AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ad finem vitae valet (Agharta) (Francoise Devoire & Astrea Di Angelo)
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Ad finem vitae valet (Agharta) (Francoise Devoire & Astrea Di Angelo)
{* Unus spiritus fit cum nocte juxta me tu, longe mihi mens non magnitudine spatii et temporis quaerebamus te}
*Soundtrack* --- FLASHBACK (Hace tres años)
La luna en lo alto del firmamento brilla plateada iluminando la árida tierra que da hogar a los que alguna vez estuvieron perdidos. Ahí, entre las arenas, una figura se mantiene de pie observando al astro con ojos llenos de preguntas sin respuesta mientras el viento se atreve a mover el largo cabello azabache cuyos rayos lunares despliegan brillos violáceos y azulinos. La larga túnica blanca es batida por Eolo que está inquieto, demostrando así que la vida está cada vez más cerca de irse de las manos de aquéllos que la intentan retener. Dos fulgores violáceos son opacados por párpados que se van cerrando hasta que la nívea piel con largas pestañas negras como el abismo, alargadas y erizadas impiden deleitarse con su belleza.
La cabeza femenina lento va bajando hasta que mantiene un ángulo de ciento veinte grados. La blanquecina túnica larga tiene una caída amplia en forma de cascada después de que la tela hubo acariciado la cintura femenina enmarcando el tórax, en un abrazo de las redondeces que sólo son cubiertas por dicha seda. Al centro de ese valle un círculo de auricalcum ese atreve a rozar lo que jamás debe ser tomado sin permiso; en el frente de dicho medallón se dibujó hace milenios un enorme árbol: el del conocimiento. Está unido a una cadena de oro que se ata como el atuendo: tras la nuca femenina. Los hombros y brazos al descubierto tan albo como la leche están revestidos con dos irreverentes adornos: el primero, en medio del codo y el hombro izquierdo, un brazalete de oro blanco en forma de una serpiente cuyos ojos de rubí combinan en armonía con las aplicaciones en diamante y zafiro que rodea la piel como si estuviera asfixiando a su presa.
El segundo, un anillo-pulsera propio de la tradición árabe, un regalo de su Minoica Isis en un tono negro que abraza la muñeca derecha y su dedo anular con un aro en forma de flor que en su momento fue la delicia de la Shamballah y aún ahora lo utiliza en momentos llenos de poder y misticismo. En su dedo anular izquierdo tiene dos sortijas, la primera de auricalcum con un diamante azul; y la segunda de oro blanco con incrustaciones en jade, rubí, zafiro y ónix. Esta última tiene la inscripción oculta en el interior de la misma, que reza en Atlante:
Un paso hacia adelante en pos de una posición más relajada no logra su objetivo, los delicados pies son sostenidos por un par de zapatos griegos de tacón punteagudo y diez centímetros de alto, parecidos a las nínfides griegas con excepción de que Astrea siempre prefirió las largas tiras que sujetan toda su pantorrilla para que en caso de un movimiento brusco, evite un esguince o un torcimiento que como vampiro no le ocasiona un mal mayor, pero la preocupación estiba en el tiempo ocupado para levantarse del suelo o bien, de recuperación puesto que es precioso y no le gusta desperdiciarlo. Mucho menos si es que no está en Agharta como ahora, que mira la luna desde un jardín precioso en Jeddah.
Eolo vuelve a acariciar su cabello, su cuerpo, llevándose la larguísima tela consigo en dirección al norte mientras que la Shamballah se encuentra de perfil observando el oeste de donde las nubes se aglomoran en una formación que se le antoja bélica. Los ojos se vuelven a abrir, fulgor de amatista con brillos de rubí enmarcados por un rostro nostálgico quizá, pues pocos identifican las expresiones faciales de la vampiresa. Su mano izquierda detiene los cabellos que acarician su rostro colocándolos tras la oreja permitiendo que el aire de inmediato los levante una vez más haciendo una combinación entre negro, azul y blanco... Luceros que vuelven a cerrarse, párpados que se aprietan, hombros que se tensan. La otrora sacerdotisa eleva una plegaria al cielo, a la luna que siempre la protege al tiempo que sus manos se encuentran rodeando la muñeca contraria. Los labios delineados se abren al tiempo que aspira un aire de forma profunda manteniéndolo durante segundos agradeciendo que no tiene la necesidad de soltarlo puesto que así puede identificar los sabores que en el mismo elemento volátil se encuentran... Un pestañeo, unas arrugas se forman en los límites de los orbes y la mirada se fija en el vacío.
Arena, humo, ceniza, sangre, sudor, dolor... Eso y más puede saborear al tiempo que permite una exhalación. Los dientes se aprietan los superiores contra los inferiores, la mandíbula se tensa hasta donde el cuello se une con las clavículas. Las uñas largas, punteagudas, rasgan la piel al tiempo que sus manos van separándose de las muñecas que sostenían abriéndolas junto con las palmas, dedos y al final, yemas. La Shamballah recita en un idioma olvidado por el tiempo palabras de poder, alzando el rostro hasta que éste adopta un ángulo de cien grados con los ojos fijos en la luna en todo lo alto, la nuca sostenida por la piel que separa ambos hombros. La vitae cae gota a gota a las arenas, al tiempo que la mujer levanta sus manos rojizas hacia el astro, ofreciendo en un rito pagano su esencia en pos de la visión que reconforte a su corazón.
Minutos después, la dama cierra los ojos derrotada tragando saliva lento, su cabeza vuelve a su posición normal al tiempo que las heridas sanan con rapidez en sus manos. La vitae en el piso sigue ahí, entre la tierra que la oculta al ser apresurada por el viento. Una nueva oleada de éste vuelve a llevarse los rizos y las ropas de la Líder en Tiempos de Paz en una revelación que le encoge el corazón: No puede hacer nada por el futuro que se avecina, las arenas jugarán un papel fundamental, pero su visión se ha nublado por completo con éstas. Lo que alguna vez observara al tomar en brazos a uno de sus descendientes se convirtió en una insana preocupación que le absorbe un tiempo precioso que debe utilizar en resguardar a su amada ciudad, a la gente que la habita y ni siquiera el poder de la luna llena puede darle la facultad para averigüar qué es lo que debería emprender para evitar una catástrofe.
Las yemas de sus dedos se unen y el contorno de los índices acarician la punta de su delicada nariz mientras su mente piensa con frenético ritmo qué hacer. Levanta el rostro de forma tal que sus labios besen el perfil de sus dedos. Uno de sus gestos más conocidos entre los Aghartianos que reconocen en él a la mente que juzga, en pos de lo más pertinente a realizar en el siguiente movimiento. La unión de sus manos se extingue cuando la derecha pasa por su guedeja en orientación siniestra a diestra para colocar los rizos azabaches sobre su hombro derecho en donde la mano izquierda los sostiene y es cuando ambas manos juegan con la cabellera formando una larguísima trenza.
La figura femenina hace una humilde reverencia hacia la luna susurrando palabras de agradecimiento. Da media vuelta y regresa hacia el interior de la puerta abierta, hermosamente decorada entre vidrios que desprenden fulgores en todos colores, con algunas ilustraciones hechas por la propia Shamballah y entre las cuales, escondidas, se encuentran runas de poder que impedirán el paso de cualquiera que intente profanar su interior. Camina en pos de los largos escalones que va descontando uno por uno en pasos silenciosos en tanto su mente continúa inmersa en las posibles premisas que debe contradecir para llegar a la conclusión más acorde a las necesidades de su pueblo. Su vedeja una vez trenzada es dejada en libertad sobre el tórax de la fémina, ocultando el seno derecho mientras que su mano contraria se sostiene de la balaustrada de piedra en cuanto la oscuridad empieza a condensarse a pesar de las flamas de las antorchas que permiten la visión de los contornos de esos estribos que se antojan interminables.
Entre sombras y figuras que alimentan la imaginación, los pies tocan cada superficie lisa, peldaños creados de arena solidificada que se descuentan y brillan por la misma luz de las teas permtiendo que la mente ordene al cuerpo y los pies realicen el movimiento de irlos pisando sin error alguno. Un aire entra por la boca de la Shamballah quien reconoce ya el sabor de la tierra, del calor de los cuerpos de aquéllos que custodian las puertas, esos marcos creados para separar y ocultar Agharta de la superficie. Su lengua humedece los labios sólo en el centro para esconderse en la boca al tiempo que la Shamballah lleva su índice derecho hacia el tabique nasal, acariciando su silueta hasta llegar en medio de los párpados y hacer un masaje circular sin dejar de descender la escalinata en pos de su hogar.
Tiene que dialogar con Valerius, con su amado esposo y ponerlo al tanto de la tesitura que puede salírsele de las manos. Aunque ella ya se previno con algunas acciones a espaldas de él, es necesario que el Líder en Tiempos de Guerra conozca sus preocupaciones, lo que podría pasar en caso de que una adversidad los toque con su frígido tacto. Sus pasos la conducen al descanso que anuncia su llegada a los guardianes al momento que sus tacones se posan el uno junto al otro. El marco se abre dándole la bienvenida, donde la belleza de Agharta se lleva consigo sus dolencias. La sonrisa no se hace esperar al tiempo que el aire penetra sus pulmones llevándose consigo la desazón de su mente convirtiéndola en un sentimiento benévolo que conjunta su orgullo por la ciudad y su instinto protector que le convida a seguir buscando una alternativa a sus dilemas.
Un paso a la vez la integra a la sociedad más idílica de todas en tanto los guardias hacen una magnífica reverencia a la Shamballah que sólo permite que sus labios formen una sonrisa cariñosa al tiempo que sus manos se unen rozando la piel interna de cada una contra la otra apoyándose el contorno de los pulgares contra el medallón al tiempo que su frente se inclina en dirección a la punta de los dedos en una genuflexión impropia para un líder, pero que la vampiresa siempre se permite con aquéllos que habitan su ciudad. La pequeña sonrisa se mantiene cuando concluye su saludo, sus pies se dirigen hacia el salón donde supone se encuentra su consorte en un paseo calmo donde se permite disfrutar de los enormes pasillos engalonados con cuadros creados por la propia Shamballah, pisos recubiertos de mármol, pilares de arenas blancas que destellan fulgores con las antorchas encendidas a su paso.
La sonrisa se ensancha al pensar en el Sanat Kumara, en sus rizos dorados, en sus orbes que le roban el corazón con cada mirada dirigida a su persona. La vampiresa atraviesa el soportal adentrándose en la habitación llena de mapas, libros, pergaminos, información invaluable, objetos considerados perdidos por algunos y llanamente sustraídos de sus lugares de origen para ser resguardados en esta habitación que su compañero vigila con posesivo ahínco y entusiasmo enloquecedor. Aunque ella observa todo llevándose la uña de su dedo índice a la boca para morderla. Jamás comiéndosela, meramente sus dientes se presionan contra ella y la sensación de sostenerla así es más que suficiente para darle un satisfactorio sentimiento de sosiego. Sus hombros se alzan en un visaje típico de su resignación por el marémagnum que gobierna en el recinto y que es suscitado por la figura masculina que se vislumbra en el fondo de la estancia. Un cuerpo de varón que aún de espaldas le arrebata una sonrisa de complacencia y arrebolado amor.
La cabeza femenina lento va bajando hasta que mantiene un ángulo de ciento veinte grados. La blanquecina túnica larga tiene una caída amplia en forma de cascada después de que la tela hubo acariciado la cintura femenina enmarcando el tórax, en un abrazo de las redondeces que sólo son cubiertas por dicha seda. Al centro de ese valle un círculo de auricalcum ese atreve a rozar lo que jamás debe ser tomado sin permiso; en el frente de dicho medallón se dibujó hace milenios un enorme árbol: el del conocimiento. Está unido a una cadena de oro que se ata como el atuendo: tras la nuca femenina. Los hombros y brazos al descubierto tan albo como la leche están revestidos con dos irreverentes adornos: el primero, en medio del codo y el hombro izquierdo, un brazalete de oro blanco en forma de una serpiente cuyos ojos de rubí combinan en armonía con las aplicaciones en diamante y zafiro que rodea la piel como si estuviera asfixiando a su presa.
El segundo, un anillo-pulsera propio de la tradición árabe, un regalo de su Minoica Isis en un tono negro que abraza la muñeca derecha y su dedo anular con un aro en forma de flor que en su momento fue la delicia de la Shamballah y aún ahora lo utiliza en momentos llenos de poder y misticismo. En su dedo anular izquierdo tiene dos sortijas, la primera de auricalcum con un diamante azul; y la segunda de oro blanco con incrustaciones en jade, rubí, zafiro y ónix. Esta última tiene la inscripción oculta en el interior de la misma, que reza en Atlante:
{Valerius y Sirat, cónyuges en vida. Eternos amantes.}
Un paso hacia adelante en pos de una posición más relajada no logra su objetivo, los delicados pies son sostenidos por un par de zapatos griegos de tacón punteagudo y diez centímetros de alto, parecidos a las nínfides griegas con excepción de que Astrea siempre prefirió las largas tiras que sujetan toda su pantorrilla para que en caso de un movimiento brusco, evite un esguince o un torcimiento que como vampiro no le ocasiona un mal mayor, pero la preocupación estiba en el tiempo ocupado para levantarse del suelo o bien, de recuperación puesto que es precioso y no le gusta desperdiciarlo. Mucho menos si es que no está en Agharta como ahora, que mira la luna desde un jardín precioso en Jeddah.
Eolo vuelve a acariciar su cabello, su cuerpo, llevándose la larguísima tela consigo en dirección al norte mientras que la Shamballah se encuentra de perfil observando el oeste de donde las nubes se aglomoran en una formación que se le antoja bélica. Los ojos se vuelven a abrir, fulgor de amatista con brillos de rubí enmarcados por un rostro nostálgico quizá, pues pocos identifican las expresiones faciales de la vampiresa. Su mano izquierda detiene los cabellos que acarician su rostro colocándolos tras la oreja permitiendo que el aire de inmediato los levante una vez más haciendo una combinación entre negro, azul y blanco... Luceros que vuelven a cerrarse, párpados que se aprietan, hombros que se tensan. La otrora sacerdotisa eleva una plegaria al cielo, a la luna que siempre la protege al tiempo que sus manos se encuentran rodeando la muñeca contraria. Los labios delineados se abren al tiempo que aspira un aire de forma profunda manteniéndolo durante segundos agradeciendo que no tiene la necesidad de soltarlo puesto que así puede identificar los sabores que en el mismo elemento volátil se encuentran... Un pestañeo, unas arrugas se forman en los límites de los orbes y la mirada se fija en el vacío.
Arena, humo, ceniza, sangre, sudor, dolor... Eso y más puede saborear al tiempo que permite una exhalación. Los dientes se aprietan los superiores contra los inferiores, la mandíbula se tensa hasta donde el cuello se une con las clavículas. Las uñas largas, punteagudas, rasgan la piel al tiempo que sus manos van separándose de las muñecas que sostenían abriéndolas junto con las palmas, dedos y al final, yemas. La Shamballah recita en un idioma olvidado por el tiempo palabras de poder, alzando el rostro hasta que éste adopta un ángulo de cien grados con los ojos fijos en la luna en todo lo alto, la nuca sostenida por la piel que separa ambos hombros. La vitae cae gota a gota a las arenas, al tiempo que la mujer levanta sus manos rojizas hacia el astro, ofreciendo en un rito pagano su esencia en pos de la visión que reconforte a su corazón.
