AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cuando la luna se ausenta
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Cuando la luna se ausenta
PRIVADO
Todos ocultan algo. Las personas que pasan tienen secretos y él no es la excepción en medio de ellos. Hace tiempo había sido un gitano que se ganaba la vida con sus trucos y que no conocía más que un mundo limitado de posibilidades. Regresó a Paris con una percepción diferente, tenía dinero que le heredo un abuelo que nunca conoció y ganaba mucho más de lo que ganaba cuando era gitano aunque su actual trabajo fuera mucho más difícil. Con todos los buenos cambios que había tenido en su vida cualquiera en su lugar sería feliz pero la verdad era que nunca antes se sintió tan solo como aquel atardecer en el que caminaba en las calles de Paris sin que lo que antes le parecía maravilloso le causara algún efecto en el presente. Su carácter en os últimos meses fue sometido a pruebas y no podía más que demostrar frialdad porque era un asesino y para ello estaba entrenado.
Sentía que ya no pertenecía a ese lugar ni a ningún otro y entonces lo recordó, un lugar donde solo los de su raza podían entrar, quizá un rincón en Paris donde siquiera pudiera sentir que pertenencia. Siguió caminando con las manos en los bolsillos del pantalón, la mirada en el suelo viendo pasar las sombras que parecían danzantes en ese momento en que el sol ya estaba ocultándose en el cielo. La sombra de un señor de sombrero de copa, la sombra de un anciano con pipa, la sombra de un gato que salta de un techo a otro, la sombra de la mujer que lleva de la mano a un niño que trata a toda costa de ir a la dulcería. Hace una mueca similar a una sonrisa, sus sentidos captan toda clase de olores y sonidos a medida que va caminando y ya no le molesta porque ya está acostumbrado a todo ello, cuando quisiera podría dejar su mente en blanco pero no lo desea porque esos sonidos y olores son lo único que lo atan a esa realidad y que le hacen sentir que existe.
Piensa en Alice, su hermana, la gitana, la de cabellos oscuros, la de sonrisa amable. Piensa en que le tiene que confesar que es un licántropo, que su padre lo fue y que lo mordió para que el también lo sea y que así una larga herencia pudiera seguir. Gracias a esto piensa en que si algún día tiene un hijo también lo tendrá que morder para que sea un licántropo porque el convenio de su familia estaba firmado desde antes que el naciera y lo tenía que cumplir o tenía que morir. Piensa en que los zapatos de gitano son mas cómodos que los de los señores de la alta sociedad, le molesta la ropa que lleva porque le hace sentirse apresado por costumbres que nunca compartió pero tiene que llevarlas a cabo porque ahora él es ‘importante’ o se mueve en el circulo de los hombres ‘importantes’ donde protege incluso a reyes que nunca pensó ver de cerca y que como él, ocultan un secreto.
Finalmente se detiene, entra por un callejón, sale a una calle, pasa por otro y una vuelta a la derecha para luego dar dos a la izquierda y se encuentra en ese lugar donde se supone están todos aquellos que comparten su naturaleza. Solo espera no entrar y encontrarse con un montón de lobos, luego piensa que es imposible porque el sol aun no ha terminado de entrar y no son noches de luna por lo que están seguros bajo su forma humana aunque dentro de sus entrañas aúlle la bestia por despertar. Llegó a dar dos pasos luego de abrir la puerta, se volteo para cerrarla y avanzó hasta la barra del bar, el lugar parecía de buen estatus y aunque algunas mesas estaban ocupadas por individuos de miradas que provocaban a retarles simplemente se sintió acogido de una extraña forma cuando el cantinero detrás de la barra le sirvió algo sin que el siquiera lo hubiera pedido. Era fácil reconocerse por el olor, allí todos eran licántropos, lo había confirmado, incluso el cantinero lo era. Bebió el primer sorbo del vaso, era whisky, se sintió feliz que no fuera vino porque al estar cerca de los vampiros en sus últimas noches eso era lo único que había bebido para aplacar su sed. Le quemó un poco la garganta, era un whisky de sabor fuerte, el cantinero le menciono que era la principal bebida de la casa ya que el dueño al parecer era un escocés.
