Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



NIGEL QUARTERMANE

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Mensaje por Kael Helvius Miér Ene 18, 2012 10:22 am

Kael Helvius (100%) 1aen

  • Nombre del Personaje: Kael Helvius

  • Edad Real: 1860 apróx.

  • Edad Aparente: 29 años

  • Especie: Vampiro

  • Tipo / Clase Social / Cargo: Clase Media, Mercenario / Guardaespaldas (Gladiador en el pasado)

  • Orientación Sexual: Bisexual

  • Lugar de Nacimiento: Lemanus, Galia Helvetia.

  • Fecha de nacimiento: 60 a.C (694 Ab urbe condita)

  • Habilidad/Poder:

    • Sentido del peligro: Habilidad para percibir el peligro personal. Es una forma limitada de precognición.

    • Sanación acelerada: Habilidad para curar rápidamente de cualquier lesión. El tiempo de recuperación varía según el personaje.

    • Volar (planear, levitar): Habilidad para alzarse desde el suelo, para navegar las corrientes de aire o volar por propia cuenta a través del aire.


  • Descripción Física: El hombre que tienes ante ti presenta una apariencia madura y esbelta, con una altura que roza el metro ochenta. De complexión delgada, pero atlética, su cuerpo queda definido por una musculatura bastante normal entre la media masculina; sin embargo se aprecia a simple vista la posibilidad de que, durante bastante tiempo, ha estado sometido a un duro entrenamiento físico.
    De calzado acostumbra a llevar unas botas oscuras por debajo de la rodilla, negras, y con una tachuela que cubre horizontalmente el corte de las mismas, quedando a ambos lados un par de hebillas metálicas, bien anudadas, presentando un caminar sin prisas, elástico y disimulado, adoptando gracilidad y naturalidad en cada uno de sus movimientos.
    Su pelo liso y algo largo presenta un color castaño oscuro, la mayor parte del tiempo suelto, aunque también recogido mediante una cinta de tanto en tanto. La piel es visiblemente pálida, casi rozando el mismo color del mármol por su pureza, mientras que sus ojos vidriosos, poseen el color de la luna, en un plateado que varía en un azul hielo de forma sutil al depender de la iluminación del lugar. Éstos, observan todo a su alrededor, captando cada detalle, por pequeño que sea.
    Su voz, bastante bien modulada, disimula un matiz entre maduro y jovial, teñido de la serenidad.
    Su vestimenta lo podrían describir como un continuo viajero: su capa larga, cubriéndole los hombros y cayendo desde dos anticuadas hombreras metálicas, cae pesadamente hasta arrastrar un poco por el suelo. Un dato igual de curioso es el amplio sombrero de ala ancha sobre la cabeza, que oscurece y oculta parte de su rostro. Las manos, grandes y amplias, restan desnudas, salvaguardadas con un par de protecciones en los antebrazos, mientras su cuerpo queda cubierto por una reluciente y resistente tela de cuero, conformando un atuendo austero y reservado, no dejando ver resquicio alguno de piel. A pesar de que no parece llevar riquezas encima, se aprecian un par de bolsas amarradas a su cinturón.

    Sin embargo, para moverse por la ciudad a veces adopta un aspecto más propio con el pelo echado hacia atrás, a veces recogido con una cita baja, así como portando ropajes más convencionales, compuestos de camisas y petos anudados al pecho, así como pantalones bombachos y botas altas, sustituyendo el sombrero y la capa con las hombreras.
    Por último, a su espalda, resta envainada una amplia espada de mano y media que, a pesar de parecer pesada, siempre lleva consigo, denotando su gusto por este tipo de armas.


