AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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One more time [Carmmine]
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One more time [Carmmine]
Estaba condenadamente nervioso en aquella noche de invierno ¿Que por qué? Pues porque ya había vuelto a la ciudad hacía una semana y todavía seguía 'solo'. No había recibido ninguna carta ni visita. La visita que tanto esperaba de ella no había llegado. Lo que resultaba bastante absurdo. No tenía ningún sentido que esperase contestación ni su visita ni nada que tuviera que ver con ella. La había abandonado por más de dos meses. No le había enviado ninguna carta con una mísera explicación ni me había acercado a París. Ni siquiera de refilón. Precisamente había conseguido lo que en un principio me proponía; alejarme de todo aquello. De la ciudad. De las mujeres. De los recuerdos. Pensaba que así volvería al principio. Volvería a ser yo mismo e inocente de mi pensaba que podría olvidarlo todo. Pero solo fue un error más a la cuenta. Un error del que me temía la peor de las consecuencias. ¿Cómo podía esperarla? Con suerte se acordaría de mi, bueno, sabía que se acordaba de mi por lo menos un par de semanas atrás. Semanas en las que fue fechada la carta que me encontré nada más llegar a casa. Una carta que, sin duda, demostraba lo bien que había salido ese estupendo plan de alejarme de ella para que ambos nos olvidáramos de esa pequeño romance sin sentido. O eso creía, que no tenía sentido. Pero me había dado cuenta de que no era capaz de quitármelo de la cabeza; nada de lo ocurrido. Cada momento. Cada conversación. Cada momento juntos. Absolutamente nada, todo seguía perfectamente conservado en mi memoria. Por desgracia teniendo en cuenta la situación en la que me encontraba y que yo mismo había provocado.
Suspiré, cansado de mis propios pensamientos, y le di otro trago al vaso de Whisky sobre la mesa. De vez en cuando escuchaba ladrar a Chico que entraba y salía de casa. Chico, el único animal por el que había sentido lo más parecido a afecto. Mientras lo observaba menear la cola con mi mano haciéndole las caricias que tanto le gustaban por entre sus orejas, me preguntaba dónde se había quedado aquel hombre distante que no se preocupaba de otra cosa que no fuera él mismo. Su propio beneficio o placer. Solo habían pasado unos meses, ni siquiera un año y, por el contrario, había pasado toda mi vida siendo aquel hombre del que ahora quedaban solo restos. Y todo por una sola persona. ¡Increíble! Entraba en ligera cólera de solo pensarlo, pero se me pasaba automáticamente cuando recordaba el daño que habría echo a esa misma persona. ¡Ah! Remordimientos... ¿Desde cuándo tenía yo de eso? Remordimientos, afecto, el echar de menos, el sentido de posesión por alguien o algo. Ni siquiera había tenido una familia, siendo humano, ¿Cómo podía tenerla estando muerto? Todo era una definitiva locura, demasiado para lo que había aprendido a soportar día a día. ¿Cuándo acabaría?.
Caminé hacia la puerta con el animal tras de mi y la abrí lo suficiente como para que pasase él primero. Agarré un palo que yacía roído cerca de la entrada y lo lancé todo lo lejos que pude, de manera que el chucho de pelo blanco -De la tierra ya no tan blanco.- pudiese desfogar toda su energía. Energía que posiblemente se habría visto muy contenida todo el tiempo que permaneció cuidado por los mayordomos de Carmmine, en su casa. Dónde había ido a recogerlo tal y como me indicó en esa famosa carta. Entré de nuevo, observando que el animal ya se estaba entreteniendo solo y caminé hacia la ducha. Impecable como todo lo demás. Por encima de todo, ella había mantenido mi casa mejor de lo que lo hacía yo cuando estaba allí. Algo más increíble todavía y por lo que, tal vez, conservaba esas estúpidas esperanzas de verla alguna de las noches. Y por lo que no había salido de casa en todo aquel tiempo, de ahí el tener mis nervios de punta. El agua de la ducha me relajaba lo suficiente como para olvidar de manera momentánea absolutamente todo y, de esa manera, dejaba de existir.
Suspiré, cansado de mis propios pensamientos, y le di otro trago al vaso de Whisky sobre la mesa. De vez en cuando escuchaba ladrar a Chico que entraba y salía de casa. Chico, el único animal por el que había sentido lo más parecido a afecto. Mientras lo observaba menear la cola con mi mano haciéndole las caricias que tanto le gustaban por entre sus orejas, me preguntaba dónde se había quedado aquel hombre distante que no se preocupaba de otra cosa que no fuera él mismo. Su propio beneficio o placer. Solo habían pasado unos meses, ni siquiera un año y, por el contrario, había pasado toda mi vida siendo aquel hombre del que ahora quedaban solo restos. Y todo por una sola persona. ¡Increíble! Entraba en ligera cólera de solo pensarlo, pero se me pasaba automáticamente cuando recordaba el daño que habría echo a esa misma persona. ¡Ah! Remordimientos... ¿Desde cuándo tenía yo de eso? Remordimientos, afecto, el echar de menos, el sentido de posesión por alguien o algo. Ni siquiera había tenido una familia, siendo humano, ¿Cómo podía tenerla estando muerto? Todo era una definitiva locura, demasiado para lo que había aprendido a soportar día a día. ¿Cuándo acabaría?.
Caminé hacia la puerta con el animal tras de mi y la abrí lo suficiente como para que pasase él primero. Agarré un palo que yacía roído cerca de la entrada y lo lancé todo lo lejos que pude, de manera que el chucho de pelo blanco -De la tierra ya no tan blanco.- pudiese desfogar toda su energía. Energía que posiblemente se habría visto muy contenida todo el tiempo que permaneció cuidado por los mayordomos de Carmmine, en su casa. Dónde había ido a recogerlo tal y como me indicó en esa famosa carta. Entré de nuevo, observando que el animal ya se estaba entreteniendo solo y caminé hacia la ducha. Impecable como todo lo demás. Por encima de todo, ella había mantenido mi casa mejor de lo que lo hacía yo cuando estaba allí. Algo más increíble todavía y por lo que, tal vez, conservaba esas estúpidas esperanzas de verla alguna de las noches. Y por lo que no había salido de casa en todo aquel tiempo, de ahí el tener mis nervios de punta. El agua de la ducha me relajaba lo suficiente como para olvidar de manera momentánea absolutamente todo y, de esa manera, dejaba de existir.
Victorio Lambert- Vampiro Clase Media
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Re: One more time [Carmmine]
¿Cuánto tiempo había pasado encerrada? ¿Importaba siquiera? El caso era que si había escapado, dudaba que fuese por un descuido de ese sujeto que parecía demasiado listo como para cometer un error tan tonto, pero lo agradecía de todos modos, porque el hecho de ser alimentada solo con animales a medio morir me degradaba hasta parecer solo una insignificante mascota. Aun ahora no creo poder entender toda esa palabrería suya, hablaba demasiado y yo no tenía paciencia suficiente como para escucharlo. Me divertía más el sonido de las cadenas golpeándose entre ellas cuando forcejeaba para liberarme…
El punto es precisamente que no hay un punto. Solo que no quería morir, mucho menos en un lugar tan patético como ese, por lo que apenas tuve la oportunidad deslicé como pude una de mis manos, aprovechando la considerable baja de peso por la mala alimentación, por el grillete. El resto creo que no es digno de mencionarse, solo que salí de ahí y necesitaba un lugar cercano donde recuperar fuerzas.
Pensaría que mi casa era idónea, pero estaba demasiado lejos y no sabía cuánto más resistiría mi cuerpo a los embates del cansancio. Fue entonces que recordé aquella casa en el bosque, como la de Hansel y Gretel, a la que solía ir cuando no quería volver a casa, solo a que diferencia del cuento yo no llegaba ahí gracias a un rastro de migajas sino que a aromas que se me hacían familiares pero que no podía acabar de reconocer. Siempre que estaba ahí me quedaba en la pequeña habitación que hacía las veces de bodega en el segundo piso, porque el dormitorio me daba repelús y ni siquiera me atrevía a abrir la puerta. Pero eso no importa ahora.
Cuando me acercaba escuché ladridos, pero jamás había escuchado caninos alrededor las veces que había ido, haciendo probable que los dueños hubiesen vuelto o que otro miserable como yo necesitara un lugar donde pasar las horas de sueño. Ninguna de las dos cosas me importaba. Con tal de que pudiese usar pacíficamente la bodega para dormitar durante el día no mataría a nadie, aunque tampoco iba a pedírselos, porque ya me había adueñado de ese lugar durante su ausencia.
Prefiero no saber cómo, pero acabé por entrar por la pequeña ventana de ese ático, en el segundo piso, tan silenciosa como me lo permitía la fuerza que me quedaba, hasta que por fin la oscuridad de aquel cuarto reconfortara mis heridas a punta de sugestión. ¿Qué heridas? Pues las que ocasionaban la fricción de los grilletes en mis muñecas y tobillos, y unas cuantas magulladuras que ardían en mi espalda a causa de los golpes con objetos que ya ni recuerdo.
Estaba acurrucada en el piso, pero entonces vi, o imaginé porque ya no puedo estar segura de si las cosas que veo son reales o no, un pequeño destello rojo que encendió mi curiosidad al punto de hacerme olvidar que no era la única persona en esa casa. Intenté acercarme gateando por el suelo, pero al no tomar precaución alguna lo único que conseguí fue ocasionar un fuerte crujido de la madera que podía despertar a cualquiera.
Entre en pánico ¿Por qué? Simplemente no lo sé ¿No hay una cosa llamado instinto de natural del peligro? Bueno, era eso mismo lo que me decía al oído una y otra vez que debía salir de ese lugar, alejarme y no volver jamás, o quizás ¿Incendiarlo? No, no me daba tiempo a eso último, así que tratando en vano de volver a ser silenciosa me acerqué a la puerta para trabarla y así ganar un poco más de tiempo en caso de alguno de los dueños de la casa sintiera la misma curiosidad que me había condenado a mi.
El punto es precisamente que no hay un punto. Solo que no quería morir, mucho menos en un lugar tan patético como ese, por lo que apenas tuve la oportunidad deslicé como pude una de mis manos, aprovechando la considerable baja de peso por la mala alimentación, por el grillete. El resto creo que no es digno de mencionarse, solo que salí de ahí y necesitaba un lugar cercano donde recuperar fuerzas.
Pensaría que mi casa era idónea, pero estaba demasiado lejos y no sabía cuánto más resistiría mi cuerpo a los embates del cansancio. Fue entonces que recordé aquella casa en el bosque, como la de Hansel y Gretel, a la que solía ir cuando no quería volver a casa, solo a que diferencia del cuento yo no llegaba ahí gracias a un rastro de migajas sino que a aromas que se me hacían familiares pero que no podía acabar de reconocer. Siempre que estaba ahí me quedaba en la pequeña habitación que hacía las veces de bodega en el segundo piso, porque el dormitorio me daba repelús y ni siquiera me atrevía a abrir la puerta. Pero eso no importa ahora.
Cuando me acercaba escuché ladridos, pero jamás había escuchado caninos alrededor las veces que había ido, haciendo probable que los dueños hubiesen vuelto o que otro miserable como yo necesitara un lugar donde pasar las horas de sueño. Ninguna de las dos cosas me importaba. Con tal de que pudiese usar pacíficamente la bodega para dormitar durante el día no mataría a nadie, aunque tampoco iba a pedírselos, porque ya me había adueñado de ese lugar durante su ausencia.
Prefiero no saber cómo, pero acabé por entrar por la pequeña ventana de ese ático, en el segundo piso, tan silenciosa como me lo permitía la fuerza que me quedaba, hasta que por fin la oscuridad de aquel cuarto reconfortara mis heridas a punta de sugestión. ¿Qué heridas? Pues las que ocasionaban la fricción de los grilletes en mis muñecas y tobillos, y unas cuantas magulladuras que ardían en mi espalda a causa de los golpes con objetos que ya ni recuerdo.
Estaba acurrucada en el piso, pero entonces vi, o imaginé porque ya no puedo estar segura de si las cosas que veo son reales o no, un pequeño destello rojo que encendió mi curiosidad al punto de hacerme olvidar que no era la única persona en esa casa. Intenté acercarme gateando por el suelo, pero al no tomar precaución alguna lo único que conseguí fue ocasionar un fuerte crujido de la madera que podía despertar a cualquiera.
Entre en pánico ¿Por qué? Simplemente no lo sé ¿No hay una cosa llamado instinto de natural del peligro? Bueno, era eso mismo lo que me decía al oído una y otra vez que debía salir de ese lugar, alejarme y no volver jamás, o quizás ¿Incendiarlo? No, no me daba tiempo a eso último, así que tratando en vano de volver a ser silenciosa me acerqué a la puerta para trabarla y así ganar un poco más de tiempo en caso de alguno de los dueños de la casa sintiera la misma curiosidad que me había condenado a mi.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: One more time [Carmmine]
Una de las cosas que había cambiado en mi, durante todo este tiempo, era el disfrute de los minutos que pasaba dentro de la ducha. No era como las mujeres, que se tardaban años y preferían un buen baño. Y sabía que eso no iba a cambiar. Pero antes, poco me importaba andar más sucio que limpio. La pereza era habitual cuando pensaba en tener que desvestirme para mojarme y luego volver a vestirme. Sin embargo, ahora era diferente. Sentía que disfrutaba de esos minutos a solas con mis pensamientos mientras podía notar como el agua caía por todo mi cuerpo; no había un solo rincón que dejara de visitar. ¡Demasiado profundo para mi! ¿Verdad? Sí, eso mismo pienso yo. ¿Qué me había pasado? ¿Dónde estaba ese hombre al que solo le preocupaba él mismo? Si llegaba a hacerlo, porque lo cierto era que ni siquiera había valorado lo que era vivir hasta que encontré algo por lo que hacerlo. ¡Ah! Y, de nuevo, ella volvía a mis pensamientos. Maldita... fuera mi suerte. No ella. Ella no tenía la culpa de nada. Era mi propia estupidez por intentar convencerme de que nada había cambiado en mi lo que me había puesto en el lugar que estaba en ese momento. Que, sin duda, merecía.
Suspiré apoyando mi brazo sobre una de las baldosas de la pared. Tenía todavía tanta rabia contenida en el cuerpo que me costaba medir la fuerza, sobre todo cuando me ponía a pensar en todo aquello. De repente, alcé el rostro hacia arriba con sorpresa y el ceño fruncido. Demasiado. Eso era... Inconfundible y totalmente reconocible para alguien que llevaba pensando en ello desde hacía demasiado tiempo. ¡Por un demonio, era su olor! Solo habían sido unos segundos los que me quedé en shock mirando hacia el techo, pensando en si era todo fruto de mi cruel y desesperada imaginación por que de verdad fuera ella. Pero, aún después de apagar el agua, todavía podía sentirlo. Definitivamente inconfundible... Con la rapidez de una gacela, envolví mis caderas en la toalla más cercana y eché a correr escaleras arriba hacia el altillo. Por cada paso que daba, me resultaba más extraño. ¿El altillo? ¿Qué demonios... Para colmo, la puerta no se abría. Eso sí era todavía más extraño que lo anterior; no había lugar de la casa a la que yo no pudiese acceder; era mi casa después de todo.
