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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Rianne Coleridge Jue Feb 09, 2012 2:15 pm

Correr hasta que las piernas se cansan, correr incluso cuando ya no hay más camino, correr y seguir corriendo, no pudiendo diferenciar sueño de realidad, verdad de fantasía. Correr hasta que te preguntas si quedará algo de aire en tus pulmones, algo de esa brisa que te acaricia la piel mientras sigues corriendo y los músculos comienzan a quejarse, incluso cuando están acostumbrados a ese ritmo. Algo que parece mezclar confusión y seguridad produce que los brazos comiencen a picarle, como si estuvieran advirtiéndole de algo, una señal que no es capaz de identificar y que sólo logra aún más enredo en el interior de su cabeza, demasiadas pistas pero sin conseguir el premio final. Los cabellos en la base de su nuca se erizan, incluso podría escuchar a los dioses susurrar en su oído, - ilumíname Kokumthena, - el llamado hacia ese ser que le había dado la vida a su raza sólo es audible por ella, como si no lo hubiese dicho en voz alta. Ya no corre aunque siente deseos de hacerlo, de seguir agotando sus fuerzas que a ratos parecen ser un pozo sin término a simple vista, uno que no se acabará aunque siga empujándose a si misma al borde del precipicio, poniéndose a si misma a prueba tantas veces que comienza a quedarse sin recursos. Necesita lo que no puede obtener de manera fácil, aquello que ha buscado pero sólo ha podido encontrar en ciertas ocasiones. Claridad, la posibilidad de poder decidir conociendo todas las opciones, dejar de sentirse acorralada a un final que no ha llegado voluntariamente, la opresión sobre el pecho aún cuando nadie tenga sus manos sobre ella.

Aquello estaba siempre ahí, quizás demasiado cerca, acechándola, acosándola aunque intentara escapar, no tenía opción. Ni siquiera momentos de conseguir la meta entre esos recuerdos. Respira profundo y el oxígeno comienza a fluir llenando todo, logrando que sus hombros suban y bajen en un compás que podría hacerla lucir agitada cuando sólo está ansiosa, deseando algo que no sabe que es y para ella, que ha creído tener una mente firme y determinada, eso puede ser la peor tortura posible. El aire crepita a su alrededor como las noches previas a luna llena, cuando la tentación de dejar salir a esa loba que no ha elegido está aún más presente. ¿Debe seguir adelante o comenzar a retroceder incluso cuando eso signifique ir en contra de todo lo que siempre ha sido? Sin saber el por qué comienza a correr otra vez, dejando que el pelo suelto recoja pequeñas ramitas desprovistas de hojas, restos de la estación en la que se encuentran, pies descalzos que siguen avanzando sin detenerse a pensar en el camino que van atravesando, mucho menos en esa luz que parece atraerla. La señal vuelve a gritar justo sobre su oído, le advierte sin saber que mientras más lo hace más logra el efecto contrario. Avanza sin sacudir la tierra de su piel desnuda, de aquellos sectores donde la ropa, una mezcla de lo que usan las mujeres de esa ciudad y las que viven en su tribu, no cubre como debería hacerlo, quizás revelando que su temperatura es distinta y que ella también lo es. Golpea una puerta que intenta creer no haber visitado antes, lo hace hasta que una figura aparece frente a ella dándole la razón sin tener claro en qué. - Necesito hablar contigo, – la voz parece de otra persona y la determinación es el impulso para mirarlo a los ojos, sólo ahí, logrando que todos los otros detalles desaparezcan.
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Mensaje por Tristan Rêveur Jue Mar 08, 2012 11:50 pm

Faltan sólo dos noches más para la luna llena y eso lo tiene inquieto, perturbado. Han sido ya varias veces las que se ha transformado y aún no termina de acostumbrarse, asimilarlo o aceptarlo. No, eso jamás, ¿quién en su sano juicio podría aceptar la idea de ser una bestia? Un maldito monstruo. Porque eso es lo que es: un monstruo, no existe otra palabra para definir a la horrorosa criatura en la que se convierte cada vez que la luna ordena. Mira a través de la ventana y no soporta más de diez segundos; le teme a la luna, de verdad le teme y es triste porque antes de todo él la amaba. Cierra la cortina de golpe y se dirige hasta el mini bar que tiene a sus espaldas donde se sirve una copa la cual bebe de golpe para después servirse una más y disfrutarla lentamente. Pero entonces sus sentidos lo alertan, esos que se han intensificado desde “el accidente” que ahora sabe que no ha sido coincidencia. Se asoma por la ventana una vez más y ve una figura merodeando los alrededores. Afuera llueve a cántaros y eso provoca que el cabello de la mujer en el exterior se anude alrededor de su cara impidiéndole reconocerla. Escucha que llaman a la puerta y no duda en acercarse para abrirla él mismo después de haber dejado su copa sobre una pequeña mesa. Sus ojos se abren de par en par al encontrarse cara a cara con ella, con Rianne. De haber sido otra la situación la abría recibido con una sonrisa, porque la conoce, ese rostro le es familiar y hace semanas enteras que no sabe nada de ella. Pero la situación no amerita un recibiento de ese tipo, ni abrazos, ni sonrisas, ni invitaciones a sentarse. Tristán la toma del brazo y sin decir nada la jala hasta el interior de la residencia.