  • Descripción Psicológica:
    La supervivencia es lo que ha ido modulando la personalidad de Kael. De carácter nómada y emprendedor, siempre se ha considerado alguien solitario: desconfiado por naturaleza. La atención e información del entorno se ha vuelto su prioridad desde sus inicios, permaneciendo observador, cual zorro, con los sentidos siempre despiertos.
    Se considera un inmortal humanizado, que se expresa con claridad. Teniendo bien presente el honor en sus pensamientos, se muestra calculador, prevenido y paciente con los desconocidos; pero que, con la confianza labrada y bien conseguida, llega a tender a la sobreprotección de los que considera sus allegados.
    Reacio a entablar relaciones profundas, por miedo a herir o ser herido, en un principio puede llegar a parecer bastante distante..., incluso hosco; no siendo insensible como otros vástagos. El magnetismo que fluye a través de sus palabras, junto a su forma de actuar, llega a atraer a más miradas de las que desea tener sobre su persona, al considerarse alguien discreto. Demostrando tener bastante temple en situaciones críticas, de temperamento sosegado, seguro de sí mismo, meticuloso y comprensivo, hay algo en él..., más concretamente en sus ojos que transmiten emociones de calma; aunque también algo de confusión.
    Con los años se ha acostumbrado a mostrar una fortaleza psicológica digna de mención, no amedrentándose por asuntos sin importancia; aunque sabiéndose retirar cuando lo considera oportuno. Casi nadie ha llegado a conocerle con total exactitud, siendo definido, por los pocos inmortales que se han cruzado con él, como un “Lobo Solitario”, parecido a los muchos que hay repartidos por el mundo. Tal perfil se asocia a él a la perfección dada su tendencia a guardar para sí mismo todo aquello en lo que piensa realmente; pero algo en lo que todos coinciden, es el misticismo de su propia identidad, guardada con sumo celo. Al contrario que otros vástagos, con aires de grandeza o egocétricos ahogados en su propia arrogancia, él apenas menciona detalle alguno sobre sí mismo: considerándolo innecesario..., salvo aquellos que se han ganado su favor.


  • Historia:

    Vida Mortal (60 a.C – 31 a.C)

    El verdor amplio de las llanuras: ese detalle es el que siempre me he llevado de la zona que recibí como mi hogar y resta en mi mente, como si de un apacible sueño se tratase. A veces me despierto, creyendo que aún sigo ahí, correteando tras las ovejas para guiarlas a las montañas y comiendo algo de fruta con pan artesanal...
    Eran otros tiempos: tiempos muy antiguos; pero, debía empezar por algún sitio y, ¿qué mejor que relatando el momento más feliz de mi vida?

    Crecí con mi familia, en una pequeña tribu gala, los Helvecios. Mis abuelos huían de la influencia de los bárbaros del norte y se apostaron casi al pie de los Alpes, llegando a un extenso lago que daba paso a un hermoso y próspero valle: el mejor, sin duda. La abundancia y la paz se respiraba; pero el humo de la guerra tras la corrupción de una tregua con una fuerte potencia militarizada, venida del este, auguraba con terminar con aquellos momentos de alegría. Las danzas y canciones fueron sustituidas por llantos y lágrimas sobre cadáveres maltrechos, y el rumor de las “capas rojas” que venían hacia nuestro fértil valle, ensombrecía nuestras vidas.

    Sin embargo, algunos lucharon e inspiraron confianza y valor en cada tribu gala. Yo, en mi afán de echar a los conquistadores de nuestras tierras también quise portar armas; pero un simple pastorcillo de siete años nada tenía que hacer, salvo soñar en los montes. Aún recuerdo como, tomando un palo del suelo, lanzaba estocadas imprecisas y al azar recreándome en una batalla contra aquellos demonios de rojo. Ahora, no puedo evitar sonreír con nostalgia ante aquella época que se convulsionaba con la sangre y la guerra, frente a la felicidad y a la paz: eran Eras diferentes a las actuales...; aunque no tanto. Vercingetorix nos salvaría en una decisiva batalla, pues era conocido como el mejor de los guerreros entre los Galos y yo, como buen soñador, esperaba estar a su lado para combatir..., una vez llegara a la mayoría de edad. Para ello siempre oraba a Teutates, señor de la guerra, al anochecer y sacrificaba pequeños animales para que él hiciera mi sueño realidad. Creía que el gran Albiorix lo podía todo; sin embargo, nunca creí que mis deseos se vieran cumplidos con tanta celeridad..., aunque, mi énfasis de convertirme en un gran guerrero del pueblo nunca se vería completada: ni siquiera ahora puedo considerarme tal cosa.

