AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Delirio [Isolda C. D'Urberville]
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Delirio [Isolda C. D'Urberville]
El aroma a tierra húmeda, el sonido de los pájaros lejanos que como yo, cantaban a la soledad que les acompaña, la suavidad de las plantas que acariciaban las yemas de mis dedos y el susurro de la brisa tardana que traía a mis oídos las palabras del silencio mientras el cielo ardía en llamaradas doradas y carmesíes como si quisiera reflejar mi alma en deshielo… me recordaban cuán vivo seguía todavía.
Suspiré profundamente y me deshice de los zapatos para sentir en mi piel el gélido contacto del agua abrazar mis pies desnudos, sin más ataduras que la propia piel. El oleaje era tranquilo aquella tarde aunque el cielo permanecía encapotado por algunas nubes de dudosa belleza, aunque nunca llegaron a alcanzar el astro rey que en silencio y parsimoniosamente empezaba a esconderse tras las lejanas colinas para dar paso a la fría y amarga noche. Otra más, de tantas noches. Siempre oscura, silenciosa, inquietante… casi desquiciante. Porque era la noche la que me pellizcaba cada vez que permitía a mis párpados el derecho a descansar, gritándome, recordándome, que no habría paz en mi alma hasta que muriera. Que si seguía vivo, era para sufrir la tortura de saber que era el culpable de todo dolor engendrado a partir del egoísmo de querer hacerla mía. No, era consciente que no merecía ni un segundo de calma, ni mucho menos de sonrisas. ¿Cómo podría sonreír si ella se había llevado consigo cada retal de mi felicidad? A veces, en aquellas largas noches que transcurría frente a la hoguera de la chimenea, con una copa de vodka en una mano mientras que la otra se aferraba a mi pecho para impedir que mi corazón se desprendiera de sus entrañas, su voz volvía a mí como un suspiro del viento. Y mis ojos la buscaban, mis manos se aferraban a la nada, mis oídos retenían su voz hasta que ésta desaparecía y el silencio, el maldito y siempre insistente silencio, me abofeteaba hasta arrancarme aquellas lágrimas que siempre guardé pensando no usarlas jamás. Hasta que me marchitaba poco a poco cuál flor sin agua, esperando que su abrazo mortal pronto me llevara con ella. Y entonces, el sol cegaba mi mirada vacía sin su luz y me recordaba que un nuevo día había empezado, sin ser consciente que para mí, sólo significaba el saber que aquél tormento tendría continuación. ¿Hasta cuando?
Un par de pasos bastaron para que el agua envolviera mi cintura y meciera mi cuerpo sin más alma que el desconsuelo.
- ¿Dónde estás?- grité de pronto un tanto exasperado, mirando por doquier sin nada que encontrar.- ¿Por qué no vienes a mí?- insistí, escuchando cómo no muy lejos de mí, una bandada de aves salía de entre los árboles y emprendía el vuelo hacia el sur, dejando tras de si, un efímero camino compuesto por hojas secas que poco a poco se fueron depositando sobre la superficie cristalina mientras yo, ingenuo, esperaba una respuesta a mis súplicas.
Contuve el aliento y avancé con firmeza hacia el sol poniente, desprendiéndome primero del chaleco negro que lucía y luego la camisa blanca que abrigaba mi torso ahora desnudo. Ni siquiera recuerdo dónde lancé la ropa, tampoco me importaba ya su pérdida. Y cerré los ojos mientras mis pies me sumergían en las profundidades de aquella solitaria laguna situada en los bosques cercanos a París. Pronto, muy pronto, el agua me abrazó y poco a poco, mis pulmones se fueron llenando de aquél elixir que ahora me asfixiaba y quemaba mis entrañas. Pero ya no me importaba agonizar un poco más si al final, podía lograr reunirme con ella.
Si tú no vienes a mí… yo vendré a ti, querida Isolda., suspiré en mis adentros, como si supiera de algún modo, que ella podría escucharme donde quiera que estuviera.
Y entonces, mis labios recibieron el cosquilleo de un beso sin dueño.
Iris M. Der Kláuseen- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Delirio [Isolda C. D'Urberville]
¿Por qué ocurría esto?
