AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
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Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
-Ave María purísima.
-Sin pecado concebida. -Le respondió en la oscuridad en la que había comenzado a sumarse el confesionario.
-¿Qué va hacer esta vez? Solo ha pasado un día y ya estas aquí de nuevo, no puedes haber pecado en tan solo 24 horas.
-Antoine sabes perfectamente para que estoy aquí. –La voz de Lazarus continuaba siendo tan serena como siempre, denotaba dudas en su afirmación.
Apoyando su espalda en el respaldo de madera suspiró con cierta impaciencia. El sacerdote que al otro lado estaba tenía razón, no solo había acudido como todos los días a hablar un rato con él sobre la situación de los inquisidores, al serlo él le mantenía informado y de paso le llevaba pequeñas y discretas misiones. Estaba allí para liberar aquellas frustraciones que en su mente surgían, sus dudas eran consultadas con aquel hombre que estaba siendo más que un protector, un amigo, a pesar de que fuese mucho más joven que el propio cazador.
-¿No puedes dejar de pensar en la mujer que me hablaste? ¿Es eso?
El silencio respondió al padre Antoine, se lo esperaba ya que Lazarus había sido muy reservado con respecto a ese tema, no le había dado ninguna seña de la identidad de la mujer que había conocido hacía unas semanas y le había ayudado en su caza. La verdad no era un tema de un día, era el “tema” de día tras día.
-No has renovado tus votos, así que no hay de malo en ello. No has infringido ninguna ley sagrada, más bien ahora mismo no estas sujeto a ningún credo. –De nuevo silencio, ninguna respuesta. –Eres un hombre al fin y al cabo, Lazarus. Humano como todos. Con más libertad que yo.
Habían pasado demasiadas semanas y no había podido quitársela de la cabeza, aquello se había convertido en una cruda obsesión que le desgarraba por dentro, era como si hubiese vuelto a probar una droga que hacía tiempo que había dejado por temor a la enfermedad y de la que ahora había vuelto a caer, sin poder hacer nada para remediarlo. Ella había sido la Pandora que había abierto la caja, una caja oculta, cerrada y negada. ¡La deseaba tanto! Que el negarlo era una necedad, pero una y otra vez él se veía en la lucha contra aquel sentir encerrado. Engañándose así mismo se decía una y otra vez que no iba a volver a verla, ella le había negado su hospitalidad con aquella nota, su presencia no era bien recibida y él no iba a arrastrarse a volver al lugar para tan solo volver a ver su rostro. La caja de Pandora debía de cerrar su tapa, a pesar de que sus astillas se clavasen en aquel recorrido de manera dolorosa.
-Esto es para ti. –Al ver que el cazador se negaba a contestar a sus preguntas Antoine se limito a ir al grano. –La hija de los condes, nuestros benefactores, cumple años esta noche. Soy su principal confesor y me han invitado, sospecho que entre tanto invitado de clase alta habrá gente del mundillo que te interesa, por ello le he mandado a la condesa una carta hablándole de mi imposibilidad de ir y que mandaré un colega en mi lugar. –Un pequeño sobre cerrado paso de una rendija a otra, Lazarus lo cogió con curiosidad. –Abre el sobre cuando ya estés en la mansión. Te deseo suerte, y que todas tus cuestiones se resuelvan. Ve con Dios.
La frialdad de la noche, el rozar de los cascos sobre el suelo empedrado. Decenas de carruajes de rica talla hacían desfile de gala entre aquellos hermosos y complejos jardines, uno tras otro se detenían frente a la alba mansión, que al abrir sus puertas descubría un hervidero de alegría, música, máscaras y color.
Entre la gente caminaba como si se tratase de una gris nube rodeada por abanico intenso de colores que anunciaba un nuevo día. Sus ropas negras y austeras de sacerdote le hacía destacar entre las lustrosas y extravagantes ropas de los invitados, imperaba el dorado, el escarlata y el marfil que se fundía en aquella misma policromía con el decorado.
Lazarus se sentía extraño llevando aquella sotana de nuevo, de vez en cuando se daba un leve tirón al alzacuello incomodo. Suspiró, al menos no había tenido impedimentos para entrar en el lugar, el padre Antoine se había asegurado con su carta que el “padre Lazarus” fuese bien recibido como representación suya.
Tras pasear entre la multitud, detenerse de vez en cuando a responder las preguntas de los curiosos invitados, decidió que era el momento de abrir aquel sobre y ver que datos iba a necesitar para llevar a cabo esta misión.
“Ninguna misión, ninguna criatura. Disfruta de la fiesta de los “condes de Levasseur”, ahí tienes tu oportunidad de observarles y saber que fue de ellos. Sé que ha sido tramposo por mi parte, pero llevas más de un año en las que tus confesiones te llevan a la tentación de asomarte por sus ventanas. He decidido dar el paso por ti y ahí estas. Espero que me perdones
-Padre Antoine-”
-Padre Antoine-”
“¿Levasseur? ¡Maldito Antoine!” Maldijo en su interior, aquel estúpido sacerdote le había llevado al hogar de su propio hermano que había tomado el título de su esposa, si, su cuñada y antigua amante. Entonces si el cumpleaños era veinte cumpleaños de la hija de los condes, ella era… Lazarus en aquel momento se quedó en blanco.
C. Lazarus Morrigan- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 24/11/2011
Re: Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
Mansión Saint-Bonnet, 19:07 Pm
Las cosas sucedían por mero azar o así pretendían hacernos entender algunos de los grandes pensadores. Lo divertido de cada día era el no saber lo que de verdad iba a ocurrir, lo cierto es que levaba ya algún tiempo deseando tener un descanso, siempre trabajaba, siempre luchaba a escondidas de los ojos indiscretos del pópulo francés, pero hoy la tocaba asistir a un festejo… si, llevaba meses sirviendo a la familia de los condes de Levasseur, en especial a su hija, la cual era una excelente aprendiz. Me había contratado para que le enseñase el arte del protocolo además de insitutriz y poco más. La alquimia no era para jóvenes que solo se casaban jóvenes tan solo para dar su dote a sus futuros maridos y llevar una vida de esclavitud y amarre.
En ese campo Jessica estaba absurdamente entrenada, por ello es que en pasadas ocasiones rechazase intencionadamente regalos y cortejos de una forma no tan grosera.
Recuerdo cuando me contrataron…
<<…Monsieur Levasseur, le presento a Jessica… - la voz de nuestro común se vió interrumpida por el conde. – Saint-Bonnet, la mejor Alquimista de todo París. – Con una media sonrisa aquel hombre esperaba recibir la mano de la cazadora cuya extremidad se alargó para ser recibida entre cálidos labios. – Todo un placer. – Concluyó ella. Entonces comenzó a trabajar para ellos. Mientras paseaban por la casa mostrándole cada estancia, conoció a la que entonces sería su protegida por la rendija de una puerta. – Quiero que la protejais, quiero que seais su sombra, quiero que hagais todo lo que yo os ordene, para ello trabajarás para nosotros, educándola como una verdadera dama para que sepa… - su mirada viró en torno al cuerpo de la cazadora. – Una futura mujer de provecho como vos…>>
<<…Monsieur Levasseur, le presento a Jessica… - la voz de nuestro común se vió interrumpida por el conde. – Saint-Bonnet, la mejor Alquimista de todo París. – Con una media sonrisa aquel hombre esperaba recibir la mano de la cazadora cuya extremidad se alargó para ser recibida entre cálidos labios. – Todo un placer. – Concluyó ella. Entonces comenzó a trabajar para ellos. Mientras paseaban por la casa mostrándole cada estancia, conoció a la que entonces sería su protegida por la rendija de una puerta. – Quiero que la protejais, quiero que seais su sombra, quiero que hagais todo lo que yo os ordene, para ello trabajarás para nosotros, educándola como una verdadera dama para que sepa… - su mirada viró en torno al cuerpo de la cazadora. – Una futura mujer de provecho como vos…>>
Su cuerpo, desnudo y cálido se atavió con ropas para la conmemoración. Un vestido de tono azulverdoso (con la no tan típica abertura bajo el forro para moverse mejor en caso de alerta) y aquel sencillo pero valioso y enigmático colgante que siempre portaba: el colgante de lucretzia. (que portaba veneno según decían las antiguas leyendas, posiblemente para el suicidio o para uso ajeno.)
Hacía poco más de un més tuvo que contratar a un nuevo cochero ya que en su fortuito encontronazo con el alquimista Giáccomo Di Bruni había sido decapitado por los lobos. Siempre era de saber que lo nuevo no era tan agradable como lo pasado.
Tomó asiento con ayuda del nuevo cochero y tomó la nota que posaba a su lado, ella la volvió a leer como si detrás de aquellas palabras encontrase la escusa perfecta para no acudir a tal evento. No le gustaban la galantería ni las cosas ostentosas pero era una de las pocas mujeres que sabía estar en dichos lugares con gran soltura y maestría, como si a miles de eventos hubiese ido. Entró al lugar, su abrigo fue retirado de una forma elegante cuando la propia cumpleañera jaló de la mano a la cazadora con ojos lleno de juventud recluida, como si una niña pequeña fuese, la dijo: - Ven, tengo que enseñarte algo, y contarte muchas cosas!! Ashlotte, no acostumbraba a sonreir, pero aquella niña la sentía como si de una hermana pequeña se tratase, hermosa y cándida la cual tenía que proteger, por ello sonreía y mucho cuando estaba a gusto entre ellos.
Jessica Saint-Bonnet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
Estaba claro del por qué su mente acababa de perderse en el hilo de sus pensamientos.
Plantado en medio de la sala, mudo por completo, su semblante mostraba la misma expresión que debía de darse en una persona que acabará de ver a un fantasma, y si lo pensaba de alguna manera era como ver uno.
Ante él podía ver la imagen casi idéntica de su propia madre rejuvenecida. Sus cabellos eran de aquel rojo intenso que casi manchaba con su ígneo estar, su estatura la hacía parecer una pequeña muñeca de sencillas proporciones, aquella jovencita era más baja que las de su edad, igual que su madre lo había sido en su día. Solo un rasgo borraba la semejante imagen ante él, sus ojos. Eran los suyos, azules, muy claros. Ni sus padres ni sus hermanos habían nacido con esa característica física, al parecer él los había heredado de sus abuelos.
-¡Padre Antoine! -La voz alegre de aquella chica le había sacado de sus ensoñaciones, ahora la pelirroja se dirigía a él portando con una mano la varilla de su máscara que no ocultaba su rostro y con la otra tiraba de otra joven enmascarada, con la que había estado conversando de modo animado desde que había entrado en la sala. En cuanto se plantó frente a él su rostro mostró confusión. -¡Oh, lo siento monsieur! Usted no es el padre...
-¿Antoine? Me temo que no. -Con amabilidad le sonrió, una mano del servició le ofreció una máscara, ya era la segunda vez al menos que le traían una y las rechazaba, pero esta vez la decidió tomar, ya que sabiendo en el hogar que se encontraba más le valía que ciertas personas lo reconociesen. -Su enviado más bien.
La chica pelirroja se llevó el dedo índice a los labios con un gesto pensativo e inocente, de vez en cuando miraba de soslayo a su compañera buscando alguna clase de ayuda, sin quererlo los labios del cazador se curvaron en una sonrisa, sus ojos estaban destinados a ella con fascinación y curiosidad.
-El padre Lazarus, ¿me equivoco? -La bombilla se había iluminado en su mente y en sus ojos. Lazarus afirmó con cortesía. -Dice mi madre que en la carta del padre Antoine afirmaba que usted era un enviado de las mismas tierras que vieron nacer a mi padre. -Al decir “padre”, la cumpleañera señaló con sus ojos a un hombre que estaba bien lejos de su situación. Aquel hombre llevaba rato allí conversando y comiendo de un modo generoso, y Lazarus no lo había reconocido como su hermano, ciertamente aquel hombre se le veía envejecido y la verdad su afición por la comida desde siempre estaba dando señas con aquellos kilos de más que se había reflejado de forma tardía con los años. -Mi padre dice que tengo un tío sacerdote en ese lugar, ¿puede que usted le conozca? Cahir, Cahir Morrigan
-Me suena, posiblemente haya tratado con él. -Afirmó al escuchar su propio nombre y apellidos, al parecer ellos si lo había recordado más que él.
-Nos llegó una carta del padre Antoine, decía estar indispuesto. Una pena ciertamente. ¿Se encuentra bien? -Su pregunta sonaba más que sincera, al parecer le tenía cierto apreció a aquel que desde ahora Lazarus denominaba “estúpido sacerdote”, después de hacerle aquella encerrona.
-Se encuentra bien, debe de descansar sino quiere agravar aquello que lo indispone. -”Más bien si no le causo yo agravió” Pensó, en cuanto tuviese delante a Antoine no iban a ser palabras amables lo que recibiese precisamente. -Muy cortés por su parte Mademoiselle Levasseur... y... -Él ignoraba el nombres de ambas y aquella chiquilla demasiado curiosa parecía haber olvidado a su compañía, su gesto avergonzado dio a entender eso.
-¡Oh de nuevo debo de pedirle perdón a ambos! Podéis llamarme “Tara” como una de las hermanas de mi padre, dejese de formalismos, el padre Antoine me llama por mi nombre. -La pelirrojo dio un pequeño tirón del brazo a su compañera. -Ella es mi mentora, madame Saint-Bonnet. -Luego se dirigió a la mujer para presentarle a él. -El padre “Lazarus”, ya te conté que el padre Antoine iba a enviar a alguien. -La joven condesa parecía satisfecha con su rápida solución ante los acontecimiento, alguien la llamó para felicitarla, ella se disculpo y dejo a ambos a solas.
“¿Saint-Bonnet? Ese apellido no es de...” Pensó Lazarus al darse cuenta de quien era ella, sintió como su corazón dar un vuelco acelerado. Era la persona que menos esperaba encontrarse en aquel lugar.
Plantado en medio de la sala, mudo por completo, su semblante mostraba la misma expresión que debía de darse en una persona que acabará de ver a un fantasma, y si lo pensaba de alguna manera era como ver uno.
Ante él podía ver la imagen casi idéntica de su propia madre rejuvenecida. Sus cabellos eran de aquel rojo intenso que casi manchaba con su ígneo estar, su estatura la hacía parecer una pequeña muñeca de sencillas proporciones, aquella jovencita era más baja que las de su edad, igual que su madre lo había sido en su día. Solo un rasgo borraba la semejante imagen ante él, sus ojos. Eran los suyos, azules, muy claros. Ni sus padres ni sus hermanos habían nacido con esa característica física, al parecer él los había heredado de sus abuelos.
-¡Padre Antoine! -La voz alegre de aquella chica le había sacado de sus ensoñaciones, ahora la pelirroja se dirigía a él portando con una mano la varilla de su máscara que no ocultaba su rostro y con la otra tiraba de otra joven enmascarada, con la que había estado conversando de modo animado desde que había entrado en la sala. En cuanto se plantó frente a él su rostro mostró confusión. -¡Oh, lo siento monsieur! Usted no es el padre...
-¿Antoine? Me temo que no. -Con amabilidad le sonrió, una mano del servició le ofreció una máscara, ya era la segunda vez al menos que le traían una y las rechazaba, pero esta vez la decidió tomar, ya que sabiendo en el hogar que se encontraba más le valía que ciertas personas lo reconociesen. -Su enviado más bien.
