AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Always [Auguste Voissier]
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Always [Auguste Voissier]
Me había despertado esa mañana con los primeros rayos de sol que se colaron por el mirador de la ventana. La noche anterior, me había tomado la libertad de no recorrer las calles en busca de potenciales clientes, quería olvidarlo todo, siquiera algunas horas, un momento de paz en mi corazón, el cual no paraba de latir cada vez con más violencia cuando venía a mi memoria sus ojos azules, su flotante y larga cabellera, y su diáfana presencia…
Me dispuse entonces a conciliar el sueño, pero en vano, recostado en el lecho de raso azul cerré mis parpados como si por arte de magia luego de haberme pasado las noches al sereno en su búsqueda fuera caer en un profundo letargo, absurdo, la verdad es que tanto de él como de la noche soy amante, mas por vez primera quisiera poder absorberme de su embrujo, una vez.
Así, revolcándome de un lado a otro entre las mantas de mi cama transcurrieron las horas, que parecieron eternas. En mi ensoñación no hacía más que volverlo a ver, a él, o a quien alguna vez tuve en aquella ocasión de pasión desenfrenada aprisionando mis sentidos y mi jovial espíritu. Hay veces en las que me pregunto si realmente ha existido ¿sería aquello producto de mi imaginación? ¿Una mera alucinación? ¿Una simple quimera que necesitando un objeto en el cual emplearse he caído victima de su ilusión?
Toda clase de conjeturas divagaban por mi cabeza sin interrupción, haciéndome imposible encontrar la tranquilidad necesaria para plácidamente poder dormir.
Despuntó el alba, y el blanco brillo que atravesaba los esmerilados virios de mi ventana tocó mi rostro poniendo punto final a mis álgidas pesadillas. Separé las sábanas del lecho, mi cuerpo se encontraba cubierto en sudores glaciales y escocían mis ojos. Lo mejor, pensé, sería una reparadora ducha caliente y una larga caminata por las callejas de la capital para aclarar las ideas, es raro sí, es raro que me decida por andar por ahí aún con el sol en lo más alto del cielo, pues soy yo quien suelo pasarme los días de turbio en turbio por las calles.
Esta vez no vestiría atrevidamente para la ocasión como era de costumbre, a veces me costaba recordar lo que era sentir sobre mi piel los tejidos de lana que se llevan en los días de invierno más crudos.
Parpados sin cerco de ébano y cigarrillo apresado en los labios, salí a la intemperie resignando tal vez o con la falsa esperanza de hallar consuelo en alguien más, alguien con quién pudiera al menos mantener mi cabeza en otro sitio.
A lo lejos y como preludio del nuevo amanecer se iban dilatando con cada ráfaga de viento las campanadas de la iglesia que promulgaban su asentamiento en la ciudad y que producían un prolongado y estridente sonido.
El cálido resplandor solar dio con mi pálido y noctambulo semblante, y sentí como la sangre comenzaba a calentarse, era una sensación que casi no sacaba memoria de ello, exhalé entonces el delicioso tabaco de mis pulmones y luego cogí una gran bocanada de fresco aire mañanero ¡Ah, que hermoso llega a ser el blanco día en ocasiones!
Pasado era ya el mediodía, había estado deambulando por un sinfín de lugares recónditos imposibles de detenerse a estudiar durante el negro que bañaba a la noche, me sentía inexplicablemente optimista, una facultad que me había sido privada de forma inmensurable, y que ya no consigo recapitular el inicio de su origen.
Me paseé por las plazas, y las peatonales, observando a los floristas con sus apiñados ramos ofrecer color y fragancia, a los niños corretear y reír a la par, y a todos coexistiendo en un mundo que creía perdido hace tan solo unas horas atrás, del que alguna vez me pude sentir parte.
