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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Altair Cornwallis Lun Nov 28, 2016 3:32 pm

Hacía más de dos horas que pasaba ya de medianoche y la luna, redonda y brillante, se alzaba en el cielo, siendo testigo de los excesos y pecados de los parisinos. A pesar de ser una noche clara, una inoportuna neblina comenzaba a aflorar en la ciudad, colándose por callejones, esquinas y avenidas, confiriendo un aspecto tenebroso, muy adecuado a la escena que acababa de tener lugar, al ambiente general de la urbe. Y con todo, el aspecto de París, con su suciedad y niebla, no eran ni la mitad de lamentables que el mío.

Mis ropas, rasgadas, dejaban que el frío nocturno se colase y acariciase mi piel, erizando el bello de mis brazos y provocando un temblor involuntario en el labio para tratar, en vano, de mantener cierto calor corporal. La sangre salía por igual de varios cortes y rasguños de mi cuerpo, en otros, donde la carne no había llegado a abrirse, los hematomas se podían intuir a pesar del poco tiempo que había pasado desde aquel pequeño incidente.

Algunos mendigos se congregaban en callejones más o menos resguardados del frío y las miradas indiscretas, calentando sus cuerpos con lo primero que habían podido quemar. Mis paso me llevaron indirectamente a buscar el calor de una de esas hogueras, mostrando una cruel imagen a los vagabundos que no dudaron ni un segundo antes de poner tierra de por medio. Quizá fuera la pistola que portaba en una mano o la amenaza verbal que siguió al cañon apuntando al pecho de uno de ellos; pero era mejor eso que un grito de alarma o un disparo.

La cabeza me daba vueltas y pronto, lo que resultaba agradable, terminó por resultar casi una tortura. ¿Acaso me habían envenenado? ¿O esque había perdido demasiada sangre? Si sólo hubiera tenido el sentido común de no tratar de besar a la mujer equivocada y de clavarle una estaca en el corazón en vez de... pero ya daba igual. Me habían pillado desprevenido y aquello casi me había costado la vida; por muy buenas que mis habilidades fueran, sin mis armas no había nada que yo pudiera hacer contra una vampiresa.

Entre pensamiento y pensamiento, culpabilidad y rechazo, mis pasos me llevaron hasta la puerta de una iglesia. Mi visión borrosa me impidió reconocer nada de su fachada y, era tal mi debilidad producida por las heridas y la hipotermia que, a pesar de tratar de proferir un grito de ayuda, a pesar de casi desgarrarme por dentro implorando socorro, mi única respuesta fue la risa burlona de aquella criatura del infierno rebotando en mi cabeza y que, a pesar de haber muerto, no paraba de repetirme que yo me iría a una tumba diferente. Pero el isntinto de supervivencia era capaz de hacer auténticos milagros y, antes de caer desplomado sobre las escaleras, mi dedo acarició el gatillo e hizo cantar la pistola cuyo sonido rebotó de una pared a otra.

"¿Lo ve, padre? Después de tantos años, aquí me tienes; a pesar de no creer en ello y de odiarte, aquí estoy... rendido ante la casa de Dios, implorando no perderme en la oscuridad. Puede estar contento..."
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Mensaje por Bernadette Doboise Lun Nov 28, 2016 4:04 pm

Por fin una noche de paz desde su llegada a esa parroquia dedicada a la Virgen de los desamparados. Pocos lugares mejores que ese habían para que la Madre María, velase, y pocas noches mejores para que tuviera un ojo abierto. El padre Dóminic había salido en una de sus tantas cacerías, y, tal vez por primera vez, ella había decidido quedarse en la iglesia.

Pronto seria navidad, y entendía la labor que hacían cazando a vampiros, hombres lobo y otro tipo de seres, pero había otras labores importantes que hacer en la iglesia. No era solo un sitio de oración, no era solo donde se refujiaban heridos, enfermos y tristes, no, era un lugar de esperanza, lo importante no era quien acudía, si no porque, y por poco que respetase sus votos monásticos, había cosas que, por mera fe, pensaba que debía hacer. Entre ellas, preparar la iglesia para la navidad.

La iglesia había sido, también, su refujio en los momentos más bajos, y Dios la había aceptado, incluso siendo alguien que ni siquiera aceptaba su familia, le debía mucho, y aunque no pudiera borrar las huellas de quien era, aunque no pudiera arrancar esa magia de cuajo, aunque fuera una bruja y todos los que representaban a Dios en la tierra, o casitodos, la considerasen algo a exterminar, ella seguía creyendo.

Por que había sido su consuelo, y su libertad, era más libre con ese velo que le envolvía el pelo, que con todos los vestidos que había llevado durante su juventud. Apagó la última vela de la iglesia, tenía mucho mejor aspecto que a su llegada, las bigas se mantenían, estaba limia y ya había cristales, poco quedaba para que fuera una parroquia lo bastante buena como para recibir a los feligreses.

De pronto, un tiro sonó en medio de la noche, y la sangre se le heló, sería el Padre Dóminic, o habrían disparado a algún inocente, no lo sabía, pero tampoco se iba a quedar quieta, por suerte o no, la iglesia nunca cerraba. Abrió el portón de la calle con cuidado y cuando fue a avanzar vio un cuerpo tendido en el suelo. Abrió los ojos sorprendida, y se agachó con ceño fruncido. ¿Estaría muerto?

Puso el oido cerca del la boca del desconocido y notó la respiración, no, no había muerto, pero perdía sangre con rapidez. Con un suspiro resignado, lo arrastró al interior de la nave central dejando un pequeño rastro de color rojo sobre la acera, cerró con el pie y se agachó, nuevamente, junto al cuerpo.

- Bueno, aguante un poco, no le dolerá.-
murmuró retirandose las mangas, con tranquilidad pasmosa.

Una ligera luz blanca salió de sus manos que, a medida que atravesaban en cuerpo del herido de arriba a bajo, hacían desaparecer rastro alguno de herida, aunque la sngre seguía empapándole, y no le había devuelto la sangre que había perdido, al menos ya no moriría. Suspiró cansada, siempre la agotaba usar esos poderes que, a pesar de hacerla odiarse a si misma, le resultaban tan útiles.

Se retiró el velo dejando su pelo suelto, segura de que el desconocido no la vería, dormido como estaría por la perdida de sangre, o eso esperaba, al menos. Suspiró y miró del hombre a la puerta y viceversa, debería acostarlo en alguna cama y limpiarle la sangre. No sin esfuerzo, comenzó a arrastrarlo, cogiendolo por los brazos, hasta la residencia. Los candiles iluminaban el salón repleto de estanterías, y una chimenea chisporroteaba frente a un sofá. Lo pasó de largo y se desvó hacia su cuarto, era el único con chimenea encendida en ese instante, y con la perdida de sangre, el hombre tendría frío. Los subió con esfuerzo a la cama, y se marchó a por una tina de agua caliente y trapos, debía quitarle la sangre.
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Mensaje por Altair Cornwallis Mar Nov 29, 2016 4:26 am

Tumbado, sobre los fríos adoquines de las calles, como si de un cualquiera se tratase, iba a morir sin poder hacer nada por evitarlo; sólo cabía esperar a que el momento llegase rápido, no sufrir un final demasiado agónico o, con suerte, dejar escapar mi último aliento de vida en ese momento.  De ser así, habría caído dando muerte a uno de los seres que atormentaban las vidas de las personas desde tiempo inmemoriales; pero lo cierto es que habría deseado un final más épico, digno de ser recordado en una bella historia y no como el desenlace de un malentendido y un fatídico lío de faldas.