Minutos después, la dama cierra los ojos derrotada tragando saliva lento, su cabeza vuelve a su posición normal al tiempo que las heridas sanan con rapidez en sus manos. La vitae en el piso sigue ahí, entre la tierra que la oculta al ser apresurada por el viento. Una nueva oleada de éste vuelve a llevarse los rizos y las ropas de la Líder en Tiempos de Paz en una revelación que le encoge el corazón: No puede hacer nada por el futuro que se avecina, las arenas jugarán un papel fundamental, pero su visión se ha nublado por completo con éstas. Lo que alguna vez observara al tomar en brazos a uno de sus descendientes se convirtió en una insana preocupación que le absorbe un tiempo precioso que debe utilizar en resguardar a su amada ciudad, a la gente que la habita y ni siquiera el poder de la luna llena puede darle la facultad para averigüar qué es lo que debería emprender para evitar una catástrofe.
Las yemas de sus dedos se unen y el contorno de los índices acarician la punta de su delicada nariz mientras su mente piensa con frenético ritmo qué hacer. Levanta el rostro de forma tal que sus labios besen el perfil de sus dedos. Uno de sus gestos más conocidos entre los Aghartianos que reconocen en él a la mente que juzga, en pos de lo más pertinente a realizar en el siguiente movimiento. La unión de sus manos se extingue cuando la derecha pasa por su guedeja en orientación siniestra a diestra para colocar los rizos azabaches sobre su hombro derecho en donde la mano izquierda los sostiene y es cuando ambas manos juegan con la cabellera formando una larguísima trenza.
La figura femenina hace una humilde reverencia hacia la luna susurrando palabras de agradecimiento. Da media vuelta y regresa hacia el interior de la puerta abierta, hermosamente decorada entre vidrios que desprenden fulgores en todos colores, con algunas ilustraciones hechas por la propia Shamballah y entre las cuales, escondidas, se encuentran runas de poder que impedirán el paso de cualquiera que intente profanar su interior. Camina en pos de los largos escalones que va descontando uno por uno en pasos silenciosos en tanto su mente continúa inmersa en las posibles premisas que debe contradecir para llegar a la conclusión más acorde a las necesidades de su pueblo. Su vedeja una vez trenzada es dejada en libertad sobre el tórax de la fémina, ocultando el seno derecho mientras que su mano contraria se sostiene de la balaustrada de piedra en cuanto la oscuridad empieza a condensarse a pesar de las flamas de las antorchas que permiten la visión de los contornos de esos estribos que se antojan interminables.
Entre sombras y figuras que alimentan la imaginación, los pies tocan cada superficie lisa, peldaños creados de arena solidificada que se descuentan y brillan por la misma luz de las teas permtiendo que la mente ordene al cuerpo y los pies realicen el movimiento de irlos pisando sin error alguno. Un aire entra por la boca de la Shamballah quien reconoce ya el sabor de la tierra, del calor de los cuerpos de aquéllos que custodian las puertas, esos marcos creados para separar y ocultar Agharta de la superficie. Su lengua humedece los labios sólo en el centro para esconderse en la boca al tiempo que la Shamballah lleva su índice derecho hacia el tabique nasal, acariciando su silueta hasta llegar en medio de los párpados y hacer un masaje circular sin dejar de descender la escalinata en pos de su hogar.
Tiene que dialogar con Valerius, con su amado esposo y ponerlo al tanto de la tesitura que puede salírsele de las manos. Aunque ella ya se previno con algunas acciones a espaldas de él, es necesario que el Líder en Tiempos de Guerra conozca sus preocupaciones, lo que podría pasar en caso de que una adversidad los toque con su frígido tacto. Sus pasos la conducen al descanso que anuncia su llegada a los guardianes al momento que sus tacones se posan el uno junto al otro. El marco se abre dándole la bienvenida, donde la belleza de Agharta se lleva consigo sus dolencias. La sonrisa no se hace esperar al tiempo que el aire penetra sus pulmones llevándose consigo la desazón de su mente convirtiéndola en un sentimiento benévolo que conjunta su orgullo por la ciudad y su instinto protector que le convida a seguir buscando una alternativa a sus dilemas.
Un paso a la vez la integra a la sociedad más idílica de todas en tanto los guardias hacen una magnífica reverencia a la Shamballah que sólo permite que sus labios formen una sonrisa cariñosa al tiempo que sus manos se unen rozando la piel interna de cada una contra la otra apoyándose el contorno de los pulgares contra el medallón al tiempo que su frente se inclina en dirección a la punta de los dedos en una genuflexión impropia para un líder, pero que la vampiresa siempre se permite con aquéllos que habitan su ciudad. La pequeña sonrisa se mantiene cuando concluye su saludo, sus pies se dirigen hacia el salón donde supone se encuentra su consorte en un paseo calmo donde se permite disfrutar de los enormes pasillos engalonados con cuadros creados por la propia Shamballah, pisos recubiertos de mármol, pilares de arenas blancas que destellan fulgores con las antorchas encendidas a su paso.
La sonrisa se ensancha al pensar en el Sanat Kumara, en sus rizos dorados, en sus orbes que le roban el corazón con cada mirada dirigida a su persona. La vampiresa atraviesa el soportal adentrándose en la habitación llena de mapas, libros, pergaminos, información invaluable, objetos considerados perdidos por algunos y llanamente sustraídos de sus lugares de origen para ser resguardados en esta habitación que su compañero vigila con posesivo ahínco y entusiasmo enloquecedor. Aunque ella observa todo llevándose la uña de su dedo índice a la boca para morderla. Jamás comiéndosela, meramente sus dientes se presionan contra ella y la sensación de sostenerla así es más que suficiente para darle un satisfactorio sentimiento de sosiego. Sus hombros se alzan en un visaje típico de su resignación por el marémagnum que gobierna en el recinto y que es suscitado por la figura masculina que se vislumbra en el fondo de la estancia. Un cuerpo de varón que aún de espaldas le arrebata una sonrisa de complacencia y arrebolado amor.
{** Tuum figura facit vastare theloneo in anima mea dum Pt quam diu ad esse semper in tui.}
* La noche se convierte en una sola inspiración cuando estás a mi lado, jamás te alejes de mí pues mi mente se pierde buscándote en la enormidad del espacio y tiempo
** Tu figura causa los estragos más devastadores en mi alma al tiempo que me permite vislumbrar cuánto ansío estar siempre en tu presencia
Última edición por Astrea Di Angelo el Dom Mar 11, 2012 9:22 am, editado 2 veces
Astrea Di Angelo- Vampiro Clase Alta
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Localización : Mansión del Papa, en las catacumbas
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Re: Ad finem vitae valet (Agharta) (Francoise Devoire & Astrea Di Angelo)
Para quien tiene la eternidad por delante y milenios a sus espaldas, es difícil pensar en el paso del tiempo, en el transcurso de los años con igual premura que los humanos, es como si observases al Chronos pasar frente a tu palco, el corriendo a toda prisa y tu plácidamente bebiendo una copa de la mejor reserva de vino. Esa peculiaridad, es una de las maravillas de la ciudad que hace milenios dos seres únicos forjaron en sus sueños, que esos mismos dos seres construyeron bajo el manto de ideales tan alto, que ningún humano normal puede alegar poseerlos. El sueño se convirtió en una realidad tan perfecta y tangible, que se los incautos carentes de conocimiento la redujeron a leyendas, a historias infantiles e incluso en mitos. Sus creadores, lejos de sentirse ofendidos por ser reducidos a palabras, agradecieron la incredulidad de los mortales, aquella fue la mejor protección que pudieron recibir.
Pero la perfección no es un camino sencillo, no basta con bosquejarla en mentes utópicas, se requiere de mucho más. El sueño de Valerius y su consorte Sirat no se construyó con el poder de mente, que si bien alcanza niveles inimaginables, es mejor si no es solo una mente pensante sino que son siete, todas tan distintas que puede parecer imposible llegar a consenso. Seis razas que buscan convivir en paz, lejos de las luchas de poder de mundo, aceptando sus diferencias y acaparando conocimientos, cultivando sabiduría milenaria. Filosofía de vida que no tiene cabida entre mortales que se limitan solo a aprender lo imprescindible, que desechan cualquier novedad, acusándolos de atentar contra la naturaleza. Así, cuando Sirat les expuso su visión de un mundo ideal a grandes sabios, no le faltaron adeptos de los cuales sus nombres se perdieron en las arenas del tiempo, aunque algunos grabaron su nombre en la memoria colectiva. Como olvidar los conocimientos de Platón, de Galileo, Descartes, Da Vinci y tantos hombres que la historia enaltece como mentes brillantes.
¿Quién diría que el famoso Galileo fue un gitano, otrora llamados Druidas? Que fue recorriendo el mundo, estudiando astronomía en la mítica ciudad Agharta, mal llamada Atlántida. Se imaginan al Platón estudiando símbolos alquímicos, pues lo hizo, práctico hechicería aun antes que la filosofía y el arte de declamar. Ellos y muchos otros, como Carlo Magno, un vampiro de renombre, conquistaron el mundo con los conocimientos que generosamente Sirat y Valerius, junto a otros cinco seres legendarios le entregaron, se esperaría acaso que la famosa Cleopatra fuese una cambiaformas, no claro que no, la historia ha dicho que era una humana manipuladora, aunque a decir verdad fue entrenada de la mano de Valerius en las artes de la estrategia.
Todos estos nombres no es casualidad que se escribiesen con fuego en la historia, muchos de ellos fueron parte de las siete cabezas pensantes de Agharta o sino parte sus asesores. El Círculo de Hiperboréanos, representantes de su raza, Cambiaformas, Licantropos, Humanos, Gitanos y Brujos, con los dos eternos consortes Sirat y Valerius, ambos vampiros. Cada uno contaba con tres grandes asesores, los llamados minoicos, también representas de sus razas, en su mayoría, todos habitaban en la ciudad subterránea que construyeron sus ancestros sino ellos mismos, empapándose de nuevas ciencias, subiendo a la superficie cada ciertos años, a educar y a aprender. En la legendaria ciudad, jamás se les prohibió el ingreso, ni a ellos ni a su descendencia, pero aun así las cinco entradas se encontraban vigiladas por Cinco Lideres que sellaron un pacto de lealtad e incondicionalidad, los Cinco Frentes árabes, serian el círculo de protección, la primera barrera de contención a la avaricia de mundanos.
Sirat y Valerius, los lideres innegables, pero no por ello altaneros se asentaron allí, a forjar su eternidad guiando a la ciudad y a sus habitantes hacia el esplendor, lejos de las guerras de poder que en su antigua vida como mortales les arrebato aquello que con esmero atesoraron. Veinte años vagando cada uno por su cuenta, luego de creerse mutuamente muertos, les sirvieron para renegar de la ambición de las riquezas e incluso del poder, aunque cada cual siguió el matiz de su forma de ser. Sirat, una sacerdotisa que prefiere la paz, el dialogo y la conciliación; por el contrario Valerius, maneja el arte de la guerra como ningún, un gran estratega, siempre alerta y prevenido. Estos atributos los convirtieron en el equilibrio perfecto para gobernar a su Utópica ciudad de Sobrenaturales, Sirat ahora conocida como Astrea paso a ser Shamballah, líder en tiempos de paz, su consorte Valerius , también conocido como Francoise Devoire se convirtió en el líder en tiempos de guerra, Sanat Kumara.
Todo aquello estaba plasmado en las paredes de aquella habitación, el salón del Círculo de Hiperboréanos, sitio donde cada cierto tiempo se reúnen los representantes de razas, era precisamente antes de cada nuevo Consejo que Sanat Kumara se encerraba allí, a meditar sobre aquella creación a pensar en cómo serán los años venideros, y en su próxima salida a la superficie, un hombre que no deja nada al azar, que planifica todo, se toma algunos días de encierro autoimpuesto para que nada escape de su control. Sus minoicos se reúnen de antemano con él, a informarle de las novedades del mundo terráneo, para no parecer salido de otro paneta al recorrer el mundo, para que la ciudad se mantenga eterna.
La habitación más que un salón de reuniones, parece un museo, un libro de historia tan completo que su valor es invaluable a los ojos de ingenuos e incultos, pero que para Francoise, es una bitácora de su vida, la de su esposa y su pueblo. Los bosquejos de Galileo sobre el Sistema Heliocéntrico, lo dibujos de Da Vinci, los mapas de Cleopatra y tantos otros tesoros de conocimiento y grandeza. En el centro una mesa circular con siete sillas acolchadas estilo Luis XVI con tapices blancos, al igual que la mesa marmolada con vetas grises, en medio de esta mesa un plano de la ciudad grabado en bronce, en una de estas sillas se encontraba él, el hombre de guerra, el estratega.
Con las manos juntas a la altura de su frente, los ojos cerrados, el ceño fruncido, los labios crispados, sopesando toda la información que días atrás le entregasen en confidencialidad sus asesores. El primero en visitarle fue Domingo de la Vega, con noticias desde Paris, Francia, una ciudad que se proyectaba como nuevo foco de grandes conocimientos, su próximo destino. Le siguió Parthenopaeus, quien recopilaba antecedentes de conflicto y posibles guerras, su mensaje dejo una sombra de pesar, un nuevo conflicto de razas, esta vez propiciadas por la fe Católica, aquello les traería dolores de cabeza. Finalmente fue el líder de los Cinco Frentes, el Jeque de Jeques, quien como era habitual mantenía todo en orden, alistándose para la renovación del rito de protección.
Su semblante apesumbrado, las piezas en su mente moviéndose incansablemente, el inevitable conflicto con la Inquisición, la urgencia de preparar a su pueblo, en especial a aquellos que ascienden a la superficie, de ser precavidos de no entrar en conflicto con los hombres de la Iglesia. Ese extraño pesar en el pecho, lo que su esposa llama presentimiento, que lo arroja a querer detener el rito de 500 años y a su vez le recuerda que sin ese hechizo, pueden perder todo. Nunca antes se sintió tan contrariado, tan amenazado por un fantasma intangible, un futuro que por primera vez en milenios se burla de él, se oculta tras un manto de incertidumbre.
Francoise se encontraba vestido con una camisa holgada de color gris, unos pantalones de montar color negro y botas, el vampiro a pesar de no visitar con frecuencia la superficie, solía usar ropas de acuerdo a la usanza de la época, a su lado reposando contra mesa su bastón, su único símbolo de poderío, el que usaba en vez de llevar un cetro o una corona. Sintió el caminar de su consorte, el roce de la seda y el tintineo de sus joyas anunciaban su pronta llegada, el aroma a amapolas y a flor de Liz que emana de de sus cabellos, el palpitar innecesario de su yugular, supo sin que ella se anunciase que le observaba desde el umbral. Un sonrisa de medio lado afloro en sus labios, imaginando lo que estaba haciendo, ese gesto tan sensual que detonaba el nerviosismo femenino, cuan enamorada estaba ella de su esposo, la atracción que a pesar de los milenios no desaparecía, por el contrario aumentaba.