La chica pelirroja se llevó el dedo índice a los labios con un gesto pensativo e inocente, de vez en cuando miraba de soslayo a su compañera buscando alguna clase de ayuda, sin quererlo los labios del cazador se curvaron en una sonrisa, sus ojos estaban destinados a ella con fascinación y curiosidad.
-El padre Lazarus, ¿me equivoco? -La bombilla se había iluminado en su mente y en sus ojos. Lazarus afirmó con cortesía. -Dice mi madre que en la carta del padre Antoine afirmaba que usted era un enviado de las mismas tierras que vieron nacer a mi padre. -Al decir “padre”, la cumpleañera señaló con sus ojos a un hombre que estaba bien lejos de su situación. Aquel hombre llevaba rato allí conversando y comiendo de un modo generoso, y Lazarus no lo había reconocido como su hermano, ciertamente aquel hombre se le veía envejecido y la verdad su afición por la comida desde siempre estaba dando señas con aquellos kilos de más que se había reflejado de forma tardía con los años. -Mi padre dice que tengo un tío sacerdote en ese lugar, ¿puede que usted le conozca? Cahir, Cahir Morrigan
-Me suena, posiblemente haya tratado con él. -Afirmó al escuchar su propio nombre y apellidos, al parecer ellos si lo había recordado más que él.
-Nos llegó una carta del padre Antoine, decía estar indispuesto. Una pena ciertamente. ¿Se encuentra bien? -Su pregunta sonaba más que sincera, al parecer le tenía cierto apreció a aquel que desde ahora Lazarus denominaba “estúpido sacerdote”, después de hacerle aquella encerrona.
-Se encuentra bien, debe de descansar sino quiere agravar aquello que lo indispone. -”Más bien si no le causo yo agravió” Pensó, en cuanto tuviese delante a Antoine no iban a ser palabras amables lo que recibiese precisamente. -Muy cortés por su parte Mademoiselle Levasseur... y... -Él ignoraba el nombres de ambas y aquella chiquilla demasiado curiosa parecía haber olvidado a su compañía, su gesto avergonzado dio a entender eso.
-¡Oh de nuevo debo de pedirle perdón a ambos! Podéis llamarme “Tara” como una de las hermanas de mi padre, dejese de formalismos, el padre Antoine me llama por mi nombre. -La pelirrojo dio un pequeño tirón del brazo a su compañera. -Ella es mi mentora, madame Saint-Bonnet. -Luego se dirigió a la mujer para presentarle a él. -El padre “Lazarus”, ya te conté que el padre Antoine iba a enviar a alguien. -La joven condesa parecía satisfecha con su rápida solución ante los acontecimiento, alguien la llamó para felicitarla, ella se disculpo y dejo a ambos a solas.
“¿Saint-Bonnet? Ese apellido no es de...” Pensó Lazarus al darse cuenta de quien era ella, sintió como su corazón dar un vuelco acelerado. Era la persona que menos esperaba encontrarse en aquel lugar.
C. Lazarus Morrigan- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 24/11/2011
Re: Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
Una fluida conversación, mantenían la cazadora con los sobrinos del duque que siendo conocidos de Tara habían sido invitados al evento. La muchacha jalaba de ella obligándose a mostrar un gesto de diversión aunque de reproche para ella.
- Tara por favor compórtate… - Dijo con disimulo a través de las personas por las que se filtraban ambas hacia aquel padre del que tanto había oído hablar: el padre Antoine, pero en realidad sería a un enviado, pero serían las mismas condiciones, quizás lo conociese por sus misiones en la mismísima inquisición, e incluso por mucho samaritismo que hubiese profesado me seguía pareciendo un hombre con faldas.
El gesto de la cazadora hubiese delatado cuáles eran sus pensamientos, pero, aquella máscara la permitía esconder aquello que no quería revelar. ¿Sorpresa? ¿Apatía? ¿Desagrado? ¿Gratificación…? Tan solo sus ojos podían decir lo que ella no estaba dispuesta a confirmar, ya que según decían era el espejo del alma.
Ante la repentina sorpresa, Ashlotte tomó una firme mueca en sus labios de cortesía, aunque así no lo sintiese en absoluto. Se preguntaba el por qué la casualidad de coincidir en aquel lugar, la casualidad de que el padre Antoine no hubiese podido asistir, la maldita vinculación con aquella familia!! Aunque Tara hubiese tenido la inocencia de no atar cabos, yo lo hice por su parte. Aunque debía de reconocer que siempre me pregunté por aquella mirada, aquella la cual me ligaba el alma con aquel maldito hombre con faldas exactamente… igual al de la niña.
- Discúlpeme, debo seguir con mis quehaceres, me reclaman en otro… lugar. – Concluyó la cazadora con un seco pero discreto tono de voz, para no causar alarma entre los invitados a la fiesta.
Una copa de Chardonay (su favorito) llegó a sus manos gracias a uno de los sirvientes, la alzó a modo de despedida. No debía volver a mantener una conversación si no quería que todos supiesen del tema entre ellos. Mas valía un silencio que miles de chismes.
Un llamamiento hizo que todos los presentes allí girasen sus cuerpos y dirigiesen sus miradas hacia los anfitriones, que levantaban la copa en muestra de unión y cariño con palabras más que amables hacia su hija. Pero Ashlotte no podía dejar de esbozar una sonrisa al descubrir de dónde provenía Cahir. Aquella era su familia, y ni siquiera le había visto aún acercarse a ellos. ¿Qué habría ocurrido? ¿Por qué se mantenía tan al margen de ellos, de su propio hermano? Todas y cada una de las dudas que se formaban en la cabeza de la muchacha se vieron disipadas con la frase dicta del Conde de Levasseur.
Para sorpresa de unos y desconcierto para otros, comenzaron los vítores y los aplausos en honor a la muchaha, que desconcertada subió escaleras arriba con desesperación. Todo el resto de personas cuchicheaban a causa del posible prometido de la hija del conde.
La copa de la cazadora se rompió por la parte más fina de todas, el cuello, por la fuerza con la que la apretaba, no se esperaba aquella noticia, es más, sentía una empatía horrible con Tara, con la que se sentía realmente unida en los últimos meses. Ashlotte llevó una mano a su cabeza, algo desorientada.
- Tara por favor compórtate… - Dijo con disimulo a través de las personas por las que se filtraban ambas hacia aquel padre del que tanto había oído hablar: el padre Antoine, pero en realidad sería a un enviado, pero serían las mismas condiciones, quizás lo conociese por sus misiones en la mismísima inquisición, e incluso por mucho samaritismo que hubiese profesado me seguía pareciendo un hombre con faldas.
El gesto de la cazadora hubiese delatado cuáles eran sus pensamientos, pero, aquella máscara la permitía esconder aquello que no quería revelar. ¿Sorpresa? ¿Apatía? ¿Desagrado? ¿Gratificación…? Tan solo sus ojos podían decir lo que ella no estaba dispuesta a confirmar, ya que según decían era el espejo del alma.
Ante la repentina sorpresa, Ashlotte tomó una firme mueca en sus labios de cortesía, aunque así no lo sintiese en absoluto. Se preguntaba el por qué la casualidad de coincidir en aquel lugar, la casualidad de que el padre Antoine no hubiese podido asistir, la maldita vinculación con aquella familia!! Aunque Tara hubiese tenido la inocencia de no atar cabos, yo lo hice por su parte. Aunque debía de reconocer que siempre me pregunté por aquella mirada, aquella la cual me ligaba el alma con aquel maldito hombre con faldas exactamente… igual al de la niña.
- Discúlpeme, debo seguir con mis quehaceres, me reclaman en otro… lugar. – Concluyó la cazadora con un seco pero discreto tono de voz, para no causar alarma entre los invitados a la fiesta.
Una copa de Chardonay (su favorito) llegó a sus manos gracias a uno de los sirvientes, la alzó a modo de despedida. No debía volver a mantener una conversación si no quería que todos supiesen del tema entre ellos. Mas valía un silencio que miles de chismes.
Un llamamiento hizo que todos los presentes allí girasen sus cuerpos y dirigiesen sus miradas hacia los anfitriones, que levantaban la copa en muestra de unión y cariño con palabras más que amables hacia su hija. Pero Ashlotte no podía dejar de esbozar una sonrisa al descubrir de dónde provenía Cahir. Aquella era su familia, y ni siquiera le había visto aún acercarse a ellos. ¿Qué habría ocurrido? ¿Por qué se mantenía tan al margen de ellos, de su propio hermano? Todas y cada una de las dudas que se formaban en la cabeza de la muchacha se vieron disipadas con la frase dicta del Conde de Levasseur.
…y pronto celebraremos un nuevo festejo en honor al compromiso de mi hermosa hija… Tara Levasseur. Para que llegada la primavera se convierta en una mujer casada…
Para sorpresa de unos y desconcierto para otros, comenzaron los vítores y los aplausos en honor a la muchaha, que desconcertada subió escaleras arriba con desesperación. Todo el resto de personas cuchicheaban a causa del posible prometido de la hija del conde.
La copa de la cazadora se rompió por la parte más fina de todas, el cuello, por la fuerza con la que la apretaba, no se esperaba aquella noticia, es más, sentía una empatía horrible con Tara, con la que se sentía realmente unida en los últimos meses. Ashlotte llevó una mano a su cabeza, algo desorientada.
Jessica Saint-Bonnet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
Ciertamente ella no dio demasiados signos de reconocerlo, aunque él sabía que lo había hecho. De nuevo aquella indiferencia y apatía con su presencia, al contrario que ella Lazarus no había podido evitar sentir como algo en su interior se había removido. Lo que se estaba convirtiendo en una obsesión que abarcaba su mente muy a menudo, le hacía duda más y más de sus pasos dentro del credo al que ahora se veía cuestionando. Ella no sabía el poder que podía ejercer sobre él con sus gestos y respuestas, el recuerdo de la noche en la que se conocieron le asalto y aquello le hizo sentirse abrumado. Lazarus se sentía como un estúpido, débil, pero no estaba dispuesto a ceder ante su deseo, su voluntad y su temple debía de interponerse para remediar aquella alteración que en su mundo había creado ella. Era como volver a la juventud donde tu cabeza se obstinaba en algo y hasta que no lo conseguía seguía insistiendo, pero a diferencia de hace demasiados años, Lazarus en primer lugar no admitía su atracción hacía ella, en segundo lugar no estaba dispuesto a arrastrarse ante los pies de ninguna mujer, eso ya le había traído demasiadas consecuencias, y en tercer lugar su voluntad había sido una fortificación de piedra en respecto a su sentir, ahora no iba a ser una excepción... O si.
Dejarla ir, no insistir, ignorarla en aquel festejo donde la verdad debía de preocuparse por otros aspecto como era el continuar ocultado su verdadera personalidad. El padre Antoine le había aconsejado que se divirtiese que fuera un observador, que despejará sus dudas por así decirlo, que se relajará, y más que eso todo lo contrario, las sorpresas no paraban de sucederse y más que tranquilo estaba en tensión continúa.
No había dado ni dos pasos alejándose de la inquisidora cuando su hermano mayor pidió atención a los invitados anunciando el compromiso de su “hija”. El rostro de Tara no mostraba demasiado entusiasmo, de reojo miraba a su madre buscando algún consuelo o algo similar, pero ella sonreía más atenta a la reacción de sus invitados que al estado de su hija. De nuevo el “conde de Levasseur”, dijo unas palabras que el apenas distinguió, en ella residía el nombre del afortunado que pronto se uniría a ellos.
Al menos debía de doblarle la edad a Tara, seguramente que lo había elegido por su riqueza, una buena aportación podía proporcionarle a un título que en su día se vio casi arruinado. Lustroso era su aspecto pero de la nobleza no tenía pinta de ser, llevaba símbolos propios aunque no eran conocidos, en su chaqueta, en los gemelos de sus mangas... ¿Símbolos? Lazarus conocía esos símbolos.
¡Crash!
La base con la mitad del cuello de la copa de Ashlotte caía al suelo, algunos invitados se volvieron hacía ella, Lazarus caminó a su lado vigilando a la feliz familia.
-Tenemos que hablar, urgentemente. -Los ojos del cazador y de la condesa a lo lejos se cruzaron, ésta hizo una reverencia despidiéndose de sus conversaciones y comenzó a caminar entre la multitud con aire altivo. -Y a solas. -Le susurró mientras buscaba con sus ojos la puerta que llevaba a los jardines. -Estaré cerca del laberinto en los jardines. -El hombre comenzó a caminar entre los invitados que en su entusiasmo comenzaban a buscar pareja, Tara iba a comenzar a abrir el baile con su pareja.
La música comenzó, y él se alejaba de aquella realidad pensando en la noche en la que conoció a Aurelia, la noche en el que un vampiro le había salvado y ambos habían visto aquel símbolo en...
“¿Por qué tendría yo que meterme?”
-Cahir.
Lazarus se detuvo volviéndose hacia aquella voz que bien conocía, pasaron unos minutos enmudecidos. ¡Claro que la reconocía! Para no hacerlo, no solo su voz, de pies a cabeza la conocía bastante bien a pesar de que los años hubiesen pasado también por ella, pero de un modo bien generoso. La persona con la que menos deseaba encontrarse, la condesa de Levasseur.
El aire exhalada, había contenido la respiración demasiado tiempo, el corazón acelerado y la actitud serena en apariencia.
-Creo que se confunde. Permítame presentarme, soy el enviado del padre Antoine. -Una leve reverencia cortés.-Padre Lazarus.
Una mirada de malicia se asomaba en sus ojos, malicia con un toque rencoroso.
-A mi no puedes mentirme Cahir, siempre se te dio mal mentirme. ¿Qué haces aquí? No me digas que vienes a cumplir una promesa. --Su voz sarcástica, no solo iba derivaba al ese rencor, había algo más.
Lazarus sabía perfectamente de que promesa se trataba, agacho sus ojos y enmudeció.
-Han pasado veinte años, ¡veinte malditos años! -La voz de aquella mujer dejo de ser un susurro. -¡Y nunca viniste a por mí! ¡Nunca! Ni una carta, ni una explicación... Solo mentiras de tu padre, aunque en algo no se equivoco. -Irónica le señalo de arriba a abajo, refiriéndose a sus ropas de sacerdote.
Mudo, sus ojos azules se clavaron en los de ella con brillo contenido, fríos. Su actitud era serena, su cuerpo tenso.
-¿Vas a decir algo? ¡Por todos los demonios! Y no me digas que era por “mi bien”. -La boca del cazador se había abierto para decir algo, pero se había detenido al decir ella aquello. De nuevo silencio, gélido silencio. Una bofetada bien dada, Diana siempre había sido una mujer de mucho carácter y poco contenida en sus emociones, a pesar de que por su clase había sido educada para ello. Los invitados seguían distraídos por la música y el baile, pero ya algunos se habían percatado de la tensión de la conversación, y más después de aquella bofetada. -Habla.