Entonces, todo se tornó oscuro pero en paz. Al lado mío veía a mi hermano Charles jugar con uno de nuestros perros, Júpiter, un Gran Danés de color gris ceniza, muy bien educado y protector con él y conmigo. Mi padre, fiel a sus costumbres, no hacía acto de presencia alguno en la casa mientras mi madre, como si mi hermano mayor fuera invisible, sólo tenía ojos para mí. Yo nunca lo reconocí abiertamente, pero me gustaba recibir más atenciones suyas que las que recibía Charles, el favorito de padre. Ella siempre me enseñaba cosas interesantes, a limpiar heridas, a trepar por los árboles y no caer… siempre me preguntaba como una dama como ella podría saber tantas cosas que se suponía, sólo los hombres sabían manejar.

Corrí hacia ella sin pensarlo en cuanto su voz gritó mi nombre. Apenas contaba con 4 o 5 años y acababa de hacerme una herida en la rodilla al caer de lomos de Júpiter. Sangraba mucho, y a pesar de ello, reuní fuerzas para correr a su lado hasta que sus manos, suaves y reconfortantes, acariciaron mi pelo y susurraban palabras sin significado para mí. Ella siempre conseguía calmar mis penas, incluso cuando padre era más severo conmigo de lo que debería, ella encontraba la manera de reconfortarme, bien fuera con la dulzura de su voz o el calor de sus manos…


[...]

Y eso era, precisamente lo que podía notar en ciertas zonas de mi cuerpo; calor. Casi como algo intermitente, que no podía identificar bien, una luz blanca apareció frente a mis ojos y se estaba llevando el dolor que me aquejaba. ¿Acaso estaría ya muerto y aquello sólo era el tránsito entre este mundo y el siguiente? El esfuerzo de tan solo pensar en ello me hizo desvanecerme de nuevo en un estado de semiconsciencia, más alejado de la realidad que cerca de ella.

Cuando desperté, apenas podía ver nada. Mis ojos parecían estar empañados y, por más que trataba de incorporarme, mis músculos no respondían. Una cosa, desde luego, estaba clara; aquello no era el lugar donde recordaba haberme caído, la comodidad de una cama y el calor de unos muros hacían que aquel recuerdo fuera poco más que un mal sueño del que acababa de despertar y que, inexplicablemente, me había dejado secuelas. ¿Cuánto habría dormido? Y lo más importante ¿Dónde estaría y con quien? La duda me generaba cierta ansiedad que me hizo acelerar la respiración, notando los latidos de mi corazón retumbar en mis sienes.

Fuera como fuera, poco podía hacer más que esperar la compasión de quien quisiera que me hubiera llevado hasta aquella sala.
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Mensaje por Bernadette Doboise Mar Nov 29, 2016 7:29 am

Se retiró el velo en la cocinay lo dejó sobre una silla, recogiendose el pelo en una trenza para que no le molestase ni tela ni mechón alguno cuando limpiara las heridas del hombre que había aparecido frente a la puerta de la iglesia. Mientras el agua hervía en el fuego, y las toallas reposaban sobre una bandeja llenó la mitad de la tinaja con agua fría, mexclando la que había en la olla con esa, estaría templada.

Cuando notó que comenzaba a salir vapor, puso el recipiente sobre la bandeja junto a todo lo demás y lo sacó rodando, junto a un plato de sopa. Se acercó al dormitorio, mucho mejor que la celda en la que había dormido durante sus años en el convento, y abrió de espaldas la puerta, arrastrando la camarera hacia el interior. Cerró la puerta y, sin mediar palabra, comenzó a tirar el agua caliente sobre la fría, cogiendo la cazuela con dos toallas para no quemarse.

Se giró a mirar al herido, que seguía tumbado en la cama, y tocó el agua con un dedo, asegurándose de que no quémase. Tomó la palangana dejando dentro una toalla y llevándose otra seca, y se arrodilló junto a la cama, dejandolo todo en el suelo. Escurrió la toalla y comenzó a dar golpes suaves sobre el lugar donde había estado la herida.

¿Cómo se habría hecho algo así? Había visto las heridas del padre dóminic, ella misma había llegado a coleccionar un par, pero nunca había visto una herida tan... problemática. Había perdido tanta sangre que podría, perfectamente, haber muerto, si hubiera llamado a otra puerta, o no hubiera sonado el tiro, si no hubira estado frente a alguien.... bueno, como ella, más que probablemente habría muerto.

Dando golpes suaves retirando la sangre, y cambiando de lado de la toalla, doblandola de mil formas, pensó que Dios jugaba con ella, le daba un don como el de sanar a gente, pero le impedía usarlo, porque, si lo hacía, la inquisición la mandaría a la horca por bruja. Aunque, lo entendía, en el fondo, ella no era natural, no era normal, y lo odiaba tanto como, en cierto modo, se sentía satisfecha por ello.

- Menos mal que te he encontrado.-
musitó hablando con, quien pensaba, estaba dormido.- si hubieras muerto frente a la iglesia habrías dado muy mala publicidad.- bromeó sonriendo de medio lado, mientras la sangre desaparecía poco a poco, dejando piel limpia en su lugar, y sin marcas.
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Mensaje por Altair Cornwallis Mar Nov 29, 2016 8:45 am

Inmerso en mis fantasías y miedos, entre sudores y suspiros, atisbé a ver como la puerta de la habitación se abría, dejando pasar cierta claridad que, incluso con la neblina que empañaba mi visión, resultaba reconfortante. Pero más allá de lo que mi vista me pudiera regalar, algo había en el ambiente que me serenó; quizá un matiz diferente en el aroma de la habitación, un perfume quizá o, tan solo, una variación en lo que yo estaba acostumbrado a reconocer. Se trataba de algo tan sutil y delicado que, por un momento, temí que aquello fuera un mero producto de mi imaginación o, en el peor de los casos, una estratagema de alguna criatura de la oscuridad que se deleitaba embelesando mis sentidos antes de darme el golpe de gracia.

El pulso se me aceleró como se le aceleraba a los adolescentes antes de perder su virginidad, con una mezcla de miedo, inseguridad e impaciencia. No sabía a qué atenerme, pero lo cierto era que poco era lo que mi maltrecho cuerpo me permitiría hacer, asique decidí entregarme a lo que fuera que el destino tuviera preparado para mí.

Mi sorpresa fue mayúscula y la repentina pérdida de tensión en todos los músculos de mi cuerpo podía dar testimonio real de la tranquilidad que me transmitió el tacto tibio y húmedo de la tela al pasarlo por las heridas. Era una sensación confusa; por un lado, la anatomía magullada y el roce de, lo que imaginaba era un paño, me recordaba lo cerca que había estado de abandonar éste mundo. Por otro lado, el revitalizador pensamiento de que, al menos, la providencia me dejaría vivir un rato más, asistido por las manos que, con mimo, se encargaban de cuidar mi amoratado cuerpo.

