Toile d'araignée ~ Auguste

por **Brendan C. Wulff** Lun Ago 07, 2017 8:44 pm

La taberna de París. ¿Cuántas historias se habían escrito en él? Cientos, seguramente: historias de encuentros furtivos en los baños, de peleas en las mesas, historias de sangre manchando las paredes, de besos detrás de los pilares. Historias de vasos rotos, de mesas resquebrajadas, de tabiques desviados y, ¿por qué no? –y mis menos favoritas- historias de amor. Era un lugar con vida propia, una vez que dabas un paso dentro de él lo notabas y a mí me gustaba ese ambiente porque el ruido era tan fuerte y estruendoso que lo único que podías escuchar era el sonido de tus pensamientos, y eso si es que estabas lo suficientemente sobrio para pensar cosas coherentes. De cualquier modo, yo lo único que buscaba era relajarme, tomar un poco –no mucho-, quizá conversar con alguien y luego irme. Acababa de escaparme del hospital esa noche, ¿no?, me merecía un pequeño respiro.

Caminé hacia la barra, ignorando algún que otro comentario banal, y pedí mi acostumbrado whiskey. El alcohol era lo único en lo que no innovaba, me gustaba el whiskey y lo seguiría pidiendo hasta que su cuerpo le diera un ultimátum. Y aquel maldito había estado molestando hace poco, pero aquel mes en el hospital me había hecho bastante bien. De hecho, me sentía como nuevo. Después de todo, todos aquellos sueros y pinchazos habían funcionado hasta el momento.

Me giré hacia la multitud con el trago en mis manos en busca de nada en especial. Deseaba encontrar algo diferente, algo que prometiera. Omití a los típicos guapos que bailaban en el medio de todo y me enfoqué más bien en los que se hallaban sentados en las mesas. Un individuo captó mi atención y no precisamente porque se encontrara solo, porque había muchos que estaban solos, sino porque estaba ahí sin hacer nada, como si solo observara.

Esquivé algunos tipos y me acerqué con el vaso en la mano. Me quedé observándole sin disimulo y tal vez con eso lograra arrancarlo de su ensimismamiento.

por **Auguste October De Rais** Mar Ago 08, 2017 4:55 pm

No era capaz de pensar en nada coherente, estaba nervioso por primera vez en mucho tiempo, el no tener todo bajo control le volvía loco. intentaba no ceder al pánico y observar todo con perspectiva, que necesitara a un cura nuevo para poder seguir en contacto con sus clientes no debía ser un problema: era rico, apuesto y tenía un secreto lo suficiente sustancioso como para que diera donaciones a la pequeña capilla que le tendiera ayuda como cualquier otro parroquiano.

Nunca creyó que aquel viejo fuera a morir tan pronto, y según decían algunos feligreses, algún animal lo había mordido hasta dejarlo sin sangre. No quería siquiera pensar en que fuera un castigo de Dios por guardarle el secreto a alguien como él. ¿Qué iba a hacer? No podría servir a nadie hasta que no tuviera en sus manos las malditas cartas que le guardaba el viejo.

Parpadeó varias veces para contener las lágrimas que le picaban en los ojos. No sabía qué le dolía más, si verse en medio de la posibilidad de que el siguiente cura que llegara leyera su correspondencia, o de la humillación que sentiría cuando alguien más lo supiera. Había trabajado tan duro en mantenerlo todo enterrado, que realmente podría desenterrar al viejo párroco para asesinarlo el también de nuevo.

Tomó su copa y bebió un trago largo de ella, levantando los ojos hacia alguien parecía haberse acercado a él. Se sobresaltó lo suficiente como para atragantarse con el coñac que tomaba, rompiendo a toser con apuro. Menos mal que sus instintos de caballero seguían estando más despiertos que su mente y pudo reaccionar a tiempo tapando su boca y sacando un pañuelo para ocultar el sonido de su resquebrajada voz.

- Lo lamento caballero, ¿ Lleva mucho tiempo esperando una respuesta? - Se apartó el pañuelo de seda con diseños elegantes y le ofreció una sonrisa amable y profesional. Al fin y al cabo, él estaba acostumbrado a mantener las apariencias, era un hombre rico y un buen negociante. Las máscaras servían para contener secretos y una buena mano en las cartas.

por **Brendan C. Wulff** Sáb Ago 12, 2017 6:27 am

Aquella mesa destilaba alcohol y demencia, se notaba que aquel sujeto no estaba del todo cuerdo y yo me convencí de que no pude haberme fijado en alguien mejor. “Demencia a la carta”: un plato que no se servía todos los días. Mis azules orbes recorrieron la mesa del susodicho en búsqueda de cosas interesantes. No había nada extraño: varios vasos vacíos, limones exprimidos que seguramente fueron el acompañante de alguna bebida, sal desparramada y debajo de su mano , grabado sobre la madera vieja de la mesa, descubrí un mensaje oculto. Sólo se divisaba “Jo” y “...dete”, pero no hacía falta ser un adivino para saber que se trataba de un mensaje que evidenciaba su misantropía o quizás algún otro ebrio lo hubiera hecho anteriormente.

Su voz me sacó de mis pensamientos, una voz grave y con matices delirantes. -Vaya…- me encogí de hombros. -…pero si me has descubierto.- Decidí seguirle la plática porque, a decir verdad, la idea de charlar con un alma putrefacta como la mía, no era del todo desagradable. Y más que eso, quería saber hasta dónde llegaba la pena del presente. El dolor ajeno me divertía, puesto que yo no era el único cerdo que sufría.

Batí un poco el vaso de whiskey y lo llevé a la boca para darle un gran trago. Atraje un hielo con la lengua, y lo mordí con las muelas haciendo grotescos sonidos. Tomé asiento al igual que él. Dudaba que le molestara; es más, estaba seguro que ni siquiera se daría cuenta de mi presencia luego de algunas horas con lo alcoholizado que estaba. -¿Todavía no has visto hipopótamos rosas?- Fingí sorpresa y negué con la cabeza lentamente para darle más credibilidad a esa conversación para nada convencional. Sí, los beodos sólo necesitaban un empujón para hundirse en la miserable irrealidad.

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