-Pues lo diré, por tu bien. Para que no tuvieses una vida miserable, para no perdieses todo lo que tu familia te había dado... -Su voz era un susurro casi inapreciable, solo era para ella. Hierática se deslizaba por el aire con filo cortante. -Para que todos aquellos que te conocen al mirarte no te señalarán y dijeran que la joven hija de los condes de Levasseur era una maldita zorra que iba acostándose por ahí con cualquiera, a expensas de su prometido. -Otra bofetada más fuerte que la otra, las lágrimas había acudido al rostro de la mujer. Los primeros cotillas se habían acercado cuchicheando, Lazarus fue consciente de ello y dio por terminada aquella conversación. -Aquí tienes. -Quitándose el alzacuellos, le cogió la mano y se la entregó. -Veinte años muerto para que la vida te sonriese más que a mí. Disculpame.
Y tal como tenía intención desde el principió cruzó la puerta hacía el laberinto de los jardines a esperar, dejando atrás tema de conversación para los más chismosos. Él la había amado en otro tiempo con todo su ser, había sido una herida pendiente para el olvido, había renunciado a ella para darle la vida que ahora poseía, y solo había despreció en su voz. Su ella le lanzaba veneno con sus palabras, él también sabía jugar a aquel juego.
La condesa de Levasseur consciente de que ahora estaba en boca de todos cruzó la sala en llanto reprimido apretando en su mano el blanco alzacuello.
Dejarla ir, no insistir, ignorarla en aquel festejo donde la verdad debía de preocuparse por otros aspecto como era el continuar ocultado su verdadera personalidad. El padre Antoine le había aconsejado que se divirtiese que fuera un observador, que despejará sus dudas por así decirlo, que se relajará, y más que eso todo lo contrario, las sorpresas no paraban de sucederse y más que tranquilo estaba en tensión continúa.
No había dado ni dos pasos alejándose de la inquisidora cuando su hermano mayor pidió atención a los invitados anunciando el compromiso de su “hija”. El rostro de Tara no mostraba demasiado entusiasmo, de reojo miraba a su madre buscando algún consuelo o algo similar, pero ella sonreía más atenta a la reacción de sus invitados que al estado de su hija. De nuevo el “conde de Levasseur”, dijo unas palabras que el apenas distinguió, en ella residía el nombre del afortunado que pronto se uniría a ellos.
Al menos debía de doblarle la edad a Tara, seguramente que lo había elegido por su riqueza, una buena aportación podía proporcionarle a un título que en su día se vio casi arruinado. Lustroso era su aspecto pero de la nobleza no tenía pinta de ser, llevaba símbolos propios aunque no eran conocidos, en su chaqueta, en los gemelos de sus mangas... ¿Símbolos? Lazarus conocía esos símbolos.
¡Crash!
La base con la mitad del cuello de la copa de Ashlotte caía al suelo, algunos invitados se volvieron hacía ella, Lazarus caminó a su lado vigilando a la feliz familia.
-Tenemos que hablar, urgentemente. -Los ojos del cazador y de la condesa a lo lejos se cruzaron, ésta hizo una reverencia despidiéndose de sus conversaciones y comenzó a caminar entre la multitud con aire altivo. -Y a solas. -Le susurró mientras buscaba con sus ojos la puerta que llevaba a los jardines. -Estaré cerca del laberinto en los jardines. -El hombre comenzó a caminar entre los invitados que en su entusiasmo comenzaban a buscar pareja, Tara iba a comenzar a abrir el baile con su pareja.
La música comenzó, y él se alejaba de aquella realidad pensando en la noche en la que conoció a Aurelia, la noche en el que un vampiro le había salvado y ambos habían visto aquel símbolo en...
“¿Por qué tendría yo que meterme?”
-Cahir.
Lazarus se detuvo volviéndose hacia aquella voz que bien conocía, pasaron unos minutos enmudecidos. ¡Claro que la reconocía! Para no hacerlo, no solo su voz, de pies a cabeza la conocía bastante bien a pesar de que los años hubiesen pasado también por ella, pero de un modo bien generoso. La persona con la que menos deseaba encontrarse, la condesa de Levasseur.
El aire exhalada, había contenido la respiración demasiado tiempo, el corazón acelerado y la actitud serena en apariencia.
-Creo que se confunde. Permítame presentarme, soy el enviado del padre Antoine. -Una leve reverencia cortés.-Padre Lazarus.
Una mirada de malicia se asomaba en sus ojos, malicia con un toque rencoroso.
-A mi no puedes mentirme Cahir, siempre se te dio mal mentirme. ¿Qué haces aquí? No me digas que vienes a cumplir una promesa. --Su voz sarcástica, no solo iba derivaba al ese rencor, había algo más.
Lazarus sabía perfectamente de que promesa se trataba, agacho sus ojos y enmudeció.
-Han pasado veinte años, ¡veinte malditos años! -La voz de aquella mujer dejo de ser un susurro. -¡Y nunca viniste a por mí! ¡Nunca! Ni una carta, ni una explicación... Solo mentiras de tu padre, aunque en algo no se equivoco. -Irónica le señalo de arriba a abajo, refiriéndose a sus ropas de sacerdote.
Mudo, sus ojos azules se clavaron en los de ella con brillo contenido, fríos. Su actitud era serena, su cuerpo tenso.
-¿Vas a decir algo? ¡Por todos los demonios! Y no me digas que era por “mi bien”. -La boca del cazador se había abierto para decir algo, pero se había detenido al decir ella aquello. De nuevo silencio, gélido silencio. Una bofetada bien dada, Diana siempre había sido una mujer de mucho carácter y poco contenida en sus emociones, a pesar de que por su clase había sido educada para ello. Los invitados seguían distraídos por la música y el baile, pero ya algunos se habían percatado de la tensión de la conversación, y más después de aquella bofetada. -Habla.
-Pues lo diré, por tu bien. Para que no tuvieses una vida miserable, para no perdieses todo lo que tu familia te había dado... -Su voz era un susurro casi inapreciable, solo era para ella. Hierática se deslizaba por el aire con filo cortante. -Para que todos aquellos que te conocen al mirarte no te señalarán y dijeran que la joven hija de los condes de Levasseur era una maldita zorra que iba acostándose por ahí con cualquiera, a expensas de su prometido. -Otra bofetada más fuerte que la otra, las lágrimas había acudido al rostro de la mujer. Los primeros cotillas se habían acercado cuchicheando, Lazarus fue consciente de ello y dio por terminada aquella conversación. -Aquí tienes. -Quitándose el alzacuellos, le cogió la mano y se la entregó. -Veinte años muerto para que la vida te sonriese más que a mí. Disculpame.
Y tal como tenía intención desde el principió cruzó la puerta hacía el laberinto de los jardines a esperar, dejando atrás tema de conversación para los más chismosos. Él la había amado en otro tiempo con todo su ser, había sido una herida pendiente para el olvido, había renunciado a ella para darle la vida que ahora poseía, y solo había despreció en su voz. Su ella le lanzaba veneno con sus palabras, él también sabía jugar a aquel juego.
La condesa de Levasseur consciente de que ahora estaba en boca de todos cruzó la sala en llanto reprimido apretando en su mano el blanco alzacuello.
C. Lazarus Morrigan- Cazador Clase Media
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Re: Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
Los pasos de Jessica no siguieron el camino que le habían indicado, ese sería el contradecir su propias reglas. Paró sus pies en cuanto el hombre se hubo dado la vuelta y siguiendo con la trama escuchó a un grupo de señoras que más que divertirse parecían estar esculpiendo minuciosamente la escena, criticando y admirando a los futuros esposos.
- Es bien apuesto, y mucho más ahora que engatusó a la chiquilla.
- Dicen que viene de una larga estirpe.
- Pero no tiene dinero!
- Ahora si, ¿Por qué crees que se casará con esa... pelagatos?
- Esa pelagatos es más hermosa que vos, y ustedes tienen mucho que envidiar así que ¿por qué vinieron entonces para ser opacadas con la belleza ajena? Guardaos la lengua pues es mi protegida.
Aquel al que nombraba Lazarus había conseguido hacerla llamar la atención de una forma abrupta, luego de aquel día pasado. De hecho tras ello había pensado que no volvería a ocurrir jamás de los jamases, pero algo le ligaba a él aun sin conocerle de su propia boca todo lo que conformaba su vida. Ella quería saber, siempre quería saber más de todo aquel que llamaba su atención de soslayo, pero aquella historia que encerraba aquel hombre dificil era de entender si no era explicada correctamente.
Por unos minutos se sintió verdaderamente compasiva, pero realmente tomó el pensamiento erróneo. Todo aquello lo comparó con su propia vida, aquella que terminó de una forma abrupta, pero que en esencia, era muy parecida a la de éste.
Una hija sin padre, una hija que tenía padre!! y que éste se negaba a ver más allá de sus propios intereses y abandonar a sus suerte a su propia sangre, aunque en ésta ocasión, la niña tuviese dos padres.
Jessica volvió de una forma absurda a sus recuerdos, cuando tomó una rosa blanca entre sus manos.
Jessica volvió en sí, descubrió en su mano aquella rosa hecha añicos de tanto apretar. Sacudió el color rojo de su mano, advirtiendo pequeñas heridas en ésta en las cuales no reparó en absoluto. Recordar todo aquello la hacía débil, vulnerable, pero jamás permitiría que la historia se volviese a repetir, ella estaba allí para proteger a la muchacha, la cual se sentía más vinculada que nunca al conocerla en su verdadera esencia. No podía creer, que su verdadero padre estuviese vagando por ahí en busca de bestias, o mejor dicho
- Es bien apuesto, y mucho más ahora que engatusó a la chiquilla.
- Dicen que viene de una larga estirpe.
- Pero no tiene dinero!
- Ahora si, ¿Por qué crees que se casará con esa... pelagatos?
- Esa pelagatos es más hermosa que vos, y ustedes tienen mucho que envidiar así que ¿por qué vinieron entonces para ser opacadas con la belleza ajena? Guardaos la lengua pues es mi protegida.
Las mujeres enrojecieron violentamente y decidieron marcharse del lugar con gran prisa. Los pasos de Jessica si siguieron ahora el destino que marcó su entonces cómplice, a regañadientes. Una vez fuera, sobre el palco de las escaleras oyó una calurosa conversación. Con lentitud y buen oído se aproximó hacia la ventana, dejando un rastro de cálido aliento sobre éste, mientras determinaba la causa de dicha confrontación entre la señora y Cahir.
Todo pareció ser por un rencor, viejas rencillas aunque de por sí muy dolorosas a juzgar por la rígida apariencia del cazador y aquellas perlas cuales eran las lágrimas que de la señora brotaban, dolor, mucho dolor pudo percibir
Todo pareció ser por un rencor, viejas rencillas aunque de por sí muy dolorosas a juzgar por la rígida apariencia del cazador y aquellas perlas cuales eran las lágrimas que de la señora brotaban, dolor, mucho dolor pudo percibir
y entonces comprendió todo.
Sus pasos la llevaron hacia bien entrado el laberinto, sumergida entre pensamientos tempestuosos y otros no tan agradables, meciéndose entre el deber y el hacer y entre medio no hacerse daño a si misma y no tener que renunciar a su própia ética.Aquel al que nombraba Lazarus había conseguido hacerla llamar la atención de una forma abrupta, luego de aquel día pasado. De hecho tras ello había pensado que no volvería a ocurrir jamás de los jamases, pero algo le ligaba a él aun sin conocerle de su propia boca todo lo que conformaba su vida. Ella quería saber, siempre quería saber más de todo aquel que llamaba su atención de soslayo, pero aquella historia que encerraba aquel hombre dificil era de entender si no era explicada correctamente.
Por unos minutos se sintió verdaderamente compasiva, pero realmente tomó el pensamiento erróneo. Todo aquello lo comparó con su propia vida, aquella que terminó de una forma abrupta, pero que en esencia, era muy parecida a la de éste.
Una hija sin padre, una hija que tenía padre!! y que éste se negaba a ver más allá de sus propios intereses y abandonar a sus suerte a su propia sangre, aunque en ésta ocasión, la niña tuviese dos padres.
Jessica volvió de una forma absurda a sus recuerdos, cuando tomó una rosa blanca entre sus manos.
Era realmente dificil el reconocer que una familia podría sobrevivir unida con la falta de un padre. Éste no murió, ni tampoco cayó enfermo, simplemente desapareció de un día para otro. Mamá estaba triste, muy triste y pasaba semanas enteras sentada frente a la ventana. Eterna, jóven, hermosa, Monique estaba perdiendo su propia vida por el abandono de un hombre, el amor de su vida, el cual de un día para otro no se supo rastro de él. Tanto fué y tan dolorosa fué la pérdida, que una tarde de invierno la hermosa y eterna rosa vió apagada la luz de su vida en un lago semi-congelado, entre sus propias manos.
Jessica volvió en sí, descubrió en su mano aquella rosa hecha añicos de tanto apretar. Sacudió el color rojo de su mano, advirtiendo pequeñas heridas en ésta en las cuales no reparó en absoluto. Recordar todo aquello la hacía débil, vulnerable, pero jamás permitiría que la historia se volviese a repetir, ella estaba allí para proteger a la muchacha, la cual se sentía más vinculada que nunca al conocerla en su verdadera esencia. No podía creer, que su verdadero padre estuviese vagando por ahí en busca de bestias, o mejor dicho
"El modo más cercano de ir buscando a la muerte."
Jessica Saint-Bonnet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
Intrínsecos los caminos del laberinto entre sus sombras podía ocultar cualquier secreto o a cualquiera, así Lazarus lo asociaba, un lugar perfecto para la privacidad en hogares donde esta era lo de menos. Jardines, porches, patios interiores, paseos exteriores, y laberintos como ese, lugares ocultos sobre todo en la noche, donde el temor del humano a la oscuridad le hacía alejarse de ellos.
No supo por cuanto tiempo se dejo perder entre los muros vegetales, en soledad perdidos por sus propios pensamientos, buscando de algún modo la calma interior para apaciguar aquel caos doloroso surgido tras verse enfrentado a las caras del paso, a aquella vida a la que había renunciado ¿por qué? Por el hecho de que otra persona tuviese todo aquello que había podido contemplar en poco tiempo, una vida dorada sin apenas preocupaciones, solo las que provenían del ámbito social, ya que la imagen en aquel mundo hipócrita de la clase más alta, era lo más valioso que se podía tener además de las riquezas.
Ciertamente las riquezas era lo menos que le había importado, más que nada era su propia felicidad que se había visto truncado por un obstáculo puesto por el destino. Los años había sido duros para él, había renunciado a tantos placeres que la vida le brindaba consintiéndose en todo momento, llevándolo como podía, estaba cansado, cansado de todo… El temple le había llevado a ese camino de rectitud, a reprimir las pasiones de cualquier ser humano, a no caer en el camino de la perdición, al cual se veía abocado. El abismo se cernía a sus pies tirando de él para la caída, ya que a eso solo podía llevar la perdición y las pasiones, al sufrimiento. ¿Entonces que camino tomar? Las dudas le exaltaba el día de la renovación de sus votos se aproximaba, y las decisiones se truncaban confusas.
Sin tener la mera intención encontrar una salida pero sin quererlo la había encontrado, allí estaba Ashlotte al parecer había decido acudir a su llamada.
-De repente mi mundo ha decidido enloquecer… -Susurro con suavidad a su espalda, refieriendose a que él sabía que seguramente ella había podido contemplar la escena anterior. –Son tiempos extraños.