- Mi amada Sirat, acércate, no te quedes allí - ordeno seguro que sería en compañía de ella que sus pensamientos se despejarían. Ella se mueve con calma y elegancia habituales, él al espera meditando.
- ¿Quinientos años? Parece que el tiempo corre más a prisa, juraría que fue ayer el ultimo rito - expreso en voz alta una idea que desde ha ya algunos isntantes rondaba sus pensamientos. - Los cuatro años que hay entre cada consejo, son apenas un suspiro - cuando la siente a su lado la rodea por la cintura, un gesto varonil a de propiedad, la pega a su cuerpo antes de sentarla en sus piernas - Ese tiempo es tan efímero Sirat.- suspira antes de tomar la mano femenina, aquella donde lleva el anillo que representa su alianza - Pero cada 77 años el tiempo deja su loca carrera y detiene por 365 eternos días que paso lejos de ti en la superficie.- nunca antes la idea de distanciarse de su mujer abrumo tanto como en aquella ocasión, precisamente cuando su visita a la superficie calzaba con el ritual que a ella le desgastaba tanto, la idea de alejarse de ella de perderla antes tan lejana hoy demasiado latente.
Pero la perfección no es un camino sencillo, no basta con bosquejarla en mentes utópicas, se requiere de mucho más. El sueño de Valerius y su consorte Sirat no se construyó con el poder de mente, que si bien alcanza niveles inimaginables, es mejor si no es solo una mente pensante sino que son siete, todas tan distintas que puede parecer imposible llegar a consenso. Seis razas que buscan convivir en paz, lejos de las luchas de poder de mundo, aceptando sus diferencias y acaparando conocimientos, cultivando sabiduría milenaria. Filosofía de vida que no tiene cabida entre mortales que se limitan solo a aprender lo imprescindible, que desechan cualquier novedad, acusándolos de atentar contra la naturaleza. Así, cuando Sirat les expuso su visión de un mundo ideal a grandes sabios, no le faltaron adeptos de los cuales sus nombres se perdieron en las arenas del tiempo, aunque algunos grabaron su nombre en la memoria colectiva. Como olvidar los conocimientos de Platón, de Galileo, Descartes, Da Vinci y tantos hombres que la historia enaltece como mentes brillantes.
¿Quién diría que el famoso Galileo fue un gitano, otrora llamados Druidas? Que fue recorriendo el mundo, estudiando astronomía en la mítica ciudad Agharta, mal llamada Atlántida. Se imaginan al Platón estudiando símbolos alquímicos, pues lo hizo, práctico hechicería aun antes que la filosofía y el arte de declamar. Ellos y muchos otros, como Carlo Magno, un vampiro de renombre, conquistaron el mundo con los conocimientos que generosamente Sirat y Valerius, junto a otros cinco seres legendarios le entregaron, se esperaría acaso que la famosa Cleopatra fuese una cambiaformas, no claro que no, la historia ha dicho que era una humana manipuladora, aunque a decir verdad fue entrenada de la mano de Valerius en las artes de la estrategia.
Todos estos nombres no es casualidad que se escribiesen con fuego en la historia, muchos de ellos fueron parte de las siete cabezas pensantes de Agharta o sino parte sus asesores. El Círculo de Hiperboréanos, representantes de su raza, Cambiaformas, Licantropos, Humanos, Gitanos y Brujos, con los dos eternos consortes Sirat y Valerius, ambos vampiros. Cada uno contaba con tres grandes asesores, los llamados minoicos, también representas de sus razas, en su mayoría, todos habitaban en la ciudad subterránea que construyeron sus ancestros sino ellos mismos, empapándose de nuevas ciencias, subiendo a la superficie cada ciertos años, a educar y a aprender. En la legendaria ciudad, jamás se les prohibió el ingreso, ni a ellos ni a su descendencia, pero aun así las cinco entradas se encontraban vigiladas por Cinco Lideres que sellaron un pacto de lealtad e incondicionalidad, los Cinco Frentes árabes, serian el círculo de protección, la primera barrera de contención a la avaricia de mundanos.
Sirat y Valerius, los lideres innegables, pero no por ello altaneros se asentaron allí, a forjar su eternidad guiando a la ciudad y a sus habitantes hacia el esplendor, lejos de las guerras de poder que en su antigua vida como mortales les arrebato aquello que con esmero atesoraron. Veinte años vagando cada uno por su cuenta, luego de creerse mutuamente muertos, les sirvieron para renegar de la ambición de las riquezas e incluso del poder, aunque cada cual siguió el matiz de su forma de ser. Sirat, una sacerdotisa que prefiere la paz, el dialogo y la conciliación; por el contrario Valerius, maneja el arte de la guerra como ningún, un gran estratega, siempre alerta y prevenido. Estos atributos los convirtieron en el equilibrio perfecto para gobernar a su Utópica ciudad de Sobrenaturales, Sirat ahora conocida como Astrea paso a ser Shamballah, líder en tiempos de paz, su consorte Valerius , también conocido como Francoise Devoire se convirtió en el líder en tiempos de guerra, Sanat Kumara.
Todo aquello estaba plasmado en las paredes de aquella habitación, el salón del Círculo de Hiperboréanos, sitio donde cada cierto tiempo se reúnen los representantes de razas, era precisamente antes de cada nuevo Consejo que Sanat Kumara se encerraba allí, a meditar sobre aquella creación a pensar en cómo serán los años venideros, y en su próxima salida a la superficie, un hombre que no deja nada al azar, que planifica todo, se toma algunos días de encierro autoimpuesto para que nada escape de su control. Sus minoicos se reúnen de antemano con él, a informarle de las novedades del mundo terráneo, para no parecer salido de otro paneta al recorrer el mundo, para que la ciudad se mantenga eterna.
La habitación más que un salón de reuniones, parece un museo, un libro de historia tan completo que su valor es invaluable a los ojos de ingenuos e incultos, pero que para Francoise, es una bitácora de su vida, la de su esposa y su pueblo. Los bosquejos de Galileo sobre el Sistema Heliocéntrico, lo dibujos de Da Vinci, los mapas de Cleopatra y tantos otros tesoros de conocimiento y grandeza. En el centro una mesa circular con siete sillas acolchadas estilo Luis XVI con tapices blancos, al igual que la mesa marmolada con vetas grises, en medio de esta mesa un plano de la ciudad grabado en bronce, en una de estas sillas se encontraba él, el hombre de guerra, el estratega.
Con las manos juntas a la altura de su frente, los ojos cerrados, el ceño fruncido, los labios crispados, sopesando toda la información que días atrás le entregasen en confidencialidad sus asesores. El primero en visitarle fue Domingo de la Vega, con noticias desde Paris, Francia, una ciudad que se proyectaba como nuevo foco de grandes conocimientos, su próximo destino. Le siguió Parthenopaeus, quien recopilaba antecedentes de conflicto y posibles guerras, su mensaje dejo una sombra de pesar, un nuevo conflicto de razas, esta vez propiciadas por la fe Católica, aquello les traería dolores de cabeza. Finalmente fue el líder de los Cinco Frentes, el Jeque de Jeques, quien como era habitual mantenía todo en orden, alistándose para la renovación del rito de protección.
Su semblante apesumbrado, las piezas en su mente moviéndose incansablemente, el inevitable conflicto con la Inquisición, la urgencia de preparar a su pueblo, en especial a aquellos que ascienden a la superficie, de ser precavidos de no entrar en conflicto con los hombres de la Iglesia. Ese extraño pesar en el pecho, lo que su esposa llama presentimiento, que lo arroja a querer detener el rito de 500 años y a su vez le recuerda que sin ese hechizo, pueden perder todo. Nunca antes se sintió tan contrariado, tan amenazado por un fantasma intangible, un futuro que por primera vez en milenios se burla de él, se oculta tras un manto de incertidumbre.
Francoise se encontraba vestido con una camisa holgada de color gris, unos pantalones de montar color negro y botas, el vampiro a pesar de no visitar con frecuencia la superficie, solía usar ropas de acuerdo a la usanza de la época, a su lado reposando contra mesa su bastón, su único símbolo de poderío, el que usaba en vez de llevar un cetro o una corona. Sintió el caminar de su consorte, el roce de la seda y el tintineo de sus joyas anunciaban su pronta llegada, el aroma a amapolas y a flor de Liz que emana de de sus cabellos, el palpitar innecesario de su yugular, supo sin que ella se anunciase que le observaba desde el umbral. Un sonrisa de medio lado afloro en sus labios, imaginando lo que estaba haciendo, ese gesto tan sensual que detonaba el nerviosismo femenino, cuan enamorada estaba ella de su esposo, la atracción que a pesar de los milenios no desaparecía, por el contrario aumentaba.
- Mi amada Sirat, acércate, no te quedes allí - ordeno seguro que sería en compañía de ella que sus pensamientos se despejarían. Ella se mueve con calma y elegancia habituales, él al espera meditando.
- ¿Quinientos años? Parece que el tiempo corre más a prisa, juraría que fue ayer el ultimo rito - expreso en voz alta una idea que desde ha ya algunos isntantes rondaba sus pensamientos. - Los cuatro años que hay entre cada consejo, son apenas un suspiro - cuando la siente a su lado la rodea por la cintura, un gesto varonil a de propiedad, la pega a su cuerpo antes de sentarla en sus piernas - Ese tiempo es tan efímero Sirat.- suspira antes de tomar la mano femenina, aquella donde lleva el anillo que representa su alianza - Pero cada 77 años el tiempo deja su loca carrera y detiene por 365 eternos días que paso lejos de ti en la superficie.- nunca antes la idea de distanciarse de su mujer abrumo tanto como en aquella ocasión, precisamente cuando su visita a la superficie calzaba con el ritual que a ella le desgastaba tanto, la idea de alejarse de ella de perderla antes tan lejana hoy demasiado latente.
Francoise Devoire- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/12/2011
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Re: Ad finem vitae valet (Agharta) (Francoise Devoire & Astrea Di Angelo)
{Metus sunt vestrum}
-- Mis temores son los tuyos --
-- Mis temores son los tuyos --
*Soundtrack*
Recuerdos grabados en la mente hacen las veces de vestigios de la humanidad cuando éstos son plasmados en papel y expuestos a los ojos de aquéllos que merecen deleitarse en ellos. Marcados a fuego, impregnados en la piel cual esencia de olores tan diversos como los colores que las flores en un invernadero son revelados en esa habitación, ese aposento que hace las veces de Salón de Reuniones, las pocas y las muchas, el rincón del Sanat Kumara, su refugio a las tribulaciones, tormentos e incertidumbres. Ahí es donde las mejores y más sagaces concepciones tienen lugar, donde son elucubradas en esa mente que muchos envidiaron a lo largo de los años y durante el espacio en que su adorado Valerius caminó por el mundo exterior.
Los luceros violáceos postergaron todos los artilugios, escritos, papiros y demás legados a la humanidad que ahora Agharta resguarda en esta estancia para sonreír cuando la masculina voz se alza en una ordenanza que no puede negarle; paso a paso, los zapatos de tacón golpetean lento el piso acortando la distancia hacia la figura varonil que impone su presencia, su personalidad, ese prestigio de poder y gallardía en cada poro de su ser que deslumbra a toda aquella dama que tiene la oportunidad de encontrarse con él. Desata pasiones, deseos indecorosos, pensamientos pecaminosos, ansiedades extrañas e imperdonables como la misma Sirat alguna vez comprobó siendo sólo una joven mortal, antes de convertirse en su esposa.
Su mano se desliza por el hombro masculino en tanto él hace lo propio en la cintura de la dama; la figura de la Shamballah es yuxtapuesta a la del Sanat Kumara con un mohín posesivo que la hace sentirse plena, encantada por sus modales que aún consiguen arrebatarle los pocos pedazos de corazón que no son del varón que los atrapa entre sus manos. Su palma recorre los músculos viriles con delicia aprehendiendo cada parte de él, antes de que sienta esas manos rodeando por completo su cintura, desplazándola como él lo desea, con la delicadeza propia de su educación, pero que es diametralmente opuesta a lo que se espera de su corpulencia propia de un guerrero que la deposita sobre su regazo, domeñándola con la mirada.
Sus comentarios tienen un regusto amargo y al mismo tiempo insatisfecho, como si su adorado esposo pensara en miles de ideas aleteando en diversas directrices ocasionando un corto circuito en sus neuronas que, impávidas, no entienden la magnitud de los sucesos y por lo tanto, no dan una conclusión coherente y aceptable para un intelecto tan brillante. Desprovisto de muchos de los elementos para inferir una solución, es la misma Shamballah quien puede proveer lo que pudieran ser los faltantes de los silogismos que reforzaran la ideología y los argumentos que tanto causan estragos dando un halo de luz.
Es entonces cuando la propia dama se pregunta si debe dejarle vislumbrar la magnitud de lo que se avecina. Una premonición que pudiera permutar el curso y futuro de su ciudad, de esa sociedad que durante tanto tiempo han protegido de los intereses ajenos, egoístas, casquivanos, de mortales que sólo buscan el poder por sí mismo sin comprender las connotaciones y consecuencias que sus propios actos atraerán al mundo. Su mano libre recorre la cintura masculina rodeándola, su cabeza se deposita en el hombro de su amado, las sienes tocando la fresca tela, las gemas amatistas siendo ocultas por los párpados, su efigie recostada contra su esposo, las piernas juntas, los tobillos de la dama entrelazados. Lo abraza con la derecha, la izquierda sobre la diestra de él, entierra la cara en la piel de su cuello, aspira su aroma, sus cuerdas vocales emanan un sonido de complacencia al olfatear ese efluvio que durante toda su existencia la ha acompañado, incluso en las noches que él no está.
- Cierto es que Chronos no es benevolente con aquéllos que le ofrecemos tributo y al mismo tiempo perpetuamos nuestra distancia de sus efectos en los cuerpos. Aunque deberías recordar que el también denominado Eón, ese Dios de las Edades para los griegos, ha sido condescendiente permitiéndonos los ciclos de vida. Éste agoniza, es imperante la renovación del mismo, una lozana piel que aleje todos los males que aquejan a su actual vejez. Sin esta transformación y recuperación de elementos desgastados por el paso del igual llamado Aión nuestra amada ciudad se verá amenzada por lo que decidimos embestir. Vulnerable a cualquier irrupción de individuos non gratos, pronto nos veremos inmersos en esa destrucción que siempre hemos sorteado como si de peste se tratara.
Su mano izquierda ultima el contacto con la del Sanat Kumara, acercándose para aflojar el primer botón de la camisa, para posibilitar el acceso a la membrana que cubre su cuello, en especial donde la manzana de Adán resalta. Una uña alargada, punteaguda, la de su dedo índice se desliza con lentitud por ésta, delineándola como muchas veces hiciera, pero es que ese desplazamiento la hechiza, el aroma de su piel, el sonido de su corazón que se agita lentamente, que adormece a la Shamballah. Un instante de tranquilidad en brazos del hombre amado es suficiente para una vida ajetreada en Agharta. Los orbes violáceos perduran en la misma posición. el mismo rango de vista: esa formación de la articulación de las dos láminas del cartílago tiroides, símbolo de la madurez masculina. La de Valerius es ancha denotando la gravedad de su voz. Un visaje jovial al tiempo que lleva los labios a esa parte de la anatomía masculina, dándole un beso que se deleita en el sabor de su piel cuando su lengua se desliza sinuosa, sensual. Termina la caricia con un ósculo que perdura durante unos segundos apretujado contra la piel.