De pronto en mi andanza, crucé con mi mirada un vitral en donde pude contemplar uno de mis objetos de fijación más fuerte, era una tienda. Pude ver los encajes de cuero brillante en las prendas que colgaban de los astilleros, emperifolladas con metales y costuras sugerentes, sí, era algo transgresora esa moda para la época, y más aún que algún chico esté interesado como yo en ello.
Pero me seducía con tanto ímpetu aquello que me era insostenible no querer hacerme con lo que allí se exponía, sin embargo para mi suerte, lo único que podía hacer era desear a lo lejos, pues el dinero que ganaba ni por asomo era suficiente ¡Maldición! ¿Por qué he de tener tales fetiches?
Volteé malogrado al momento que volví a mis cabales de que me sería inalcanzable poseer algo de tal valor, ¿Cómo un muchacho miserable como yo podía darse el lujo de anhelar algo mejor?
La realidad golpeó sin misericordia en mi corazón y apoyando mi espalda sobre el vidrio bajé la mirada taciturna y musita y crucé mis piernas, y esperé, y esperé allí nuevamente presenciando el irremediable desmoronamiento de mi ánimo, queriendo otra vez poder escabullirme entre las cómplices sombras de la noche…
Me dispuse entonces a conciliar el sueño, pero en vano, recostado en el lecho de raso azul cerré mis parpados como si por arte de magia luego de haberme pasado las noches al sereno en su búsqueda fuera caer en un profundo letargo, absurdo, la verdad es que tanto de él como de la noche soy amante, mas por vez primera quisiera poder absorberme de su embrujo, una vez.
Así, revolcándome de un lado a otro entre las mantas de mi cama transcurrieron las horas, que parecieron eternas. En mi ensoñación no hacía más que volverlo a ver, a él, o a quien alguna vez tuve en aquella ocasión de pasión desenfrenada aprisionando mis sentidos y mi jovial espíritu. Hay veces en las que me pregunto si realmente ha existido ¿sería aquello producto de mi imaginación? ¿Una mera alucinación? ¿Una simple quimera que necesitando un objeto en el cual emplearse he caído victima de su ilusión?
Toda clase de conjeturas divagaban por mi cabeza sin interrupción, haciéndome imposible encontrar la tranquilidad necesaria para plácidamente poder dormir.
Despuntó el alba, y el blanco brillo que atravesaba los esmerilados virios de mi ventana tocó mi rostro poniendo punto final a mis álgidas pesadillas. Separé las sábanas del lecho, mi cuerpo se encontraba cubierto en sudores glaciales y escocían mis ojos. Lo mejor, pensé, sería una reparadora ducha caliente y una larga caminata por las callejas de la capital para aclarar las ideas, es raro sí, es raro que me decida por andar por ahí aún con el sol en lo más alto del cielo, pues soy yo quien suelo pasarme los días de turbio en turbio por las calles.
Esta vez no vestiría atrevidamente para la ocasión como era de costumbre, a veces me costaba recordar lo que era sentir sobre mi piel los tejidos de lana que se llevan en los días de invierno más crudos.
Parpados sin cerco de ébano y cigarrillo apresado en los labios, salí a la intemperie resignando tal vez o con la falsa esperanza de hallar consuelo en alguien más, alguien con quién pudiera al menos mantener mi cabeza en otro sitio.
A lo lejos y como preludio del nuevo amanecer se iban dilatando con cada ráfaga de viento las campanadas de la iglesia que promulgaban su asentamiento en la ciudad y que producían un prolongado y estridente sonido.
El cálido resplandor solar dio con mi pálido y noctambulo semblante, y sentí como la sangre comenzaba a calentarse, era una sensación que casi no sacaba memoria de ello, exhalé entonces el delicioso tabaco de mis pulmones y luego cogí una gran bocanada de fresco aire mañanero ¡Ah, que hermoso llega a ser el blanco día en ocasiones!
Pasado era ya el mediodía, había estado deambulando por un sinfín de lugares recónditos imposibles de detenerse a estudiar durante el negro que bañaba a la noche, me sentía inexplicablemente optimista, una facultad que me había sido privada de forma inmensurable, y que ya no consigo recapitular el inicio de su origen.