De nuevo se tiro del cuello carente de su elemento más característico en aquella sotana. Los primeros botones desatados daban señal de su incomodidad y descubrían la piel que antes se había ocultado por el blanco alzacuellos.
El ambiente estaba gélido, típico del invierno, pero para Lazarus un invierno parisino era casi como una templada primavera en su tierra. El verde vegetal se humedecía, no eran conscientes pero el rocío ya se deslizaba en la entrada noche
Su apariencia continuaba siendo la de la misma calma, a pesar de toda aquella marea revuelta en su interior, tal era esta que aquella turbación que aquella mujer era capaz de crear en él se veía calmada dentro de todo aquel elemento.
Al acercarse pudo ver la rosa hecha añicos y los hilillos de sangre en su piel. Un suspiró hondo que al menos liberaba parte del caos, la calma poco a poco lo apaciguaba.
-Al parecer no soy el único sorprendido esta noche. –Sin que ella le diese permiso tomo su mano herida y comenzó a apartar distraído las espinas aun clavadas en su piel, luego limpio la sangre con un pañuelo que se saco del bolsillo. Sus manos eran delicadas y realmente cálidas. –Va con el uniforme. –Hizo aquella pequeña broma con respecto al pañuelo, el ambiente estaba tenso por lo antes sucedido intentaba calmarlo. Sus labios se curvaron en una sonrisa igual de lánguida que el brillo de sus ojos, a pesar de aquel aspecto de piedra, su interior era triste. –Tengo entendido que eres la mentora de la "hija" de los condes, y supongo que por tu reacción con esa copa no estabas al tanto de lo anunciado. –Una espina que caída tras otra, y el pañuelo volvía hacer de las suyas tiñéndose con el escarlata ajeno. –El motivo por el que te he citado es precisamente el prometido de Tara, he visto unos símbolos en sus ropas muy similares a unos que pude ver marcada en la piel de unos “siervos”. Eso me hace sospechar que él sea… Ya sabes. -Pauso, su mirada se volvió gacha, un silencio se hizo, una pausa demasiado larga. -Eres su mentora y creo que la cuidarías muy bien. -Refieriendose a Tara, Lazarus parecía lavarse las manos con respecto al tema, ¿motivos? Alejarse de aquel mundo con el cual no había querido tomar contacto y que por la encerrona de su compañero había terminado por deparar dentro de este.
No supo por cuanto tiempo se dejo perder entre los muros vegetales, en soledad perdidos por sus propios pensamientos, buscando de algún modo la calma interior para apaciguar aquel caos doloroso surgido tras verse enfrentado a las caras del paso, a aquella vida a la que había renunciado ¿por qué? Por el hecho de que otra persona tuviese todo aquello que había podido contemplar en poco tiempo, una vida dorada sin apenas preocupaciones, solo las que provenían del ámbito social, ya que la imagen en aquel mundo hipócrita de la clase más alta, era lo más valioso que se podía tener además de las riquezas.
Ciertamente las riquezas era lo menos que le había importado, más que nada era su propia felicidad que se había visto truncado por un obstáculo puesto por el destino. Los años había sido duros para él, había renunciado a tantos placeres que la vida le brindaba consintiéndose en todo momento, llevándolo como podía, estaba cansado, cansado de todo… El temple le había llevado a ese camino de rectitud, a reprimir las pasiones de cualquier ser humano, a no caer en el camino de la perdición, al cual se veía abocado. El abismo se cernía a sus pies tirando de él para la caída, ya que a eso solo podía llevar la perdición y las pasiones, al sufrimiento. ¿Entonces que camino tomar? Las dudas le exaltaba el día de la renovación de sus votos se aproximaba, y las decisiones se truncaban confusas.
Sin tener la mera intención encontrar una salida pero sin quererlo la había encontrado, allí estaba Ashlotte al parecer había decido acudir a su llamada.
-De repente mi mundo ha decidido enloquecer… -Susurro con suavidad a su espalda, refieriendose a que él sabía que seguramente ella había podido contemplar la escena anterior. –Son tiempos extraños.
De nuevo se tiro del cuello carente de su elemento más característico en aquella sotana. Los primeros botones desatados daban señal de su incomodidad y descubrían la piel que antes se había ocultado por el blanco alzacuellos.
El ambiente estaba gélido, típico del invierno, pero para Lazarus un invierno parisino era casi como una templada primavera en su tierra. El verde vegetal se humedecía, no eran conscientes pero el rocío ya se deslizaba en la entrada noche
Su apariencia continuaba siendo la de la misma calma, a pesar de toda aquella marea revuelta en su interior, tal era esta que aquella turbación que aquella mujer era capaz de crear en él se veía calmada dentro de todo aquel elemento.
Al acercarse pudo ver la rosa hecha añicos y los hilillos de sangre en su piel. Un suspiró hondo que al menos liberaba parte del caos, la calma poco a poco lo apaciguaba.
-Al parecer no soy el único sorprendido esta noche. –Sin que ella le diese permiso tomo su mano herida y comenzó a apartar distraído las espinas aun clavadas en su piel, luego limpio la sangre con un pañuelo que se saco del bolsillo. Sus manos eran delicadas y realmente cálidas. –Va con el uniforme. –Hizo aquella pequeña broma con respecto al pañuelo, el ambiente estaba tenso por lo antes sucedido intentaba calmarlo. Sus labios se curvaron en una sonrisa igual de lánguida que el brillo de sus ojos, a pesar de aquel aspecto de piedra, su interior era triste. –Tengo entendido que eres la mentora de la "hija" de los condes, y supongo que por tu reacción con esa copa no estabas al tanto de lo anunciado. –Una espina que caída tras otra, y el pañuelo volvía hacer de las suyas tiñéndose con el escarlata ajeno. –El motivo por el que te he citado es precisamente el prometido de Tara, he visto unos símbolos en sus ropas muy similares a unos que pude ver marcada en la piel de unos “siervos”. Eso me hace sospechar que él sea… Ya sabes. -Pauso, su mirada se volvió gacha, un silencio se hizo, una pausa demasiado larga. -Eres su mentora y creo que la cuidarías muy bien. -Refieriendose a Tara, Lazarus parecía lavarse las manos con respecto al tema, ¿motivos? Alejarse de aquel mundo con el cual no había querido tomar contacto y que por la encerrona de su compañero había terminado por deparar dentro de este.
C. Lazarus Morrigan- Cazador Clase Media
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Re: Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
La noche que parecía traer paz para algunos, tan solo regaló desgracias a todo aquel que tuviese un vínculo demasiado fino como para romperse aquella misma noche.
Tara, bailaba con la mirada gacha y las mejillas enrojecidas por el rubor debido a su futuro esposo, hermoso como ninguno, pero con un turbio pasado-presente que más de una complicación llevaría. Tras dejar que el ajeno hiciese lo suyo para con su herida, en la cual ni siquiera había reparado hasta que le tomó la mano, se dispuso a mirar hacia otro lado. No quería encontrarse con aquellos ojos que más que tristes, estaban llenos de culpabilidad, o así lo había adivinado instantes antes de que sus miradas se cruzasen por última vez.
- No se preocupe, ella ha crecido lo suficiente como para saber defenderse sola, yo tan solo soy un apoyo. - su lengua se trabó - Su padre debe estar orgulloso de ella.
Su razonamiento la llevaba a ser menos discreta para con el tema. Pero en si estaba realmente desquiciada con todo lo que ocurría a su alrededor, había una cierta rencilla del pasado que ella olvidaba, pero jamás perdonaba. Aquella frase con doble sentido la hacía sentir dolor de cabeza. Aquella historia familiar, lazos unidos con extraños simbolos un cazador que coincidía de nuevo con la presa aun sin quererlo eran las cosas que uno jamás se imaginaría que volviesen a ocurrir.
- Creo que me debe una explicación. – Dijo pensándose muy seriamente en si coincidir su mirada con la de él, pero finalmente cedió, no había más verdad que la que los ojos proporcionan. Ella estaba ansiosa por saber los escabrosos detalles de dicha trama que la había dejado en completo silencio, meditando.-
- Veo que ya no profesa la palabra de dios. – Dijo con una mueca, a expensas de que ese detalle con anterioridad era también una mentira. -¿Por qué salió la condesa corriendo, como si hubiese visto un fantasma? Y la más importante. ¿Por qué abandonaste a tu hija? – Ésta última se la tomaba como cosa propia, ya que en su propio pasado así le había ocurrido, aunque a la diferencia de Tara, ésta tenía dos padres. Una mueca de desprecio se escondía bajo el rostro imperturbable de Jessica.
- Quiero que me responda a todas y cada una de las preguntas, aunque si tanto le cuesta mantener la verdad, mejor guárdese sus historias y desaparezca.– Tras sus palabras, toda frustrada, se deshizo de su máscara la cual estaba atada con un lazo color azul y se la tendió, para que viese con toda claridad cada mueca, cada reacción que tenía, pues para ella era realmente frustrante y más bien doloroso confiar en las palabras de alguien que luego resultaban mentiras.
- Contésteme si tiene pantalones… – Tras esas últimas palabras, punzantes pero irónicas, ya que el ajeno portaba una sotana al que ella llamaba vestido.
Tara, bailaba con la mirada gacha y las mejillas enrojecidas por el rubor debido a su futuro esposo, hermoso como ninguno, pero con un turbio pasado-presente que más de una complicación llevaría. Tras dejar que el ajeno hiciese lo suyo para con su herida, en la cual ni siquiera había reparado hasta que le tomó la mano, se dispuso a mirar hacia otro lado. No quería encontrarse con aquellos ojos que más que tristes, estaban llenos de culpabilidad, o así lo había adivinado instantes antes de que sus miradas se cruzasen por última vez.
- No se preocupe, ella ha crecido lo suficiente como para saber defenderse sola, yo tan solo soy un apoyo. - su lengua se trabó - Su padre debe estar orgulloso de ella.
Su razonamiento la llevaba a ser menos discreta para con el tema. Pero en si estaba realmente desquiciada con todo lo que ocurría a su alrededor, había una cierta rencilla del pasado que ella olvidaba, pero jamás perdonaba. Aquella frase con doble sentido la hacía sentir dolor de cabeza. Aquella historia familiar, lazos unidos con extraños simbolos un cazador que coincidía de nuevo con la presa aun sin quererlo eran las cosas que uno jamás se imaginaría que volviesen a ocurrir.
- Creo que me debe una explicación. – Dijo pensándose muy seriamente en si coincidir su mirada con la de él, pero finalmente cedió, no había más verdad que la que los ojos proporcionan. Ella estaba ansiosa por saber los escabrosos detalles de dicha trama que la había dejado en completo silencio, meditando.-
- Veo que ya no profesa la palabra de dios. – Dijo con una mueca, a expensas de que ese detalle con anterioridad era también una mentira. -¿Por qué salió la condesa corriendo, como si hubiese visto un fantasma? Y la más importante. ¿Por qué abandonaste a tu hija? – Ésta última se la tomaba como cosa propia, ya que en su propio pasado así le había ocurrido, aunque a la diferencia de Tara, ésta tenía dos padres. Una mueca de desprecio se escondía bajo el rostro imperturbable de Jessica.
- Quiero que me responda a todas y cada una de las preguntas, aunque si tanto le cuesta mantener la verdad, mejor guárdese sus historias y desaparezca.– Tras sus palabras, toda frustrada, se deshizo de su máscara la cual estaba atada con un lazo color azul y se la tendió, para que viese con toda claridad cada mueca, cada reacción que tenía, pues para ella era realmente frustrante y más bien doloroso confiar en las palabras de alguien que luego resultaban mentiras.
- Contésteme si tiene pantalones… – Tras esas últimas palabras, punzantes pero irónicas, ya que el ajeno portaba una sotana al que ella llamaba vestido.
Jessica Saint-Bonnet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
Mudo no contesto al principio, prefirió dejarla hablar, de soslayo la miró de arriba abajo mientras escuchaba atentamente, realmente y ante los diferentes sucesos acontecidos no había podido fijarse en ella con detenimiento. De nuevo ese sentimiento en su interior, agradable pero turbador a la vez, sentimiento que ella había iniciado con sus labios la primera vez que se conocieron, sentimiento, que en las pasadas semanas lo había sentido superficialmente cuando pensaba en ella.
Era extraño que en un momento como este se mezclase con el propio de la pena.
“El alzacuello” Su mano fue directa al su cuello desnudo, irónica su sonrisa, irónico el gesto.
-Desde hace casi un año. –Afirmó ante su referencia a su sacerdocio, sus ojos buscaban los de ella, los evitaba. Hasta que los encontró tras la máscara que desaparecía de su rostro, desprecio fue lo que vio. Otra punzada sumándole con el tono de su voz, sus palabras parecían ir cargadas de veneno. –Es observadora, ha atado cabos, pero… Algunos no correctamente. -Notaba su frustración, su rechazo. En ésta noche. ¿Cuántas veces iba a ver aquello en las miradas de otros? Era como si todo el perdón que había pedido, como si toda su vida de sacrificio… Hubiese quedaba relegada al olvido, y el fuese el culpable de un pesado pecado.
Nunca se había sentido culpable con respecto a su decisión con Diana, la condesa de Levasseur. Él había sido más consiente de la realidad que ella, alguien tenía que ver la realidad por los dos.
No, culpabilidad no, más bien arrepentimiento… Se había perdido demasiado de la vida. Había vivido como un fantasma en los recuerdos de los suyos, y ¿qué había recibido? Dardos envenados, repulsa, culpas… ¿Es qué nadie se había detenido en pensar en los motivos? ¿En las consecuencias que se habían evitado? ¿En la miseria que les había ahorrado? Nadie. Solo había continuado con sus vidas, sin luchar por nada, ¿y él? En el olvido, un cobarde. Muerto. Habría podido luchar por ella, era joven, ingenuo, altivo y desafiante en aquellos años, con sueños bohemios. Pero… ¡La amaba tanto! Que habría dado su vida por ella, no iba a hundirla con él, no iba a llevar a Diana a la desgracia y penuria, sobre todo con una criatura en su interior. Pero eso nadie lo sabía y ella no lo había entendido.
-No me esconderé tras más máscaras, no me importara responder a sus preguntas. –Sus hombros se encogieron, su voz era suave lánguida, pero controlada. –Al fin y al cabo, ¿qué tengo que perder? –Enmudeció tomó aire, y lo retuvo durante un largo tiempo en sus pulmones. Parecía tomarse su tiempo, iba a contarle a alguien que apenas conocía, a una completa desconocida, por la cual sentía un cierto vínculo, y obsesión, la verdad de su historia, la verdad de todo… Y ésta iba a ser su ruina. El aire fue exhalado, sus ojos azules de hielo se clavaron en los de ella. –Tara es mi hija, pero yo nunca la llegue abandonar. Es más nunca tuve la ocasión de ello. Ha sido esta noche en la que he sabido todo lo referido a ella, su nombre, su sexo… No sabía que mi vástago había llegado a nacer o no, si era un niño o una niña, he vivido con esa incertidumbre todo estos años, hasta esta noche que podido ver su rostro por primera vez. Y en cuanto la he visto, he sabido que era ella. –Una pausa, realmente sentía emoción al hablar de aquella jovencita que era la viva imagen de la madre de Cahir, si las cosas hubiesen sido de otro modo podría haber insistido más en conocerla, fingir que era su tío solo por estar cerca de ella, ese deseo había surgido en él en cuanto la tuvo delante, viéndose tentado en contestar a su pregunta sobre su “tío en Irlanda”, pero se silencio. Si entraba en su mundo solo haría una cosa… Alterarlo de tal modo que solo le daría disgusto y dolor. –Con respecto a la condesa, la historia es larga y se remota a mi juventud. Cuando yo tan solo tenía 17 años, fue enviada a mi tierra como la “prometida” de mi hermano mayor, nos traería un titulo para la familia y ella llevaría fortuna a la suya, que vivía en la ruina. La primera vez que la vi me prometí que no pararía hasta que fuese mía, en aquel tiempo no solía pensarme muchos las cosas, no solía ser considerado con el mundo, era estúpido y alocado. Mi padre me detestaba por mi actitud soñadora, y por rechazar el continuar la tradición de mi familia, donde el segundo de los hijos varones era entregado al sacerdocio.
