Máximus de Vectis.

Nombre del Personaje:

Máximus de Vectis

Edad:

29 aparentes / 450 reales

Especie:

Vampiro (Cortesano)

Tipo, Clase Social o Cargo:

Clase Alta

Orientación Sexual:

Bisexual

Lugar de Origen:

Vectis (Isla de Wight), Inglaterra.

Habilidad/Poder:

- Agilidad y reflejos sobrehumanos: Habilidad para moverse con más soltura por un sitio, utilizando brazos y piernas reaccionando mas rápido que un humano normal.
- Sentidos aumentados: Aumento de percepción en los sentidos de la vista, el olfato, el gusto, el tacto y la audición.
- Volar (planear, levitar): Habilidad para alzarse desde el suelo, para navegar las corrientes de aire o volar por propia cuenta a través del aire.
- Infringir dolor por medio de la mente: Capacidad que consiste en infringir dolor a una persona, esto solo funciona por medio de la concentración mental y el contacto visual.
- Persuasión: Capacidad de hacer que otras personas realicen acciones, sin que éstas puedan negarse, mediante palabras con entonación imperativa, es decir, ordenándolas.

Descripción Física:

Spoiler:

Descripción Psicológica:

Máximus de Vectis puede considerarse un vampiro tal vez bipolar, tal vez extraño o tal vez egoísta. Rodeado de lujo desde su más tierna infancia acabó por aborrecerlo de manera sobrenatural. Aventurero por naturaleza, excéntrico y curioso. Frío y violento hasta un punto peligroso si no le gusta aquello que se le presenta pero cariñoso, atento y cálido con aquello que es de su agrado. Protector de aquello que considera suyo aunque son pocas las personas y cosas que aceptará como tal pues prefiere rodearse de lo mínimo. Disfruta con el dolor de sus víctimas tanto como con los placeres de la vida. Su trabajo de cortesano no es más que una forma de evitar quedarse solo y conseguir todo lo que le hace disfrutar. Unas veces satisfacer sus más bajos instintos y recibir a cambio algo de dinero para no usar aquello que intenta apartar, el lujo que le rodea, y otras, tras satisfacer al cliente, saciar su sed dejando un cadáver contento.

Historia:

Nacido en una familia adinerada y acomodada de la gran Isla de Wight, anteriormente conocida como Vectis en tiempo de los romanos, el 10 de Octubre de 1350, se instruyó como un humano corriente, pasó algunos años de su más tierna infancia como un novicio más en la pequeña, pero creciente, abadía de Vectis hasta que los clérigos notaron algo extraño en su crecimiento pausado y su extraño e inmenso conocimiento a su tan corta edad. Entre valles de tiempo pausado, lecciones inacabables de historia, lenguaje, comportamiento y protocolo, en un mar de incomprensión y soledad rodeado de sombras, sus primeros años pasaron hiriendo su pobre cerebro mientras sus progenitores se olvidaban de él a pasos agigantados demasiado obcecados en mejorar su status sobre el pequeño retoño que habían engendrado. Sus días pasaban encerrado en la biblioteca del palacete familiar, aleccionado por un catedrático demasiado pagado de si mismo que no hacía otra cosa más que castigas la ignorancia con tortura y la sabiduría con reproches tardíos. Su madre lo visitaba cada noche con el único proposito de ver el avance de su cría, llevarlo a su habitación y sumirlo en la oscuridad de la noche suponiendo que el pequeño dormiría placenteramente y agradeciendo los cuidados de sus fervorosos padres. Su padre, por el contrario, ni siquiera aparecía. Lo veía a lo lejos, de vez en cuando y, normalmente, saliendo a cazar o a negocios lejanos; todavía hoy no recuerda como es su cara.
Un adinerado francés, que más tarde conocería como amante de su madre, se ofreció a regalarles una mansión en París, más cerca de su alojamiento y que mejoraba las posibilidades de negocios fructíferos y un tanto escabrosos. No pudo acostumbrarse a su vida en Isla de Wight como tampoco se acostumbraría a París. Su vida continuaba sumida en la oscuridad de la biblioteca, entre gritos, lecciones interminables y descansos que no le dejaban asimilar comida alguna.
Un día, ajeno a lo que encontraría tras una de las ornamentadas puertas de la mansión, a sus once años, recorría la mansión como en un juego, como en un sueño más bien. El catedrático que le diera clases había desaparecido, tal vez muerto, tal vez enfermo. Caminando por pasillos decorados con cuadros de pintores cuyo nombre recordaba, incluso su historia, con esculturas de épocas anteriores, inmensos salones y grandes tapices para no dar la sensación de estar aislado entre las cuatro paredes, se topó con una puerta tras la cual se oían sonidos extraños para él. Jadeos y gemidos, como cuando se cansaba en las pocas horas semanales que le dejaban salir a ejercitar su cuerpo al jardín o cuando llevaba horas de estudio y le costaba mantenerse en vela, con la ayuda de los capones del catedrático. Cuando empujó levemente la puerta para socorrer a su madre vio dos cuerpos unidos como uno solo; uno su madre, el otro un desconocido. Sabía lo que ocurría, lo había leido pero en aqueél momento otro grito sonó. El hombre cayó a un lado de la cama y, su madre, tapada con las escasas sábanas que se le caían a cada paso lo encerró en su habitación con amenazas si no mantenía silencio. Lo último que supo es que a última hora de aquél mismo día iba de camino a la abadía de Vectis, lugar donde naciese.
En la abadía, que comenzaba a resurgír tras tres siglos de remodelaciones y ampliaciones, se intruyó en la Iglesia, en los ideales conservadores que entraban en conflicto con la libertad que el catedrático, de una forma bastante conservadora, le inculcó en su día. Al principio solo fue un novicio revoltoso, incluso gracioso en la monotonía del sagrado lugar, pero con el paso de los años su rebeldía se tornó en peligro cuando sus ojos se desviaban hacia las novicias, se escapaba para hablar con ellas y, para desgracia de muchas, le dejaban hablar y le escuchaban. Aquello duró unos años hasta que una de las novicias, una joven de dieciocho años como él en aquellos momentos, pero que prácticamente había nacido allí, se arrepintió de su pecado creyendo que había perdido el alma junto a la doncellez. A ella la encerraron bajo penitencia pero con el castigo rebajado puesto que había sido embaucada por el diablo y se había arrepentido, no podría seguir siendo novicia pero le permitirían contnuar en la orden. A él lo querían castigar de una manera mucho más severa pero en el tiempo que trataron de apresarlo y en el que pensaban cual sería el castigo apropiado a desvirgar a una, que supiesen, doncella de Cristo, escapó. En poco tiempo se habituó a Vectis y a vivir en sociedad. Al principio se dedicó a la prostitución por necesidad, cobijado por una vieja Madame que lo miamaba demasiado y los matones que tenía a su cargo.