En seguida una mujer entro por la puerta principal y todos cambiaron la mirada por un gesto afectuoso, al parecer todos la conocían. El cantinero le sonrió saludándole desde allí y ella se acerco a la barra. Jean Antoine sintió su mirada posada en él pero no se atrevió a mirarla, por poco se mete entre los hombros la cabeza para evitarla y dar otro sorbo a su whisky, momento en que el impulso lo venció y la miró. Ella pareció percatarse, el sonrió apenas y luego miró hacia otro lado porque nunca había tratado con una mujer licantropa y estaba seguro que no le resultarían las costumbres de su vida de gitano con las mujeres porque el ya no era ese hombre y ya no sabía cómo actuar ni mucho menos si debía hacerlo después de todas las recomendaciones que le habían hecho por mantener un bajo perfil sobre su naturaleza a su llegada a Paris.
Todos ocultan algo. Las personas que pasan tienen secretos y él no es la excepción en medio de ellos. Hace tiempo había sido un gitano que se ganaba la vida con sus trucos y que no conocía más que un mundo limitado de posibilidades. Regresó a Paris con una percepción diferente, tenía dinero que le heredo un abuelo que nunca conoció y ganaba mucho más de lo que ganaba cuando era gitano aunque su actual trabajo fuera mucho más difícil. Con todos los buenos cambios que había tenido en su vida cualquiera en su lugar sería feliz pero la verdad era que nunca antes se sintió tan solo como aquel atardecer en el que caminaba en las calles de Paris sin que lo que antes le parecía maravilloso le causara algún efecto en el presente. Su carácter en os últimos meses fue sometido a pruebas y no podía más que demostrar frialdad porque era un asesino y para ello estaba entrenado.
Sentía que ya no pertenecía a ese lugar ni a ningún otro y entonces lo recordó, un lugar donde solo los de su raza podían entrar, quizá un rincón en Paris donde siquiera pudiera sentir que pertenencia. Siguió caminando con las manos en los bolsillos del pantalón, la mirada en el suelo viendo pasar las sombras que parecían danzantes en ese momento en que el sol ya estaba ocultándose en el cielo. La sombra de un señor de sombrero de copa, la sombra de un anciano con pipa, la sombra de un gato que salta de un techo a otro, la sombra de la mujer que lleva de la mano a un niño que trata a toda costa de ir a la dulcería. Hace una mueca similar a una sonrisa, sus sentidos captan toda clase de olores y sonidos a medida que va caminando y ya no le molesta porque ya está acostumbrado a todo ello, cuando quisiera podría dejar su mente en blanco pero no lo desea porque esos sonidos y olores son lo único que lo atan a esa realidad y que le hacen sentir que existe.
Piensa en Alice, su hermana, la gitana, la de cabellos oscuros, la de sonrisa amable. Piensa en que le tiene que confesar que es un licántropo, que su padre lo fue y que lo mordió para que el también lo sea y que así una larga herencia pudiera seguir. Gracias a esto piensa en que si algún día tiene un hijo también lo tendrá que morder para que sea un licántropo porque el convenio de su familia estaba firmado desde antes que el naciera y lo tenía que cumplir o tenía que morir. Piensa en que los zapatos de gitano son mas cómodos que los de los señores de la alta sociedad, le molesta la ropa que lleva porque le hace sentirse apresado por costumbres que nunca compartió pero tiene que llevarlas a cabo porque ahora él es ‘importante’ o se mueve en el circulo de los hombres ‘importantes’ donde protege incluso a reyes que nunca pensó ver de cerca y que como él, ocultan un secreto.
