Mina Marquand

“La vida está compuesta de sacrificios, uno tras otro desde su origen a su fin. Mi madre sacrifico su vida para que yo naciese en un parto doloroso y muy agónico, dicen que murió feliz, hummm bueno, yo sigo sin creerlo. Mi padre y yo, huérfanos de madre y esposa, tuvimos entonces que aprender a valernos por nosotros mismos. La vida material nunca nos falto, aunque siempre fuimos humildes… Diario agradecíamos a nuestro señor Jesucristo el que nos hubieran bendecido con la posición de Conde germano de mi padre, el feudo familiar y todos los privilegios que podíamos tener aun en una época tan oscura para Transilvania.

Los húngaros habían llegado hace décadas a nuestras tierras, invadiendo en forma de tribus guerreras procedentes de los Urales; Los sajones, originarios del Sacro Imperio, vinieron también unas décadas más temprano y ellos, junto con nosotros los rumanos, formábamos los bloques principales de la belicosa sociedad Transilvana. Desde sus respectivas llegadas había comenzando un conflicto político, religioso y social. Una guerra eterna por el control de las tierras, de los campos… como siempre era el dinero y el poder pero nadie podía reconocer que peleaban por eso, la excusa era la religión. El cristianismo ortodoxo peleaba y destruía iglesias cristianas orientales en nombre de dios, de fidelidad, siempre con promesas de destrucción al paganismo… mentiras! Mi padre, en su juventud, había participado en constantes revueltas y en secreto apoyo a la emperatriz María Teresa de reconocer la Iglesia Uniata como todas las demás y ahorrarse los baños de sangre. Pero de eso ya quedaba mucho tiempo atrás, las personas no estaban dispuestas a ceder nunca por nada. Al contrario, siempre quieren más.

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Mi padre, Stephan Wickham, no era muy querido por sus iguales, al ser el único heredero del anterior Conde y una concubina inglesa, había tenido que tomar el titulo por mucha fuerza a edad madura y constantemente las puertas se le cerraron por su deshonroso pasado. Incluso llegaron a no reconocerlo como sucesor y alegaban que el título de Conde Germano había muerto con mi abuelo. Mi padre sencillamente les dio la espalda, más que un noble, el era un hombre rural que aun cuando el dinero y los esclavos le sobraban, trabajo diario en los campos de cultivo o los demás menesteres que sus tierras requiriesen. Se había casado con una mujer inglesa y ya estaba entrado en años cuando yo había nacido. Preparando el mundo para mi, prefirió volver su feudo en una isla alejada de las olas de corrupción y miseria que por fuera se cernían. Jamás volvió a casarse después de la prematura muerte de mi madre, y en realidad fui yo, su única hija, la verdadera mujer de su vida.

Añorando siempre Stephan un hijo varón, los primeros años de mi vida la pase acompañándole como si lo fuese, siempre a su lado y el de los esclavos plantábamos flores, recogíamos los frutos en cereales, remolacha azucarera o alimentábamos el ganado. Cuando tuve la edad suficiente para poder levantar el rifle participe en las salidas a cacería. A la luz de las fogatas al anochecer, compartía con los hijos de los esclavos las leyendas más aterradoras sobre brujas, muertos que salían de sus tumbas y la más conocida: el castillo de Dracula. No era un juego, todos temíamos y creíamos a las historias, sin embargo era imposible evitar el placer mórbido por escuchar las leyendas, por saber las formas de cuidarnos y evitar cualquier clase de encuentro siniestro.

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Aun así, el miedo y el peligro no frenaron nuestros corazones inquietos, propios de la infancia. Cierta noche en compañía de mi compañero de travesuras, Robin, escapamos un día para conocer con nuestros propios ojos el castillo embrujado… no llegamos a verlo y no fueron los demonios quienes nos asustaron, fueron más bien los vagabundos y los religiosos ortodoxos quienes quemaban una iglesia cercana y peleaban unos con otros lo que nos hizo regresar corriendo a casa.
La servidumbre de la casona, mis amigos, me enseñó a cocinar y a bordar. Siempre fui muy impaciente para los trabajos del hogar y sin embargo, a la edad de 11 años, me vi obligada a vivir con ellos. Stephan dándose cuenta del error que había cometido, contrato una institutriz extranjera para que se encargara de mi educación a partir de entonces. La pobre mujer varias veces se persigno al ver a la niña de manos raspadas y rostro cubierto de hollín que tenía que convertir en dama. Apenas sabia escribir mi nombre y leer unas cuantas líneas, no sabía sobre cultura y tenía dos pies izquierdos para caminar. Pero Agatha, el cual era el nombre de mi exigente institutriz, lo logro. Me hacia despertar antes de que el sol saliera y recitar versos mientras equilibraba una enciclopedia en la cabeza; usaba una vara para golpearme las manos cada que fallaba o era rebelde. Tuve que dejar los vestidos de lana para usar dolorosos corsets de varas de metal y pesados faldones. Tuve que aprender de colores, y maquillaje, y lecciones de baile, y piano, y moda, y geografía, y… y… y…! había un mundo que debía ser comprendido y tan poco tiempo! El fastidio de las clases paso a una sumisa resignación, y posteriormente aprendí a tomarle gusto.