Porque, porque, porque...Siempre lo mismo. Las mismas preguntas. Los mismos pensamientos. Las mismas respuestas. Todo era siempre lo mismo. ¡Por qué!. ¿Tan malo era lo que habíamos echo que merecíamos aquello? Cada noche y mañana. Cada día tenía que observarle vivir en un sin vivir. Yo ya no tenía otra opción, no podía estar más en su mundo ¿Pero por qué se torturaba de esa manera? ¿Por qué se culpaba de mi muerte? Una vez más, las mismas preguntas. Una y otra vez. Preguntas que nunca tenían respuesta de quien yo verdaderamente quería. De él. Noin. Mi esposo, viudo desde mi muerto y completamente desdichado por ello. Por mi culpa. No era justo lo que nos había ocurrido. Y cuánto más lo pensaba más preguntas venían a mi cabeza, todas con un 'por qué' delante que simplemente no tenía explicación. Lo ocurrido no podía volverse atrás, aunque...tampoco creí nunca que podría quedarme en la tierra aún después de muerta. Sin embargo, por mucho que lo deseara, no podía cambiar el pasado ni siquiera en mi vida como humana y con mis poderes activos.
Una vez más observé mi transparente cuerpo, que me dejaba entrever la tierra sobre la que mi cuerpo flotaba. Ni siquiera podía decir que la pisaba porque ¿Cómo puede un fantasma caminar? No, un fantasma no camina, flota. Y pensar que a pesar del tiempo que llevaba ya muerta no me podía hacer a la idea de que nunca más tocaría y sentiría a otra persona. De que nunca más podría abrazar, especialmente, al hombre que me había devuelto la vida. Irónico ¿Verdad?. Noin me había devuelto no solo la vida, sino también la confianza en mi misma y las ganas de vivir ¿Para qué? Fue completamente inútil escapar de mi destino. Y mi destino había querido que estuviese con Jake, aún en la muerte. Por eso estaba muerta. ¿Por qué había tenido que involucrar a ese buen hombre? Mi soldado...mi hombre. No sabía siquiera si podía llorar pero, de ser posible, juraría que por mis mejillas se deslizaban unas cuantas de esas gotas. Tan transparentes como lo era el resto de mi cuerpo. Y no era ni mucho menos la primera vez ¿Cómo no llorar cada vez que lo veía sufrir? Por desgracia, se estaba volviendo habitual.
- No hagas ninguna tontería ¡por favor! - Murmuré sabiendo que nadie podía escucharme, aunque me diese igual quien lo hiciera realmente, era Noin a quien yo hablaba y quién no podía escuchar nada de lo que salía por mis labios. Miré al cielo, sintiéndome confusa. Enfadada pero al mismo tiempo enormemente triste. Toda yo era un remolino de sentimientos que, desde luego, no sabía cómo era capaz de permanecer dentro mío sin que explotasen los unos con los otros. Si todavía no tenía que irme, dónde fuera, ¿Por qué tenía que ser invisible? Y, por sobre todas las cosas, lo que más me frustraba es que a veces podía hacer cosas extrañas ¡Pero ajenas a mi voluntad! Había escuchado hablar, como bruja, que los fantasmas vagaban por la tierra y que algunos de los brujos tenían la habilidad de comunicarse con ellos o de controlarlos. También había oído que podían manifestarse de diferentes maneras. Por desgracia en la práctica las cosas se complicaban más de lo que me hubiese gustado. - Estoy aquí... - Susurré al borde de la histeria cuando le escuché preguntar por enésima vez el porque no me dejaba ver. ¡Si era lo que más quería!.
Me puse frente a él en cuanto vi que se iba metiendo dentro del agua con esa cara que me daba mucha mala espina. - ¿Qué estás haciendo? ¡Noin! - Grité de nuevo, en vano. Traspasó mi cuerpo también por enésima vez pero yo no me daba por vencida con facilidad y volvía a intentar detenerle. Cada vez estaba más y más dentro...¿Esta vez iba a hacerlo de verdad? Yo sabía que era una posibilidad, de echo, se veía venir que haría alguna tontería. Pero, por mucho que lo amara, no quería verle desperdiciar la vida muriendo de una manera tan estúpida. Nunca se le ocurriría suicidarse estando en su sano juicio, siendo el hombre que conocí y del que me enamoré... - Noin, por favor, no lo hagas... - Susurré esta vez pasando mis brazos por su cuello y cerrando los ojos con fuerza mientras imaginaba que le besaba o, mejor dicho, lo que de verdad se sentiría si pudiese ser corpórea.
