Black hearts on fire [Doreen]

La revolución había terminado, y no sólo eso, también vidas de amigos. No todo podía ser malo, ella ahora tenía un futuro prometedor, el conde de Montecristo le había dejado lo suficiente para poder vivir sin peripecias el resto de su vida, pero ella nunca había buscando una vida arreglada, al contrario, después de todo la lucha constante había sido lo suyo desde que nació hasta ese momento. ¿Ahora cómo enfrentaría el mundo? ¿Con quién podría sonreír? Su mejor amiga se había muerto, y esos dos hombres que la habían acogido cuando no tenía ni un techo, también. Todo era borroso, confuso, y aunque la tranquilidad reinaba, su corazón no podía permanecer así, todo era turbulento, disperso, lejano, y sin embargo la felicidad podría reinar de la noche a la mañana ¿Pasaría? Tendría que averiguarlo con el tiempo.

Sus últimos encuentros habían sido buenos, hombres, mujeres y niños que la hacían sonreír, pero uno en especial que llamaba su atención. Ella se había aferrado a que su vida se debía dirigir a la iglesia, a servir a los demás, su función había sido clara desde pequeña, buscar la estabilidad y bienestar de los demás antes del suyo. ¿Pero verdaderamente eso quería? Aún tenía esperanza para su corazón, para su alma. Doreen aún era inocente, aún creía en los cuentos de hada, en la bondad, y en el amor verdadero entre todos de forma equitativa. Quizás ese era su mal, creer en un mundo que poco a poco se estaba pudriendo, cuando existían almas en pena queriendo hacer maldades, vampiros buscando aniquilar por un poco de sangre, y lobos destrozando cuerpo sin motivo alguno. El cuento de hadas lo conocía, las atrocidades también.

Una semana llevaba frecuentando a un hombre que poseía una característica diferente: no era completamente humano. A un licántropo que la cuidaba cómo su fuera un tesoro, una pieza única, y eso la ponía de nervios. Se sentía bien si, pero confundida, y por esa razón aquella noche necesitó salir a dar un paseo, uno que le recordara los viejos tiempos, y su espíritu de libertad, debía salir como si estuviera escapando, huir cómo si alguien la estuviese vigilando, todo aquello con el fin de no sentir la tristeza grande de no ver a nadie de aquellos con los que había vivido en el pasado; no perdió más tiempo. Se enfundó en un vestido negro cómo la noche, seguía guardando luto por esas personas que se habían ido. Salió por la parte trasera del convento, y comenzó a correr, así nadie la interrumpiría.

Aunque hubiera terminado la revolución, Doreen mantenía custodiada por personas que buscaban su seguridad hasta que las aguas se calmaran del todo, por eso de ellos debía huir; no tardó demasiado tiempo cuando se encontraba a las orillas de la laguna. Caminaba lentamente, disfrutando de la brisa del agua ser arrastrada hasta sus mejillas. Eso se sentía muy bien, demasiado, tanto que la relajaba. La joven miró de un lado a otro, y luego escuchó un estruendo contra él agua. Su corazón se sobresaltó. Casi dio un grito, pero imaginó que quizás sería algún animal, por eso se alejó, caminando lentamente para adentrarse un poco más entre los arboles. Giró su rostro, y entonces en su rostro se dibujó la sorpresa al ver a un hombre caminar casi a la par que ella.

- Buenas noches - Susurró, de forma suave, casi inocente, olvidándose de los peligros ocultos de la noche, de aquellas criaturas malditas, siempre confiando aún sin conocer.