Un mystère c'est la plus profonde chose qu'il y ait pour l'imagination humaine [Privado Simonetta Di Vincenzo]

por **Emanuelle Di Gennaro** Jue Dic 29, 2011 1:40 pm

Eran las tres de la tarde. Acababa de salir del Banco. Mientras me ponía los guantes de cuero negro, mis pensamientos vagaban entre colosales sumas de dinero y millonarias inversiones en el extranjero. Estaba más que satisfecho con mi trabajo. Aquella tarde, lejos de ser tediosa, se me había pasado extrañamente rápido. El mundo de los negocios podía resultar muy absorbente, pero más de cuatrocientos años de experiencia lo transforman en una actividad que podría considerar incluso relajante. De todas maneras había pasado más de dos horas deseando volver a mi hogar. A la cálida atmósfera de mi intimidad, donde no me veía constantemente asediado por las mortíficas ganas de abalanzarme sobre algún desprevenido y beber su vital fluído. Las calles estaban bastante pobladas, a pesar del frío lacerante de un otoño que no se tardaría mucho en finalizar, y mis ojos se pasearon durante un segundo, prestando atención a nimiedades. Coches, abrigos de piel, la tibieza de la sangre humana que tanto ansiaba mi inmortalidad.

Una mujer muy llamativa, quizá por lo extravagante y elegante de su imagen, quizá por el embriagante aroma de su sangre mezclada con un delicioso perfume, atrapó mis ojos al salir detrás de mi por la puerta del Banco. Me invadió una sorpresiva curiosidad. Se colocaba el abrigo mientras revolvía con sus delicadas manos un pequeño bolso e intentaba sin éxito quitar su rubia cabellera del medio, todo, sin mirar hacia adelante. Sonreí y no le advertí del inminente choque, porque era la excusa perfecta para entablar una conversación. Cuando alzó los ojos estaba a escasos centímetros de mi. Se sobresaltó un poco, pero la acogí con una cálida sonrisa -tan cálida como era posible viniendo de un cuerpo gélido y muerto como el mío.- No llegamos a colisionar, pero la proximidad exigía una disculpa. La intensidad de su aroma era abrumadora a tan escasos centímetros, distancia desde la cual podía oír perfectamente el sonido de su sangre golpeando contra sus arterias y el latir de su bomba impulsora. Me aparté apenas y mirándola a los ojos le dije intentando sonar convincente -Oh madame, disculpe mi falta de cuidado. Estaba completamente distraído.- Ella sonrió, no supe si por la obviedad falsa de mi afirmación o porque el breve encuentro le resultaba gracioso en lugar de incómodo. Se disculpó también, y aunque se veía bastante ocupada y atareada, me tomé el atrevimiento de invitarle un café.

-Soy nuevo en la ciudad, ¿sería poco prudente de mi parte si le invito un café?, creo que el frío y el destino mismo conspiran para que así sea.

por **Antonia Raisa Di Farnesio** Jue Dic 29, 2011 6:23 pm

Había llegado al Banco en el cual trabajaba des de mi llegada a Francia como manera de encubrir mis segundas actividades pero también como medida para aumentar la fortuna de mi familia. Estaba firmando unos papeles de acceso a ciertas sumas de dinero en mi propio despacho, que tenia la puerta abierta para ver a mis trabajadores, cuando los pasos fuertes de alguien adentrándose en el banco. No era algo tan inusual ya que mucha gente pasaba a diario por aquel lugar pero el hombre que había entrado me llamo escandalosamente la atención.

Era alto, con una complexión bastante robusta, su barba corta y su pelo le sentaban genial. Me sorprendí en ese momento a mi misma mirándole, y encima admirándole des de la silla en la que estaba sentada cosa que me escandalizo. Para él era imposible verme y di gracias a Dios por eso ya que tenia bastante problemas como para añadir uno más a mi larga lista. Estaba desconcertada pues yo no era de las mujeres que miraran a los hombres, de echo había rechazado a todos y cada uno de los jóvenes apuestos que se me habían acercado a lo largo de la vida pero este, este aun que no me veía se podía notar que era diferente. Cosa que me hizo sospechar y con bastante sigilo me fui acercando a la puerta que unía mi despecho y el resto del banco para admirarlo más que analizarlo, intentando enfocar otro punto de vista, pero resulto bastante imposible y aun más cuando le sonrío a mi empleada y con una inclinación de cabeza fue saliendo del banco.

Estaba tan ensimismada que no me di cuenta que me mordía el labio suavemente. Tuve que hacer uso de todas mis fuerzas para enderezarme e ir a por mi bolso y mi abrigo, el que no muchos minutos atrás había dejado en la percha. Salí a toda prisa ignorando las quejas de mis empleados y sentí el frío del invierno sobre mi piel desnuda por escote del pecho y los brazos cosa que me hizo tiritar. Tenia que ponerme el abrigo primero y luego empezar a buscar, tenia que encontrar la manera de explicarme por que aquel hombre me había echo reaccionar así pues hasta el momento ningún otro lo había logrado, salvo el canalla que había matado a mi madre con su venenosa sangre muchos años atrás y que ahora yacía muerto en las profundidades de la tierra con la cabeza cortada y una estaca en el corazón.

"Vampiro" grito la voz de mi cabeza mientras lograba por fin ponerme el abrigo y empezaba a caminar sin fijarme mientras me arreglaba todas las ropas para que estuviesen buen puestas. Estaba tan distraída en arreglar todos los desperfectos de mi vestimenta para poder luego buscarlo que no me di cuenta de que el camino que había ante mi dirección era mas importante. Por ello choque con lo que parecía una piedra por que era dolorosamente dura y cuando levante la vista para enfrentarme a mi despiste vi aquellos ojos y luego una sonrisa acogedora que me intimido en cierto modo un poco.