Notaba que mis labios temblaban ligeramente por decir su nombre, comprobar si era verdad lo que mis sentidos habían captado. Y todavía captaban, cada vez con más fuerza. Era como si pudiese ver a través de la puerta, a ella, allí dentro... Pero ¿Qué haría allí? ¿Y por qué no había entrado por la puerta? Me resultaba imposible de creer que hubiese pasado tan cerca del cuarto de baño y no la hubiese olido. Era imposible. Pero esa declaración me llevó a preguntarme lo mismo que antes ¿Qué hacía allí? La tan extraña situación después de todo lo que había ocurrido me daba muy mala espina. ¡Mucho! Casi con ligero temor de ver lo que me encontraría tras la puerta, ejercí más presión hasta que finalmente cedió sin necesitar demasiado esfuerzo. Todo estaba oscuro. La noche, con un cielo tupido, no daba lugar tampoco a la luz de la luna. No veía absolutamente nada. Pero sentía. - ¿Carmmine? - Mi voz sonó más seria, fría e indiferente de lo que yo realmente estaba. Hacía meses que no hablaba con nadie más que mi mismo. Por unos segundos, no creí ser capaz de afrontar la situación que se daría al volver a verla.
Suspiré apoyando mi brazo sobre una de las baldosas de la pared. Tenía todavía tanta rabia contenida en el cuerpo que me costaba medir la fuerza, sobre todo cuando me ponía a pensar en todo aquello. De repente, alcé el rostro hacia arriba con sorpresa y el ceño fruncido. Demasiado. Eso era... Inconfundible y totalmente reconocible para alguien que llevaba pensando en ello desde hacía demasiado tiempo. ¡Por un demonio, era su olor! Solo habían sido unos segundos los que me quedé en shock mirando hacia el techo, pensando en si era todo fruto de mi cruel y desesperada imaginación por que de verdad fuera ella. Pero, aún después de apagar el agua, todavía podía sentirlo. Definitivamente inconfundible... Con la rapidez de una gacela, envolví mis caderas en la toalla más cercana y eché a correr escaleras arriba hacia el altillo. Por cada paso que daba, me resultaba más extraño. ¿El altillo? ¿Qué demonios... Para colmo, la puerta no se abría. Eso sí era todavía más extraño que lo anterior; no había lugar de la casa a la que yo no pudiese acceder; era mi casa después de todo.
Notaba que mis labios temblaban ligeramente por decir su nombre, comprobar si era verdad lo que mis sentidos habían captado. Y todavía captaban, cada vez con más fuerza. Era como si pudiese ver a través de la puerta, a ella, allí dentro... Pero ¿Qué haría allí? ¿Y por qué no había entrado por la puerta? Me resultaba imposible de creer que hubiese pasado tan cerca del cuarto de baño y no la hubiese olido. Era imposible. Pero esa declaración me llevó a preguntarme lo mismo que antes ¿Qué hacía allí? La tan extraña situación después de todo lo que había ocurrido me daba muy mala espina. ¡Mucho! Casi con ligero temor de ver lo que me encontraría tras la puerta, ejercí más presión hasta que finalmente cedió sin necesitar demasiado esfuerzo. Todo estaba oscuro. La noche, con un cielo tupido, no daba lugar tampoco a la luz de la luna. No veía absolutamente nada. Pero sentía. - ¿Carmmine? - Mi voz sonó más seria, fría e indiferente de lo que yo realmente estaba. Hacía meses que no hablaba con nadie más que mi mismo. Por unos segundos, no creí ser capaz de afrontar la situación que se daría al volver a verla.
Victorio Lambert- Vampiro Clase Media
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Re: One more time [Carmmine]
¿Trabar la puerta? ¿Por qué demonios lo habré hecho? Era más rápido salir de ese lugar por la misma ventana por la que había entrado, pero darme el tiempo de trabar la puerta era casi tan inútil como preguntarme el por qué lo había hecho. Posé una de mis manos en la madera de la puerta, sintiendo las vibraciones que aquellos pasos provocaban al subir las escaleras, y por algún motivo que desconozco mi cuerpo se rehusaba a reaccionar, quedándose quieto hasta que el aroma del ser ajeno se coló por las rendijas hacia mi pequeño altillo.
Entonces el pánico. No puedo darle otro nombre que ese. Pánico. ¿Desde cuándo yo sentía miedo de algo? Siempre conseguía ganarme la curiosidad, y si se me pasaba la mano era fácil remediarlo destruyendo la fuente de esa curiosidad, pero esta vez era diferente, y no, claramente no me refiero a las dificultades que tendría al tratar con alguien como yo, tal vez más viejo, porque eso ya lo había hecho. Pero tampoco sabía por qué…
Es cierto que me he olvidado de muchas cosas relacionadas con París, pero si las olvidé será porque no necesito recordarlas, porque no fueron lo suficientemente importantes o bien porque lo contraproducente sería recordar. Aquello no me molesta en absoluto, o molestaba, porque después de mucho tiempo volvía a sentir que había algo importante que estaba pasando por alto, algo que era peligroso olvidar.
Sentí la presión de la mano del extraño en el pomo de la puerta, entonces por fin mi cuerpo volvió a reaccionar a mi voluntad. Pero el problema ahora sería el qué hacer con esa voluntad. Y en mi cabeza caían dos escenarios posibles.
Podía esperar a que abriese la puerta, emboscarlo y atrapar su tráquea entre mis manos para obligarlo a responder un par de preguntas, tal vez su nombre y lo qué hacía en este lugar, y dependiendo de la respuesta obligarlo a largarse, o bien irme yo. Eso es lo que habría hecho si mi cerebro funcionara racionalmente, porque hubiese dejado que mi curiosidad y mis ganas de recordar se pusieran por delante de mi lógica, pero no esta vez.
Cobardemente me separé luego de sentir una especie de escalofrío, y corrí hacia el único lugar por el que podría escapar, pero escuché un murmullo, o tal vez… ¿Mi nombre? Fruncí el ceño por un segundo, resolviendo una de las interrogantes al menos, aunque no por el hecho de que mencionara mi nombre, sino porque el color de su voz me era profundamente familiar, pero no estoy segura de si por algo bueno o malo. Y ante la duda…
Miré al sujeto de reojo, y le sonreí fugazmente, solo porque era divertido que me conociera, antes de finalmente salir y sentarme en el borde de la ventana a la espera de algo, una palabra, una acción, no lo sé ¡Algo! Mientras trataba en vano de asociar su voz y su rostro a alguna esfera de mi memoria.
- Te equivocas de persona – dije mientras balanceaba mis pies en el aire, y reía tontamente, porque sabía que a pesar de parecer mentira, era de cierto modo una verdad, porque de lo que sea que me haya conocido antes, esa Carmmine probablemente ya no existía.
Entonces el pánico. No puedo darle otro nombre que ese. Pánico. ¿Desde cuándo yo sentía miedo de algo? Siempre conseguía ganarme la curiosidad, y si se me pasaba la mano era fácil remediarlo destruyendo la fuente de esa curiosidad, pero esta vez era diferente, y no, claramente no me refiero a las dificultades que tendría al tratar con alguien como yo, tal vez más viejo, porque eso ya lo había hecho. Pero tampoco sabía por qué…
Es cierto que me he olvidado de muchas cosas relacionadas con París, pero si las olvidé será porque no necesito recordarlas, porque no fueron lo suficientemente importantes o bien porque lo contraproducente sería recordar. Aquello no me molesta en absoluto, o molestaba, porque después de mucho tiempo volvía a sentir que había algo importante que estaba pasando por alto, algo que era peligroso olvidar.
Sentí la presión de la mano del extraño en el pomo de la puerta, entonces por fin mi cuerpo volvió a reaccionar a mi voluntad. Pero el problema ahora sería el qué hacer con esa voluntad. Y en mi cabeza caían dos escenarios posibles.
Podía esperar a que abriese la puerta, emboscarlo y atrapar su tráquea entre mis manos para obligarlo a responder un par de preguntas, tal vez su nombre y lo qué hacía en este lugar, y dependiendo de la respuesta obligarlo a largarse, o bien irme yo. Eso es lo que habría hecho si mi cerebro funcionara racionalmente, porque hubiese dejado que mi curiosidad y mis ganas de recordar se pusieran por delante de mi lógica, pero no esta vez.
Cobardemente me separé luego de sentir una especie de escalofrío, y corrí hacia el único lugar por el que podría escapar, pero escuché un murmullo, o tal vez… ¿Mi nombre? Fruncí el ceño por un segundo, resolviendo una de las interrogantes al menos, aunque no por el hecho de que mencionara mi nombre, sino porque el color de su voz me era profundamente familiar, pero no estoy segura de si por algo bueno o malo. Y ante la duda…
Miré al sujeto de reojo, y le sonreí fugazmente, solo porque era divertido que me conociera, antes de finalmente salir y sentarme en el borde de la ventana a la espera de algo, una palabra, una acción, no lo sé ¡Algo! Mientras trataba en vano de asociar su voz y su rostro a alguna esfera de mi memoria.
- Te equivocas de persona – dije mientras balanceaba mis pies en el aire, y reía tontamente, porque sabía que a pesar de parecer mentira, era de cierto modo una verdad, porque de lo que sea que me haya conocido antes, esa Carmmine probablemente ya no existía.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: One more time [Carmmine]
Ese momento fue... Muy extraño. La impaciencia por escuchar algo como respuesta a mi pregunta resultó insoportable. ¡Estaba tan seguro de que era ella! Que no necesitaba esa confirmación, sin embargo, algo me decía que no estaba bien. ¿Por qué se escondía de mi en el altillo? Esconderse de mi no era algo propio de ella, más bien, todo lo contrario. Me enfrentaba y se arriesgaba a lo que pudiese ocurrir incluso sin conocerme ni conocerla yo a ella. Todavía recordaba aquel día en el hostal a la perfección, la única vez que una mujer que se había resistido a mi se hubiera salido con la suya ¿Por eso me habría impresionado tanto? Posiblemente. Y, después de eso, todo vino rodando. Ella me había buscado, luego me había huido, acabamos haciendo el amor bajo la lluvia... Recuerdos y más recuerdos que me había hartado de pasar por mi cabeza desde que había vuelto a París; como si los hubiese olvidado hasta llegar a mi casa, ver a Chucho y oler todo lo que, mejor dicho, había querido olvidar por temor a lo que me ocurría. ¡Estúpido! Y por eso me encontraba en esa situación. Si no hubiese sido tan imbécil estaría con ella en ese altillo y no esperando a que me abriese la puerta.
De repente, una voz diferente a la mía se hizo presente entre ambos. Justo en ese mismo momento cedió la puerta y la fuerza que mi mano hacia contra ella impulsó mi cuerpo hacia el interior. Ya no había ninguna duda, era ella. Su risa y su voz, extrañas... Pero suyas al fin y al cabo. Su olor, su voz y ahora comprobaba su figura. No tardé más de dos segundos en fijar mis ojos hacia su dirección, curiosamente, en la ventana. ¿Qué hacía en la ventana? Estaba sentada en el borde, balanceando las piernas. No podía verle la cara y no había ninguna luz que me permitiese percibir más concretamente su figura ¿Seguiría igual de bella? Claro que sí. No la veía bien pero estaba seguro de que seguía igual de blanca y suave que cuando la dejé. Dejarla.. Esas palabras, resonaban de mala manera en mi cabeza. Y, entonces, empecé a pensar en lo que acababa de decir. "Te equivocas de persona" junto a una risa, aparentemente divertida. Sin pensarlo, caminé hacia dónde ella estaba. Corrí los pocos metros de distancia que nos separaban en dos segundos, como máximo. Obviamente, no le di tiempo a que huyera. Mucho menos que hiciese alguna locura ¿Por qué si no estaría sentada en el quicio de la ventana? La verdad es que no lograba comprender absolutamente nada.
Rodeé su cintura con uno de mis brazos que la pegó a mi pecho. La sentí más delgada y pequeña ¿Sería porque yo había crecido? Me había entrenado físicamente a diario con la intención de olvidar. Tenía que estar ocupado constantemente y no me apetecía tener sexo. Lo había intentado. Ser como antes y, tal vez, establecerme en otra ciudad. Pero no había podido huir. Era lo que quería, en definitiva, huir de un fuerte sentimiento que nunca antes había conocido. - Sabes que yo nunca me equivoco, pelirroja - Como muchas veces la había llamado en la antigüedad, susurré ese apodo contra la oreja que ahora tenía pegada a mis labios. Empezó a llover. Lluvia que acompañó un fugaz relámpago. Luz. Poca y rápida pero fue la suficiente para verla. Sucia, con rasguños y desgastada... ¿De verdad no me había equivocado? Estaba seguro de que no y eso fue lo que más miedo me dio.
De repente, una voz diferente a la mía se hizo presente entre ambos. Justo en ese mismo momento cedió la puerta y la fuerza que mi mano hacia contra ella impulsó mi cuerpo hacia el interior. Ya no había ninguna duda, era ella. Su risa y su voz, extrañas... Pero suyas al fin y al cabo. Su olor, su voz y ahora comprobaba su figura. No tardé más de dos segundos en fijar mis ojos hacia su dirección, curiosamente, en la ventana. ¿Qué hacía en la ventana? Estaba sentada en el borde, balanceando las piernas. No podía verle la cara y no había ninguna luz que me permitiese percibir más concretamente su figura ¿Seguiría igual de bella? Claro que sí. No la veía bien pero estaba seguro de que seguía igual de blanca y suave que cuando la dejé. Dejarla.. Esas palabras, resonaban de mala manera en mi cabeza. Y, entonces, empecé a pensar en lo que acababa de decir. "Te equivocas de persona" junto a una risa, aparentemente divertida. Sin pensarlo, caminé hacia dónde ella estaba. Corrí los pocos metros de distancia que nos separaban en dos segundos, como máximo. Obviamente, no le di tiempo a que huyera. Mucho menos que hiciese alguna locura ¿Por qué si no estaría sentada en el quicio de la ventana? La verdad es que no lograba comprender absolutamente nada.