Finalmente se detiene, entra por un callejón, sale a una calle, pasa por otro y una vuelta a la derecha para luego dar dos a la izquierda y se encuentra en ese lugar donde se supone están todos aquellos que comparten su naturaleza. Solo espera no entrar y encontrarse con un montón de lobos, luego piensa que es imposible porque el sol aun no ha terminado de entrar y no son noches de luna por lo que están seguros bajo su forma humana aunque dentro de sus entrañas aúlle la bestia por despertar. Llegó a dar dos pasos luego de abrir la puerta, se volteo para cerrarla y avanzó hasta la barra del bar, el lugar parecía de buen estatus y aunque algunas mesas estaban ocupadas por individuos de miradas que provocaban a retarles simplemente se sintió acogido de una extraña forma cuando el cantinero detrás de la barra le sirvió algo sin que el siquiera lo hubiera pedido. Era fácil reconocerse por el olor, allí todos eran licántropos, lo había confirmado, incluso el cantinero lo era. Bebió el primer sorbo del vaso, era whisky, se sintió feliz que no fuera vino porque al estar cerca de los vampiros en sus últimas noches eso era lo único que había bebido para aplacar su sed. Le quemó un poco la garganta, era un whisky de sabor fuerte, el cantinero le menciono que era la principal bebida de la casa ya que el dueño al parecer era un escocés.
En seguida una mujer entro por la puerta principal y todos cambiaron la mirada por un gesto afectuoso, al parecer todos la conocían. El cantinero le sonrió saludándole desde allí y ella se acerco a la barra. Jean Antoine sintió su mirada posada en él pero no se atrevió a mirarla, por poco se mete entre los hombros la cabeza para evitarla y dar otro sorbo a su whisky, momento en que el impulso lo venció y la miró. Ella pareció percatarse, el sonrió apenas y luego miró hacia otro lado porque nunca había tratado con una mujer licantropa y estaba seguro que no le resultarían las costumbres de su vida de gitano con las mujeres porque el ya no era ese hombre y ya no sabía cómo actuar ni mucho menos si debía hacerlo después de todas las recomendaciones que le habían hecho por mantener un bajo perfil sobre su naturaleza a su llegada a Paris.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la luna se ausenta
Crepúsculo. Ese momento en el que la noche se apodera del día, donde el sol se marcha para dejar lugar a la brillante luna. Las familias ricas se reunían para cenar y las muy pobres buscaban un fuego un lugar donde calentarse. Yo, por el contrario, volvía de un largo paseo por las calles de París, observando todo lo que me rodeaba y absorta en mis pensamientos. Siempre había pensado que París era una de las ciudades más hermosas del mundo pero no me gustaba la gran diferencia de estatus social que había en los barrios de la ciudad. Pertenecía a la clase media antes de convertirme en lo que soy, y podía entender a aquellos que luchan sin descanso por tener algo que llevarse a la boca.
Sin embargo, todo ha cambiado. Mi padre, convertido en vampiro mató a toda mi familia y casi logra liquidarme si no fuera por Lucien. Él me salvó dándome esta nueva vida. Una vida de riquezas, pero también de restricciones, secretos y dolor. Era un precio a pagar por vivir y nunca me he arrepentido de cuando le supliqué a Lucien, malherida y casi sin conocimiento, que me salvara. Ese hecho cambió mi vida provocando un giro inesperado en el destino, pues no solo cambió mi forma de vivir sino también mi personalidad, volviéndome en ocasiones dura y cruel con una lengua bastante afilada, y en otras ocasiones, gentil, amable y divertida.
Mi padre adoptivo me pidió que fuera al Moonlight para recogerle unos papeles de camino a casa, así giré sobre mis talones y me dirigí hacia la posada. En la puerta estaban James y Nikko, un inglés y un compatriota danés, y como no, licántropos. Al verme llegar hicieron un gesto con la cabeza y Nikko me abrió la puerta. - Mange tak, Nikko- le agradecí e nuestro idioma natal. En seguida me llegaron todos aquellos olores que hacían ese lugar tan familiar, un olor que alejaba a los vampiros de la zona, pues toda persona allí presente eran licántropos.
-Señorita Erin- me dijo el posadero mientras limpiaba la barra. Yo sonreí a mi amigo con complicidad y lo saludé con la mano. Observé el ambiente del bar. La verdad es que, esta noche había mucha gente, pero solo una persona me llamó la atención. Se trataba de un joven nuevo, se notaba en el olor, y que nunca había pasado por allí. Parecía tenso como si se estuviera obligando a sí mismo no moverse. Me encogí de hombros y caminé saludando a los que se dirigían a mí. Sin embargo, noté unos ojos observando, por lo que me giré sin pensarlo y allí estaba él, mirando mis movimientos y observando lo que hacía ”parece que no pudo evitarlo” pensé contemplando la sonrisa que me dirigió y la rapidez con la que desvió la mirada para concentrarse en el vaso que tenía enfrente.