Me paseé por las plazas, y las peatonales, observando a los floristas con sus apiñados ramos ofrecer color y fragancia, a los niños corretear y reír a la par, y a todos coexistiendo en un mundo que creía perdido hace tan solo unas horas atrás, del que alguna vez me pude sentir parte.
De pronto en mi andanza, crucé con mi mirada un vitral en donde pude contemplar uno de mis objetos de fijación más fuerte, era una tienda. Pude ver los encajes de cuero brillante en las prendas que colgaban de los astilleros, emperifolladas con metales y costuras sugerentes, sí, era algo transgresora esa moda para la época, y más aún que algún chico esté interesado como yo en ello.
Pero me seducía con tanto ímpetu aquello que me era insostenible no querer hacerme con lo que allí se exponía, sin embargo para mi suerte, lo único que podía hacer era desear a lo lejos, pues el dinero que ganaba ni por asomo era suficiente ¡Maldición! ¿Por qué he de tener tales fetiches?
Volteé malogrado al momento que volví a mis cabales de que me sería inalcanzable poseer algo de tal valor, ¿Cómo un muchacho miserable como yo podía darse el lujo de anhelar algo mejor?
La realidad golpeó sin misericordia en mi corazón y apoyando mi espalda sobre el vidrio bajé la mirada taciturna y musita y crucé mis piernas, y esperé, y esperé allí nuevamente presenciando el irremediable desmoronamiento de mi ánimo, queriendo otra vez poder escabullirme entre las cómplices sombras de la noche…
Última edición por Stéphane Laurent el Jue Jun 28, 2012 11:51 pm, editado 1 vez
Stéphane Moreau- Prostituta Clase Baja
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Fecha de inscripción : 22/04/2012
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Re: Always [Auguste Voissier]
Resultaba distinta las mañanas después de una larga noche de copas, cuando el porvenir de conseguir un futuro mejor para sí mismo, le impulsaba a buscar por las noches la compañía del placer, el tabaco y el vino. Cuanto más parecía alejarse de lo que en un pasado Auguste era, más se acercaba a lo que no deseaba ser, aunque el interés moviera sus propias ambiciones, trabajar en un lugar como la corte le había brindado ciertos meritos que pocas veces en un caballero de sus preferencias se podían evidenciar a simple vista. Buscar entre miradas las presas perfectas para obtener grandes recompensas, así era como usualmente su profesión le pagaba y le resultaba.
No había trasfondo en una historia como la que tenia, no quedaba más en la austeridad que me acomplejaba, pero que al mismo tiempo me convertía en un ser especialmente hostil y encantador. Mi carácter se formaba a través de experiencias dolorosas, ausencias, presencias, ¡qué va! Era de todo un poco, pero más poco que un todo. Resistir ante las desgracias que me obsequiaba la vida, insípidas y sin chiste alguno me dejaban heridas en el cuerpo, como pequeñas secuelas a la inconsistencia espiritual que a veces odiaba no tener. Lo poco a mucho que obtenía de malas compañías.
Ese día no resultaba más especial que otros, aunque claro, debía de resaltar la particularidad en los rayos del sol, que parecían darme la bienvenida a una nueva mañana, que me deparaba en aquel momento era imposible de adivinar. Mientras desperezaba mi cuerpo en el lecho extendí mis brazos para alcanzar mis muslos y finalmente sentarme sobre la cama.
Desgarré mis labios en un suspiro que me arrebató el primer bostezo de la mañana, aclaré mis ideas enmarañando mi cabello con las manos hasta levantarme del catre. Aquella mañana destinaria mi primer día libre entre tantos clientes de días anteriores, la primera tarea por realizar seria darme a la búsqueda de comprar un blusón de manta, que hacia un juego perfecto con la vestimenta que usaría para una reunión lejos de ser ocasional, pues se trataba de uno de mis mejores clientes. Tenía que admitir que prefería deslumbrarlo con mi naturalidad, poseía el vago complejo de ser extremadamente atractivo pero también sumamente arrogante a pesar de mi profesión.
