AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Wild Hearts «privado»
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Wild Hearts «privado»
Gracioso como regresó a su cuidada natal luego de haber jurado no pisar tierra mientras vida le restara. Y allí estaba, recorriendo los mismos pasillos que le vieron crecer, encerrado en el estudio que durante las noches extenuantes de verano le acogió mientras escuchaba su madre leer para él, donde, por igual, era hostigado con arduas lecciones que nunca quiso pero necesitó. Fatigado abre la ventana de la enorme biblioteca en el tercer piso, es la primera vez en semanas que respira aire fresco. A este paso moriría por inanición, siendo la luz de luna su principal alimento.
Regresó en pro de huir a la cazadora y verdades que no tenía ganas de escuchar tan solo para terminar encerrado con las interminables esperanzas de su padre y una prometida indeseada. Quería a Anne, era cierto, como una hermana tan solo. Verdad que la hechicera no parecía comprender. Da una mirada tentativa al fondo, en varias direcciones en busca de algún sirviente que pueda delatarlo y tan pronto se cerciora de no ver moros en la costa salta sin pensarlo más desde la ventana; es libre. En lo que cabe. Nunca había extrañado tanto correr en cuatro patas como aquella noche. Desafiar a su padre nunca se sintió tan bien. Sin embargo, traía tristeza. Eran pues, los primeros prados que recorrió cuando su progenitora le heredó, dentro de lo que cabe, la maldición. Gracioso, él lo vio de todas formas menos como una maldición. Amaba el pasto entre sus patas, la brisa acariciar su pelaje…, aullar a la luna, ser libre.
Las noches son diferentes en Roma, cargan cierta serenidad que jamás pensó echar de menos. Bien estaba acostumbrado al aire parisense nada se comparaba con las llanuras de su querida Italia, y no es que fuese el hombre más patriótico. Era, tan solo, uno fragmentado lleno de nostalgia. Más de con la que era capaz de lidiar, era entonces el problema del único hijo de los D’Lizoni, supo vivir a sus anchas durante tanto tiempo que una vez el desasosiego y la calamidad tocaron su puerta no fue lo bastante avezado para lidiar con él. Sin otro camino que regresar donde comenzó; requería reunir las piezas rotas y viendo a Amara sin preverlo no era de ayuda.
Está roto y permanecer en el epicentro de sus perturbaciones no es lo más inteligente. Quizás le apetecía recuperar la persona que alguna vez fue. Tal vez solo necesitaba reunir las piezas y ser una nueva pintura; no tenía como saberlo. Planeaba develarlo sobre la marcha, pero, para lograrlo era imprescindible hacer justicia a la difunta y yendo al lugar de los hechos era lo más acertado que podía hacer. Poco importaba si no era el mismo. La venganza no era el camino empero ¿Quién era el para ir encontrar de los deseos del universo? Advertía que restaba más que podía hacer, que cazar, otras guerras que pelear, pero aquí y ahora, era esta la única que le interesaba. Poco importaba cuanto se perdiera así mismo en el trayecto.
Con los años, mientras aprendía a controlar la bestia —antes de comprender que no había nada qué controlar— ubicó pequeños escondites que usaba con frecuencia como referencia durante el tiempo que memorizaba cada pasaje cerca y lejos de la mansión. En otros escondía ropa que lo hiciera pasar desapercibido antes de reaparecer frente a su padre o Anne que, a pesar de conocerle no desistía en mostrarse horrorizada al verle atravesar la entrada sin nada más que piel al aire libre.
Estando lo bastante lejos de las obligaciones que le dieron la bienvenida cuando buscaba aislamiento, retornó a su forma humana, no porque así lo deseara sino por una segunda presencia que además de no tener derecho de estar en aquel lugar era, se atrevió a juzgar, lo bastante estúpido para seguirle.
—Sé que estás ahí —dice una vez deja las cuatro patas por piernas y el pelaje por piel desnuda.
Busca en uno de los escondites ropa vieja ya por la exposición a la intemperie mientras aguarda por el visitante indeseado.
—Sal ahora que lo pido de forma amable —ladra, ahora abotonando pantalón de fina tela a la cintura. Su voz resuena más intimidante de lo que jamás fue antes, no estando sobrio y libre de ira. Confirma que vive otro Cameron bajo aquella piel, uno cansado e indiferente. Torso a la luz de la luna, lleno de polvo, expresión irritada. Sujeta la camisa en un puño y aguarda por respuesta.
Regresó en pro de huir a la cazadora y verdades que no tenía ganas de escuchar tan solo para terminar encerrado con las interminables esperanzas de su padre y una prometida indeseada. Quería a Anne, era cierto, como una hermana tan solo. Verdad que la hechicera no parecía comprender. Da una mirada tentativa al fondo, en varias direcciones en busca de algún sirviente que pueda delatarlo y tan pronto se cerciora de no ver moros en la costa salta sin pensarlo más desde la ventana; es libre. En lo que cabe. Nunca había extrañado tanto correr en cuatro patas como aquella noche. Desafiar a su padre nunca se sintió tan bien. Sin embargo, traía tristeza. Eran pues, los primeros prados que recorrió cuando su progenitora le heredó, dentro de lo que cabe, la maldición. Gracioso, él lo vio de todas formas menos como una maldición. Amaba el pasto entre sus patas, la brisa acariciar su pelaje…, aullar a la luna, ser libre.
Las noches son diferentes en Roma, cargan cierta serenidad que jamás pensó echar de menos. Bien estaba acostumbrado al aire parisense nada se comparaba con las llanuras de su querida Italia, y no es que fuese el hombre más patriótico. Era, tan solo, uno fragmentado lleno de nostalgia. Más de con la que era capaz de lidiar, era entonces el problema del único hijo de los D’Lizoni, supo vivir a sus anchas durante tanto tiempo que una vez el desasosiego y la calamidad tocaron su puerta no fue lo bastante avezado para lidiar con él. Sin otro camino que regresar donde comenzó; requería reunir las piezas rotas y viendo a Amara sin preverlo no era de ayuda.
Está roto y permanecer en el epicentro de sus perturbaciones no es lo más inteligente. Quizás le apetecía recuperar la persona que alguna vez fue. Tal vez solo necesitaba reunir las piezas y ser una nueva pintura; no tenía como saberlo. Planeaba develarlo sobre la marcha, pero, para lograrlo era imprescindible hacer justicia a la difunta y yendo al lugar de los hechos era lo más acertado que podía hacer. Poco importaba si no era el mismo. La venganza no era el camino empero ¿Quién era el para ir encontrar de los deseos del universo? Advertía que restaba más que podía hacer, que cazar, otras guerras que pelear, pero aquí y ahora, era esta la única que le interesaba. Poco importaba cuanto se perdiera así mismo en el trayecto.
Con los años, mientras aprendía a controlar la bestia —antes de comprender que no había nada qué controlar— ubicó pequeños escondites que usaba con frecuencia como referencia durante el tiempo que memorizaba cada pasaje cerca y lejos de la mansión. En otros escondía ropa que lo hiciera pasar desapercibido antes de reaparecer frente a su padre o Anne que, a pesar de conocerle no desistía en mostrarse horrorizada al verle atravesar la entrada sin nada más que piel al aire libre.
Estando lo bastante lejos de las obligaciones que le dieron la bienvenida cuando buscaba aislamiento, retornó a su forma humana, no porque así lo deseara sino por una segunda presencia que además de no tener derecho de estar en aquel lugar era, se atrevió a juzgar, lo bastante estúpido para seguirle.
—Sé que estás ahí —dice una vez deja las cuatro patas por piernas y el pelaje por piel desnuda.
Busca en uno de los escondites ropa vieja ya por la exposición a la intemperie mientras aguarda por el visitante indeseado.
—Sal ahora que lo pido de forma amable —ladra, ahora abotonando pantalón de fina tela a la cintura. Su voz resuena más intimidante de lo que jamás fue antes, no estando sobrio y libre de ira. Confirma que vive otro Cameron bajo aquella piel, uno cansado e indiferente. Torso a la luz de la luna, lleno de polvo, expresión irritada. Sujeta la camisa en un puño y aguarda por respuesta.
Última edición por Cameron D’ Lizoni el Vie Dic 29, 2017 4:49 pm, editado 1 vez
Cameron D’ Lizoni- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 20/04/2016
Localización : Francia
Re: Wild Hearts «privado»
Sólo un par de días atrás había arribado a la capital francesa. No era la primera vez que ponía pie en la ciudad, mucho menos su primera intervención con el tío Bastien, mas sí había transcurrido considerable lapso desde la última y, al parecer, mucho cambió también desde entonces. Sus padres le enviaron a París sin esperar un pronto regreso de su parte, sin embargo, las intenciones de Reeva distaban de considerar retorno alguno. Se había consagrado a la iglesia por obligación y tradición, mas no por deseo o decisión propia y, a ciencia cierta, ya estaba cansada de rendirle cuentas a la inquisición. Pronto desertaría de aquella retrógrada, ultraconservadora e hipócrita institución que osaba declararse al servicio de un Dios perfecto cuando estaba podrida hasta los cimientos. ¿De qué servía tanta rigidez si de existir un infierno todos iban directo hacia él? Si su destino era arder en las profundidades del abismo, era menester disfrutar del camino.
Los encuentros clandestinos que hasta entonces sostuvo con Hyun Seung fueron esporádicos, mas tenía claro que su estancia en París haría de las reuniones una tarea más sencilla. Desde que se conocieron, cada par de semanas el inmortal viajaba hasta Lille, permaneciendo allí un corto periodo de tiempo en el cual ambos saciaban sus ansias de sangre, ella por necesidad y él por instinto, hambre o quizá, simples impulsos carnales. Sin embargo, su afán del férreo y carmesí elixir era cada vez más grande y los ciclos de abstinencia se tornaban mentalmente tortuosos y físicamente insoportables. Por supuesto, su intención principal tan pronto como pisó la capital fue visitar a quien suministraba las más exquisitas dosis de su droga, pero su plan no tardó en modificarse cuando, tras acomodarse en la mansión del cazador, este se dirigió a ella con un tiquete a Italia y una tentadora oferta.