Rodeé su cintura con uno de mis brazos que la pegó a mi pecho. La sentí más delgada y pequeña ¿Sería porque yo había crecido? Me había entrenado físicamente a diario con la intención de olvidar. Tenía que estar ocupado constantemente y no me apetecía tener sexo. Lo había intentado. Ser como antes y, tal vez, establecerme en otra ciudad. Pero no había podido huir. Era lo que quería, en definitiva, huir de un fuerte sentimiento que nunca antes había conocido. - Sabes que yo nunca me equivoco, pelirroja - Como muchas veces la había llamado en la antigüedad, susurré ese apodo contra la oreja que ahora tenía pegada a mis labios. Empezó a llover. Lluvia que acompañó un fugaz relámpago. Luz. Poca y rápida pero fue la suficiente para verla. Sucia, con rasguños y desgastada... ¿De verdad no me había equivocado? Estaba seguro de que no y eso fue lo que más miedo me dio.
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Re: One more time [Carmmine]
Sé que usualmente parto con una pregunta, pero en estos momentos no hay ninguna rondando mis pensamientos. Esto ha venido sucediendo desde algún tiempo atrás, no sé cuanto exactamente porque no me he molestado en contarlo, pero el punto es que ya no me cuestiono las cosas, no hago preguntas innecesarias y me hastía que alguien más me asedie con ellas, y este sujeto ya lo había hecho al poner mi nombre en una.
Estoy consciente de que quizás no fueron más que un par de segundos, pero no pude evitar disfrutar de esa etérea sensación de estar flotando, o tal vez más similar a la de estar sentada al borde de una laguna irrumpiendo la calma de las aguas con el movimiento de mis pies. Creí que en cualquier momento podría lanzarme solo por el placer de sentir el aire arrebolando alrededor, porque estaba claro que la caída no iba a provocar más daño del que ya tenía, al menos físicamente hablando.
Pero no. De nuevo el crujir casi imperceptible de la madera presagiaba que esa calma no iba a durar más allá de ese par de segundos que le tomó llegar hasta mí. No me lo esperaba, y no me refiero al hecho de que burdamente me haya atrapado con un brazo para que no saltara, ni tampoco al hecho de que casi podía asegurar que estaba analizándome por completo… No, lo que no me esperaba era que ese tenue e innecesario latido en mi pecho aumentara su frecuencia, no me esperaba mi propia reacción.
En cualquier otro momento hubiese forcejado o tratado de liberarme de otro modo, pero no, simplemente me quedé quieta, en silencio, cuando esa forma en la que me llamó comenzó a desencadenar el recuerdo de trozos de conversaciones en que alguien usaba esa palabra en mil tonalidades diferentes, aunque de todos modos no consiguiese relacionarlo. Me molestó.
¿Pelirroja? Pelirroja… pelirroja… Esa palabra me molestó profundamente, casi como si fuese un insulto, aunque no sabía exactamente por qué, pero no quería volver a escucharla jamás. Dejé salir un tendido suspiro de hastío ¿De qué otra cosa iba a ser? Y permanecí impasible ante aquel rayo hasta que levanté la mano para rozar suave y lentamente la mejilla del sujeto, pero aun a pesar de la fugaz luz no conseguía recodarlo.
- Sabes quien soy y conoces mi nombre – dije con una voz indiferente, algo impropia en mí – Así que jamás vuelvas a llamarme pelirroja, si conoces mi nombre, entonces úsalo – agregué con aun más frialdad que antes mientras enterraba mis uñas con fuerza en su mejilla, haciéndole daño, pero no el suficiente.
Chasqueé la lengua dejando oír un pequeño sonido, signo de que acababa de recordar que el sujeto me estaba sosteniendo, así que con todo lo que aun me restaba de fuerza le di un golpe con el brazo para que me soltara. Aunque en mi condición no sabía si aquello tendría éxito ya que era obvio que él era mucho más grande y no había pasado por la abstinencia de sangre hasta estar casi en el límite.
- Y nunca… nunca vuelvas a tocarme – volví a hablarle mientras levantaba la mirada para en vano tratar de encontrar algo en que fijar la vista que no fueran las nubes grises, eso para evitar prestarle atención a un fuerte sentimiento en mi pecho… uno que conocía bastante bien.
No, no es tensión sexual y mucho menos una tensión romántica, porque no sirvo para esas cosas. Él me conocía, no sabía precisamente de dónde o cuándo, pero sentía que estaba mal… que quería dañarlo, tal vez sacarle el corazón del pecho y exprimirlo con mis manos hasta beber la última gota de sangre de él… ¿Me habría hecho algo en el pasado? Supongo que es la única explicación razonable a ese sentimiento, a esas ansías por destruirlo.
Estoy consciente de que quizás no fueron más que un par de segundos, pero no pude evitar disfrutar de esa etérea sensación de estar flotando, o tal vez más similar a la de estar sentada al borde de una laguna irrumpiendo la calma de las aguas con el movimiento de mis pies. Creí que en cualquier momento podría lanzarme solo por el placer de sentir el aire arrebolando alrededor, porque estaba claro que la caída no iba a provocar más daño del que ya tenía, al menos físicamente hablando.
Pero no. De nuevo el crujir casi imperceptible de la madera presagiaba que esa calma no iba a durar más allá de ese par de segundos que le tomó llegar hasta mí. No me lo esperaba, y no me refiero al hecho de que burdamente me haya atrapado con un brazo para que no saltara, ni tampoco al hecho de que casi podía asegurar que estaba analizándome por completo… No, lo que no me esperaba era que ese tenue e innecesario latido en mi pecho aumentara su frecuencia, no me esperaba mi propia reacción.
En cualquier otro momento hubiese forcejado o tratado de liberarme de otro modo, pero no, simplemente me quedé quieta, en silencio, cuando esa forma en la que me llamó comenzó a desencadenar el recuerdo de trozos de conversaciones en que alguien usaba esa palabra en mil tonalidades diferentes, aunque de todos modos no consiguiese relacionarlo. Me molestó.
¿Pelirroja? Pelirroja… pelirroja… Esa palabra me molestó profundamente, casi como si fuese un insulto, aunque no sabía exactamente por qué, pero no quería volver a escucharla jamás. Dejé salir un tendido suspiro de hastío ¿De qué otra cosa iba a ser? Y permanecí impasible ante aquel rayo hasta que levanté la mano para rozar suave y lentamente la mejilla del sujeto, pero aun a pesar de la fugaz luz no conseguía recodarlo.
- Sabes quien soy y conoces mi nombre – dije con una voz indiferente, algo impropia en mí – Así que jamás vuelvas a llamarme pelirroja, si conoces mi nombre, entonces úsalo – agregué con aun más frialdad que antes mientras enterraba mis uñas con fuerza en su mejilla, haciéndole daño, pero no el suficiente.
Chasqueé la lengua dejando oír un pequeño sonido, signo de que acababa de recordar que el sujeto me estaba sosteniendo, así que con todo lo que aun me restaba de fuerza le di un golpe con el brazo para que me soltara. Aunque en mi condición no sabía si aquello tendría éxito ya que era obvio que él era mucho más grande y no había pasado por la abstinencia de sangre hasta estar casi en el límite.
- Y nunca… nunca vuelvas a tocarme – volví a hablarle mientras levantaba la mirada para en vano tratar de encontrar algo en que fijar la vista que no fueran las nubes grises, eso para evitar prestarle atención a un fuerte sentimiento en mi pecho… uno que conocía bastante bien.
No, no es tensión sexual y mucho menos una tensión romántica, porque no sirvo para esas cosas. Él me conocía, no sabía precisamente de dónde o cuándo, pero sentía que estaba mal… que quería dañarlo, tal vez sacarle el corazón del pecho y exprimirlo con mis manos hasta beber la última gota de sangre de él… ¿Me habría hecho algo en el pasado? Supongo que es la única explicación razonable a ese sentimiento, a esas ansías por destruirlo.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: One more time [Carmmine]
El arañazo, escoció. Y realmente, me merecía mucho más que aquello. Un simple arañado no supliría el abandono sufrido meses atrás; sin embargo.. no fue acompañado de ningún "Desgraciado" "Como pudiste" "Te odio" Palabras que había estado analizando y para las que creía estar preparado. No pensaba rendirme por ello, tampoco. Le pediría perdón, la conquistaría como había echo en el pasado y esta vez me aseguraría de no alejarme. Porque ya tenía claros mis sentimientos. ¿Qué era aquello entonces? La Carmmine que tenía delante distaba mucho de lo que recordaba. No había pasado tanto tiempo ¿No?. No me miraba ni con odio, ni con amor. Me miraba con indiferencia. Mi rostro hizo una mueca de ligero sufrimiento por el ardor de la herida que acababa de hacerme son sus uñas. ¿Que no la tocara? ¡Como si fuera la primera vez! Pensé. Mi cabeza estaba empezando a dar vueltas de la confusión. Carmmine no tenía hermanas, mucho menos gemelas. ¿Quién era esa mujer entonces? Aún estando malherida y sucia olía como ella; se veía como ella. Pero no era ella. En esa mujer no había rastro alguno de mi. Recordé, entonces, nuestras primeras miradas. Y las últimas. En el fondo, algo dolía... Cuantas veces había deseado no recordar el pasado por el simple echo de no poder cambiarlo. ¿Qué hombre era y en qué me convirtió? La otra Carmmine.
La solté, en medio de la conmoción por aquel extraño descubrimiento, cuando golpeó mis brazos. La solté porque quería; ella seguía sin tener la fuerza necesaria para superarme. Y, en ese momento, se veía más débil que nunca. Tan débil como fiera, para ser sincero. Esos ojos de indiferencia sumado a la voz que constituía una pared tan fría como el hielo, me recordaban a mi años atrás. La pregunta principal, desde un principio, había sido: ¿Qué te ha pasado? - Así que, Carmmine - Por una vez, decidí dejar de hacer el imbécil y empezar a elegir mis palabras cuidadosamente. Con ella. Con esa nueva personalidad que todavía estaba descubriendo. - No me recuerdas ¿Verdad? - De haber un mínimo rastro de lo ocurrido entre nosotros, estaba seguro de que su mirada mostraría un sentimiento. Puede que no amor, precisamente, pero odio sí. Sabía que las consecuencias serían grandes pero nada como aquello. ¿Cómo afrontarlo? Como afrontar esa situación tan distante de lo que la imaginación había pensado. Como afrontar que, tal vez, yo había sido el causante de todo aquello. ¿Y si la dejé tan mal que se obligó a olvidar? Los vampiros sufrían traumas del mismo modo que los humanos; o eso tenía entendido. No había ninguna otra explicación. ¿No?. No había nadie a quien pudiera acudir. A quién contarle mi situación. Porque, según diría yo "No necesito ayuda" ¡Y maldita fuera! Que la necesitaba, más que nunca. Quería recuperarla ¿Cómo? ¡¿Cómo recuperar algo inexistente?!.
Pensar en desmoronarme allí, desde luego, no me hacía ninguna gracia. Del mismo modo que no solucionaría nada poniéndome histérico con ella. Para empezar, ni siquiera sabía si de verdad no me recordaba en lo absoluto: MI apodo la había molestado. Como antaño ocurría. - Me llamo Victorio y esta es mi casa - Empezaríamos, poco a poco... Tal vez, solo necesitaba un pequeño 'empujón' y acabaría por recordarlo todo. ¡Stop! De repente, una alarma se activo en mi. ¿De verdad quieres que la recupere?. Mi conciencia, volvía a actuar por si sola. Sí, claro que quería que me recordase ¿Qué finalidad tendría lo contrario?. Pensar, pensar... ¿Y si aquello era una oportunidad? Una nueva oportunidad de empezar, como si nada hubiese ocurrido. La miré, una vez más. Eché una fugaz mirada a lo que estaba a la vista de su cuerpo y que la oscuridad me dejaba contemplar. - Estás malherida ¿Que tal si bajamos y te curas las heridas? Prometo no volver a tocarte - Alcé las manos, con una sutil sonrisa en los labios. Si para ella ese era nuestro primer encuentro !Que diferente resultaba del primero real! Sentía que, esta vez, era ella quién me estaba a punto de salvar.
La solté, en medio de la conmoción por aquel extraño descubrimiento, cuando golpeó mis brazos. La solté porque quería; ella seguía sin tener la fuerza necesaria para superarme. Y, en ese momento, se veía más débil que nunca. Tan débil como fiera, para ser sincero. Esos ojos de indiferencia sumado a la voz que constituía una pared tan fría como el hielo, me recordaban a mi años atrás. La pregunta principal, desde un principio, había sido: ¿Qué te ha pasado? - Así que, Carmmine - Por una vez, decidí dejar de hacer el imbécil y empezar a elegir mis palabras cuidadosamente. Con ella. Con esa nueva personalidad que todavía estaba descubriendo. - No me recuerdas ¿Verdad? - De haber un mínimo rastro de lo ocurrido entre nosotros, estaba seguro de que su mirada mostraría un sentimiento. Puede que no amor, precisamente, pero odio sí. Sabía que las consecuencias serían grandes pero nada como aquello. ¿Cómo afrontarlo? Como afrontar esa situación tan distante de lo que la imaginación había pensado. Como afrontar que, tal vez, yo había sido el causante de todo aquello. ¿Y si la dejé tan mal que se obligó a olvidar? Los vampiros sufrían traumas del mismo modo que los humanos; o eso tenía entendido. No había ninguna otra explicación. ¿No?. No había nadie a quien pudiera acudir. A quién contarle mi situación. Porque, según diría yo "No necesito ayuda" ¡Y maldita fuera! Que la necesitaba, más que nunca. Quería recuperarla ¿Cómo? ¡¿Cómo recuperar algo inexistente?!.
Pensar en desmoronarme allí, desde luego, no me hacía ninguna gracia. Del mismo modo que no solucionaría nada poniéndome histérico con ella. Para empezar, ni siquiera sabía si de verdad no me recordaba en lo absoluto: MI apodo la había molestado. Como antaño ocurría. - Me llamo Victorio y esta es mi casa - Empezaríamos, poco a poco... Tal vez, solo necesitaba un pequeño 'empujón' y acabaría por recordarlo todo. ¡Stop! De repente, una alarma se activo en mi. ¿De verdad quieres que la recupere?. Mi conciencia, volvía a actuar por si sola. Sí, claro que quería que me recordase ¿Qué finalidad tendría lo contrario?. Pensar, pensar... ¿Y si aquello era una oportunidad? Una nueva oportunidad de empezar, como si nada hubiese ocurrido. La miré, una vez más. Eché una fugaz mirada a lo que estaba a la vista de su cuerpo y que la oscuridad me dejaba contemplar. - Estás malherida ¿Que tal si bajamos y te curas las heridas? Prometo no volver a tocarte - Alcé las manos, con una sutil sonrisa en los labios. Si para ella ese era nuestro primer encuentro !Que diferente resultaba del primero real! Sentía que, esta vez, era ella quién me estaba a punto de salvar.