    A la edad de ocho años subiendo a la cima con el rebaño como cada mañana, para dejarlo pastar, volví a dejar volar mi imaginación en las alturas, viéndome con mi escudo y espada defender el honor de la Galia y cubriendo las espaldas de mi héroe, el que sería mi mentor y quien me alejaría de las cabras y ovejas, llevándome lejos para hacerme un hombre de verdad.
    Tumbado sobre el frescor de la hierba, atisbé un cambio en las nubes: uno significativo, puesto que aquella, gris, salía directamente del suelo..., a lo lejos, de mi poblado. Sin siquiera preocuparme por el rebaño, corrí con todas mis fuerzas, casi dejándome caer en algunos tramos..., tal si volara, temiendo que el fuego acabara con nuestras cosechas y bienes, con nuestras familias...; pero, en realidad, temía que mis miedos más profundos se hicieran realidad y así fue.
    Ellos estaban allí...: los del manto rojo que teñían de sangre y fuego nuestro hogar. Habían matado a los hombres, mancillado a las mujeres y encerrado a los niños en cárceles móviles; pero no a mi madre y mis hermanas. Había llegado tarde: habían deshorando a mi familia y les habían tratado como si fueran menos que el ganado...: la rabia, la ira, la frustración. Cuando todo el poblado estuvo asolado por la presencia del Imperio de César y yo llegué, con aquel palo en la mano, no pude hacer otra cosa que intentar descargar todos y cada uno de esos sentimientos con los que me acorralaron. En sus rostros vi la arrogancia reflejada y la superioridad, aspectos que solo incentivaron el que lanzara estocadas y giros a diestro y siniestro sin acertar a ninguno de aquellos desgraciados insolentes; pero por suerte o quizás desgracia, sorprendí a uno, golpeándole en la entrepierna..., aunque eso fue antes de que todo se me nublara.

    Aquel fue el primer atisbo de inquieta oscuridad que vi; pero no fue el definitivo.

    Roma, el punto neurálgico de todos aquellos acontecimientos sólo pudo despertar aún más mi ira; no obstante, no era un ser irracional y la observación de sus gentes me ayudó a identificar numerosos aspectos de aquella sociedad. Aunque en el foro, poco se podía sacar de miradas curiosas o de repulsión ante las jaulas donde nos tenían metidos a mí y a otros niños: éramos esclavos, o sclavus, como nos llamaban ellos. Nos vendían al mejor postor y durante toda una vida tendríamos que servirles, lo quisieramos o no y en mi caso, un hombre adinerado estuvo a punto de comprarme; pero mi agresividad al lanzarme contra él, estirando las manos a través de los barrotes para intentar arañar su pérfida cara le hicieron decidir lo contrario, así como que me ganara un par de patadas. No obstante, aquella acción supuso el principio de mi nueva etapa en Roma.

    Tras varios días, me enviaron al Ludus Gallicus: una academia de gladiadores. A pesar de estar entre galos, nos obligaban a aprender latín y a saber hablarlo, además de empezar los entrenamientos a buena hora de la mañana. Lejos de creer que lo disfrutaría, el latín no parecía tan complicado, teniendo facilidad para él y llegando a hablarlo con fluidez..., aunque con mi acento exótico y por el que me apaleaban de tanto en tanto. Los entrenamientos no eran una excepción a aquella regla: pelear entre amigos de tribus no me parecía bien, aunque fuera con espadas de madera. Las técnicas que nos enseñaban distaban mucho de las que había visto en mi hogar, la Galia; pero supe empaparme de ellas como buen guerrero.

    Las noticias que nos llegaban a la academia de nuestros congéneres, quienes habían plantado cara a Julio César, Comandantes Jefe de las Legiones destinadas en la Galia, no eran muy reparadoras. Y el año antes de que pudiera entrar legalmente en un anfiteatro, el 708 Ab urbe condita, la muerte de Vercingétorix causó un gran revuelo entre los nuestros..., nada que no se sofocara con numerosos latigazos. El que tuve como mi héroe en la infancial, como el elegido por Teutates había marchado, dejando atrás numerosas incógnitas y alimentando cada vez más mi ira.
    Los asuntos en Roma tampoco es que estuvieran bajo control; pero eso no cambiaba que el espectáculo para los indeseables del anfiteatro se detuviera. En un inicio pensé que los galos lucharíamos contra los gladiadores romanos, sin embargo no fue así, obligándonos a luchar entre nosotros para que solo hubiera un vencedor.
    Los primeros años fueron terribles: nos prometían la libertad a cambio de derramar sangre gala y algunos llegaron a hacerlo; pero otros simplemente se dejaban matar. Era una abominación y, aunque me negaba a hacerlo en primera instancia, cuando di muerte al primero comprendí y me hice a mí mismo una promesa: tras todo aquello, sobreviviría para devolver la sangre derramada a los caídos.

