Queen Of Hearts - Privado

por **Jordan White** Lun Jun 22, 2015 3:41 pm

El simple recuerdo de Heinrich doblegaba mi voluntad aún. Para el las cosas fueron más sencillas, una enfermedad horrible que le arrancó de mis brazos y un tiro en la cabeza fueron suficientes ¿Por qué la vida se empeñaba en joderme la existencia? Ese hombre que tenía demasiados secretos, demasiadas tinieblas bajo su fachada de hombre galante, no merecía haberse ido sin saldar antes sus cuentas. Aunque bueno, quizás ya lo había hecho por el simple hecho de haberse topado conmigo aquella noche en el burdel. Sonreí apenas y rodé los ojos al recordar aquel evento. Me sentía como una estúpida cada vez que su rostro se topaba de frente contra el mío, la fortaleza que me ayudó a salir de aquel basurero se convertía en cenizas cuando por error mi memoria me traicionaba reviviendo su silueta una vez más.

Una semana antes recibí la misiva anónima. Necesitaban mi confirmación para diseñarles un ajuar en pocos días. Vacile antes de responder, mi diestra jugueteaba con el vaso ausente de alcohol, mordí mi labio inferior y chasqueé la lengua. ¡Maldita sea! Este trabajo solía ser parte del itinerario de Heinrich, él estaba a cargo de las negociaciones. En fin. Redacté mi respuesta, misma que debía entregar personalmente. Una vez terminadas mis cavilaciones me encaminé llegada la noche. Ya no podía confiar en la servidumbre, sobre todo si se trataba de cerrar algún negocio, me molestaba de sobremanera hacerlo. No estaba segura de lo que me encontraría en la cita, así que después de tomar un baño, me atavié de camisa y pantaloncillos, sin perder claro mi femineidad bajo esas prendas masculinas.

Sobre mis hombros colgué un abrigo de Heinrich, había realizado ciertas modificaciones en la prenda de acuerdo a mis medidas, pero en esencia, seguía siendo suyo. Que ridículo era pensar que del algún modo podría protegerme de cualquier peligro. De igual modo colé entre mis prendas su revolver favorito que aún conservaba en el armario. Até mi cabello para que el sombrero luciera un poco mejor. El cochero me condujo hacia el lugar acordado en la misiva, un lugar de mala muerte donde ni por error pensé volver algún día. Heinrich me había enseñado a relacionarme con mucha clase de personas, sabía cómo caminar en la porquería sin mancharse. Suspiré apenas antes de descender el carruaje que me dejó a un par de calles del burdel, cuando me adentré en el lugar el simple hedor que flotaba a mí alrededor me pareció de lo más desagradable.

Me aproximé a la barra y ordené whiskey. Una ligera risa cínica escapó de mis labios cuando el hombre aquel me miró de pies a cabeza. Seguramente era la primera vez que contemplaba algo así. Imbécil.

–No me gusta que me hagan esperar– dije mientras caminaba hacia una mesa vacía.

Las miradas de aquellos aberrantes me dieron cierto escalofrío. Tranquila Jordan, no seas estúpida, es solo una entrega y podrás regresar a tu jaula de oro. Mi atención se enfocó en la efigie de una fémina que parecía discutir con un hombre a unos cuantos pasos de ahí.

por **Lyudmilla Blavatsky** Lun Jul 20, 2015 12:14 am

La presencia de Vasyl había trastocado su vida. Ya no sólo debía mentirle a un padre enfermo, sino a un hombre inteligente como lo era su ex prometido. Sentía que estaba encerrada en un castillo de naipes y que, ante el más leve soplido, la frágil estructura que la protegía se desmoronaría y con ella todo lo bueno que había construido. Era por eso que estaba tan irascible y que no soportaba que la tocaran, aunque debía cumplir con su trabajo disimulando el asco que la situación le generaba. Todo el tiempo pensaba en la posibilidad de que él descubriese la verdad y la humillación que eso significaría. ¿Qué haría si Vasyl se enteraba de que era una prostituta? Moriría de la vergüenza, no le cabían dudas. Él era un caballero hecho y derecho, no aceptaría haber estado ayudando durante todos esos años a una ramera asquerosa. La echaría de la casa y, junto a su padre y hermano, quedaría en la calle. Que Dios la amparase…