Advierte su alteración, sonríe dando un pequeño mordisco en la superficie que cubre su musculatura sin lastimarlo, una mera provocación antes de ponerse en pie con gesto coqueto en tanto su dedo índice es llevado a la boca femenina y sus perlas muerden la delicada lámina que recubre la pulpa de su dedo, un gesto encantador mientras las gemas de amatista le observan con promesas por cumplir. Su cabeza gira hacia donde una puerta semiabierta, caminando hacia ella con paso seductor haciendo a un lado su cabello para desaparecer tras el umbral que da a la cava de Francoise, uno de los sitios favoritos de la Shamballah por la reserva de vinos que tiene. Además, ella misma experimenta en éstos con la vitae de su propio organismo.
Ahora mismo, trayendo en mano un Haut-Brion de cosecha íntegra, pero no tan antigua que Valerius respingue, regresa a su vera descorchando con facilidad la botella en tanto observa con deleite cómo su consorte trae las copas depositándolas sobre la superficie. Astrea vierte el contenido en un cáliz y luego en otro hasta que la mitad está rebosante. Un mohín provocativo es mostrado fijando los orbes en los masculinos cuando desliza las uñas por las venas de su muñeca izquierda una vez y luego otra, para luego rasgar esas líneas de vida dejando que gotas carmesíes vaguen por la superficie de forma sensual; lento van enturbiando la marfileña piel hasta desprenderse de ésta y caer una tras otra en la copa de Valerius. Tres cuartos llena, la ofrece en tanto su lesión sana con rapidez.
- No sé qué nos depare el destino, pues he tenido una visión. Mucho me temo que es muy parecida a aquélla en la que nos separamos 20 largos años. Algo similar a una hecatombe se acerca y aunque he intentado hablar con la madre luna, ésta no me da ninguna respuesta - suspira tomando su copa, acercándose a él para acariciarle la mejilla con ternura, sus ojos se fijan en los masculinos y le permite ver lo que en la superficie hizo, desde su salida, su ruego, su ritual... la sangre derramada en vano, las palabras de poder ineficaces para esos momentos. La luna no le dio las respuestas requeridas a esa visión que se negaba a mostrarle a su consorte porque sus orbes lo reflejaban: tenía miedo... miedo de que al momento de enseñársela a Valerius... ésta se hiciera realidad.
Los luceros violáceos postergaron todos los artilugios, escritos, papiros y demás legados a la humanidad que ahora Agharta resguarda en esta estancia para sonreír cuando la masculina voz se alza en una ordenanza que no puede negarle; paso a paso, los zapatos de tacón golpetean lento el piso acortando la distancia hacia la figura varonil que impone su presencia, su personalidad, ese prestigio de poder y gallardía en cada poro de su ser que deslumbra a toda aquella dama que tiene la oportunidad de encontrarse con él. Desata pasiones, deseos indecorosos, pensamientos pecaminosos, ansiedades extrañas e imperdonables como la misma Sirat alguna vez comprobó siendo sólo una joven mortal, antes de convertirse en su esposa.
Su mano se desliza por el hombro masculino en tanto él hace lo propio en la cintura de la dama; la figura de la Shamballah es yuxtapuesta a la del Sanat Kumara con un mohín posesivo que la hace sentirse plena, encantada por sus modales que aún consiguen arrebatarle los pocos pedazos de corazón que no son del varón que los atrapa entre sus manos. Su palma recorre los músculos viriles con delicia aprehendiendo cada parte de él, antes de que sienta esas manos rodeando por completo su cintura, desplazándola como él lo desea, con la delicadeza propia de su educación, pero que es diametralmente opuesta a lo que se espera de su corpulencia propia de un guerrero que la deposita sobre su regazo, domeñándola con la mirada.
Sus comentarios tienen un regusto amargo y al mismo tiempo insatisfecho, como si su adorado esposo pensara en miles de ideas aleteando en diversas directrices ocasionando un corto circuito en sus neuronas que, impávidas, no entienden la magnitud de los sucesos y por lo tanto, no dan una conclusión coherente y aceptable para un intelecto tan brillante. Desprovisto de muchos de los elementos para inferir una solución, es la misma Shamballah quien puede proveer lo que pudieran ser los faltantes de los silogismos que reforzaran la ideología y los argumentos que tanto causan estragos dando un halo de luz.
Es entonces cuando la propia dama se pregunta si debe dejarle vislumbrar la magnitud de lo que se avecina. Una premonición que pudiera permutar el curso y futuro de su ciudad, de esa sociedad que durante tanto tiempo han protegido de los intereses ajenos, egoístas, casquivanos, de mortales que sólo buscan el poder por sí mismo sin comprender las connotaciones y consecuencias que sus propios actos atraerán al mundo. Su mano libre recorre la cintura masculina rodeándola, su cabeza se deposita en el hombro de su amado, las sienes tocando la fresca tela, las gemas amatistas siendo ocultas por los párpados, su efigie recostada contra su esposo, las piernas juntas, los tobillos de la dama entrelazados. Lo abraza con la derecha, la izquierda sobre la diestra de él, entierra la cara en la piel de su cuello, aspira su aroma, sus cuerdas vocales emanan un sonido de complacencia al olfatear ese efluvio que durante toda su existencia la ha acompañado, incluso en las noches que él no está.
- Cierto es que Chronos no es benevolente con aquéllos que le ofrecemos tributo y al mismo tiempo perpetuamos nuestra distancia de sus efectos en los cuerpos. Aunque deberías recordar que el también denominado Eón, ese Dios de las Edades para los griegos, ha sido condescendiente permitiéndonos los ciclos de vida. Éste agoniza, es imperante la renovación del mismo, una lozana piel que aleje todos los males que aquejan a su actual vejez. Sin esta transformación y recuperación de elementos desgastados por el paso del igual llamado Aión nuestra amada ciudad se verá amenzada por lo que decidimos embestir. Vulnerable a cualquier irrupción de individuos non gratos, pronto nos veremos inmersos en esa destrucción que siempre hemos sorteado como si de peste se tratara.
Su mano izquierda ultima el contacto con la del Sanat Kumara, acercándose para aflojar el primer botón de la camisa, para posibilitar el acceso a la membrana que cubre su cuello, en especial donde la manzana de Adán resalta. Una uña alargada, punteaguda, la de su dedo índice se desliza con lentitud por ésta, delineándola como muchas veces hiciera, pero es que ese desplazamiento la hechiza, el aroma de su piel, el sonido de su corazón que se agita lentamente, que adormece a la Shamballah. Un instante de tranquilidad en brazos del hombre amado es suficiente para una vida ajetreada en Agharta. Los orbes violáceos perduran en la misma posición. el mismo rango de vista: esa formación de la articulación de las dos láminas del cartílago tiroides, símbolo de la madurez masculina. La de Valerius es ancha denotando la gravedad de su voz. Un visaje jovial al tiempo que lleva los labios a esa parte de la anatomía masculina, dándole un beso que se deleita en el sabor de su piel cuando su lengua se desliza sinuosa, sensual. Termina la caricia con un ósculo que perdura durante unos segundos apretujado contra la piel.
Advierte su alteración, sonríe dando un pequeño mordisco en la superficie que cubre su musculatura sin lastimarlo, una mera provocación antes de ponerse en pie con gesto coqueto en tanto su dedo índice es llevado a la boca femenina y sus perlas muerden la delicada lámina que recubre la pulpa de su dedo, un gesto encantador mientras las gemas de amatista le observan con promesas por cumplir. Su cabeza gira hacia donde una puerta semiabierta, caminando hacia ella con paso seductor haciendo a un lado su cabello para desaparecer tras el umbral que da a la cava de Francoise, uno de los sitios favoritos de la Shamballah por la reserva de vinos que tiene. Además, ella misma experimenta en éstos con la vitae de su propio organismo.
Ahora mismo, trayendo en mano un Haut-Brion de cosecha íntegra, pero no tan antigua que Valerius respingue, regresa a su vera descorchando con facilidad la botella en tanto observa con deleite cómo su consorte trae las copas depositándolas sobre la superficie. Astrea vierte el contenido en un cáliz y luego en otro hasta que la mitad está rebosante. Un mohín provocativo es mostrado fijando los orbes en los masculinos cuando desliza las uñas por las venas de su muñeca izquierda una vez y luego otra, para luego rasgar esas líneas de vida dejando que gotas carmesíes vaguen por la superficie de forma sensual; lento van enturbiando la marfileña piel hasta desprenderse de ésta y caer una tras otra en la copa de Valerius. Tres cuartos llena, la ofrece en tanto su lesión sana con rapidez.
- No sé qué nos depare el destino, pues he tenido una visión. Mucho me temo que es muy parecida a aquélla en la que nos separamos 20 largos años. Algo similar a una hecatombe se acerca y aunque he intentado hablar con la madre luna, ésta no me da ninguna respuesta - suspira tomando su copa, acercándose a él para acariciarle la mejilla con ternura, sus ojos se fijan en los masculinos y le permite ver lo que en la superficie hizo, desde su salida, su ruego, su ritual... la sangre derramada en vano, las palabras de poder ineficaces para esos momentos. La luna no le dio las respuestas requeridas a esa visión que se negaba a mostrarle a su consorte porque sus orbes lo reflejaban: tenía miedo... miedo de que al momento de enseñársela a Valerius... ésta se hiciera realidad.
{Paura di piedi e di non aderire}
-- Miedo de alejarme y no volver a unirnos --
Última edición por Astrea Di Angelo el Sáb Jul 28, 2012 10:56 am, editado 1 vez
Astrea Di Angelo- Vampiro Clase Alta
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Re: Ad finem vitae valet (Agharta) (Francoise Devoire & Astrea Di Angelo)
No es fácil leer tras los ojos del Sanat Kumara, un hombre acostumbrado a actuar de manera fría y distante con sus pares, aquellos que el escogiese como su consejeros, los minoicos. Hombres celebres y destacados, sin importar la raza a la cual perteneciesen, todos ellos poseen igual voz e igual poder decisión, aunque pocas veces se citaba a la totalidad de minoicos e hiperboréanos a consejo. La organización de Agharta está determinada por tablillas, donde se detallan los Siete Círculos de consejeros, uno por cada raza a excepción de los Vampiros, que poseen dos círculos independientes entre si. Cada Hiperboréano: Licántropos, Cambiaformas, Gitanos, Humanos y Brujos, más los dos Lideres La Shamballa y el Sanat Kumara, poseen su propio consejo de minoicos, compuesto por un mínimo tres miembros de su raza, los siempre fueron elegidos por sus meritos y capacidades.
A simple vista demasiado complejo, pero que, para la Utópica ciudad, funciona a la perfección. Astrea, en antaño llamada Sirat, al Líder en tiempos de Paz, la Shamballa, representa la sabiduría de la ciudad, aquello que está más allá de los ojos comunes. Es por lo mismo que en ella recae el encanto de la seducción yla diplomacia al momento de aunar los conceptos de cada raza, la que más disfruta compartiendo con ellos, siendo afable y tomando a más de alguno como su pupilo. Contrariamente Valerius, quien en el presente se hace llamar Francoise o Sanat Kumara, es la apatía y la frialdad, exclusivo con quienes serán sus aprendices de las artes de la guerra. Mejor ejemplo de ello es que en milenios no ha tomado a ningún agharthiano bajo su tutela, a excepción de uno y por petición de la Shamballa, se trata del príncipe errante de los Países Bajos, quien se convirtiese milenios atrás no solo en su condiscípulo, sino también en su minoico.
Pero ahora, mientras se prepara para un nuevo Consejo de Hiperboreanos, el líder y estratega no puede negar sus preocupaciones, lo atormentado que se siente sin comprender que significa aquel pesar en su alma, como si el universo intentase prepararlo para momentos difíciles, momentos que no caben en al concepción de los humanos y que el mismo Francoise con la sabiduría de los milenios no logra desenmarañar. Por primera vez en milenios se siente en una encrucijada que escapa de su comprensión, a la cual no sabe si entregarse o encarar con los ojos vendados. Sabe bien que deberá hacerle frente, no por obligación sino porque su carácter de fiel guerrero no le permite rendirse antes de iniciar la batalla, aun cuando esta batalla no tenga un enemigo corpóreo, sino uno difuso y ausente.
Esperaba en el próximo consejo definir algunos puntos, los relativos a la sucesión de los cargos en caso de eventualidad. Aquella idea se plasmo clara en las intenciones del vampiro desde el preciso momento en que esa angustia ante el incierto futuro que le atormenta. Un presentimiento en palabras de su consorte, para él, su sentido de estratega que e obliga a estar prevenido. Un amarga sonrisa surca sus labios cuando ella se aleja, su eterna compañera. Con su esposa al lado el vampiro ha enfrentado tantas batallas que las arenas del tiempo no son suficientes para contarlas, desde los temores más mundanos hasta aquellos que la inmortalidad trae consigo. Por mucho tiempo se sintió castigado por los dioses, en especial aquellos veinte años lejos de su consorte, aquel tiempo que vago con la eternidad en sus manos sin verle sentido a ella, si su única compañera estaba muerta. En ese tiempo a desesperación lo llevo a la locura, convirtiéndolo en un hombre cruento y sanguinario, desequilibrado ante tanto poder y tan pocos motivos para usarlo en buen fin. Durante veinte años forjo planes de venganza, recluto hombre guerreros de su misma especia, con los cuales vivió en clan, les enseño el arte de la guerra preparándolos para cobrar venganza por su ciudad… por su viudez, su esposa e hijos a los que creyó muertos.
Hace ya demasiados milenios atrás emprendió una excursión por el desierto, guiado por un novedoso presentimiento, uno que lo encamino lejos del punto de no retorno, perdiéndolo en las arenas del desierto, arenas que desde ese momento llamo las Arenas del Tiempo, pues allí, con sus negros y sedosos cabellos se presento Ella, vistiendo una fina túnica violeta que resalta el brillo de su mirada, ese color enigmático que ninguna mujer posee. Se creyó soñando, pero su inexistente corazón le avisa que no es así, que es la realidad, que se ha transportado hasta ella hermosa radiante, sin huellas del tiempo en su rostro - Sirat, mi Sirat- afirma antes de darle un beso calmo pero exigente, uno que ella responde de igual modo con añoranza contenida. Pero aunque el fuego de los amantes siempre estuvo presente, tardaron en congeniar como antes ambos habían cambiado.
El al borde de la locura, solo buscando venganza, ella convertida en madre y “sacerdotisa”, se había dedicado a aprender la sabiduría de quien le otorgase la inmortalidad, nada volvió a ser como antes de ser convertidos, pero el tiempo les enseño que a pesar de haber cambiado, siguen siendo los amantes y compañeros que siendo humanos se unieron atentando contra los mismos dioses. Tras aquel encuentro en una ceremonia intima, con sus hijos de testigos, a desposo por segunda vez, una nueva vida un nuevo comienzo… Valerius suspiro evocando aquellos tiempos seguro que su repentina melancolía solo podía ser anuncio de un nuevo quiebre, un quiebre al que no podría poner ni tiempo ni lugar, pero que podía significar algo más que veinte años de separación.