Victorio Lambert- Vampiro Clase Media
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Re: One more time [Carmmine]
En un gesto casi imperceptible tragué algo de saliva cuando me vi libre de aquel brazo que me ataba al sujeto, y era obvio, porque no me esperaba que fuese a hacerlo tan voluntariamente, agregándole aun más confusión a las pocas ideas que conseguían pasar por mi mente. Frío. Era eso, una fuerte sensación de frío que estúpidamente quise atribuirle al clima, pero no, cuando me soltó fue como si me hubiese quitado una parte importante del poco calor que mi cuerpo podía irradiar considerando las circunstancias. Pero no iba a reconocerlo frente a él.
Me volteé ligeramente sobre el marco de la ventana, no quedando dentro del ático, pero tampoco tan fuera de él como para impedirme ver aquel sentimiento sin nombre que turbaba al sujeto de los ojos claros. Por fin podía verlo frente a frente y con el detalle suficiente como para reconocerlo de haberlo visto antes, pero no. Debo admitir que físicamente estaba bastante bien, incluso para ser un vampiro, lo que es a halago suficiente para él, pero su actitud prepotente de antes dejaba bastante que desear.
¿¡Qué si lo recordaba!? ¿Acaso era una especie de genio? ¡Claro que no lo recordaba! Pero tampoco me iba a molestar en responderle aquello, ni nada de que lo dijese después… si es que hubiese un “después”, porque la pequeña alarma en mi cabeza trataba de asfixiar la curiosidad que luchaba por hacerme desear recuperar aunque fuese un fragmento de memoria que albergara lo referente al vampiro. Porque en sí era contradictorio. Yo que tanto me había preciado de que no me interesaba en absoluto ni el pasado, ni el futuro, ni las personas… ni nadie más que yo, ahora venía a frustrarme por recordar a alguien que ni siquiera sabía si era importante.
Victorio. Ilusamente cerré los ojos y me repetí su nombre para intentar en vano recordarlo, pero lo único que pude hacer fue negar con la cabeza ante la respuesta que obtuve. Nada. Y tampoco podía confiar en que él estuviese diciéndome me verdad, o que fuese a decírmela si yo le preguntaba quien era… quien era para mi.
Quería irme. Quería salir de ahí. Pero sumándole puntos a la irracionalidad acabé por entrar de nuevo a la inseguridad del altillo. Tras su ofrecimiento no pude más que ladear un poco el rostro y fruncir el ceño, no estaba escudriñando en su cabeza, no… solo que me molestó cada una de las palabras que habían en esa pregunta, era casi como si me tratara como una enferma o como un animalito malherido. Y esa tonta sonrisa que había esbozado me hacía enfadar aun más.
- Yo… - alcancé a decir antes de arrepentirme de las siguientes palabras. Sí, debía ser una idiota, porque había reparado en todo, incluso cosas que no existían, pero no en que él iba vestido con apenas con las gotas de agua que aun lo cubrían, sumado a una toalla para la perfecta censura.
Me mordí la lengua, y tratando en la medida de lo posible de mantener intacta aquella máscara de mármol que hacía las veces de mi rostro, comencé a acercarme lo suficiente como para tocarlo sin necesidad de extender siquiera una mano. Traté de mirarlo a los ojos, pero la diferencia de altura era obvia, así que no me quedó otra opción que afirmarme de sus hombros y ponerme en puntillas para quedar relativamente cerca de su rostro.
- Yo… - susurré suavemente, solo por el efecto que podría ver en él – Yo no necesito tu ayuda… - dije al tiempo que con la misma suavidad deslizaba mis manos por su torso aun algo empapado – Victorio – finalicé, añadiéndole un empujón lo suficientemente firme como para alejarlo un par de pasos, lo suficiente para mi.
Debo estar bastante loca como para hacer lo que hice. No entendía por qué me había acercado así solo para apartarlo, visto desde todo punto de vista posible aquello no tenía sentido alguno. Pero tampoco era inconsciente, o al menos no tanto como para no darme cuenta del estado de mi propio cuerpo.
- Pero tampoco soy idiota – dije casi replicando mis pensamientos – Si tienes algo de ropa que pueda usar para largarme de tu casa, me sería útil, y supongo que saciaría tu espíritu altruista – agregué sin poderme tragar el venenoso sarcasmo.
Eso sería suficiente en todos los sentidos. Así podría llegar a mi casa sin llamar demasiado la atención, no me importaba si era ropa de hombre o qué, con una camisa o un abrigo era suficiente para ocultar mi maltrecho vestido, aunque claro, si llegase a tener ropas de mujer sería lo óptimo. Pero en fin, aparte de eso… si podía quedarme aunque fuesen un par de minutos más podría intentar averiguar un poco más… ¿Qué era para mí? ¿Y por qué me hizo sentir un profundo vacío al verlo? Eso me bastaba para quedarme tranquila, quizás…
Me volteé ligeramente sobre el marco de la ventana, no quedando dentro del ático, pero tampoco tan fuera de él como para impedirme ver aquel sentimiento sin nombre que turbaba al sujeto de los ojos claros. Por fin podía verlo frente a frente y con el detalle suficiente como para reconocerlo de haberlo visto antes, pero no. Debo admitir que físicamente estaba bastante bien, incluso para ser un vampiro, lo que es a halago suficiente para él, pero su actitud prepotente de antes dejaba bastante que desear.
¿¡Qué si lo recordaba!? ¿Acaso era una especie de genio? ¡Claro que no lo recordaba! Pero tampoco me iba a molestar en responderle aquello, ni nada de que lo dijese después… si es que hubiese un “después”, porque la pequeña alarma en mi cabeza trataba de asfixiar la curiosidad que luchaba por hacerme desear recuperar aunque fuese un fragmento de memoria que albergara lo referente al vampiro. Porque en sí era contradictorio. Yo que tanto me había preciado de que no me interesaba en absoluto ni el pasado, ni el futuro, ni las personas… ni nadie más que yo, ahora venía a frustrarme por recordar a alguien que ni siquiera sabía si era importante.
Victorio. Ilusamente cerré los ojos y me repetí su nombre para intentar en vano recordarlo, pero lo único que pude hacer fue negar con la cabeza ante la respuesta que obtuve. Nada. Y tampoco podía confiar en que él estuviese diciéndome me verdad, o que fuese a decírmela si yo le preguntaba quien era… quien era para mi.
Quería irme. Quería salir de ahí. Pero sumándole puntos a la irracionalidad acabé por entrar de nuevo a la inseguridad del altillo. Tras su ofrecimiento no pude más que ladear un poco el rostro y fruncir el ceño, no estaba escudriñando en su cabeza, no… solo que me molestó cada una de las palabras que habían en esa pregunta, era casi como si me tratara como una enferma o como un animalito malherido. Y esa tonta sonrisa que había esbozado me hacía enfadar aun más.
- Yo… - alcancé a decir antes de arrepentirme de las siguientes palabras. Sí, debía ser una idiota, porque había reparado en todo, incluso cosas que no existían, pero no en que él iba vestido con apenas con las gotas de agua que aun lo cubrían, sumado a una toalla para la perfecta censura.
Me mordí la lengua, y tratando en la medida de lo posible de mantener intacta aquella máscara de mármol que hacía las veces de mi rostro, comencé a acercarme lo suficiente como para tocarlo sin necesidad de extender siquiera una mano. Traté de mirarlo a los ojos, pero la diferencia de altura era obvia, así que no me quedó otra opción que afirmarme de sus hombros y ponerme en puntillas para quedar relativamente cerca de su rostro.
- Yo… - susurré suavemente, solo por el efecto que podría ver en él – Yo no necesito tu ayuda… - dije al tiempo que con la misma suavidad deslizaba mis manos por su torso aun algo empapado – Victorio – finalicé, añadiéndole un empujón lo suficientemente firme como para alejarlo un par de pasos, lo suficiente para mi.
Debo estar bastante loca como para hacer lo que hice. No entendía por qué me había acercado así solo para apartarlo, visto desde todo punto de vista posible aquello no tenía sentido alguno. Pero tampoco era inconsciente, o al menos no tanto como para no darme cuenta del estado de mi propio cuerpo.
- Pero tampoco soy idiota – dije casi replicando mis pensamientos – Si tienes algo de ropa que pueda usar para largarme de tu casa, me sería útil, y supongo que saciaría tu espíritu altruista – agregué sin poderme tragar el venenoso sarcasmo.
Eso sería suficiente en todos los sentidos. Así podría llegar a mi casa sin llamar demasiado la atención, no me importaba si era ropa de hombre o qué, con una camisa o un abrigo era suficiente para ocultar mi maltrecho vestido, aunque claro, si llegase a tener ropas de mujer sería lo óptimo. Pero en fin, aparte de eso… si podía quedarme aunque fuesen un par de minutos más podría intentar averiguar un poco más… ¿Qué era para mí? ¿Y por qué me hizo sentir un profundo vacío al verlo? Eso me bastaba para quedarme tranquila, quizás…
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: One more time [Carmmine]
Os confieso que su acercamiento me sorprendió. Desde luego, parecía repugnar el echo de que la tocaran, a mi me lo había parecido. ¿Por qué se acercó a mi de aquella manera? Y yo, para añadir más leña al fuego, me había olvidado de que estaba con una simple toalla anudada a la cintura ¡Malísimo! Cualquier movimiento en falso podría poner en evidencia lo mucho que hacía que no mantenía ningún tipo de contacto con el sexo femenino. Claro, cuando me rozó el pecho con sus manos, sentí una especie de escalofrío recorriendo mi columna vertebral.. Casi, como si estuviera vivo. ¡Irónico! Cuando era yo quien debía ocuparse de producir ese tipo de sensaciones en ella, no al revés. Las tornas habían girado, más de lo que yo me podría haber imaginado. No podía evitar sentirme ligeramente patético, cual colegial que no a tenido más de una o dos experiencias y suspira por la primera mujer que le propicia lentas y sensuales caricias. Toda una tortura. Mi mente se perdió breves segundos en su rostro. Tan bella como siempre la recordaba. Aún con una expresión diferente o sucia, me seguía pareciendo la más bella. ¡Estúpido! Gritaba mi conciencia, lo poco que quedaba de ella. ¿Cómo podía rebajarme tanto por una fémina? ¿Cuánto había llegado a cambiar de verdad? Ahora, que tenía la oportunidad de volver a empezar de cero. De alejarme de ella, yo en lo único que pensaba era en acercarme. En volver a empezar pero de una manera completamente diferente a la que habría echo mi antiguo yo. Y, aunque os parezca extraño, al pensar en ello me sentía ligeramente orgulloso de haber podido cambiar. De haber podido evolucionar, a pesar de no ser más que un muerto caminando en vida. Ahora, por lo menos, tenía algo en lo que pensar a diario. En lo que mortificarme. En lo que complacerme...
Un ligero empujón me desconcentró ¡Ella! Su fuerza no era ni mucho menos la necesaria para apartarse de mi, sin embargo, ni yo estaba poniendo atención ni pretendía mantenerla pegada a mi. De echo, ni siquiera la había tocado. Como bien prometí. Estaba claro que no tenía ningún tipo de confianza en mi y que, al mismo tiempo, algo la picaba a no alejarse corriendo de allí ¡Para mi suerte! Si se alejaba, quién sabía cuando podría volver a verla. Y ni yo sabía si sería capaz de dejarla marchar sin la promesa de un nuevo encuentro. Alguien le había echo esas heridas, obviamente, ni se me pasaba por la cabeza dejarla sola. No. Definitivamente me las ingeniaría, del modo que fuera, para convencerla. Todavía tenía que explorar a la nueva Carmmine y, con otro poco de suerte, encontraría algún punto débil por el que comenzar.
- Tengo alguna ropa - Di una rápida mirada a todo su cuerpo, sin cortarme ni un solo pelo. Quería dejarle claro que estaba calculando cual serían sus medidas. Y, por supuesto, recordaba centímetro a centímetro cada parte de su cuerpo. Era como si pudiese verla desnuda bajo esos arapos maltratados que llevaba encima. Le daban un aire sombrío y.. sensual. Antes de que mi mente se disparase, decidí avanzar en la conversación - Seguro que te sirven - Afirmé sin dudas. ¡Como que eran suyos! En seguida me giré, callándome las ganas de reír que me entraban ante esa paradoja. Estaba a punto de darle su propia ropa sin que ella tuviera una remota idea de que esa casa había sido su hogar por varios días. Y varias noches. - Vamos, sígueme, aprovecharé para ponerme algo de ropa yo también - Hice un gesto con la mano, mirándola por el rabillo del ojo de manera fugaz. No quería tentar a la suerte. Si me quedaba mirándola, me daba la sensación de que se acabaría por dar cuenta de que algo extraño sucedía entre nosotros. O, tal vez, recordaría... Al acercarse, pensé que eso mismo había ocurrido, de echo. Bajé las escaleras, dejando que ella fuese tras de mi, suponiendo que así sería. De repente, me urgía colocarme algo de ropa. Odiaba sentirme vulnerable, tanto física como psicológicamente. Aunque pudiese no aparentarlo, ante ella lo estaba en ambos sentidos.
Un ligero empujón me desconcentró ¡Ella! Su fuerza no era ni mucho menos la necesaria para apartarse de mi, sin embargo, ni yo estaba poniendo atención ni pretendía mantenerla pegada a mi. De echo, ni siquiera la había tocado. Como bien prometí. Estaba claro que no tenía ningún tipo de confianza en mi y que, al mismo tiempo, algo la picaba a no alejarse corriendo de allí ¡Para mi suerte! Si se alejaba, quién sabía cuando podría volver a verla. Y ni yo sabía si sería capaz de dejarla marchar sin la promesa de un nuevo encuentro. Alguien le había echo esas heridas, obviamente, ni se me pasaba por la cabeza dejarla sola. No. Definitivamente me las ingeniaría, del modo que fuera, para convencerla. Todavía tenía que explorar a la nueva Carmmine y, con otro poco de suerte, encontraría algún punto débil por el que comenzar.
- Tengo alguna ropa - Di una rápida mirada a todo su cuerpo, sin cortarme ni un solo pelo. Quería dejarle claro que estaba calculando cual serían sus medidas. Y, por supuesto, recordaba centímetro a centímetro cada parte de su cuerpo. Era como si pudiese verla desnuda bajo esos arapos maltratados que llevaba encima. Le daban un aire sombrío y.. sensual. Antes de que mi mente se disparase, decidí avanzar en la conversación - Seguro que te sirven - Afirmé sin dudas. ¡Como que eran suyos! En seguida me giré, callándome las ganas de reír que me entraban ante esa paradoja. Estaba a punto de darle su propia ropa sin que ella tuviera una remota idea de que esa casa había sido su hogar por varios días. Y varias noches. - Vamos, sígueme, aprovecharé para ponerme algo de ropa yo también - Hice un gesto con la mano, mirándola por el rabillo del ojo de manera fugaz. No quería tentar a la suerte. Si me quedaba mirándola, me daba la sensación de que se acabaría por dar cuenta de que algo extraño sucedía entre nosotros. O, tal vez, recordaría... Al acercarse, pensé que eso mismo había ocurrido, de echo. Bajé las escaleras, dejando que ella fuese tras de mi, suponiendo que así sería. De repente, me urgía colocarme algo de ropa. Odiaba sentirme vulnerable, tanto física como psicológicamente. Aunque pudiese no aparentarlo, ante ella lo estaba en ambos sentidos.