—Suélteme, por favor —susurró, cuando uno de los hombres la tomó por el brazo. Había dos disputándose sus servicios, y uno de ellos ya estaba demasiado ebrio y violento. La agarraba con fuerza, provocándole dolor. Lyudmilla intentaba deshacerse de él, pero no lo conseguía. —Basta, no iré con ninguno de los dos —dio un paso atrás y tiró, obligando a que el cliente la soltase. El que estaba más en sus cabales, se retiró, aunque el otro quedó echando espuma por la boca, y en un movimiento bastante rápido para tratarse de un borracho, la encerró en una esquina. —No iré con usted a ninguna parte.

La joven le dio un empujón, pero antes de poder alejarse, el desacatado volvió a tomarla de un brazo y acercarla. Intentó besarla, pero corrió la cara a tiempo. Los labios ásperos se le estamparon en la mejilla, lo que violentó aún más al frustrado cliente. Estuvo a punto de darle una bofetada, pero el espectáculo lamentable ya había llamado la atención de gran parte de los presentes y, por ende, de uno de los encargados de cuidar a las trabajadoras del burdel. El guardia, que tenía una corpulencia considerable, pero el rostro deformado debido a que en su niñez su madre le había lanzado agua hirviendo, agarró al sujeto por las axilas y se los llevó a las rastras de allí, liberando a Lyudmilla.

La pelirroja –si bien era rubia, en su trabajo llevaba una peluca color cobrizo- suspiró amargamente. Eran muy pocas las prostitutas amigables; todas se daban cuenta de que ella había recibido educación y era instruida, motivo suficiente para tenerle envidia y no acudir en su ayuda. Sólo un asistente regular del prostíbulo tuvo la amabilidad de ofrecerle un vaso de whisky, aunque inmediatamente regresó con la morena curvilínea que lo esperaba al pie de la escalera. Lyudmilla le agradeció con una leve sonrisa, y se mojó apenas los labios con el líquido ambarino. Su humor estaba destrozado, y no tenía ni el más mínimo deseo de continuar con su labor. Ya había atendido a dos hombres esa noche, se encontraba exhausta y nerviosa.

— ¿Puedo sentarme aquí? —le preguntó a una hermosa mujer que la observaba. —Prometo que serán sólo unos minutos —el vaso entre sus manos temblaba. —Necesito recomponerme para poder continuar —intentó regalarle su sonrisa más amable, a pesar del estado deplorable en el que se encontraba. Quizá esa mujer buscaba un servicio, y si bien Lyudmilla no veía con buenos ojos tener a mujeres como clientas, no sería ni la primera ni la última.

por **Jordan White** Dom Jul 26, 2015 3:57 pm

El panorama que se mostraba ante mí no era del todo agradable. Moví inquieta el dedo índice dando pequeños golpes a la mesa mientras los reclamos desesperados de la fémina llegaban a oídos de todos los presentes. Aquellos rufianes le sujetaban como si de un objeto se tratase y apenas podía defenderse. De inmediato mis memorias proyectaron retazos de mi pasado, un pasado que yo había decidido enterrar mucho tiempo atrás y que no estaba dispuesta a retomar ni por error. ¿Qué se supone que debía hacer en una situación como esta? Aparentemente a nadie le importaba lo que sucediera con la mujer. Sentía una especie de obligación a auxiliarle, no me importaba en absoluto usar el arma, pero no era una chiquilla estúpida para cometer tal error de principiante. Aguardé.

Repentinamente un sujeto de aspecto dantesco se aproximó a ellos. Mis ojos recorrieron la fisonomía de los abusadores, hombres de edad media, poco agraciados. Le vi suspirar, como si en ello liberará aquella opresión que en otra época yo había sentido destrozarme el corazón. Poco a poco se liberó de la efigie perfecta de mujer fatal y mis orbes se agrandaron ligeramente al descubrir la aparente fragilidad ahora expuesta.