Tome las primeras prendas que se me cruzaron por los ojos, aunque cuidaba bastante el alineamiento de mis ropas, justo para no lucir tan sencillo, pero si lo suficientemente atrayente para quien me contemplara, algo, no sabía que llamaba la atención.
El recorrido por las plazas de Paris se llenaban de colorido por las mañanas y muy a duras penas se conservaban sus tintas por la tarde, casi a medio colorear, pues justo a esas horas se perdía el encanto de una ciudad y llegaba el misterio de la noche y la vacuidad de lo desconocido, la vida nocturna que atraía a los extranjeros y a sus originarios también.
Cuando mi mirada se perdió entre los cristales de aquella tienda, la figura delgada de un joven llamó mi atención, entre mi búsqueda dos orbes celestes se cruzaban entre imágenes reflejadas en los vidrios, parecían a simple vista distantes y frustrados ¿Algo les atormentaba? Si había características particulares que llamaran mi atención sin duda, él la tenia, la fragilidad y suavidad de sus rasgos me impulsó a dirigirle la palabra, si cometía el error y me equivocaba, francamente no me importaba, pero en ese momento debía abordarlo, quizá para saber tan solo su nombre.
-Buen día Monsieur, luce desconcertado para la mañana que nos adorna éste día, no se agobie, poco hay que perder si se tiene vida…-
La frase surgió como las aguas de los ríos que fluyen sin pausa, tranquilas, graves y apacibles. Moderaba mi tono y sabia que lo hacía, al fin de cuentas debía dar respuesta a lo que deseaba.
No había trasfondo en una historia como la que tenia, no quedaba más en la austeridad que me acomplejaba, pero que al mismo tiempo me convertía en un ser especialmente hostil y encantador. Mi carácter se formaba a través de experiencias dolorosas, ausencias, presencias, ¡qué va! Era de todo un poco, pero más poco que un todo. Resistir ante las desgracias que me obsequiaba la vida, insípidas y sin chiste alguno me dejaban heridas en el cuerpo, como pequeñas secuelas a la inconsistencia espiritual que a veces odiaba no tener. Lo poco a mucho que obtenía de malas compañías.
Ese día no resultaba más especial que otros, aunque claro, debía de resaltar la particularidad en los rayos del sol, que parecían darme la bienvenida a una nueva mañana, que me deparaba en aquel momento era imposible de adivinar. Mientras desperezaba mi cuerpo en el lecho extendí mis brazos para alcanzar mis muslos y finalmente sentarme sobre la cama.
Desgarré mis labios en un suspiro que me arrebató el primer bostezo de la mañana, aclaré mis ideas enmarañando mi cabello con las manos hasta levantarme del catre. Aquella mañana destinaria mi primer día libre entre tantos clientes de días anteriores, la primera tarea por realizar seria darme a la búsqueda de comprar un blusón de manta, que hacia un juego perfecto con la vestimenta que usaría para una reunión lejos de ser ocasional, pues se trataba de uno de mis mejores clientes. Tenía que admitir que prefería deslumbrarlo con mi naturalidad, poseía el vago complejo de ser extremadamente atractivo pero también sumamente arrogante a pesar de mi profesión.
Tome las primeras prendas que se me cruzaron por los ojos, aunque cuidaba bastante el alineamiento de mis ropas, justo para no lucir tan sencillo, pero si lo suficientemente atrayente para quien me contemplara, algo, no sabía que llamaba la atención.
El recorrido por las plazas de Paris se llenaban de colorido por las mañanas y muy a duras penas se conservaban sus tintas por la tarde, casi a medio colorear, pues justo a esas horas se perdía el encanto de una ciudad y llegaba el misterio de la noche y la vacuidad de lo desconocido, la vida nocturna que atraía a los extranjeros y a sus originarios también.