-¿Qui...Quien eres?- blabuceé entrecortado como respuesta a las palabras de la mujer que, en ese momento, me parecía un ser de divinidad menos cuestionable que cualquiera de los dioses de los cientos de religiones y cultos que había por el mundo. -¿Donde... estoy?- moví la cabeza haciendo acopio de todas las energías que me fue posible, mirando, en vano, alrededor, tratando de encontrar algo que me diera alguna pista sobre mi paradero.

Entonces, como si de un fogonazo se tratase, recordé durante una fracción de segundo la destartalada iglesia a cuyos pies había ido a desvanecerme y, de nuevo, la duda se apoderó de mí. De haber caído en manos de la Iglesia, los agentes inquisitoriales no tardarían en saber de mi existencia y mi situación, comenzando a hacer preguntas incómodas para las que, en mi estado, no tenía respuestas coherentes. -Yo... la inquisición... no- traté de incorporarme y, ésta vez, a punto estuve de lograrlo de no ser por la debilidad de mis músculos, la misma que me hizo desplomarme de espaldas, de nuevo, sobre la cama notando una brutal punzada de dolor en el pecho que, además, me arrancó un gemido ahogado de puro sufrimiento.
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Mensaje por Bernadette Doboise Mar Nov 29, 2016 5:14 pm

Dejó de limpiar la sangre para poder lavar el trapo, manchado como estaba de color rojo. Lo dejó dentro de la palangana y se aseguró de recogerse bien las mangas, con un suspiró apartó un mechón suelto de la trenza y limpió el trapo antes de volver a sentarse para seguir limpiando con cuidado las heridas del desconocido.

Tenía muchas, algunas estaban ya cerradas y parecían viejas, las más nuevas parecían desgarros, como si algún animal hubiera decidido comerselo vivo y solo le hubiera podido hacer arañados profundos, uno tanto, que podría haberse desangrado. ¿Un licántropo? Tal vez, los lobos eran peligrosos, se descontrolaban y mataban sin piedad llevados por el instinto animal. Pero no pensaba que hubiera sido algo así, tal vez, un vampiro, las heridas estaban calculadas, dispuestas para hacer daño, que la sangre saliera despacio, no a borbotones, un vampiro no desperdiciaría sangre, probablemente el hombre se había escapado anes de que el chupasangres pudiera acabar el trabajo.

Alzó la vista deteniendo el trapo, el hombre parecía estar recuperando la consciencia. Se esntó en la cama, y alzó una ceja, a la espera de que acabase sus preguntas, era buena señal, al menos ya podía hablar, ni que fuera un poco, parecía estar en shock, lo mejor sería que durmiese. Volvió a limpiar las heridas, ya a penas quedaba sangre y pronto podría aplicar la curación en las zonas afectadas, directamente.

- Está en la iglesia de la Virgen de los Desamparados, no se preocupe, soy Bernadette, es decir... la Hermana Bernadette.-
se corrijió.- relájese, se pondrá bien.- Contestó antes de ver como se le volvían a cerrar los ojos.

Secó con una suave toalla la humedad que había quedado de limpiar las heridas y comenzó, al acabar, a cargar energía en sus manos. podía ver tres heridas especialmente complicadas, una en el costado, una en en pecho, y otra en el cuello. Comenzó por el pecho, qe pronto se cerró sin dejar, siquiera, una marca, siguió por el costado, notando, incluso ella, el calor que salía de sus manos. Cuando llegó al cuello y comenzó a cerrar la herida, los ojos del hombre volvieron a abrirse y comenzó a balbucear, nervioso.

Cuando escuchó "inquisición" el vello se le puso de punta, nervios, miedo, culpavilidad, y el aire atascado en la garganta. Pero no era cierto, no podía serlo, había ocultado bien su naturaleza, y el padre Dóminic la protegía de los rumores, respiró hondo y puso sus manos en los hombros del hombre, empujándolo hasta que volvió a estar sobre los cojines.

- No vendrá la inquisición, ¿se cree que si fuera a venir estaría yo tan tranquila?-
le preguntó con serenidad y seriedad, si había notado la velocidad con la que habían sanado sus heridas, pronto ataría cabos, solo esperaba que, el que él lo supiera, no la pusiera en peligro.- Calmese.- murmuró con voz tranquila.- cálmese.- volvió a musitar, con una cadencia cada vez más lenta.

Apartó un mechón de pelo, del hombre para tocar su frente y asegurarse de que no tenía fiebre, si le subía, sería señal de que las heridas se le habían infectado antes de que pudiera tratarlas, y debería actuar directamente sobre la temperatura, pues la infección ya estaría remitiendo por su poder. No parecía que su temperatura fuera especialmente alta. Se levantó dejando la palangana sobre la camarera y se secó las manos, heladas por el contacto con el agua y el aire, cubriéndolas con las mangas de su hábito. Cubrió al hombre con las colchas y se sentó en un sillón, libro en mano, a leer, mirando de reojo al hombre que había ocupado su cama.
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Mensaje por Altair Cornwallis Miér Nov 30, 2016 8:48 am

Relajarse. Era fácil decirlo, aunque no hacerlo y menos cuando cada centímetro de mi cuerpo se encontraba fatigado, dolorido o inservible, colocándome en una posición de vulnerabilidad similar a la de un bebé que acaba de venir al mundo. La idea de estar en una iglesia, al contrario de lo que se creía, no resultaba, ni por asomo, en el más mínimo atisbo de esperanza o tranquilidad; pocas habían sido las veces que había tenido que lidiar con los soldados inquisitoriales, miembros de las huestes divinas encargadas de poner un retorcido y cuestionable orden sobre la Tierra. En esencia no eramos diferentes, pero los ideales, creencias y modos eran lo que transformaban a los hombres en peores que las bestias a las que cazaban.

Una palabra de agradecimiento se quedó atragantada en mi garganta, impidiendo que el aire entrara o saliese, haciéndome olvidar por unos instantes, absolutamente todo lo que había a mi alrededor, pudiendo focalizar mi atención únicamente en lo fascinante que mis emborronados ojos me permitían ver. Costado, pecho y cuello; tres heridas que habrían resultado fatales, que habrían tardado en sanar varias semanas, habían sido curadas en cuestión de segundos dejando, tan solo una leve marca en el lugar en el que antes había habido un desgarro en mi piel.

Estaba fascinado y confuso, no porque no fuera consciente de la existencia de tal poder, ni mucho menos, sino porque allí, en una iglesia nada menos, era el último lugar del mundo donde esperaba encontrar a la portadora de un don semejante. -Eres...- no me atrevía, siquiera, a susurrarlo. Una monja, como había afirmado hacía un rato, ocultando a una bruja. De no ser por el milagro que acababa de vivir en mis propias carnes no me lo creería y pensaría que se trataba de uno de los miles de delirios que la fiebre podría causarme.

En ese momento es cuando caí en la cuenta de que la inquisición no vendría a hacer preguntas y todas las fuerzas que escasamente me mantenían en una débil tensión me abandonaron, dejando mi cuerpo totalmente muerto, inerte sobre la cama, sin más energías que las necesarias para parpadear y respirar.

