AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Josephine Canterville.
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Josephine Canterville.
Edad: 23 años aparentes, 1500 reales.
Especie: Vampiro.
Tipo, clase social o cargo: Clase alta.
Orientación sexual: Bisexual.
Lugar de Origen: Roma, Italia.
Poderes: Encandilamiento: Esta habilidad hace que cualquier persona se sienta atraída ya sea físicamente o de cualquier otra manera a la persona poseedora del poder.
Persuasión: Capacidad de hacer que otras personas realicen acciones, sin que éstas puedan negarse, mediante palabras con entonación imperativa, es decir, ordenándolas.
Sanación acelerada: Habilidad para curar rápidamente de cualquier lesión.
Descripción física: Josephine es la físicamente la mujer que cualquier hombre desearía. De una belleza sobrehumana, es dueña del perfecto equilibrio entre lo voluptuoso y lo armónico. Sus largos cabellos dorados como rayos de sol y gruesos y seductores labios incitan al pecado, al lo que está siempre más que dispuesta. Sus ojos, rasgados y sensuales son profundos y azules como el océano mismo, impenetrables y misteriosos, que arden con el fuego de la inmortalidad. Su rostro, aunque femenino y exquisitamente perfilado, no derrocha sonrisas, sino que la mayoría de las veces su semblante es severo y frío, como su tersa y blanca piel. Su cuello, esbelto y largo resalta su busto generoso, que Josephine se encarga de lucir en un sensual y atrevido escote. Vientre plano y terso, piernas largas, algo delgadas, pero torneadas y fuertes. Ella toda evoca refinamiento, propio de una mujer de su clase social.
Descripción psicológica: Mírame, tócame, pruébame, siente como sabe el infierno.
No hay una palabra que describa con exactitud la personalidad de Josephine. Aunque generalmente suele lucir como una joven mujer de obnibulante belleza, esa forma corpórea no es más que el efímero envoltorio que mantiene enjaulado su espíritu, la verdadera esencia, el implacable demonio que realmente es. Discreta y peligrosamente impredecible, puede aparentar querer una cosa cuando en realidad desea todo lo contrario. Sus pensamientos y sus conversaciones son un constante juego de palabras, enredado e inentendible para aquellos que no saben enfrentarse a los seres oscuros, cargados de sarcasmo e ironía. Lo profundo y sinuoso de sus ideas y pensamientos, hace que le sea difícil expresarse con el léxico de los mortales, incluso de otros seres sobrenaturales, por lo que algunas veces le es difícil hacerse entender. Solamente sus más fieles amigos y su familia gozan (o gozaban) de su lealtad y confianza, pues suele ser despiadada e injusta con los desconocidos, e incluso con sus conocidos, a los que no dudaría ni por un segundo intentar persuadir e incluso deblegar a voluntad para lograr sus peores propósitos o por el siempre hecho de divertirse. Aunque la paciencia le sobra, la tolerancia es una virtud de la que carece.
A primera vista Josephine es encantadora, cálida y simpática con quién le conviene, fina y elegante, persuasiva y optimista, y una maldita déspota con aquellos que no necesita o no aprecia. Suele ser bastante prejuiciosa y tiene siempre presente su noble cuna, llevando bien marcado su perfil aristocrático, mirando con bastante desprecio a todos aquellos con una posición menor a la suya. Es una mujer capaz de manejar tanto a las personas como a las situaciones a su antojo, y no dudaría ni un segundo en poner sus intereses ante todo, manipulando lo que sea necesario para conseguir aquello que desea. Desde muy pequeña fue educada para tratar con monarcas y políticos de renombre, y dada su posición social y el título nobiliario del que gozó durante más de diez años, es una mujer capaz de manejar con diplomacia y educación cualquier situación que se le presente. Amante de los retos, las adivinanzas y las discusiones, utiliza todos los argumentos que sean necesarios para salir victoriosa siempre. Es caprichosa y se aburre con rapidez cuando las cosas que desea se le dan muy fácilmente.
Pecadora, maníaca, ninfómana, son tres cosas que Josephine sabe combinar a la perfección. No conoce la fidelidad ni las verdades absolutas, como tampoco el miedo o el amor (o eso cree).