Y solo por un instante, sentí que mi cuerpo aparecía y desaparecía frente a sus ojos.
Porque, porque, porque...Siempre lo mismo. Las mismas preguntas. Los mismos pensamientos. Las mismas respuestas. Todo era siempre lo mismo. ¡Por qué!. ¿Tan malo era lo que habíamos echo que merecíamos aquello? Cada noche y mañana. Cada día tenía que observarle vivir en un sin vivir. Yo ya no tenía otra opción, no podía estar más en su mundo ¿Pero por qué se torturaba de esa manera? ¿Por qué se culpaba de mi muerte? Una vez más, las mismas preguntas. Una y otra vez. Preguntas que nunca tenían respuesta de quien yo verdaderamente quería. De él. Noin. Mi esposo, viudo desde mi muerto y completamente desdichado por ello. Por mi culpa. No era justo lo que nos había ocurrido. Y cuánto más lo pensaba más preguntas venían a mi cabeza, todas con un 'por qué' delante que simplemente no tenía explicación. Lo ocurrido no podía volverse atrás, aunque...tampoco creí nunca que podría quedarme en la tierra aún después de muerta. Sin embargo, por mucho que lo deseara, no podía cambiar el pasado ni siquiera en mi vida como humana y con mis poderes activos.
Una vez más observé mi transparente cuerpo, que me dejaba entrever la tierra sobre la que mi cuerpo flotaba. Ni siquiera podía decir que la pisaba porque ¿Cómo puede un fantasma caminar? No, un fantasma no camina, flota. Y pensar que a pesar del tiempo que llevaba ya muerta no me podía hacer a la idea de que nunca más tocaría y sentiría a otra persona. De que nunca más podría abrazar, especialmente, al hombre que me había devuelto la vida. Irónico ¿Verdad?. Noin me había devuelto no solo la vida, sino también la confianza en mi misma y las ganas de vivir ¿Para qué? Fue completamente inútil escapar de mi destino. Y mi destino había querido que estuviese con Jake, aún en la muerte. Por eso estaba muerta. ¿Por qué había tenido que involucrar a ese buen hombre? Mi soldado...mi hombre. No sabía siquiera si podía llorar pero, de ser posible, juraría que por mis mejillas se deslizaban unas cuantas de esas gotas. Tan transparentes como lo era el resto de mi cuerpo. Y no era ni mucho menos la primera vez ¿Cómo no llorar cada vez que lo veía sufrir? Por desgracia, se estaba volviendo habitual.
- No hagas ninguna tontería ¡por favor! - Murmuré sabiendo que nadie podía escucharme, aunque me diese igual quien lo hiciera realmente, era Noin a quien yo hablaba y quién no podía escuchar nada de lo que salía por mis labios. Miré al cielo, sintiéndome confusa. Enfadada pero al mismo tiempo enormemente triste. Toda yo era un remolino de sentimientos que, desde luego, no sabía cómo era capaz de permanecer dentro mío sin que explotasen los unos con los otros. Si todavía no tenía que irme, dónde fuera, ¿Por qué tenía que ser invisible? Y, por sobre todas las cosas, lo que más me frustraba es que a veces podía hacer cosas extrañas ¡Pero ajenas a mi voluntad! Había escuchado hablar, como bruja, que los fantasmas vagaban por la tierra y que algunos de los brujos tenían la habilidad de comunicarse con ellos o de controlarlos. También había oído que podían manifestarse de diferentes maneras. Por desgracia en la práctica las cosas se complicaban más de lo que me hubiese gustado. - Estoy aquí... - Susurré al borde de la histeria cuando le escuché preguntar por enésima vez el porque no me dejaba ver. ¡Si era lo que más quería!.
