Mi pequeño oasis Egipcio

por **Triana** Dom Ene 22, 2012 9:57 am

~ Memories ~

2 de Enero de 1796
Kemet, Egipto.

Dia helado para el resto del mundo, pero cálido y virtuoso para los que residían en aquel lugar: Kemet.
Una noche, extraña como otra cualquiera, los quejidos de una parturienta daban a aquel silencio que yacía en el desierto un toque mágico. En aquel lugar, residencia por los restos de reyes y falsos dioses abrazaban a aquel milagro cual era la vida.
En una habitación, iluminada por lámparas de aceite, yacía la futura madre sobre la cama. Entre alaridos de dolor indecifrables e ida completamente mientras murmuraba palabras que apaciguaban su mente, pensó entonces que su hija estaba en peligro.
¿Por qué sabía que era una niña...? Los dioses, la madre naturaleza, todos lo decían así que aquel día nacería el objeto de muchas disputas. La madre, cohibida, por entonces tenía un odio irrefrenable hacia su propia hija, la odiaba, tanto como a la vida misma, por dañarla, por hacerla sufrir por el padre de la criatura por... engendrar a alguien cuya vida pendería de un hilo. Juliett, así se llamaba la mujer... había pasado mucho por la vida que engendró y por lo que conllevaba todo aquello. Su hijo Miguel de 4 años esperaba en casa en la soledad que le acompañaba mientras esperaba el pronto nacimiento de su hermana. Él sentía que la debía proteger, no solo por ser su hermana sino por algo más allá que ni siquiera escapaba a comprender.
Un nuevo grito. Los dedos de la mujer se hundieron sobre el camastro, llevándose consigo todos los demonios del pasado, ella, que mucho tenía que anhelar dió un último suspiro para que aquella noche naciese la plateada.
Segundos transcurrieron y todo pendía de un hilo. La niña, no reaccionaba, su corazón no latía, ahora tan solo quedaba que obrase un milagro. Aquellos segundos se hicieron eternos, la niña tenía un color enfermizo, liláceo, hasta que poco a poco, como por arte de magia, su color se volvía rosado.
Gritos, de nuevo, pero no eran de la parturienta, sino de aquel ser que engendrado por ella había salido de sus entrañas hacía ya un par de segundos, rápidamente fué enjuagada en agua de rosas azules, tan y como había mandado ordenar la madre, su flor predilecta. Envuelta en una fina gasa suave, la niña fué colocada en brazos de la madre. El silencio se hizo entonces, la niña cesó su llanto y ambas quedaron solas, para conocerse mutuamente.

- Katrina... - Susurró Juliett. - Abre los ojos hermosa... - Dijo a punto del llanto. Katrina que así se llamaba la neonata, pese a sus escasos minutos de vida, despacio... con todo el tiempo del mundo bajo sus pequeñas manos abrió los ojos, enormes ojos color plata, acostumbrándose a la nocturnidad del lugar. Lo primero que vió: la luna tras su madre, lo segundo: los ojos de su mamá derramar lágrimas. ¿Acaso estaba triste? Si, lo estaba, porque sabía que por mucho que quisiese a aquella niña, sabía que iba a morir.