(Libre) Callejones de París

por Invitado Sáb Jul 03, 2010 8:35 pm

¿Alguna vez te has parado a pensar que es realmente aquello a lo que llamamos un monstruo? La respuesta de la mayoría sería decir que es aquello que nos asusta o que realiza actos que para nosotros rozan lo macabro o que incluso alcanzan lo censurable. Mi respuesta a esa pregunta es clara y concisa, el ejemplo de un monstruo, soy yo. Un ser que no tiene aprecio a nada en la vida más que a si mismo y que disfruta manipulando a las personas. Un individuo capaz de asesinar a un miembro de su misma raza sin pestañear, simplemente para ampliar sus conocimientos. Yo soy un monstruo, y disfruto siéndolo.

Acabo de llegar a París y en este tiempo he podido comprobar que quedan pocos recuerdos de la que fue mi ciudad natal. El contraste entre el organizado estilo de vida oriental y el que llevan en occidente, tampoco me ayuda demasiado. En mi opinión, los desechos sociales caminan demasiado cerca de los individuos intelectualmente superiores, pero supongo que es la forma que tienen de vivir por aquí. Doblo la esquina de un callejón y me paro en seco, llevo escuchando las mismas pisadas siguiéndome durante los últimos diez minutos y su nuevo cambio de trayectoria me indica que efectivamente, por su intensidad, un hombre me está siguiendo. Desconozco los propósitos que tiene este individuo a la hora de seguirme, pero llevo demasiado tiempo sin practicar mi arte. Introduzco mi mano derecha dentro de mi gabardina negra y saco cinco agujas las cuales sitúo estratégicamente en mi mano izquierda. Me giro haciendo un pequeño reverso, y tan solo necesito un par de segundos de visión del cuerpo de mi perseguidor, para lanzar las agujas directamente a su corazón. El hombre se queda con la mano derecha alzada pero sin mover ni un músculo más.

Camino lentamente hacía él mostrando el gesto frío que suele caracterizar mi rostro. Las cinco agujas que acabo de lanzar, han atravesado la piel del individuo y se han situado alrededor de su corazón. El efecto que esto produce es una parálisis total de ritmo cardíaco, que en caso de ser acelerado por algún movimiento, provocará una explosión de su corazón debido a la presión ejercida por las agujas.-Caballero, cuál es la razón por la que está tan callado? No me diga que es eso, ¿lo nota verdad?, su corazón a punto de explotar. El hombre comienza a expulsar sangre por la boca y yo esbozo una sonrisa. Me pongo delante de él y le doy un leve empujón en el pecho. El hombre comienza a caer y en ese instante su corazón explota. Observo la escena bastante divertido, siempre me entretiene ver como se esfuma una vida.

Desvío ligeramente mi cabeza hacía la derecha al percibir que alguien me está observando desde las sombras del otro lado del callejón.

por **Juliette Blackwood** Mar Jul 06, 2010 2:30 pm

Había salido a pasear, intentando pasar por una mujer normal, vestida con una decencia que me era ajena, no me gustaba vestirme así, pero era lo que había que hacer para poder salir con algo de tranquilidad a la calle. Las cortesanas quienes guardaban entre sus sabanas muchos secretos eran aun mal vistas en las calles, por las mujeres recatadas y de buena familia, y no solo por ellas, sino que también por aquellos a quienes habían tenido en sus lechos, y de quien guardaban recelosamente sus secretos. Ya estaba acostumbrada, no había mucho que hacerle a aquel asunto.

Mi ropa no era tan sencilla como la de una mujer pobre, con todo lo que ganaba podía darme algunos gustos, pero no es el hábito quien hace al monje, y aun que me vistiese como una mujer decente, era obvio que era una prostituta, mi sonrisa, mi mirada experimentada, y la forma en que mis caderas se contoneaban al andar, todo aquello m me delataba a gritos. Era obvio que caminando por las calles de la ciudad atraía las miradas, de mis clientes del burdel, a los que ignoraba y de sus mujeres, y fueron las mujeres las que me metieron las que unieron al verme, encabezadas por una monja a darme un aburrido sermón, que no me interesaba oír. ¿Cuántos de esos sermones había oído en mi vida? ¿Decenas quizás? No, quizás eran más… No lo recordaba a ciencia cierta, pero siempre eran lo mismo. Los primeros los oí estoicamente, conteniendo las lagrimas, pero ahora, ya curtida por los años de profesión y con la piel y los oídos endurecidos a aquellas palabras que no tenían sentido para mi. – No me interesan sus palabras, no me harán cambiar- respondí orgullosa, e hice un gesto con la mano y salí corriendo raudamente de ahí, para perderme entre los callejones.