Su tío la conocía bien y comprendía lo que requeriría ofrecer para obtener su cooperación. Era él un hombre estricto, tenaz e inflexible que sólo conocía su propia ley, un carácter que muchos consideraban un defecto constante, pero Reeva encontraba digno de admiración… tal vez por su aversión hacia las reglas o quizá porque desde que tuvo conciencia codició albedrío semejante, un tipo de libertad que, contradiciendo la petición de sus padres, el cazador estaba dispuesto a obsequiarle. Mientras viviese bajo su techo tendría que entrenar y prepararse con la misma entrega de cualquier otro cruzado. Bastien Argent no dispondría de ningún débil entre sus filas. No obstante, a cambio de convertirse en su mano derecha y llevar a cabo la ejecución de un par de tareas, ella sería libre de hacer cuanto quisiera. Evidentemente, la inquisidora no vaciló en dar un sí como respuesta.
Fue entonces cuando la notable ausencia de Amara tuvo explicación. El cazador no entró en detalles, sólo le aseguró que un par de lobos habían corrompido el juicio de su hija, siendo uno de ellos nada más ni nada menos que el mismísimo culpable de la luna roja; el otro no aparentaba haber cometido otro crimen que tener la desgracia de mantener relación la castaña, mas Bastien, corroído por el odio, deseaba verlo muerto. Empero, el progenitor, quien se dedicaba a tiempo completo a su vendetta personal, no tenía la capacidad de lidiar paralelamente con ambos lobos, así que le eligió a ella como verdugo de la bestia menor.
Cameron D’Lizoni. La mención resonó en su mente al instante, evocando la memoria del nombre que tuvo lugar en los labios de algún conocido suyo en otro tiempo y otro lugar, pudo ser en los de Hyun, o ese hermano suyo que llevaba a todos lados, Taeyang… no lo pudo discernir con exactitud, mas un hecho era seguro: había despertado su curiosidad.
No más de dos horas después se encontraba abordando el tren a Roma y quince más tarde ya se encontraba merodeando terreno italiano. Encontrar la mansión de los D’Lizoni fue bastante sencillo, cuestión de pedir indicaciones al primer lugareño que encontró en su camino y adentrarse en los barrios altos de la ciudad. La estirpe del lobo era una de alto renombre en sus tierras, uno al que París no le hacía mucha justicia. Reeva se hospedó en un hostal humilde de un barrio cercano y entonces procedió a hacer su labor o, al menos, su propia versión del trabajo que le fue asignado. Un par de días entre las sombras bastaron para estudiar de lejos el comportamiento del licano, una profunda tarea de observación que proporcionaba la forma más segura de conocerlo antes de un posible enfrentamiento. Algo que aprendió en el campo fue a nunca subestimar al oponente.
Reeva procedió la investigación con cautela. Antes de ser destituida de su cargo por el incidente con el sumo sacerdote, trabajó como espía en la inquisición y por ende, su habilidad para pasar desapercibida simplificó la exploración en la vida y los secretos del italiano. Aquella noche, la luna, mitad refulgente y mitad oscura, surcaba los cielos sin perder el mágico influjo sobre sus hijos. La inquisidora, intrigada por la historia que antecedía a su presa, se las había arreglado para encontrar el lugar exacto en el que fue hallado el cuerpo sin vida de la madre de aquel hombre. El lugar era una calle sin salida, un sendero que conducía a ningún lado y quizá sólo permaneció allí por mórbida curiosidad; no obstante, como si fuese obra del destino, D’Lizoni decidió hacer una inesperada aparición, en evidente desobediencia a la orden del padre. Al parecer lobito era todo un rebelde sin causa… definitivamente ya comenzaba a agradable.
Tan pronto como escuchó las zancadas del lobo apresurarse en su dirección, la joven inquisidora buscó cobijo tras fachada de un viejo roble, pero incluso aunque el desempeño de su labor era bastante bueno, la naturaleza de su cuerpo jamás le permitiría disfrazar tan imperturbable característica como su esencia. Curvó los labios en media sonrisa entretenida cuando el hijo de la luna le desafió a mostrarse ante él; ella, sin otra opción que la de ceder al mandato, acomodó sus azabaches cabellos y elevando los brazos en señal de tregua, salió al encuentro del exasperado licano.
— Aquí estoy — se acercó a paso cadencioso, mordiéndose el labio inferior y repasando sus esmeraldas sobre el torso desnudo del hombre mientras enarcaba una ceja en una mueca traviesa — No hay necesidad de ponernos violentos, estoy desarmada —admitió, invitándole a que sobrevolara su cuerpo con la mirada— mi nombre es Reeva… — Se presentó extendiéndole su mano, aguardando a que el hombre se decidiera a tomarla — Argent.
Por el gesto que se dibujó en el rostro de Cameron supo que aquella era una situación que no esperaba en lo absoluto.
Los encuentros clandestinos que hasta entonces sostuvo con Hyun Seung fueron esporádicos, mas tenía claro que su estancia en París haría de las reuniones una tarea más sencilla. Desde que se conocieron, cada par de semanas el inmortal viajaba hasta Lille, permaneciendo allí un corto periodo de tiempo en el cual ambos saciaban sus ansias de sangre, ella por necesidad y él por instinto, hambre o quizá, simples impulsos carnales. Sin embargo, su afán del férreo y carmesí elixir era cada vez más grande y los ciclos de abstinencia se tornaban mentalmente tortuosos y físicamente insoportables. Por supuesto, su intención principal tan pronto como pisó la capital fue visitar a quien suministraba las más exquisitas dosis de su droga, pero su plan no tardó en modificarse cuando, tras acomodarse en la mansión del cazador, este se dirigió a ella con un tiquete a Italia y una tentadora oferta.
Su tío la conocía bien y comprendía lo que requeriría ofrecer para obtener su cooperación. Era él un hombre estricto, tenaz e inflexible que sólo conocía su propia ley, un carácter que muchos consideraban un defecto constante, pero Reeva encontraba digno de admiración… tal vez por su aversión hacia las reglas o quizá porque desde que tuvo conciencia codició albedrío semejante, un tipo de libertad que, contradiciendo la petición de sus padres, el cazador estaba dispuesto a obsequiarle. Mientras viviese bajo su techo tendría que entrenar y prepararse con la misma entrega de cualquier otro cruzado. Bastien Argent no dispondría de ningún débil entre sus filas. No obstante, a cambio de convertirse en su mano derecha y llevar a cabo la ejecución de un par de tareas, ella sería libre de hacer cuanto quisiera. Evidentemente, la inquisidora no vaciló en dar un sí como respuesta.
Fue entonces cuando la notable ausencia de Amara tuvo explicación. El cazador no entró en detalles, sólo le aseguró que un par de lobos habían corrompido el juicio de su hija, siendo uno de ellos nada más ni nada menos que el mismísimo culpable de la luna roja; el otro no aparentaba haber cometido otro crimen que tener la desgracia de mantener relación la castaña, mas Bastien, corroído por el odio, deseaba verlo muerto. Empero, el progenitor, quien se dedicaba a tiempo completo a su vendetta personal, no tenía la capacidad de lidiar paralelamente con ambos lobos, así que le eligió a ella como verdugo de la bestia menor.
Cameron D’Lizoni. La mención resonó en su mente al instante, evocando la memoria del nombre que tuvo lugar en los labios de algún conocido suyo en otro tiempo y otro lugar, pudo ser en los de Hyun, o ese hermano suyo que llevaba a todos lados, Taeyang… no lo pudo discernir con exactitud, mas un hecho era seguro: había despertado su curiosidad.
No más de dos horas después se encontraba abordando el tren a Roma y quince más tarde ya se encontraba merodeando terreno italiano. Encontrar la mansión de los D’Lizoni fue bastante sencillo, cuestión de pedir indicaciones al primer lugareño que encontró en su camino y adentrarse en los barrios altos de la ciudad. La estirpe del lobo era una de alto renombre en sus tierras, uno al que París no le hacía mucha justicia. Reeva se hospedó en un hostal humilde de un barrio cercano y entonces procedió a hacer su labor o, al menos, su propia versión del trabajo que le fue asignado. Un par de días entre las sombras bastaron para estudiar de lejos el comportamiento del licano, una profunda tarea de observación que proporcionaba la forma más segura de conocerlo antes de un posible enfrentamiento. Algo que aprendió en el campo fue a nunca subestimar al oponente.
Reeva procedió la investigación con cautela. Antes de ser destituida de su cargo por el incidente con el sumo sacerdote, trabajó como espía en la inquisición y por ende, su habilidad para pasar desapercibida simplificó la exploración en la vida y los secretos del italiano. Aquella noche, la luna, mitad refulgente y mitad oscura, surcaba los cielos sin perder el mágico influjo sobre sus hijos. La inquisidora, intrigada por la historia que antecedía a su presa, se las había arreglado para encontrar el lugar exacto en el que fue hallado el cuerpo sin vida de la madre de aquel hombre. El lugar era una calle sin salida, un sendero que conducía a ningún lado y quizá sólo permaneció allí por mórbida curiosidad; no obstante, como si fuese obra del destino, D’Lizoni decidió hacer una inesperada aparición, en evidente desobediencia a la orden del padre. Al parecer lobito era todo un rebelde sin causa… definitivamente ya comenzaba a agradable.