    Mi técnica no siguió los patrones preestablecidos que nos inculcaron en el Ludus y por ello destaqué. Me movía sin armadura, sin protección alguna para aprovechar mi agilidad: aquello en lo que más destacaba, tal si danzara, aprovechando la fuerza de mi contrincante para hacerle ceder y tenerlo a mi voluntad. Entonces, con la décima lucha ganada, me dieron un nombre: uno que sería protagonista en las apuestas y que estaría en boca de todos: Ventus Filius.
    Mis luchas se sucedieron una tras otra, sin importar los Idus de Marzo o la Batalla de Accio: las retorcidas mentes de aquella sociedad tenían tiempo y recursos suficientes como para malgastarlos en espectáculos de sangre.
    Gracias a mí, el Ludus ganó suficiente como para continuar con su labor; pero yo quería mi libertad y la conseguí. Al menos, eso tenía que pasar. Un guardia tenía que escoltarme a una taberna donde el jefe del Ludus debería entregarme mi licencia de Liberto; sin embargo, un ataque sorpresa por parte de un solo individuo terminó con la vida de mi escolta y en pos de huir, con o sin los papeles en regla, me perdí por las calles en aquella noche. La recuerdo especialmente húmeda, donde la lluvia marcaba con tesón el constante fluir de pequeños ríos por la calzada y fue en una de ellas donde terminé mis días como mortal.

    El rostro de aquel hombre me indicó que no era uno cualquiera; pero fue cuando sustrajo de mí toda mi esencia, cuando comprendí estar a merced de la muerte y él solo mencionó una pregunta.

    - ¿Por qué debería dejarte vivir?

    Miles de ideas surcaron mi mente en aquellos últimos instantes. ¿Cómo poder sobrevivir ante tal debilidad que parecía asfixiar mi cuerpo y alma? Sin embargo, y tal si toda mi rabia y odio hubiera estado comprimido en lo más profundo de mi ser, recordé mi promesa, recordé todo mi dolor y recordé aquella hermosa pradera calcinada y cuya sangre cubría su verdosa extensión: todo me llevaba a lo mismo y por ello, contesté.
    - ¡Sangre por los caídos!

    Mi comienzo se forjó en la venganza...; pero con al probar su sangre, mi camino me quiso llevar a otro lugar.

Kael Helvius (100%) Tinieblasenroma

(31 a.C – 22 a.C)

Escondido y temeroso en los acueductos, me vi sin salida, sin respuestas a lo que era realmente. Si seguía vivo ¿por qué no latía mi corazón? Si seguía vivo, ¿por qué la comida no me saciaba? Si seguía vivo, ¿por qué, movido por un instinto primario, debía beber sangre? La esencia corrupta de ese individuo había llegado a cada fibra de mi piel, convirtiéndome en una especie de monstruo que debía escapar del sol para seguir con vida.
Había estado solo, sintiéndome culpable y sollozando al intentar pedir ayuda en vano. Culpable por tener que sobrevivir a costa de otros, parecía que hubiera nacido para aquello: para derramar sangre..., pero no para los caídos, como bien dije en mi primer y último encuentro con aquel hombre, sino para mi propia supervivencia. Descubrí mi límite: tres días. Ese era el tiempo máximo en el que debía alimentarme..., aunque, a veces, estuve a las puertas de la muerte por no querer herir o matar.
Permanecí durante largo tiempo en las alcantarillas, escuchando rumores de los bandidos que se ocultaban allí y que, a su pesar, me servían para saciar mi sed. Y aunque sentía que debía estar ahí fuera, porque algo me impulsaba a salir, desoí tales sensaciones para continuar indagando en lo que podía ocurrirme mientras el mundo cambiaba en el exterior.