- No me imagino un tiempo lejos de ti, ya un año es demasiado tiempo Sirat- asevera con caricias circulares a su cadera, con la calma que le han enseñado los años de un amante que disfruta del tiempo al momento de complacer a su amada. Los encuentros con ella no eran los de adolecentes que solo buscan un orgasmo, no, ellos eran dos amantes que buscan el placer, con insinuaciones y provocaciones sutiles, miradas y gestos que solo consiguen reafirman que son un todo, y que la distancia puede significar la perdición de cada cual- Nuestra ciudad nos necesita, necesita el hechizo, pero sé que se nos viene una gran amenaza y temo lo peor- afirma compartiendo sus preocupaciones antes que ella se mueva sensualmente, buscando esas caricias intimas, unas que logran alejarlo unos momentos de sus preocupaciones.
El beso de ella consigue calmarlo y recordarle que ella es su refugio, que estando juntos nada puede ocurrir. El demarca la espalda femenina, por ese espacio al descubierto que deja la túnica, marcando el camino desde su nuca hasta el final de su espalda, allí donde tantas veces ha marcado el diagrama del estratega explorador. Sus pensamientos se pierden el tiempo que dura el beso y unos segundos más luego que ella se aleja, un gruñido gutural rompe el silencio y ella se pierde hermosa e hidalga. - Sirat, en el consejo definiremos las líneas sucesorias- informa cuando ella regresa con el insinuante tintinear de sus joyas y el sutil roce de la túnica contra su piel. Los ojos del gu3errero se cruzan con los de la sacerdotisa, tal como lo hiciesen por vez primera en el templo, ella con un sutil picardía y el con una evidente determinación. Era sencillo saber que sus ojos ocultaban algo, y que sus actos denotaban una doble intencionalidad.
Las dos copas de vino servidas ante él y los definidos movimientos de las manos de ella, emboban al líder, el hombre conoce bien el tacto de su mujer, esas manos que embelesan al más fuerte solo con un roce. Pero, como si no fuese suficiente, ella rasga una de sus muñecas y deja caer la valiosa vitae de ella, su ambrosia predilecta, el manjar de los dioses que lo lleva pecar millones de veces sin arrepentirse. Ella ofrece el cáliz, como si fuese un ritual sagrado y lo recibe con diestra, mientras que la siniestra toma el brazo con la herida, lame lentamente las escasas gotas de sangre antes de atraer a su mujer y sentarla en sus piernas - Hábil estrategia. Por ti rodo pierde importancia - expresa antes que las miradas de ambos se cruzasen nuevamente, compartiendo esta vez más que un sentimiento, sino que aquello que enturbia la miraba de la sacerdotisa. Esa angustia, aquel temor digno de sus visiones, de lo inevitable y de un golpe que podría alterar el curso de muchas cosas…. Un futuro nada prometedor….
- Si en mis manos estuviese el destino evitaría lo futuro, pero aunque ahora se nos advierte… se que solo para prepararnos, no para evitarlo-
A simple vista demasiado complejo, pero que, para la Utópica ciudad, funciona a la perfección. Astrea, en antaño llamada Sirat, al Líder en tiempos de Paz, la Shamballa, representa la sabiduría de la ciudad, aquello que está más allá de los ojos comunes. Es por lo mismo que en ella recae el encanto de la seducción yla diplomacia al momento de aunar los conceptos de cada raza, la que más disfruta compartiendo con ellos, siendo afable y tomando a más de alguno como su pupilo. Contrariamente Valerius, quien en el presente se hace llamar Francoise o Sanat Kumara, es la apatía y la frialdad, exclusivo con quienes serán sus aprendices de las artes de la guerra. Mejor ejemplo de ello es que en milenios no ha tomado a ningún agharthiano bajo su tutela, a excepción de uno y por petición de la Shamballa, se trata del príncipe errante de los Países Bajos, quien se convirtiese milenios atrás no solo en su condiscípulo, sino también en su minoico.
Pero ahora, mientras se prepara para un nuevo Consejo de Hiperboreanos, el líder y estratega no puede negar sus preocupaciones, lo atormentado que se siente sin comprender que significa aquel pesar en su alma, como si el universo intentase prepararlo para momentos difíciles, momentos que no caben en al concepción de los humanos y que el mismo Francoise con la sabiduría de los milenios no logra desenmarañar. Por primera vez en milenios se siente en una encrucijada que escapa de su comprensión, a la cual no sabe si entregarse o encarar con los ojos vendados. Sabe bien que deberá hacerle frente, no por obligación sino porque su carácter de fiel guerrero no le permite rendirse antes de iniciar la batalla, aun cuando esta batalla no tenga un enemigo corpóreo, sino uno difuso y ausente.
Esperaba en el próximo consejo definir algunos puntos, los relativos a la sucesión de los cargos en caso de eventualidad. Aquella idea se plasmo clara en las intenciones del vampiro desde el preciso momento en que esa angustia ante el incierto futuro que le atormenta. Un presentimiento en palabras de su consorte, para él, su sentido de estratega que e obliga a estar prevenido. Un amarga sonrisa surca sus labios cuando ella se aleja, su eterna compañera. Con su esposa al lado el vampiro ha enfrentado tantas batallas que las arenas del tiempo no son suficientes para contarlas, desde los temores más mundanos hasta aquellos que la inmortalidad trae consigo. Por mucho tiempo se sintió castigado por los dioses, en especial aquellos veinte años lejos de su consorte, aquel tiempo que vago con la eternidad en sus manos sin verle sentido a ella, si su única compañera estaba muerta. En ese tiempo a desesperación lo llevo a la locura, convirtiéndolo en un hombre cruento y sanguinario, desequilibrado ante tanto poder y tan pocos motivos para usarlo en buen fin. Durante veinte años forjo planes de venganza, recluto hombre guerreros de su misma especia, con los cuales vivió en clan, les enseño el arte de la guerra preparándolos para cobrar venganza por su ciudad… por su viudez, su esposa e hijos a los que creyó muertos.
Hace ya demasiados milenios atrás emprendió una excursión por el desierto, guiado por un novedoso presentimiento, uno que lo encamino lejos del punto de no retorno, perdiéndolo en las arenas del desierto, arenas que desde ese momento llamo las Arenas del Tiempo, pues allí, con sus negros y sedosos cabellos se presento Ella, vistiendo una fina túnica violeta que resalta el brillo de su mirada, ese color enigmático que ninguna mujer posee. Se creyó soñando, pero su inexistente corazón le avisa que no es así, que es la realidad, que se ha transportado hasta ella hermosa radiante, sin huellas del tiempo en su rostro - Sirat, mi Sirat- afirma antes de darle un beso calmo pero exigente, uno que ella responde de igual modo con añoranza contenida. Pero aunque el fuego de los amantes siempre estuvo presente, tardaron en congeniar como antes ambos habían cambiado.
El al borde de la locura, solo buscando venganza, ella convertida en madre y “sacerdotisa”, se había dedicado a aprender la sabiduría de quien le otorgase la inmortalidad, nada volvió a ser como antes de ser convertidos, pero el tiempo les enseño que a pesar de haber cambiado, siguen siendo los amantes y compañeros que siendo humanos se unieron atentando contra los mismos dioses. Tras aquel encuentro en una ceremonia intima, con sus hijos de testigos, a desposo por segunda vez, una nueva vida un nuevo comienzo… Valerius suspiro evocando aquellos tiempos seguro que su repentina melancolía solo podía ser anuncio de un nuevo quiebre, un quiebre al que no podría poner ni tiempo ni lugar, pero que podía significar algo más que veinte años de separación.
- No me imagino un tiempo lejos de ti, ya un año es demasiado tiempo Sirat- asevera con caricias circulares a su cadera, con la calma que le han enseñado los años de un amante que disfruta del tiempo al momento de complacer a su amada. Los encuentros con ella no eran los de adolecentes que solo buscan un orgasmo, no, ellos eran dos amantes que buscan el placer, con insinuaciones y provocaciones sutiles, miradas y gestos que solo consiguen reafirman que son un todo, y que la distancia puede significar la perdición de cada cual- Nuestra ciudad nos necesita, necesita el hechizo, pero sé que se nos viene una gran amenaza y temo lo peor- afirma compartiendo sus preocupaciones antes que ella se mueva sensualmente, buscando esas caricias intimas, unas que logran alejarlo unos momentos de sus preocupaciones.
El beso de ella consigue calmarlo y recordarle que ella es su refugio, que estando juntos nada puede ocurrir. El demarca la espalda femenina, por ese espacio al descubierto que deja la túnica, marcando el camino desde su nuca hasta el final de su espalda, allí donde tantas veces ha marcado el diagrama del estratega explorador. Sus pensamientos se pierden el tiempo que dura el beso y unos segundos más luego que ella se aleja, un gruñido gutural rompe el silencio y ella se pierde hermosa e hidalga. - Sirat, en el consejo definiremos las líneas sucesorias- informa cuando ella regresa con el insinuante tintinear de sus joyas y el sutil roce de la túnica contra su piel. Los ojos del gu3errero se cruzan con los de la sacerdotisa, tal como lo hiciesen por vez primera en el templo, ella con un sutil picardía y el con una evidente determinación. Era sencillo saber que sus ojos ocultaban algo, y que sus actos denotaban una doble intencionalidad.
Las dos copas de vino servidas ante él y los definidos movimientos de las manos de ella, emboban al líder, el hombre conoce bien el tacto de su mujer, esas manos que embelesan al más fuerte solo con un roce. Pero, como si no fuese suficiente, ella rasga una de sus muñecas y deja caer la valiosa vitae de ella, su ambrosia predilecta, el manjar de los dioses que lo lleva pecar millones de veces sin arrepentirse. Ella ofrece el cáliz, como si fuese un ritual sagrado y lo recibe con diestra, mientras que la siniestra toma el brazo con la herida, lame lentamente las escasas gotas de sangre antes de atraer a su mujer y sentarla en sus piernas - Hábil estrategia. Por ti rodo pierde importancia - expresa antes que las miradas de ambos se cruzasen nuevamente, compartiendo esta vez más que un sentimiento, sino que aquello que enturbia la miraba de la sacerdotisa. Esa angustia, aquel temor digno de sus visiones, de lo inevitable y de un golpe que podría alterar el curso de muchas cosas…. Un futuro nada prometedor….
- Si en mis manos estuviese el destino evitaría lo futuro, pero aunque ahora se nos advierte… se que solo para prepararnos, no para evitarlo-
Francoise Devoire- Vampiro Clase Alta
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Re: Ad finem vitae valet (Agharta) (Francoise Devoire & Astrea Di Angelo)
{Si averteris a latere valeat deficere volo}
-- Si me aparto de tu vera, sé fuerte, no caigas, volveré --
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*Soundtrack*
Cuando una mariposa se posa en el tronco de un árbol, desconoce por completo lo que el destino le depara, de igual forma piensa que todo lo que ve así debe ser y será porque no tiene la experiencia de vida de ese pilar que firme, lo resiste todo. Es como ese frondoso hijo de la naturaleza que no tiene la misma correspondencia de existencia que la tierra y se mantiene perenne durante la temporalidad que se le conceda conservarse en ese lugar. ¿Qué son entonces los humanos comparados con los vampiros? ¿O los licántropos, cambiaformas, brujos y toda clase de sobrenatural que ha posado un pie en la tierra? Son ese insecto reposado a su antojo sobre ese dador de oxígeno.
Desterrados de sus hogares, sumidos en la desesperación de las traiciones sociales, aunados a los sentimientos de impotencia y decepción de cada uno de los errantes, Agharta se eleva como la única ciudad capaz de albergarlos y mantenerlos a salvo. Es pues el único paraíso sobrenatural que existe sobre la tierra. Y no sólo para aquéllos que son diferentes, si no también para los mismos humanos que hastiados de sus hogares buscan un nuevo comienzo, la metamorfosis de oruga a mariposa entre las manos cuidadosas de dos grandes líderes que se alzan cual amorosos padres rodeando a los hijos que llegan a sus vidas. Sí, es cuando el Sanat Kumara y la Shamballah se dedican a crear toda clase de mecanismos para la pacífica convivencia y la sana cotidaneidad que todo ser vivo merece tener. Así pues, hombres lobo y vampiros coexisten en un ambiente enel que se respira la paz, la confianza de que a pesar de la incompatibilidad de caracteres, ideologías y costumbres, son parte de un mismo entorno, que conservan el mismo secreto y por lo tanto, se hermanan.
Sin embargo, ¿Qué sucede cuando el árbol sobre el que se reposa se tambalea con la fuerza de un terremoto fragmentando y fisurando sus raíces hasta que lento busca el suelo que lo vio nacer, crecer y ahora morir? Es el instante en que todos pierden su hogar y, tristes, frustrados, llenos de incertidumbre, desprotegidos, parten con el fin de encontrar otro sabiendo que nada volverá a ser igual. Que esa fortaleza y tranquilidad que tenían se ha deslizado cual arena entre sus dedos sin que algún fragmento pueda utilizarse para reconstruirlo. Las guerras volverán, el pánico se abrirá paso entre sus filas cual caballo negro montado por un soldado cuya lanza atraviese cada fragmento del corazón inocente. El de sus esposas, padres, hijos... sí... hijos... ¿Qué harán ellos si llegare a faltar aquél cuya vida está dada para defenderlos? Sólo vagar por el mundo sin ningún confort.
Todo eso la Shamballah lo entiende, pero sobre todo, lo teme. ¿Qué pasaría si sus visiones fueran un vestigio de un acontecimiento futuro e incierto donde el equilibrio de su amada ciudad, de su familia, se fragmentara en miles de pedazos susceptibles al viento que sólo dejara atrás la nada? Cierra los ojos a la realidad y su mente se transporta a ese instante en que la caricia del hombre que tanto le ha dado como tomado le hace consciente de que a pesar de todo, su amor es tan fuerte que podrá superar cualquier obstáculo. Su cuerpo es conducido con delicadeza por manos sabias y conocedoras de la femineidad que la envuelven y la sientan sobre su regazo para estar tan juntos como las ramas y hojas. Entes que pueden dividirse, alejarse, pero que proceden de un mismo denominador y que tarde que temprano volverán a encontrarse y a rodearse entre instantes de ternura y amor.