Tan pronto como escuchó las zancadas del lobo apresurarse en su dirección, la joven inquisidora buscó cobijo tras fachada de un viejo roble, pero incluso aunque el desempeño de su labor era bastante bueno, la naturaleza de su cuerpo jamás le permitiría disfrazar tan imperturbable característica como su esencia. Curvó los labios en media sonrisa entretenida cuando el hijo de la luna le desafió a mostrarse ante él; ella, sin otra opción que la de ceder al mandato, acomodó sus azabaches cabellos y elevando los brazos en señal de tregua, salió al encuentro del exasperado licano.
— Aquí estoy — se acercó a paso cadencioso, mordiéndose el labio inferior y repasando sus esmeraldas sobre el torso desnudo del hombre mientras enarcaba una ceja en una mueca traviesa — No hay necesidad de ponernos violentos, estoy desarmada —admitió, invitándole a que sobrevolara su cuerpo con la mirada— mi nombre es Reeva… — Se presentó extendiéndole su mano, aguardando a que el hombre se decidiera a tomarla — Argent.
Por el gesto que se dibujó en el rostro de Cameron supo que aquella era una situación que no esperaba en lo absoluto.
Reeva Argent- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 17/10/2017
Re: Wild Hearts «privado»
Otra Argent. Carcajeó ante la ironía mas la sonrisa craqueada burlona se desvaneció tan pronto arribó. Siendo reemplazada por la mirada vacía de la que no ha sabido deshacerse desde su llegada a Italia. No. Desde el asesinato de su madre. Porque era esa la palabra que debía usar: asesinato. En manos de personas como ella. Como Amara.
—Un Argente desarmado —chasqueó incrédulo.
La observó de los pies a la cabeza. Ladeó la cabeza indeciso, sin saber que miembro podría arrancar primero y enviar como regalo al desgraciado de Bastien. Pero, tan pronto el pensamiento asaltó su cabeza supo que era la bestia dominándolo no el hombre que fue criado para sobrepasar las insulsas riñas entre los suyos y quienes se creían amo y señor de su existencia. Pero, quien le enseño tales cosas murió víctima los autonombrados árbitros. De quienes se otorgaron asi mismos la potestad de decidir quien vive y quien muere ¿por qué debía él, ahora mantener cualquier principio? El simple hecho de estar bajo el yugo de responsabilidades que su padre tenía preparado para él a la espera de que regresara a casa algún día, era suficiente para irritarlo. Y no quiera agregar a su entusiasta prometida. Vaya que no tenía tiempo para más drama en estos momentos.
Odiaba no ser capaz de odiar a los cazadores en toda su extensión. Y es que, si bien Amara confesara, la última noche en que la vio, no ser la asesina de su difunta madre, nada le aseguraba que tal acto llevase el apellido Argent. Intentaba, incluso ahora, no involucrarse en una guerra que estado en pie mucho antes que ellos. Guerra que se ha convertido en deporte para los mortales.
Regresar a Italia le costó unos cuantos tragos en la cabeza. Estaba agradecido con Malachai por ello también. Aceptaba que están sobrio y con sus cabales intactos hubiese obligado a Anne a regresar sin él. Pero ¿para qué? Las marionetas de Bastien aún así se las arreglaban para dar con él. Y, como si no fuese suficiente, la vida a la que había puesto pausa al momento de marcharse a Francia insistía en reclamar el tiempo que le correspondía. ¿Él? Se encontraba ya lo bastante cansado para tener que lidiar ahora con un temperamento más. Y fue lo que vio en la nueva Argent: una mortal rebosante de actitud o muy demente para acercarse a un hijo de la luna sin nada con qué defenderse. Uno de los dos estaba siendo muy estúpido: él de creer tal afirmación o ella de abordarlo.
Podría enviar la cabeza de cada emisario que el padre de Amara tuviera el descaro de tacharle. Podría mas los dos sabían que tal cosa jamás iba a suceder, no por ahora. No interesaba la intensidad de la rabia hirviendo en su interior. No estaba dispuesto a involucrar inocentes, aunque eso incluyera los perros del cazador.
En cambio, concluyó en abotonar el pantalón. Echó mano a la camisa negra que colgaba del árbol donde había dejado oculto un juego de ropa. Y, convenciéndole de la poca importancia que debía tener en él, el apellido Argent, procedió a enganchar cada uno de los botones.
—Si no es para matarme o lo que sea que ustedes hagan en su lugar ¿a qué debo el placer del señor Argente? Ambos sabemos que no fue tu propia voluntad lo que te trajo aquí, dulzura —dijo, intentando concentrarse en los botones, en lugar de la garganta de la muchacha que con facilidad incitaba al demonio dentro de él en descargar la rabia que le carcomía desde el interior.
“Ella no nos ha amenazado, aún” susurró al animal. Cameron no terminaba de comprender la fuerza que comenzaba a ganar su lado salvaje. Algunos lo llaman crecer. A los lobos les gustaba llamarle evolución. Y la suya venía de la mano de un no muy saludable dolor infundado por la irracional sed de venganza.
—Me sorprendes —acortó la distancia entre ambos tan pronto termina su ejercicio mental con la prenda de vestir—, no son las palabras que clamaría un Argent —sostuvo el mentón de la autodenominada parte de la estirpe de cazadores—. ¿Qué quieres? —gruñó. Oh, vaya que la bestia estaba a sus anchas.
—Un Argente desarmado —chasqueó incrédulo.
La observó de los pies a la cabeza. Ladeó la cabeza indeciso, sin saber que miembro podría arrancar primero y enviar como regalo al desgraciado de Bastien. Pero, tan pronto el pensamiento asaltó su cabeza supo que era la bestia dominándolo no el hombre que fue criado para sobrepasar las insulsas riñas entre los suyos y quienes se creían amo y señor de su existencia. Pero, quien le enseño tales cosas murió víctima los autonombrados árbitros. De quienes se otorgaron asi mismos la potestad de decidir quien vive y quien muere ¿por qué debía él, ahora mantener cualquier principio? El simple hecho de estar bajo el yugo de responsabilidades que su padre tenía preparado para él a la espera de que regresara a casa algún día, era suficiente para irritarlo. Y no quiera agregar a su entusiasta prometida. Vaya que no tenía tiempo para más drama en estos momentos.
Odiaba no ser capaz de odiar a los cazadores en toda su extensión. Y es que, si bien Amara confesara, la última noche en que la vio, no ser la asesina de su difunta madre, nada le aseguraba que tal acto llevase el apellido Argent. Intentaba, incluso ahora, no involucrarse en una guerra que estado en pie mucho antes que ellos. Guerra que se ha convertido en deporte para los mortales.
Regresar a Italia le costó unos cuantos tragos en la cabeza. Estaba agradecido con Malachai por ello también. Aceptaba que están sobrio y con sus cabales intactos hubiese obligado a Anne a regresar sin él. Pero ¿para qué? Las marionetas de Bastien aún así se las arreglaban para dar con él. Y, como si no fuese suficiente, la vida a la que había puesto pausa al momento de marcharse a Francia insistía en reclamar el tiempo que le correspondía. ¿Él? Se encontraba ya lo bastante cansado para tener que lidiar ahora con un temperamento más. Y fue lo que vio en la nueva Argent: una mortal rebosante de actitud o muy demente para acercarse a un hijo de la luna sin nada con qué defenderse. Uno de los dos estaba siendo muy estúpido: él de creer tal afirmación o ella de abordarlo.
Podría enviar la cabeza de cada emisario que el padre de Amara tuviera el descaro de tacharle. Podría mas los dos sabían que tal cosa jamás iba a suceder, no por ahora. No interesaba la intensidad de la rabia hirviendo en su interior. No estaba dispuesto a involucrar inocentes, aunque eso incluyera los perros del cazador.
En cambio, concluyó en abotonar el pantalón. Echó mano a la camisa negra que colgaba del árbol donde había dejado oculto un juego de ropa. Y, convenciéndole de la poca importancia que debía tener en él, el apellido Argent, procedió a enganchar cada uno de los botones.
—Si no es para matarme o lo que sea que ustedes hagan en su lugar ¿a qué debo el placer del señor Argente? Ambos sabemos que no fue tu propia voluntad lo que te trajo aquí, dulzura —dijo, intentando concentrarse en los botones, en lugar de la garganta de la muchacha que con facilidad incitaba al demonio dentro de él en descargar la rabia que le carcomía desde el interior.
“Ella no nos ha amenazado, aún” susurró al animal. Cameron no terminaba de comprender la fuerza que comenzaba a ganar su lado salvaje. Algunos lo llaman crecer. A los lobos les gustaba llamarle evolución. Y la suya venía de la mano de un no muy saludable dolor infundado por la irracional sed de venganza.
—Me sorprendes —acortó la distancia entre ambos tan pronto termina su ejercicio mental con la prenda de vestir—, no son las palabras que clamaría un Argent —sostuvo el mentón de la autodenominada parte de la estirpe de cazadores—. ¿Qué quieres? —gruñó. Oh, vaya que la bestia estaba a sus anchas.
Cameron D’ Lizoni- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/04/2016
Localización : Francia
Re: Wild Hearts «privado»
Reeva sonrió entretenida por la reacción que obtuvo, era evidente el desprecio que el lobo sentía por los de su clase, la chispa de ira que le enardeció la mirada en tanto le reveló su identidad. Los punzantes pardos se anclaron a sus esmeraldas y la diestra del burgués alcanzó su mentón, asiéndolo con firmeza. Ella entrecerró los párpados estudiándolo minuciosamente, sin abandonar esa expresión de diversión que elevaba sus comisuras con sutileza. Realmente estaba intrigada, pero, incluso aunque no fuera ella una mujer de formalidades, si al perro le faltaban modales e intentaba morder no vacilaría un segundo en ponerle cadena y bozal.