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Re: One more time [Carmmine]
Lo veía… preocupado, de algún modo, y no es que me interesara demasiado, yo no me interesaba en nada ni nadie a menos que pudiese sacarle algún provecho, y esta vez no iba a ser la excepción. Solo quería saber… cosas, unas cuantas cosas y me largaría y no lo volvería a ver. Lo juraría por mi misma, que era lo único en que podía creer en estos momentos, que sería solo eso.
No pude más que fruncir el ceño al prestar atención a la forma en que me miraba ¿Cuánto tiempo llevaba haciéndolo? Por estar tan ocupada pensando en mi misma, casi me olvido de él, pero lejos de que me pareciera una forma de insulto o algo para indignarme, solo me pareció gracioso porque no había ninguna posibilidad de que pasara algo más entre nosotros. Sí, era lo suficientemente gracioso como para reírme, pero decidí guardarme aquello solo para que él no me viese reír.
- No hace falta – dijo agregando a aquello de que también necesitaba ropa para él – No voy a quitarte mucho tiempo, así que puedes… volver a lo tuyo – comenté, deteniéndome un instante para recoger aquel destello rojo que había desencadenado todo esto, y que resultó ser un anillo. Me provocó un fuerte escalofrío, casi un remesón, cuando lo tuve en mi mano. Tal vez porque no pude evitar pensar en la dueña, una novia o algo por el estilo, algo que a mi no me interesaba.
Vi que me había quedado rezagada y me apresuré a bajar las escaleras para alcanzarlo, aunque no sé si es exactamente lo que quería. Era como si de pronto todas las dudas que podría tener se me cayeran encima como una pesada piedra, una roja y pesada piedra. Entonces toda mi seguridad se iba al diablo, y no quería que nadie viese aquello, mucho menos él.
Cuando mis pies estaban por fin en la primera planta, miré a mi alrededor tratando de encontrar algún cambio, que hubiese movido alguna de las cosas de como yo las tenía ordenadas el tiempo que usaba este lugar como escondite, como una casita del árbol para evitar ir a casa. Pero era demasiado abrumador y yo no tenía ánimos de colapsar. No. No frente a él.
Entonces al ver aquella puerta abierta, la del cuarto de baño, por inercia mi cuerpo se movió por inercia, quizás porque sabía que ahí había un pequeño espejo, uno que me diría que tan patética me veía en una situación como esta, y la terminó siendo cierta. Estaba hecha un asco, un real y patético asco. Corrí un poco las mangas de mi vestido para ver el estado de mis muñecas, aun con aquel pesado brazalete de acero, el mismo que seguía lacerándolas. No pude evitar ver la sangre que hacía que se me revolviera el estómago, parte porque tenía hambre, parte por asco, hasta que tontamente comencé a lamerme las heridas en la medida que podía. Tal vez después de todo no era más que un animalito malherido.
- ¿Por qué abandonaste este lugar? – pregunté sin pensar, como si no fuese más que una conversación de lo más casual, ya que estaba demasiado sumida en el placer del ardor de las heridas como para prestar atención – Cuando llegué aquí, parecía que alguien había ido a la ciudad y simplemente no había regresado – agregué de nuevo sin medir mis palabras. Pero era cierto. Ni ventanas tapiadas, ni mesas ni muebles cubiertos por la típica manta blanca para evitar el deterioro. Así que más bien parecía que sus dueños, su dueño, había desaparecido de la nada.
De golpe me di cuenta de que había hablado demasiado ¡Casi parecía que estaba mostrando interés! Era vergonzoso… Por lo que cerré la puerta de golpe, cerrando los ojos y esperando que no me hubiese visto. ¿Pero no era eso llamar más la atención? ¡Demonios! ¿¡Qué estaba pasando conmigo!?
- Olvídalo, no es algo que me incumba – corregí antes de que pudiese responder, y abriendo la puerta ligeramente, solo unos cuantos centímetros para asegurarme de que me hubiese escuchado, y volví a cerrarla, pero esta vez con menos fuerza y más silenciosamente.
Tenía que salir de aquí. Tenía que salir antes de que comenzara a cometer estupideces, antes de que llegara la desesperación y antes de hacer el ridículo. Por lo que la ventana del baño ahora parecía una buena opción ¿Lo era, no? Solo era cosa de abrirla sin hacer ruido… Y podría escabullirme para no volver jamás. Sí, eso haría. Sería lo mejor.
No pude más que fruncir el ceño al prestar atención a la forma en que me miraba ¿Cuánto tiempo llevaba haciéndolo? Por estar tan ocupada pensando en mi misma, casi me olvido de él, pero lejos de que me pareciera una forma de insulto o algo para indignarme, solo me pareció gracioso porque no había ninguna posibilidad de que pasara algo más entre nosotros. Sí, era lo suficientemente gracioso como para reírme, pero decidí guardarme aquello solo para que él no me viese reír.
- No hace falta – dijo agregando a aquello de que también necesitaba ropa para él – No voy a quitarte mucho tiempo, así que puedes… volver a lo tuyo – comenté, deteniéndome un instante para recoger aquel destello rojo que había desencadenado todo esto, y que resultó ser un anillo. Me provocó un fuerte escalofrío, casi un remesón, cuando lo tuve en mi mano. Tal vez porque no pude evitar pensar en la dueña, una novia o algo por el estilo, algo que a mi no me interesaba.
Vi que me había quedado rezagada y me apresuré a bajar las escaleras para alcanzarlo, aunque no sé si es exactamente lo que quería. Era como si de pronto todas las dudas que podría tener se me cayeran encima como una pesada piedra, una roja y pesada piedra. Entonces toda mi seguridad se iba al diablo, y no quería que nadie viese aquello, mucho menos él.
Cuando mis pies estaban por fin en la primera planta, miré a mi alrededor tratando de encontrar algún cambio, que hubiese movido alguna de las cosas de como yo las tenía ordenadas el tiempo que usaba este lugar como escondite, como una casita del árbol para evitar ir a casa. Pero era demasiado abrumador y yo no tenía ánimos de colapsar. No. No frente a él.
Entonces al ver aquella puerta abierta, la del cuarto de baño, por inercia mi cuerpo se movió por inercia, quizás porque sabía que ahí había un pequeño espejo, uno que me diría que tan patética me veía en una situación como esta, y la terminó siendo cierta. Estaba hecha un asco, un real y patético asco. Corrí un poco las mangas de mi vestido para ver el estado de mis muñecas, aun con aquel pesado brazalete de acero, el mismo que seguía lacerándolas. No pude evitar ver la sangre que hacía que se me revolviera el estómago, parte porque tenía hambre, parte por asco, hasta que tontamente comencé a lamerme las heridas en la medida que podía. Tal vez después de todo no era más que un animalito malherido.
- ¿Por qué abandonaste este lugar? – pregunté sin pensar, como si no fuese más que una conversación de lo más casual, ya que estaba demasiado sumida en el placer del ardor de las heridas como para prestar atención – Cuando llegué aquí, parecía que alguien había ido a la ciudad y simplemente no había regresado – agregué de nuevo sin medir mis palabras. Pero era cierto. Ni ventanas tapiadas, ni mesas ni muebles cubiertos por la típica manta blanca para evitar el deterioro. Así que más bien parecía que sus dueños, su dueño, había desaparecido de la nada.
De golpe me di cuenta de que había hablado demasiado ¡Casi parecía que estaba mostrando interés! Era vergonzoso… Por lo que cerré la puerta de golpe, cerrando los ojos y esperando que no me hubiese visto. ¿Pero no era eso llamar más la atención? ¡Demonios! ¿¡Qué estaba pasando conmigo!?
- Olvídalo, no es algo que me incumba – corregí antes de que pudiese responder, y abriendo la puerta ligeramente, solo unos cuantos centímetros para asegurarme de que me hubiese escuchado, y volví a cerrarla, pero esta vez con menos fuerza y más silenciosamente.
Tenía que salir de aquí. Tenía que salir antes de que comenzara a cometer estupideces, antes de que llegara la desesperación y antes de hacer el ridículo. Por lo que la ventana del baño ahora parecía una buena opción ¿Lo era, no? Solo era cosa de abrirla sin hacer ruido… Y podría escabullirme para no volver jamás. Sí, eso haría. Sería lo mejor.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: One more time [Carmmine]
Mis pies me llevaban directamente hacia la habitación, realmente me urgía llevar algo más encima que una simple toalla anudada a la cintura. Una toalla que realmente no tapaba casi nada, no cuando cierta parte de mi cuerpo era capaz de despertarse de un momento a otro. Había estado a punto instantes atrás, ante el tacto de ella. Hacía tanto tiempo desde la última vez... Me obligué a apartar esos pensamientos de mi mente, que no me hacían nada bien. Mientras sacaba mi ropa del armario, dispuesto a ponérmela, presté atención al resto de la casa. La había oído bajar por las escaleras tras de mi, sin embargo, en ese momento todo estaba en silencio. La olía así que sabía que no se había marchado ¿Qué haría entonces?. Apresuré a ponerme el mínimo de ropa que necesitaba, los pantalones que Sí tapaban la parte crucial de mi cuerpo, antes de asomarme buscándola con la mirada. Dado que la habitación estaba justo frente al baño, pude observarla perfectamente. Frente al espejo, se miraba a su reflejo como aquel que no se había visto en la vida. Mis ojos, por otra parte, recorrían las heridas que se mostraba así misma bajo las mangas de aquel andrajoso vestido. Apreté la mano en un puño hasta que los nudillos se pusieron blancos ¿Quién la habría lastimado tan severamente? ¡Lo mataría! Una piel tan suave y delicada no merecía aquel trato.
Por otra parte ¿Quién era yo en su vida para semejante pretensión? Puede que, quien fuera, la hubiese lastimado físicamente pero sabía que yo también la había lastimado de otra forma. Interiormente. La última carta que había en mi buzón lo probaba y no precisamente porque fuera desgarradoramente lastimosa, sino por su frialdad en las palabras. ¡¿Qué esperaba?! Bufé, molesto por las contradicciones que me volvían loco en mi cabeza. Carmmine era –O había sido, antes de perder la memoria– una mujer dependiente de otros y, al mismo tiempo, lo suficientemente orgullosa como para no admitirlo. Sabía que había dependido de mi, del mismo modo que el dolor por mi marcha habría acabado por volverla fría como un tempano. Y no podía evitar preguntarme, si el causante de su pérdida había sido yo. ¿Era yo tan importante en su vida? Tanto como había notado que era en la mía, al darme cuenta de que podría haberla perdido por mi propia estupidez de la que ni siquiera había sido consciente. De mi miedo. De mi cobardía a estar demasiado cerca de alguien, como en el pasado. Claro que, Carmmine no se parecía en nada a Edgar. Nadie en su sano juicio los compararía. La muestra, de que nunca había estado en mi sano juicio hasta.. Tal vez ¿Ahora?. Ahora que pensaba poner todo mi empeño para recuperarla, costara lo que costara.
Su pregunta me pilló por sorpresa, sacándome de la conmoción a la que –Una vez más– mis pensamientos me habían arrastrado. Igual que las últimas semanas. No podía ser, me dije. Ahora que la tenía, no podía permitirme el estar distraído. Estaba convencido de que a la menor oportunidad que tuviera, se marcharía. Huiría, para ser más exactos. Decir que había abandonado el lugar le recordó también, irónicamente, que con la casa había dejado atrás mucho más. O, por lo menos, era lo que había pretendido desde un principio. Obviamente, la verdad era algo que no le confesaría a ella. No mientras estuviera en aquel estado de confusión. ¿De qué serviría que supiera sobre mi y nuestra relación? Su predisposición era arisca y desconfiada, primero, debía conseguir que se liberase de las cadenas que le ataban los recuerdos.
Sonreí ligeramente ante su intento por desandar lo andado. Así que, se arrepentía de haber demostrado algo de curiosidad... La Carmmine orgullosa, seguía dentro. Puede que la dependiente fuera la que se había escondido, momentáneamente. ― Tuve que marcharme por algunos problemas.. personales ― Contesté, ignorando su intento por que lo olvidara. De echo, hacía el efecto contrario. Quería sacar más de ella. Más de lo que pensara o sintiera. Ridículo ¿No? Yo, preocupándome por los sentimientos de alguien más. ¡En qué me había convertido!
Interrumpiendo tanto mis pensamientos como el que quisiera presionarla, se escucharon unos ladridos fuera de la casa. Y acompañándolos, también podían escucharse rascadas en lo que posiblemente sería la puerta principal. Puerta que acababa de arreglar no hacía mucho. ― ¡Chico, deja de rascar! ― Llamé su atención. Solía dejarle la puerta abierta para que, precisamente, no hiciera aquel destrozo. Tener la ventana del altillo abierta siempre hacía pasar mucha corriente en la planta inferior y lo más seguro es que se hubiese cerrado. Miré la puerta del baño y el pasillo que llevaba a la entrada simultáneamente. No quería, pero en vista de que ella parecía no tener intenciones de abrirla, resultaría más productivo dejar entrar al animal. ― Más vale que abras la puerta si quieres ponerte algo más.. entero, no puedo atravesar las paredes ― Una sonrisa fugaz asomó mis labios, a pesar de que las palabras fueron dichas con seriedad. Corriendo me apresuré hacia la entrada. Al abrir la puerta me encontré a la bola peluda marrón que algún día fue blanca ¿Para qué negarlo? Se me daba fatal eso de bañarlo, me perdía los nervios el que no se estuviera quieto y poner tanto esfuerzo para que a los dos segundos volviera a estar sucio. ― ¿Qué, ahora quieres entrar, a que sí? ― Sus ojos miraban hacia mi cual corderito degollado mientras movía su cola alegremente de un lado a otro y soltaba algún ladrido. Me fijé en que traía la lengua sacada y parecía respirar con ligera dificultad. ― Ah, ya. Quieres comer ― Con un suspiro acaricié distraídamente entre sus orejas y como si hubiese entendido mi afirmativa, enfiló hacia la cocina.
Una vez allí, fue cosa de que en un plato le colocara su comida. Tiempo atrás, su comida había sido la única allí, sin embargo ahora también había variedades de carne o pasta. Aunque mi fuente alimenticia principal era la sangre, salir a buscarla se había convertido en algo tedioso hasta el punto de hastiarme pensar en ello. Tomándola con desgana. Así es como la comida humana había pasado a ser parte de mi dieta. ― Tú también la has echado de menos ¿Verdad? ― Me acuclillé a uno de sus lados, observándole comer con ansia mientras de vez en cuando se distraía mirando hacia otro lado. Por supuesto, él había notado su presencia. Seguramente, mucho antes que yo.