Agatha me prohibió seguir visitando a los esclavos, o hablar acerca de mis costumbres de traer a la mesa a los sirvientes, tampoco pude volver a tratar mucho a Robin. Pese a la mala cara de mi padre este fue convencido por ella de presentarme en sociedad y así fue, me acogieron como parte de los suyos, al parecer la fortuna de mi padre había crecido lo suficiente para perdonarle, al menos en cierta parte, nuestro linaje bastardo. Las ofertas de matrimonio llegaron, pero realmente ninguna buena. Los verdaderos nobles no estaban dispuestos a mezclarse con la prole y aquellos que si se atrevían solo peleaban con un viejo anciano testarudo, pero dueño de muchas tierras. Mi padre en secreto dejo la decisión en mí, confiando en que mi selección fuera sabía. Varios varones se presentaron en los bailes y varios otros llegaban con regalos a nuestra casa, de entre todos, fue Tariq el que más llamo mi atención. Y toda la sociedad de Transilvania pudo notar esa predilección. A mi institutriz no le agradaba y constantemente busco razones para desacreditarlo, en cuanto a Robin… el asunto del compromiso lo hacía ponerse de todos colores y despotricar contra todo. Mi padre decía que el amor de los jóvenes no estaba en el corazón, sino en los ojos. Tenía razón, yo no escuchaba consejos o reclamos… era una mocosa que solo veía el reloj impaciente porque su pretendiente llegara a la hora de la visita.

Quizás el compromiso hubiera durado mucho tiempo mas pero un accidente en las caballerizas causo la muerte repentina de Stephan Wickham. Fue el mismo Robin quien corrió a la mansión familiar a altas horas de la noche para despertar a todos en la morada y dar la trágica noticia, me mostré incrédula hasta que fueron los esclavos quienes trajeron el cuerpo sin vida de mi progenitor y entonces todo se hizo oscuridad… Para cuando desperté, un vestido negro de luto esperaba. Tariq estuvo a mi lado toda la ceremonia. Los tres días siguientes al entierro de mi padre, los pase velando su sepultura, esperando que la campanita que habían colocado comenzara a sonar anunciando que mi padre aun seguía con vida pero nada paso… y los economistas y acreedores, y su institutriz y Tariq! Todos esperaban una respuesta! Yo desconocía totalmente lo que había que hacer en el Feudo y en mi absoluto desespero acepte la proposición de Tariq, apresurando cuanto antes la boda.
Robin dejo de hablarme totalmente cuando sucedió y Tariq, quien se había vuelto mi único pilar, no tardo en mostrar su verdadera cara una vez se hubo vuelto el señor de todo. De pronto todo mi mundo se había desmoronado y en soledad tuve que comenzar a armarlo. Agatha me ayudo a acostumbrarme a la vida de casada, a resignarme a que la vida campestre de mi padre era lo equivocado y que el status, la costumbres sociales y mi esposo eran mis regentes. Tuve que aceptar con sumisión dolorosa las indiferencias, los abusos e incluso las exigencias del desconocido con el que me había casado y que había aprendido a odiar. Siempre a escondidas y en vano, trate de arreglar mi amistad con Robín.

Mi primer embarazo fue la bendición en toda mi agonía. Aun era muy joven y me vi obligada a estar en cama entre malestares y soledades. Contadas las veces eran las que Tariq iba a verme y en mis días de agonía aprendí a perdonarlo después de todo la vida que llevaba en el vientre era también suya. Me sentí una niña que se queja por las atenciones, él era el señor de la casa, tenía demasiadas cosas que hacer como para tener tiempo para mi. Robin no me hablo, pero diario dejaba un clavel blanco en mi ventana lo cual me infundía valor y vaya que lo necesite los meses venideros que el embarazo comenzó a complicarse… varias noches las pase en vela, pensando que seguramente habría de morir para darle mi vida a mi hijo, tal y como mi madre lo hizo conmigo. Durante los meses que pasaron fingí ser la mujer más dichosa, aunque cada noche, junto con su oscuridad, me gobernaba el miedo. Aun asi, le hablaba a mi nonato en murmullos pidiéndole ser fuerte y que sobreviviera, que perdonara a su padre si este era indiferente y que me perdonara a mi si no era lo suficientemente fuerte para estar a su lado una vez naciera, no dejaba de cantarle y decirle que lo amaba aunque no lo conociera.

Milagrosamente, ellos nacieron… fueron dos! y tuve la fuerza suficiente para mantenerme a su lado y verlos crecer en belleza y gracia. Demyan y Natalya eran mis angeles, día y noche los cuide y festeje hasta el menor de sus gestos. Ambos se parecían mucho a Tariq y aunque este no tuvo el suficiente de tiempo para notarlo, yo los procure y colme de afectos por los dos…. Pero como dije en un principio, la vida está llena de sacrificios y la vida corre muy deprisa cuando eres feliz. Mis hijos pagaron con su vida los años de felicidad que me prodigaron. Ocurrió una noche donde una mujer siniestra, la hermana de mi esposo convertida en un monstruo me los arrebato y regreso después una caja de madera con sus restos y cosa extraña, en vez de destrozarme algo dentro de mí se endureció. No sé si fue dios probando mi fe hacia él, o el demonio quien me los arrebato, yo no podía darle el perdón a ninguno solo sabía que me habían quitado todo y no descansaría hasta pagarle con la misma moneda a la criatura que lo había hecho. Tariq, que pese a sus ausencias había aprendido a amar a sus hijos soporto la perdida junto conmigo, calmo mis lagrimas y le dio un sentido a mi dolor, proponiéndome la venganza. Ahora hemos llegado a Paris, un lugar que quizás en otro tiempo habría admirado mucho pero que ahora representa solo un jardín decorativo, parte del camino por el que se debe transitar….