Tarde me di cuenta de que no podía seguir así. ¿Que iba a estar durante toda mi vida ahí abajo? Una noche probé a salir tras haberme alimentado, siguiendo esa mística llamada. En un inicio nadie me prestó atención, tomándome como un mendigo más; aunque de rasgos llamativos, sin lugar a dudas; pero nadie me reconoció. La Roma que se abría ante mí parecía cambiada; aunque lejos de preocuparme por qué tipo de gobierno estaba sostenida, continué vagando por sus calles hasta que un olor peculiar llamó mi atención y acrecentó mi marcha.
Llegué a una Domus cuya puerta restaba entreabierta. La curiosidad llegó a enfrentarse contra la lógica de irrumpir en casa ajena; sin embargo, aquel olor tan intenso pudo conmigo y cuando avancé mis pasos por el atrio, no fui capaz de contenter una expresión de asombro, escapando una sutil esclamación de mis labios. Los integrantes de una familia acomodada, fallecidos y desperdigados por el suelo me ofrecieron una macabra y hostil presencia. Aquella vivienda había sido saqueada, pues lejos de haber algo de valor, solo en los cuerpos pude apreciar el inicio de mi investigación, contemplando una especie de mosaico vivo que recreaba una tétrica escena de suicidio. Pero no, lo que vi en sus muñecas, además de un corte horizontal, fueron dos hendiduras que adornaban finamente las mismas, tal y como las que yo mismo dejaba en los cuerpos de aquellos ladrones, en las alcantarillas. Aquella fue la única prueba que saqué de que él había estado allí.

Con suma presteza, salí al exterior antes de que alguien pasara por allí y me acusara de un crimen que no cometí, siguiendo mi instinto para dejarme guiar hasta el puerto, sintiendo su presencia cada vez más, y más, y más cerca; sin embargo, en un paso en falso, ante mi avancé, casi caigo al agua. Estaba tan cegado de encontrarle para pedirle explicaciones, que no me di cuenta de que ya, a lo lejos, su barco había zarpado.

- ¿Adónde se dirige esa nave?
- Ah, creo que a Egipto...

El pescador que recogía sus redes me dedicó una mirada de recelo antes de retirarse, en tanto que mis ojos quedaban fijos en el horizonte, que lentamente iba aclarándose, al igual que mis ideas, marcándome mi meta.

Kael Helvius (100%) Rastroenegipto

(22 a.C - 272 d.C)

Debía de admitir algo: estaba vivo a medias. En los años años que pasé en las alcantarillas jamás me habría podido imaginar que no hubiera albergado cambio alguno en mi físico..., o que, hubiera desarrollado alguna clase de poder para curar las heridas que sufría.
Fuera como fuere, estaba pertrechado para un viaje con poco equipaje: un par de armas para defenderme y ropa adecuada; sin embargo, y a pesar de tener la determinación de encontrarle, no podía ir a ninguna parte sin dinero, o sin algo de valor que poder intercambiar... y lejos de robar, me presté para algunos trabajos de guardia de noche, que compaginé a lo largo de los años con mis investigaciones. A su vez, aprendí el demótico y el cóptico, aprovechando la facilidad que tenía con los idiomas y la escritura, con el fin de intentar recabar algo de más información sobre lo que podía ser...; sin embargo solo encontré cuentos y fábulas que nos asociaban al Dios Seth, el dios de la Oscuridad y la Destrucción.
Como no todo era perseguir a mi creador, me tomé mi tiempo para aprender un poco más sobre la cultura que allí se había asentado, porque por vez primera estaba viendo mundo y me maravillaba con cada nueva impresión que recibía: técnicas de luchas que añadí a mis conocimientos, objetos musicales que hubieran encantado a mis hermanas, basijas elaboradas y ornamentadas que sabía y recordaba del gusto de mi madre... y espadas, diversas espadas que hubieran apasionado a mi padre: pero todo ello quedaba atrás y, de alguna manera, me recordaban que debían seguir adelante. Y como siempre, el tiempo pasaba volando..., mientras seguía mi camino, contemplando desde las sombras como aquella zona iba siendo absorbida por ideales que ya escuché y presencié en Roma, tal si me estuvieran persiguiendo por los crímenes que cometí. A su vez, las escenas que mi creador representaba en los diferentes hogares que dejaba sin rastro de vida me fueron guiando..., guiándome hacia el sur antes de que una cruenta guerra se sucediera.