-¿Co... como es... posible?- mascullé, mirando a la bruja, sentada sobre una silla, dedicando sus momentos de espera a la lectura.

Cerré los ojos y los abrí al cabo de un rato, no demasiado, pues ella seguía devorando páginas y páginas de aquel libro que parecía tenerla inmersa en un mundo de disfrute muy alejado de la dura realidad que enfrentábamos los dos. Mis ojos habían recuperado casi toda la claridad y la nitidez, permitiéndome disfrutar del rostro de quien me había salvado y hacerme una idea de cómo era la instancia que ocupábamos. Ella no parecía haberse dado cuenta de mi despertar y, tras tomar aire, conseguí hablar de corrido, no sin dificultad.

-No deberías ocultar ese don bajo un hábito, hermana Bernadette-
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Mensaje por Bernadette Doboise Miér Nov 30, 2016 10:06 am

Miró por encima de las páginas de su libro al hombre herido, que, tras ver sanadas sus heridas, parecía haber recuperado algo de calma, aunque había descubierto que era ella, y eso lo mantenía confuso. Suspiró volviendo a su lectura mientras veía que, tras un leve comentario, el hombre volvía a cerrar los ojos.

Era raro, lo sabía, era imposible, pero el último lugar donde buscaríana una bruja, era en el mismo seno de la inquisición, en la iglesia. Buscaban en barrios bajos, en aldeas, en poblados gitanos, entre campesinos e, incluso, entre algunas casas de clase alta con fama dudosa, como lo había sido su familia, por ello, al huir había cambiado su apellido por el de soltera de su madre, era un paso más para ocultarse, aunque, si la buscasen, no aparecería en registro alguno, por suerte, era monja, y ¿quien dudaría de una sierva de Dios?

Leyó con calma, pasando las hojas con velocidad, interesada en la lectura, una historia de aventuras y delirios en la que un ángel se enamoraba de un humano y perdía, con ello, sus alas, poca gente se atrevía a escribir historias de ese estilo, con seres mentados en las escrituras, pero había pequeños tesoros que, perdidos, caían en sus manos, y no iba a desperdiciarlos. Cuantas manos talentosas habían visto apagadas su voz por la inquisición, igual que cuantos inocentes habían muerto a sus manos.

Por eso era un alivio haber encontrado a, quizas, el unico cura que no la perseguiría hasta el fin del mundo para matarla. Alzó la vista al oir, quizá, la primera frase completa y con sentido entero que dijo el hombre. Suspiró y cerró el libro, probablemente necesitara beber algo, lógico, tendría la garganta seca.

Se levantó en silencio y tomó un vaso de la bandeja de bajo de la camarera, llenándola con el agua que quedaba en la teter, ya helada. Se acercó y dejó el vaso sobre la mesilla de noche, sentándose en la cama, deshaciendo su trenza para volver a ponerse el velo sobre la cabeza.

- Verá,- comentó comenzando a destrenzar.- el único lugar donde mi don ha sido libre, es bajo un hábito.- sonrió a medias.- Tome, es agua.- le pasó el vaso, con el pelo ya suelto.- ¿me dirá su nombre?- le preguntó paciente, tal vez aun le costaba moverse.

Don, había dicho el hombre, poca gente lo vería como tal, su poder no era un don, ni mucho menos, al menos, no para ella, no cuando, al encontrarlos, había visto que su vida se volvería una huida continua. Eso no era un don, era una maldición que no sabía como había adquirido, ni que pecado había cometido, para tener que sufrirla.
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Mensaje por Altair Cornwallis Vie Dic 02, 2016 7:50 am

Miré reticente a la ¿monja? ¿bruja? quizá tenía algo de ambas y me pregunté cual de ambas dos sería la faceta dominante. Dudaba sobre si confesarle mi verdadero nombre o usar alguno de los tantos que había tenido a lo largo de los años para pasar inadvertido, después de todo, mi anonimato era mi principal salvaguarda y dejarlo caer en manos de un miembro de la iglesia, por diferente que ésta fuera, generaba cierta sensación de intranquilidad.

-Altair...- pronuncié finalmente. Después de todo ella me había dado su nombre, su don y su cama para sanarme de las heridas y fue eso, el sentimiento de gratitud hacia ella, lo que decantó mi actitud para decir abiertamente, por primera vez en años, mi nombre a una desconocida.

Bebí entonces un par de tragos del vaso que me había dejado sin pensar, siquiera, en si podría tener algún tipo de veneno o droga. Sentí una punzada de culpabilidad al dudar de las intenciones de aquella mujer y decidí no pararme más en esos pensamientos, vaciando el vaso de un solo trago. -Gracias...- traté de incorporarme pero en aquel momento todavía me resultaba imposible. Aquello me provocó una risa sarcástica que ocultaba una profunda frustración al sentirme totalmente inútil y desvalido.

-Eso que sabes hacer, lo que has conseguido conmigo... no deberías privar al mundo de algo así. Y no te confundas, nada puede ser libre si tiene que ocultarse entre muros- fui tajante, serio y totalmente sincero. El problema de este mundo era que la gente, ante lo desconocido, actuaba con miedo y cualquier cosa diferente a lo que se consideraba normal estaba perseguido. ¿Pero y si esas diferencias pudieran salvar vidas? ¿O evitar sufrimiento innecesario? No, eso era algo que algunos no podían permitir puesto que perderían su poder.

-Has confiado en mí poniendo en conocimiento mío tu don...- respiré profundamente, notando mis costillas crujir al ensanchar mi pecho en su totalidad por primera vez desde la trifulca. Gruñi de dolor y rabia hasta que, de nuevo, mi cuerpo asumió el dolor como un reflejo natural. -Aquí no se te valora, Bruja. Ahí fuera la gente muere y sufre, anhelando ser poseedores de algo la mitad de poderoso que lo tuyo... entiendo que te de miedo, pero es egoísta tenerlo enclaustrado y más sabiendo que hay gente fuera de éstos muros que te ayudaría a esconderte en caso de necesitarlo- sonreí de medio lado, sincero y amable como hacía tiempo no lo hacía y volví a abandonar mis pensamientos a la deriva de lo que quisieran evocar.
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Mensaje por Bernadette Doboise Vie Dic 02, 2016 8:36 am

Escuchó el nombre del hombre, notando que parecía resultarle dificil decirlo. Bernadette frunció un poco el ceño, ¿Sería, acaso, un proscrito como ella? No lo sabía, el caso era que, al menos, ya no tenía que llamarlo, "ey tu" o "herido". Dejándolo beber con tranquilidad, se agachó y recogió la tina llena de gua y los trapos ue había dentro, dejándolos en la camarera.

Le apetecía tomar un café cargado y leer lo que quedase de noche, ni la ausencia del padre Dóminic había logrado que tuviera una noche tranquila. Ignoró el gracias que le dirigió el hombre tras acabarse el vaso, y se dirigió a un armario bajo. Sacó de allí un bordado que tenía a medias, era parte del disfraz de uno de los niños que, en navidad, participaría en la representación del nacimiento.