>>No me costó mucho hacerme con Diana, al principio pensé que sería algo pasajero, que sería como degustar algo una vez y luego tirarlo como había hecho con otras mujeres, pero lo de ella fue distinto, más profundo. Fue cogerla y no querer soltarla jamás, y así pasaron los meses entre secretos y mentiras, tan solo para poder continuar el pequeño idilio que dos jóvenes amantes e inconscientes habían empezado como una aventura contra el mundo. La boda se aproximaba, los planes de fuga nos tentaba, hasta que ella comenzó a distanciarse, más y más… Luego descubrí que se había quedado embarazada y no sabía que hacer, así que decidí que aquel plan de fuga con el que siempre habíamos soñado debía de realizarse lo antes posible, pero nuestro secreto se había extendido entre el servicio y llegado a mi padre, el cual me abrió los ojos de algún modo, no se si para bien o mal.
>>Solo continúas amenazas, le rogué que cambiase el compromiso un hijo por otro, pero era demasiado tarde y mi hermano era la joya de la familia, con una carrera y dinero propio, era el perfecto para el trato. Desheredado, ella en la deshonra, una vida miserable que nos esperaba, una vida de penuria para la futura criatura… Mi padre no paraba de repetirlo, y para evitar el desastre me ofreció una opción ante ello. La boda estaba cerca y mi hermano no notaría el embarazo de su prometida hasta después de la boda ya que aun era pronto, creería que el hijo que esperaba era suyo, ella se marcharía a París y viviría en la abundancia, mi hermano tenía más que ofrecerle. Tras meditarlo y ser realista ante los acontecimientos, no vi otra opción.
Una mañana me marcharía pronto para entregarme a los votos, no deseaba despedidas, prefería que pensase que era un cobarde, un desentendido… Me aleje ahorrándole la angustiosa vida que solo podría ofrecerle con mis manos vacías, me marche lejos para que ella me olvidase y tal vez yo alguna vez olvidase todo y la herida se cerrase. Elegí la opción que mi padre me ofrecía, ¿el camino fácil? Para mí realmente no lo ha sido, la vida de un sacerdote tiene demasiados sacrificios, demasiadas faltas y penalidades, y más si te conviertes en inquisidor. –Y ahora venía la parte con la que si se veía condenado. –Y si, ya no soy inquisidor ni sacerdote desde hace un año, las dudas me asaltaron cuando tuve que ver a uno de mis propios pupilos arrojarse al fuego pidiendo mi perdón, y ¿por qué? Porque veía su inmortalidad como una maldición. Vi un alma humana en un vampiro, y eso me ha hecho dudar de todo nuestro credo, de todo en lo que eh creído y me he refugiado para olvidar mi pasado. Ahí tienes si deseas tu denuncia, aun no lo saben ninguno de los “nuestros”, y cuando se enteren sé que me juzgaran y no creo que mi destino sea el más favorable. Ahí tienes toda la verdad que necesitabas.
No tenía que decir más, ahí quedaba su alma abierta, su corazón de piedra agrietado. Lo había echado todo a perder, su oculta verdad, su mentira, todo. Estaba tan cansado que poco le importaba ya su propia vida misma.
Era extraño que en un momento como este se mezclase con el propio de la pena.
“El alzacuello” Su mano fue directa al su cuello desnudo, irónica su sonrisa, irónico el gesto.
-Desde hace casi un año. –Afirmó ante su referencia a su sacerdocio, sus ojos buscaban los de ella, los evitaba. Hasta que los encontró tras la máscara que desaparecía de su rostro, desprecio fue lo que vio. Otra punzada sumándole con el tono de su voz, sus palabras parecían ir cargadas de veneno. –Es observadora, ha atado cabos, pero… Algunos no correctamente. -Notaba su frustración, su rechazo. En ésta noche. ¿Cuántas veces iba a ver aquello en las miradas de otros? Era como si todo el perdón que había pedido, como si toda su vida de sacrificio… Hubiese quedaba relegada al olvido, y el fuese el culpable de un pesado pecado.
Nunca se había sentido culpable con respecto a su decisión con Diana, la condesa de Levasseur. Él había sido más consiente de la realidad que ella, alguien tenía que ver la realidad por los dos.
No, culpabilidad no, más bien arrepentimiento… Se había perdido demasiado de la vida. Había vivido como un fantasma en los recuerdos de los suyos, y ¿qué había recibido? Dardos envenados, repulsa, culpas… ¿Es qué nadie se había detenido en pensar en los motivos? ¿En las consecuencias que se habían evitado? ¿En la miseria que les había ahorrado? Nadie. Solo había continuado con sus vidas, sin luchar por nada, ¿y él? En el olvido, un cobarde. Muerto. Habría podido luchar por ella, era joven, ingenuo, altivo y desafiante en aquellos años, con sueños bohemios. Pero… ¡La amaba tanto! Que habría dado su vida por ella, no iba a hundirla con él, no iba a llevar a Diana a la desgracia y penuria, sobre todo con una criatura en su interior. Pero eso nadie lo sabía y ella no lo había entendido.
-No me esconderé tras más máscaras, no me importara responder a sus preguntas. –Sus hombros se encogieron, su voz era suave lánguida, pero controlada. –Al fin y al cabo, ¿qué tengo que perder? –Enmudeció tomó aire, y lo retuvo durante un largo tiempo en sus pulmones. Parecía tomarse su tiempo, iba a contarle a alguien que apenas conocía, a una completa desconocida, por la cual sentía un cierto vínculo, y obsesión, la verdad de su historia, la verdad de todo… Y ésta iba a ser su ruina. El aire fue exhalado, sus ojos azules de hielo se clavaron en los de ella. –Tara es mi hija, pero yo nunca la llegue abandonar. Es más nunca tuve la ocasión de ello. Ha sido esta noche en la que he sabido todo lo referido a ella, su nombre, su sexo… No sabía que mi vástago había llegado a nacer o no, si era un niño o una niña, he vivido con esa incertidumbre todo estos años, hasta esta noche que podido ver su rostro por primera vez. Y en cuanto la he visto, he sabido que era ella. –Una pausa, realmente sentía emoción al hablar de aquella jovencita que era la viva imagen de la madre de Cahir, si las cosas hubiesen sido de otro modo podría haber insistido más en conocerla, fingir que era su tío solo por estar cerca de ella, ese deseo había surgido en él en cuanto la tuvo delante, viéndose tentado en contestar a su pregunta sobre su “tío en Irlanda”, pero se silencio. Si entraba en su mundo solo haría una cosa… Alterarlo de tal modo que solo le daría disgusto y dolor. –Con respecto a la condesa, la historia es larga y se remota a mi juventud. Cuando yo tan solo tenía 17 años, fue enviada a mi tierra como la “prometida” de mi hermano mayor, nos traería un titulo para la familia y ella llevaría fortuna a la suya, que vivía en la ruina. La primera vez que la vi me prometí que no pararía hasta que fuese mía, en aquel tiempo no solía pensarme muchos las cosas, no solía ser considerado con el mundo, era estúpido y alocado. Mi padre me detestaba por mi actitud soñadora, y por rechazar el continuar la tradición de mi familia, donde el segundo de los hijos varones era entregado al sacerdocio.
>>No me costó mucho hacerme con Diana, al principio pensé que sería algo pasajero, que sería como degustar algo una vez y luego tirarlo como había hecho con otras mujeres, pero lo de ella fue distinto, más profundo. Fue cogerla y no querer soltarla jamás, y así pasaron los meses entre secretos y mentiras, tan solo para poder continuar el pequeño idilio que dos jóvenes amantes e inconscientes habían empezado como una aventura contra el mundo. La boda se aproximaba, los planes de fuga nos tentaba, hasta que ella comenzó a distanciarse, más y más… Luego descubrí que se había quedado embarazada y no sabía que hacer, así que decidí que aquel plan de fuga con el que siempre habíamos soñado debía de realizarse lo antes posible, pero nuestro secreto se había extendido entre el servicio y llegado a mi padre, el cual me abrió los ojos de algún modo, no se si para bien o mal.
>>Solo continúas amenazas, le rogué que cambiase el compromiso un hijo por otro, pero era demasiado tarde y mi hermano era la joya de la familia, con una carrera y dinero propio, era el perfecto para el trato. Desheredado, ella en la deshonra, una vida miserable que nos esperaba, una vida de penuria para la futura criatura… Mi padre no paraba de repetirlo, y para evitar el desastre me ofreció una opción ante ello. La boda estaba cerca y mi hermano no notaría el embarazo de su prometida hasta después de la boda ya que aun era pronto, creería que el hijo que esperaba era suyo, ella se marcharía a París y viviría en la abundancia, mi hermano tenía más que ofrecerle. Tras meditarlo y ser realista ante los acontecimientos, no vi otra opción.
Una mañana me marcharía pronto para entregarme a los votos, no deseaba despedidas, prefería que pensase que era un cobarde, un desentendido… Me aleje ahorrándole la angustiosa vida que solo podría ofrecerle con mis manos vacías, me marche lejos para que ella me olvidase y tal vez yo alguna vez olvidase todo y la herida se cerrase. Elegí la opción que mi padre me ofrecía, ¿el camino fácil? Para mí realmente no lo ha sido, la vida de un sacerdote tiene demasiados sacrificios, demasiadas faltas y penalidades, y más si te conviertes en inquisidor. –Y ahora venía la parte con la que si se veía condenado. –Y si, ya no soy inquisidor ni sacerdote desde hace un año, las dudas me asaltaron cuando tuve que ver a uno de mis propios pupilos arrojarse al fuego pidiendo mi perdón, y ¿por qué? Porque veía su inmortalidad como una maldición. Vi un alma humana en un vampiro, y eso me ha hecho dudar de todo nuestro credo, de todo en lo que eh creído y me he refugiado para olvidar mi pasado. Ahí tienes si deseas tu denuncia, aun no lo saben ninguno de los “nuestros”, y cuando se enteren sé que me juzgaran y no creo que mi destino sea el más favorable. Ahí tienes toda la verdad que necesitabas.
No tenía que decir más, ahí quedaba su alma abierta, su corazón de piedra agrietado. Lo había echado todo a perder, su oculta verdad, su mentira, todo. Estaba tan cansado que poco le importaba ya su propia vida misma.
C. Lazarus Morrigan- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 24/11/2011
Re: Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
Las cosas se complicaban más de la cuenta, todo sus recuerdos parecían querer hacer su manifiesto de inmediato, un cúmulo de sensaciones, una jugada maestra la cabeza dando vueltas más allá que como de costumbre.
Toda y cada una de las palabras amenazaban con destruir más aún un corazón roto, mas que eso un alma rota, aquello era lo más doloroso que nadie podría sufrir en la vida, pero no, quería permanecer impasible aparentando sobriedad con el tema, pero sus ojos azules y vidriosos decían lo contrario, incluso para ella, Ashlotte que con tan solo un encuentro sentía lo que él al mismo nivel que cualquiera de sus más allegados.
El tema era muy complicado, pero... en el fondo ella en su más sincera conciencia le comprendía. Sus más fieles pensamientos le dejaban a un segundo lado de todo ello, miles de palabras no tenían el poder suficiente como un susurro al oído o una simple mirada.
- Se equivoca. - Volvió a dirigirse hacia él en 3ª persona, cuando más quería alejarse de aquel con el que interactuaba, craso error pues aquello la hacía totalmente vulnerable hacia el "ataque" de otros, aunque en ese mismo contexto significase que sentía algo por él, aunque JAMÁS se le pasase por la cabeza ni pronunciarlo mentalmente. - No hay mayor satisfacción en el dolor ajeno, más aún si se trata de una de las personas que pertenecían a nuestro bando y que luego decidieron ir por libre. No soy quien para juzgarte, aun así lo hago desobedeciendo toda norma, así descarada me llaman, pero como todos ellos saben la piedad y mi total lealtad así confiesan mi buen rumbo. No quiero delatarte, pero si juzgarte por lo que mi propósito confiere.
El anillo en su dedo le apretaba más que nunca, aquello, era el modo en el que su subconsciente le repetía una y otra vez el "pacto" con dios que profesaba. Aquel anillo que portaba en su dedo anular siempre escondido estaba bajo un guante, siempre oculto, siempre escondido de las habladurías y las obligaciones que al portarlo le conllevaban a ello.
Llevó la mano hacia su cabeza, logrando con ello llevar las riendas de su pensamiento más recóndito. Deseaba deshacerse de ello, del modo en el que no burlase la palabra de Dios a la que estaba obligada a profesar. Deseaba cortarse el dedo, pero ello conllevaría más problemas aún.
- Sus lamentos no ayudarán a que la familia consiga la felicidad que merece. Ya no es tu hija, tu mismo rechazaste al derecho hacía mucho tiempo, debes marcharte, y no regresar más a ésta casa.
Su voz parecía suplicante, ¿por su atracción a su persona? o ¿por el mero hecho de tener que alejar de nuevo a alguien que por fin la desafiaba, que la mostraba una parte de ella que desconocía haciéndola sentir una vez más propia como la vida misma. Su mirada, cansada, agotada se mostró en todo su esplendor, esperando que aquel el cual la acompañaba en aquellos instantes tomase una decisión, acertada o equivocada, ella no podía redimirse más.
Toda y cada una de las palabras amenazaban con destruir más aún un corazón roto, mas que eso un alma rota, aquello era lo más doloroso que nadie podría sufrir en la vida, pero no, quería permanecer impasible aparentando sobriedad con el tema, pero sus ojos azules y vidriosos decían lo contrario, incluso para ella, Ashlotte que con tan solo un encuentro sentía lo que él al mismo nivel que cualquiera de sus más allegados.
El tema era muy complicado, pero... en el fondo ella en su más sincera conciencia le comprendía. Sus más fieles pensamientos le dejaban a un segundo lado de todo ello, miles de palabras no tenían el poder suficiente como un susurro al oído o una simple mirada.
- Se equivoca. - Volvió a dirigirse hacia él en 3ª persona, cuando más quería alejarse de aquel con el que interactuaba, craso error pues aquello la hacía totalmente vulnerable hacia el "ataque" de otros, aunque en ese mismo contexto significase que sentía algo por él, aunque JAMÁS se le pasase por la cabeza ni pronunciarlo mentalmente. - No hay mayor satisfacción en el dolor ajeno, más aún si se trata de una de las personas que pertenecían a nuestro bando y que luego decidieron ir por libre. No soy quien para juzgarte, aun así lo hago desobedeciendo toda norma, así descarada me llaman, pero como todos ellos saben la piedad y mi total lealtad así confiesan mi buen rumbo. No quiero delatarte, pero si juzgarte por lo que mi propósito confiere.