Acabé ocultándome en las sombras de uno de los callejones donde me metí, respirando agitada, maldiciendo a aquellas mujeres, algo molesta, esperaba que las cosas se calmaran para poder siquiera volver al burdel. Me mantuve en silencio unos minutos, atenta a la posible llegada de aquellas mujeres, no quería volver a verlas en un rato, respire profundo. Me quedé quieta sobretodo al notar a dos hombres en el lugar también. Observé en silencio todo lo ocurrido, como uno de los hombres parecía hacer algo al otro, a lo lejos y en medio de las sombras creí ver la sangre emanar de sus labios y luego desplomarse en el suelo. Ahogué un grito, cubriendo mi boca con las manos, algo impactada por lo que había visto – Mon Dieu- susurré con un hilo de voz, dando pasos hacia atrás, con la vista fija en aquel hombre.

por **Dimitri Lumière** Mar Jul 27, 2010 4:14 am

Aquella noche era aburrida como nunca lo había sido. Había terminado de "merendar" demasiado pronto, y ahora pensaba en qué hacer con el tiempo. Desde mi sillón de madera, cerca de la chimenea, observé los dos cuerpos de mujer que estaban desplomados en el suelo, junto a mí. Me levanté de la silla lentamente y me agaché junto a ellas. Sonreí.

-Eres perfecta -dije mientras acariciaba la silueta de una de las mujeres. Contorneé todo su cuerpo con mi roce, hasta llegar a su cuello, empapado de sangre.- Es una pena que hayas muerto.

Acerqué mi rostro al suyo, que tenía los ojos muy abiertos. Observé sus ojos azul parís, ahora sin vida, y sus labios entreabiertos. Recordé el momento en el que había exhalado su último suspiro de vida. Cerré los ojos. Sentí una fuerza poderosa dentro de mí, y un imparable placer se apoderó de mí.

-Adios, preciosa.

Besé sus labios y salí de aquella mansión fría y solitaria. Necesitaba más diversión.
Las calles parisinas estaban demasiado vacías. La noche no había hecho más que empezar, y aún no había nadie. Sin embargo, conforme avanzaba envuelto en mi esmoquin negro, mis sentidos empezaron a agudizarse. Había alguien cerca. Inspiré hondo, y fue suficiente para saber de qué se trataba. Humanos.
Avancé en la noche hasta que encontré a mi objetivo. Una preciosa mujer contoneaba sus caderas a unos diez metros de mí. No pude evitar seguirla. Sonreí.
Iba sumido en su forma de andar, de moverse, de mirar hacia los lados esperando no encontrar a nadie, cuando de repente, aquella mujer de cabello lacio y castaño se paró en seco. Temí que me hubiera descubierto, pero lo cierto es que era difícil saber con seguridad que yo estaba allí. Sin embargo, entendí enseguida lo que sucedía. Lo comprendí tan pronto que no me dio tiempo a controlarme. Olía sangre. Sí; era ese olor dulzón y apetitoso que me incitaba a desmembrar a aquel humano. Avancé hasta llegar junto a aquel hombre muerto, surgiendo desde las sombras de aquella mujer. Sin embargo, me di cuenta de que aquel cadáver ensangrentado no estaba solo, sino que había un hombre parado junto a él, probablemente su asesino. Miré a aquel hombre extrañado, y comprendí que no le agradaba que hubiese dos testigos del crimen que había cometido. Pero no podía pensar, me era imposible hacerlo con ese olor a sangre tan fuerte. Cerré los ojos y me imaginé bebiendo la sangre de aquel desgraciado, rompiéndolo en pedazos y arrancándole los dedos uno a uno. Abrí los ojos lentamente.
No, no merecía la pena. Lo poco que podía mantener en secreto de mi vida era mi propia naturaleza, y no merecía la pena echarlo a perder por un hombre. Sin embargo... Podía esperar a que se marcharan y beberme su sangre. Pero ya era demasiado tarde. Tanto el supuesto asesino como la preciosa mujer me habían visto, y tendría que fingir ser un humano normal. Además, me interesaba mucho más la sangre de la señorita.

-Creo que no ha sido buena idea -le dije al humano, señalando al cadáver que yacía junto a él.

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