El Padre Dóminic había protestado encaricidamente ante esto, pero ella, impasible, había sido firme, las gentes de esos barrios necesitaban, con urgencia, lo que la navidad traía consigo, esperanza, y no iba a ser ella quien se la arrebatase, al contrario. No era monja por vocación, lo era porque no había tnido otra opción en su momento, pero le haía cogido el gusto a lo que la presencia de una monja significaba para muchos, y había labores que le gustaban, entre ellas, preparar algunos eventos, y más ese, la navidad siempre fue su fiesta preferida.

Era, tal vez, la única época del año en la que su familia no habia parecido un esperpento, sus hermanas se sentaban junto a ella a tocar el piano y cantar villancicos mientras su madre cosía y su padre fumaba en puro. Era la única época del año en la que, en realidad, habían parecido una familia.

Sentada en el sillón donde antes había estado leyendo, alzó, nuevamente, la vista al hombre que volvía a hablar. Bernadette sonrió con algo de sarcasmo. No tenía ni idea, si conociera al padre Dóminc, no diría que estaba privando al mundo de nada, ni podría decir, tampoco, que se escondía. Lo había hecho, si, pero su llegada a esa parroquia lo había cambiado todo, aunque no necesariamente le gustasen los cambios. Era una persona tranquila, salir de caza todas las noches, no estaba hecho para ella, huir despavorida de la inquisición, tampoco, era mucho más simple esconderse a plena vista.

- Siento decirle que se confunde más de lo que cree.- contestó tranquila, sin perder la formalida, ni apartar la vista de su bordado.- Y no crea que puede convencerme llamándome bruja, señor, suena demasiado a insulto como para que lo pase por alto.- dejó la costura a un lado y se levanó para volver a sentarse en la cama, frente a él.- ¿Qué le hace pensar de mi que soy cobarde, o que no ayudo con lo que hago? No me conoce, monsieur, no haga juicios precipitados, porque podría descubrir que ha errado.
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Mensaje por Altair Cornwallis Lun Dic 05, 2016 9:32 am

Quizá había prejuzgado con demasiada celeridad a la bruja. Aunque discretamente y con una educación sublime, sus palabras me corregían al tiempo que parecían reprenderme por haber emitido ciertas afirmaciones sin conocerla. -Mea culpa, hermana. Lo siento...- me disculpé manteniendo la mirada fija en el techo, sabiendo que mi labia, don de gentes o simpatía, en éste caso, me habían hecho tener la boca más grande que la Torre de Londres, contrariando a quien me había salvado -No era mi intención, ni llamarte cobarde, ni afirmar que no ayudas...- tomé aire, aún sin poder ignorar el dolor de mi magullado cuerpo -No obstante, si consideras que la palabra "bruja" es un insulto, es porque alguien te ha hecho creer que es algo malo. ¿Hechicera, mejor? ¿Sanadora, quizá? Si eso te hace sentir mejor, adelante, sólo es un apelativo diferente- tosí al intentar incorporarme, no sin dificultad, hasta que tras unos segundos, pude sentarme al borde de la cama.

Froté mis ojos con el dorso de mis manos y parpadeé fuertemente hasta que unas lágrimas brotaron de ellos. Mi visión era mejor pero aún no estaba clara del todo. Repasé mentalmente todas y cada una de las partes de mi cuerpo, identificando aquellas zonas que aún revestían cierta gravedad. "Nada que no pueda curarse con tiempo y licor" me dije a mi mismo esbozando una sonrisa fanfarrona.

A lo largo de mi vida había cruzado mi camino con brujas y monjas, pero nunca con alguien que fuera ambas a la vez. Ella parecía no poseer el pudor de las ordenadas en presencia de un hombre y aquello no dejaba de crearme cierta inquietud y fascinación; no obstante, aparté ese pensamiento por otro que, en ese momento, tenía mucho más peso para mí -¿Porqué me has salvado? Es obvio que tu iglesia no tolera a quienes son afines a los vientos de la magia y, aunque ocultos en ésta sala, la posibilidad de ser descubierta es real. Por otro lado, aquellos que comparten tu culto no ven con buenos ojos a gente como yo...- y ahí estaba mi confesión, sutil pero evidente si la mujer, suspicaz como la creía, ataba todos los cabos.

La miré fijamente mientras esperaba su respuesta. ¿Me delataría? De querer hacerlo me vería en un aprieto, aunque ella no estaría en una situación mejor. Valoré mis opciones y ninguna parecía mejor que la anterior. En mi estado, enfrentarme a ella podría ser poco menos que un suicidio, pero hacerlo contra los inquisidores, eso sí sería firmar mi propia sentencia de muerte.

En ese preciso momento, a merced de la decisión de una bruja venida a monja, mis nervios estaban a flor de piel y hasta el pulso podía sentirlo en mi sien, golpeando como un martillo golpeaba un clavo.

-¿Qué va a ser?- plasmé mi propio miedo en una pregunta que no debía haber sido pronunciada.
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Mensaje por Bernadette Doboise Lun Dic 05, 2016 12:57 pm

Su expresión cambió por un instante, no esperaba que captase esa leve pista que, sin querer, se le había escapado, suspiró apartándose el pelo de la cara, retirándoselo tras las orejas, y miró de reojo al hombre que, en a penas unas cuantas palabras, había descubierto de su pasado más de lo que quería contar, nunca, a nadie.

Cierto, la habían tratado de bruja, aunque nunca había llegado a hacer nada malo ni a herir a nadie, había importado poco. Y como consecuencia de ese trato, había tenido que huir, alejarse de su hogar, de su familia, de todo lo que conocía, para pasar a ser una mujer dentro de un claustro. Tal vez, en el fondo, tenía razón, y sin saberlo, siquiera, era más cobarde de lo que se creía.

- No, discúlpeme a mi, no he reaccionado bien.-
comentó levantándose, necesitaba, de verdad, un café, o tal vez una copa de vino. Tenía que darle la razón, no lo había dihco con esas palabras exactas, pero, de algún modo, lo había hecho, él tenía razón.

Se alejó de la cama, y comenzó a recoger lo que había sacado, libro y bordado, dejó la camarera en un lado, y volvió a sentarse junto al señor Altair. Estaba por preguntarle si le dolía algo. No le había pasado desapercibida esa cara de dolor que parecía queere ocultar con un gesto socarrón. Sin embargo, él volvió a hablar.

Recorrió el cuerpo herido, y tapado, del hombre, con la mirada, esperando localizar el punto de dolor que parecía sentir. Comenzó a palpar sobre las sábanas, presionando débilmente, y se detuvo al creer que el hombre había acabado de hablar. Entendía sus dudas, y si tenía tantas, era que, probablemente, no era simplemente un hombre herido. Sus heridas no sanaban rápido, por lo que no podía ser un licántropo. A pesar de la perdida de sangre, no había sacado colmillos, tampoco era vampiro, solo le quedaban tres opciones.

Por sus palabras, podía descartar que fuera inquisidor, como lo era el padre Dóminic, por lo que o bien era cazador, o bien era brujo, o, tal vez, cambiante, su aura no parecía tener ningún poder sobrenatural, aunque no es que fuera una experta, pero, por descarte, diría que era un cazador. Tragó saliva, tensándose, estaba herido, no le haría daño, ni parecía ser, tampoco, mala persona, por lo que, tras un instante de duda, decidió decirle la verdad y relajar su postura, de nada le servía estar a la defensiva si sacaba datos de los detalles más nimios de sus palabras.