Sus ojos violáceos observan esos zafiros cuyo brillo alguna vez arrebatara su corazón, lo guardara en un cofre y lo devorara para mantenerlo en su interior, donde nadie es capaz de llegar ni siquiera a vislumbrarlo por la habilidad innata, perdurable y perfecta de un guerrero que aún humano, se ganó la reputación de invencible, de héroe... de Dios... Es pues, Sanat Kumara... Valerius, su esperanza en el mañana. El árbol donde ella recarga la cabeza y cierra los ojos para disfrutar de la frescura del viento, el calor del sol y la brisa que lleva consigo los olores de una tierra prometida, un paraíso... su hogar. - El futuro es incierto y desolador, me impide ver más allá de lo que tiene el destino preparado para nosotros. Es tu cuerpo mi confort, es tu voz la oración que calma mi corazón, el llamado a la batalla, la luz cuando todo oscurece. Eres tú, Valerius, no sólo mi compañero y amigo, confidente y aliado, eres la otra parte de mi alma que un día los dioses separaron y echaron a la tierra y yo... yo tuve la fortuna de encontrarte en mi primera vida y quiso Cronos darnos el tiempo para inmortalizar nuestra obra en esta ciudad. Temo por ella, pero sobre todo, temo por nosotros. Sin alguien que los dirija, sin el equilibrio perfecto, somos una sociedad humana. Volvemos a los inicios de una civilización en nacimiento o decadencia. Mi familia, toda está aquí... tengo... tengo... oh, Valerius, tengo tanto miedo - sus manos rodean el rostro masculino y su frente acaricia la suya cerrando los ojos, creando un refugio donde nadie puede acceder, donde sus alientos se mezclan formando uno - No me dejes... pase lo que pase, lucharé por estar a tu vera, sólo muerta pueden separarme de tí y aún así mi alma clamará a los cielos por recuperarte. Los dioses han bendecido este amor que nos ha unido, seamos fuertes, seamos pacientes, seamos constantes, no nos dejemos caer por más pruebas que nos pongan. Oh, mi esposo... ten fe... ten fe en mí como yo la tengo en tí y saldremos avante de esta eventualidad - sus labios rozan los masculinos en un ósculo lento y que busca permanecer en la mente y el corazón del vampiro, son sus pliegues los que se acarician contra él, es su aliento quien lo envuelve, es su amor quien lo marca.
Ese sentimiento que les había unido los corazones en cuanto se vieron, a pesar de lo prohibido y censurable de su relación. Él un Príncipe, dedicado a la estrategia, la economía, la política, gobernar a su pueblo, ayudarlo, proveer todo lo que necesitara, resguardarlo. Ella una Sacerdotisa, dedicada a las oraciones, las visiones, la magia, lo oculto, los conocimientos, a darle fe al pueblo, procurar su bienestar espiritual, abogar por él ante los dioses. Tan diferentes y el amor que les atravesó con una flecha que sólo acortaba las distancias los hizo entender que esa era su fortaleza, el equilibrio se daba con ambos. Con uno que faltara, todo se vendría abajo. Tras paseos por el palacio y por el santuario, una noche no pudieron contenerse... en un acto de puro sacrilegio, pero que para ellos fue de un amor tan puro, ella fue suya en el altar mismo consagrado a su Dios. Entre caricias tan dulces, palabras que la embelesaron y besos que la subyugaron hasta que no pudo más que completar una unión que nunca dejó de agradecer a los Dioses. Perteneciéndole el uno a la otra, contrajeron nupcias y para Sirat fue lo más hermoso despertar todas las mañanas a su lado. Concebir el primer infante y descubrirlo en su vientre, la noticia más maravillosa de todas; que creciera y darlo a luz, su principal ocupación ese tiempo. Educarlo la que le continuó. Y así hasta que... ese ataque los separó...
- Nunca soporté estar sin tí. Iba a suicidarme esa vez que te encontré en el desierto - confiesa. Fue un golpe del destino que de pronto lo encontrara ahí, como emergido de un sueño tan deprimente que se hubiera repetido en su mente una y otra vez durante todo el tiempo alejados. Veinte años, ¿Quién podía resistir estar sin el hombre que amaba? Ella, sólo ella y por su familia. Porque se casaran y tuvieran descendencia para inmortalizar a ese hombre que esa noche, el destino le devolvió. Los Dioses debían quererlos porque volvieron a ponerlos en el mismo camino. Uno que jamás ha vuelto a separarlos sin que ellos lo deséen. Le mira a los ojos de nuevo, admira cada parte de ese rostro que ama y que puede dibujar y pintar en silencio y a ciegas una y otra y otra vez. Aspira un aire innecesario antes de sonreírle con ternura, envuelta en ese sentimiento que ha domeñado su corazón durante milenios y acaricia su nariz contra la suya. No requiere de caricias sexuales, de rozar su cuerpo para que él sepa cuánto lo necesita, lo anhela... lo desea...
Desterrados de sus hogares, sumidos en la desesperación de las traiciones sociales, aunados a los sentimientos de impotencia y decepción de cada uno de los errantes, Agharta se eleva como la única ciudad capaz de albergarlos y mantenerlos a salvo. Es pues el único paraíso sobrenatural que existe sobre la tierra. Y no sólo para aquéllos que son diferentes, si no también para los mismos humanos que hastiados de sus hogares buscan un nuevo comienzo, la metamorfosis de oruga a mariposa entre las manos cuidadosas de dos grandes líderes que se alzan cual amorosos padres rodeando a los hijos que llegan a sus vidas. Sí, es cuando el Sanat Kumara y la Shamballah se dedican a crear toda clase de mecanismos para la pacífica convivencia y la sana cotidaneidad que todo ser vivo merece tener. Así pues, hombres lobo y vampiros coexisten en un ambiente enel que se respira la paz, la confianza de que a pesar de la incompatibilidad de caracteres, ideologías y costumbres, son parte de un mismo entorno, que conservan el mismo secreto y por lo tanto, se hermanan.
Sin embargo, ¿Qué sucede cuando el árbol sobre el que se reposa se tambalea con la fuerza de un terremoto fragmentando y fisurando sus raíces hasta que lento busca el suelo que lo vio nacer, crecer y ahora morir? Es el instante en que todos pierden su hogar y, tristes, frustrados, llenos de incertidumbre, desprotegidos, parten con el fin de encontrar otro sabiendo que nada volverá a ser igual. Que esa fortaleza y tranquilidad que tenían se ha deslizado cual arena entre sus dedos sin que algún fragmento pueda utilizarse para reconstruirlo. Las guerras volverán, el pánico se abrirá paso entre sus filas cual caballo negro montado por un soldado cuya lanza atraviese cada fragmento del corazón inocente. El de sus esposas, padres, hijos... sí... hijos... ¿Qué harán ellos si llegare a faltar aquél cuya vida está dada para defenderlos? Sólo vagar por el mundo sin ningún confort.
Todo eso la Shamballah lo entiende, pero sobre todo, lo teme. ¿Qué pasaría si sus visiones fueran un vestigio de un acontecimiento futuro e incierto donde el equilibrio de su amada ciudad, de su familia, se fragmentara en miles de pedazos susceptibles al viento que sólo dejara atrás la nada? Cierra los ojos a la realidad y su mente se transporta a ese instante en que la caricia del hombre que tanto le ha dado como tomado le hace consciente de que a pesar de todo, su amor es tan fuerte que podrá superar cualquier obstáculo. Su cuerpo es conducido con delicadeza por manos sabias y conocedoras de la femineidad que la envuelven y la sientan sobre su regazo para estar tan juntos como las ramas y hojas. Entes que pueden dividirse, alejarse, pero que proceden de un mismo denominador y que tarde que temprano volverán a encontrarse y a rodearse entre instantes de ternura y amor.
Sus ojos violáceos observan esos zafiros cuyo brillo alguna vez arrebatara su corazón, lo guardara en un cofre y lo devorara para mantenerlo en su interior, donde nadie es capaz de llegar ni siquiera a vislumbrarlo por la habilidad innata, perdurable y perfecta de un guerrero que aún humano, se ganó la reputación de invencible, de héroe... de Dios... Es pues, Sanat Kumara... Valerius, su esperanza en el mañana. El árbol donde ella recarga la cabeza y cierra los ojos para disfrutar de la frescura del viento, el calor del sol y la brisa que lleva consigo los olores de una tierra prometida, un paraíso... su hogar. - El futuro es incierto y desolador, me impide ver más allá de lo que tiene el destino preparado para nosotros. Es tu cuerpo mi confort, es tu voz la oración que calma mi corazón, el llamado a la batalla, la luz cuando todo oscurece. Eres tú, Valerius, no sólo mi compañero y amigo, confidente y aliado, eres la otra parte de mi alma que un día los dioses separaron y echaron a la tierra y yo... yo tuve la fortuna de encontrarte en mi primera vida y quiso Cronos darnos el tiempo para inmortalizar nuestra obra en esta ciudad. Temo por ella, pero sobre todo, temo por nosotros. Sin alguien que los dirija, sin el equilibrio perfecto, somos una sociedad humana. Volvemos a los inicios de una civilización en nacimiento o decadencia. Mi familia, toda está aquí... tengo... tengo... oh, Valerius, tengo tanto miedo - sus manos rodean el rostro masculino y su frente acaricia la suya cerrando los ojos, creando un refugio donde nadie puede acceder, donde sus alientos se mezclan formando uno - No me dejes... pase lo que pase, lucharé por estar a tu vera, sólo muerta pueden separarme de tí y aún así mi alma clamará a los cielos por recuperarte. Los dioses han bendecido este amor que nos ha unido, seamos fuertes, seamos pacientes, seamos constantes, no nos dejemos caer por más pruebas que nos pongan. Oh, mi esposo... ten fe... ten fe en mí como yo la tengo en tí y saldremos avante de esta eventualidad - sus labios rozan los masculinos en un ósculo lento y que busca permanecer en la mente y el corazón del vampiro, son sus pliegues los que se acarician contra él, es su aliento quien lo envuelve, es su amor quien lo marca.
Ese sentimiento que les había unido los corazones en cuanto se vieron, a pesar de lo prohibido y censurable de su relación. Él un Príncipe, dedicado a la estrategia, la economía, la política, gobernar a su pueblo, ayudarlo, proveer todo lo que necesitara, resguardarlo. Ella una Sacerdotisa, dedicada a las oraciones, las visiones, la magia, lo oculto, los conocimientos, a darle fe al pueblo, procurar su bienestar espiritual, abogar por él ante los dioses. Tan diferentes y el amor que les atravesó con una flecha que sólo acortaba las distancias los hizo entender que esa era su fortaleza, el equilibrio se daba con ambos. Con uno que faltara, todo se vendría abajo. Tras paseos por el palacio y por el santuario, una noche no pudieron contenerse... en un acto de puro sacrilegio, pero que para ellos fue de un amor tan puro, ella fue suya en el altar mismo consagrado a su Dios. Entre caricias tan dulces, palabras que la embelesaron y besos que la subyugaron hasta que no pudo más que completar una unión que nunca dejó de agradecer a los Dioses. Perteneciéndole el uno a la otra, contrajeron nupcias y para Sirat fue lo más hermoso despertar todas las mañanas a su lado. Concebir el primer infante y descubrirlo en su vientre, la noticia más maravillosa de todas; que creciera y darlo a luz, su principal ocupación ese tiempo. Educarlo la que le continuó. Y así hasta que... ese ataque los separó...
- Nunca soporté estar sin tí. Iba a suicidarme esa vez que te encontré en el desierto - confiesa. Fue un golpe del destino que de pronto lo encontrara ahí, como emergido de un sueño tan deprimente que se hubiera repetido en su mente una y otra vez durante todo el tiempo alejados. Veinte años, ¿Quién podía resistir estar sin el hombre que amaba? Ella, sólo ella y por su familia. Porque se casaran y tuvieran descendencia para inmortalizar a ese hombre que esa noche, el destino le devolvió. Los Dioses debían quererlos porque volvieron a ponerlos en el mismo camino. Uno que jamás ha vuelto a separarlos sin que ellos lo deséen. Le mira a los ojos de nuevo, admira cada parte de ese rostro que ama y que puede dibujar y pintar en silencio y a ciegas una y otra y otra vez. Aspira un aire innecesario antes de sonreírle con ternura, envuelta en ese sentimiento que ha domeñado su corazón durante milenios y acaricia su nariz contra la suya. No requiere de caricias sexuales, de rozar su cuerpo para que él sepa cuánto lo necesita, lo anhela... lo desea...
{Angelus sum armisut tibi consolationem hic}
-- Estoy en los brazos de un ángel, ojalá encuentre consuelo aquí --
Astrea Di Angelo- Vampiro Clase Alta
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Re: Ad finem vitae valet (Agharta) (Francoise Devoire & Astrea Di Angelo)
El tiempo es para quienes gozan del privilegio de la inmortalidad, solo una gota de agua salina en un océano del porvenir ¡Qué inmortal se preocuparía del mañana cuando lleva milenios viendo cada amanecer? Solo uno, el mismo que se ha preocupado que cada nuevo día sea un testimonio de su paso por la tierra de los mortales, Valerius, quien ha procurado escribir a pulso su historia y la de su ciudad. La tinta con que el Sanat Kumara ha plasmado sus vivencias, es una que cada tanto por tanto se tiñe de rojo con la sangre de sus enemigos, el mismo liquido carmín que se vuelve acuoso con las lagrimas que nunca derramó por la pérdida de los miembros de su clan. Su clan, aquel que se conforma por sus minoicos e hiperboréanos con quienes mantiene en pie la idílica ciudad de Agharta, donde la descendencia de su estirpe se entrelaza en la construcción del futuro y sin lugar a dudas la pieza más importante es ella… Su mujer….
La belleza de la joven sacerdotisa lo embobo desde que la viese por vez primera en el templo, y cada nuevo día a su lado le convence que no erro al robársela a los dioses y llevarla a su lecho, como consorte y compañera eterna. Fue en esos ojos violáceos donde encontró un mar de nuevas oportunidades, una sabiduría que supera el filo de su espada, una familia que se enraizó en los anales de la tierra, un conocimiento que se plasmo en una sociedad perfecta como es Agharta. Valerius, un esposo devoto que jamás perdiese la oportunidad de profesar su amor su mujer, vivió el desconsuelo cuando le arrebataron a su pueblo y a su familia, pero por sobre todo a ella, la mujer que sin proponérselo se convirtiese en la lumbrera de sus días. Esa noche en que todo se derrumbo, el líder solo se mantuvo en pie por ella, para que se salvase, cuando la creyó pérdida no ceso la búsqueda, hasta que el destino lo llevo a aquel desierto horas antes del amanecer.
Un acto suicida pues encontrar en el desierto un refugio de los rayos solares es encontrar una estrella en el infinito cielo, pero fue un impulso que lo guio hasta ese sitio, donde una figura tan conocida para él se hizo presente. Aquel cuerpo perfecto engalanado en telas negras, pero que jamás se asemejará al azabache cabello que enmarca su blanquecina piel. Fue el aroma tan peculiar de ella y el brillo violáceo de sus ojos los que como dos farolas le mostraron la ubicación de su mayor tesoro. Ella, la mujer que amo, ama y amará más allá de las distancias, del tiempo y la adversidad. Francoise no puede evitar recordar el dolor de estar sin ella, cada nuevo segundo a su lado, es un acto inconsciente, el temor palpable del líder de guerra, uno que le puede derrumbar si se concretase o hacerlo más fuerte si sabe cómo convertir su debilidad e fortaleza.