Solté una carcajada y seguí a lo mío durante unos minutos más, mientras el hombre me daba la espalda. Luego me acerqué a la barra y me senté a unos escasos metros de él. –François, ponme lo mismo que él- dije señalandolo con el pulgar y dirigiendole una sonrisa pícara. El posadero se acercó y puso cara de malos amigos, entendí la razón al instante. –señorita, lo siento pero ya sabe que al Señor Greymark no le gusta que beba alcohol- me soltó como si se estuviera disculpando. Yo me acerqué a él como si fuera a contarle un secreto –Entonces no tendremos que decirle nada, ¿no? –le dije con un susurro, pero con cierta frialdad, dando a entender que yo era su superior y que tenía que obedecer. François pareció darse cuenta y fue corriendo hacia la botella de Whyskie.
Miré hacia el hombre sorprendida. No parecía el típico caballero que bebe whyskie, lo que me provocaba cierta curiosidad. Levanté una ceja interrogativa, pero no formulé palabra luego sonreí y cogí mi vaso para llevarmelo a los labios. Era fuerte, lo que me sorprendió aún más. Me quemó la garganta, provocando que me atragantara y una tos salió de mí con fuerza. –vaya, esto debería estar prohibido. Debería hablar con Lucien de esto –dije echándome a reír mientras alejaba de mí aquella bebida. Miré al desconocido -¿cómo puedes soportarlo? –le pregunté aún tosiendo y riéndome a la vez. Este chico, no había dicho palabra, y parecía un poco tímido pero si no demostraba lo contrario, ya me caía bien.
Sin embargo, todo ha cambiado. Mi padre, convertido en vampiro mató a toda mi familia y casi logra liquidarme si no fuera por Lucien. Él me salvó dándome esta nueva vida. Una vida de riquezas, pero también de restricciones, secretos y dolor. Era un precio a pagar por vivir y nunca me he arrepentido de cuando le supliqué a Lucien, malherida y casi sin conocimiento, que me salvara. Ese hecho cambió mi vida provocando un giro inesperado en el destino, pues no solo cambió mi forma de vivir sino también mi personalidad, volviéndome en ocasiones dura y cruel con una lengua bastante afilada, y en otras ocasiones, gentil, amable y divertida.
Mi padre adoptivo me pidió que fuera al Moonlight para recogerle unos papeles de camino a casa, así giré sobre mis talones y me dirigí hacia la posada. En la puerta estaban James y Nikko, un inglés y un compatriota danés, y como no, licántropos. Al verme llegar hicieron un gesto con la cabeza y Nikko me abrió la puerta. - Mange tak, Nikko- le agradecí e nuestro idioma natal. En seguida me llegaron todos aquellos olores que hacían ese lugar tan familiar, un olor que alejaba a los vampiros de la zona, pues toda persona allí presente eran licántropos.
-Señorita Erin- me dijo el posadero mientras limpiaba la barra. Yo sonreí a mi amigo con complicidad y lo saludé con la mano. Observé el ambiente del bar. La verdad es que, esta noche había mucha gente, pero solo una persona me llamó la atención. Se trataba de un joven nuevo, se notaba en el olor, y que nunca había pasado por allí. Parecía tenso como si se estuviera obligando a sí mismo no moverse. Me encogí de hombros y caminé saludando a los que se dirigían a mí. Sin embargo, noté unos ojos observando, por lo que me giré sin pensarlo y allí estaba él, mirando mis movimientos y observando lo que hacía ”parece que no pudo evitarlo” pensé contemplando la sonrisa que me dirigió y la rapidez con la que desvió la mirada para concentrarse en el vaso que tenía enfrente.