—¿Hablar?— Pregunta con ironía mientras la coloca contra la puerta una vez que esta se ha cerrado. —No, no vamos a hablar, tú me debes una explicación y vas a dármela.— Su voz se va elevando poco a poco sin que pueda hacer algo al respecto, no encuentra otro tono en el que pueda decir lo que tiene que decir, no existe. —Fuiste tú, sé que fuiste tú, estoy seguro. Tú me hiciste esto. ¿Por qué, Rianne?, ¿por qué lo hiciste? ¿Por qué a mí?

Tiene ganas de gritarle, se estrujarla, se zarandearla hasta sacarle la verdad, sus razones, sus malditas razones. Tiene incluso ganas de golpearla pero se resiste porque no va con sus principios, porque nunca antes lo ha hecho con otra mujer y porque recuerda que su padre alguna vez, aún siendo niño, le dejó claro que un hombre no merecía ser llamado hombre si se atrevía a ponerle la mano encima a una dama. Por eso se contiene y se limita a observarla a los ojos, con detenimiento, con rabia pero sobre todo con duda. No lo entiende, no le cabe en la cabeza porque ella, precisamente ella, su amiga, pudo haberle hecho algo como eso. Se pregunta si alguna vez la hirió en el pasado, si le dio algún motivo para provocarle rabia o algo que la hubiese llevado a vengarse; pero nada aparece, su mente esta en blanco y su cabeza duele de tanto que la está forzando para encontrar alguna explicación coherente. Cuando los dedos de sus manos que sostienen a la muchacha se clavan de más en sus brazos, se da cuenta de que la está lastimado y la suelta, la libera y se da media vuelta para después echarse el cabello hacia atrás en un mero gesto de frustración. Un suspiro se le escapa de los labios. Tiene ganas de volver a verla y repetir lo que acaba de hacer, pero esta vez logra contenerse y en lugar de ello se sienta. Toma su copa a medias y la bebe de golpe para armarse de valor y escuchar lo que ella tiene que decirle.

—Contéstame Rianne. Hazlo, ya has venido hasta aquí y por tu propia cuenta, es lo mejor que puedes hacer. Habla de una vez y di lo que tengas que decir.— Vuelve a exigir al ver que esta no se apiada de su frustración, de la curiosidad, pero sobre todo de esa agonía que vive día a día después del incidente, después de que ella convertida en una bestia se lanzo sobre él y desgarró su cuello, desfiguró su cara y terminó por arruinar su ya de por si miserable vida.
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Mensaje por Rianne Coleridge Sáb Mar 24, 2012 1:12 pm

Si fuera alguien más quien la increpa es probable que ya hubiese soltado alguna frase como “no tengo por qué darte explicaciones”, en este caso tiene claro que la única que debe seguir hablando es ella y aún así no es capaz de pronunciar palabra alguna. ¿Acaso le teme? Cierra los ojos y siente la madera chocar contra los huesos de su espalda, se lo merece, ese tono de voz, la ironía, la mirada que probablemente él tenga en el rostro, los dedos clavando en su brazo tan fuerte que en alguien más dejaría marcar moradas al día siguiente. No puede mirarlo y saber que es ella quien ha provocado esa cicatriz, pensando que con eso podría destruir su perfección y sin darse cuenta logrando todo lo contrario. Levanta los párpados y las respuestas que tenía preparadas se esfuman, todo desaparece y sólo queda él y esa marca sobre su piel, él y la decepción que empapa cada una de las sílabas que pronuncia, él, quien aún produce que su corazón lata desbocado queriendo escapar. - Fui egoísta y al mismo tiempo generosa… - sabe que tiene que explicarlo, que tal como él ha dicho merece conocer los motivos que la llevaron actuar de ese modo, ¿cómo podría revelarlo sin revelarse a si misma al hacerlo? Recordar las circunstancias en que había sucedido todo esa noche no le ayudaba a ordenar las ideas en su mente, quería volver a correr, salir a la lluvia que la había mojado completamente, dejar que sus pies toquen el barro y alejarse lo más posible, ir en contra de todo lo que siempre ha sido. Por primera vez no tiene deseos de enfrentar una situación porque es ella la culpable, no es a un consejo de ancianos o un grupo de personas con quien debe estar cara a cara, ¿puede seguir llamándolo amigo después de lo que le ha hecho? – Esto no es algo que quise para mí, jamás lo quise y aún ahora no lo quiero, puedo aceptarlo pero si pudiera volver atrás preferiría morir desangrada a esto… - se quita el abrigo y lo deja sobre una silla, no le preocupa que pueda arrugarse ni tampoco lo acerca al fuego para que comience a secarse, detalles como esos no le interesan en ese momento. – Esa noche no tenía pensado ir hasta ti pero algo no me permitió tomar decisiones con claridad… no sabía que es lo que haría hasta el segundo cuando ya lo estaba haciendo… -