Por otra parte ¿Quién era yo en su vida para semejante pretensión? Puede que, quien fuera, la hubiese lastimado físicamente pero sabía que yo también la había lastimado de otra forma. Interiormente. La última carta que había en mi buzón lo probaba y no precisamente porque fuera desgarradoramente lastimosa, sino por su frialdad en las palabras. ¡¿Qué esperaba?! Bufé, molesto por las contradicciones que me volvían loco en mi cabeza. Carmmine era –O había sido, antes de perder la memoria– una mujer dependiente de otros y, al mismo tiempo, lo suficientemente orgullosa como para no admitirlo. Sabía que había dependido de mi, del mismo modo que el dolor por mi marcha habría acabado por volverla fría como un tempano. Y no podía evitar preguntarme, si el causante de su pérdida había sido yo. ¿Era yo tan importante en su vida? Tanto como había notado que era en la mía, al darme cuenta de que podría haberla perdido por mi propia estupidez de la que ni siquiera había sido consciente. De mi miedo. De mi cobardía a estar demasiado cerca de alguien, como en el pasado. Claro que, Carmmine no se parecía en nada a Edgar. Nadie en su sano juicio los compararía. La muestra, de que nunca había estado en mi sano juicio hasta.. Tal vez ¿Ahora?. Ahora que pensaba poner todo mi empeño para recuperarla, costara lo que costara.
Su pregunta me pilló por sorpresa, sacándome de la conmoción a la que –Una vez más– mis pensamientos me habían arrastrado. Igual que las últimas semanas. No podía ser, me dije. Ahora que la tenía, no podía permitirme el estar distraído. Estaba convencido de que a la menor oportunidad que tuviera, se marcharía. Huiría, para ser más exactos. Decir que había abandonado el lugar le recordó también, irónicamente, que con la casa había dejado atrás mucho más. O, por lo menos, era lo que había pretendido desde un principio. Obviamente, la verdad era algo que no le confesaría a ella. No mientras estuviera en aquel estado de confusión. ¿De qué serviría que supiera sobre mi y nuestra relación? Su predisposición era arisca y desconfiada, primero, debía conseguir que se liberase de las cadenas que le ataban los recuerdos.
Sonreí ligeramente ante su intento por desandar lo andado. Así que, se arrepentía de haber demostrado algo de curiosidad... La Carmmine orgullosa, seguía dentro. Puede que la dependiente fuera la que se había escondido, momentáneamente. ― Tuve que marcharme por algunos problemas.. personales ― Contesté, ignorando su intento por que lo olvidara. De echo, hacía el efecto contrario. Quería sacar más de ella. Más de lo que pensara o sintiera. Ridículo ¿No? Yo, preocupándome por los sentimientos de alguien más. ¡En qué me había convertido!
Interrumpiendo tanto mis pensamientos como el que quisiera presionarla, se escucharon unos ladridos fuera de la casa. Y acompañándolos, también podían escucharse rascadas en lo que posiblemente sería la puerta principal. Puerta que acababa de arreglar no hacía mucho. ― ¡Chico, deja de rascar! ― Llamé su atención. Solía dejarle la puerta abierta para que, precisamente, no hiciera aquel destrozo. Tener la ventana del altillo abierta siempre hacía pasar mucha corriente en la planta inferior y lo más seguro es que se hubiese cerrado. Miré la puerta del baño y el pasillo que llevaba a la entrada simultáneamente. No quería, pero en vista de que ella parecía no tener intenciones de abrirla, resultaría más productivo dejar entrar al animal. ― Más vale que abras la puerta si quieres ponerte algo más.. entero, no puedo atravesar las paredes ― Una sonrisa fugaz asomó mis labios, a pesar de que las palabras fueron dichas con seriedad. Corriendo me apresuré hacia la entrada. Al abrir la puerta me encontré a la bola peluda marrón que algún día fue blanca ¿Para qué negarlo? Se me daba fatal eso de bañarlo, me perdía los nervios el que no se estuviera quieto y poner tanto esfuerzo para que a los dos segundos volviera a estar sucio. ― ¿Qué, ahora quieres entrar, a que sí? ― Sus ojos miraban hacia mi cual corderito degollado mientras movía su cola alegremente de un lado a otro y soltaba algún ladrido. Me fijé en que traía la lengua sacada y parecía respirar con ligera dificultad. ― Ah, ya. Quieres comer ― Con un suspiro acaricié distraídamente entre sus orejas y como si hubiese entendido mi afirmativa, enfiló hacia la cocina.
Una vez allí, fue cosa de que en un plato le colocara su comida. Tiempo atrás, su comida había sido la única allí, sin embargo ahora también había variedades de carne o pasta. Aunque mi fuente alimenticia principal era la sangre, salir a buscarla se había convertido en algo tedioso hasta el punto de hastiarme pensar en ello. Tomándola con desgana. Así es como la comida humana había pasado a ser parte de mi dieta. ― Tú también la has echado de menos ¿Verdad? ― Me acuclillé a uno de sus lados, observándole comer con ansia mientras de vez en cuando se distraía mirando hacia otro lado. Por supuesto, él había notado su presencia. Seguramente, mucho antes que yo.
Victorio Lambert- Vampiro Clase Media
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Re: One more time [Carmmine]
Y ahora me arrepentía de nuevo de haber abierto la boca, sé que fui yo quien preguntó, pero en realidad no tenía expectativas sobre una respuesta, aunque tampoco puedo decir que fue suficiente. ¿Problemas personales? Cualquier cosa podía ser un problema personal. Lo mejor hubiese sido que ambos mantuviéramos la boca cerrada, porque una respuesta tan escueta como esa… Yo… Yo solo no tenía derecho a decir nada. Ya era suficiente con haberme metido a su casa durante su ausencia y ahora que incluso acabó ofreciéndome ayuda, por lo que debía aprender cual era mi lugar, y ese era ninguno. No tenía nada que hacer aquí.
Era exactamente eso lo que me repetía una y otra vez cuando mi mano temblorosa se aferraba al marco de la ventana. Sé que era tan fácil como abrirla y salir, pero había algo que seguía haciendo eco en mi cabeza, algo que probablemente no pararía si me largaba así como así. Supongo que es similar a dormir con hambre, el malestar puede desaparecer porque no estas consciente pero luego cuando abres los ojos regresa y no te abandona hasta que lo sacies. Lo complicado entonces, era que no sabía si tenía un hambre justificada por mi necesidad de saber algunas cosas, o solo me estaba moviendo por gula, buscando recuerdos que no eran importantes y que en unas horas más no significarían nada, de verdad no lo sabía, y eso me frustraba aún más.
Luego esos ladridos de antes, probablemente provenientes del mismo animal, seguido por aquella especie de grito. ¿Chico? Si ese era el nombre del animal, no se necesitaba ser un genio para adivinarlo, pero ¿Quién llamaba a su perro así? Era curioso, pero definitivamente no un nombre de perro. Aunque sí, debo admitir que lo más curioso era que un hombre como él tuviese un perro ¿Tan solo debía sentirse? ¿Qué me importaba a mí como se sintiera?
Solo resoplé y acabé por desistir de huir otra vez, esto casi parecía una broma, a lo que se sumaba el hecho de que prácticamente me estaba ordenando que abriese la puerta. Tampoco es que me fuese a quedar encerrada en el baño para siempre, solo necesitaba tiempo para ordenar mis ideas y calmar mis impulsos, en especial el que me decía que tenía que largarme y que se reía de mi por la forma en que dejaba que me tratara ese sujeto. Era ridículo en tantas formas diferentes que tal vez lo menos lesivo sería soportar las burlas de una vez y acabar con la vergüenza.
Inútilmente tragué saliva y abrí la puerta un par de centímetros, lo suficiente como para cerciorarme de que no estaba esperándome como un carcelero, cosa a la que para mí buena fortuna había acertado, porque el solo contacto visual con él me incomodaba, y seguro que yo no era la única que lo había notado.
Entonces deje salir el suspiro que faltaba y acabé por salir de aquella zona de seguridad. Mentiría si dijese que me preguntaba dónde estaba, porque podía distinguir su aroma particular sin necesidad de esforzarse, así que sin pensar caminé a donde estaba, dirigida por nariz. ¿Y para qué? Solo para encontrarme con aquella shockeante escena. Que a pesar de lo adorablemente humano que podría parecer fue eso, un shock.
Había escuchado perfectamente lo que le dijo al animal, eran solo ocho palabras. Palabras que explotaron en mi cabeza haciendo surgir dudas, preguntas y sobretodo miedo. Mi sorpresa era evidente, y aunque intentara ocultarlo, mis ojos abiertos de sobremanera y mi respiración entrecortada me delataban. Parecía que ambos, vampiro y animal, me observaban como si fuese una rareza o un fenómeno de circo, aunque lo más probable es que aquello no fuese más que imaginación mía.
Mis labios empezaron a temblar, querían pronunciar una pregunta de una palabra, pero ésta se negaba a salir de mi garganta. “¿También?”. Eso era lo que quería decir, porque significaba que no éramos, o habíamos sido, mejor dicho, solo conocidos. No, el verbo extrañar denotaba algo más, tenía que ser estúpida para no verlo, incluso si a eso le sumábamos su actitud en cuanto me vio y el hecho de se que ofreciera inmediatamente a ayudarme… Solo que no sabía que era. Y quería saberlo. Necesitaba saberlo.
- ¿Quién eres? – dije sin poder salir aun de esa impresión, y sin darme cuenta que ya había cruzado el umbral de la desesperación – Dime quién eres… para extrañarme – agregué de forma entrecortada e incluso con tono que me hacía parecer algo enfadada, como si con ello fuese a esconder el hecho de que haberlo escuchado me había afectado, pero no era más que un intento en vano.
Me costaba articular frases, ni siquiera me había dado cuenta que de mis ojos comenzaron a desprenderse unas solitarias lágrimas, aunque sentía que mi expresión era la misma de antes, pero no podía estar segura. Y aunque parezca tonto, no me importaba, no ahora, solo quería saber quién era… quería recordar.
Era exactamente eso lo que me repetía una y otra vez cuando mi mano temblorosa se aferraba al marco de la ventana. Sé que era tan fácil como abrirla y salir, pero había algo que seguía haciendo eco en mi cabeza, algo que probablemente no pararía si me largaba así como así. Supongo que es similar a dormir con hambre, el malestar puede desaparecer porque no estas consciente pero luego cuando abres los ojos regresa y no te abandona hasta que lo sacies. Lo complicado entonces, era que no sabía si tenía un hambre justificada por mi necesidad de saber algunas cosas, o solo me estaba moviendo por gula, buscando recuerdos que no eran importantes y que en unas horas más no significarían nada, de verdad no lo sabía, y eso me frustraba aún más.
Luego esos ladridos de antes, probablemente provenientes del mismo animal, seguido por aquella especie de grito. ¿Chico? Si ese era el nombre del animal, no se necesitaba ser un genio para adivinarlo, pero ¿Quién llamaba a su perro así? Era curioso, pero definitivamente no un nombre de perro. Aunque sí, debo admitir que lo más curioso era que un hombre como él tuviese un perro ¿Tan solo debía sentirse? ¿Qué me importaba a mí como se sintiera?
Solo resoplé y acabé por desistir de huir otra vez, esto casi parecía una broma, a lo que se sumaba el hecho de que prácticamente me estaba ordenando que abriese la puerta. Tampoco es que me fuese a quedar encerrada en el baño para siempre, solo necesitaba tiempo para ordenar mis ideas y calmar mis impulsos, en especial el que me decía que tenía que largarme y que se reía de mi por la forma en que dejaba que me tratara ese sujeto. Era ridículo en tantas formas diferentes que tal vez lo menos lesivo sería soportar las burlas de una vez y acabar con la vergüenza.
Inútilmente tragué saliva y abrí la puerta un par de centímetros, lo suficiente como para cerciorarme de que no estaba esperándome como un carcelero, cosa a la que para mí buena fortuna había acertado, porque el solo contacto visual con él me incomodaba, y seguro que yo no era la única que lo había notado.
Entonces deje salir el suspiro que faltaba y acabé por salir de aquella zona de seguridad. Mentiría si dijese que me preguntaba dónde estaba, porque podía distinguir su aroma particular sin necesidad de esforzarse, así que sin pensar caminé a donde estaba, dirigida por nariz. ¿Y para qué? Solo para encontrarme con aquella shockeante escena. Que a pesar de lo adorablemente humano que podría parecer fue eso, un shock.
Había escuchado perfectamente lo que le dijo al animal, eran solo ocho palabras. Palabras que explotaron en mi cabeza haciendo surgir dudas, preguntas y sobretodo miedo. Mi sorpresa era evidente, y aunque intentara ocultarlo, mis ojos abiertos de sobremanera y mi respiración entrecortada me delataban. Parecía que ambos, vampiro y animal, me observaban como si fuese una rareza o un fenómeno de circo, aunque lo más probable es que aquello no fuese más que imaginación mía.
Mis labios empezaron a temblar, querían pronunciar una pregunta de una palabra, pero ésta se negaba a salir de mi garganta. “¿También?”. Eso era lo que quería decir, porque significaba que no éramos, o habíamos sido, mejor dicho, solo conocidos. No, el verbo extrañar denotaba algo más, tenía que ser estúpida para no verlo, incluso si a eso le sumábamos su actitud en cuanto me vio y el hecho de se que ofreciera inmediatamente a ayudarme… Solo que no sabía que era. Y quería saberlo. Necesitaba saberlo.
- ¿Quién eres? – dije sin poder salir aun de esa impresión, y sin darme cuenta que ya había cruzado el umbral de la desesperación – Dime quién eres… para extrañarme – agregué de forma entrecortada e incluso con tono que me hacía parecer algo enfadada, como si con ello fuese a esconder el hecho de que haberlo escuchado me había afectado, pero no era más que un intento en vano.
Me costaba articular frases, ni siquiera me había dado cuenta que de mis ojos comenzaron a desprenderse unas solitarias lágrimas, aunque sentía que mi expresión era la misma de antes, pero no podía estar segura. Y aunque parezca tonto, no me importaba, no ahora, solo quería saber quién era… quería recordar.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: One more time [Carmmine]
Tan cegados estaban mis sentidos que ni siquiera la vi venir.