Solté una carcajada y seguí a lo mío durante unos minutos más, mientras el hombre me daba la espalda. Luego me acerqué a la barra y me senté a unos escasos metros de él. –François, ponme lo mismo que él- dije señalandolo con el pulgar y dirigiendole una sonrisa pícara. El posadero se acercó y puso cara de malos amigos, entendí la razón al instante. –señorita, lo siento pero ya sabe que al Señor Greymark no le gusta que beba alcohol- me soltó como si se estuviera disculpando. Yo me acerqué a él como si fuera a contarle un secreto –Entonces no tendremos que decirle nada, ¿no? –le dije con un susurro, pero con cierta frialdad, dando a entender que yo era su superior y que tenía que obedecer. François pareció darse cuenta y fue corriendo hacia la botella de Whyskie.
Miré hacia el hombre sorprendida. No parecía el típico caballero que bebe whyskie, lo que me provocaba cierta curiosidad. Levanté una ceja interrogativa, pero no formulé palabra luego sonreí y cogí mi vaso para llevarmelo a los labios. Era fuerte, lo que me sorprendió aún más. Me quemó la garganta, provocando que me atragantara y una tos salió de mí con fuerza. –vaya, esto debería estar prohibido. Debería hablar con Lucien de esto –dije echándome a reír mientras alejaba de mí aquella bebida. Miré al desconocido -¿cómo puedes soportarlo? –le pregunté aún tosiendo y riéndome a la vez. Este chico, no había dicho palabra, y parecía un poco tímido pero si no demostraba lo contrario, ya me caía bien.
Erin Shax- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 247
Fecha de inscripción : 13/03/2011
Re: Cuando la luna se ausenta
Las noches no eran las mismas de las que recordaba, en otro tiempo Jean Antoine hubiera estado bebiendo aguardiente frente a una fogata mientras veía a su hermana bailar con las demás gitanillas. Eran tiempos pasados, felices, imposibles de volver a vivir ya que él no era el mismo y su presencia en aquel lugar era la clara prueba de ello. Aunque una parte de él quisiera volver a ser un gitano, otra parte se negaba, esta parte aceptaba el hecho de que era un licántropo y se enorgullecía de ello por todo lo que había heredado conjuntamente con la denominada ‘maldición’, a pesar de que él prefería verlo como aquello para lo que había nacido. Sentado a la barra de ese peculiar lugar se preguntaba que sentirían aquellos que como él tuvieron que dejar una vida atrás para acostumbrarse a una nueva naturaleza. El cambio en su caso fue extremo, solía ser un muchacho despreocupado y alegre que solo tenía el ideal de disfrutar lo que la vida le diera; luego de la mordida que su mismo padre le propició, el cambio lo pudo notar el mismo, ya no tenía paciencia para aceptar las cosas de la vida, él las forjaba según su conveniencia, la alegría era una constante siempre y cuando sus ambiciones se cumplieran.
Los representes allí poseían la misma naturaleza que el pero estaba claro que no respondían a la misma concepción sobre la licantropía que él tenía. Aún no había encontrado la pista que seguía hasta que una mujer entro al recinto. El interés en ella fue instantáneo, claramente desentonaba entre todos aquellos rapaces que nos observaban a lo lejos por su porte y modales. Jean Antoine notó que un extraño gesto de solemnidad y respeto surgía entre los presentes a medida que la mujer se acercaba a la barra; en conclusión: era el nexo que buscaba. Ella miró alrededor quizá reconociendo a todos los presentes hasta que detuvo la mirada sobre él, era evidente que había entrado en un territorio donde todos se conocían y donde él era un extraño, una manada. Por su parte Jean Antoine no pudo fingir el no tener interés en ella ya que no le apartó la mirada demasiado y cuando ella soltó una carcajada cautivó más su atención, las mujeres licantropas no solían tener una demostración de carácter tan peculiar.