Arrogante, soberbia, vanidosa, fogosa y egocéntrica, puede fingir muy bien ser una chica amable y con buenas intenciones, pero siempre detrás de esa máscara de bondad se esconde su espíritu salvaje, indomable y ambicioso, el ser avaro y malvado que solo desea destruir. Nada le gusta más que el sexo y la sangre que los humanos le proveen. Tan astuta como sensual, utiliza sus atributos, encanto e inteligencia para poner en su camino a quien ella desea y sacar a quién ya no necesita, manejando el arte de la persuasión con una facilidad, frialdad y discreción fascinantes. Escoge a sus víctimas con cuidado y antes de darles una lenta y dolorosa muerte las envuelve en sus maquiavélicos y perversos juegos, seduciéndolos, obligándolos a saciar sus más bajos deseos carnales hasta alcanzar el clímax.
Además de los placeres que la carne brinda, Josephine disfruta de los lujos y del poder. Ese poder que tanto desea, que nunca es suficiente, y por el que siempre está luchando.
Diestra tanto para las artes como para las ciencias, debido a que su educación estuvo a cargo de las mejores institutrices y maestras que el dinero de su pudiente familia pudo comprar.
Historia: SENATVS POPVLVSQVE ROMANVS
Padre: Caesar Augusto, Emperador del Imperio Romano perteneciente a la dinastía Julio-Claudia.
Madre: Irilia Sabina, perteneciente a los patricii (clase social dominante que poseía todos los privilegios tanto judiciales como políticos y fiscales).
No tiene hermanos, ni tampoco reconoció jamás a ningún miembro de la familia paterna como suyo, y tras asumir el título de Emperatriz, otorgado por el Senado, ordenó a sus tíos y primos abandonar Roma, negándoles su legítimo derecho a la fortuna de la familia y condenándolos al exilio, error que le costó su lugar en la historia.
El Imperio se extendía con una rapidez sorprendente, expandiendo su control todo en torno al mar mediterráneo, haciendo que esas vastas extensiones de tierra se volvieran difíciles de manejar, ya que el Senado no podía abandonar la capital. En aquellos años, la figura de Julio César surgió, deseosa de poder, conquistando la Galia y tras una guerra civil, la República comenzó a perder estabilidad, mientras el César desafiaba la autoridad del Senado y de Pompeyo, declarándose pronto dictator perpetuus, osadía que enfureció a los miembros más conservadores del Senado, quienes planearon su muerte y la ejecutaron durante el Idus de marzo, dentro de las paredes del propio Senado, suponiendo que así lograrían en reestablecimiento de la República, cuyo regreso fue más que efímero. Octavio, el hijo adoptivo de César, se guardó los rencores, convirtiéndose años más tarde en el primer Emperador de Roma, derrotando primero a los asesinos de su padre y luego a Marco Antonio, quién se había refugiado en tierras egipcias para planear junto a la Reina Cleopatra VII la ambiciosa conquista de Roma, siendo vencidos una vez más por el legendario Octavio, que tras el regreso a su patria siguió conservando el régimen político imperial aún manteniendo las formas republicanas. En el año 27aC el Senado le otorgó a Gauis Iulius Caesa Augustus el título de Imperator.