Cuando mi mirada se perdió entre los cristales de aquella tienda, la figura delgada de un joven llamó mi atención, entre mi búsqueda dos orbes celestes se cruzaban entre imágenes reflejadas en los vidrios, parecían a simple vista distantes y frustrados ¿Algo les atormentaba? Si había características particulares que llamaran mi atención sin duda, él la tenia, la fragilidad y suavidad de sus rasgos me impulsó a dirigirle la palabra, si cometía el error y me equivocaba, francamente no me importaba, pero en ese momento debía abordarlo, quizá para saber tan solo su nombre.
-Buen día Monsieur, luce desconcertado para la mañana que nos adorna éste día, no se agobie, poco hay que perder si se tiene vida…-
La frase surgió como las aguas de los ríos que fluyen sin pausa, tranquilas, graves y apacibles. Moderaba mi tono y sabia que lo hacía, al fin de cuentas debía dar respuesta a lo que deseaba.
Última edición por Auguste Voissier el Lun Jul 02, 2012 3:06 pm, editado 1 vez
Auguste Voissier- Prostituta Clase Baja
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Re: Always [Auguste Voissier]
Justo cuando me disponía a lanzarlo todo por la borda como solía pasarme la mayor parte de mi tiempo, me detuve en seco. Alguien se acercó cautelosamente, no adiviné que venía ya que mí mirada circulaba frustrada por el suelo. Divisé un par de zapatos negros que se postraron junto a los míos. Era un calzado lo suficientemente refinado como para advertir que se trataba de alguien se valía bien por su profesión u oficio, era un hombre, no me engaño. Alcé mis ojos lentamente contemplando de paso su esbelta figura, traía hábitos de cuidadoso labrado y alineamiento, sin duda, le era alguien de buen vestir.
¿Estaría obstruyendo su interés en contemplar algún artículo de la tienda? No lo culpaba, ésta era muy atrayente. Pero, estaba posicionado de cierta manera que me daba a pensar que se habría puesto a mi lado para ¿hablarme?
Sin ir más lejos, mis pupilas, que se elevaban progresiva y curiosamente en busca de las suyas se detuvieron cuando llegaron a sus labios. Eran rojos y carnosos, y se dibujaban en perfecta simetría con una nariz pequeña y un tanto ancha que llamaba sobre sí, toda mi atención. Los observé, a sus labios, quizás demasiado tiempo sin continuar, entonces fue cuando éstos se entreabrieron ligeramente y revelaron consigo un tono de voz grave y áspero.
- Buen día Monsieur, luce desconcertado para la mañana que nos adorna éste día, no se agobie, poco hay que perder si se tiene vida… -
Me estaba hablando a mí ¡Claro! No me equivocaba entonces. Y Antes de que finalizara su oración pude ver con detalle la totalidad de su rostro. Era blanco y de a intervalos rosáceo, y sus ojos azules y húmedos como la noche ¡Ah y que bien sientan unos ojos de ese color! Éstos pendían como dos zafiros sujetos bajo la mata de su cabello castaño y aterciopelado, que ocultaba parte de su rostro.
Si bien mis inquietas pupilas lo miraban fijamente, me tomó un buen tiempo para reaccionar. No sabía como responderle, ya había estado sin decir nada como un completo idiota demasiado tiempo, seguro lo terminaba por espantar.
Así que dificultosamente dije - Ho… Hola - De todo lo que podría haber dicho lo mejor que pude vociferar fue un triste y entrecortado ¿Hola? ¿Qué sucedía conmigo? No era la primera ni la ultima vez que me aborda de ésta forma un caballero, ni mencionar las noches en las que me siento con algo excitado y termino en la cama con más de uno ¡Bah!.