Con delicadeza atrapó la mano que le sujetaba, alejándola de su rostro lentamente sin apartar su mirada de la ajena. Su sonrisa se ensanchó y sus dedos se deslizaron por los brazos del hombre, repasando etéreos la tela de la que los cubría. Una vez alcanzó los hombros, ladeó la cabeza ligeramente, dedicándose a acomodar el cuello de la camisa que había quedado mal doblado. Aunque el lobo intentase ocultarlo, pudo apreciar en sus oscuros orbes un asomo de sorpresa que pronto refulgió en ámbar, tornándose en una recelosa advertencia; era el lobo feroz quien no estaba dispuesto a jugar, por lo menos en esta historia.
— Tienes razón, te he mentido — dijo al fin, deslizando sus dedos hasta alcanzar el botón superior de la prenda, procediendo a desabrocharlo — Sí estoy peligrosamente armada — confesó, encogiéndose de hombros mientras alcanzaba el siguiente botón en línea, imitando el proceso que efectuó con el anterior. Una vez se vio satisfecha, elevó de nuevo la mirada a la altura del rostro de su opuesto — Así me gusta más.
Las últimas palabras las susurró inclinando ligeramente su cabeza hacia delante, guardando la cola de la camisa dentro del pantalón. Un instante de silencio. La inquisidora le guiñó un ojo y se apartó de golpe dándose media vuelta, avanzando a paso cadencioso, tras desenfundar una daga pequeña, haciéndola girar liviana entre sus dedos. De repente se volvió hacia él, los ámbares del lobo refulgían intensos, y aunque estaba oscuro juraría que alcanzó a divisar las zarpas de la bestia.
— No soy estúpida, jamás me adentraría en el bosque sin tener con qué defenderme — Aseguró deteniendo la dinámica rotación del arma al colocar su índice sobre la punta — Pero eso no implica que mintiera sobre lo demás — Sus pantanos contemplaron el propio reflejo sobre la reluciente hoja de plata — No tengo intención de pelear.
Volvió hacia él la mirada enarcando ambas cejas y enfundó la daga sin más; inmediatamente, los centellantes irises del hombre se oscurecieron de nuevo, no por ello observándole con menos suspicacia o intensidad. A ella la intriga le carcomía en el interior, sí, era cierto, su tío le había enviado para acabar con él, mas no guardaba pretensión de convertirse en verdugo, al menos no aquella noche. Bastien era consciente de que ella carecía de disciplina, mas no se alcanzaba a imaginar que gustaba de hacer su propia voluntad, de doblegar su deber ante los propios caprichos y antojos o, de lo contrario, jamás le hubiese enviado en misión de relevancia semejante. La inquisidora era bastante hábil, perfectamente capaz de liderar una cruzada y propinar muerte, pero en ese preciso instante se había convencido a sí misma de que Cameron D’Lizoni tenía mucho para ofrecer como para acabar tres metros bajo tierra. Si el hombre había de morir, no sería en sus manos y ciertamente, no sería durante aquella velada.
— También acertaste en que ha sido el tío Bastien quien me ha enviado… y sí, te quiere muerto, realmente no le agradas —afirmó— pero ¿cómo podría? Si eres uno de los lobos que ha corrompido el juicio de su preciosa hija, Amara, seguro la conoces… como así de alta — Colocó su mano unos centímetros por encima de su cabeza — Castaña, ojos pardos… un poco presumida y mucho menos paciente que yo.
Su sonrisa se ensanchó al contemplar la expresión que curvó las facciones del hombre a la mención de su prima, era evidente que ambos, tanto la cazadora como el licano, resguardaban sentimientos encontrados por el otro, asuntos sin resolver en los que Reeva tenía toda la intención de escudriñar. Si Hyun Seung conocía a Cameron ¿era posible que también lo hiciera con Amara? Y una pregunta aún más importante ¿Cómo todo aquello conectaba?
— Debes entender Cameron, estoy intrigada… Amara era el soldado perfecto de Bastien, letal, obediente, fiel a sus principios y ahora… bueno, ahora es la cómplice número uno de los de tu clase y todo comenzó… —Le apuntó con el índice, acercándose a él con talante travieso — Contigo — Su dedo golpeó suavemente el pecho de hombre — Seguro podemos hacer toda la rutina del gato y el ratón, tu intentas matarme, yo intento matarte… sin embargo, a mi se me ocurre algo más interesante, ¿Qué opinas de un trago? Yo invito el primero.
Con delicadeza atrapó la mano que le sujetaba, alejándola de su rostro lentamente sin apartar su mirada de la ajena. Su sonrisa se ensanchó y sus dedos se deslizaron por los brazos del hombre, repasando etéreos la tela de la que los cubría. Una vez alcanzó los hombros, ladeó la cabeza ligeramente, dedicándose a acomodar el cuello de la camisa que había quedado mal doblado. Aunque el lobo intentase ocultarlo, pudo apreciar en sus oscuros orbes un asomo de sorpresa que pronto refulgió en ámbar, tornándose en una recelosa advertencia; era el lobo feroz quien no estaba dispuesto a jugar, por lo menos en esta historia.
— Tienes razón, te he mentido — dijo al fin, deslizando sus dedos hasta alcanzar el botón superior de la prenda, procediendo a desabrocharlo — Sí estoy peligrosamente armada — confesó, encogiéndose de hombros mientras alcanzaba el siguiente botón en línea, imitando el proceso que efectuó con el anterior. Una vez se vio satisfecha, elevó de nuevo la mirada a la altura del rostro de su opuesto — Así me gusta más.
Las últimas palabras las susurró inclinando ligeramente su cabeza hacia delante, guardando la cola de la camisa dentro del pantalón. Un instante de silencio. La inquisidora le guiñó un ojo y se apartó de golpe dándose media vuelta, avanzando a paso cadencioso, tras desenfundar una daga pequeña, haciéndola girar liviana entre sus dedos. De repente se volvió hacia él, los ámbares del lobo refulgían intensos, y aunque estaba oscuro juraría que alcanzó a divisar las zarpas de la bestia.
— No soy estúpida, jamás me adentraría en el bosque sin tener con qué defenderme — Aseguró deteniendo la dinámica rotación del arma al colocar su índice sobre la punta — Pero eso no implica que mintiera sobre lo demás — Sus pantanos contemplaron el propio reflejo sobre la reluciente hoja de plata — No tengo intención de pelear.
Volvió hacia él la mirada enarcando ambas cejas y enfundó la daga sin más; inmediatamente, los centellantes irises del hombre se oscurecieron de nuevo, no por ello observándole con menos suspicacia o intensidad. A ella la intriga le carcomía en el interior, sí, era cierto, su tío le había enviado para acabar con él, mas no guardaba pretensión de convertirse en verdugo, al menos no aquella noche. Bastien era consciente de que ella carecía de disciplina, mas no se alcanzaba a imaginar que gustaba de hacer su propia voluntad, de doblegar su deber ante los propios caprichos y antojos o, de lo contrario, jamás le hubiese enviado en misión de relevancia semejante. La inquisidora era bastante hábil, perfectamente capaz de liderar una cruzada y propinar muerte, pero en ese preciso instante se había convencido a sí misma de que Cameron D’Lizoni tenía mucho para ofrecer como para acabar tres metros bajo tierra. Si el hombre había de morir, no sería en sus manos y ciertamente, no sería durante aquella velada.
— También acertaste en que ha sido el tío Bastien quien me ha enviado… y sí, te quiere muerto, realmente no le agradas —afirmó— pero ¿cómo podría? Si eres uno de los lobos que ha corrompido el juicio de su preciosa hija, Amara, seguro la conoces… como así de alta — Colocó su mano unos centímetros por encima de su cabeza — Castaña, ojos pardos… un poco presumida y mucho menos paciente que yo.
Su sonrisa se ensanchó al contemplar la expresión que curvó las facciones del hombre a la mención de su prima, era evidente que ambos, tanto la cazadora como el licano, resguardaban sentimientos encontrados por el otro, asuntos sin resolver en los que Reeva tenía toda la intención de escudriñar. Si Hyun Seung conocía a Cameron ¿era posible que también lo hiciera con Amara? Y una pregunta aún más importante ¿Cómo todo aquello conectaba?
— Debes entender Cameron, estoy intrigada… Amara era el soldado perfecto de Bastien, letal, obediente, fiel a sus principios y ahora… bueno, ahora es la cómplice número uno de los de tu clase y todo comenzó… —Le apuntó con el índice, acercándose a él con talante travieso — Contigo — Su dedo golpeó suavemente el pecho de hombre — Seguro podemos hacer toda la rutina del gato y el ratón, tu intentas matarme, yo intento matarte… sin embargo, a mi se me ocurre algo más interesante, ¿Qué opinas de un trago? Yo invito el primero.
Reeva Argent- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/10/2017
Re: Wild Hearts «privado»
Insulsos sentimientos insistían en prevalecer respecto a Amara, escuchar su nombre tenía en efecto en él, sin embargo, hastío comenzaba a originarse en la misma magnitud. Junto con Amara no solo surgieron sentimientos que pretendía, necesitaba suprimir, pero toda la bandada de Argents dirigida en su dirección, al parecer. Pensó que debía ser ella el trofeo de su padre para tomarse él tantas molestias.
—Y seguro crees que es así. Como lo veo tu querida prima era una bomba mucho antes de mí. Que explotara en mi presencia, ese es otro asunto —deshizo la camisa tan pronto las manos de quien ahora respondía por Reeva se alejaran de su piel. Quitándosela por completo—. Quédatela entonces.
La observó con atención mientras la muchacha pintaba palabrería. Frunció tanto las cejas como los labios y bufó exasperado. Se impuso, por primera vez en las últimas semanas, por sobre la bestia regresando el color habitual a sus ojos, calmando el gruñido, resguardando los colmillos al igual que las garras ancladas en la palma.