- Posiblemente ya se habrá dado cuenta, pero mis ideales no son, necesariamente, igual a los la iglesia.- suspiró volviendo a su tarea de comprobar dónde le seguía doliendo, revisando, en ese momento, las piernas.- No me importa quien sea, ni qué sea, mientras no me haga daño. Estaba herido, y eso era lo único importante cuando le vi.- apretó un poco más, sobre las sábanas, en la pierna izquierda, cerca de la rodilla.- ¿Le duele?- preguntó, parecía algo torcida.

La dejó como un posible, y continuó subiendo, los costados, tal vez alguna costilla, no lo sabía, necesitaba que el le dijera cuando le hacía daño para poder seguir el tratamiento, probablemente no podría eliminar las heridas que quedasen, ni sanarlo totalmente, pero cuando saliera de allí, lo haría con la seguridad de poder sobrevivir a cualquier ataque inminente. Con un suspiro, volvió a dejar su revisión para mirarlo directamente a los ojos, ¿creía que después de tomarse la molestia de salvarlo lo entregaría a una muerte segura? ¿Qué clase de impresión daba al mundo?

- Si lo que me pregunta es si voy a entregarle, la respuesta es no. No, no pienso dejar a nadie a merced de esos locos que dicen hablar en nombre de Dios cuando Dios es, en el fondo, el responsable de todo lo que los inquisidores quieren eliminar.-
Omitió, para ella, al padre Dóminic, ese hombre sería un borracho y un vividor, pero, sin duda, era el único inquisidor que la habría aceptado como ayudante de su iglesia sin entregarla a sus compañeros de andanzas. Apartó el pelo que le caía hacia un solo lado y volvió a mirar las heridas.- Ahora por favor, relájese y dígame donde le duele.- le pidió mientras continuaba presionando algunas zonas, cuando acabase, Dios sabía que se iría directa a por un café.
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Mensaje por Altair Cornwallis Mar Dic 20, 2016 8:17 am

Negué con la cabeza y acompañé el movimiento con mi mano, restando importancia a lo que acababa de suceder; más un mal entendido que una ofensa a propósito. Las dudas y el temor a que me delatara eran algo que tan pronto parecían ser meras fantasías e imaginaciones, al momento se convertían en una potencial amenaza que me erizaba el vello de la nuca con la mera idea de tener que salir de allí con cadenas al cuello y una más que asegurada sentencia de muerte en el bolsillo.

Las manos de la mujer palpaban mi magullado cuerpo, arrancando leves molestias o fuertes dolores dependiendo del punto de presión. En el fondo no podía más que estar agradecido por mi situación, cualquier otro me habría dejado desangrarme en la calle, a merced de cualquier otra criatura que quisiera ir a acabar el trabajo, de los vagabundos o, simplemente, de algún borracho con pocos escrúpulos que no habría dudado en despojar de todas sus pertenencias a un hombre moribundo. -Sigo insistiendo en que tienes un don, hermana...- apunté sin mirarla, más centrado en intentar atenuar los dolores que en parecer alguien que ni sentía ni padecía.

Pero de todas las cosas que aquella noche me podían sorprender, más aún, además del don del que aquella mujer era poseedora, fue de las confesiones que salieron de su boca. Primero, ella no comulgaba con la doctrina católica pero, a pesar de ello, fingía llevar una vida sacramental, devota a unos ideales hasta el punto de haberse ordenado monja. En cierto modo, y salvando mucho las distancias, había algo en esa actitud que me recordaba a mi madre y a su disfraz enfrente de mi señor padre, aparentando ser la mujer que se esperaba de ella. Segundo, y quizá lo que más me hizo relajarme, fue cuando me hizo sabedor de que un inquisidor no iba a poner sus manos sobre mí, al menos por una acusación de sus labios. -Gracias- es lo único que acerté a decir.

Abrumado por la sinceridad de la mujer al realizar una afirmación tan acertada sobre la visión del mundo por la inquisición, no pude evitar dejar escapar una sonrisa ladina -Ojalá hubiera más pensadores como tú y menos teólogos de teatro...- dibujé una mueca de dolor y asentí con la cabeza, claudicando finalmente a sus demandas. -El hombro derecho es lo peor... creo que se dislocó y no volvió a sus sitio del todo. La espalda también me molesta... por no hablar de esa sensación de opresión en el pecho y el ardor en la garganta- tosí de nuevo al focalizar mi atención en la sequedad de mi boca.

Fue un segundo, sólo un segundo, pero suficiente para que algo en mi cabeza decidiera devolverle la cortesía de la sinceridad -Fue una mujer, una mujer vampiro... si eres de la iglesia, seguro que conoces la contrapartida de los inquisidores fuera de ella ¿no? Eso soy yo...- confesé -ella debía haberme estado vigilando algún tiempo y le debí parecer apetecible para algo más que pasar una noche entre las sábanas... ya lo decía mi madre, "Cuidado con lo que hay dentro del vestido y no solo bajo la falda"- reí con una carcajada ahogada y miré a la bruja con compicidad. Ahora estábamos en igualdad de condiciones.
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Mensaje por Bernadette Doboise Miér Dic 21, 2016 9:04 am

Sonrió un poco retirándose un mechón de pelo de la cara, dejándolo tras su oreja, mirándolo de reojo, parecía estar haciéndose el fuerte. Eso era lo único común que se había encontrado en todos los hombres, fueran o no de la iglesia, les gustaba aparentar ser fuertes, ya podían estar muriéndose, que importaba poco, no reconocerían que estaban mal aunque les amputasen el brazos, aunque, tal vez, si se les hiciera con otro miembro, la cosa sería diferente.

Alzó la vista, sorprendida ante su signo de humildad, no esperaba que alguien que parecía protestar por todo lo que veía le fuera a dar las gracias, tampoco lo había esperado, pero era una sorpresa agradable en comparación a lo que solía encontrar por ahí, todos pensaban que por llevar hábitos debía ser buena, ayudar y tener amabilidad, algunos ni se preocupaban por agradecer, y ciertamente le repateaba, por eso, sonrió ante esa sencilla palabra y siguió a su labor.

- El problema no es la religión, es quien la interpreta.- dijo antes de alzar la vista para mirarlo a a cara mientras, por fin, le decía dónde tenía dolores. El torso era lo más maltrecho, debería usar algo más de magia para solucionar ciertos puntos, pero el hombro... el hombro debería hacerlo a a vieja usanza. Asintió y retiró las sábanas para poder ver bien la zona a tratar.

Observó con ojos crítico, se notaban aun las heridas, al vez tendría una o dos costillas fracturadas, debía soldarlas rápido, ya que, si no lo inmovilizaba o las arreglaba, podrían volverse heridas más difíciles que, tal vez, lo llevasena a poner en peligro su vida. Suspiró y comenzó a palpar mientras una suave luz blanca salía de sus manos con un brillo tenue y cálido.