Éste contrajo matrimonio en el año 23aC con Irilia Sabina, una joven de familia aristocrática de gran influencia en Roma. Pese a su frágil y dulce apariencia, la joven y hermosa Irilia era nada menos que una de las mujeres más déspotas y ambiciosas que caminaban sobre la tierra, y pronto sedujo a César Augusto, engañándolo y prometiéndole un largo y próspero reinado, abstento de guerras civiles y desórdenes, además de incalculables riquezas. Así Irilia manipuló al Emperador, moviendo estratégicamente las fichas desde el punto más influyente del sistema político. Usó a aquel hombre a su antojo para engendrar una hija, quien heredaría así todo el Imperio luego de algunos años. Su hija nació durante el invierno del año 7aC, y tras llevar a cabo sus maquiavélicos planes, Irilia se marchó de Roma sin previo aviso, dejando a la pequeña Camilia Octavia (nombre con el que se conocía a Josephine en aquel momento) en manos de su padre, que estaba demasiado ocupado gobernando un Imperio en constante expansión como para encargarse de ella. Y aunque siguió viviendo en la misma casa, la custodia de Camilia estaba en manos de las damas de compañía de Irilia y de los esclavos, que hacían lo imposible para complacer a la niña, que día a día se volvía en un ser más insaciable y déspota. Pronto la pequeña comenzó a tener comportamientos extraños, bastante extravagantes para lo que era costumbre en la época. Fué sorprendida varias veces hablando la lengua de los galos y los griegos, aunque nunca había sido instruída para eso. César Augusto subestimó los consejos y las advertencias de los aterrados tutores de Camilia y ordenó que no se hablara más del tema. La adolescencia de la joven transcurrió aparentemente normal y feliz, mientras en su interior comenzaban a despertarse cada vez con más fuerza, con una impetuosidad demencial, las ansias de poder y muerte. Pensó varias veces en asesinar a su padre y convertirse así en dictadora, pero asumió que el frágil equilibrio civil y la paz que había en Roma eran fruto de la capacidad de su padre para disfrazar una monarquía dinástica en un gobierno de apariencia republicana. Se guardó su secreto y sus crecientes ansias y se dedicó a escuchar, mirar y aprender. Sabía que y quién era, aunque nunca nadie se lo había dicho, pues aquel sentimiento era más fuerte que las palabras, que no eran necesarias cuando la escencia le decía a uno que provenía del mismísimo infierno. Sabía que era hija de los pecados, y que estaba en el mundo porque tenía cosas importantes que hacer.
El mandato de César Augusto terminó en el año 14dC, cuando Camilia tenía apenas 21 años, y pronto ésta fue nombrada Emperatriz, convirtiéndose así en la gobernante más joven después de Octavio de los Julios y en la primer mujer en asumir el poder. Durante los pocos meses que duró como Emperatriz se transformó en la mayor tirana de la historia de Roma. Mandó al exilio a sus parientes y ordenó que se les ejecutara, se autoproclamó hija de Plutón y mandó construir un templo en su nombre, donde exigía realizar cinco sacrificios humanos cada día para su padre divino, para los dioses del Tártaro y para ella. El Senado, escandalizado por los actos infames de Camilia le pidió de buena manera que reestableciera el orden, cosa que la joven rechazó con soberbia, amenazando a los ancianos senadores y maldiciéndolos ante los dioses de los infiernos, mientras alzaba las manos sentada en su sillón en la cámara, y pronunciaba palabras en un idioma desconocido, hasta que afuera se desató la peor de todas las tormentas que hubieron azotado la ciudad en cientos de años.
Nadie se atrvió a volver a negarle ni discutirle nada, y ella siguió sumiendo al Imperio en la miseria, cada vez de forma más devastadora. La guerra civil era solo el comienzo, pues mientras en la capital reinaba el caos y el hambre, la Emperatriz había enviado veintisiete legiones hacia Asia para expandir más su territorio. Su sed de poder estaba acabando con la prosperidad de Roma...
Más pronto de lo esperado el Senado estableció una alianza con los familiares de César que en el exilio habían escapado a la ejecución ordenada por Camilia, formándose un complot cuyo objetivo era apoderarse del Imperio y asesinar a la tirana, tal como se había hecho años antes con Julio César. Tras juntar suficientes hombres como para enferentar los ejércitos de la Emperatriz que aún se hallaban custodiando Roma, marcharon proclamándole la guerra y asegurando a la plebe y los patricios la restauración de la paz, obteniendo así su apoyo, que fué la clave para destronar a Camilia. Ésta, viendo que no tenía otra opción, abandonó la ciudad antes de que su propia familia la asesinase, dirigiéndose a África, donde vivió durante muchos años, siendo despojada no solo de su título sino también de su herencia. Una nohe, que quizá su memoria borró casi por completo, se encontraba viajado hacia Ejipto, cuando su caravana fue emboscada, por lo que todos pensaron, eran ladrones. Sin embargo, durante unos segundos Camilia solo logró escuchar el sonido de una respiración, fuerte, masculina. Dos ojos verdes, brillantes como las estrellas se colaron por la portezuela del coche, y unos segundos más tarde -cosa que no comprendió sino casi veinte años más tarde- un dolor lacerante y desgarrador la invadió por completo, pero mientras se sumía en la inconciencia sintió las frías manos de aquel aterrador ser acariciar con lujuria su carne. El extraño la mordió y en el silencio agónico de aquella noche bebió su sagre, llevandose sorbo a sorbo los últimos alientos de vida de la joven Camilia. ¿Qué sucedió luego?... es algo que jamás supo. Sin embargo, tras el incidente, y temiendo por su vida, la joven se dirigió a Alejandría, donde un amigo de su padre, tras oír con detalle los sucesos fue capaz de decirle lo que sus oídos tanto ansiaban escuchar.