Solo veía a Chico y su ánimo por aquella comida, además de su inquietud e hiperactividad de siempre. Tan fresco. Tan vivo. Recordaba perfectamente el momento en el que lo vi por primera vez. Un día aparentemente como otro cualquiera frente a mi puerta me encontré con una bola de pelo blanca sobre una cesta. "¿Que demonios es esto?" Pregunta obvia y que salió involuntariamente, por no hablar de las facciones de mi cara que se habían contraído en una mueca de desconcierto. Pensándolo fríamente, hasta resultaba divertido. ¡Una completamente locura! Cuando leí la nota que venía con él "Cuídame" en seguida supe de quién era responsable. De quien cambiaba mi vida poco a poco, como una gota de agua que primero resbala sobre la ropa hasta calar lentamente en tu piel. Algo muy extraño. Y esa bola de pelo enana y blanca ahora se había convertido en una bola de pelo sucia, ligeramente marrón y más grande. Él crecía, no era como nosotros que nos quedábamos con la misma apariencia perpetuamente. Y tenía sus ventajas... Hasta que te aburrías de todo y de todos y ya cualquier cosa se te hacía monótona, que era lo que me había pasado a mi tras más de cien años vagando por el mundo en un estado exacto al de aquel mismo momento.
Por eso no la vi hasta que fue tarde. Pensaba que tenía puestos casi todos mis sentidos en su presencia, fijándome si salía o no del cuarto de baño para poder... Para poder continuar con algo que ni siquiera tiene nombre. No era una relación. Ni una conversación. Lo que estaba pasando entre Carmmine y yo en ese momento era incapaz de describirlo. Me sorprendí de verla, clavando sus ojos sobre Chico y sobre mi. Maldije. ¡Mierda!. Me oyó pronunciar aquellas aparentemente normales pero en realidad peligrosas palabras. ¿Las habría entendido? ¿Necesitaría tan poco para recuperar la memoria? Tal vez con solo vernos a ambos sabría todo y entonces sí que no podría recuperarla. "¿Quién eres?" No puedo negar que me sentí ligeramente aliviado al escucharla.. Al ver en su propia expresión la confusión. ¡Que egoísta! Estaba claro que no iba a cambiar nunca. A pesar de verla confundida y aterrada por vete tu a saber qué cosas se le estuvieran apareciendo por la cabeza, yo solo era capaz de sentirme aliviado de que no me recordara. Ni a mi, ni lo que había echo.
Era un cobarde. Tiempo atrás.. Tiempo atrás me hubiese dado exactamente igual lo que supiera o no. Le habría dejado claro nuestra relación y si no entendía mis motivos, pues sintiéndolo mucho iba a tener que aguantarse. La hubiese obligado a aceptarme como antaño hice. Sí ¿Por qué no hacía eso? Era estúpido por mi parte querer sacar un lado considerado que jamás existió en mi. Por mucho que hubiese visto e imaginar sentir aquello, no estaba en mi la delicadeza ni la compasión por otros. Por qué entonces intentaba con tanta fuerza serlo con ella. Por qué era un cobarde y no aprovechaba aquella ocasión para terminar con toda esa asquerosa farsa en la que yo mismo me había hundido hasta el puto cuello. Imbécil. Y una larga ristra de insultos eran los únicos que definían mi actitud en ese momento. Porque no podía hacerlo. Mis labios, entreabiertos, estaban listos para pronunciar esas palabras. ¿Quién soy? Soy tu amante. Soy tu amor. Soy tu perdición. Soy a quien probablemente odies más. Soy el culpable de tu estado. No lo sabía pero podía sentirlo de alguna maldita forma. Y me estaba matando.
Antes de si quiera dejarla dar una bocanada más de aire, ya estaba frente a ella y le limpiaba las súbitas lágrimas con un pulgar. Nunca me había afectado el llanto ajeno hasta que la conocí. Solo era agua... Jamás comprendí porque aquello significaba dolor o debilidad. Si solo era agua ¿Lloraría también el cielo en esos días de tormenta?. ― ¿Quién quieres que sea? ― Un susurro que casi ni yo mismo escuché, la corriente del viento podía haberse llevado perfectamente mis palabras. ¿Ese era yo? ¿Ese que hablaba con voz casi quebrada por sus lágrimas? No, ese no era yo. ¡Ese nunca podría ser yo! Mis manos aferraron ambas mejillas con suavidad, acariciándolas y al mismo tiempo ni tocándolas prácticamente. ― Carmmine.. ― Un suspiro que llevaba su nombre. Un anhelo. El anhelo de, tal vez, volver al pasado. A los meses que compartimos juntos cuando nada parecía importar mas que nosotros, aunque claramente fuese una mentira. ¿Lo había sido? Puede que sí, que nada hubiese sido real. Que todo resultara, al final, una triste y cruel pesadilla de la que despertaría. En mi cama. Solo. Y me daría cuenta de que no tenía porque preocuparme. De que ese Victorio estúpido nunca había existido ni sería capaz de existir, porque tampoco existía ninguna mujer de cabellos pelirrojos como el mismísimo fuego y piel blanca como la nieve que lo debilitara. ¡Un maldito punto débil! Sí, ella se había convertido en mi maldito punto débil desde el mismo día en que nuestras miradas se encontraron. Desde antes de saber que podría tener alguno ajeno al sol, hasta entonces el único.
Antes de pensarlo si quiera, mis labios ya la estaban besando como antaño lo hicieron. Sabía que ella no quería. No me quería. Ni la nueva ni la antigua Carmmine, ninguna querría nada de lo que pudiera ofrecerle. Oía a lo poco de mi consciencia susurrarme palabras certeras como puños e imborrables como la propia huella dactilar.
Felicidades, Victorio, una vez más has conseguido lo que te proponías.
Solo veía a Chico y su ánimo por aquella comida, además de su inquietud e hiperactividad de siempre. Tan fresco. Tan vivo. Recordaba perfectamente el momento en el que lo vi por primera vez. Un día aparentemente como otro cualquiera frente a mi puerta me encontré con una bola de pelo blanca sobre una cesta. "¿Que demonios es esto?" Pregunta obvia y que salió involuntariamente, por no hablar de las facciones de mi cara que se habían contraído en una mueca de desconcierto. Pensándolo fríamente, hasta resultaba divertido. ¡Una completamente locura! Cuando leí la nota que venía con él "Cuídame" en seguida supe de quién era responsable. De quien cambiaba mi vida poco a poco, como una gota de agua que primero resbala sobre la ropa hasta calar lentamente en tu piel. Algo muy extraño. Y esa bola de pelo enana y blanca ahora se había convertido en una bola de pelo sucia, ligeramente marrón y más grande. Él crecía, no era como nosotros que nos quedábamos con la misma apariencia perpetuamente. Y tenía sus ventajas... Hasta que te aburrías de todo y de todos y ya cualquier cosa se te hacía monótona, que era lo que me había pasado a mi tras más de cien años vagando por el mundo en un estado exacto al de aquel mismo momento.
Por eso no la vi hasta que fue tarde. Pensaba que tenía puestos casi todos mis sentidos en su presencia, fijándome si salía o no del cuarto de baño para poder... Para poder continuar con algo que ni siquiera tiene nombre. No era una relación. Ni una conversación. Lo que estaba pasando entre Carmmine y yo en ese momento era incapaz de describirlo. Me sorprendí de verla, clavando sus ojos sobre Chico y sobre mi. Maldije. ¡Mierda!. Me oyó pronunciar aquellas aparentemente normales pero en realidad peligrosas palabras. ¿Las habría entendido? ¿Necesitaría tan poco para recuperar la memoria? Tal vez con solo vernos a ambos sabría todo y entonces sí que no podría recuperarla. "¿Quién eres?" No puedo negar que me sentí ligeramente aliviado al escucharla.. Al ver en su propia expresión la confusión. ¡Que egoísta! Estaba claro que no iba a cambiar nunca. A pesar de verla confundida y aterrada por vete tu a saber qué cosas se le estuvieran apareciendo por la cabeza, yo solo era capaz de sentirme aliviado de que no me recordara. Ni a mi, ni lo que había echo.
Era un cobarde. Tiempo atrás.. Tiempo atrás me hubiese dado exactamente igual lo que supiera o no. Le habría dejado claro nuestra relación y si no entendía mis motivos, pues sintiéndolo mucho iba a tener que aguantarse. La hubiese obligado a aceptarme como antaño hice. Sí ¿Por qué no hacía eso? Era estúpido por mi parte querer sacar un lado considerado que jamás existió en mi. Por mucho que hubiese visto e imaginar sentir aquello, no estaba en mi la delicadeza ni la compasión por otros. Por qué entonces intentaba con tanta fuerza serlo con ella. Por qué era un cobarde y no aprovechaba aquella ocasión para terminar con toda esa asquerosa farsa en la que yo mismo me había hundido hasta el puto cuello. Imbécil. Y una larga ristra de insultos eran los únicos que definían mi actitud en ese momento. Porque no podía hacerlo. Mis labios, entreabiertos, estaban listos para pronunciar esas palabras. ¿Quién soy? Soy tu amante. Soy tu amor. Soy tu perdición. Soy a quien probablemente odies más. Soy el culpable de tu estado. No lo sabía pero podía sentirlo de alguna maldita forma. Y me estaba matando.
Antes de si quiera dejarla dar una bocanada más de aire, ya estaba frente a ella y le limpiaba las súbitas lágrimas con un pulgar. Nunca me había afectado el llanto ajeno hasta que la conocí. Solo era agua... Jamás comprendí porque aquello significaba dolor o debilidad. Si solo era agua ¿Lloraría también el cielo en esos días de tormenta?. ― ¿Quién quieres que sea? ― Un susurro que casi ni yo mismo escuché, la corriente del viento podía haberse llevado perfectamente mis palabras. ¿Ese era yo? ¿Ese que hablaba con voz casi quebrada por sus lágrimas? No, ese no era yo. ¡Ese nunca podría ser yo! Mis manos aferraron ambas mejillas con suavidad, acariciándolas y al mismo tiempo ni tocándolas prácticamente. ― Carmmine.. ― Un suspiro que llevaba su nombre. Un anhelo. El anhelo de, tal vez, volver al pasado. A los meses que compartimos juntos cuando nada parecía importar mas que nosotros, aunque claramente fuese una mentira. ¿Lo había sido? Puede que sí, que nada hubiese sido real. Que todo resultara, al final, una triste y cruel pesadilla de la que despertaría. En mi cama. Solo. Y me daría cuenta de que no tenía porque preocuparme. De que ese Victorio estúpido nunca había existido ni sería capaz de existir, porque tampoco existía ninguna mujer de cabellos pelirrojos como el mismísimo fuego y piel blanca como la nieve que lo debilitara. ¡Un maldito punto débil! Sí, ella se había convertido en mi maldito punto débil desde el mismo día en que nuestras miradas se encontraron. Desde antes de saber que podría tener alguno ajeno al sol, hasta entonces el único.
Antes de pensarlo si quiera, mis labios ya la estaban besando como antaño lo hicieron. Sabía que ella no quería. No me quería. Ni la nueva ni la antigua Carmmine, ninguna querría nada de lo que pudiera ofrecerle. Oía a lo poco de mi consciencia susurrarme palabras certeras como puños e imborrables como la propia huella dactilar.
Felicidades, Victorio, una vez más has conseguido lo que te proponías.
Victorio Lambert- Vampiro Clase Media
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Re: One more time [Carmmine]
No podía moverme, si siquiera para quitar de mis mejillas esas deshonrosas lágrimas que parecían no tener sentido, incluso podía sentir como el aire se estancaba en mi pecho, dándome la falsa sensación de que no podía respirar, de que en cualquier momento iba a morirme a causa de ello. Pero todo ello no era más que una quimera causada por aquella parte de mi cabeza que ansiaba recordar ¿Con qué sentido? ¿Para qué? Si no era… necesario.
Di un paso atrás, o al menos eso creí, pero ya era demasiado tarde. Lo tenía tan cerca, que aun con la mirada empañada por esas salinas gotas de agua, pude perderme en esos orbes inusualmente claros. Mi pecho aun colapsaba, tenía miedo siquiera de respirar el mismo aire que él, más aun cuando sentí el frío tacto de sus manos ¿Era de verdad frío? No podía estar segura, pero por algún motivo se sentía extraño, no era cálido como la piel del que acababa de alimentarse, similar, pero no era lo mismo.
Entonces esta vez con apenas unas palabras más, cuatro tal vez, volvía a ponerme en jaque, como si su juego favorito fuese el arrinconarme para ver alguna reacción. No podría responderle aunque tuviese una respuesta a lo que dijo, porque por más que mi imaginación jugase con las posibilidades, por más que pudiese mentir, o tal vez no, e inventar algo para retenerlo, no podía. Y el hecho de que mencionara mi nombre de ese modo solo le imprimía más dolor a la situación, a pesar de que no sabía desde cuando yo podía sentir pena por algo, lo sentí.
Cuando se acercó aún más sabía lo que haría, pero mi cuerpo insistió en no responder a mis súplicas. Ni siquiera pude cerrar los ojos cuando sus labios trataban de buscar los míos, y… se veía tan vulnerable, tan contrario a lo que parecía ser su esencia. Lo único que pude ser fue continuar inmóvil hasta que una de mis manos aflojó el puño en que se había convertido, dejando de ese anillo de la piedra roja que había encontrado en el ático cayera en el suelo dejando oír un pequeño sonido metálico. Aquello hizo que pudiese volver a respirar, aunque fuese probablemente el mismo aire que él estaba exhalando, era lo suficiente como para hacer que el resto de mi cuerpo reaccionara.
Suavemente me aparté de sus labios, pero sin separar por completo mi rostro del suyo, y deslicé una de mis manos hasta su nuca para acurrucar su cabeza en mi hombro. Solo en ese momento pude cerrar los ojos y suspirar tranquila. Quizás porque ya sabía qué era lo que debía hacer.
- No quiero que seas nadie más – dije prácticamente en un susurro similar al que antes había usado él para pronunciar mi nombre – No tienes por qué hacerlo solo porque me parezca a esa mujer – agregué tratando con todas mis fuerzas fingir frialdad para así cubrir el hecho de que mi alma había sido destrozada por sus palabras – Por esa razón, no vas a volverme a ver – terminé, para luego dejarle un último beso en la mejilla antes de apartarme de él por completo.
Tuve que luchar contra cada una de las fibras de mi cuerpo, y seguramente también contra las de mis consciencia, pero cuando ya tenía la certeza de que podía verme le sonreí. Pese a que no sabía muy bien por qué estaba haciendo tamañas estupideces, de lo que si podía estar segura era de que era mejor cortar el mal de raíz y luego quemar la herida para que cerrara de una vez. Dolía. Tal vez lo que más dolía era verlo así, porque sentía que no era un extraño, pero nada de que hiciera iba a cambiar todo lo que yo había hecho, ni traería de vuelta lo que había caído en el olvido.