–Descuida linda, parece que ha sido una noche sumamente agotadora –

Se había mostrado serena minutos atrás, pero ahora tan solo parecía necesitar compañía, alejarse de la rutina. La belleza y el misterio que rodeaba su aura eran únicos. Su cabellera rubia, la piel lozana sin un solo ápice de imperfección excepto el semblante nostálgico que ahora se había posesionado de ella. Resultaba ser una afrodita perdida en un jardín de demonios. El camarero nos tomó por sorpresa dejando la botella de whiskey y dos vasos sucios, arqueé una ceja reprobando la calidad del servicio.

– ¿Se te perdió algo? – solté molesta.

La respuesta del hombre fue un guiño bastante desagradable. Moví la muñeca restándole importancia a lo que este hiciera o dejara de hacer. Suspiré y caí en la cuenta que debía derribar momentáneamente mis defensas para darle una buena impresión a mi invitada. Si bien no estaba acostumbrada a tratar con personas así, por alguna extraña razón ella me parecía única, alguien diferente a quien podría conocer. Mi atuendo poco común era tan sólo una parte de ese cerrojo que yo había decidido colocar para abrir mis heridas y compartir una historia con extraños. Mis ojos se apartaron de ella quedando al pendiente de quien entrara por la puerta, la paciencia nunca había sido una de mis virtudes y de no ser por el gesto de amabilidad que estaba tratando de mostrar con la desconocida, hubiera huido de inmediato de aquel agujero. Nuevamente reparé en su rostro y dediqué una curva en mis labios.

– ¿Qué hace una niña como tú en este lugar? – inquirí mientras servía un poco del licor en ambos vasos. Di un trago y esperé su respuesta.

por **Lyudmilla Blavatsky** Sáb Dic 26, 2015 10:32 pm

Lyudmilla descubrió que la excéntrica dama le resultaba magnética. Resuelta y elegante, parecía no encajar allí pero, al mismo tiempo, conocer aquel universo a la perfección. Su carácter denotaba que no tenía nada que perder –o mucho por ganar. Estaba plantada en una actitud avasallante, y más de uno pensaría dos veces en acercársele. No porque no fuera atractiva, pues su belleza se regodeaba aún en la escasa iluminación; sino porque, a leguas se notaba, que no era una más del montón. Inmediatamente, le agradó. No cualquiera se atrevía a brindarle su ayuda a una prostituta, por lo que su accionar poco común, le generó un profundo sentimiento de gratitud. Lyudmilla sabía que sitios como aquellos eran peligrosos, y en contadas oportunidades alguien se había jugado el pescuezo por preservar su integridad.

—Trabajar, Madame —respondió con sencillez y un imperceptible rubor le tiñó las mejillas enrojecidas por el forcejeo de minutos antes. No era la primera vez que se lo preguntaban, y la joven sentía curiosidad por aquello; quizá, a pesar de los años, no había perdido la elegancia que con tanto esmero su madre le había inculcado. Lyudmilla nunca se había embebido de los modales terribles de la mayoría de las prostitutas, y era por ello que se había hecho de una clientela de renombre y generosa. —No es tan malo como parece —buscaba defender lo indefendible. —Sólo que, hay noches buenas y noches malas. Nada más —le dio un trago al licor que amablemente le había ofrecido. Había descubierto que el alcohol servía para soportar mejor aquella vida, aunque intentaba no excederse con el mismo.

Se la notaba ansiosa, a pesar de que intentaba mostrarse cordial. La misteriosa mujer estaba rodeada por un enigma, que en aquel ambiente viciado se exacerbaba aún más. No era que la ucraniana tuviera demasiada imaginación, pero no hacía falta ser un avispado para notar que estaba allí esperando a alguien, y si habían elegido un lugar como aquel para llevar a cabo un encuentro, no debía ser uno de negocios limpios. No era que le interesara, sólo que se había despertado una gran curiosidad por un salvadora. Descartaba que fuera una prostituta, pero podía haberlo sido en el pasado. Quizá había logrado salir de aquella vida terrible y se había asentado; era evidente su status social, a pesar de no estar ataviada con la pompa de aquellos de la clase alta.