Trató de desviar la atención a su vaso de whisky pero la mujer no se lo permitió a sentarse próxima a donde estaba él. Escuchaba sin decir una palabra, sin siquiera hacer una mueca, toda la conversación entre ella y el cantinero, quien supo que se llamaba François. Dirigía el vaso a su boca para darle un sorbo cuando lo detuvo al escuchar aquel nombre ´Greymark´, entonces torció una leve sonrisa casi imperceptible y finalmente concluyo llevando el vaso a sus labios para darle un sorbo a aquella bebida destilada propia de las regiones de Escocia. Luego de ello torció levemente el rostro para observar bien a la mujer a quién debía otorgar el atributo de la belleza. Incluso cuando vio que las pupilas se le dilataban al entrar el whisky por su garganta y quemarla de igual forma que lo hizo en él, le pareció que solo la hacía más atractiva el hecho de tratar de igualarse a todos los presentes, que bebían aquel whisky como si fuera agua.
Jean Antoine volvió a beber del vaso dejándolo vacio ya que el contenido era mínimo justamente por tratarse de una bebida fuerte. Entonces sucedió que ella le dirigió la palabra de una forma amigable que él no hubiera imaginado encontrar entre los licántropos que vieran su territorio invadido por alguien relativamente nuevo como él. Torció el cuerpo hacia donde ella se encontraba para poder verla bien y sonrió levemente antes de responder “Es el frío de Paris, solo las bebidas fuertes pueden calentarnos durante noches como esta. Inténtalo de nuevo y verás que tu garganta se acostumbrara y lo que era ardor se convertirá en calor”. Al cantinero pareció no gustarle que entablaran conversación ya que miró a Jean Antoine con cara de pocos amigos pero pareció reprimir lo que iba a decir porque se acercó a servirle más whisky hasta que el pequeño vaso rebalsara de él y mojara sus dedos. Jean Antoine tomó una servilleta de papel de las que había en la barra y se limpio aunque por unos segundos miró de una forma tan particular a François que provoco que este se quedara atónito. Él era un individuo regularmente tranquilo pero desde su transformación no había podido controlar la bestia de su interior a la menor provocación, quizá una de las características que primaban en su linaje y la que sería la fuerza de su manada más no estaba allí para hacerse notar, aún. Volvió a encarar a la mujer y decidió presentarse
“Soy Jean Antoine, y tengo el gusto de conocer a…”
Los representes allí poseían la misma naturaleza que el pero estaba claro que no respondían a la misma concepción sobre la licantropía que él tenía. Aún no había encontrado la pista que seguía hasta que una mujer entro al recinto. El interés en ella fue instantáneo, claramente desentonaba entre todos aquellos rapaces que nos observaban a lo lejos por su porte y modales. Jean Antoine notó que un extraño gesto de solemnidad y respeto surgía entre los presentes a medida que la mujer se acercaba a la barra; en conclusión: era el nexo que buscaba. Ella miró alrededor quizá reconociendo a todos los presentes hasta que detuvo la mirada sobre él, era evidente que había entrado en un territorio donde todos se conocían y donde él era un extraño, una manada. Por su parte Jean Antoine no pudo fingir el no tener interés en ella ya que no le apartó la mirada demasiado y cuando ella soltó una carcajada cautivó más su atención, las mujeres licantropas no solían tener una demostración de carácter tan peculiar.
Trató de desviar la atención a su vaso de whisky pero la mujer no se lo permitió a sentarse próxima a donde estaba él. Escuchaba sin decir una palabra, sin siquiera hacer una mueca, toda la conversación entre ella y el cantinero, quien supo que se llamaba François. Dirigía el vaso a su boca para darle un sorbo cuando lo detuvo al escuchar aquel nombre ´Greymark´, entonces torció una leve sonrisa casi imperceptible y finalmente concluyo llevando el vaso a sus labios para darle un sorbo a aquella bebida destilada propia de las regiones de Escocia. Luego de ello torció levemente el rostro para observar bien a la mujer a quién debía otorgar el atributo de la belleza. Incluso cuando vio que las pupilas se le dilataban al entrar el whisky por su garganta y quemarla de igual forma que lo hizo en él, le pareció que solo la hacía más atractiva el hecho de tratar de igualarse a todos los presentes, que bebían aquel whisky como si fuera agua.