Y aquella transformación fue para Camilia el mayor regalo que los dioses jamás hubiesen podido darle.
A partir de ese momento no volvió a pisar el suelo romano, pues el odio que sentía por su familia y los traidores del Senado -que una vez más demostraban ser capaces de cualquier cosa con tal de mantener todo bajo su control- era demasiado fuerte como para mantenerlo a raya, y temía que la ira se volviera contra ella. Durante la Edad Media se marchó a Inglaterra -aún con el orgullo herido- donde utilizó todo su poder y facultades mentales para recuperar su fortuna, objetivo que logró en muy poco tiempo. Allí adoptó el nombre de Josephine Canterville, que conservó hasta el presente. Luego, hastiada de aquel lluvioso país, viajó a Francia. Pasó años enteros integrada entre los monarcas franceses, siempre en pos de destruír a todos los seres humanos con los que trataba. Fué la amante de varios Reyes, a los que sedujo y llenó de malas intenciones, obligándoles a realizar ejecuciones y convenciéndolos de tomar las decisiones que le servían más a sus propios intereses que al país. Ahora, tras tantos años y con la experiencia que casi acabó con ella, lograba sus propósitos con evidente facilidad y muchas más inteligencia y premeditación. Se había transformado en un ser mucho más oscuro y malvado que su propia madre, y tan rápido como deseaba algo lo obtenía. En el año 1315 contrajo matrimonio con el Príncipe Philippe VI de Valois, enceguecida por el poder, por supuesto no había amor forjando ese lazo. La oscuridad la rodeaba, y tras su ingreso a la corte sucedieron uno tras otro cientos de eventos nefastos. Sin olvidar que durante el siglo XIV la peste bubónica azotó todo Europa, y que tras la coronación de Felipe como Rey de Francia, Enrique III Rey De Inglaterra y pretendiente del trono francés, inició hostilidades contra Francia, iniciando así la Guerra de los Cien Años. Cada vez que se le preguntaba a Josephine sobre su pasado, ella comenzaba a hablar en algún idioma extranjero, o se pasaba horas contando una historia tan entreverada que su interlocutor se veía forazdo a dejar de preguntar. Era una mujer educada, pero indudablemente extraña, con una mirada que no ocultaba su evidente perversidad. Pronto la Iglesia, enterada del extraño e inusual comportamiento de Su Majestad la Reina, metió las narices en el castillo, enviando espías que se encargaban de extraer información sobre Josephine. No pasó mucho tiempo hasta que fuese acusada de brujería, acusación a la que ella respondió con un irónico “¿Bruja?, ¿Qué he hecho para que me subestimeis tanto?”. Sin embargo hombres de alto rango eclesiástico siguieron insistiendo, y en vista de que pronto sería juzgada y condenada a muerte, decidió marcharse y volver a Italia. Una vez más, su ambición y su espíritu mezquino le habían jugado una mala pasada. Comenzaba a cansarse de ser tan impetuosa y descuidada, y a sospechar que nunca lograría imponerse en el trono durante mucho tiempo, pues le era inevitable ser una maldita, al fin y al cabo, eso es lo que era.