Había algo en él, algo que no le permitía a mi mente razonar con fluidez. No cabía duda que era hermoso, mas he visto un sin numero de hombres de rasgos similares, paro nada como esto ¿Acaso era esa melodiosa y templada voz, que hace tan solo unos instantes me concedió? ¿O quizás su perfume, el cual invadía de manera hipnótica el sentido de mi olfato? ¡Ya sé! tal vez sean esos orbes resplandecientes que no se quitaban de mi vista.
No podría decirlo con certeza, pero la conjugación de todos sus atributos surtían en mí un efecto indescriptible.
Cuando volví a mis cabales carraspeé para aclarar mi garganta, y me erguí de frente a él para abandonar aquella pose tan musita y taciturna. Mis pesares de pronto parecían tan lejanos… Su mera presencia contribuyó a olvidarme completamente de ellos, era extraño, pero su templanza era cálida, acogedora, y me inspiraba cierta confianza.
- Un hermoso día… Sí, es verdad. ¿A que se refiere con desconcentrado? - Pregunté enmarañando mi largo cabello con una de mis manos nerviosamente a la par de una débil sonrisa.
Al fin podía pronunciar algo sin que mi voz sonora estúpidamente tímida, sin embargo aunque me esforzara lo suficiente, mi semblante me jugó una mala pasada, pues mis mejillas se abarrotaron de un color bermejo y característico de la vergüenza. Así que evité sus encantadores ojos, que parecían no solo apresar mi atención sino retraer mi compostura a veces tan extrovertida cuando de clientes se trataba.
- Discúlpeme usted, ¿acaso le estoy molestando en algo? Quizás el señor desea contemplar a través del vitral de aparador las exquisitas prendas que ésta tienda exhibe, me apartaré si es necesario - De manera cohesiva con mis palabras conseguí advertirle, e hice mi cabeza a un lado para no mirarle su hermosa cara, y caminé algunos pasos hacia atrás esperando a que continuase, expectante e intrigado.
Quizás sea un amante nocturno, he tenido tantos que no suelo recordar sus rostros ¿Acaso me habría reconocido a plena luz del día? Aunque el suyo… Estoy seguro de que lo haría, Además por primera vez en muchos meses me paseaba vestido como un chico normal, ¿estaba interesado realmente en mí? ¿O tal vez solo intenta subir mi patético ánimo en un acto puramente caritativo?
¿Estaría obstruyendo su interés en contemplar algún artículo de la tienda? No lo culpaba, ésta era muy atrayente. Pero, estaba posicionado de cierta manera que me daba a pensar que se habría puesto a mi lado para ¿hablarme?
Sin ir más lejos, mis pupilas, que se elevaban progresiva y curiosamente en busca de las suyas se detuvieron cuando llegaron a sus labios. Eran rojos y carnosos, y se dibujaban en perfecta simetría con una nariz pequeña y un tanto ancha que llamaba sobre sí, toda mi atención. Los observé, a sus labios, quizás demasiado tiempo sin continuar, entonces fue cuando éstos se entreabrieron ligeramente y revelaron consigo un tono de voz grave y áspero.
- Buen día Monsieur, luce desconcertado para la mañana que nos adorna éste día, no se agobie, poco hay que perder si se tiene vida… -
Me estaba hablando a mí ¡Claro! No me equivocaba entonces. Y Antes de que finalizara su oración pude ver con detalle la totalidad de su rostro. Era blanco y de a intervalos rosáceo, y sus ojos azules y húmedos como la noche ¡Ah y que bien sientan unos ojos de ese color! Éstos pendían como dos zafiros sujetos bajo la mata de su cabello castaño y aterciopelado, que ocultaba parte de su rostro.
Si bien mis inquietas pupilas lo miraban fijamente, me tomó un buen tiempo para reaccionar. No sabía como responderle, ya había estado sin decir nada como un completo idiota demasiado tiempo, seguro lo terminaba por espantar.