—Un Argent con afinidad por la conversación. Ya lo he visto todo —mofó—. Supongo que he de sentirme privilegiado, entonces. Aunque, debo admitir que tu prima ha sido bastante paciente conmigo —encogió los ojos, un tanto irritado otro más cansado—, echando a un lado algunas cicatrices, sigo vivo ¿no?
Comenzaba a preguntarse si era este el precio que pagaba por sus palabras altivas en contra del apellido D’Lizoni. Si todos los Santori estaban condenados a lidiar con víboras como los Argent o, si valía siquiera la pena. Ciertamente no imaginó que huir de sus responsabilidades implicaba ser asediado por cazadores y toda criatura que a la noche de la daba la maldita gana de crear; pudo escuchar el “te lo advertí” de su padre y la sonrisa burlona de los Chavanell. Últimamente podía escucharlos y verlos, a los tres, más de lo que alguna vez deseó. Pasó de largo, apenas unos centímetros, tan cerca como para mantener la absurda intimidad. La nueva Argent expedía un aura de locura y necesidad de libertad imposible de ignorar. Curiosidad bailaba en sus ojos. No faltaba preguntar si estaba dispuesta a lo que sea, pues podía verlo de la cabeza a los pies.
—No vayas a confundirme con los perros que tu tío está acostumbrado a cazar. Si todo lo que querías es un trago pudiste pedirlo antes.
Sigue el camino de regreso a la mansión, dejando en el aire la invitación. Seguro de escuchar los pasos de la joven, justo detrás de él y seguido hombro con hombro. No presta atención al hecho de que ha arribado con el torso desnudo, despeinado, descalzo y acompañado, si ha de ser honesto no le interesa, poco importa si es Anne quien les recibe. Sabe que en el pasado hubiese protegido los sentimientos de quien alguna vez fue su amiga más cercana siendo aquella la única razón por la que se abstenía de protestar respecto al absurdo matrimonio que le aguardaba. Sin embargo, desde los actos precipitados de la joven hechicera y la imprudencia precedida a su visita a Francia, la poca estima que restaba comenzaba a esfumarse.
—Cam…—intentó invocar su atención más el licántropo la brindó a Argent en cambio.
—Evita sacar tus armas —articuló sin mirarla—, mi prometida odia ver sangre en su futura casa —puntualizó con expresión neutra. Y es que no quedaba rastro alguno del lobo o el hombre que solía ser. La luna que le guía sabe que lo ha intentado mas el dolor ha sido más fuerte que su hijo arrojándolo fuera de la calzada que creyó suya y correcta. Guío a Reeva al bar improvisado del ala oeste. Quizás la protegida de Bastién tenía más que decir de lo que alardeaba y si las verdades han de ser dichas:1) un trago le vendría de maravilla empero 2) prefería hacerlo donde nadie les molestase.
—Y seguro crees que es así. Como lo veo tu querida prima era una bomba mucho antes de mí. Que explotara en mi presencia, ese es otro asunto —deshizo la camisa tan pronto las manos de quien ahora respondía por Reeva se alejaran de su piel. Quitándosela por completo—. Quédatela entonces.
La observó con atención mientras la muchacha pintaba palabrería. Frunció tanto las cejas como los labios y bufó exasperado. Se impuso, por primera vez en las últimas semanas, por sobre la bestia regresando el color habitual a sus ojos, calmando el gruñido, resguardando los colmillos al igual que las garras ancladas en la palma.
—Un Argent con afinidad por la conversación. Ya lo he visto todo —mofó—. Supongo que he de sentirme privilegiado, entonces. Aunque, debo admitir que tu prima ha sido bastante paciente conmigo —encogió los ojos, un tanto irritado otro más cansado—, echando a un lado algunas cicatrices, sigo vivo ¿no?
Comenzaba a preguntarse si era este el precio que pagaba por sus palabras altivas en contra del apellido D’Lizoni. Si todos los Santori estaban condenados a lidiar con víboras como los Argent o, si valía siquiera la pena. Ciertamente no imaginó que huir de sus responsabilidades implicaba ser asediado por cazadores y toda criatura que a la noche de la daba la maldita gana de crear; pudo escuchar el “te lo advertí” de su padre y la sonrisa burlona de los Chavanell. Últimamente podía escucharlos y verlos, a los tres, más de lo que alguna vez deseó. Pasó de largo, apenas unos centímetros, tan cerca como para mantener la absurda intimidad. La nueva Argent expedía un aura de locura y necesidad de libertad imposible de ignorar. Curiosidad bailaba en sus ojos. No faltaba preguntar si estaba dispuesta a lo que sea, pues podía verlo de la cabeza a los pies.
—No vayas a confundirme con los perros que tu tío está acostumbrado a cazar. Si todo lo que querías es un trago pudiste pedirlo antes.
Sigue el camino de regreso a la mansión, dejando en el aire la invitación. Seguro de escuchar los pasos de la joven, justo detrás de él y seguido hombro con hombro. No presta atención al hecho de que ha arribado con el torso desnudo, despeinado, descalzo y acompañado, si ha de ser honesto no le interesa, poco importa si es Anne quien les recibe. Sabe que en el pasado hubiese protegido los sentimientos de quien alguna vez fue su amiga más cercana siendo aquella la única razón por la que se abstenía de protestar respecto al absurdo matrimonio que le aguardaba. Sin embargo, desde los actos precipitados de la joven hechicera y la imprudencia precedida a su visita a Francia, la poca estima que restaba comenzaba a esfumarse.
—Cam…—intentó invocar su atención más el licántropo la brindó a Argent en cambio.
—Evita sacar tus armas —articuló sin mirarla—, mi prometida odia ver sangre en su futura casa —puntualizó con expresión neutra. Y es que no quedaba rastro alguno del lobo o el hombre que solía ser. La luna que le guía sabe que lo ha intentado mas el dolor ha sido más fuerte que su hijo arrojándolo fuera de la calzada que creyó suya y correcta. Guío a Reeva al bar improvisado del ala oeste. Quizás la protegida de Bastién tenía más que decir de lo que alardeaba y si las verdades han de ser dichas:1) un trago le vendría de maravilla empero 2) prefería hacerlo donde nadie les molestase.
Cameron D’ Lizoni- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/04/2016
Localización : Francia
Re: Wild Hearts «privado»
Reeva examinó al lobo curiosa mientras este se esforzaba en refutar el lazo que lo unía a su prima. Estaba a la defensiva y no necesitaba mostrarle las zarpas o fulminarle con el radioactivo ámbar de su mirada lobuna para dejárselo en claro, las palabras que escupía con hastío eran más que suficiente. Los pardos de Cameron se deslizaban sobre ella como una corriente de aguas bravas, dispuestos a arrasarla haber necesidad, mas como se lo había asegurado anteriormente, no guardaba intención de contender, no con él, mucho menos en aquella en noche, una velada de cielos despejados, cuarto menguante y fresca temperatura que no valía la pena desperdiciar.
Suspiró profundo. La verdad no lo culpaba, el hombre había perdido a su madre a manos de gente como ella, un delito que continuaba impune —no necesitaba ser un lince para reparar en el desprecio que este guardaba por los de su estirpe— y el séquito de Bastien le pisaba los talones, acechándolo día y noche con el fin de darle muerte. Era cierto que existían razones para emprender caza contra el lobo, como el asesinato del pobre diablo que alguna vez fue el prometido de su prima o la masacre en el bosque, sin embargo, el verdadero motivo de la cruzada tenía nombre y apellido, una mujer: Amara Argent.
— Quizá — se encogió de hombros, tal vez dándole la razón, tal vez no— Yo diría que eres la chispa que encendió el fuego…—Una sonrisa divertida le elevó las comisuras de los labios. La bestia era tenaz, pero ella contaba con la paciencia para amansarla—Cameron, podemos ser civilizados.
Entre palabras mordaces el hijo de la luna pareció ceder al fin, siguiendo de largo y dejando atrás su estela y lo que ella entendió como una invitación abierta. Rodeada de un aire divertido, Reeva optó por seguirlo en silencio, ciertamente, a veces era muy bocazas y no deseaba hacerlo cambiar de opinión.
Pronto se vieron frente a la fachada de una gran mansión, cercada por una suntuosa verja de acero, marcada en el centro con el escudo de la casa D’Lizoni. La inquisidora elevó la vista ligeramente, era aquella una propiedad vasta y excéntrica que hacía justicia a la cuenta bancaria del hombre. Había hecho bien su tarea y sabía que Cameron era el heredero de una gran fortuna; Sin embargo, aquello poco le impresionaba. Los Argent eran una familia adinerada, uno de los linajes más antiguos y poderosos de Francia, una que estirpe que se remontaba a las invasiones bárbaras más de mil años en atrás, una que, a pesar de la maldición ancestral que les enfrentaba a los Acer, aún continuaba en pie.
Bien sabía que a Cameron no le sería sencillo simpatizar con su esencia, pero existían cuestiones más allá de los conocimientos del joven lobo y todo se reducía a una sencilla afirmación: “el más fuerte sobrevive”, ese era el orden de la naturaleza y continuaría siéndolo por la eternidad. Reeva caminó a paso firme, siguiendo el camino dictado por los ajenos, cuyo dueño, con la vista fija en el frente, se rehusaba a obsequiarle siquiera una mirada.
Rodó los ojos exasperada, este sí que era un hueso duro de roer.
Bajo el umbral de la gigantesca casa aguardaba una jovencita menuda de cabellos de fuego y ojos grises. La mujer, con el entrecejo fruncido, pronunció el nombre del lobo en un vano intento por llamar su atención. Por su parte, Cameron, tras ignorarla por completo se volvió hacia a la inquisidora, con una frase que revelaba la posición de aquella minúscula presencia. Así que el lobo feroz tenía prometida… la castaña sonrió maliciosa, para ella esa era todo una novedad; no obstante, la hostil actitud que mostró el lobo hacia la que algún día seria su mujer, le enseñó exactamente cómo proceder.