Kael Helvius (100%) Edimmu

(272 d.C - 957 d.C)

Antes de abandonar la región, decidí empezar a llevar la cuenta de mis años. Sin lugar a dudas, debí haber muerto hace mucho; pero eso ya lo sabía incluso antes de abandonar Roma. Otros se hubieran considerado dioses o algo parecido; pero los dioses no sangraban... y discrepaba de que ellos se tuvieran que ocultar del Astro Rey.
Como de costumbre, con mi llegada al Reino de Aksum volví a empaparme de la cultura de aquel próspero lugar, sacando tiempo para estudiar y aprender el dialecto más utilizado, el ge’ez, a la par que prestaba mis servicios en acogedoras posadas sirviendo de guardia.
En Aksum aprendí a controlarme: a nutrirme sin matar. Era la primera vez que, en tanto tiempo, toda mi culpabilidad se atenuaba... y desde entonces me había dedicado a escoger a sujetos sanos y vigorosos a los que tras alimentarme, dejaba comida y agua limpia para su recuperación y, por suerte, su debilidad les dejaba con recuerdos difusos..., aunque algunos llegaron a reconocerme, teniendo que huir.
Sin embargo, eso no fue un problema: nunca me quedaba en un sitio concreto, siguiendo el rastro de muerte que mi predecesor, tan descuidadamente dejaba a su paso; pero de pronto..., toda huella cesó y quedé estancado en una pequeña localidad. En ella me dediqué a preguntar a sus gentes, quienes me auguraron sobre la sombra de un demonio al que llamaban ”Edimmu” y que era a él a quien debían tantas desapariciones.
Aquella palabra me sirvió de guía para identificar lo que éramos, siglos antes de que pudiera darle otro nombre. Las víctimas eran al azar, por lo que toda posible investigación quedó aún más mermada; no obstante, al no haber cuerpos ni escenas que recrear en el lugar de los asesinatos algo no encajaba. ¿Qué lugar podía ser tan extenso como para esconder tantos cadáveres? Busqué en los ríos, e incluso bajo tierra; pero nada..., hasta que una débil mano me señaló a las montañas antes de expirar y de nuevo, sentí aquel impulso.

Cuando encontré las excavaciones en lo más profundo de la montaña, la desolación y desesperación me abrazaron con fuerza, casi a punto de asfixiarme. ¿Cuántos desgraciados habían caído en las garras de mi creador? ¿Cuántos cuerpos debía de haber allí, perdidos en la oscuridad? No alcanzaba a comprender el por qué de aquellos actos, el por qué de tan abominable almacenaje y en tan avanzando estado de putrefacción; pero allí no había nadie y como siempre, había llegado demasiado tarde. Y con una nueva guerra, venida desde el sur, seguí la estela de la criatura que me había dado aquella inmortalidad...: a veces, solo pensaba que me había dejado con vida para que pudiera ver la atrocidad de su obra.

Kael Helvius (100%) Christianismo

(957 - 1527 d.C)

En mi ruta atisbé un visible cambio en los planes del depredador al que venía siguiendo desde hace mucho. Supuse que el hastiante calor o la propia situación del desierto le había supuesto demasiados esfuerzos y de ahí su retorno a Roma..., a caballo y viajando solo tardé más de lo que esperaba. Por suerte, los puntos de control en ciudades clave me suministraron fuerzas y alguna que otra riqueza para cambiar de montura.
Los años pasaban en un suspiro y a veces no era consciente del todo de mi edad, hasta que atisbaba símbolos de envejecimiento en los diversos caballos que compraba...: al final, siempre les acababa cogiendo cariño y, de ahí que les pusiera el mismo nombre a todos. En el camino de regreso también me socialicé un poco más, conociendo a varias mujeres hermosas; aunque temiendo que pudieran verse en peligro por la bestia que anidaba en mi interior, solo fui una mala elección en sus corazones.