El anillo en su dedo le apretaba más que nunca, aquello, era el modo en el que su subconsciente le repetía una y otra vez el "pacto" con dios que profesaba. Aquel anillo que portaba en su dedo anular siempre escondido estaba bajo un guante, siempre oculto, siempre escondido de las habladurías y las obligaciones que al portarlo le conllevaban a ello.
"...hasta que la muerte los separe."
Llevó la mano hacia su cabeza, logrando con ello llevar las riendas de su pensamiento más recóndito. Deseaba deshacerse de ello, del modo en el que no burlase la palabra de Dios a la que estaba obligada a profesar. Deseaba cortarse el dedo, pero ello conllevaría más problemas aún.
- Sus lamentos no ayudarán a que la familia consiga la felicidad que merece. Ya no es tu hija, tu mismo rechazaste al derecho hacía mucho tiempo, debes marcharte, y no regresar más a ésta casa.
Su voz parecía suplicante, ¿por su atracción a su persona? o ¿por el mero hecho de tener que alejar de nuevo a alguien que por fin la desafiaba, que la mostraba una parte de ella que desconocía haciéndola sentir una vez más propia como la vida misma. Su mirada, cansada, agotada se mostró en todo su esplendor, esperando que aquel el cual la acompañaba en aquellos instantes tomase una decisión, acertada o equivocada, ella no podía redimirse más.
Jessica Saint-Bonnet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
-¿Lamentos? Dicen que los “huesos sueldan... pero que el arrepentimiento perdura...” No son lamentos lo que proceso, más bien el arrepentimiento por haber sido un cobarde, y haberme en estos últimos años convertido en un simple autómata, un instrumento mudo. No digo que tal vez no la hubiese dejado marchar, no se si usted lo sabrá, pero a veces anteponemos la propia felicidad por otros, esperando nada a cambio. Tuve que olvidarla, y así a sido. No espero nada de ellos. -Una pausa, la necesitaba, tragar saliva, tomar el aire. Su voz no se quebraba seguía con aquella rectitud, sus emociones no iban a hacerse con él. -¿Volveré con los nuestros? Quien sabe, aun se me brinda la oportunidad de renovar lealtades sin que nunca haya pasado este año de letargo, pero quien sabe...
Una mirada sorprendida, al ver que ella no iba a delatarle, incluso se torció efímeramente confusa, ¿por qué no iba a delatarle? Era su deber con los suyos, él podía considerarse un traidor por haber usado ese espacio legal en el que había quedado, para hacer ¿el qué? Los inquisidores lo ignoraban, pero podían pensar mal, ellos eran cuidadosos y demasiado rectos con sus reglas. Eran capaces de sacrificar a sus mejores servidores por nimiedades con no poner en peligro todo aquel credo e institución creada.
-Júzgueme entonces... -Su voz volvía a ser firme, su gesto guardaba con templanza sus emociones debía de continuar siendo contenidas, a pesar de que su tono de voz en cuanto su relato le había delatado alguna vez con lo que sentía. -Pero no lo haga pensando en credos, probablemente sepa como me juzgaría un inquisidor siguiendo las normas, probablemente pueda saber que tipo de castigos me podría esperar. Téngalo en cuenta, he sido inquisidor y de algún modo sigo siéndolo y he sido miles de veces en mi tierra tanto juez como verdugo, sé a lo que me atengo. -Sus ojos era hielo al hablar de aquello, la frialdad ante aquellos actos le había salvaguardado de la conciencia. -Hágalo teniendo en cuenta su propio juicio, desde una perspectiva más crítica si lo desea.
A pesar de estar entre las sombras, de que aquel laberinto los ocultase de algún modo de aquel mundo de color lejano, en el interior de la mansión, él podía apreciar sus gestos. Le pareció indecisa, tal vez algo apesadumbrada. Pudo notar en el tono de su voz un timbre confuso y de súplica. Al menos no era el desprecio que esperaba de ella, pero... ¿por qué esa actitud? De algún modo podía comprenderla, él se sentía de aquel modo frente a ella. Sentía como le costaba demasiado contener sus emociones, y como su cabeza le taladraba con “aquellos pensamientos” que no dejaban de golpearle en su interior, desde que la conoció aquella noche y desde lo que ocurrió...
-Ellos ya alcanzaron la felicidad que necesitaba, y la viven. O al menos es lo que aparenta... -Sus ojos gachos por un segundo, mientras decía aquello no la miraba. -... yo hace tiempo que me convertir en una sombra para esas “personas” -Como si fuese ajenos, desconocidos para él, hablaba de lo que podía considerarse su propia familia, su sangre. -Y es algo que tengo bien asumido, el pasado se ha quedado reducido a otro tiempo que nunca volverá, y usted misma lo ha dicho, a pesar de llevar una parte de mí, no es mi “hija”, yo renuncie a este mundo... -La luz de la estancia se veía lejana, Lazarus señalo con su mirada a su ruidoso interior. -Un mundo que seguro que no hubiese sido tan lustrosos, pero ella formaría parte de él si no hubiese tomado ese camino.... Si usted piensa que mi intención en esta casa era interferir en la vida de ellos, puede verse de nuevo como equivocada... A cierto “sacerdote” se le ocurrió la idea de mandarme a este lugar por un rumor... Y ya ve, sus mentiras al final han ido encaminadas al azar de encontrar lo que buscaba. No puedo marcharme tan fácilmente, y no crea que es de mi agrado permanecer aquí. Al menos esta noche, estaré por aquí, no entre los invitados. -Aclaró. -Pero si vigilante, hasta que esa “criatura” abandone el lugar. Seré una sombra, invisible y nada más...
Aquello último se convirtió en un susurro, sus ojos se clavaron en los de ella contenidos. Aun sentía la ligera presión en su pecho, angustiosa. Ella parecía desear con todas sus fuerzas el borrarlo de su vista, por algún motivo y él sabía que era ajeno a toda aquella historia encerrada en el propio pasado de él. Era algo más allá, fuera de aquella mansión, fuera de su misión como inquisidor. No dejaba de pensar en aquella noche, en las últimas semanas, en sus confesiones. Ella no sabía de algún modo le había hecho, en casi más de diez años Cahir no había visto su muro interior que guardaba todas aquellas emociones desquebrajándose, y todo ello por la torturadora sensación de deseo con respecto a ella, no poder saciarlo, le desgarraba por dentro de un modo obsesivo y enloquecedor, que incluso le impedía pensar en muchas ocasiones. Había buscado muchos modos de apagarlo, los rezos, las confesiones, incluso la autolesión, muy típica entre el gremio eclesiástico.
El silencio se hacía largo, sus labios se apretaba indecisos. De algún modo necesitaba quitarse aquello de su alma, ya que ella misma le rogaba el marcharse, es decir, no deseaba verle más. No iba a tener otra oportunidad.
Su mano fue llevada por un momento al desnudo cuello, el símbolo se había marchado pero seguía sintiendo aquel anillo de simbolizaba su “castidad” apretándole, al igual que aquella heridas en sus costados que le recordaban que estaba cayendo ante el deseo y el pecado de la carne.
-Antes de marcharme, quería decirle unas palabras ajenas a todo hablado. -Se quitó el anillo lentamente y lo guardo en uno de los bolsillos de la sotana. “Ojos que no ven, corazón que no siente”. -No sé si volveré a verla más, solo he podido recibir de usted rechazo y desprecio, y eso me hace entender que mi presencia no le es muy grata, y no me quedaré satisfecho hasta que no sé lo diga... Es con respecto lo que “ocurrió” en la noche que nos conocimos... -Ella seguro que le había entendido perfectamente a lo que se refería. Sus pasos se aproximaban a ella, esperaba que ella respondiese alejándose. Su corazón se aceleraba, se sentía algo acalorado, pero aun permanecía esa fachada de temple. -No piense que la rechace, tenga en cuenta que he estado sujeto más años a unos votos que a otra cosa en toda mi vida. Más bien aquello me sumió en la confusión y no he podido dejar de pensar en ello ni un instante y no sabe como... -¿Estaba de nuevo dudando en si continuar con aquello? Sus palabras sonaba con cada pausa, dubitativa, aunque más bien le costaba arrancar de aquello. Pero debía de liberarlo, le obsesionaba y ella no era consciente de la incertidumbre que había creado, incluso allí plantado frente a ella, se sentía tentado a precipitarse, a... -La desee aquella noche, y si le soy sincero la he seguido deseando. -Directo al grano, claro y conciso, para que darle más vuelta. Demasiado próximo a ella detuvo sus pasos, esa tentación continuaba acechándole, sus puños se apretaron contenidos, anhelaba tocarla, besarla, acariciar su piel... -La deseo. -Sus ojos azules dejaron de ser hielo, brillaban clavados en los de ella, ígneos, su alma parecía torturada por aquellos pensamientos que más que nada le herían profundamente, con un atisbo desesperado, sus puños aun continuaban reprimiendo el temblor de sus dedos, haciéndole sentirse incluso enfermo ante una voluntad que se hacía pedazos.
Una mirada sorprendida, al ver que ella no iba a delatarle, incluso se torció efímeramente confusa, ¿por qué no iba a delatarle? Era su deber con los suyos, él podía considerarse un traidor por haber usado ese espacio legal en el que había quedado, para hacer ¿el qué? Los inquisidores lo ignoraban, pero podían pensar mal, ellos eran cuidadosos y demasiado rectos con sus reglas. Eran capaces de sacrificar a sus mejores servidores por nimiedades con no poner en peligro todo aquel credo e institución creada.
-Júzgueme entonces... -Su voz volvía a ser firme, su gesto guardaba con templanza sus emociones debía de continuar siendo contenidas, a pesar de que su tono de voz en cuanto su relato le había delatado alguna vez con lo que sentía. -Pero no lo haga pensando en credos, probablemente sepa como me juzgaría un inquisidor siguiendo las normas, probablemente pueda saber que tipo de castigos me podría esperar. Téngalo en cuenta, he sido inquisidor y de algún modo sigo siéndolo y he sido miles de veces en mi tierra tanto juez como verdugo, sé a lo que me atengo. -Sus ojos era hielo al hablar de aquello, la frialdad ante aquellos actos le había salvaguardado de la conciencia. -Hágalo teniendo en cuenta su propio juicio, desde una perspectiva más crítica si lo desea.
A pesar de estar entre las sombras, de que aquel laberinto los ocultase de algún modo de aquel mundo de color lejano, en el interior de la mansión, él podía apreciar sus gestos. Le pareció indecisa, tal vez algo apesadumbrada. Pudo notar en el tono de su voz un timbre confuso y de súplica. Al menos no era el desprecio que esperaba de ella, pero... ¿por qué esa actitud? De algún modo podía comprenderla, él se sentía de aquel modo frente a ella. Sentía como le costaba demasiado contener sus emociones, y como su cabeza le taladraba con “aquellos pensamientos” que no dejaban de golpearle en su interior, desde que la conoció aquella noche y desde lo que ocurrió...
-Ellos ya alcanzaron la felicidad que necesitaba, y la viven. O al menos es lo que aparenta... -Sus ojos gachos por un segundo, mientras decía aquello no la miraba. -... yo hace tiempo que me convertir en una sombra para esas “personas” -Como si fuese ajenos, desconocidos para él, hablaba de lo que podía considerarse su propia familia, su sangre. -Y es algo que tengo bien asumido, el pasado se ha quedado reducido a otro tiempo que nunca volverá, y usted misma lo ha dicho, a pesar de llevar una parte de mí, no es mi “hija”, yo renuncie a este mundo... -La luz de la estancia se veía lejana, Lazarus señalo con su mirada a su ruidoso interior. -Un mundo que seguro que no hubiese sido tan lustrosos, pero ella formaría parte de él si no hubiese tomado ese camino.... Si usted piensa que mi intención en esta casa era interferir en la vida de ellos, puede verse de nuevo como equivocada... A cierto “sacerdote” se le ocurrió la idea de mandarme a este lugar por un rumor... Y ya ve, sus mentiras al final han ido encaminadas al azar de encontrar lo que buscaba. No puedo marcharme tan fácilmente, y no crea que es de mi agrado permanecer aquí. Al menos esta noche, estaré por aquí, no entre los invitados. -Aclaró. -Pero si vigilante, hasta que esa “criatura” abandone el lugar. Seré una sombra, invisible y nada más...
Aquello último se convirtió en un susurro, sus ojos se clavaron en los de ella contenidos. Aun sentía la ligera presión en su pecho, angustiosa. Ella parecía desear con todas sus fuerzas el borrarlo de su vista, por algún motivo y él sabía que era ajeno a toda aquella historia encerrada en el propio pasado de él. Era algo más allá, fuera de aquella mansión, fuera de su misión como inquisidor. No dejaba de pensar en aquella noche, en las últimas semanas, en sus confesiones. Ella no sabía de algún modo le había hecho, en casi más de diez años Cahir no había visto su muro interior que guardaba todas aquellas emociones desquebrajándose, y todo ello por la torturadora sensación de deseo con respecto a ella, no poder saciarlo, le desgarraba por dentro de un modo obsesivo y enloquecedor, que incluso le impedía pensar en muchas ocasiones. Había buscado muchos modos de apagarlo, los rezos, las confesiones, incluso la autolesión, muy típica entre el gremio eclesiástico.
El silencio se hacía largo, sus labios se apretaba indecisos. De algún modo necesitaba quitarse aquello de su alma, ya que ella misma le rogaba el marcharse, es decir, no deseaba verle más. No iba a tener otra oportunidad.
Su mano fue llevada por un momento al desnudo cuello, el símbolo se había marchado pero seguía sintiendo aquel anillo de simbolizaba su “castidad” apretándole, al igual que aquella heridas en sus costados que le recordaban que estaba cayendo ante el deseo y el pecado de la carne.
-Antes de marcharme, quería decirle unas palabras ajenas a todo hablado. -Se quitó el anillo lentamente y lo guardo en uno de los bolsillos de la sotana. “Ojos que no ven, corazón que no siente”. -No sé si volveré a verla más, solo he podido recibir de usted rechazo y desprecio, y eso me hace entender que mi presencia no le es muy grata, y no me quedaré satisfecho hasta que no sé lo diga... Es con respecto lo que “ocurrió” en la noche que nos conocimos... -Ella seguro que le había entendido perfectamente a lo que se refería. Sus pasos se aproximaban a ella, esperaba que ella respondiese alejándose. Su corazón se aceleraba, se sentía algo acalorado, pero aun permanecía esa fachada de temple. -No piense que la rechace, tenga en cuenta que he estado sujeto más años a unos votos que a otra cosa en toda mi vida. Más bien aquello me sumió en la confusión y no he podido dejar de pensar en ello ni un instante y no sabe como... -¿Estaba de nuevo dudando en si continuar con aquello? Sus palabras sonaba con cada pausa, dubitativa, aunque más bien le costaba arrancar de aquello. Pero debía de liberarlo, le obsesionaba y ella no era consciente de la incertidumbre que había creado, incluso allí plantado frente a ella, se sentía tentado a precipitarse, a... -La desee aquella noche, y si le soy sincero la he seguido deseando. -Directo al grano, claro y conciso, para que darle más vuelta. Demasiado próximo a ella detuvo sus pasos, esa tentación continuaba acechándole, sus puños se apretaron contenidos, anhelaba tocarla, besarla, acariciar su piel... -La deseo. -Sus ojos azules dejaron de ser hielo, brillaban clavados en los de ella, ígneos, su alma parecía torturada por aquellos pensamientos que más que nada le herían profundamente, con un atisbo desesperado, sus puños aun continuaban reprimiendo el temblor de sus dedos, haciéndole sentirse incluso enfermo ante una voluntad que se hacía pedazos.