— Ya te dije que no estoy aquí para pelear — Afirmó con el entrecejo fruncido, procediendo a sacar todas y cada una de las armas que escondía bajo sus ceñidas ropas ante los perplejos ojos del lobo— Si quieres que me quite algo más sólo tienes que pedirlo — Comentó divertida, robándole a la mujer un gruñido y al hombre una sonrisa que se vio forzado a disimular.
Sin decir más, la inquisidora dejó caer el pesado armamento en los brazos de la mujer que se tambaleó al recibirlo. Por la forma en que los argentados orbes la observaron, Reeva dedujo que a la prometida de D’Lizoni ganas no le faltaron de probar con ella alguna de las armas.
— No soy la sirvient… — Espetó la doncella ofendida
Reeva interrumpió la airada dicción.
— Gracias corazón, eres un encanto — Le guiñó un ojo y siguió de largo, continuando su camino en compañía del licántropo a quien se le veía más entretenido de lo que debería considerando su situación.
Caminaron hacia un salón en el ala oeste de la primera planta; por la extensión de este supuso que era un espacio destinado a reuniones formales. Tomando la iniciativa, la inquisidora se acercó a la barra y del extenso repertorio de licores escogió una fina botella de vodka. Con el licor entre sus manos, de un solo salto, la castaña se sentó en la barra y llamándolo con el índice, invitó a Cameron a acercarse.
Receloso el lobo se aproximó a ella.
— Más cerca — Pidió con una sonrisa coqueta; el hijo de la luna, vacilante, dio otro paso en su dirección, mas a ella eso no le pareció suficiente— Más — Lo insitó
Cameron hizo el amague de dar otro paso, pero esta vez Reeva lo abrazó del cuello con su diestra, atrayéndolo de un tirón hacia ella, llenando así el espacio dispuesto para él entre sus piernas. Las puntas de sus narices se rozaron etéreas, sus respiraciones colisionaron calmas y las esmeraldas de la inquisidora descendieron provocadoras a los labios del hombre.
— Abre la boca — Ordenó.
Esperaba alguna réplica por parte de su acompañante, pero antes de que pudiera reclamar le vertió el contenido de la botella en la boca, procediendo a limpiar con su lengua las gotas que se resbalaron por la mandíbula. Complacida, la castaña le sonrió, paladeando el sabor del licor.
— ¿Crees que a tu prometida le moleste? — Indagó, jugueteando con un mechón de cabello.
Suspiró profundo. La verdad no lo culpaba, el hombre había perdido a su madre a manos de gente como ella, un delito que continuaba impune —no necesitaba ser un lince para reparar en el desprecio que este guardaba por los de su estirpe— y el séquito de Bastien le pisaba los talones, acechándolo día y noche con el fin de darle muerte. Era cierto que existían razones para emprender caza contra el lobo, como el asesinato del pobre diablo que alguna vez fue el prometido de su prima o la masacre en el bosque, sin embargo, el verdadero motivo de la cruzada tenía nombre y apellido, una mujer: Amara Argent.
— Quizá — se encogió de hombros, tal vez dándole la razón, tal vez no— Yo diría que eres la chispa que encendió el fuego…—Una sonrisa divertida le elevó las comisuras de los labios. La bestia era tenaz, pero ella contaba con la paciencia para amansarla—Cameron, podemos ser civilizados.
Entre palabras mordaces el hijo de la luna pareció ceder al fin, siguiendo de largo y dejando atrás su estela y lo que ella entendió como una invitación abierta. Rodeada de un aire divertido, Reeva optó por seguirlo en silencio, ciertamente, a veces era muy bocazas y no deseaba hacerlo cambiar de opinión.
Pronto se vieron frente a la fachada de una gran mansión, cercada por una suntuosa verja de acero, marcada en el centro con el escudo de la casa D’Lizoni. La inquisidora elevó la vista ligeramente, era aquella una propiedad vasta y excéntrica que hacía justicia a la cuenta bancaria del hombre. Había hecho bien su tarea y sabía que Cameron era el heredero de una gran fortuna; Sin embargo, aquello poco le impresionaba. Los Argent eran una familia adinerada, uno de los linajes más antiguos y poderosos de Francia, una que estirpe que se remontaba a las invasiones bárbaras más de mil años en atrás, una que, a pesar de la maldición ancestral que les enfrentaba a los Acer, aún continuaba en pie.
Bien sabía que a Cameron no le sería sencillo simpatizar con su esencia, pero existían cuestiones más allá de los conocimientos del joven lobo y todo se reducía a una sencilla afirmación: “el más fuerte sobrevive”, ese era el orden de la naturaleza y continuaría siéndolo por la eternidad. Reeva caminó a paso firme, siguiendo el camino dictado por los ajenos, cuyo dueño, con la vista fija en el frente, se rehusaba a obsequiarle siquiera una mirada.
Rodó los ojos exasperada, este sí que era un hueso duro de roer.
Bajo el umbral de la gigantesca casa aguardaba una jovencita menuda de cabellos de fuego y ojos grises. La mujer, con el entrecejo fruncido, pronunció el nombre del lobo en un vano intento por llamar su atención. Por su parte, Cameron, tras ignorarla por completo se volvió hacia a la inquisidora, con una frase que revelaba la posición de aquella minúscula presencia. Así que el lobo feroz tenía prometida… la castaña sonrió maliciosa, para ella esa era todo una novedad; no obstante, la hostil actitud que mostró el lobo hacia la que algún día seria su mujer, le enseñó exactamente cómo proceder.
— Ya te dije que no estoy aquí para pelear — Afirmó con el entrecejo fruncido, procediendo a sacar todas y cada una de las armas que escondía bajo sus ceñidas ropas ante los perplejos ojos del lobo— Si quieres que me quite algo más sólo tienes que pedirlo — Comentó divertida, robándole a la mujer un gruñido y al hombre una sonrisa que se vio forzado a disimular.
Sin decir más, la inquisidora dejó caer el pesado armamento en los brazos de la mujer que se tambaleó al recibirlo. Por la forma en que los argentados orbes la observaron, Reeva dedujo que a la prometida de D’Lizoni ganas no le faltaron de probar con ella alguna de las armas.
— No soy la sirvient… — Espetó la doncella ofendida
Reeva interrumpió la airada dicción.
— Gracias corazón, eres un encanto — Le guiñó un ojo y siguió de largo, continuando su camino en compañía del licántropo a quien se le veía más entretenido de lo que debería considerando su situación.
Caminaron hacia un salón en el ala oeste de la primera planta; por la extensión de este supuso que era un espacio destinado a reuniones formales. Tomando la iniciativa, la inquisidora se acercó a la barra y del extenso repertorio de licores escogió una fina botella de vodka. Con el licor entre sus manos, de un solo salto, la castaña se sentó en la barra y llamándolo con el índice, invitó a Cameron a acercarse.
Receloso el lobo se aproximó a ella.
— Más cerca — Pidió con una sonrisa coqueta; el hijo de la luna, vacilante, dio otro paso en su dirección, mas a ella eso no le pareció suficiente— Más — Lo insitó
Cameron hizo el amague de dar otro paso, pero esta vez Reeva lo abrazó del cuello con su diestra, atrayéndolo de un tirón hacia ella, llenando así el espacio dispuesto para él entre sus piernas. Las puntas de sus narices se rozaron etéreas, sus respiraciones colisionaron calmas y las esmeraldas de la inquisidora descendieron provocadoras a los labios del hombre.
— Abre la boca — Ordenó.
Esperaba alguna réplica por parte de su acompañante, pero antes de que pudiera reclamar le vertió el contenido de la botella en la boca, procediendo a limpiar con su lengua las gotas que se resbalaron por la mandíbula. Complacida, la castaña le sonrió, paladeando el sabor del licor.
— ¿Crees que a tu prometida le moleste? — Indagó, jugueteando con un mechón de cabello.
Reeva Argent- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/10/2017
Re: Wild Hearts «privado»
La presencia del unigénito de la casa D’Lizoni le brindaba a su padre ausentarse durante días con la vana excusa de millares de asuntos pendientes cuando tanto hijo como padre saben no es otra su intención sino hacer que el muchacho lleve las riendas de lo que significa portar su apellido. Muchacho que desde al arribar en Italia no ha hecho más que buscar su familia materna en busca de las respuesta que no ha encontrado en Francia. El mismo que se revuelca en la invaluable alfombra aterciopelada, pálida como el hueso sobre la que alguna vez se echó a dormir en las piernas de Anne, en tardes que la mansión se encontraba lo bastante desolada para escuchar resonar sus latidos.
—¿Importa? —resopló en un gruñido profundo, mordisqueando los labios de la intrusa. Cediendo a sus instintos más salvajes. No importaba más quien fuese o las mentiras bien articuladas que osara pregonar la Argent. Atrapa la cabellera dorada de la muchacha y tira de ella lo bastante para verle el rostro y la sonrisa traviesas que desfila en sus labios. La acerca hacia él como si ya nada le importara y atrapa sus labios una vez. Ella intenta decir algo más pero no se lo permite, enganchandola en sus cinturas y dejándose caer sobre la alfombra sobre ella. Ese sin duda no era Cameron, o sí lo era, por supuesto que sí. Sin embargo, el viejo Cameron, para variar, hubiese respetado el hecho de tener a Anne al otro lado de la puerta escuchando gemidos a los que la servidumbre estaba ya acostumbrada.