Es ahora, mientras abraza y besa a su mayor tesoro que teme lo peor, pocas veces el miedo de la perdida se deja sentir así de latente. No es solo el fantasma del pasado el que opaca la mirada azulada del hombre, es nebulosa duda que se asoma en su consorte, ella pocas veces habla del temor de la ausencia y la distancia, pocas veces evoca las penurias de antaño y menos alude a la remota posibilidad de un eternidad sin el otro. Un temor compartido, es un designio del destino, aquel karma que deben enfrentar por desafiar a los dioses. ¿Acaso importa ante los ímpetus de la juventud lo que seres omnipresentes puedan disponer? No, no les importo en aquel entonces, pues las ansias del otro fueron aun mayores, el deseo de convertirse en uno y de profesar su amor como ofrenda a los dioses, fue un modo de subsanar la ofensa.
- Mi amada Sirat - susurro contra sus labios carmesí, saboreando el dulzor de su aliento y suavidad de sus pliegues, el mayor elixir que un hombre enamorado puede anhelar. La mano derecha acaricia la contorneada silueta de su amada, no necesita desprender la tela para que su memoria evoque la tersa piel que tantas veces recorriese para llevarla a los delirios del placer. La desea como la primera vez que la tomo para sí, allí en el templo que vio surgir su amor, donde prometió desposarla, donde engendraron a su primer hijo. Su mente evoca aquel momento mientras entrelaza sus dedos en el cabello de ella, sosteniendo su nuca y ríe, cuando lejano y cercano podía ser aquel recuerdo. Las palabras de ella no le sorprenden, lo supuso cuando la vio allí, entregada a la vida… o la muerte, con el rostro cubierto de lagrimas silenciosas, incluso las palabras que ella pronunciase en aquel reencuentro, creyendo que el estaba allí para llevarla al mundo de los espiritus.
¿Se esperaba acaso que el destino les concediese a ambos la ambrosia de los dioses? difícil suponer que ambos se convirtiesen en inmortales y se encontrasen en medio de la nada tras décadas sin verse. Pero así ocurrió, se unieron en segundas nupcias del mismo modo en que lo hiciesen en el altar, en un refugio entre ruinas del desierto encontrar un templo que les protegería del sol. Allí la hizo para sí, entre risas y lagrimas, caricias ansiosas y delicadas, de reconocimiento se juraron amor eterno rememorando parte de lo vivido sin el otro. Aquellas horas en que el sol gobernó el desierto, se transformo en días donde ambos se entregaron mutuamente, hasta que regresaron al sitio donde su amada se asentase para esperarlo. Fue al llegar a aquella ciudadela, que él comprendió cuanto se perdió al ver a sus hijos ya mayores, pero a pesar de aquello, se sintió bendecido al poder contraer segundas nupcias con la mujer que siempre amase.
- El destino juega con nosotros, pero así deba destruir el Olimpo para mantenerte junto a mí, lo haré - prometió antes de volver a rozar sus labios y pegarla más su cuerpo, recordándole que es en el donde ella podrá tener refugio y que será él quien guarde su sueño. Lento con la calma que le dan los años de amarse abandona los pliegues donde se unen en una danza de suaves succiones y lamidas, para besar el camino que lo guía hasta el hombro femenino, donde se detiene a saborear sus aromas. Se abre espacio entre la tela, dejando la piel al descubierto cuando el broche que sostiene la túnica sobre aquel hombro se suelta - Recuerdas… - sisea contra la piel tras saborear el estremecimiento de su piel - … ¿recuerdas las reacciones de todos cuando anunciamos nuestra unión? -
La belleza de la joven sacerdotisa lo embobo desde que la viese por vez primera en el templo, y cada nuevo día a su lado le convence que no erro al robársela a los dioses y llevarla a su lecho, como consorte y compañera eterna. Fue en esos ojos violáceos donde encontró un mar de nuevas oportunidades, una sabiduría que supera el filo de su espada, una familia que se enraizó en los anales de la tierra, un conocimiento que se plasmo en una sociedad perfecta como es Agharta. Valerius, un esposo devoto que jamás perdiese la oportunidad de profesar su amor su mujer, vivió el desconsuelo cuando le arrebataron a su pueblo y a su familia, pero por sobre todo a ella, la mujer que sin proponérselo se convirtiese en la lumbrera de sus días. Esa noche en que todo se derrumbo, el líder solo se mantuvo en pie por ella, para que se salvase, cuando la creyó pérdida no ceso la búsqueda, hasta que el destino lo llevo a aquel desierto horas antes del amanecer.
Un acto suicida pues encontrar en el desierto un refugio de los rayos solares es encontrar una estrella en el infinito cielo, pero fue un impulso que lo guio hasta ese sitio, donde una figura tan conocida para él se hizo presente. Aquel cuerpo perfecto engalanado en telas negras, pero que jamás se asemejará al azabache cabello que enmarca su blanquecina piel. Fue el aroma tan peculiar de ella y el brillo violáceo de sus ojos los que como dos farolas le mostraron la ubicación de su mayor tesoro. Ella, la mujer que amo, ama y amará más allá de las distancias, del tiempo y la adversidad. Francoise no puede evitar recordar el dolor de estar sin ella, cada nuevo segundo a su lado, es un acto inconsciente, el temor palpable del líder de guerra, uno que le puede derrumbar si se concretase o hacerlo más fuerte si sabe cómo convertir su debilidad e fortaleza.
Es ahora, mientras abraza y besa a su mayor tesoro que teme lo peor, pocas veces el miedo de la perdida se deja sentir así de latente. No es solo el fantasma del pasado el que opaca la mirada azulada del hombre, es nebulosa duda que se asoma en su consorte, ella pocas veces habla del temor de la ausencia y la distancia, pocas veces evoca las penurias de antaño y menos alude a la remota posibilidad de un eternidad sin el otro. Un temor compartido, es un designio del destino, aquel karma que deben enfrentar por desafiar a los dioses. ¿Acaso importa ante los ímpetus de la juventud lo que seres omnipresentes puedan disponer? No, no les importo en aquel entonces, pues las ansias del otro fueron aun mayores, el deseo de convertirse en uno y de profesar su amor como ofrenda a los dioses, fue un modo de subsanar la ofensa.
- Mi amada Sirat - susurro contra sus labios carmesí, saboreando el dulzor de su aliento y suavidad de sus pliegues, el mayor elixir que un hombre enamorado puede anhelar. La mano derecha acaricia la contorneada silueta de su amada, no necesita desprender la tela para que su memoria evoque la tersa piel que tantas veces recorriese para llevarla a los delirios del placer. La desea como la primera vez que la tomo para sí, allí en el templo que vio surgir su amor, donde prometió desposarla, donde engendraron a su primer hijo. Su mente evoca aquel momento mientras entrelaza sus dedos en el cabello de ella, sosteniendo su nuca y ríe, cuando lejano y cercano podía ser aquel recuerdo. Las palabras de ella no le sorprenden, lo supuso cuando la vio allí, entregada a la vida… o la muerte, con el rostro cubierto de lagrimas silenciosas, incluso las palabras que ella pronunciase en aquel reencuentro, creyendo que el estaba allí para llevarla al mundo de los espiritus.
¿Se esperaba acaso que el destino les concediese a ambos la ambrosia de los dioses? difícil suponer que ambos se convirtiesen en inmortales y se encontrasen en medio de la nada tras décadas sin verse. Pero así ocurrió, se unieron en segundas nupcias del mismo modo en que lo hiciesen en el altar, en un refugio entre ruinas del desierto encontrar un templo que les protegería del sol. Allí la hizo para sí, entre risas y lagrimas, caricias ansiosas y delicadas, de reconocimiento se juraron amor eterno rememorando parte de lo vivido sin el otro. Aquellas horas en que el sol gobernó el desierto, se transformo en días donde ambos se entregaron mutuamente, hasta que regresaron al sitio donde su amada se asentase para esperarlo. Fue al llegar a aquella ciudadela, que él comprendió cuanto se perdió al ver a sus hijos ya mayores, pero a pesar de aquello, se sintió bendecido al poder contraer segundas nupcias con la mujer que siempre amase.
- El destino juega con nosotros, pero así deba destruir el Olimpo para mantenerte junto a mí, lo haré - prometió antes de volver a rozar sus labios y pegarla más su cuerpo, recordándole que es en el donde ella podrá tener refugio y que será él quien guarde su sueño. Lento con la calma que le dan los años de amarse abandona los pliegues donde se unen en una danza de suaves succiones y lamidas, para besar el camino que lo guía hasta el hombro femenino, donde se detiene a saborear sus aromas. Se abre espacio entre la tela, dejando la piel al descubierto cuando el broche que sostiene la túnica sobre aquel hombro se suelta - Recuerdas… - sisea contra la piel tras saborear el estremecimiento de su piel - … ¿recuerdas las reacciones de todos cuando anunciamos nuestra unión? -
Francoise Devoire- Vampiro Clase Alta
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Re: Ad finem vitae valet (Agharta) (Francoise Devoire & Astrea Di Angelo)
{Mea fabula incipit et desinit cum nomen}
-- Mi historia empieza y termina con tu nombre --
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*Soundtrack*
"Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos;
llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos,
y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra."
Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos;
llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos,
y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra."
Para muchos, ese es el inicio de la humanidad. Lo que la religión ahora gobernante predica. Aunque para la Shamballah, una mujer criada entre la sabiduría y el conocimiento no en una forma supersticiosa si no con bases científicas y en un estudio sistematizado, es una historia nueva que no se remonta a la realidad de sus recuerdos. Ella, que vivió miles de años, que es una de las cabezas de una sociedad mística, que en vida tuvo el don de la magia, que mentoreó a tantos grandes hombres y mujeres que a lo largo del tiempo se convirtieron en leyendas, tiene mucho que decir sobre el origen. La verdad por encima de las mentiras y creencias. Una que pocos están dispuestos a oír y mucho menos a creer. ¿Qué persona entendería las palabras de una mujer como ella ubicando cada nuevo dato hasta darse cuenta que todo lo que le han dicho, esas verdades de los vencedores, no son más que manipulaciones del tiempo, de la historia, un resultado de una premisa que viene dando resultados de generación en generación, pero que a personas cabales no les gusta ver cómo las siguientes mentes son envenenadas con corrientes filosóficas que se pierden en el transcurso de los tiempos y que se aceptan como las únicas en el mundo? Podría pensarse que pocas, pero en realidad son muchas si contamos los siglos en los que ella ha permanecido entre la humanidad, que ha elegido a sus alumnos, todos aquéllos capaces de entender y sobre todo, aceptar y adaptar la realidad de la historia a su vivencia y así, salir avante.
Escuchen aquéllos que quieran saber la realidad: el año ya no importa, hace ya tantos ayeres que es lo menos interesante de la historia. ¿Cómo empezó ésta? Con el nacimiento de una pequeña en una de las familias más importantes de todo el reino: la de los sacerdotes. ¿Que era pecado que un ser dedicado a los dioses tuviera hijos? Falso. En la antigüedad sólo se obligaba a las mujeres dedicadas a la adivinación a no perder el atributo de la virginidad y todo porque se consideraba que perdían el don de la visión. Ver una niña nacer en el seno de los destinados a servir a las deidades no era erróneo, todo lo contrario. Así fue como Sirat nació en un tiempo que para muchos fue idílico. Ese alumbramiento no sólo fue deseado, si no esperado, anunciado... Los astros de la noche lo indicaron así como muchos videntes. Ella llegaría y traería consigo la paz que muchos buscaron durante tanto tiempo: la tranquilidad de los que eran dioses y con el paso de los años, se convertirían en perseguidos. La elegida. La que sería arrebatada a las deidades por un héroe para que su descendencia asegurara el triunfo sobre la maldad.
¿Quién entonces sería el elegido que desposaría a la hija del Sumo Sacerdote? ¿El que se haría del corazón femenino durante siglos y milenios? Un amor como el de ellos jamás volvería a ser visto, ni escuchado, ni predicado. No existiría nunca más. Con ellos Dios inició y con ellos decidió terminar. El molde fue roto en aquél momento. Y aunque fue protegida por sus padres, celosamente custodiada en el instante en que sus visiones se hicieron presentes, todos sabían su destino en el interior del núcleo familiar. Absolutamente todos. Así que fueron pacientes, mientras ella daba muestras del poder que las Parcas le entregaban y se reflejaba en cada cuadro que hacía, se le ofrendó a los Dioses para que ellos la llevaran con bien a su destino. Sólo en brazos de ellos podría crecer, podría evolucionar. Muchos vinieron de todos lugares a escucharla, a que les ayudara con sus tribulaciones, era pues una señora de la magia, de la adivinación y aún con ello, le fue preparado un mejor lugar en la sociedad. Fue guiada por personas tan especiales para los humanos, por los Dioses mismos hasta que su propia familia decidió aconsejada por un sobrenatural, cambiar de residencia.
Así fue como se encontró con los únicos ojos que le robaron una sonrisa y con ello, el corazón. Fue el Príncipe Valerius quien conquistó a la mujer con sólo una mirada, con una conversación tan banal para los oídos de sus padres quienes los vieron con extrañeza y al paso del tiempo, de las pocas semanas de su llegada, fue el propio varón quien no la dejó ni a sol ni a sombra y ella le correspondió con todo su espíritu. Tomados de las manos se les podía ver por los pasillos, en las reuniones de la polis, en las festividades tras que ella cumplía con su papel de sacerdotisa. El amor que entre ambos se sentía era tan intenso que muchos lo miraron con envidia, otros con un anhelo intenso de ser protagonistas de algo así. Palabras dulces al oído, besos castos, caricias que no satisfacían sus anhelos si no que incrementaban sus ansias por estar tan unidos que nadie los separara. Y no lo hizo, su amor fue un tributo a los Dioses y como tal, fue consumado en el altar. Entre suspiros y dulzuras, mimos impregnados de sensaciones tan potentes que el propio cielo hizo caer sus estrellas hacia la tierra. Una bendición a los enamorados... a los ahora amantes.
Y en la realidad del futuro, Astrea aspira aire al tiempo que las nuevas sensaciones se estancan en su corazón, en su piel, en cada parte que él recorre entre besos y caricias. Su fisionomía contrastando con la masculina, siendo un equilibrio, una equidad. Ella sonríe cuando él besa sus labios, entre mortales instantes en que se olvidan de todo que no sea ellos mismos, en ese sentimiento que creció con los siglos, que es una sintonía desencadenada en una pasión que sólo logra su cénit con la compañía precisa: el otro consorte. Quien no entienda la esencia del matrimonio jamás comprenderá por qué han durado tantos milenios juntos. Amándose como la primera vez, ella sonriendo ante los avances de su marido que desprende el broche que sujeta su túnica que lenta, sinuosa y sensualmente, recorre palmo a palmo el cuerpo perfecto de la vampiresa hasta caer perdiendo toda belleza a los pies de quien se la otorgaba. Sirat sonríe ofrendándole su desnudez, cada parte de su ser que él conoce mejor que nadie. Aspira aire una vez llevando las manos a la camisa masculina para muy lento sacarla del interior de los pantalones y pausadamente abrir botón a botón para revelar la viril presencia musculada que le arrebata un suspiro de pasión.