Él le da la espalda y ella quiere poner una mano sobre su hombro, se contiene y busca nuevas palabras para intentar, aunque sea infructuosamente, explicar un por qué que no tiene una respuesta completa aún para ella, - eras todo cuanto tenía en mi mente, sólo repetía tu nombre y tu rostro nunca se alejó ni siquiera cuando intenté distraerme con algo más. – Camina porque ahora es ella quien quiere mirarlo de frente, su barbilla se eleva un poco y las facciones de una muchacha inglesa dan paso a la ferocidad de las mujeres shawnee, cada rincón parece tallado sobre madera dorada. - Fui egoísta porque siempre te quise sólo para mí… y fui generosa porque compartí esta maldición contigo… - ¿debía pedir disculpas? ¿Encontrar la manera de no sonar como una psicópata maníaca que sólo necesitaba de su atención? – Ahora deberías comprenderlo… o al menos comenzar a hacerlo, saber que muchas veces el animal en ti supera todo los rasgos de humanidad que creíste eran tan firmes… - quizás pueda controlar más que antes sus transformaciones, no ser una novata comparada a otros pero cuando hay sentimientos que se interponen con la razón parece perder el sentido del tiempo, perder toda esa mentalidad fría que solía caracterizarla, - esa noche fue la loba quien pensó, quien actuó… fue ella la que deslizó una de sus garras por tu rostro, fue ella la que te mordió y te condenó a algo que no pediste… - un suspiro cansado sale de sus labios, como si le costara más que antes mantenerse de pie y seguir relatando lo que pensó callaría para siempre. -¿Sabes qué es lo peor de todo esto? La loba, el animal… eso que aborrezco cada luna llena… todo eso soy yo, fui yo quien te traspasó esto y nada, ni siquiera el hecho de que te ame puede ser justificación para esto… - Un paso más cerca de él, no quiere dudas ni tampoco mostrarse débil cuando se siente totalmente vulnerable, más de lo que alguna vez lo estuvo en su vida. - Eres libre de matarme si lo deseas, no voy a impedírtelo… - la lucha no aparece, las ansias de combatir contra lo que estuviera al frente parecen desaparecer junto con la cordura, una persona debe estar loca para ofrecer algo así, tan serena, tranquila de que la respuesta no importa porque ya ha tomado una decisión, está en sus manos terminar con este calvario o castigarla con llevarlo por muchos años más.
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Mensaje por Tristan Rêveur Miér Abr 11, 2012 4:15 am

Tristán permanece a la expectativa, sin despegar los ojos de la muchacha que conoce de tiempo atrás, a esa a la que alguna vez llamó amiga y que ahora dista mucho de serlo. No hay calma en su espera, está impaciente, ansioso por escuchar lo que tiene que decir y seguro de que sea lo que sea lo que diga no servirá de nada; nada puede aminorar el dolor que siente, el asco, la decepción, nada. Cuando ella comienza a hablar y decir todo él no puede contener la rabia y ríe lleno de amargura ante las incoherentes palabras que emergen de su boca. No entiende nada, o tal vez no quiere entenderlo aún cuando todo es claro. Ella le hace una confesión de amor pero todo lo que escucha son pretextos, banalidades que sólo tienen como fin justificar los terribles actos que ha llevado a cabo con él, el egoísmo, tal y como ella ha dicho. Al cabo de un rato no tolera más escuchar tantas tonterías y se pone de pie, se abalanza contra ella una vez más, el animal del que habla Rianne aparece reflejado en casa uno de sus movimientos, en sus gestos fieros. Todo lo que Tristán ofreció a Rianne en el pasado fue comprensión, amistad, amabilidad, ¿y qué le ha dado ella a cambio?

— ¿Amor dices?, ¿amor? — La ironía lo empapa tanto como a ella la ha empapado la lluvia. — Eso no es amor, Rianne. Tú no sabes amar, no tienes idea de lo que es el amor. — Las palabras son pronunciadas con la intención de herirla pero sabe que por más que se esfuerce jamás podrá vengarse. — ¿Qué culpa tengo yo de que hayas corrido con esta suerte? Maldita seas, Rianne, tú y tú maldita maldición. Me destrozaste, acabaste con mi vida. — Sigue ignorando lo que ella ha dicho acerca de su amor, para él todo es una farsa, una burla.

Cada vez que siente que la ira aminora derrotada por la resignación vuelve otra vez con más fuerza, la tiene ahí, frente a él, tomando su rostro con ambas manos en un intento de hacerle entender su dolor; tiene la posibilidad de matarla si quiere, de destrozarla, de vengarse de la manera que elija, pero es incapaz, ya ha matado a demasiada gente como para atreverse a hacerlo sin siquiera ser luna llena. Pero las palabras también duelen.