Así que dificultosamente dije - Ho… Hola - De todo lo que podría haber dicho lo mejor que pude vociferar fue un triste y entrecortado ¿Hola? ¿Qué sucedía conmigo? No era la primera ni la ultima vez que me aborda de ésta forma un caballero, ni mencionar las noches en las que me siento con algo excitado y termino en la cama con más de uno ¡Bah!.
Había algo en él, algo que no le permitía a mi mente razonar con fluidez. No cabía duda que era hermoso, mas he visto un sin numero de hombres de rasgos similares, paro nada como esto ¿Acaso era esa melodiosa y templada voz, que hace tan solo unos instantes me concedió? ¿O quizás su perfume, el cual invadía de manera hipnótica el sentido de mi olfato? ¡Ya sé! tal vez sean esos orbes resplandecientes que no se quitaban de mi vista.
No podría decirlo con certeza, pero la conjugación de todos sus atributos surtían en mí un efecto indescriptible.
Cuando volví a mis cabales carraspeé para aclarar mi garganta, y me erguí de frente a él para abandonar aquella pose tan musita y taciturna. Mis pesares de pronto parecían tan lejanos… Su mera presencia contribuyó a olvidarme completamente de ellos, era extraño, pero su templanza era cálida, acogedora, y me inspiraba cierta confianza.
- Un hermoso día… Sí, es verdad. ¿A que se refiere con desconcentrado? - Pregunté enmarañando mi largo cabello con una de mis manos nerviosamente a la par de una débil sonrisa.
Al fin podía pronunciar algo sin que mi voz sonora estúpidamente tímida, sin embargo aunque me esforzara lo suficiente, mi semblante me jugó una mala pasada, pues mis mejillas se abarrotaron de un color bermejo y característico de la vergüenza. Así que evité sus encantadores ojos, que parecían no solo apresar mi atención sino retraer mi compostura a veces tan extrovertida cuando de clientes se trataba.
- Discúlpeme usted, ¿acaso le estoy molestando en algo? Quizás el señor desea contemplar a través del vitral de aparador las exquisitas prendas que ésta tienda exhibe, me apartaré si es necesario - De manera cohesiva con mis palabras conseguí advertirle, e hice mi cabeza a un lado para no mirarle su hermosa cara, y caminé algunos pasos hacia atrás esperando a que continuase, expectante e intrigado.
Quizás sea un amante nocturno, he tenido tantos que no suelo recordar sus rostros ¿Acaso me habría reconocido a plena luz del día? Aunque el suyo… Estoy seguro de que lo haría, Además por primera vez en muchos meses me paseaba vestido como un chico normal, ¿estaba interesado realmente en mí? ¿O tal vez solo intenta subir mi patético ánimo en un acto puramente caritativo?
Stéphane Moreau- Prostituta Clase Baja
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Re: Always [Auguste Voissier]
Se trataría de un exquisito ejemplar Parisino lo que estaba en frente de mi, su ojos al reflejarse los rayos del sol parecían irradiar colores tornasoles que por un momento sentí me hipnotizarían, pero no fue así, recobrando la cordura exprese mi agrado con una media sonrisa, jamás le había visto por las calles parisinas y si así hubiera sido no pasaría desapercibido ante la mirada acechante que le ofrecería. Limité a responderle con la sonrisa, la primera del día, relamí mis labios para saborear el perfume que alcance a olfatear, era un olor suave a cítricos y muy engatusante para ser adecuado para un hombre cualquiera, sus ropas eran bastante extravagantes a mi gusto, fuera de lo común.
Todo esto me llevó a despertar el interés en el extraño, no se veía que tuviera la cantidad suficiente para llegar a mi precio, estaba acostumbrado a clientes prominentes, que se desprendieran con facilidad de fuertes sumas de dinero. Más sin embargo ahí estaba yo, ofreciendo sonrisas a un mal pago, incitando al flirteo entre nosotros.