De regreso a la península, no albergué otra cosa que sorpresa al comprender el significativo cambio que se había dado, desde que abandoné la urbe tiempo atrás. El Cristianismo, una fuerte potencia religiosa y armada, se había instaurado en lo que venía siendo el antiguo Imperio Romano para renombrarse como Sacro Imperio Romano Germánico. Las leyendas sobre demonios, ángeles y otras criaturas se me antojaron curiosas y aquella nueva realidad se abría ante mí para que pudiera explorarla con mayor detenimiento, prestando especial atención a las diferentes lenguas que habían evolucionado, así como al plano cultural, uniéndome a la moda de aquella sociedad. La guerra y la espada continuaban siendo de un valor significativo, y mi propio arte de la espada no se vio interrumpido al aprender numerosas técnicas que combiné con las ya aprendidas y cada mañana, antes del amanecer, cuando me ocultaba en los sótanos o catacumbas, siempre me llevaba algo de aquel mundo conmigo.
Lejos de incomodarme aquella religión tan extendida, la encontré interesante en mi largo camino hacia el norte, hasta que se convirtió en un importante y peligroso dato a tener en cuenta. Según parecía, nuestras existencia y la de otras criaturas sobrenaturales, habían despertado recelo entre los miembros de aquella fe, promulgándose una parte de la misma como cazadores de tales seres, a los que catalogaban como demonios..., o lo que yo conocía como, Edimmus.

A pesar de no encontrar a ninguno como yo, sí tuve constancia de algunos seres con la capacidad de poliformarse en un tipo de animal que, huidizos en su mayoría, me catalogaban también como un demonio u ángel caído. Y hablando de caer..., fue uno de los cazadores de la iglesia quién me identificó y casi estuvo a punto de acabar conmigo; pero que, gracias a su fracaso, adquirí el conocimiento de cómo acabar con uno de mis iguales, así como... la extraña habilidad de flotar. Fue la primera vez que maté a un humano, y no para alimentarme de él; pero de nuevo la culpabilidad regresaba a mí, retrayéndome porque... ¿qué demonios había hecho para merecer ser cazado? ¿acaso había podido luchar contra lo que era? Fuera como fuere, su espada me sirvió de ayuda y su estética me agradaba, por lo cual decidí quedármela.
Antes de reemprender mi marcha y habiendo encontrado un refugio en Lípari, cerca de Sicilia, entrené mi nueva habilidad para tener mayor control de ella, previamente a proseguir al sentir como la presencia de mi creador se alejaba de nuevo. ¿Adónde pensaría ir ahora?

Kael Helvius (100%) Europaw

(1527 - 1799 d.C)

El regreso a mi patria me trajo tan buenos recuerdos y nuevamente pude disfrutar de los prados y los bosques; sin embargo, esta vez bajo la luz de la luna. En mi viaje, al no disponer de demasiadas ciudades de tránsito, terminé por alimentarme de animales, ocultándome en cuevas y cambiando mis ropajes por unos más acordes a la época y naciones en las que entraba.
Las incógnitas de qué era se vieron solucionadas con mi llegada al reino de España, quien presentó numerosas particularidades con mi llegada y donde encontré por vez primera a un vástago, cuyo nombre no deseó revelarme. Estaba entusiasmado con sus enseñanzas, así como con las noticias que me hizo llegar desde el otro lado del oceáno y fue él quien me enseñó la palabra por la cual nos acostumbraban a conocer: vampiro. Estuve a su cargo, durante medio siglo aproximadamente, cubriendo sus espaldas y él las mías, aprendiendo el uno del otro: él había abandonado a su maestro para experimentar hacía dos siglos y tras aquellos años había retornado a su hogar de conversión para encontrar a su creador..., tal y como hacía yo. Me sobrecogió la diferencia de edad entre ambos y el conocimiento sobre los nuestros que tenía, valorando el que él hubiera tenido al menos un maestro. Lejos de indicarle cualquier dato sobre mí, le confié que también buscaba a mi creador...; aunque aún no me había planteado el qué podría decirle de tenerlo delante; pero así surgió el primer lazo de amistad con otro inmortal. Le enseñé a no matar a los humanos, a controlar el pulso de los mismos y a saber cuando parar para no acabar con sus frágiles vidas. Él me instruyó en el arte de la música, me puso al día en literatura, me sirvió de guía para pasar inadvertido entre la sociedad y me ofreció información sobre otros seres sobrenaturales de los que debía guardarme: los lupinos. Sin embargo, cuando por infortunio fue cazado por un seguidor del cristianismo, retorné a la soledad, heredando el violín que me enseñó a tocar.