Acarició los senos de la rubia, la despojó de sus ropas y no tuvo que tender una invitación para que la muchacha procediera hacer lo mismo con las pocas prendas que vestía. A diferencia del antiguo Cameron, este pensaba en Amara con cada centímetro de piel que Reeva le brindaba. Mas no se detuvo hasta saciar las ansias. Abrió las piernas de la Argent con la ferocidad que durante un tiempo no se había permitido; dados aquel punto donde sus dedos exploraban su vagina, era la Bestia quien se manifestaba en el estudio. Incansable, queriendo poseer cada fibra de su cuerpo.
Sus ojos se mostraban brillantes en el ámbar que denotaba su naturaleza. Y mientras escuchaba los pasos de su prometida alejarse embistió contra la rubia. Baja el paso tan solo lo suficiente para acercar los labios a la oreja, dar un mordisco y burló decir:—Puede que te lance algún encantamiento —carcajea haciendo alusión a lo enfurecida que debía estar Anne y lo temperamental que era capaz de ser.
—¿Importa? —resopló en un gruñido profundo, mordisqueando los labios de la intrusa. Cediendo a sus instintos más salvajes. No importaba más quien fuese o las mentiras bien articuladas que osara pregonar la Argent. Atrapa la cabellera dorada de la muchacha y tira de ella lo bastante para verle el rostro y la sonrisa traviesas que desfila en sus labios. La acerca hacia él como si ya nada le importara y atrapa sus labios una vez. Ella intenta decir algo más pero no se lo permite, enganchandola en sus cinturas y dejándose caer sobre la alfombra sobre ella. Ese sin duda no era Cameron, o sí lo era, por supuesto que sí. Sin embargo, el viejo Cameron, para variar, hubiese respetado el hecho de tener a Anne al otro lado de la puerta escuchando gemidos a los que la servidumbre estaba ya acostumbrada.
Acarició los senos de la rubia, la despojó de sus ropas y no tuvo que tender una invitación para que la muchacha procediera hacer lo mismo con las pocas prendas que vestía. A diferencia del antiguo Cameron, este pensaba en Amara con cada centímetro de piel que Reeva le brindaba. Mas no se detuvo hasta saciar las ansias. Abrió las piernas de la Argent con la ferocidad que durante un tiempo no se había permitido; dados aquel punto donde sus dedos exploraban su vagina, era la Bestia quien se manifestaba en el estudio. Incansable, queriendo poseer cada fibra de su cuerpo.
Sus ojos se mostraban brillantes en el ámbar que denotaba su naturaleza. Y mientras escuchaba los pasos de su prometida alejarse embistió contra la rubia. Baja el paso tan solo lo suficiente para acercar los labios a la oreja, dar un mordisco y burló decir:—Puede que te lance algún encantamiento —carcajea haciendo alusión a lo enfurecida que debía estar Anne y lo temperamental que era capaz de ser.
Cameron D’ Lizoni- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/04/2016
Localización : Francia
Re: Wild Hearts «privado»
¿Importaba? No, la verdad no podría interesarle menos lo que pensara o dejara de pensar la dueña de la sombra que se paseaba inquieta bajo el resquicio de la puerta, esa que hacía un esfuerzo sobrehumano por comprender lo que sucedía adentro aunque probable, posible y ciertamente ya suponía la respuesta. Para ser honesta lo único que le preocupaba en aquel momento era el ansioso recorrido de las manos del lobo a través de su sinuoso contorno y lo mucho que se estaba tardando en arrancarle la ropa.
A decir verdad Reeva no esperaba que aquella fuera una velada productiva, mucho menos que Cameron correspondiera a sus insinuaciones en lo más mínimo, pero ya que la situación se había desenvuelto sorpresivamente lo más plausible era permitir que las cosas fluyeran. Si bien a la inquisidora le gustaba nadar contracorriente, no había mejor forma de llevarle la contraria al cosmos que acostarse con el hombre a quien debía asesinar.
Ajustó las piernas a la cintura del lobo, su intimidad se ciñó a la erección que palpitaba tras la bragueta del pantalón y se disponía a conquistar sus profundidades. Sus dedos se enredaron entre los cabellos del hombre, despeinándolo en medio del fogoso arrebato mientras sus bocas presionaban hambrientas y sus lenguas se enredaban en un torbellino húmedo y pasional. Reeva apresó el labio inferior del hombre y tiró del él ladeando media sonrisa traviesa, invitándolo a imitarla, a probarla, a devorarla, a tomarla como quisiera y hacer de ella cuanto quisiera.
El ámbar que refulgía en la mirada de Cameron delataba el estado en que se encontraba, la bestia cedía a su instinto más primario, la reclamaba y eso a ella la prendía exponencialmente. Estaba tan excitada que poco y nada le importó cuando su espalda impactó contra la licorera, o contra la pared, y mucho menos cuando cayeron como fieras necesitadas sobre el suelo, dejando un rastro de vidrios rotos, cuadros caídos y madera astillada.
Las prendas salieron a volar. Insaciables del cuerpo del otro, ambos rodaron por la alfombra hasta que D’Lizoni se detuvo sobre ella. Reeva jadeaba desesperada. Sus turbios orbes esmeralda se centraron provocadores en la mirada radioactiva de su opuesto. Necesitaba más, mucho más y el hijo de la luna no tardó en complacer sus deseos: sin vacilación alguna se precipitó a tantear el terreno, explorando cada centímetro de la geografía de su cuerpo.
Cameron apretó sus pechos, lamió su piel y estimuló con los dedos empapada feminidad antes de embestirla, sumergiendo el endurecido miembro en las cálidas profundidades de su abismo. La inquisidora gritó y gimió placer en su estado más puro, tan fuerte que se quedó sin aliento.
La prometida del lobo, golpeó la puerta reiteradas veces casi chillando de la ira, llamando el nombre del que debía ser su hombre, pero de este no obtuvo respuesta. La única contestación que recibió la hechicera fueron los guturales gruñidos del licántropo y los gemidos de la rubia, cada vez más escandalosos. Estaban descontrolados.
Las uñas de la inquisidora se hundieron en la espalda del hombre y la arañaron sin tregua. Sus pieles friccionaban, la temperatura se elevaba, sus mejillas se coloreaban y su cuerpo se estremecía… mientras Cameron se apropiaba de él con violencia.
— Entonces has que valga la pena D’Lizoni —pidió desesperada— Fóllame duro.
A decir verdad Reeva no esperaba que aquella fuera una velada productiva, mucho menos que Cameron correspondiera a sus insinuaciones en lo más mínimo, pero ya que la situación se había desenvuelto sorpresivamente lo más plausible era permitir que las cosas fluyeran. Si bien a la inquisidora le gustaba nadar contracorriente, no había mejor forma de llevarle la contraria al cosmos que acostarse con el hombre a quien debía asesinar.
Ajustó las piernas a la cintura del lobo, su intimidad se ciñó a la erección que palpitaba tras la bragueta del pantalón y se disponía a conquistar sus profundidades. Sus dedos se enredaron entre los cabellos del hombre, despeinándolo en medio del fogoso arrebato mientras sus bocas presionaban hambrientas y sus lenguas se enredaban en un torbellino húmedo y pasional. Reeva apresó el labio inferior del hombre y tiró del él ladeando media sonrisa traviesa, invitándolo a imitarla, a probarla, a devorarla, a tomarla como quisiera y hacer de ella cuanto quisiera.
El ámbar que refulgía en la mirada de Cameron delataba el estado en que se encontraba, la bestia cedía a su instinto más primario, la reclamaba y eso a ella la prendía exponencialmente. Estaba tan excitada que poco y nada le importó cuando su espalda impactó contra la licorera, o contra la pared, y mucho menos cuando cayeron como fieras necesitadas sobre el suelo, dejando un rastro de vidrios rotos, cuadros caídos y madera astillada.
Las prendas salieron a volar. Insaciables del cuerpo del otro, ambos rodaron por la alfombra hasta que D’Lizoni se detuvo sobre ella. Reeva jadeaba desesperada. Sus turbios orbes esmeralda se centraron provocadores en la mirada radioactiva de su opuesto. Necesitaba más, mucho más y el hijo de la luna no tardó en complacer sus deseos: sin vacilación alguna se precipitó a tantear el terreno, explorando cada centímetro de la geografía de su cuerpo.
Cameron apretó sus pechos, lamió su piel y estimuló con los dedos empapada feminidad antes de embestirla, sumergiendo el endurecido miembro en las cálidas profundidades de su abismo. La inquisidora gritó y gimió placer en su estado más puro, tan fuerte que se quedó sin aliento.
La prometida del lobo, golpeó la puerta reiteradas veces casi chillando de la ira, llamando el nombre del que debía ser su hombre, pero de este no obtuvo respuesta. La única contestación que recibió la hechicera fueron los guturales gruñidos del licántropo y los gemidos de la rubia, cada vez más escandalosos. Estaban descontrolados.
Las uñas de la inquisidora se hundieron en la espalda del hombre y la arañaron sin tregua. Sus pieles friccionaban, la temperatura se elevaba, sus mejillas se coloreaban y su cuerpo se estremecía… mientras Cameron se apropiaba de él con violencia.
— Entonces has que valga la pena D’Lizoni —pidió desesperada— Fóllame duro.
Reeva Argent- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 17/10/2017
Re: Wild Hearts «privado»
Que si era la prima de Amara, si llevaba ese apellido que había llegado aborrecer. Qué si Anne se paseaba enfurecida por todo el lugar ¿Acaso debía importarle? Disfrutaba la tibiez cada vez que la penetraba, sus manos aferrada a la espalda y saborear sus pechos cubiertos de sudor. Era justo, llegó a la conclusión, de permitirle un poco de diversión a la bestia.
Sus iris se apagaron dando paso al par lobuno se que se apoderaba de él cuando el hombre se perdía junto a la bestia. Quizás era entonces la primera vez que se entregaba durante tanto tiempo. el letargo era inusual y muy bien sabía que tampoco le importaba.