- Deberías bañar a esa bola de pelos alguna vez – dije dirigiéndole una mirada al animal, para así evitar caer en los ojos del vampiro de nuevo – Bueno, debo irme antes de que se haga aún más… temprano – dije encogiéndome de hombros.
Ya solo era cosa de voltearme y llegar hasta la puerta, pero el taconeo de mis zapatos en la madera era insoportable, hacía toda esa escena aún más aterradora, de hecho, no recordaba que la salida estuviese tan lejos, lo que seguro no era más que la relatividad jugándome otra vez una mala pasada. Así que apuré el paso. Necesitaba desesperadamente salir de ese lugar, y alejarme aún más, porque solo entonces podría derrumbarme, caer sobre el suelo, llorar y gritar todo lo que no pude hacer adentro. Lo necesitaba porque toda esa sensación que me comía por dentro me estaba matando, y probablemente lo haría de algún modo u otro, pero no iba a suceder frente a él.
Los últimos pasos se me hicieron eternos, pero ya con la mano en la puerta y luego de un giro que daba paso a una refrescante brisa pude respirar profundamente. Debía apresurarme en llegar a casa, por lo que a tropezones comencé a correr. No. Ese no era el motivo, pero si me lo repetía suficientes veces quizás se volvería verdad. Lo mismo su rostro, si dejaba de pensar en él, acabaría por olvidarse. Sería lo mejor.
Di un paso atrás, o al menos eso creí, pero ya era demasiado tarde. Lo tenía tan cerca, que aun con la mirada empañada por esas salinas gotas de agua, pude perderme en esos orbes inusualmente claros. Mi pecho aun colapsaba, tenía miedo siquiera de respirar el mismo aire que él, más aun cuando sentí el frío tacto de sus manos ¿Era de verdad frío? No podía estar segura, pero por algún motivo se sentía extraño, no era cálido como la piel del que acababa de alimentarse, similar, pero no era lo mismo.
Entonces esta vez con apenas unas palabras más, cuatro tal vez, volvía a ponerme en jaque, como si su juego favorito fuese el arrinconarme para ver alguna reacción. No podría responderle aunque tuviese una respuesta a lo que dijo, porque por más que mi imaginación jugase con las posibilidades, por más que pudiese mentir, o tal vez no, e inventar algo para retenerlo, no podía. Y el hecho de que mencionara mi nombre de ese modo solo le imprimía más dolor a la situación, a pesar de que no sabía desde cuando yo podía sentir pena por algo, lo sentí.
Cuando se acercó aún más sabía lo que haría, pero mi cuerpo insistió en no responder a mis súplicas. Ni siquiera pude cerrar los ojos cuando sus labios trataban de buscar los míos, y… se veía tan vulnerable, tan contrario a lo que parecía ser su esencia. Lo único que pude ser fue continuar inmóvil hasta que una de mis manos aflojó el puño en que se había convertido, dejando de ese anillo de la piedra roja que había encontrado en el ático cayera en el suelo dejando oír un pequeño sonido metálico. Aquello hizo que pudiese volver a respirar, aunque fuese probablemente el mismo aire que él estaba exhalando, era lo suficiente como para hacer que el resto de mi cuerpo reaccionara.
Suavemente me aparté de sus labios, pero sin separar por completo mi rostro del suyo, y deslicé una de mis manos hasta su nuca para acurrucar su cabeza en mi hombro. Solo en ese momento pude cerrar los ojos y suspirar tranquila. Quizás porque ya sabía qué era lo que debía hacer.
- No quiero que seas nadie más – dije prácticamente en un susurro similar al que antes había usado él para pronunciar mi nombre – No tienes por qué hacerlo solo porque me parezca a esa mujer – agregué tratando con todas mis fuerzas fingir frialdad para así cubrir el hecho de que mi alma había sido destrozada por sus palabras – Por esa razón, no vas a volverme a ver – terminé, para luego dejarle un último beso en la mejilla antes de apartarme de él por completo.
Tuve que luchar contra cada una de las fibras de mi cuerpo, y seguramente también contra las de mis consciencia, pero cuando ya tenía la certeza de que podía verme le sonreí. Pese a que no sabía muy bien por qué estaba haciendo tamañas estupideces, de lo que si podía estar segura era de que era mejor cortar el mal de raíz y luego quemar la herida para que cerrara de una vez. Dolía. Tal vez lo que más dolía era verlo así, porque sentía que no era un extraño, pero nada de que hiciera iba a cambiar todo lo que yo había hecho, ni traería de vuelta lo que había caído en el olvido.
- Deberías bañar a esa bola de pelos alguna vez – dije dirigiéndole una mirada al animal, para así evitar caer en los ojos del vampiro de nuevo – Bueno, debo irme antes de que se haga aún más… temprano – dije encogiéndome de hombros.
Ya solo era cosa de voltearme y llegar hasta la puerta, pero el taconeo de mis zapatos en la madera era insoportable, hacía toda esa escena aún más aterradora, de hecho, no recordaba que la salida estuviese tan lejos, lo que seguro no era más que la relatividad jugándome otra vez una mala pasada. Así que apuré el paso. Necesitaba desesperadamente salir de ese lugar, y alejarme aún más, porque solo entonces podría derrumbarme, caer sobre el suelo, llorar y gritar todo lo que no pude hacer adentro. Lo necesitaba porque toda esa sensación que me comía por dentro me estaba matando, y probablemente lo haría de algún modo u otro, pero no iba a suceder frente a él.
Los últimos pasos se me hicieron eternos, pero ya con la mano en la puerta y luego de un giro que daba paso a una refrescante brisa pude respirar profundamente. Debía apresurarme en llegar a casa, por lo que a tropezones comencé a correr. No. Ese no era el motivo, pero si me lo repetía suficientes veces quizás se volvería verdad. Lo mismo su rostro, si dejaba de pensar en él, acabaría por olvidarse. Sería lo mejor.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: One more time [Carmmine]
Solo durante unos segundos, me permití recordar. ¿Y cómo no hacerlo? Aunque aquella era una nueva Carmmine, seguía siendo la mía. Y esos labios no habían cambiado nada, continuaban teniendo la textura que tantas veces había soñado con probar en los últimos meses y que tantas veces había intentando comparar. Fallidamente, claro. No había encontrado una jodida mujer que supiera tan bien como ella ¡En qué mundo vivíamos! En qué me había convertido esa bruja. Ahora no solo era capaz de añorar sino que, además, ninguna otra fémina era capaz de satisfacerme. Realmente, aquello parecía magia. Y si me hubiese mandado echar una maldición después de mi ida, tampoco me sorprendería. La tendría merecida ¿No?. Por un momento, permití a mi mente olvidarme de todo eso. De todos los problemas. De que no importaba que estuviéramos en el mismo lugar ni de cuántas veces la habría besado yo allí anteriormente, la situación no era la misma de lejos. Lo olvidé. Mis manos ahuecaron sus frías y pálidas mejillas en un suspiro. No quería que terminara, por supuesto. De ser por mi, la habría alzado sin el más mínimo esfuerzo y la habría tirado contra mi cama sin piedad. Mi libido despertó, finalmente. Después de tantos meses apagado, se encendió ¡Con un maldito beso! Increíble. ¿Y por qué no hice nada de eso? Bastante simple, porque ella no me había apartado ¡No lo había echo! Que era, por supuesto, lo esperado. Eso y algún tipo de golpe, una cachetada tal vez. No importaba realmente, porque por besarla después de tanto tiempo estaba dispuesto a aguantar cualquier cosa. Y, sin embargo, nada. Nada en absoluto.
Era tal mi sorpresa que sus palabras me tomaron por sorpresa. Oh, se había separado y de alguna manera ahora tenía mi nariz pegada a su cuello. Sus magnificas hebras pelirrojas se ahuecaban contra mis fosas nasales y podía olerla. Pero olerla como dios manda. Una vez más. ¡Genial! Si en algún momento olvidé por qué su olor me embriagaba, os puedo jurar que nunca más lo haría. Imposible. Ese olor que me penetraba hasta el alma que creía no tener, no podría ser olvidado una segunda vez. Dios, estaba tan absorto, que escuché vagamente sus palabras. Y aún así, me desconcertaron. "Me parezca a esa mujer" ¿Eh? ¿Qué? ¿Qué mujer? ¡Pero si era ella a la que yo quería! En ese momento, fue cuestión de mi autocontrol (Y de que no tenía ningunas ganas de separarme de su cuello y su pelo) que no la agarrara y gritara toda la verdad que había olvidado. La buena y la mala. Con tal de que se acordara de mi. Empezaba a pensar que prefería mil veces sus desprecios a la sensación de que no me recordara. De ser un desconocido para ella. Uno más. ¡Ni de coña! Yo no podía ser uno más, porque yo fui siempre el único desde que me miró y eso no iba a cambiar. Estaba seguro de que no había cambiado. Ella me quería. Quería, inclusive, al hijo de puta que había dentro de mi y que la había abandonado.
La ausencia de ese maravilloso olor tan cercano fue repentina y me caló de la misma forma hasta los huesos. Oh, No. Oh, Sí. Había llegado el momento. Esta vez la vi a los ojos y no supe si alegrarme. ¿Qué era eso? ¿Por qué, de repente, me hablaba con tanta suavidad? No me había recordado, estaba claro. O suavidad sería lo último con lo que me trataría. ¿Entonces? ¿Simple atracción? No, ella era una gata rabiosa, lo había comprobado. ¡Maldita fuera! Mis manos se apretaron en sus caderas igual que mis dientes, rechinaban. ¿Cómo podía ser tan estúpido? La tenía delante. Podía agarrarla, encerrarla y no dejarla salir nunca más hasta que me reconociera y supiera que había vuelto para buscarla. Para no dejarla esta vez. Pero No. Cuando se separó, fue como si mis brazos perdiesen toda la fuerza. Esa mirada indescifrable pero que por algún motivo dolía me hizo perder toda la fuerza. Solo fueron unos míseros segundos. Solo unos pocos. Los suficientes. Ella ya se había marchado. Tan rápido como vino, se fue y yo como un imbécil solo me había quedado mirando a dónde antes había estado parada. Frente a mi.
Un nuevo ladrido, esta vez más enérgico y más cerca de mi tímpano, volvió a dispersar mis pensamientos. ― Chucho pesado ¡Ya lo sé! Volverá ¿De acuerdo? Te la traeré de una maldita vez ― Echando un último vistazo a aquella alhaja finalmente fui capaz de decidirme. Iba a traerla de vuelta a casa. Nuestra casa. Le haría recordar, no importaba su enfado ni cómo lo tomara contra mí. Pero no se escaparía una segunda vez. Esta nueva Carmmine no tenía ni idea de lo difícil que iba a ser sacarme de su vida. Porque cuando quería algo lo conseguía. Y la quería a ella.
Era tal mi sorpresa que sus palabras me tomaron por sorpresa. Oh, se había separado y de alguna manera ahora tenía mi nariz pegada a su cuello. Sus magnificas hebras pelirrojas se ahuecaban contra mis fosas nasales y podía olerla. Pero olerla como dios manda. Una vez más. ¡Genial! Si en algún momento olvidé por qué su olor me embriagaba, os puedo jurar que nunca más lo haría. Imposible. Ese olor que me penetraba hasta el alma que creía no tener, no podría ser olvidado una segunda vez. Dios, estaba tan absorto, que escuché vagamente sus palabras. Y aún así, me desconcertaron. "Me parezca a esa mujer" ¿Eh? ¿Qué? ¿Qué mujer? ¡Pero si era ella a la que yo quería! En ese momento, fue cuestión de mi autocontrol (Y de que no tenía ningunas ganas de separarme de su cuello y su pelo) que no la agarrara y gritara toda la verdad que había olvidado. La buena y la mala. Con tal de que se acordara de mi. Empezaba a pensar que prefería mil veces sus desprecios a la sensación de que no me recordara. De ser un desconocido para ella. Uno más. ¡Ni de coña! Yo no podía ser uno más, porque yo fui siempre el único desde que me miró y eso no iba a cambiar. Estaba seguro de que no había cambiado. Ella me quería. Quería, inclusive, al hijo de puta que había dentro de mi y que la había abandonado.
La ausencia de ese maravilloso olor tan cercano fue repentina y me caló de la misma forma hasta los huesos. Oh, No. Oh, Sí. Había llegado el momento. Esta vez la vi a los ojos y no supe si alegrarme. ¿Qué era eso? ¿Por qué, de repente, me hablaba con tanta suavidad? No me había recordado, estaba claro. O suavidad sería lo último con lo que me trataría. ¿Entonces? ¿Simple atracción? No, ella era una gata rabiosa, lo había comprobado. ¡Maldita fuera! Mis manos se apretaron en sus caderas igual que mis dientes, rechinaban. ¿Cómo podía ser tan estúpido? La tenía delante. Podía agarrarla, encerrarla y no dejarla salir nunca más hasta que me reconociera y supiera que había vuelto para buscarla. Para no dejarla esta vez. Pero No. Cuando se separó, fue como si mis brazos perdiesen toda la fuerza. Esa mirada indescifrable pero que por algún motivo dolía me hizo perder toda la fuerza. Solo fueron unos míseros segundos. Solo unos pocos. Los suficientes. Ella ya se había marchado. Tan rápido como vino, se fue y yo como un imbécil solo me había quedado mirando a dónde antes había estado parada. Frente a mi.
***
― Lo sé, lo sé ― Chico ladraba al exterior, junto a mi. Sentado en los escalones de la entrada acaricié sus antaño blancas orejas. Sabía lo que me estaba diciendo. "Volverá ¿Verdad?" "¡Haz que vuelva!". No debía faltar más de una hora para que saliese el sol pero no importaba, todavía había tiempo. No podía entrar en ese casa, no antes de haber tomado una decisión. Tenía que hacer algo con todo eso que estaba dentro de mi. Y rápido. Bajé la vista hasta la mano que de repente parecía estar húmeda gracias a los lametones de cierto animal. Extendí los dedos, viendo por enésima vez el objeto que encerraba. Parecía que Chico también quería verlo porque sus ojos estaban fijos en la piedra roja del anillo. ¡Lo había encontrado en el suelo! Justo a mi lado. Sí, era de ella. Eso ya lo sabía.Un nuevo ladrido, esta vez más enérgico y más cerca de mi tímpano, volvió a dispersar mis pensamientos. ― Chucho pesado ¡Ya lo sé! Volverá ¿De acuerdo? Te la traeré de una maldita vez ― Echando un último vistazo a aquella alhaja finalmente fui capaz de decidirme. Iba a traerla de vuelta a casa. Nuestra casa. Le haría recordar, no importaba su enfado ni cómo lo tomara contra mí. Pero no se escaparía una segunda vez. Esta nueva Carmmine no tenía ni idea de lo difícil que iba a ser sacarme de su vida. Porque cuando quería algo lo conseguía. Y la quería a ella.
Victorio Lambert- Vampiro Clase Media
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