Se estableció en la ciudad de París, donde compró una enorme mansión, que aunque era lujosa, no podía compararse con los colosales palacios y castillos donde había pasado la mayor parte de su vida. Debido a su impresionante belleza era constantemente cortejada por toda clase de hombres, a los que usaba a su antojo para satisfacer sus deseos y fantasías sexuales y para conseguir algunas nimiedades, trivialidades que le maravillaban. Sin embargo nada le duraba mucho tiempo, y eso comenzaba a preocuparle. Mucho tiempo después de haberse instalado allí, cuando las riquezas comenzaban a menguar debido al despilfarro, las fiestas y la vida bastante descarrilada que llevaba Camilia, conoció a un hombre de alcurnia, un hombre incalculablemente rico, que se enamoró con locura de ella... De la mujer equivocada que pronto sintió repulsión y asco por ese viejo decrépito, pero que su dinero y su influencia en la sociedad francesa eran dos cosas que sedujeron de inmediato su avaricia. No necesitaba ningún preámbulo de coqueteo ni cortejo, ella iría directamente a lo que el quería. Se casaron tan deprisa que él ni siquiera tuvo tiempo para darse cuenta que aquella hermosa mujer le tenía deparada la mejor de las muertes. Tras la boda -muy sencilla e íntima- se fueron de luna de miel a Oriente. Durante la noche de bodas el viejo tuvo la oportunidad de desnudar la carne de su esposa, de contemplar ese sagrado templo que era su monumental cuerpo. Ella, le observó una y otra vez con una mirada llena de lujuria, lascivia, indecencia, pecado, promiscuidad, depravación y muerte. Lo tumbó sobre la cama y dejó que sus manos arrugadas y engalanadas con el oro más puro y los diamantes más espectaculares le recorrieran la piel febril, ansiosa y anhelante. Ella le susurró al oído un sinfín de pecaminosas palabras, mientras él cayendo en el más oscuro de los deseos comenzaba a sentir dificultad para respirar, en tanto su amante -con una mirada desquiciada y perversa- hundía su miembro apenas erecto en su carne, moviéndose como loca para obtener placer. Ahora su precioso rostro se había desfigurado, era el rostro de un demonio, con la mueca más horrible que alguien pudiera imaginar, burlona y maldita. Le hacía el amor como un animal, entrando y saliendo con una violencia estremecedora, y con una fuerza descomunal. Sus huesos le dolían, sus pulmones casi no respondían, estaba sediento de aire. Intentó en vano quitarse aquella mujer de encima, pero ésta no le permitió ni el más mínimo forcejeo, manteniéndolo debajo, tomado por las muñecas, mientras gemía y reía diabólicamente. Luego comenzó a sacudirlo mientras decía unas palabras en algún idioma que él no podía reconocer. Estaba aterrado y sin energías, quería decirle que le dejara en paz, que le daría lo que fuera pero que le dejara en paz. Pero no podía hablar. Ella le lamió el pecho con una lengua larga y bífida, como una serpiente se arrastró sobre su cuerpo exhausto, clavando sus uñas en la carne trémula. Él se retorcía como un cerdo a punto de ser sacrificado mientras ella, tomaba el cuchillo con el que horas antes habían cortado la carne que los había alimentado, y mientras ofrecía su cuerpo y su sangre a Plutón y los dioses del Tártaro le clavó la hoja de acero justo en el corazón. El viejo exhaló y ella siguió apuñalándola una y otra vez, hasta que el lecho quedó empapado en el vital fluído. Que luego lamió entre risas victoriosas.
Y ese espectáculo, este festín que le brindaba infinita satisfacción se repitió muchas veces, mes tras mes, año tras año. Sin embargo, con el correr del tiempo, la experiencia le enseñó muchas cosas. La más valiosa de todas fué la paciencia. Ser paciente, saber esperar el momento, el lugar indicados... No precipitarse ni dejarse manipular por la codicia. Fue así como Josephine se convirtió en una mujer mucho más precavida. Aprendió a esperar, premeditar, aprendió a controlar sus ansias de poder, a no dejar que éstas le nublaran la vista. Y desde entonces se volvió mucho más mortífera... Como la más ponzoñosa de las serpientes, esperando detrás de su propia sombra el momento oportuno para atacar, y con una única y firme estocada hundir los colmillos en la carne y verter todo el veneno, todo el odio y el dolor de una sola vez.
“Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra, y delante de los reyes te pondré por espectáculo”(Ezequiel 28:17).
Última edición por Josephine Canterville el Lun Abr 30, 2012 1:25 pm, editado 7 veces
Josephine Canterville- Vampiro Clase Alta
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Re: Josephine Canterville.
Cuando termines postea acá mismo para que un miembro del staff pase a aprobar tu ficha
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Está lista.
Josephine Canterville- Vampiro Clase Alta
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Re: Josephine Canterville.
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Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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