Unos años después, habituado ya a toda clase de relaciones, pagos y demás, con un status más adinerado y en el mismo burdel que había crecido junto a él, siendo ahora ya uno de los más prestigiosos, discretos y grandes de toda la Isla de Wight, un extraño hombre requirió los servicios del joven de veintinueve años llamado Máximus. No había nada que hiciese sospechar de él, o al menos eso creían todos hasta que dos compañeras lo encontraron tirado en el callejón contíguo, resbalando por la pared lentamente mientras una sombra desaparecía. Lo siguiente fue un tremendo dolor, el dolor de la muerte y los gritos de ultratumba.
Aunque él no lo supiese así era. Su rictus se debía al propio shock cuando el vampiro le mordió. Recordaba pequeños fragmentos de lo ocurrido. Un mordisco en su cuello, un grito mudo en su garganta, un líquido rojizo de la muñeca del hombre en su boca y segundos después un dolor tan desgarrador que quedó inconsciente. El burdel cerró dos días por él, uno de los más queridos, y durante otros cinco días abrieron una habitación para su velatorio. Todos de luto, todo pésame y besos en la frente. Le habían cerrado los ojos sumiéndolo en siete días de velatorio oscuro. Cuando recuperó fuerzas y abrió los ojos las mujeres se desmayaron y los hombres no pudieron hacer más que sujetarlas mirando al hombre con ojos desorbitados, eso los que tuvieron suficientes reflejos y no dejaron a sus damas desnucarse contra el frío suelo marmóreo de la mansión. Nadie, incluida la madame creía lo que veía. Estaban a punto de enterrarlo, es más, el carruaje fúnebre lo esperaba a la puerta del burdel. Su renacimiento tendría lugar, sarcásticamente, el 10 de octubre de 1379. Su madre lo veló desde el tercer día, consumida por el sueño y el hambre, creyendo haber perdido a un hijo al que no prestó atención hasta ese momento. Su padre nunca apareció. Cuando se levantó no fue ella la que volvió a desaparecer, sino el mismo el que la echó ante el miedo de todos al ver levantarse un muerto.
Tardó menos de una semana en recoger sus escasas pertenencias, los regalos más allegados de sus clientes más complacidos y marchar para encontrarse a si mismo. La falta de compañía y una sed inhumanas le podían, es más, le pudieron hasta el extremo de encontrarse con una joven entre sus brazos desangrada y él disfrutando de ello, revitalizado. Aunque suene extraño no se asustó de ello sino más bien lo disfrutó. Al fin encontraba su lugar, podía satisfacer sus deseos y al parecer no envejecía, solo faltaba saber cuanto duraría. No volvió a ejercer la prostitución como tal sino más bien por placer siendo su propio dueño. Se pasaba por aquél burdel como visitante, para ver a sus compañeras que envejecían a diferencia de él y hacer nuevas compañías. En esta profesión los grandes secretos se guardan pero los pequeños se usan como arma de un doble filo demasiado afilado.
En 1750, siendo ya un joven en apariencia, bien vestido, siendo considerado de alta alcurnia por sus vestimentas y su círculo de amistades, no encontraba dificultades a la hora de encontrar una víctima o un cliente. Odiaba el lujo por el que sus padres no cuidaron de él, por el que fue enviado a otros lugares y por el que su madre lo mantuvo encerrado y memorizando datos banales durante toda su vida de madre.
Tras cincuenta años de profesión sabía diferenciar que hombres o mujeres satisfaría carnalmente para conseguir sus favores y cuales serían su comida de ese día. Vestía ropas caras, todo regalos de mujeres de alta alcurnia, y las mezclaba de forma que le viese quien le viese siempre veían uno de los regalos que le habían hecho. Algún hombre satisfecho también le regalaba algún ostentoso objeto, pero los hombres solían ser su recipiente sanguinolento puesto que también conocía que en las altas esferas el hombre era el que manejaba el dinero a la vista de todos pero la mujer era quien verdaderamente convertía el poder de la familia en cuestión; en el anonimato y la simulada sumisión a su marido.
Ahora, que más decir de mí tras contar todo cual novela histórica. Voy y vengo, viajo cuando me es requerido o se cruza en mi pensamiento. Satisfago mis necesidades aquí y allá sin miedo a los grandes mercados, las plazas llenas de ricos o las calles andrajosas. Soy un cortesano complaciente y complacido y un asesino buscado y no encontrado. Esa es mi vida, eso es lo que soy y es lo que seré hasta el fin de mis días, días que pienso disfrutar como si fuesen el último de una y otra forma.
Siempre vuestro, Máximus de Vectis.

Datos Extras:

A los únicos que oculta su verdadera y macabra forma de ser es a los niños, a los que mima hasta puntos sospechosos. En alguna ocasión alguna madre ha apartado a sus hijos de él temiendo que fuese un pervertido y algún padre se ha llevado una sorpresa al golpearlo por acercarse a sus hijos. Pero nada más lejos de la realidad pues lo único que hace es ofrecer juegos, magia y regalos a niños que le recuerdan una infancia que le fue arrebatada.
Suele llevar una capa a un hombro con el símbolo de dos mujeres en sensual postura en rojo sobre negro rodeadas por un campo de rosas en oro. Un florete afilado y de empuñadura y pomo ornamentado se esconde bajo la capa.

Hecho aquello que fuese requerido, Mon Señor.