—Mi nombre es Lyudmilla —se presentó, en un afán de romper el hielo. — ¿Hay algo que pueda hacer por usted? —en cualquier momento la encargada del lugar requeriría su presencia y, si estaba con suerte, aquella dama podía solicitar alguna de sus bondades o pagar por su simple compañía, brindándole unos minutos de descanso. No quería aceptar que ya estaba harta de aquella vida, pero era la única de las opciones posibles para sostener el tratamiento de su padre y la dignidad de su familia.

por **Jordan White** Sáb Ene 02, 2016 11:07 pm

La única diferencia entre esa mujer y yo, probablemente sería la vestimenta. La artificialidad que los acervos monetarios habían logrado en mí, un supuesto cambio. Su mirada lánguida contrastaba sutilmente con la perfección del lapislázuli. Era ese mismo reflejo vacío que yo poseía cuando debía bajar mi guardia y ceder a los caprichos aterradores aquellos amantes en más de una ocasión. La escena que previamente atestigüé, no distaba mucho de mi rutina en ese entonces. Recordaba con lujo de detalle el golpe que un barbaján en su momento estrello contra mi mejilla. Lucifer lo tenga en su reino al hijo de puta que se había atrevido a tocarme. Innumerables cosas valían mi empatía para con ella, no obstante, sabía que en ciertos casos, poco se podía hacer. Ya fuese por el mundano gusto de fornicar todas las noches con desconocidos o por necesidades que orillaban a más de una mujer a hacerlo no era un tema que se abriera con facilidad y mucho menos con una extraña como yo.

Ese detalle había quedado plasmado en su repuesta cuando se refería a tal acto como un trabajo. Sonreí una vez más cuando su retórica quedó expuesta y poco podía hacer por dar una mejor respuesta.

–Tranquila, no tienes por qué darme explicaciones, como bien lo acabas de exponer, es sólo… una mala noche–

Miré de un lado hacia a otro y en cada iconografía de aquel lugar de mala muerte, se plasmaba lo lúgubre de una sociedad que prefería enterrar aquellos desperfectos de los cuales cada citadino estaba más que consciente. Y con desperfectos me refería a la escoria de hombres que pensaban que al minimo chasquido de un dedo podían apropiarse de aquellas mujeres. Sólo que siempre resultaba más fácil apuntar con el dedo. Suspiré de mala gana al caer en la cuenta que mi “anfirtion” estaba demorando más de lo planeado. Daba igual. Un par de minutos más y mi labor en aquel sitio habría terminado. Bebí un poco más de ese néctar amargo pero que en más de una ocasión era mi único confidente después de la partida de Heinrich.

–Jordan Byrd, encantada Lyudmilla–

Estreché con amabilidad su diestra. En realidad ella pensaba que poco podría hacer por mí, no obstante aquella extraña con el simple hecho de aceptar mi invitación me había hecho recordar parte de mi pasado y por qué debía mantenerme en esa línea evitando hundirme una vez más.

–Tu compañía es más que suficiente– pausé un par de segundos –Y espero mi comentario no se mal entienda ¿De acuerdo? –

Lo último que necesitaba en ese instante era incomodarle.

–Es más difícil de lo que parece ¿Cierto? Sonreír y encarar todos los días en mismo panorama–

No estaba habituada a develar cosas personales y en esa aseveración estaba rompiendo con una regla que yo misma había impuesto hace tiempo. Y es que una corazonada me decía que Lyudmilla era una mujer que valía la pena conocer.

por **Lyudmilla Blavatsky** Dom Mar 27, 2016 8:54 pm

No estaba acostumbrada a aquel trato, a conversar con una mujer como si se tratase de una vieja amiga. La enfermedad de su padre, el terrible pasado y su profesión, la habían llevado a la soledad. De joven, Lyudmilla había poseído el carisma y el encanto de las personas felices, y había estado repleta de amigas, que hasta la habían ayudado con su boda, eligiendo el mejor vestido, el mejor ajuar, la mejor casa. Ninguna de ellas había recurrido a su encuentro durante el injusto confinamiento, y allí había aprendido que las amistades que había poseído, eran falsas. La desilusión había sido enorme, pero ya no se detenía a pensar en ello; simplemente, debía continuar con su vida, a pesar de todo. No sólo por ella, sino también por Viktor, que empeoraba cada día más.