C. Lazarus Morrigan- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 24/11/2011
Re: Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
”Quand la verité n’est pas libre…
…la liberté n’est pas vraie.”
…la liberté n’est pas vraie.”
- Aquel sacerdote, me la ha jugado a mi también. Ya decía yo que no debería de haber ido a confesarme. – Su tono volvió a ser sarcástico, intentando volver a aquella monotonía que la llevaba por el camino alejado del resto, aquello que la permitía deshacerse de todo aquel que intentaba arrimarse a su vida, de un modo u otro. Aquel sacerdote había sido su confidente en las últimas semanas, y?? casualidad o no, era fiel amigo de Cahir. Maldita fuere la hora en que puse los pies en aquella iglesia. La mano, aquella mano de Cahir que instintivamente se llevaba al cuello, me martirizaba, recordándome aquellas palabras hacía pocos minutos… no pertenecía al mundo eclesiástico, una mera farsa que mantenía para su bien y obra, a saber cual, pero conforme pasaba el tiempo, más me decía a mi misma que él quería volver a aquella casa, que se moría de ¡ganas por ocupar el puesto de su hermano, con aquella mujer a la que amaba y con el fruto de ambos, Tara.
La cabeza me daba vueltas, no podía remediar los sentimientos tan contradictorios que se arremolinaban frente a mi, yo misma, mi subconsciente, mi corazón latía con fuerza a cada palabra nueva que pronunciaba, imposible, imposible que aquel hombre cual era el fruto del propio delirio hubiese… dicho… aquello. Definitivamente yo debía de estar delirando. El anillo, símbolo de la lealtad con la iglesia que el prometía, se estaba despojando del mismo, pero yo no podía!! Si no fuese por mi posición dentro del escalafón inquisitorial, hubiese dejado toda promesa absurda, hubiese arrebatado el anillo de mi dedo, aquel anillo que me quemaba, yo no amaba al hombre con el que juré matrimonio, es mas, era la persona que mas odio tenía en el mundo, y, para deshacerme del anillo que tanto significaba para la iglesia, debía de acabar con él, o conmigo misma
Los pasos de lazarus hacia ella la hacían perder el aliento, impresionaba, intimidaba, exhalaba… aquello que ella tanto deseaba, a… tracción y odio a partes iguales, no podía estar pasando, su voz ronca, sus labios intentando dar explicación a algo que su alma salvaguardaba… pero era algo tan doloroso que mi respuesta tan solo le podría alejar más y más de mí, cómo él decía… para conservar la felicidad de otros, ante que la nuestra propia... debería de pensar a tiempo si sabía lo que iba a ocurrir, si seguía… era porque estaba dispuesto a aguantar lo inaguantable al exponerse de tal forma ante mí. Temía por él, temía por aquello que fuese significar aquello, el temple, el anillo, la orden inquisitorial, el orgullo herido…. Demasiadas cosas perjudicaban aquello y tan solo había una forma de parar a tiempo.
Cahir… - Jessica se deshizo del único guante que siempre portaba, muestra de esconder algo de lo que se no se sentía para nada orgullosa, un anillo, aquel anillo dorado en el dedo anular de su mano derecha lo decía todo, aunque probablemente él lo interpretase de manera equívoca, tal y como ella quería que pensase. Él tenía que ver el anillo, muestra de que era una mujer casada, así rompería todos sus esquemas y quizás abandonase en el intento de seguir… destrozándose a sí mismo. Pero lo que en realidad significaba era una boda a temprana edad, con un hombre el cual tenía un odio eterno y por el cual daría su propia vida con tal de acabar con su vida, libertad… ella se merecía libertad, y no aquella opresión que hacía un mero anillo. – Ahora, si me disculpa, debo retirarme, debo retomar información, y se hace tarde. – La voz de Jessica parecía más que nunca apesadumbrada, a punto del llanto, nuy lejos de parecer aquella mujer rígida de los comienzos, debía irse, lo más pronto posible para no responder ninguna pregunta que no quisiera y quitar así de ras la tan sola presencia de Cahir frente suya o la lastimaría más de la cuenta, ya que deseaba más de lo que él decía, hasta límites que a ella misma le daba miedo pensar, y por ello debía de marcharse. – Fue un placer haberle conocido, Monsieur Cahir. – Ella no pensaba regresar a la fiesta, deseaba estar sola, meditar sobre lo ocurrido, quizás intentar deshacerse de aquellos recuerdos que la atormentaban, el mero hecho de haber oído de sus labios aquello que ella también sentía. Tomó camino lento y pausado hacia la salida, caminando por entre los jardines que la llevarían hacia la entrada.
Jessica Saint-Bonnet- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/08/2011
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Localización : Nantes, Francia.
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Re: Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
Inquieto, rígido, sintiéndose necio por no haber contenido su lengua, por no haber sido capaz de guardar sus emociones como había hecho una y otras vez convirtiéndose en el tiempo en aquel hombre de hielo, oculta tras la pétrea máscara.
Sus puños continuaban apretados esperando conteniendo el temblor de sus dedos, una de ella aun rozaba el anillo dentro de su bolsillo con cierto recelo.
Los minutos pasaban lentos y su silencio no daba a significar nada bueno, tampoco lo esperaba, solo quería liberarse de aquel sentir pensando que la confesión calmarían aquellas ansias obsesivas, aquel desgarrar interno que convertía sus pensamientos inconscientes en un sin vivir, impidiéndole incluso conciliar el sueño tranquilo. Era como volver de nuevo a la temprana juventud robada, como volver a empezar. Emociones que había sido experimentadas en un pasado pero al volver a probarlas era como si fuese una primera vez, como si fuese aquel extranjero en tierra nueva, desnudo ante el mundo, y el desconocimiento lo hacía sentirse inmune y débil, con la guardia bajada. No le gustaba sentirse así, ya que él era el superviviente, el fuerte de su comunidad en la lejana Irlanda, era un pilar para los suyos en su comunidad de inquisidores, había sido el sabio, el maestro, el padre de aquellos novicios en el mundo de la “confesión”. Y ahora se sentía como un estúpido pelele en manos de aquella mujer.
Por fin habló… Su nombre, no el pseudónimo. Su verdadero nombre, el que solamente había oído hacía un poco tiempo en los labios de una mujer que amo en el pasado, un nombre desenterrado del polvo, aquel que le vio nacer.
La respiración contenida, la saliva tragada, un gesto que era simple pero que decía mucho. Su guante descubrió un anillo dorado su dedo, aquel dedo era la clave para decir que ya pertenecía a otro hombre. Una punzada en su pecho, ¿qué esperaba? De nuevo se sentía como el deseoso de algo que no era suyo, como en el pasado con su hermano, como aquel osado en aspirar a poseer lo inalcanzable. Pero, ¿si ella estaba casada por que había ocurrido lo que ocurrió en aquella noche? Ella había sido tan débil como él en caer en el peso de la lujuria, aunque la cierto era que él no podía considerarlo solamente lujuria era algo más fuerte que el simple deseo de la carne.
Pudo notar su incomodidad, su mirada era huidiza, él la buscaba a pesar de que se sentía derrotado ¿por qué? No sabía, tan débil era la condición humana, tan frágil. Ella se despedía, lo rechazaba… Pero no había seguridad en su rechazo, era como si llevar aquel anillo la esclavizase, no la hiciese sentirse en la plenitud de la casada. ¡Oh vamos no seas necio con tus cavilaciones! Vuelves a lo atado, por más que insistas no vas a conseguir nada de ella, solo te ha mostrado un rechazo y adversidad continua, solo fue un acto confuso de una noche extraña… No sientas esperanzas, tienes obligaciones… Le decía la voz de la sensatez den su interior.
Se marchaba, no quería ni verlo. Lazarus tomó una gran bocanada de aire frío, el cual sintió que calmaba el quebrar de su alba cubriéndola de nuevo de aquella capa de hielo en las que se ocultaba su sentir. El brillo en sus ojos azules continuaban, pero la máscara hierática había vuelto, un muro que se creaba.
Lazarus toco de nuevo su cuello recordando sus obligaciones, recordando su deber ante los suyos, se había alejado del camino al sentir dudas y la insatisfacción y éste le había llevado a caer en el abismo, si no lo hubiese hecho su vida continuaría con su paz, solamente alterada por esos demonio.
Un suspiró largo, él evitaba también sus ojos. Carraspeó un momento, la voz le costaba viajar entre el aire por su quebradizo hilo.
-Cuide de Tara. –Solo dijo con una sonrisa amarga, su voz lánguida. El bullicio de la fiesta se iba apagando, el mundo de felicidad era un contraste con el exterior gélido. Lazarus saco de su bolsillo su anillo, y lo dejo caer sonoramente, derrotado. –Creo… Que me fundirán uno nuevo… -Contemplo el brillo del anillo rodar en la oscuridad, de repente sus dudas de volver o no s u mundo sombrío parecían haberse disipado, su camino solo era uno. Dispuesto a dejarla marchar solo quería que ella le respondiera una pregunta, si había clavado la daga en su pecho, si estaba sintiéndose desangrado, que el filo fuese bien hundido, porque ya ¿qué mas le daba? -¿Por qué lo hizo? Me refiero a lo que ocurrió aquella noche. Prometo que la dejaré tranquila para siempre, si me responde, sea lo que sea.
Sus puños continuaban apretados esperando conteniendo el temblor de sus dedos, una de ella aun rozaba el anillo dentro de su bolsillo con cierto recelo.
Los minutos pasaban lentos y su silencio no daba a significar nada bueno, tampoco lo esperaba, solo quería liberarse de aquel sentir pensando que la confesión calmarían aquellas ansias obsesivas, aquel desgarrar interno que convertía sus pensamientos inconscientes en un sin vivir, impidiéndole incluso conciliar el sueño tranquilo. Era como volver de nuevo a la temprana juventud robada, como volver a empezar. Emociones que había sido experimentadas en un pasado pero al volver a probarlas era como si fuese una primera vez, como si fuese aquel extranjero en tierra nueva, desnudo ante el mundo, y el desconocimiento lo hacía sentirse inmune y débil, con la guardia bajada. No le gustaba sentirse así, ya que él era el superviviente, el fuerte de su comunidad en la lejana Irlanda, era un pilar para los suyos en su comunidad de inquisidores, había sido el sabio, el maestro, el padre de aquellos novicios en el mundo de la “confesión”. Y ahora se sentía como un estúpido pelele en manos de aquella mujer.
Por fin habló… Su nombre, no el pseudónimo. Su verdadero nombre, el que solamente había oído hacía un poco tiempo en los labios de una mujer que amo en el pasado, un nombre desenterrado del polvo, aquel que le vio nacer.
La respiración contenida, la saliva tragada, un gesto que era simple pero que decía mucho. Su guante descubrió un anillo dorado su dedo, aquel dedo era la clave para decir que ya pertenecía a otro hombre. Una punzada en su pecho, ¿qué esperaba? De nuevo se sentía como el deseoso de algo que no era suyo, como en el pasado con su hermano, como aquel osado en aspirar a poseer lo inalcanzable. Pero, ¿si ella estaba casada por que había ocurrido lo que ocurrió en aquella noche? Ella había sido tan débil como él en caer en el peso de la lujuria, aunque la cierto era que él no podía considerarlo solamente lujuria era algo más fuerte que el simple deseo de la carne.
Pudo notar su incomodidad, su mirada era huidiza, él la buscaba a pesar de que se sentía derrotado ¿por qué? No sabía, tan débil era la condición humana, tan frágil. Ella se despedía, lo rechazaba… Pero no había seguridad en su rechazo, era como si llevar aquel anillo la esclavizase, no la hiciese sentirse en la plenitud de la casada. ¡Oh vamos no seas necio con tus cavilaciones! Vuelves a lo atado, por más que insistas no vas a conseguir nada de ella, solo te ha mostrado un rechazo y adversidad continua, solo fue un acto confuso de una noche extraña… No sientas esperanzas, tienes obligaciones… Le decía la voz de la sensatez den su interior.
Se marchaba, no quería ni verlo. Lazarus tomó una gran bocanada de aire frío, el cual sintió que calmaba el quebrar de su alba cubriéndola de nuevo de aquella capa de hielo en las que se ocultaba su sentir. El brillo en sus ojos azules continuaban, pero la máscara hierática había vuelto, un muro que se creaba.
Lazarus toco de nuevo su cuello recordando sus obligaciones, recordando su deber ante los suyos, se había alejado del camino al sentir dudas y la insatisfacción y éste le había llevado a caer en el abismo, si no lo hubiese hecho su vida continuaría con su paz, solamente alterada por esos demonio.
Un suspiró largo, él evitaba también sus ojos. Carraspeó un momento, la voz le costaba viajar entre el aire por su quebradizo hilo.
-Cuide de Tara. –Solo dijo con una sonrisa amarga, su voz lánguida. El bullicio de la fiesta se iba apagando, el mundo de felicidad era un contraste con el exterior gélido. Lazarus saco de su bolsillo su anillo, y lo dejo caer sonoramente, derrotado. –Creo… Que me fundirán uno nuevo… -Contemplo el brillo del anillo rodar en la oscuridad, de repente sus dudas de volver o no s u mundo sombrío parecían haberse disipado, su camino solo era uno. Dispuesto a dejarla marchar solo quería que ella le respondiera una pregunta, si había clavado la daga en su pecho, si estaba sintiéndose desangrado, que el filo fuese bien hundido, porque ya ¿qué mas le daba? -¿Por qué lo hizo? Me refiero a lo que ocurrió aquella noche. Prometo que la dejaré tranquila para siempre, si me responde, sea lo que sea.
C. Lazarus Morrigan- Cazador Clase Media
- Mensajes : 140
Fecha de inscripción : 24/11/2011
Re: Enmascaradas quedan nuestras flaquezas [Jessica Saint-Bonnet]
Inquieto, rígido, sintiéndose necio por no haber contenido su lengua, por no haber sido capaz de guardar sus emociones como había hecho una y otras vez convirtiéndose en el tiempo en aquel hombre de hielo, oculta tras la pétrea máscara.
Sus puños continuaban apretados esperando conteniendo el temblor de sus dedos, una de ella aun rozaba el anillo dentro de su bolsillo con cierto recelo.