Usar magia era más difícil de lo que pensaban, no sabía otros, pero, para ella, era como coser, debía buscar la zona herida, localizarla palpando, como si la energía que transmitía fueran sus propias manos, y debía decir que no era algo precisamente agradable, cuando localizaba la zona dañada, esa energía se volvía una especie de hilo que traspasaba todo tipo de material y unía con dulzura las heridas hasta sanarlas.

Concentrándose, llegando a sentir, incluso, un ligero dolor de cabeza, hizo eso mismo con su espalda, sus costillas comenzaron a sanar y pronto debería notar como el dolor cesaba y quedaba, simplemente, una sensación de calor. Suspiró tirando la cabeza hacia atrás, cansada, le temblaban un poco los brazos, se miró las manos y, tras unos segundos, pasó a la garganta. Se apoyó en la cama y se acercó a él, pasando una mano por encima de su cuerpo y quedando con el cuerpo, alzado, sobre su cabeza, y una mano en su cuello. La luz blanca acarició las paredes de la garganta hasta suavizarla, si hubiera seguido tosiendo, habría podido sangrar, incluso.

- Necesito que te levantes, para curar tu hombro, antes he de colocarlo en su sitio.- le pidió moviéndose para situarse a su espalda, a la espera de que se alzara.
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Mensaje por Altair Cornwallis Sáb Dic 24, 2016 4:58 pm

-El problema reside en los fines para los que se interpreta...- atajé sin quitarle la razón. Había tenido la suerte de conocer, en mayor o menor medida, varias religiones profesadas por muchos hombres y mujeres a lo largo de Europa, todas ellas aseguraban ser la única, la verdadera, esa con la razón absoluta y dominante sobre las demás; no eran más que historias similares, contadas de diferentes maneras por personas totalmente opuestas -Si el fin es el bien común, obtienes un pozo sin fondo de virtudes y respeto pero cuando todo ahí fuera te da miedo comienzas a combatirlo y, en vista de que tu poder es menor que tu temor, contagias de miedo al resto de la gente para que la unidad sea tu fuerza- sonreí con dulzura y cierto arrepentimiento; quizá escuchar algo así para alguien que había sido ordenada monja era algo poco común, que chocaba con lo que había aprendido.

-Disculpa si algo de lo que digo te ofende, mi educación en Teología, aunque amplia, ha sido algo sesgada- apresuré a decir para evitar posibles males mayores cuando mi cuerpo quedó a la vista de la mujer, mostrando las señales testimonio de lo que casi me había costado algo más que un tiempo en cama, reposando.

Tan pronto como el don de la hermana Bernadette cobraba vida de nuevo mi atención se centró en la sensación cálida que su poder dejaba en mi piel, contagiándose al resto del cuerpo siendo una experiencia mucho más agradable que las constantes punzadas de dolor. Pero no sabía decir si sus manos estaban en contacto directo con mi piel o, por el contrario, sólo era mi imaginación; de cualquier modo, en silencio, mirando el rostro concentrado de aquella mujer, mientras remitían los dolores, me sentí profundamente agradecido por haber dado con alguien como ella en un mundo donde lo más brillante que conocía era el brillo de unas cuantas monedas.

Cerré un ojo para evitar el destello de luz que sanó el cuello, dejando un regusto dulce donde antes solo había ardor y la deliciosa sensación del tacto de una mujer como la que, por la postura, podría decirse que estaba abrazando - Está bien- obedecí sin rechistar haciendo que mi cuerpo recuperase la verticalidad después de un tiempo que no sabía calcular con precisión. Al principio, aún débiles, mis rodillas temblaron un poco y hasta amagué con caer al suelo pero hice acopio de fuerzas y logré mantener la postura hasta que el reflejo de mis músculos volvió a mí -Hazlo rápido, porfavor- mi rostro dibujó una mueca de resignación al ser sabedor de lo que conllevaban sus palabras y el dolor inherente a la maniobra que iba a llevar a cabo con el hombro.

Resoplé un par de veces a la espera del momento y, de manera casi inconsciente, tratando de alejar el pensamiento de dolor de mi cabeza, sonreí de nuevo.

-No puedo ofrecerte mucho, bruja, pero de donde vengo es de buen recibo devolver el favor como muestra de gratitud y puesto que tu has salvado mi vida, tengo una deuda contigo... pide cuanto quieras-
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Mensaje por Bernadette Doboise Dom Ene 08, 2017 7:00 am

Negó con la cabeza, no iba a ofenderse, entre las clases más bajas había gente que le decía cosas muchísimo peores que una simple cuestión de división de opiniones con respecto a la fe. Cuando había paseado por los barrios bajos, había oído desde improperios, hasta insultos, que iban dirigidos tanto a la iglesia como a ella. Por suerte sus miradas frías solían acortar a los maleducados, no así a los borrachos. Por eso, desde la ausencia del padre Dóminic no había salido de la iglesia más que para ir al mercado.

Se situó a su espalda, alzándolo por debajo de los brazos al verlo tambalearse, era normal, aun debía estar débil, habría sido mejor que, simplemente, se sentase en la cama, tal vez debería haber especificado más sus instrucciones, pero ahora que lo había hecho levantarse, no iba a decirle que se sentara, con el esfuerzo que le había costado alzarse.

Sonrió un poco ante su frase, manteniendo el silencio, no debía preocuparse, sería rápida, y no quería nada a cambio, aunque ciertamente no le iría mal un hombre en la iglesia, aun hacían falta reparaciones, y le gustaría tenerlas listas antes de navidad. Se lo pensaría mientras Altair se recuperaba, pero, de momento, le preocupaba más ese hombro maltrecho que no el estado de la iglesia.

- Contaré hasta tres, ¿de acuerdo? Si tienes que gritar, grita, alivia el estrés.- Dijo colocando una mano en su hombro, rodeándo el brazo por debajo, pegaba su cuerpo a la espalda de él para ejercer resistencia y le rodeaba la cintura con el brazo, lista para la maniobra.- Una...

No llegó siquiera al dos, dio un fuerte tirón del hombro y escuchó el fuerte crac que indicaba que el hueso había vuelto a su lugar, aplicando magia instantáneamente para asegurarse de sellar el hueso y que no volviera a salirse del sitio y, al mismo tiempo, la calidez de la magia calmaba el dolor. Intentó mantenerlo en pie, no sabía hasta que punto el cuerpo del hombre resistiría el estrés, había tenido una noche larga, lo habían herido, casi matado, y las recuperaciones, por suaves que fueran gracias a la magia, no dejaban de ejercer presión en el cuerpo.

- ¿Estás bien?- Le preguntó respirando hondo, no sabía él, pero tras usar tanta energía, ella se sentía agotada.- Será mejor que te acuestes de nuevo.- Sugirió guiándolo a la cama y sentándose en un lado con un suspiro.- mañana te sentirás como si te hubieran dado una paliza, pero como mucho tendrás agujetas, los músculos han sufrido y el cuerpo ha hecho un gran esfuerzo.- Miró hacia la ventana, donde comenzaba a percibirse cierta claridad.- Descansa un poco y si necesitas algo, llama a la bruja.- bromeó dándole una media sonrisa.