—Es un placer conocerte, Jordan Byrd —le agradó su nombre y su apellido, y estrechó la mano ofrecida acompañando el gesto con una suave sonrisa curvándole los generosos labios. Aquella mujer exudaba elegancia, pero tras su mirada profunda, se ocultaba una marea de secretos. Entendió que no era una dama común y corriente, y que, a pesar de sus ropajes costosos y de sus modos refinados, la vida no había sido tan generosa en tiempos anteriores.

—No hay malos entendidos que aclarar —aseguró, con cierta complicidad. —Una termina acostumbrándose, ¿sabes? —no supo por qué, pero había caído en un familiar tuteo, como si estuviera unida a aquella mujer por algo más sagrado que un simple trago en un burdel. —Sí, creo que lo sabes —entornó los ojos, descifrándola. Lyudmilla se había vuelto una persona observadora, y había aprendido a leer a la gente con facilidad, era el único modo de sobrevivir en un mundo tan difícil como aquel en el que se movía. Eran mareas peligrosas, y siempre debía estar atenta. —Cuando una lleva tantos años haciéndolo, hay cosas que ya no afectan. El problema es cuando se es joven, yo ya no soy una niña —continuó, y miró de reojo a una nueva prostituta que comenzaba ese día, no tenía más de catorce años.

Lyudmilla, a los dieciséis, se había visto obligada a entregarle su virtud a un desconocido para poder darle de comer a su padre agonizante y a su hermano pequeño; ese había sido el inicio de una dura y complicada vida de mentiras, en las que su dignidad pendía de un hilo, en la que debía tejer y destejer excusas, inventando historias de enfermos, de medicamentos, que poco y nada tenían que ver con la verdad dolorosa que transitaba, una verdad que acabaría con la frágil salud de la persona que más amaba.

—Dime, Jordan, ¿qué hace una mujer como tú, en un sitio como éste? Y disculpa mi indiscreción, pero hay que tener motivos muy fuertes para estar aquí —dijo, no sin cierta preocupación en su voz.

por **Jordan White** Lun Mayo 02, 2016 3:13 pm

Ver a Lyudmilla con aquel pesar en su mirada reflejaba mucho de lo que yo había sido en otrora época. Algo que no pensé ni por error volver a vivir pero que el destino caprichoso se empeñaba en seguir colocando frente a mis ojos. Comprendí entonces que algunas lecciones no habían sido superadas del todo y por ende yo debía arrastrarme una vez más en ese pasado pantanoso para poder continuar mi vida. Solo por aquella razón y el hecho de ver en ella a una mujer en demasía hermosa e inteligente decidí tomarme un poco más de tiempo deponiendo la razón verdadera por la que había asistido a ese lugar de mala muerte. Bajo ese maquillaje espeso en su rostro, existía una prisionera de las circunstancias, pues si algo había aprendido en Londres, era que muy pocas mujeres se dedicaban a prostituirse por el mero hecho que representa el acto carnal, mi caso era uno muy banal, pero con suficiente validez para mí.

Sonreí cuando ella pronunció mi nombre y solo pude asentir para dar por terminada nuestra presentación. Si, Lyudmilla estaba más que consciente de los pormenores que le orillaron a terminar en un lugar como ese, más no era ingenua puesto que en su retórica se dirigía hacia mí de un modo familiar. Como si hubiésemos coincidido en otro tiempo y espacio, predestinadas a reencontrarnos aquella noche. Pero sobre todo fue aquella frase que resonó en mis oídos lo que causó entornara mis orbes sobre ella por completo. Pocos lograba leer entre líneas y aunque mi efigie era la de una mujer de alta cuna, me costaba creer que alguien pudiera descifrarme de dicho modo. Eso me resultaría molesto viniendo de un patán como muchos de los que nos rodeaban en ese sitio, pero lejos de causar aquel sentimiento solo generó una curiosidad en mí.

Solté una ligera risa y me cruce de brazos recargando mi cuerpo sobre el respaldo de la silla. Saboreé el amargo elixir de mi trago antes de responderle.

–Vaya Lyudmilla, no esperaba ese comentario si te soy honesta, pero tu aserción resulta ser correcta– suspiré –En efecto hermosa, el tiempo no perdona y cuando menos te das cuenta, terminas hundida en el fango y la porquería que genera una atmosfera como esta–

Dije, mientras soslayaba a aquella chica inocente.

