.

Supo dos cosas, hacia dónde había apuntado (cerca de Indro, pero sólo lo rozaría) y que esa noche no lo mataría; eso no le impedía tratar de divertirse, de herirlo, de humillarlo, de dejarle en el cuerpo marcada su advertencia. Sonrió de nuevo, de lado e imperceptible, abrió los ojos para observarlo, indemne ante la fuerza de su hacha, como indemne continuaba tras su eterna persecución porque a eso se reducía su relación; por un lado se alegraba, sería él, y nadie más, quien le diera muerte –o acabara con su existencia mejor dicho- a Indro Galeotti. Quería ser él, lo ansiaba, deseaba deshacerse del único capaz de interponerse en su camino.
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Mensaje por Invitado Sáb Nov 10, 2012 7:25 pm

Escuchó cada una de sus palabras a pesar de que estas, repetidas mil veces, sonaban carentes de significado. Sí, en ese momento tuvo la sensación de haber vivido ya ese momento, el mensaje en las palabras de Varg era único e imperecedero, era un mensaje que él mismo se encargaba de repetir una y otra vez con el fin de dejar en claro su significado: su supremacía e inmortalidad. Las había escuchado años atrás, las escuchaba ahora y estaba seguro que volvería escucharlas en un futuro, y conforme aquellas palabras eran pronunciadas recibía un golpe de realidad, un golpe que no exaltaba la grandeza de aquel ser que se encontraba enfrente de él, en cambio hacía énfasis en su mayor debilidad.

Indro observó los ojos azules de aquel demonio, un azul frío que seguramente a algún otro le recordaría el azul de los días invernales, a él no le hacía a nada, al menos no nada tangible que él hubiera experimentado en su pasado humano, así cómo tampoco los suyos le hacían evocar el color azul-verdoso del mar. Para él todos los colores sólo existían bajo la sombra de la noche y la pálida luz de la luna. Aquel color azul devastador sólo lo había visto en aquellos ojos fulgurantes de maldad y sintió lástima con cada una de sus palabras; Varg que no hacía más que recalcar que era superior y único, no hacía más que caer en el discurso de todos los seres que como él gozaban de inmortalidad, tal parecía que para la mayoría la inmortalidad iba acompañada de una gran dosis de egolatría, hasta a él mismo contaba con su gran dosis, cuota que le permitía estar de pie ante aquel ser y creerlo equivocado.

Estaba por abrir la boca para refutarle aquellas presuntuosas palabras cuando un tenue silbido comenzó a cortar el aire, la canción de cuna de la muerte misma, el filo de Tomhet cortando el aire, imponiendo su presencia y haciendo a un lado cada partícula que se pusiera en su camino. A pesar de su longevidad, Indro Galeotti poseía una debilidad que le hacía ser poco apto para el combate cuerpo a cuerpo, una flaqueza que le había obligado a desarrollar una mayor destreza, su cuerpo no sanaba con rapidez, así que con los años, con las décadas había aprendido a esquivar los golpes en vez de recibirlos. El arma que le había sido lanzada pasó a un lado de él, ni siquiera llegó a rozarlo.

-Tomhell… ¿cómo es que se llama?- Indro no tenía mala memoria, recordaba perfectamente el nombre de aquella arma, un nombre que había escuchado hace mucho pero que aún recordaba con la misma intensidad que recordaba la visión de su filo a centímetros de su rostro. Dio unos pasos hacia atrás hasta quedar junto al sitio donde esta había quedado con el filo semi enterrado en el suelo- Hacía bastante tiempo que no tenía semejante placer.-

Sabía que aquello solamente era un juego, Varg sabía perfectamente de que de esa forma sería incapaz de dañarlo para realmente afectarlo necesitaba antes que nada inmovilizarlo, un golpe no puede dañar si no es bien propinado.

Cualquiera en su posición hubiera osado a tomar el mango de aquella hacha, y hubiera hecho el ridículo, al no poder con aquella monstruosidad de arma, no era el peso material de esta, era la infinita cantidad de almas que se habían sucumbido a manos de su filo. Él a comparación de cualquier otro, colocó el pie sobre el mango de esta y apoyó su peso para enterrar por completo el filo del arma en el suelo.

-Claro que te has cansado, pero no soy tu juguete. Hablemos como la gente civilizada.- se apoyó a un más en el arma - ¿Qué haces en París? ¿No deberías estar aterrorizando un par de aldeas rumanas?- dejó el hacha enterrada y volvió a colocar ambos pies en el suelo y cruzó los brazos a sus espaldas, él también daba la impresión de pecar de demasiada confianza, cierto era que cada fibra muscular estaba preparada para responder a cualquiera de sus movimientos. - Por ejemplo yo estoy aquí en Paris, por ti.

En ese momento en su mente no existía nadie más que Varg, aquel vampiro le hacía sentir más vivo que nadie; aquel ser desquiciado le hacía sentir que verdaderamente podía morir.

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