Los minutos pasaban lentos y su silencio no daba a significar nada bueno, tampoco lo esperaba, solo quería liberarse de aquel sentir pensando que la confesión calmarían aquellas ansias obsesivas, aquel desgarrar interno que convertía sus pensamientos inconscientes en un sin vivir, impidiéndole incluso conciliar el sueño tranquilo. Era como volver de nuevo a la temprana juventud robada, como volver a empezar. Emociones que había sido experimentadas en un pasado pero al volver a probarlas era como si fuese una primera vez, como si fuese aquel extranjero en tierra nueva, desnudo ante el mundo, y el desconocimiento lo hacía sentirse inmune y débil, con la guardia bajada. No le gustaba sentirse así, ya que él era el superviviente, el fuerte de su comunidad en la lejana Irlanda, era un pilar para los suyos en su comunidad de inquisidores, había sido el sabio, el maestro, el padre de aquellos novicios en el mundo de la “confesión”. Y ahora se sentía como un estúpido pelele en manos de aquella mujer.
Por fin habló… Su nombre, no el pseudónimo. Su verdadero nombre, el que solamente había oído hacía un poco tiempo en los labios de una mujer que amo en el pasado, un nombre desenterrado del polvo, aquel que le vio nacer.
La respiración contenida, la saliva tragada, un gesto que era simple pero que decía mucho. Su guante descubrió un anillo dorado su dedo, aquel dedo era la clave para decir que ya pertenecía a otro hombre. Una punzada en su pecho, ¿qué esperaba? De nuevo se sentía como el deseoso de algo que no era suyo, como en el pasado con su hermano, como aquel osado en aspirar a poseer lo inalcanzable. Pero, ¿si ella estaba casada por que había ocurrido lo que ocurrió en aquella noche? Ella había sido tan débil como él en caer en el peso de la lujuria, aunque la cierto era que él no podía considerarlo solamente lujuria era algo más fuerte que el simple deseo de la carne.
Pudo notar su incomodidad, su mirada era huidiza, él la buscaba a pesar de que se sentía derrotado ¿por qué? No sabía, tan débil era la condición humana, tan frágil. Ella se despedía, lo rechazaba… Pero no había seguridad en su rechazo, era como si llevar aquel anillo la esclavizase, no la hiciese sentirse en la plenitud de la casada. ¡Oh vamos no seas necio con tus cavilaciones! Vuelves a lo atado, por más que insistas no vas a conseguir nada de ella, solo te ha mostrado un rechazo y adversidad continua, solo fue un acto confuso de una noche extraña… No sientas esperanzas, tienes obligaciones… Le decía la voz de la sensatez den su interior.
Se marchaba, no quería ni verlo. Lazarus tomó una gran bocanada de aire frío, el cual sintió que calmaba el quebrar de su alba cubriéndola de nuevo de aquella capa de hielo en las que se ocultaba su sentir. El brillo en sus ojos azules continuaban, pero la máscara hierática había vuelto, un muro que se creaba.
Lazarus toco de nuevo su cuello recordando sus obligaciones, recordando su deber ante los suyos, se había alejado del camino al sentir dudas y la insatisfacción y éste le había llevado a caer en el abismo, si no lo hubiese hecho su vida continuaría con su paz, solamente alterada por esos demonio.
Un suspiró largo, él evitaba también sus ojos. Carraspeó un momento, la voz le costaba viajar entre el aire por su quebradizo hilo.
-Cuide de Tara. –Solo dijo con una sonrisa amarga, su voz lánguida. El bullicio de la fiesta se iba apagando, el mundo de felicidad era un contraste con el exterior gélido. Lazarus saco de su bolsillo su anillo, y lo dejo caer sonoramente, derrotado. –Creo… Que me fundirán uno nuevo… -Contemplo el brillo del anillo rodar en la oscuridad, de repente sus dudas de volver o no s u mundo sombrío parecían haberse disipado, su camino solo era uno. Dispuesto a dejarla marchar solo quería que ella le respondiera una pregunta, si había clavado la daga en su pecho, si estaba sintiéndose desangrado, que el filo fuese bien hundido, porque ya ¿qué mas le daba? - ¿Por qué lo hizo? Me refiero a lo que ocurrió aquella noche. Prometo que la dejaré tranquila para siempre, si me responde, sea lo que sea.
La máscara había quedado atrás, literalmente. Pues en las manos de aquel hombre aun residía aquello que en teoría nada cambiaba, pues entre sus manos estuvo decidir en el momento oportuno. No soportaba ver como alguien tropezaba dos veces con la misma piedra, y más aún siendo él mismo tras aquella enrevesada historia que decidió contarme, confiarme o pues era alguien demasiado dolido como para hacer entrever que todo le hacía daño, pero así era a fin de cuentas, toda y cada una de las cosas dañaban en lo más profundo, pero como buen ex - inquisitor… debía de asegurarse antes de mover la siguiente pieza, pues la vida era conocida como el mayor juego del destino.
Hasta el mayor erudito se equivocaba al pensar que alguien podría precederle de aquella forma. Las ocasiones sin sentido que la vida nos brindaba, junto aquel camino en el que cada cual se cruzaba con el del ajeno era completamente ignorante, anónimo a los ojos de cualquiera. El que aquella noche los dos coincidiésemos en aquella fiesta y dando a conocer toda clase de barbaridades tan solo ocurrís una vez cada mil años, jamás existía tales coincidencias que ponían a prueba la vida de dos fugaces amantes. Pero… ¿y quién lo era? Acaso Jessica se había propuesto alguna vez en sus santa vida el renunciar a aquella dura coraza que la auto protegía siempre del exterior? La respuesta es no, y para alejar del mismo modo supuestamente que él debía hacer daño, para permitirse el lujo de adivinar que con ello jamás se acercaría de nuevo, porque un inquisidor, de corazón expuesto era perfectamente comparable con la muerte.
Miles eran las posibilidades de retomar aquella vida sin él y tan solo una de volver y pedirle disculpas por todo lo ocurrido y dejar que aquello aflorase de su alma de forma instantánea, pero ella no era de ese modo, tampoco es que se hubiese dado el lujo jamás de abrir su corazón a nadie, es mas jamás lo había necesitado hasta la fecha… si, necesitado, pues sentía una gran punzada de dolor, más psíquico que cualquier otro dolor expuesto a batalla. Ella se creía que sus obras bien estaban pero se equivocaba y aquello la hacía una llaga en su propia alma, dejándose expuesta a daños irreparables. Ella jamás se hubiese permitido la libertad de pensar en un hombre tras lo sucedido, por miedo a que ocurra de nuevo o simplemente que todo saliese mal… siempre hay algo que sale mal nada se trataba de un cuento de hadas como todos desde niños nos imaginamos.
Tras las palabras de Cahir, Jessica cesó su paso, adivinando cada palabra, reteniéndola como si supiese que jamás lo volvería a ver y ella se lo había ganado a pulso propio. Tenía dos opciones y tenía que contestar en aquellos instantes de forma que nada quedase en el aire, bien mentir o contar a los cuatro vientos aquello que la atormentaba al igual que a él.
Las pesadillas son crudas, Monsieur, y puede que en algún momento usted sepa de lo que hablo.
Sus palabras, breves y silenciosas fueron pronunciadas con la mayor calma posible, aquello que en ella significaba que estaba realmente dañada, sin coraza, sin ironías se estaba mostrando tal y como era a expensas de que aquello significase un adiós entre aquellos que se martirizaban a sí mismos.
La máscara aún seguía en manos de Lazarus, ella no reparó en ello, simplemente siguió su camino con calma, hacia el carruaje que la esperaba en la puerta principal. Allí entró y por la ventanilla quedó mirando al piso más alto donde residía la fiesta en toda su magnificencia, del cielo, lágrimas profusas comenzaron a ser desterradas de los cielos augurando una noche de tormenta.
Sus puños continuaban apretados esperando conteniendo el temblor de sus dedos, una de ella aun rozaba el anillo dentro de su bolsillo con cierto recelo.
Los minutos pasaban lentos y su silencio no daba a significar nada bueno, tampoco lo esperaba, solo quería liberarse de aquel sentir pensando que la confesión calmarían aquellas ansias obsesivas, aquel desgarrar interno que convertía sus pensamientos inconscientes en un sin vivir, impidiéndole incluso conciliar el sueño tranquilo. Era como volver de nuevo a la temprana juventud robada, como volver a empezar. Emociones que había sido experimentadas en un pasado pero al volver a probarlas era como si fuese una primera vez, como si fuese aquel extranjero en tierra nueva, desnudo ante el mundo, y el desconocimiento lo hacía sentirse inmune y débil, con la guardia bajada. No le gustaba sentirse así, ya que él era el superviviente, el fuerte de su comunidad en la lejana Irlanda, era un pilar para los suyos en su comunidad de inquisidores, había sido el sabio, el maestro, el padre de aquellos novicios en el mundo de la “confesión”. Y ahora se sentía como un estúpido pelele en manos de aquella mujer.
Por fin habló… Su nombre, no el pseudónimo. Su verdadero nombre, el que solamente había oído hacía un poco tiempo en los labios de una mujer que amo en el pasado, un nombre desenterrado del polvo, aquel que le vio nacer.
La respiración contenida, la saliva tragada, un gesto que era simple pero que decía mucho. Su guante descubrió un anillo dorado su dedo, aquel dedo era la clave para decir que ya pertenecía a otro hombre. Una punzada en su pecho, ¿qué esperaba? De nuevo se sentía como el deseoso de algo que no era suyo, como en el pasado con su hermano, como aquel osado en aspirar a poseer lo inalcanzable. Pero, ¿si ella estaba casada por que había ocurrido lo que ocurrió en aquella noche? Ella había sido tan débil como él en caer en el peso de la lujuria, aunque la cierto era que él no podía considerarlo solamente lujuria era algo más fuerte que el simple deseo de la carne.
Pudo notar su incomodidad, su mirada era huidiza, él la buscaba a pesar de que se sentía derrotado ¿por qué? No sabía, tan débil era la condición humana, tan frágil. Ella se despedía, lo rechazaba… Pero no había seguridad en su rechazo, era como si llevar aquel anillo la esclavizase, no la hiciese sentirse en la plenitud de la casada. ¡Oh vamos no seas necio con tus cavilaciones! Vuelves a lo atado, por más que insistas no vas a conseguir nada de ella, solo te ha mostrado un rechazo y adversidad continua, solo fue un acto confuso de una noche extraña… No sientas esperanzas, tienes obligaciones… Le decía la voz de la sensatez den su interior.
Se marchaba, no quería ni verlo. Lazarus tomó una gran bocanada de aire frío, el cual sintió que calmaba el quebrar de su alba cubriéndola de nuevo de aquella capa de hielo en las que se ocultaba su sentir. El brillo en sus ojos azules continuaban, pero la máscara hierática había vuelto, un muro que se creaba.
Lazarus toco de nuevo su cuello recordando sus obligaciones, recordando su deber ante los suyos, se había alejado del camino al sentir dudas y la insatisfacción y éste le había llevado a caer en el abismo, si no lo hubiese hecho su vida continuaría con su paz, solamente alterada por esos demonio.
Un suspiró largo, él evitaba también sus ojos. Carraspeó un momento, la voz le costaba viajar entre el aire por su quebradizo hilo.
-Cuide de Tara. –Solo dijo con una sonrisa amarga, su voz lánguida. El bullicio de la fiesta se iba apagando, el mundo de felicidad era un contraste con el exterior gélido. Lazarus saco de su bolsillo su anillo, y lo dejo caer sonoramente, derrotado. –Creo… Que me fundirán uno nuevo… -Contemplo el brillo del anillo rodar en la oscuridad, de repente sus dudas de volver o no s u mundo sombrío parecían haberse disipado, su camino solo era uno. Dispuesto a dejarla marchar solo quería que ella le respondiera una pregunta, si había clavado la daga en su pecho, si estaba sintiéndose desangrado, que el filo fuese bien hundido, porque ya ¿qué mas le daba? - ¿Por qué lo hizo? Me refiero a lo que ocurrió aquella noche. Prometo que la dejaré tranquila para siempre, si me responde, sea lo que sea.
La máscara había quedado atrás, literalmente. Pues en las manos de aquel hombre aun residía aquello que en teoría nada cambiaba, pues entre sus manos estuvo decidir en el momento oportuno. No soportaba ver como alguien tropezaba dos veces con la misma piedra, y más aún siendo él mismo tras aquella enrevesada historia que decidió contarme, confiarme o pues era alguien demasiado dolido como para hacer entrever que todo le hacía daño, pero así era a fin de cuentas, toda y cada una de las cosas dañaban en lo más profundo, pero como buen ex - inquisitor… debía de asegurarse antes de mover la siguiente pieza, pues la vida era conocida como el mayor juego del destino.
Hasta el mayor erudito se equivocaba al pensar que alguien podría precederle de aquella forma. Las ocasiones sin sentido que la vida nos brindaba, junto aquel camino en el que cada cual se cruzaba con el del ajeno era completamente ignorante, anónimo a los ojos de cualquiera. El que aquella noche los dos coincidiésemos en aquella fiesta y dando a conocer toda clase de barbaridades tan solo ocurrís una vez cada mil años, jamás existía tales coincidencias que ponían a prueba la vida de dos fugaces amantes. Pero… ¿y quién lo era? Acaso Jessica se había propuesto alguna vez en sus santa vida el renunciar a aquella dura coraza que la auto protegía siempre del exterior? La respuesta es no, y para alejar del mismo modo supuestamente que él debía hacer daño, para permitirse el lujo de adivinar que con ello jamás se acercaría de nuevo, porque un inquisidor, de corazón expuesto era perfectamente comparable con la muerte.
Miles eran las posibilidades de retomar aquella vida sin él y tan solo una de volver y pedirle disculpas por todo lo ocurrido y dejar que aquello aflorase de su alma de forma instantánea, pero ella no era de ese modo, tampoco es que se hubiese dado el lujo jamás de abrir su corazón a nadie, es mas jamás lo había necesitado hasta la fecha… si, necesitado, pues sentía una gran punzada de dolor, más psíquico que cualquier otro dolor expuesto a batalla. Ella se creía que sus obras bien estaban pero se equivocaba y aquello la hacía una llaga en su propia alma, dejándose expuesta a daños irreparables. Ella jamás se hubiese permitido la libertad de pensar en un hombre tras lo sucedido, por miedo a que ocurra de nuevo o simplemente que todo saliese mal… siempre hay algo que sale mal nada se trataba de un cuento de hadas como todos desde niños nos imaginamos.
Tras las palabras de Cahir, Jessica cesó su paso, adivinando cada palabra, reteniéndola como si supiese que jamás lo volvería a ver y ella se lo había ganado a pulso propio. Tenía dos opciones y tenía que contestar en aquellos instantes de forma que nada quedase en el aire, bien mentir o contar a los cuatro vientos aquello que la atormentaba al igual que a él.
Las pesadillas son crudas, Monsieur, y puede que en algún momento usted sepa de lo que hablo.
Sus palabras, breves y silenciosas fueron pronunciadas con la mayor calma posible, aquello que en ella significaba que estaba realmente dañada, sin coraza, sin ironías se estaba mostrando tal y como era a expensas de que aquello significase un adiós entre aquellos que se martirizaban a sí mismos.
La máscara aún seguía en manos de Lazarus, ella no reparó en ello, simplemente siguió su camino con calma, hacia el carruaje que la esperaba en la puerta principal. Allí entró y por la ventanilla quedó mirando al piso más alto donde residía la fiesta en toda su magnificencia, del cielo, lágrimas profusas comenzaron a ser desterradas de los cielos augurando una noche de tormenta.
Jessica Saint-Bonnet- Inquisidor Clase Alta
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