–Es cierto que resulta una carga, pero recordar las razones por las cuales se encuentra inmersa en esto, deberían resultar suficientes para volver a levantarse otra vez–

Lo que conllevó a mi segunda respuesta.

–Aprendes a desconfiar de todos, incluso de tu sombra y es así como en un abrir y cerrar de ojos te topas con las personas equivocadas y piensas que puedes cambiar algo en ti– hice una pausa para corregir –O mejor dicho pensamos que podemos cambiar algo en los demás–

Mis dedos acariciaron el borde de la caja que guardaba aquella costosa indumentaria.

Necesitaba aferrarme a la idea de que conseguiría pronto el dinero faltante, de lo contrario...moví la cabeza.

–Negocios Lyudmilla, negocios. Soy modista, aunque al parecer mi cliente se ha retrasado– chasqueé la lengua y abrí ligeramente la caja para mostrarle –¿Que opinas?–

por **Lyudmilla Blavatsky** Vie Jun 03, 2016 11:37 pm

Desconfianza. Esa era la palabra que regía la vida de Lyudmilla y que Jordan había utilizado de forma tan acertada. La prostituta, tal y como planteaba la desconocida, no confiaba ni en su sombra, por eso era que no tenía amigas en el burdel, por eso era que con sus vecinos hablaba lo justo y lo necesario, era por eso que su vida era su padre y su hogar. Cuidar de Víktor era lo único importante en su vida, era lo único que podía hacer y para lo único que existía, y era por eso que se había arrojado a aquel camino de bajos placeres, para poder darle lo mejor. Para preservarlo de la realidad, era que debía ser desconfiada. No tenía demasiadas opciones.

La desconocida le agradaba, estaba envuelta en un halo de misterio que la volvía magnética, y le era inevitable no sentirse atraída por aquella mujer de modos refinados y mirada sabia. Podía ver el mundo, su mundo, a través de sus ojos que, al mismo tiempo, nada decían, nada expresaban. Cubría, a la perfección, su interior tumultuoso, pero entre ellas se había instalado ese tácito conocimiento de quienes han pasado por lo mismo. Sí, Lyudmilla se sentía conectada con Jordan, y le agradó la sensación; no era algo habitual, y agradecía que le hubiese ocurrido, especialmente, dadas las circunstancias que la habían llevado a sentarse junto a la dama.

—Si confiamos, nos quemamos —agregó al hilo de la conversación. —Yo aprendí a no querer cambiar el mundo, Jordan. Me conformo con que nadie moleste el mío —comentó, no sin cierto pesar. Cuando había comenzado a prostituirse, había fantaseado con encontrar a un hombre que la sacase de aquella mala vida, pero de eso hacía ya diez años, y había vivido lo suficiente para aprender que eso era algo que a ella nunca le ocurriría.

La sorprendió la respuesta sobre los negocios, especialmente el tipo. Una modista no llevaba su prenda a un lugar como aquel, aunque no indagó. Se limitó a inclinarse sobre la mesa y observar el vestido, que brillaba en el interior de la caja. No pudo evitar sonreír y que los ojos se le iluminasen ante la belleza de la tela y el bordado, y le recordó al vestido que utilizó su madre para el décimo aniversario de casada con su padre. Yulia había sido la mujer más bella que ella hubiera conocido jamás, y habría disfrutado de verla enfundada en aquellas prendas, una vez más.

—Es verdaderamente hermoso —comentó, alzando el rostro y mirando a los ojos a Jordan. —Eres toda a una artista. Te felicito —no sabía bien qué decir ante ello, parecía una fachada y, al mismo tiempo, estaba cubierta por un halo de sinceridad, que no pasó desapercibido para la prostituta.

por Contenido patrocinado

Queen Of Hearts - Privado

Queen Of Hearts - Privado

Re: Queen Of Hearts - Privado

Re: Queen Of Hearts - Privado

Re: Queen Of Hearts - Privado

Re: Queen Of Hearts - Privado

Re: Queen Of Hearts - Privado

Re: Queen Of Hearts - Privado

Re: Queen Of Hearts - Privado

Re: Queen Of Hearts - Privado