— Mírame Rianne, mírame bien. Mira y ve en lo que me has convertido, en un maldito monstruo. Míralo bien, memorízalo, porque esto es obra tuya, tuya y de nadie más. — Toma una de las manos de la muchacha y la coloca sobre su rostro, justamente sobre la gran cicatriz que le cruza toda la cara, deja que sienta la textura, que sus dedos se hundan en la carne. — Eres tú quien debe mancharse la conciencia, eres tú quien debe maldecirse, quien debe desear morir, no yo. — Le repite una y otra vez, incapaz de pensar que decirlo una vez es suficiente para hacerle sentir un poco de su rabia. — Lo has hecho a propósito, lo veo en tus ojos. ¿Cómo podría yo amar a alguien como tú? ¡Nunca! — Se lo escupe en la cara haciendo uso de su gesto más cruel, quiere hacerla sentir menos, sentir asco de sí misma, quiere que sufra, que llore, que se revuelque en el piso rogando perdón; tal vez así logre perdonarla algún día, tal vez. Sus manos rodean su cuello y se siente tentado a presionarlo, pero se contiene y nuevamente se da vuelta alejándose de ella, ignorando el consejo del diablo, posándose frente a la chimenea que provee de calor la habitación, un calor que no es capaz de derretir la gelidez de sus palabras, de los actos, de su maldita presencia. — Lárgate, Rianne, si no tienes nada más que decir que verdaderamente justifique tus actos mejor vete. Vete o juro por dios que soy capaz de todo, soy capaz de matarte. Juro por dios que soy capaz.
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Mensaje por Rianne Coleridge Dom Mayo 27, 2012 3:25 pm

Atroz contradicción de la cólera nacida del amor y que mata el amor.

El animal del que reniega insiste en querer aparecer como si ella ya no hubiese dejado la correa firme y el collar más apretado, ¿cuánto más necesita? O peor aún, ¿cuánto tiempo más seguirá funcionando antes de que pierda la cabeza y ya no exista vuelta atrás? - Hazlo… por favor hazlo, - ¿ve acaso esto como una oportunidad? No pensó en llegar ahí esa noche pero tampoco fue así durante el fatídico día en que lo convirtió en lo que ahora es. No necesita escuchar lo que ella misma se ha dicho tantas veces, son sólo confirmaciones para palabras que incluso ha escrito en el lugar donde vive a fin de no olvidar jamás, paredes llenas de letras que indican el asco, la repulsión, el aborrecimiento y el disgusto que siente hacia lo que ha hecho y lo que es, aunque en realidad lo que sigue haciendo y lo que será hasta que alguien más termine con su vida. Podría prestarle una almohada para que la ponga sobre su rostro y termine con eso de una vez por todas, de ese modo, notar la lucha de sus propios pulmones por intentar captar el escaso oxígeno, que sea una muerte lenta y la haga sentir impotente, vulnerable. Que él pueda obtener de algún modo la satisfacción de que ha conseguido la venganza. No puede culparlo, si ella conociera al autor de su propia maldición también habría recorrido sus antiguos terrenos o incluso el mundo completo intentando encontrarlo. Pero es inútil, está ahí por un tema distinto, para hacerlo entender, que comprenda que todo aquello ha nacido desde las entrañas, desde la pasión y no una razón que ha sido dejada de lado, olvidada, prácticamente muerta y burlándose desde un pedestal donde ahora la mira intentar poner una venda ínfima en una herida muy grande. – Maldito seas Tristán… - y no se refiere a la maldición que los obliga a no resistir a la luna, - ¿puedes ver mis ojos? Usa esos sentidos que ahora se han desarrollado… dime si miento, dime si realmente podría haberte hecho porque deseaba hacerlo… dímelo y seré yo quien terminará con mi vida, – está parada frente a él, con la ropa goteando por el agua de la lluvia, serena, su rostro preparado para cualquier respuesta, el corazón un traidor que no deja de latir de forma desesperada como cada vez que lo siente cerca. No hay resignación, sólo tranquilidad, una seguridad nacida de que has perdido todo, ¿qué otro motivo tiene para continuar soportando los días? Se ha ido su cordura y hasta han sido mancillados sus ideales. Le destrozó la cara porque él le destrozó el corazón, ¿es acaso eso justo? – Jamás te pediría que me ames, de ningún modo… - vuelve al tema sólo porque cada frase salida de su boca se mantiene dando vueltas en su cabeza.