España se estaba sumergiendo en una guerra, tal y como se habían sucedido en los reinos que dejé atrás; pero las escasas pistas que mi creador dejó tras de sí fueron suficientes para volver a identificarle, encaminando mi cabalgar en las noches hacia el norte, abandonando la desastrosa situación de España, de vuelta a los territorios del norte.
Intentaba comprender la mentalidad de mi creador, tanto como mi antiguo amigo llegó a saber del suyo y de su carácter; pero no encontraba lógica a todas esas muertes o a su énfasis de retratar escenas con ellas en el escenario de los crímenes que cometía; pero, mi estancia en la Francia Rural fue dura, ya que estaba acostumbrado a alimentarme en grandes ciudades donde las personas abundaban. El cambio fue drástico y alimentándome de otros animales, como de algunas personas que llegué a encontrar en los pocos asentamientos que localicé, tomé como refugio el sótano de una de las casas de las víctimas, hasta que sentí un nuevo movimiento en la dirección de mi creador: más al norte.

A caballo, seguí su rastro hasta que llegué a la ciudad de las luces, cuyas calles y habitantes nuevamente me sorprendieron. Había tantos cambios y modernidad en aquel lugar que, prácticamente me pareció imposible tomar la idea de encontrarle entre la inmensa masificación; sin embargo, antes de que la noche se apresurara y llegara el día, me preocupé de tomar alquilada una habitación para conocer aquella nueva urbe.


  • Datos Extras:
    - Su apodo de Gladiadior, ”Ventus Filius” hace referencia a su modo de ataque: ágil y elástico, efectuando saltos y cabriolas con fluidez.
    - Durante el transcurso de los años, ha combinado cada técnica que ha visto de ataque cuerpo a cuerpo para defenderse, tanto con armas como sin ellas, aprovechando la fuerza del contrincante en beneficio propio.
    - Es ambidiestro
    - Posee el violín del vampiro que conoció en España, cerca de Barcelona y quien le enseñó a tocarlo; sin embargo, éste también le instruyó en el piano.
    - Respeta el cristianismo, así como cualquier otra fe sin decantarse por ninguna en especial; pero detesta a los cazadores y la Santa Inquisición, considerando un error las cacerías indiscriminadas.
    - La espada que porta posee el símbolo de una especie de cruz grabada en el centro del filo, por lo que se le suele confundir con un acérrimo del cristianismo; sin embargo cada vez que se le pregunta se limita a contestar que es una reliquia heredada de su familia.
    - No muestra excesivo interés por el dinero o la clase social, y aún le cuesta identificar las diferencias y por qué de tal corte en la sociedad moderna, considerándolo algo decadente y que le recuerda a sus tiempos de esclavitud.
    - Adora las alturas y lo demuestra moviéndose con habilidad por ellas.
    - Posee cierto conocimiento para arreglar armas de filo, llevando consigo un par de hojas de afilar junto a kit de reparación envuelto en telas.
    - Siente fascinación por las armas de fuego, teniendo una idea de cómo funcionan; pero la experiencia le han llevado a deshacerse de todas las que han caído en sus manos, una vez las ha usado.
    - Tiene facilidad para los idiomas, tanto oral como escrito; sin embargo, a pesar de los años que han pasado no ha podido obviar su acento galo, haciéndole parece un extranjero en su propio terreno.
    - Le agrada todo tipo de animales, recordando su época mortal al cuidado de las ovejas, sintiendo predilección por los perros y los caballos como animales que ha acostumbrado a tener como única compañía en sus viajes.
    - Aún está confuso con respecto a lo que es y con qué finalidad fue creado; pero sobretodo no tiene claro qué podrá sacar de un encuentro con su maestro. Pues tras tantos años siguiendo su pista, no tiene una lista de interrogantes fijas y teme no estar a la altura aún de verse las caras con él.

Kael Helvius
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Mensaje por Invitado Miér Ene 18, 2012 3:32 pm

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