Estuve inmóvil durante unos bastante segundos hasta que fuí capaz de reaccionar por el sonido de su voz y alejarme lo suficiente como para que no pareciese eso un encuentro entre amantes. De echo después de haber sentido la dureza de su torso y sus gélidas manos que traspasaban incluso el caluroso abrigo con su frío estaba segura de que quería mantener una distancia de seguridad entre nosotros. Mis alarmas internas gritaban ahora más que nunca pero el papel de la dulce Simi que empece a interpretar en el mismo momento que abrí los labios para contestar a sus preguntas era mucho más fuerte que la temerosa Simonetta por el tipo de condenado que podría ser aquel hombre.

-No se disculpe signore, usted no tuvo la culpa en ningún caso. Yo soy la distraída en todos los momentos. Mi cabeza esta pensando en demasiadas cosas a la vez y es lo que ocurre cuando no estoy del todo centrada -replique con un leve acento italiano y luego escuche atentamente su petición. Quería un ¿Café? ¿Conmigo? Aquel hombre debía de estar mal. Los rumores sobre mi no es que fuesen los mas agradables del mundo pero claro esta que no le había dicho ni como me llamaba ni quien era.

-¿Cree usted en el destino signore? Me parece que ya somos algo mayorcitos los dos como para hablar de cuentos de hadas. El destino no existe y nunca va a existir, al menos no en mi mundo. Pero si le cuento una cosa ¿Promete no contársela a nadie? Existen las coincidencias casuales y da la casualidad de que usted y yo nos encontramos aquí en este momento. Así que si acepto su petición pero con una condición. Que se presente ante mi como Dios manda y yo también lo haré a su debido tiempo.

Me quede realmente a gusto al acabar de hablar y sonreí con una de mis típicas sonrisas que desprendían alegría y misterio aun que por dentro muchas veces no me sentía así. Pero ya iba siendo hora de jugar un poco y no tenia pensado desperdiciar esa oportunidad.

por **Emanuelle Di Gennaro** Sáb Ene 14, 2012 5:08 am

El destino no existe... ¿Desde cuándo la gente había dejado de creer en ello?, y de todas maneras, ¿Qué más daba?, si solo era un mero palabrerío con el cual iniciar la conversación. Miré a la extraña y atractiva rubia, que acababa de abotonarse el abrigo, con un encanto avasallador. A juzgar por su aspecto y porte, era una dama de obvia clase, además de ser una belleza poco común con sus enormes ojos azules y gruesos labios rojos. Había algo en ella -algo lejano y oscuro, casi indescifrable- que me llamaba poderosamente la atención. Sin duda esa mujer no era todo lo que mostraba, sino mucho más. Recorrí con mi vista la angelical delicadeza de sus facciones, ligeramente exóticas e indudablemente misteriosas, apartando bruscamente los ojos cada vez que mis diminutas pupilas osaban posarse en los latidos de sus carótidas, apenas cubiertas con la fragante piel de su esbelto cuello. Sin duda deseaba saber más sobre la extraña mujer, aunque una corazonada -si es que le puedo llamar así- me rogaba que fuese cuidadoso, y que no dudara en medir cada una de mis palabras al momento de dirigirme a ella. Si algo me había quedado claro en mis cuatrocientos años como no humano, era que la mayor parte de las personas no solo le temían a los vampiros y otros seres sobrenaturales, sino que algunos se dedican exclusivamente a asediarlos, perseguirlos y torturarlos hasta la muerte. Ser cuidadoso nunca estaba de más. Observé como las mejillas de la dama comenzaban a ruborizarse, anunciando que el abrigo había logrado mantener el calor que el metabolismo de su cuerpo producía. El dulce y vital calor que tantas veces extrañaba poseer, y que me había convertido otras tantas en un implacable y cruel asesino.

Por supuesto, ¿A quién se le ocurriría ofrecerle un café a una perfecta desconocida sin siquiera preguntar antes su nombre?. Me sentí un poco incómodo durante una fracción de segundo, que se me hizo eterna. Jamás actuaba con tal impulsividad e impaciencia. La resolución y decisión que había en sus palabras me sofocaban. Recordé brevemente la noche en que conocí a mi esposa, la única mujer en cientos de años que había logrado intimidarme, enfrentándome decididamente y dejándome sin palabras y argumentos cuando apenas era una niña de catorce años. Adoraba las charlas con ese tipo de féminas, con las que podía comenzar hablando de negocios y encontrarme luego escuchando con intriga las historias sobre sus viajes a lejanos y exóticos paises más allá de las fronteras de Europa. Esas eran las mujeres, las pocas mujeres -salvajes y apasionadas- que lograban llegar conmigo a algo más allá de un revolcón en mi cama y a las que me veía en la obligación de tratar como a iguales, dejando a un lado las diferencias de género, que dicho sea de paso, me parecían bastante toscas y absurdas.

-Que mal me siento signorina, me disculpo sinceramente. Fué muy poco correcto y elegante de mi parte no presentarme primero. Soy Emanuelle Di Gennaro, Conde del Sacro Imperio Romano, y es un placer- Dije en francés acudiendo a todo lo que quedaba de mi acento italiano, mientras me inclinaba un poco ante la joven.-Ahora deseo conocer el nombre de la preciosa señora que tengo ante mi-Espeté bajando un poco la voz, mientras una violenta e inesperada ventisca despeinaba mis cortos cabellos y hacía revolotear sus largos mechones rubios que contrastaban como los dorados rayos del sol con la moribunda atmósfera otoñal.

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