Una tortura que llevará el tiempo que le quede, ya sean unos pocos minutos, horas hasta que la luna aparezca o quizás años hasta que logre su cometido,
- tu vida sigue, tu mente está intacta… la maldición es parte de nosotros tanto si queremos aceptarla o no… ¿quién eres realmente? ¿En qué te has convertido? – su voz se alza, decepción es tal vez lo que la cubre, cuando ya nada queda no existe el sentido del peligro, ahora es como un viaje el cual realiza sin tener en cuenta los resguardos, como aquel que escala la montaña más alta sin todo lo necesario sólo para poder conservar en su memoria la vista que tendrá desde la cumbre. – No eres un mounstro… estás lejos de serlo… - ahora lo mira de pies a cabeza, ella también ha cambiado pero quizás él no es capaz de notarlo. Se esconde, utiliza una pared que no tiene que ver con piedras o varas de madera ancladas al piso, se aísla y pone ante él lo que cree necesita ver. Desea que la odie, que vuelva a gritarle, a sentir sus manos tocándole para hacerle daño. Se lo merece, cada cosa que él ha dicho, hecho o incluso pensado, todo eso sabe que se lo ha ganado, con creces. En una competencia donde no tiene más contrincantes. – mírate tú… piensa por un minuto como son tus noches transformado… ¿tienes consciencia real de cada paso que das? ¿De cada movimiento que realizas? Si es así dame la receta… porque aún con todos los meses en que mi cuerpo ha cambiado aún no soy capaz de tener el control… - se gira, le da la espalda, puede ser contraproducente pero ya no le importa. Ignora también lo último que ha dicho, porque aunque no hay nada que pueda justificar por completo lo que hizo espera simplemente poder quedarse junto a él otro par de segundos, sabiendo que es injusto, - llámame de la forma que quieras, piensa de mí lo que se te antoje, pero permite que deje algunas cosas claras antes de que insistas en que vuelva a la calle. – Durante toda esa charla solo fue posible divisar su perfil contra la ventana, manteniéndose lejos pese a que de algún modo sus palabras siempre sonaron cercanas, ahora lo está, realmente, de pie intentando encontrar su mirada una vez más, el único modo que conoce para que él pueda escudriñar en ella, - te amé desde la primera vez en que te vi, un amor distinto al de ahora, distinto al de antes de hacerte lo que hice, - no lo niega, jamás podría hacerlo, - pero amor al fin y al cabo… y a mis ojos no has cambiado, sigues siendo el mismo… aquellos que no puedan verlo como yo lo veo son ciegos… - en sus dedos aún pica la textura de la cicatriz, de esa que él la obligó a tocar y que ahora agradece, de otra forma no tendría otro recuerdo de por qué no debería seguir viviendo.
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Mensaje por Tristan Rêveur Vie Jun 29, 2012 2:52 am

Tristán la escucha con atención aunque finja no hacerlo. No quiere saber lo que ella tiene para decir, pero una parte de su ser le exige que lo haga, que la escuche detenidamente, cada una de sus palabras. Sabe que no es una mala persona pese a ser una bestia, pese a matar seres humanos en cada conversión. Tristán tendría que darle la razón a la muchacha cuando esta menciona la incapacidad que sufren los de su naturaleza cada vez que mutan a ese enorme animal cubierto de pelo de ojos amarillos, pero se niega a hacerlo, se niega a tener que darle la razón a quien le ha destruido la vida. Está negado, está encaprichado a que ella acepte lo que él ha asegurado, quiere que le pida perdón, que le ruegue, que se culpe, que sienta deseos de morir, reales, como los que él siente cada vez que se mira en el espejo. La mira y poco a poco, sin darse cuenta, su barbilla se alza, dándole un aspecto retador y todavía más cruel. Quiere matarla, de verdad desea hacerlo, pero no se atreve, lucha con esas ganas de destrucción de que anidan en sus entrañas. No puede permitirse ser cada vez más monstruo, no más de lo que ya es.

Tres pasos grandes y ya se encuentra junto al mini bar que yace en la estadía, donde una botella de whisky escocés le mira tentadoramente. Ya ha bebido de más desde las seis de la tarde, seguramente Rianne lo ha notado en su aliento. El alcohol en sus venas ha servido como alentador, lo ha hecho portarse más desenvuelto que de costumbre. Desesperado toma la botella y sirve nuevamente en el vaso de cristal hasta que el líquido se derrama, lo bebe compulsivamente, como si de un naúfrago sediento se tratase. El licor le raspa la garganta, entrecierra los ojos y vuelve a servirse uno más, mientras a sus espaldas Rianne intenta darle más y más explicaciones. Vuelve a escuchar la palabra amor. Odia que ella la mencione. Odia que ella asegure haberlo amado o amarlo actualmente.

— ¡¿Y de que me sirve a mi ese amor?! — Grita con todas sus fuerzas, dando la sensación de que ha estado guardándoselo por demasiado tiempo. Lanza el vaso contra la pared y el cristal se hace añicos. Toma la botella y repite el procedimiento, la bebida se derrama sobre la alfombra persa, sobre los sillones aterciopelados. — ¡No me sirve! ¡¿Que no entiendes que me destrozaste la vida?! ¡¿Crees que puedo ir por la vida confesándole esto a cualquiera y que me aceptará?! ¡¿Tienes idea de lo que es que te miren en la calle como a un lisiado?! — Da media vuelta y toma el resto de los vasos limpios que están sobre la mesa, con un manotazo los desliza hacia un lado y provoca que también caigan, destrozándose al instante. Cuando intenta mover el pesado mueble, su pierna se enreda con una de las patas, y cae. No hace ni el menor intento por levantarse, se queda allí, sobre el piso, como el ebrio desdichado en el que se ha convertido, gracias a la mujer que ahora lo observa. Y llora, las lágrimas caen sin que pueda reprimirlo. También ríe, ríe y llora al mismo tiempo como un verdadero loco. Causa pena, hace la escena de su vida. — ¿Y así crees que podría amarte? — El llanto se detiene y su risa se intensifica hasta convertirse en una burla, el pelo le cae por la cara. La mira y se ríe aún más fuerte, da la impresión de que está viendo a un payaso o a la más ridícula de las mujeres. No se detiene a pensar en que la está humillando. De eso se trata, aunque lo haga inconscientemente a causa del alcohol y su dolor, su maldito dolor.