Se levantó con un ligero tambaleo, mareada, sin duda, se había excedido. Suspiró y se sentó en el sillón, acurrucándose con una manta para poder dormir un poco mientras el baile de las llamas de la chimenea hacían que el sueño la alcanzase, miró por última vez a su invitado y sonrió, ¿Se escaparía mientras ella dormía? Si lo hacía, lo buscaría hasta dar con él y arrastrarlo de vuelta, había decidido que la ayudaría a reparar la iglesia.
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Mensaje por Altair Cornwallis Jue Ene 12, 2017 9:49 am

Reí con ironía y resignación -¿Que grite? Gritar no alivia nada, ademas...- no escuché el inicio de la cuenta hasta que el sonido grave y sordo de la articulación volviendo a su posición natural. Reconocí el calor sobrenatural sobre mi hombro como el mismo que había empleado anteriormente conmigo pero, en mi estado, débil como un bebé recién nacido, ni siquiera la magia de la mujer remitió un ápice del dolor. Sabía de sobra que aquel gruñido que había proferido, mezcla de sorpresa y sufrimiento, no iba a ser el último de mi vida pero, por primera vez, había alguien mejor que un carpintero, herrero o incluso yo mismo para reparar el daño causado.

-He tenido noches mejores...- respondí fatigado, aún con el aliento entrecortado y las pulsaciones aceleradas al entrar en tensión tras la maniobra -...pero reconozco que incluso hoy, un licor reconfortaría mi alma- bromeé notando como las pocas fuerzas que había recobrado parecían esfumarse lentamente, con cuentagotas, de mi cuerpo. De no estar de espaldas a ella, sus ojos habrían visto una media sonrisa de gratitud perfilada en mis labios. En realidad tenía el cuerpo como hacía mucho no me sucedía, adormecido, con extremidades en las que la sensibilidad iba y venía casi a su antojo y una recurrente sensación vértigo que, seguramente, tardaría días en desaparecer del todo... pero no, no iba a reconocer abiertamente que, pese a su éxito de salvarme la vida, su magia no había sido lo suficientemente fuerte como para recuperarme; aunque dudaba de si ella tendría tal poder.

Mi cuerpo, de nuevo, notó la comodidad de la cama guiado por las manos protectoras de la bruja. Qué suerte tenía. De todas las personas con las que me podía topar en una iglesia, tenía que ser precisamente ella, aquella misma noche, la que me encontrara tirado a las puertas del edificio. -Aunque durmiera, agradecería compañía el resto de la noche- reconocí cerrando los ojos y acomodando mi cuerpo, no sin dificultad, sobre el colchón.

Mis parpados se me antojaban pesados, de movimientos lentos y cada vez más espaciados en el tiempo. De reojo, vi el cuerpo de la mujer reposar sobre el sillón; sin duda estaba exhausta y, de haber podido, me habría levantado y la habría llevado a la cama que yo mismo ocupaba, haciéndome a mí mismo descansar sobre el suelo de la instancia.

Mientras el trance me atrapaba otra vez, ya solo me quedaba una ligera preocupación rondando por la cabeza aunque no con la suficiente intensidad como para desvelarme. Ella me había recogido y, ahora mismo, estábamos en su habitación pero mi preocupación se extendía al momento en el que la Madre Superiora o cualquiera que tuviera cierta influencia sobre ella se enterase de mi existencia y situación.

Ante esto, apenas sin fuerzas traté de levantarme de la cama, apoyando el peso sobre el hombro recién sanado pero débil todavía. Evité proferir ningún tipo de ruido y, viendo que iba a ser incapaz, preferí mantenerme en la cama, maldiciendo por dentro la posibilidad de ser encontrado.
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Mensaje por Bernadette Doboise Vie Ene 13, 2017 8:00 am

Sonrió, ese hombre era divertido, incluso malherido no perdía el sentido del humor, apreciaba esas cosas en las personas, aunque no es que ella fuera muy de bromear, aunque no pensaba que lo del licor lo fuese, pero no iba a darle nada de alcohol, no e importaba, conocía la reserva del padre Dóminic y no tendría problemas en acercarle un ron, que sería barato, pero era Ron, no obstante eso haría que las células trabajasen más lentamente, y era lo último que necesitaba el hombre. Altair, había dicho que se llamaba.

Con un suspiro, sentada en la cama junto a él, sonrió de medio lado ante su discreta petición. Parecía un niño que no quería que lo dejasen solo con un resfriado. Se aseguro de que las sábanas lo cubrieran, que no se fuera, encima, a resfriar. Lo miró un instante, quería irse a dormir a otro cuarto, sería mejor dejarle descansar, pero era cierto que si se despertara, en un lugar desconocido, más bien austero, y solo, podría darse un buen susto.

Se sentó en el sillón, y lo observó un instante, parecía agotado, su pelo rubio estaba manchado, como poco habría estado en una pelea de bar, de las serias, por no pensar otra cosa, los barrios que rodeaban esa iglesia no tenían precisamente buena fama, suponía que cualquiera podría descarriarse, incluso el sacerdote visitaba de vez en cuando a las damas de compañía, y ella... bueno, se había descarriado antes de ordenarse. Pero el sexto mandamiento no era el que le preocupaba, jamás había pensado que estuviera mar disfrutar, lo malo era el exceso de goce, tal vez por haber nacido en una familia como la suya, que llevaba ciertas cosas a extremos insospechados por la sociedad parisina.

- Me quedaré esta noche, pero no le puedo ofrecer más que mi compañía.- bromeó en un susurro.- no se olvide de que, por muy bruja que sea, llevo hábitos.- musitó alzándose para apagar las velas que estaban encendidas y coger una manta del armario.- No te preocupes, estaré sola por unos días, así que aquí tendrás paz.- después de todo, ¿qué mejor sitio para encontrarla que en una iglesia?.

Se cubrió con ella mientras volvía al sofá, y comenzó a dormitar, intentando reposar, aunque no pudiera dormir. Lo poco que restaba de noche se hizo largo. Una ligera fiebre pareció asaltar a Altair, que se removió ligeramente en sueños. Ella, aun cansada, se levantó y puso paños fríos en la cabeza del hombre hasta que le bajó la temperatura y se quedó sentada en la alfombra que rodeaba la cama, con la cabeza apoyada sobre el cómodo colchón, la manta sobre sus hombros, y una mano agarrando la del herido, para notar el cambio de temperatura. No podría usar más magia, no ese día.

Había intentado hacerlo para bajarle con velocidad la fiebre, pero no había sido capaz, se había, incluso, mareado. No tenía fuerzas, los entrenamientos del sacerdote no eran sencillos, la comida era ligera, a penas carne, sobretodo verduras, no tenían otra, el dinero debía ir a reparar la iglesia y a obras benéficas, mientras el barrio estuviera mal, no podían permitirse ellos malgastar el dinero en si mismos, no porque no estuviera bien, que también, si no que, de cara al pueblo, sería feo.

Se removió en sueños y miró, adormilada, al chico, cuando el sol comenzaba a entrar por la ventana, pero el cansancio no le permitió alzar la cabeza o moverse, simplemente volvió a caer dormida, después de haber comprobado que el paciente dormía con tranquilidad.
Bernadette Doboise
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