-Lamento haberlo sacado de sus pensamientos, quizá tenía algo más importante que meditar antes de que interrumpirlo- mis palabras fluyeron con propiedad, con elegancia, usualmente sabia como manejarlas, estaba al filo de la espada, manejaba su hoja a mi antojo, podía asestar con ella o simplemente hacer un pequeño rasguño, mi lengua era mi mayor arma, atraía a mis clientes y los mantenía interesados en mi. Aunque él no se trataba de alguien que fuera a beneficiarme monetariamente, sus ópalos se enfrentaron a los míos cuando respondió, parecía ¿nervioso?, sus mejillas se enrojecieron y entonces un pensamiento surcó por mi mente ¿Le parecía yo atractivo?, curioso, algo curioso, ya que, ni por había pasado por mi mente encontrarme a tal galardón.
Mis labios volvieron a formar palabras en respuesta a sus pensamientos expresados, tenía razón en pensar que podía estar interesado en lo que se encontraba detrás de la vitrina, pero no fue así, me interesaba más poder continuar charlando con él, algo realmente fuera de lo común en mi.
-Prefiero que otras cosas más significantes se reflejen en mis ojos, aunque admito que las prendas son bastante hermosas, pero no son de mi agrado, creo que se verían mejor en otro tipo de cuerpo. Uno más delgado y estilizado, uno que al tacto con éste e estremezca – los ojos de Auguste se volvieron de arriba abajo para mirar seductoramente a Stéphane, no eran discretas y no pretendía serlo, quería seducirle ¿Para qué? sólo él lo sabia, aunque había algo en el chico que llamaba más su atención por procurarle más allá de las palabras, acciones. Auguste se consideraba un espécimen fuera de lo común, callado, limitado en sus palabras cuando no había nada que le invitara a expresarlas más allá de sus pensamientos.
Todo esto me llevó a despertar el interés en el extraño, no se veía que tuviera la cantidad suficiente para llegar a mi precio, estaba acostumbrado a clientes prominentes, que se desprendieran con facilidad de fuertes sumas de dinero. Más sin embargo ahí estaba yo, ofreciendo sonrisas a un mal pago, incitando al flirteo entre nosotros.
-Lamento haberlo sacado de sus pensamientos, quizá tenía algo más importante que meditar antes de que interrumpirlo- mis palabras fluyeron con propiedad, con elegancia, usualmente sabia como manejarlas, estaba al filo de la espada, manejaba su hoja a mi antojo, podía asestar con ella o simplemente hacer un pequeño rasguño, mi lengua era mi mayor arma, atraía a mis clientes y los mantenía interesados en mi. Aunque él no se trataba de alguien que fuera a beneficiarme monetariamente, sus ópalos se enfrentaron a los míos cuando respondió, parecía ¿nervioso?, sus mejillas se enrojecieron y entonces un pensamiento surcó por mi mente ¿Le parecía yo atractivo?, curioso, algo curioso, ya que, ni por había pasado por mi mente encontrarme a tal galardón.
Mis labios volvieron a formar palabras en respuesta a sus pensamientos expresados, tenía razón en pensar que podía estar interesado en lo que se encontraba detrás de la vitrina, pero no fue así, me interesaba más poder continuar charlando con él, algo realmente fuera de lo común en mi.
-Prefiero que otras cosas más significantes se reflejen en mis ojos, aunque admito que las prendas son bastante hermosas, pero no son de mi agrado, creo que se verían mejor en otro tipo de cuerpo. Uno más delgado y estilizado, uno que al tacto con éste e estremezca – los ojos de Auguste se volvieron de arriba abajo para mirar seductoramente a Stéphane, no eran discretas y no pretendía serlo, quería seducirle ¿Para qué? sólo él lo sabia, aunque había algo en el chico que llamaba más su atención por procurarle más allá de las palabras, acciones. Auguste se consideraba un espécimen fuera de lo común, callado, limitado en sus palabras cuando no había nada que le invitara a expresarlas más allá de sus pensamientos.
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