— No te me acerques… — Le advierte cuando la ve mover una de sus piernas, ni siquiera sabe si para acercarse o para irse. — ¿Que no entiendes que no quiero tenerte cerca? ¡No quiero que me toques, no quiero verte! — Su risa burlona se convierte en una amenaza, toma un trozo de botella y la empuña en su defensa, como si de verdad ella pudiera hacerle un daño después de sus recientes confesiones. Tristán está fuera de sí, está haciendo el ridículo. Necesita que alguien lo calme, que lo consuele, que le diga que todo estará bien…aunque no sea cierto, aunque todo siga igual.
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Mensaje por Rianne Coleridge Miér Jul 18, 2012 2:27 pm

Y ella lo mira pero ya no lo ve, tiene los ojos abiertos pero no sirve, se ha perdido, se esfumó como la última voluta de humo del último cigarrillo. El último aliento de vida también ha sido expirado. No fue premeditado, nada de lo que pasó, tampoco las consecuencias, pero no existe forma de explicarle a alguien que no quiere entender. Niega al escucharlo, es imposible seguir queriendo que él comprenda todo, ella se siente reflejada en cada una de sus palabras, en todo lo que dice porque también lo ha vivido. Discriminación aunque quizás por otros motivos, una mujer, que planea liderar una tribu, alguien a quien acusan de muertes sin tener pruebas, quizás no es una lisiada pero si una desterrada, alguien que no pertenece a algún hogar, está lejos de si misma, lejos del mundo, lejos de todo lo que la mantenía cuerda, cada uno de sus movimientos parece más erróneo que el anterior. Rianne se calma porque alguno de los dos debe hacerlo y al parecer él está empeñado en seguir gritando y lanzando cosas, quizás ese sea el modo en que él podrá sentirse mejor. - ¿Crees que a mí me sirve de algo? ¡No quiero amarte! ¡No quiero sentir esto! Quiero dejar de pensar en ti, quiero dejar que sólo la culpa sea todo lo que nos una… culpa, mi culpa, yo tengo la culpa de todo… - se mantiene firme, en la misma posición y ahora lo escucha reír, se congela, se le hiela esa sangre que desde su transformación se siente más caliente. Pequeños puñales le atraviesan cada una de las fibras de su cuerpo, la destruyen para que no pueda volver a recomponerse, se siente prisionera y al mismo tiempo libre, presa de esa humillación que se merece, libre al escucharlo que también desea lo mismo que ella. – No quiero amarte ni que me ames, no quiero tocarte ni que me toques, no quiero volver a verte…- la decisión está tomada desde hace mucho, todo este espectáculo debió ser una despedida precisa, las palabras bien elegidas y un adiós que no termine en odio. Nuevamente Rianne se ha equivocado, ¿acaso hay alguna diferencia con sus otros errores? Sólo es uno más que sumar a la lista, uno que quizás recordará más tiempo pero no por eso será más importante que los demás, mucho menos que ese que le arruinó la vida a ambos.

La lluvia continúa afuera, el dolor sigue corriendo sobre ella. El líquido del alcohol se esparrama y su olor comienza a llenar todo el ambiente. Respira profundo y puede sentirlo más claramente, como si fuera parte de si misma o quizás porque lo asocia al aliento de ese hombre que ahora está a sus pies, bastante irónico quizás pero la sonrisa no aparece, no podría reír en un momento así. Obedece, no se mueve, al menos no hacia él. Se arrodilla y toma uno de los trozos del cristal de la botella, del mismo modo en que lo hace él pero no para amenazarlo, el peligro sigue siendo ella pero el objetivo de toda esa ira contenida cambia, jamás ha sido él. Tristán puede dudar de lo que quiera, pero dudar de lo que Rianne haría de forma consciente es casi una ofensa que será pronto rebatida. Sus ojos parecen representar a alguien más, a una chica que ha vivido demasiado en poco tiempo, años que pasan en vano mientras logra poder conocerse, poder descubrir que es eso que la llama a no querer aceptar la realidad que le tocó, lo que quizás ella misma buscó la noche en que se acercó a esa aldea. La que ríe ahora es ella, una carcajada que le desgarra la garganta y que no lleva alegría a su mirada, sigue vacía, tal como está ella.
– Quiero entender… quiero entender todo lo que vives… - su mano se levanta y cierra los ojos un segundo, el movimiento es algo torpe pero efectivo, aquel pedazo de vidrio cumple su función y desgarra la carne por la que pasa, justo sobre la mejilla izquierda de Rianne, la sangre comienza a correr y aprieta los dientes para poder resistir el dolor, necesita terminar con eso, lograr que la herida tenga una longitud que sea visible para todos, que la cicatriz también destroce su rostro y la haga lucir como una lisiada, tal como él. No lo piensa pero ahora lo cree justo. Las lágrimas comienzan a caer y también lo hace esa arma que ha usado consigo misma, el líquido transparente se mezcla con la sangre, tiñe su tostada piel de rosa, - nunca más nos volveremos a ver… - no es una pregunta, es una decisión que ya ha tomado. Gatea hasta él y lo rodea con los brazos aprovechando su inmovilidad, quizás está algo sorprendido y por eso no la ataca, pero necesita sentirse consolada aunque sea ella quien ha hecho el mayor daño. – Te extrañaré amigo… - el abrazo se estrecha, ya no hay dudas de que todo es una despedida.
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Mensaje por Tristan Rêveur Miér Ene 23, 2013 4:08 pm

