Auguste Moreau

NOMBRE DEL PERSONAJE: Auguste Moreau

EDAD: 45 (Real); 23 (Aparente)

ESPECIE: Licántropo

CLASE SOCIAL: Baja

ORIENTACIÓN SEXUAL: Bisexual

LUGAR DE ORIGEN: Clermont-Ferrand (Auvernia), Francia

PODERES Y HABILIDADES: Sentidos Aumentados; Agilidad y Reflejos Sobrehumanos; Visión Térmica; Memoria Sobrehumana; Sanación Acelerada.

DESCRIPCIÓN FÍSICA: Es un hombre de altura promedio, poco más de 1.80 metros. Contextura atlética, de músculos definidos por un trabajo físico habitual y una sombra ligera de vellos. Su rostro es de facciones severas, temple hostil y mirada torva. Sus ojos, de un verde más bien opaco, aceitunado, son ventanas rejadas a su mundo interior. Las sonrisas son efímeras, esporádicas, casi excepcionales, olvidadas en gran medida, aunque inevitablemente genuinas. Hombre también de movimientos toscos, quizás torpes, aunque ágiles y precisos cuando responden a un fuerte instinto de supervivencia. Por último, su forma de vestir es a menudo descuidada, muy casual, comandada por la primordial búsqueda de la comodidad.

DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA: Auguste es un hombre marcado por el dolor del pasado, la inestabilidad del presente y la incertidumbre del futuro. Es, en una sola palabra, un superviviente en esencia. Desconfiado, irascible y huraño. No demuestra respeto a quien no se lo ha ganado frente a sus propios ojos, y por esta razón pasa a menudo por grosero y soez. Duda de todo cuanto le rodea, incluyéndose a sí mismo. A causa de su carácter, es un "lobo solitario", por mucho que la expresión le desagrade. Más allá de alejar a todo quien intenta acercarse, es víctima de un profundo desinterés hacia cualquier tipo de compañía. Sin embargo, cuando encuentra el verdadero valor en una persona, se caracteriza por ser necesariamente incondicional. Por el dolor de la pérdida, se rehúsa a poseer. Y en el fondo, sólo está inmerso en una eterna lucha por sobrevivir de sí mismo, su mayor depredador.

HISTORIA: En una ciudad llamada Clermont Ferrand, ubicada en la región de Auvernia, Francia, Auguste Moreau nació de la unión de un reconocido profesor de matemáticas y una humilde comerciante. Al poco tiempo de su nacimiento, su padre falleció, víctima de una extraña enfermedad para entonces sin diagnóstico. Su madre, una mujer con alma de superviviente, contrajo matrimonio con un adinerado empresario del sistema bancario, quien la acogió junto con Auguste en una lujosa mansión.

Durante su infancia, Auguste conoció la hostilidad y el maltrato, enfrentándose al carácter autoritario de su padrastro. Su niñez en aquella mansión fue saboteada por largas jornadas de innecesario trabajo a las que era sometido, y con el tiempo fue creciendo como alguien solitario y agresivo, lleno de un rencor dormido.

A partir de sus veintitrés años, la estadía de Auguste en la mansión se volvió intermitente. Comenzó a ausentarse por varias temporadas en las que nadie conocía su paradero, excepto su madre, con quien mantenía contacto a través de cartas esporádicas, además de breves visitas que realizaba a la mansión. Y fue durante una de estas breves visitas cuando el destino llamó a Moreau y su vida cambió radicalmente.

Se acercaba a la mansión, tal y como lo había hecho ya meses atrás. Cruzó el rejado trasero y atravesaba el amplio jardín, tan silencioso como la muerte. La luna, antes oculta entre nubes cómplices, se desnudó y expuso en todo su esplendor. Una luna llena que, para sorpresa de Auguste, desató en él un dolor profundo y desgarrador. Estupefacto, Auguste cayó en el suelo, y guiado por aquella agonía descubrió en su torso una herida particular, similar a una mordedura.

Entonces lo recordó. Noches antes, se había involucrado en una pelea callejera que fue saboteada por la aparición súbita de una bestia demoníaca que acabó con la vida de los presentes, exceptuando la de Auguste. Nunca supo si había sido suerte o condescendencia, pero el único daño recibido había sido una mordida fugaz, interrumpida, en un costado de su abdomen. Esa noche había perdido la consciencia ni bien el incidente, y al despertar había restado importancia a aquello. Pero ahora el dolor volvía a nacer con mayor violencia, sacudiéndolo entre espasmos que pronto le nublaron la consciencia. Se sentía perderse a sí mismo en aquel jardín de su infancia, y luego todo fue oscuridad.

Sólo imágenes, imágenes, fotografías, recuerdos explícitos, de carne viva. De sangre viva.

Al día siguiente, Auguste despertó desnudo en una calle escondida y relativamente lejana a la mansión, aquejado por aquellos recuerdos que sólo podían pertenecer a la más horrible de las pesadillas. Aturdido, tuvo el impulso de regresar en búsqueda de alguna respuesta, pero un anuncio de prensa que en otras circunstancias hubiera pasado desapercibido lo detuvo.


Entonces, la pesadilla adquirió un sabor innegable a realidad. Un sabor irrefutable de sangre. Las fotos en el artículo eran inconfundibles, casi las mismas que entonces dolían con tanta fuerza en la mente de Auguste. Sintiéndose vacío, se reconoció a sí mismo como un asesino. El asesino de su madre. Y decidió huir.

Corrió tan de prisa como le fue posible. Huyó. Se escondió. Luchaba por dejar atrás una realidad que sentía aplastarle. Y así fue como llegó a París, donde ha permanecido hasta la actualidad, ahora veinte años desde aquel incidente. ¿Lo suficiente? Nunca.