Tan solo estaba paseando la bestia que todos aclamaban ver en él; le mostraba a Anne que marcharse era por mucho lo más inteligente que podría hacer, que le hacía un favor con alejarla de lo que fuera en que él se estuviese convirtiendo. Para cuando Anne se cansó de golpear la puerta y no escuchó más sus pasos en el corredor dejó caer la espalda contra la alfombra.
Dejó escapar un leve gruñido y la sorpresa le resultó desconcertante. Puso asegurar que Reeva decía algo más no prestó atención, se puso en pie sin esfuerzo y fue por la bandeja de plata que yacía en el bar: los ojos aún refulgían del color del ámbar y los caninos se mostraban relucientes como si no se encontraran en plena intemperie.
—Grandioso —gruñó. Ordenó a la bestia al menos ocultar los rasgos y procedió a servirse un trago. Sintió los colmillos regresar a su tamaño humano mas no se molestó y verificar que el color de los ojos hubiesen hecho lo mismo—. Entonces —dijo sirviendo dos copas de whisky—, ¿Ahora es cuando dices que viniste a buscar o…?
Le entregó el vaso de cristal. Lucía tan salvaje desnuda y con el cabello alborotado, supuso que era la bestia quien congeniaba con la mujer y resolvió no prestar atención a lo que fuese que el animal pedía.
—¿Qué quieres?
Sus iris se apagaron dando paso al par lobuno se que se apoderaba de él cuando el hombre se perdía junto a la bestia. Quizás era entonces la primera vez que se entregaba durante tanto tiempo. el letargo era inusual y muy bien sabía que tampoco le importaba.
Tan solo estaba paseando la bestia que todos aclamaban ver en él; le mostraba a Anne que marcharse era por mucho lo más inteligente que podría hacer, que le hacía un favor con alejarla de lo que fuera en que él se estuviese convirtiendo. Para cuando Anne se cansó de golpear la puerta y no escuchó más sus pasos en el corredor dejó caer la espalda contra la alfombra.
Dejó escapar un leve gruñido y la sorpresa le resultó desconcertante. Puso asegurar que Reeva decía algo más no prestó atención, se puso en pie sin esfuerzo y fue por la bandeja de plata que yacía en el bar: los ojos aún refulgían del color del ámbar y los caninos se mostraban relucientes como si no se encontraran en plena intemperie.
—Grandioso —gruñó. Ordenó a la bestia al menos ocultar los rasgos y procedió a servirse un trago. Sintió los colmillos regresar a su tamaño humano mas no se molestó y verificar que el color de los ojos hubiesen hecho lo mismo—. Entonces —dijo sirviendo dos copas de whisky—, ¿Ahora es cuando dices que viniste a buscar o…?
Le entregó el vaso de cristal. Lucía tan salvaje desnuda y con el cabello alborotado, supuso que era la bestia quien congeniaba con la mujer y resolvió no prestar atención a lo que fuese que el animal pedía.
—¿Qué quieres?
Cameron D’ Lizoni- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 20/04/2016
Localización : Francia
Re: Wild Hearts «privado»
No le tomó mucho tiempo descifrar que no era Cameron quien la tomaba sino la bestia que habitaba en él y, para cuando alcanzó el clímax del acto sexual, ya se lo había dejado más que claro. Su existencia entera se estremeció bajo las manos de aquel hombre y, entre la fricción de sus pieles, ígneas, perladas en sudor a causa del salvaje encuentro, fue asaltada por sensación como ninguna otra, un hormigueo abrumador pero delicioso que se originó en su centró de placer y se expandió por todo su cuerpo, calando hasta lo más profundo de sus cimientos.
Un grito final, fuerte y desgarrador se escapó de sus labios al alcanzar el éxtasis… luego completo silencio, uno sepulcral, apenas alcanzaba a escuchar la colisión de sus respiraciones agitadas y el eco los pasos lóbregos de la mujer al otro lado de la puerta, que cada vez sonaban más lejos.
— ¿Y ahora qué?
Cameron, se dejó caer laxo a su lado ignorando su indagación y mientras recuperaba el aliento, la examinó fugazmente, frunció el entrecejo y en seguida se levantó como si no hubiera pasado nada. Reeva no dijo nada, solo se limitó a seguir los movimientos del lobo con sus astronómicas esmeraldas, mientras este se acercaba a la barra y servía dos sendos vasos de whisky, indagando qué era eso que había ido a buscar.
La inquisidora recibió el recipiente que le entregó su opuesto, lo miró, revolvió el líquido moviendo circularmente la copa y de un solo trago bebió todo el contenido. Eso había sido todo, sexo violento y salvaje, sin caricias, o palabras dulces, o pausas afectuosas. Para ella había estado perfecto, en la cama le gustaba que la trataran mal, que le dijeran que era una perra, que la follaran duro y luego seguir su camino sin ataduras.
Se levantó, dejó el vaso sobre la barra y comenzó a recoger las prendas de ropa que quedaron esparcidas por toda la habitación.
— Bastien me ha enviado para matarte —Apunto mientras comenzaba a vestirse, colocándose las bragas y luego el pantalón — Pero ya tuvimos esa conversación — Enfundó su torso en la camisola y luego se rodeó la cintura con el corsé, anudando las cintillas con paciencia — La verdad, Cameron, es que tengo curiosidad, la razón por la que accedí a venir no fue por que mi tío me lo ordenó, sino porque la primera vez que escuché tu nombre no ha sido de su boca y estoy segura que no es una simple coincidencia — El licántropo ladeó la cabeza y frunció el entrecejo, posiblemente confundido, Reeva se cruzó de brazos y lo observó con severidad, la hora de juegos había terminado — Necesito saber qué es lo que pasa contigo… con Amara y cómo eso me afecta a mí… iba a preguntárselo a ella, pero aparentemente no puedo obtener las respuestas que necesito pues ha huido con otro lobo y no tengo idea de dónde encontrarla, así que he venido aquí — Se percató de como las facciones del castaño se tensaron, era un tema sensible, así que decidió no ahondar mucho en ello — ¿Sabes quién es Hyun Seung?
La curiosidad no siempre era una cualidad y en ella se tornaba peligrosa, especialmente cuando la necesidad de entender lo desconocido la impulsaba a nadar contracorriente. Ella si sabía quién era el milenario, sabía de lo que era capaz y que lo más sensato era no inmiscuirse en sus asuntos; sin embargo, le latía que existía otro motivo a todo lo que acontecía, un algo que le fastidiaba no saber. El milenario no era simplemente un vampiro que buscaba saciar las ansias más carnales entre sus piernas, no, Reeva estaba segura de que el trasfondo era mucho mayor y, fuere lo que fuere, lo iba a averiguar.
Un grito final, fuerte y desgarrador se escapó de sus labios al alcanzar el éxtasis… luego completo silencio, uno sepulcral, apenas alcanzaba a escuchar la colisión de sus respiraciones agitadas y el eco los pasos lóbregos de la mujer al otro lado de la puerta, que cada vez sonaban más lejos.
— ¿Y ahora qué?
Cameron, se dejó caer laxo a su lado ignorando su indagación y mientras recuperaba el aliento, la examinó fugazmente, frunció el entrecejo y en seguida se levantó como si no hubiera pasado nada. Reeva no dijo nada, solo se limitó a seguir los movimientos del lobo con sus astronómicas esmeraldas, mientras este se acercaba a la barra y servía dos sendos vasos de whisky, indagando qué era eso que había ido a buscar.
La inquisidora recibió el recipiente que le entregó su opuesto, lo miró, revolvió el líquido moviendo circularmente la copa y de un solo trago bebió todo el contenido. Eso había sido todo, sexo violento y salvaje, sin caricias, o palabras dulces, o pausas afectuosas. Para ella había estado perfecto, en la cama le gustaba que la trataran mal, que le dijeran que era una perra, que la follaran duro y luego seguir su camino sin ataduras.
Se levantó, dejó el vaso sobre la barra y comenzó a recoger las prendas de ropa que quedaron esparcidas por toda la habitación.
— Bastien me ha enviado para matarte —Apunto mientras comenzaba a vestirse, colocándose las bragas y luego el pantalón — Pero ya tuvimos esa conversación — Enfundó su torso en la camisola y luego se rodeó la cintura con el corsé, anudando las cintillas con paciencia — La verdad, Cameron, es que tengo curiosidad, la razón por la que accedí a venir no fue por que mi tío me lo ordenó, sino porque la primera vez que escuché tu nombre no ha sido de su boca y estoy segura que no es una simple coincidencia — El licántropo ladeó la cabeza y frunció el entrecejo, posiblemente confundido, Reeva se cruzó de brazos y lo observó con severidad, la hora de juegos había terminado — Necesito saber qué es lo que pasa contigo… con Amara y cómo eso me afecta a mí… iba a preguntárselo a ella, pero aparentemente no puedo obtener las respuestas que necesito pues ha huido con otro lobo y no tengo idea de dónde encontrarla, así que he venido aquí — Se percató de como las facciones del castaño se tensaron, era un tema sensible, así que decidió no ahondar mucho en ello — ¿Sabes quién es Hyun Seung?
La curiosidad no siempre era una cualidad y en ella se tornaba peligrosa, especialmente cuando la necesidad de entender lo desconocido la impulsaba a nadar contracorriente. Ella si sabía quién era el milenario, sabía de lo que era capaz y que lo más sensato era no inmiscuirse en sus asuntos; sin embargo, le latía que existía otro motivo a todo lo que acontecía, un algo que le fastidiaba no saber. El milenario no era simplemente un vampiro que buscaba saciar las ansias más carnales entre sus piernas, no, Reeva estaba segura de que el trasfondo era mucho mayor y, fuere lo que fuere, lo iba a averiguar.
Reeva Argent- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/10/2017
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