El joven está tan demolido por la situación, que ya no tiene las fuerzas suficientes para seguir hablando. Se queda allí, en silencio, con el rostro humedecido y ese semblante de dolor que parece no querer abandonarlo, que amenaza con acompañarle siempre, toda su maldita vida. Se siente tan abrumado – ¿o se trata de un efecto del alcohol?- que no es capaz de escuchar con claridad cada palabra que ella pronuncia y, por un momento, se pregunta si acaba de despedirse o está anunciándole que jamás se librará de ella, que lo perseguirá toda su vida, como un ente maldito encargado de recordarle diariamente la desgracia en la que lo ha sumido. Extrañamente, la rabia lo ha abandonado. Ya no tiene deseos de seguir gritándole que la odia porque, justo en esos instantes, no es capaz de sentir nada, ni siquiera lástima de sí mismo. Un extraño sopor lo invade, se queda estático, con los ojos fijos en la figura femenina y la boca entreabierta, como si fuera preso de una deshidratación extrema o como si estuviera a punto de decir algo más, pero si tiene algo más que decir las palabras están tan atoradas en la garganta que casi puede sentir que le ahogan. No, no dice nada, no es capaz, no puede. Siente el cuerpo adormecido y unas tremendas e incontrolables ganas de tirarse al piso por completo y quedarse dormido, no saber más de nada durante mucho tiempo. Sus párpados, tan pesados como jamás los ha sentido, luchan por permanecer abiertos.

Entonces, sus ojos entre abiertos, finalmente se abren de golpe. Su cuerpo reacciona ante el acto que ella está a punto de hacer. La observa con ese pedazo de cristal sobre la cara y su boca se abre un poco más cuando ella comienza a remover la improvisada arma contra la fina y tostada piel de su rostro. Es espectador de cómo ella se produce a sí misma una herida del mismo tamaño que la suya. La sangre que le escurre hasta el cuello, manchando su ropa y la alfombra, es verdadera, pero Tristán no siente la menor culpa por haber logrado que ella se sienta tan despreciable como para hacerse semejante cosa, al contrario, en su interior siente un poco de paz.

— ¿Y esperas que desista de culparte de mi desgracia y ablande mi corazón mientras veo cómo te provocas una herida que sanará en cuestión de días? — La insatisfacción se nota en su tono de voz, el cual es bastante neutro y hasta cierto punto adormilado, como la voz de un hombre que esta bajo los efectos de alguna droga. La comisura de su boca se estira hasta formar una especie de sonrisa torcida, una que no es producto de felicidad ni de satisfacción, sino más bien de ironía por los recientes actos. Ella se acerca y él no retrocede. Una fuerza invisible le obliga a permanecer inmóvil y a recibir el abrazo que le ha sido dado, el cual no corresponde de igual forma, pero puede simularlo cuando sus brazos suben hasta la espalda de Rianne y rodean débilmente su delgado cuerpo. La sangre que sigue brotando del rostro de la muchacha, mancha el rostro del ilusionista, deja una gran marca justamente sobre su cicatriz y el rojo de la sangre vuelve a darle ese efecto visual de que es una herida reciente y supurante.