Jean Antoine volvió a beber del vaso dejándolo vacio ya que el contenido era mínimo justamente por tratarse de una bebida fuerte. Entonces sucedió que ella le dirigió la palabra de una forma amigable que él no hubiera imaginado encontrar entre los licántropos que vieran su territorio invadido por alguien relativamente nuevo como él. Torció el cuerpo hacia donde ella se encontraba para poder verla bien y sonrió levemente antes de responder “Es el frío de Paris, solo las bebidas fuertes pueden calentarnos durante noches como esta. Inténtalo de nuevo y verás que tu garganta se acostumbrara y lo que era ardor se convertirá en calor”. Al cantinero pareció no gustarle que entablaran conversación ya que miró a Jean Antoine con cara de pocos amigos pero pareció reprimir lo que iba a decir porque se acercó a servirle más whisky hasta que el pequeño vaso rebalsara de él y mojara sus dedos. Jean Antoine tomó una servilleta de papel de las que había en la barra y se limpio aunque por unos segundos miró de una forma tan particular a François que provoco que este se quedara atónito. Él era un individuo regularmente tranquilo pero desde su transformación no había podido controlar la bestia de su interior a la menor provocación, quizá una de las características que primaban en su linaje y la que sería la fuerza de su manada más no estaba allí para hacerse notar, aún. Volvió a encarar a la mujer y decidió presentarse
“Soy Jean Antoine, y tengo el gusto de conocer a…”
Invitado- Invitado
Re: Cuando la luna se ausenta
Observar beber a aquel hombre, me resultaba excitante, y aún no sabía por qué, así que no hice mucho caso a esa clase de pensamientos. Se tomaba la bebida con toda ligereza, como si fuera agua y sin importarle el quemazón por el esófago. Sin embargo, yo no podía decir lo mismo. A parte de que el sabor me resultaba repugnante, el hecho de que fuera bastante fuerte provocaba que el alcohol subiera enseguida a mi cabeza, nublándome la vista y perdiendo nitidez en otros sentidos. Entonces, con una mueca de asco, aparté el vaso aún lleno lo más lejos de mí –François, agua por favor –dije pasándome la mano por la garganta aún quemada.
No fue hasta entonces cuando el forastero se giró hacia mí y me dirigió una sonrisa impecable capaz de derretir a cualquier chica. Su voz sonó casi un tanto forzada, como si se hubiera sorprendido por que yo le hablara; sin embargo, yo correspondí a su sonrisa antes de responder –bueno, en ese caso prefiero una buen chocolate caliente y una manta sobre los hombros – y ante la proposición de volver a beber aquella “cosa” no pude evitar otra mueca –prefiero no hacerlo, gracias –y a continuación y eché a reír. “no llevamos ni 5 minutos hablando y ya me hace reír. Tiene mérito” pensé pues muy pocos lo conseguían. Desde la muerte de mi familia a manos de un vampiro que, para colmo, era mi propio padre enloquecido por la sed, solo Lucien y otros pocos, habían logrado hacerme reír de esa manera.
François se acercó a nosotros con una mirada de satisfacción y con una frase escrita en la cara: “os lo dije”. Cogió una jarra de la mejor agua que disponíamos y me sirvió un buen vaso, colocándolo frente a mí. –Señora Greymark, debo decir que os lo… -no pudo continuar, pues mi dedo índice de la mano izquierda voló hacia sus labios para impedir que siguiera –antes de nada, no soy ninguna señora, sino señorita, y no me llamen así; segundo ni una palabra –dije cruzando los brazos aceptando a regañadientes que había perdido ante el tabernero.
Mi orgullo era famoso en todas aquellas personas que me conocían, sobre todo Lucien, ya que él siempre conseguía hacerlo sacar en los momentos más inoportunos. Con el ceño fruncido, volví a ser consciente de que me picaba la garganta, por lo que con un gran suspiro de desesperación, cogí el vaso y me lo llevé a la boca. El agua desapareció enseguida y entonces volví a fijar mi atención en el hombre que se encontraba a mi lado, el cual acababa de revelarme su nombre y que, por algún motivo, me era conocido por algo que no recordaba. “así que Jean Antoine” pensé mientras asomaba una sonrisa en mi rostro. Ya volvía a estar contenta, olvidando mi pequeño enfado de hace unos segundos, cosa que me sorprendía bastante. Entonces me fijé en que le lanzaba una mirada un tanto extraña al cantinero, una mirada que no pude identificar, pero que estaba cercana a la rabia. Miré a François y vi que sus ojos estaban entrecerrados y lanzando al forastero una mirada amenazadora. Con enfado, golpeé la barra con el vaso, y François desvió la mirada enseguida consciente de que lo estaba observando. “sin duda, Lucien está detrás de esto. Protección lo llama él. ¡JA!” pensé movimiento la cabeza para despejarme.