- ¿Cómo olvidarlo? Si bien había sido anunciado mi matrimonio con un héroe, mi padre durante algunos momentos se sintió ofendido porque no me habías respetado. Porque aún los tabúes de una unión carnal existían tan férreos como en la realidad - termina la labor de sus manos y lento va desprendiéndole de la camisa, dejándola caer admirando cada músculo, cada parte de su piel y lleva sus labios con adoración a donde la vena principal late en el cuello masculino. Abre los brazos y los coloca tras la nuca masculina, acariciando el cabello de su nuca con la diestra y la siniestra, recorre muy lento su hombro y luego, su espalda aspirando su aroma, deleitándose en él, suspirando feliz, pegando con sosegados movimientos su tórax contra el de su marido - Mi padre se opuso a entregarme en matrimonio y aún recuerdo lo fuerte que fueron las palabras entre el Rey que nos apoyaba y mi progenitor. Hasta que los Dioses hicieron acto de presencia, un rayo ¿Lo recuerdas? Aún puedo ver cómo iluminó todo el cielo hasta caer con violencia contra el árbol que mi padre adoraba, como un castigo por atreverse a negar lo que las parcas habían predicho: mi unión contigo. No había duda alguna... y cedió. Mi adorado padre tuvo que entregarme. ¿Sabías que en nuestras nupcias me pidió perdón? No quería que me alejara de él, sentía dolor de verme lejos de su casa. Es por eso que me fue permitido continuar con mis labores de Sacerdotisa. Cuánta sorpresa fue el ver que aún podía predecir con tal intensidad y sin errores - su mano delinea el rostro de su esposo: sus cejas, sus sienes, su nariz, los pómulos altos, el mentón hasta detenerse en sus labios muy lento.
Sus orbes amatistas se encuentran con los de su esposo durante una fracción de segundo, antes de ponerse de puntitas a pesar de los altos tacones y depositar con devoción un beso en esos labios tan deliciosos, de los que es adicta desde hace demasiado tiempo. Entre caricias, muy lentas, muy dulces, sus pliegues le indican cuánto es lo que lo ama, una succión lenta, un mordisco cariñoso, sus lenguas encontrándose en tanto ella, desnuda en su oficina, se vuelve a ofrendar como en aquél momento. Aspira aire y lo suelta en el instante que el beso se termina. Sus pestañas se levantan muy lento hasta fijar la mirada en él, llevando una mano hacia su propio uello su uña abre la piel dejando que un par de gotas resbalen por la superficie marfileña incitándolo a beber. De reojo lo observa en tanto que lleva ambas manos a la nuca del vampiro, recargándose contra él en total franqueza y confianza haciendo a un lado la guadaña para que él tenga un acceso perfecto a la herida, ya sea para tomarla con sus dientes o cerrarla colocando la cabeza en su hombro cerrando los ojos. - Nuestra boda fue magnífica, pero más cuando descubrí que estaba embarazada... aún recuerdo tu expresión - ríe feliz llevando una mano hacia su vientre marchito ya, pero en aquél entonces albergó la semilla de su marido en varias ocasiones. Sus cuatro hijos... las cuatro ramas del árbol que eran ambos.
{Memoria plena potestas, tum gaudia et dolores.}
-- Recuerdos llenos de poder, de alegrías y tristezas por igual. --
Astrea Di Angelo- Vampiro Clase Alta
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Re: Ad finem vitae valet (Agharta) (Francoise Devoire & Astrea Di Angelo)
Dos seres creados no como espejos de otro, sino como dos piezas de un puzle que encajan a la perfección, complementándose para ser un solo gran lienzo. Aquella es la mejor manera de retratar lo que son ambos líderes son, dos trozos de una sola tablilla que fuese separada para luego, con el paso de los años encontrarse para volver a revelar los secretos que en ella se han plasmado. Tal vez esa sea la gran razón que el destino ha tenido para separarlos a los largo del camino que se definiese para ellos. Pues sí, aun cuando los escépticos reniegan de la majestuosa labor de las moiras, aquellas damas tejedoras del destino, ellas no reniegan de los mortales y así fue como dos seres tan distintos se cruzaron un día para construir grandes ideales entre seres irreales. Fueron estas damas las celestinas de un romance del que muchos renegaron y otros envidiaron, las mismas que velaron aquel primer encuentro carnal bajo la atenta mirada de los dioses, ellas mismas fueron las artífices de aquel primer desencuentro entre ambos, separándolos los algunas décadas hasta que finalmente sus cuerpo se enlazaron como en el primer encuentro, imitando a esas almas que sin importar los quiebres, siguen fundidas en una.
Así, entre la palpitante luz de las antorchas el embriagante aroma a mirra, guiados por las ansias de unir sus caminos que joven heredero al trono, conocido como Valerius se abrió paso entre suaves caricias y besos sedientos ente las alas de la joven sacerdotisa a quien llamasen Sirat. Desde aquella noche ni la más sanguinaria de las tormentas podría separarlos, aun cuando los espejismos de la adversidad les hagan creer lo contrario. Tiempo para profesarse su amor es lo único que les falta en al eternidad que se les ha otorgado para vivir juntos, pues no hay palabras ni caricias suficientes, quizás lo único que alcanza ser un atisbo de ese amor son las miradas cargadas de sentimientos que ambos comparten cada vez que están en la misma habitación - Hacerte mi mujer, fue un sacrilegio bendecido por los dioses - susurro el hombre contra los labios de su consorte, calmo saboreando el aliento de ello con esa pasividad que le dan los años de profesarse amor de cuantas formas se puedan imaginar los mortales, incluso aquellos modos que escapan al conocimiento de la imaginación.
Lentamente el vampiro toma entre sus manos el rostro de su amada para ver esos ojos violáceos que tanto le embelesan, cada segundo de la vida de ambos está grabado en esas amatistas que ella tiene como ojos. Despacio se acerca para rozar su nariz con la de ella, una intima proximidad tal cual como se encuentran esas almas, unidas en su propio sentir. La desnudes de sus pieles es solo un reflejo del estado en que ellos se encuentran, sin corazas ni secretos el uno para él otro - Eternidad, en una sola palabra cabe todo el sentimiento que albergo por ti - agrega mientras sus dedos bajan por la piel de porcelana de ella. Tersa y fría, pero que puede contener los más álgidos calores de dos amantes, acariciar el cuerpo de su Sirat es como si un artista esculpiese con sus propias manos a más perfecta creación concebible. Contornea sus hombros y su silueta hasta detenerse en su angosta cintura, aquella que sin importar cuántos hijos albergase no deja de engatusarle por su perfección.
- Podría jurar que bajaste del Olimpo para ser mi compañera - la voz grave se escucha contra la piel de ella antes de depositar un beso fugaz en él su barbilla, y así, como si alzase una pluma se incorpora con ella entre sus manos para depositarla sobre el mármol del escritorio. La desnudes de ella es del todo una ensoñación un delirio para cualquier hombre, la gloria ya la perdición de uno solo, del Sanat Kumara. Pero no hubo mayor gloria que la que vivio hace milenios, cuando en una escena muy similar ella le anuncio el mayor regalo que a vida le puede dar, sonrió enigmático hasta acariciar el vientre ahora vacio de ella - Cuatro veces acunaste vida en ti, vida que se multiplico con nosotros como testigos - relato contra su piel mientras baja por ella hasta besar la matriz de su consorte, aquella que le diese tantas alegrías.
Con sus manos sobre los muslos de ella el vampiro se deleita con saborear el vientre de ella, rememorando como le profesase su alegría cada vez que ella le anunciase la pronta llegada de su descendencia, cuatro hermosos hijos ella le diese como humana. Como inmortal le entrego aun más herederos, pero nunca la alegría se comparo con aquella que fue recibir a su primer hijo, un varón que portase los ojos de su madre, ese violáceo matiz que cautivase a más de un incauto. ¿Quién puede creer que aquellos ojos serian la red que atrapase a los desprevenidos? Nadie pues ese es el peligro de la belleza, embelesa y emboba los sentidos al punto que se pierde toda noción de lo real - Me gusta perder la cordura en tus pliegues - confiesa entre las risas nerviosas de su consorte, las mismas que acompañase aquel primer beso que ella le permitiese. Un beso que no necesito del roce de sus labios, sino de la cercanía de sus respiraciones en un beso esquimal un triunfo para él y para ella, cepa que lleva a anhelar aun más.
De mismo modo en que se arrodillo a sus pies se incorporo para rodearla con sus brazos y hablar contra uno de los engalanados oídos de ella- Pero más me gusta, saber que aun te estremeces con el roce de mi respiración - y tras esa frase aspira el aroma de sus cabellos de cuervo, los mismos en que tantas veces enredases sus dedos antes de alcanzar la cima del más dulce placer compartido entre los jadeos más armónicos que dos seres pudiesen compartir. Desde las caderas de ella sube por su espalda, presionando sus dedos en un camino tantas veces recorrido y paladeado en los momentos de intimidad que ambos dedicasen a profesar su amor, a reinventar aquellas cuatro letras en que puede caber el mundo, su universo, el de dos amantes del destino y que ellos encontrasen millones de nuevas maneras de expresarlo.
- La madre de mis hijos, mi compañera y amiga… consorte, pero por sobre todo mi amante - entre besos bajo por su cuello y hombro, con palabras que reflejan solo una ínfima parte de lo que es ella para e líder en tiempos de guerra. Mil mujeres podrían intentar asemejarse a ella, pero ninguna será más que un espejismo de la real, pues como su Sirat solo una y es la original, aquella de quien se enamorase la vez primera en que sus miradas se cruzasen - Cada día a tu lado bendigo a los dioses por hacerte para mi, cada noche evoco los momentos vividos… y no me arrepiento de ninguno, más que las veces que nos hemos separado…-un prologando suspiro que esconde la angustia de la distancia impuesta por quienes les uniesen - Y aun así, ese tiempo sin ti, sirvió para apreciar lo que somos juntos… mi bien amada Sirat -
Así, entre la palpitante luz de las antorchas el embriagante aroma a mirra, guiados por las ansias de unir sus caminos que joven heredero al trono, conocido como Valerius se abrió paso entre suaves caricias y besos sedientos ente las alas de la joven sacerdotisa a quien llamasen Sirat. Desde aquella noche ni la más sanguinaria de las tormentas podría separarlos, aun cuando los espejismos de la adversidad les hagan creer lo contrario. Tiempo para profesarse su amor es lo único que les falta en al eternidad que se les ha otorgado para vivir juntos, pues no hay palabras ni caricias suficientes, quizás lo único que alcanza ser un atisbo de ese amor son las miradas cargadas de sentimientos que ambos comparten cada vez que están en la misma habitación - Hacerte mi mujer, fue un sacrilegio bendecido por los dioses - susurro el hombre contra los labios de su consorte, calmo saboreando el aliento de ello con esa pasividad que le dan los años de profesarse amor de cuantas formas se puedan imaginar los mortales, incluso aquellos modos que escapan al conocimiento de la imaginación.
Lentamente el vampiro toma entre sus manos el rostro de su amada para ver esos ojos violáceos que tanto le embelesan, cada segundo de la vida de ambos está grabado en esas amatistas que ella tiene como ojos. Despacio se acerca para rozar su nariz con la de ella, una intima proximidad tal cual como se encuentran esas almas, unidas en su propio sentir. La desnudes de sus pieles es solo un reflejo del estado en que ellos se encuentran, sin corazas ni secretos el uno para él otro - Eternidad, en una sola palabra cabe todo el sentimiento que albergo por ti - agrega mientras sus dedos bajan por la piel de porcelana de ella. Tersa y fría, pero que puede contener los más álgidos calores de dos amantes, acariciar el cuerpo de su Sirat es como si un artista esculpiese con sus propias manos a más perfecta creación concebible. Contornea sus hombros y su silueta hasta detenerse en su angosta cintura, aquella que sin importar cuántos hijos albergase no deja de engatusarle por su perfección.
- Podría jurar que bajaste del Olimpo para ser mi compañera - la voz grave se escucha contra la piel de ella antes de depositar un beso fugaz en él su barbilla, y así, como si alzase una pluma se incorpora con ella entre sus manos para depositarla sobre el mármol del escritorio. La desnudes de ella es del todo una ensoñación un delirio para cualquier hombre, la gloria ya la perdición de uno solo, del Sanat Kumara. Pero no hubo mayor gloria que la que vivio hace milenios, cuando en una escena muy similar ella le anuncio el mayor regalo que a vida le puede dar, sonrió enigmático hasta acariciar el vientre ahora vacio de ella - Cuatro veces acunaste vida en ti, vida que se multiplico con nosotros como testigos - relato contra su piel mientras baja por ella hasta besar la matriz de su consorte, aquella que le diese tantas alegrías.
Con sus manos sobre los muslos de ella el vampiro se deleita con saborear el vientre de ella, rememorando como le profesase su alegría cada vez que ella le anunciase la pronta llegada de su descendencia, cuatro hermosos hijos ella le diese como humana. Como inmortal le entrego aun más herederos, pero nunca la alegría se comparo con aquella que fue recibir a su primer hijo, un varón que portase los ojos de su madre, ese violáceo matiz que cautivase a más de un incauto. ¿Quién puede creer que aquellos ojos serian la red que atrapase a los desprevenidos? Nadie pues ese es el peligro de la belleza, embelesa y emboba los sentidos al punto que se pierde toda noción de lo real - Me gusta perder la cordura en tus pliegues - confiesa entre las risas nerviosas de su consorte, las mismas que acompañase aquel primer beso que ella le permitiese. Un beso que no necesito del roce de sus labios, sino de la cercanía de sus respiraciones en un beso esquimal un triunfo para él y para ella, cepa que lleva a anhelar aun más.
De mismo modo en que se arrodillo a sus pies se incorporo para rodearla con sus brazos y hablar contra uno de los engalanados oídos de ella- Pero más me gusta, saber que aun te estremeces con el roce de mi respiración - y tras esa frase aspira el aroma de sus cabellos de cuervo, los mismos en que tantas veces enredases sus dedos antes de alcanzar la cima del más dulce placer compartido entre los jadeos más armónicos que dos seres pudiesen compartir. Desde las caderas de ella sube por su espalda, presionando sus dedos en un camino tantas veces recorrido y paladeado en los momentos de intimidad que ambos dedicasen a profesar su amor, a reinventar aquellas cuatro letras en que puede caber el mundo, su universo, el de dos amantes del destino y que ellos encontrasen millones de nuevas maneras de expresarlo.
- La madre de mis hijos, mi compañera y amiga… consorte, pero por sobre todo mi amante - entre besos bajo por su cuello y hombro, con palabras que reflejan solo una ínfima parte de lo que es ella para e líder en tiempos de guerra. Mil mujeres podrían intentar asemejarse a ella, pero ninguna será más que un espejismo de la real, pues como su Sirat solo una y es la original, aquella de quien se enamorase la vez primera en que sus miradas se cruzasen - Cada día a tu lado bendigo a los dioses por hacerte para mi, cada noche evoco los momentos vividos… y no me arrepiento de ninguno, más que las veces que nos hemos separado…-un prologando suspiro que esconde la angustia de la distancia impuesta por quienes les uniesen - Y aun así, ese tiempo sin ti, sirvió para apreciar lo que somos juntos… mi bien amada Sirat -
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