— No, no te vayas… — Murmura sin ser demasiado consciente de lo que está pidiendo, siendo completamente contradictorio con sus propias anteriores exigencias. Pero tampoco sabe por qué le pide que se quede. Tal vez le ha gustado esa sensación de un abrazo, esa calidez del cuerpo ajeno, la tibieza de la sangre sobre su rostro. — No te vayas. — Insiste nuevamente, esta vez haciendo un gran esfuerzo por parecer sincero y quizás un poco –sólo un poco- arrepentido. — Rianne, necesito saber la cura para este mal. Debe haber una, tiene que haberla. Tú fuiste convertida antes que yo, debes tener respuestas, o tal vez el que te mordió las tenga. Ayúdame, necesito que me ayudes, tienes que hacerlo porque estás en deuda conmigo. — De pronto parece recuperar toda la lucidez o gran parte de ella. La mira detenidamente mientras coge sus manos en un intento de no dejarla ir. No hay respuesta por parte de la muchacha. — Sólo así podré perdonarte. — Una gran vertiente de adrenalina se hace nudo en su estómago, es la esperanza de que ella tenga una solución, una mínima esperanza. Su ritmo cardíaco se acelera.
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Mensaje por Rianne Coleridge Dom Jun 02, 2013 4:55 pm

¡Qué injusto lo que pide! ¿Cuánto le costará ignorar esa petición? ¿Qué costo le traerá el hacer oídos sordos y seguir adelante? No es tan simple como su cabeza intenta hacerle creer. No confía en sus palabras, mucho menos en el tono con el que dice cada una de ellas. Porque está claro que lo que dice es cierto, le debe algo y el mejor modo de pagárselo sería quedándose ahí a su disposición, convertirse en su esclava hasta que puedan encontrar esa respuesta que –lo quiera o no- ambos buscan. Está claramente exagerando pero siente que el tiempo corre en su contra y que si no toma una decisión dentro de los próximos segundos puede perder una oportunidad que había estado deseando incluso antes de ser consciente de ello. Rianne suspira y asiente, ella también quiere la respuesta, desea con todas sus ganas la cura a esa maldición que le arruinó la vida, que le quitó su tribu, su familia, su futuro y todas las decisiones que podría tomar acerca de él. Esto es más doloroso que la despedida que tenía planeada donde sólo diría algunas palabras para recordar los buenos momentos y luego de soltar algunas lágrimas y mirarlo para no olvidar su rostro, se alejaría dejándolo atrás junto a todo lo que también le hizo. Pero como cada cosa en su vida, nunca sale como ella lo espera o como lo ha querido planear, porque incluso justo ahora, sólo siente que es una molestia para él, un estorbo y también lo peor que le pudo pasar en la vida. — No me iré, es mi culpa, no me iré, todo es mi culpa… — palabras como puñaladas que le destrozan el interior. Cuando Rianne asiente no es sólo un gesto que realiza con la cabeza, es también la aceptación de un contrato implícito, es conocer y simplemente saber que él tiene razón. El único modo en la perdone será ese y ella por sobre todo, necesita su perdón. — Me gustaría que esta herida se quedara ahí para siempre, que fuera el recordatorio de mi error, de lo que te hice… no quiero olvidar ni por un segundo el animal que hay en mí ni de lo que es capaz… de lo que soy capaz. —

Su rostro se endurece cuando nota el exceso de dramatismo que ella misma le ha estado dando a toda la situación. Se pone de pie y con la misma ropa que lleva limpia los restos de sangre que le han caído hasta la barbilla. Al mirar a Tristán el corazón se le encoge, aún con el reciente abrazo tiene claro que la distancia entre ellos es enorme y que no habrá algún hecho que pueda reducirla. — No sé si hay una cura, no se si existe o si alguien la conoce… sólo se que también la deseo y que la buscaré no sólo por ti, por ambos, por todos los que cargan con esta maldición y que desean deshacerse de ella… — su pecho sube y baja insistentes veces. Se mantiene de pie y con los ojos enfocados en su amigo. ¿Puede siquiera llamarlo de ese modo? El antes y después no se marcó ahora, lo hizo aquella noche de luna llena en que ella fue capaz de ir hasta él y transmitirle esa condena que ambos siguen pagando. — No sé quien me mordió, eso sucedió en una colonia cercana a la tribu a la cual yo pertenezco… pertenecía… yo no tengo recuerdos de eso ni de quienes estaban en ese lugar… ni aunque los tuviera al frente podría ser capaz de identificar sus rostros. — La voz se le endurece al punto de sonar un poco molesta, puede entender su necesidad de respuestas pero aún cuando sabe que tiene la culpa de todo, se siente atada de manos, — yo se donde encontrarte y como encontrarte… cuando tenga todo lo que necesitamos me pondré en contacto contigo… — Su abrigo aún gotea por lo que es inútil en este instante, sólo lo toma para colgarlo de uno de sus brazos y prepararse para salir. La frustración crece al mismo tiempo que los minutos avanzan, si antes estaba molesta ahora ha descubierto que el motivo de ese pequeño enfado son las últimas palabras de Tristán. Aún cuando no quiera demostrarlo le duele que él necesite una prueba de su parte para perdonarlo. ¿Es que acaso no puede entender que ella no era capaz de controlarse? ¿Acaso no ha sentido él también aquella furia cuando la luna está completa? De entre todos, debería ser él quien la comprenda, quien sepa que nunca fue su intención real, que sólo lo hizo por la desesperación de un amor no correspondido. — No me interesa si me perdonas, encontraré la respuesta de todos modos. —

Y con una mentira lo deja a él, y también a aquello que sentía, atrás.
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