A continuación extendí la mano derecha, mientras que con la otra jugaba con el vaso de agua ya vacío –Erin Shax, aunque a veces soy Erin Greymark, dependiendo de quien me busque –dije con la más encantadora de mis sonrisas y dirigiendo una rápida mirada a François, que desvió la vista nervioso, pues sabía que en parte esas palabras iban dirigidas a él, en parte –pero usted puede llamarme Erin, simplemente...
No fue hasta entonces cuando el forastero se giró hacia mí y me dirigió una sonrisa impecable capaz de derretir a cualquier chica. Su voz sonó casi un tanto forzada, como si se hubiera sorprendido por que yo le hablara; sin embargo, yo correspondí a su sonrisa antes de responder –bueno, en ese caso prefiero una buen chocolate caliente y una manta sobre los hombros – y ante la proposición de volver a beber aquella “cosa” no pude evitar otra mueca –prefiero no hacerlo, gracias –y a continuación y eché a reír. “no llevamos ni 5 minutos hablando y ya me hace reír. Tiene mérito” pensé pues muy pocos lo conseguían. Desde la muerte de mi familia a manos de un vampiro que, para colmo, era mi propio padre enloquecido por la sed, solo Lucien y otros pocos, habían logrado hacerme reír de esa manera.
François se acercó a nosotros con una mirada de satisfacción y con una frase escrita en la cara: “os lo dije”. Cogió una jarra de la mejor agua que disponíamos y me sirvió un buen vaso, colocándolo frente a mí. –Señora Greymark, debo decir que os lo… -no pudo continuar, pues mi dedo índice de la mano izquierda voló hacia sus labios para impedir que siguiera –antes de nada, no soy ninguna señora, sino señorita, y no me llamen así; segundo ni una palabra –dije cruzando los brazos aceptando a regañadientes que había perdido ante el tabernero.
Mi orgullo era famoso en todas aquellas personas que me conocían, sobre todo Lucien, ya que él siempre conseguía hacerlo sacar en los momentos más inoportunos. Con el ceño fruncido, volví a ser consciente de que me picaba la garganta, por lo que con un gran suspiro de desesperación, cogí el vaso y me lo llevé a la boca. El agua desapareció enseguida y entonces volví a fijar mi atención en el hombre que se encontraba a mi lado, el cual acababa de revelarme su nombre y que, por algún motivo, me era conocido por algo que no recordaba. “así que Jean Antoine” pensé mientras asomaba una sonrisa en mi rostro. Ya volvía a estar contenta, olvidando mi pequeño enfado de hace unos segundos, cosa que me sorprendía bastante. Entonces me fijé en que le lanzaba una mirada un tanto extraña al cantinero, una mirada que no pude identificar, pero que estaba cercana a la rabia. Miré a François y vi que sus ojos estaban entrecerrados y lanzando al forastero una mirada amenazadora. Con enfado, golpeé la barra con el vaso, y François desvió la mirada enseguida consciente de que lo estaba observando. “sin duda, Lucien está detrás de esto. Protección lo llama él. ¡JA!” pensé movimiento la cabeza para despejarme.
A continuación extendí la mano derecha, mientras que con la otra jugaba con el vaso de agua ya vacío –Erin Shax, aunque a veces soy Erin Greymark, dependiendo de quien me busque –dije con la más encantadora de mis sonrisas y dirigiendo una rápida mirada a François, que desvió la vista nervioso, pues sabía que en parte esas palabras iban dirigidas a él, en parte –pero usted puede llamarme Erin, simplemente...
Erin Shax- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/03/2011
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