Me puse frente a él en cuanto vi que se iba metiendo dentro del agua con esa cara que me daba mucha mala espina. - ¿Qué estás haciendo? ¡Noin! - Grité de nuevo, en vano. Traspasó mi cuerpo también por enésima vez pero yo no me daba por vencida con facilidad y volvía a intentar detenerle. Cada vez estaba más y más dentro...¿Esta vez iba a hacerlo de verdad? Yo sabía que era una posibilidad, de echo, se veía venir que haría alguna tontería. Pero, por mucho que lo amara, no quería verle desperdiciar la vida muriendo de una manera tan estúpida. Nunca se le ocurriría suicidarse estando en su sano juicio, siendo el hombre que conocí y del que me enamoré... - Noin, por favor, no lo hagas... - Susurré esta vez pasando mis brazos por su cuello y cerrando los ojos con fuerza mientras imaginaba que le besaba o, mejor dicho, lo que de verdad se sentiría si pudiese ser corpórea.
Y solo por un instante, sentí que mi cuerpo aparecía y desaparecía frente a sus ojos.
Isolda C. D'Urberville- Fantasma
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Re: Delirio [Isolda C. D'Urberville]
Y allí, como cual luz celestial, su imagen volvió a mis retinas y casi sentí su tacto sobre mi nuca y su cintura tan próxima a mí. Casi sentí su aliento agitado acariciar mi rostro húmedo, aun envuelto en el manto de agua que conformaba aquella laguna. Y entonces… como un suspiro, sus formas se difuminaron hasta perderse en la nada, dejándome abrazado a mí mismo con el desgarro de mi alma que eso significaba.
La brisa me devolvió el aire que mis pulmones reclamaban u tras mi salida a la superficie, jadeante, confuso y herido, un latigazo de impotencia fue lo que me llevó a gritar hasta que mis cuerdas vocales sangraron. Grité de rabia, de ira, de frustración.
- ¡Isolda! ¡Yo te maté! ¡Así que persígueme! Si las víctimas persiguen a sus asesinos, ¡Sígueme! Si hay espíritus que andan errantes por el mundo, quédate siempre conmigo, toma cualquier forma, ¡vuélveme loco! ¡Pero por favor!, no me dejes en este abismo en donde no puedo hallarte. ¡Oh dios mio! ¡¿Cómo decírtelo?! ¡Yo no puedo vivir sin mi vida! no, ¡Yo no puedo vivir sin mi alma!
Y seguí gritando a los cielos ardientes, arrojando a veces matojos al aire, liberando toda aquella ira que me había carcomido el alma durante todo ese tiempo. Y lloré de nuevo, con ansias, casi hasta que mis ojos no pudieron producir más lágrimas. Batallé contra el viento nocturno que empezaba a alzarse procedente de las montañas. En pocas palabras, me desfogué.
Cuando ya mis fuerzas empezaban a abandonarme y la desesperación volvía a hacer mella en mí, me arrastré por el lodo de la orilla y caí sobre el césped bocabajo, aun jadeando. No sé cuánto tiempo me quedé allí tumbado, esperando quizás que la luna tirara de mis pies y me regresara a las profundidades de aquél pequeño lago. O quizás esperaba vislumbrar la guadaña con la que la Muerte vendría a por mí.
Suspiré de pronto, sabiendo que nada de lo que deseaba ocurriría aquella noche, por lo que me enderecé y me puse en pie, observando el horizonte ya oscurecido y el cielo azabache con el simple manto de las estrellas intermitentes. ¿Sería Isolda una de ellas? En cualquier caso, merecía un final como aquél, de convertirse en un bello lucero que cualquiera pudiera contemplar.
Y fue al bajar la vista cuando, de nuevo, mi locura tomaba la forma femenina de mi difunta esposa, Isolda, emergiendo del agua con la luna llena tras ella, iluminando sus pasos y su rostro siempre angelical. Anonadado, di un paso hacia ella y extendí mi mano para tomar la suya, pues ella avanzaba hacia mí con cautela. ¿Era posible? Probablemente no, aunque… ¿qué más daba si había perdido el juicio? Si así podía verla… ya era feliz.
La brisa me devolvió el aire que mis pulmones reclamaban u tras mi salida a la superficie, jadeante, confuso y herido, un latigazo de impotencia fue lo que me llevó a gritar hasta que mis cuerdas vocales sangraron. Grité de rabia, de ira, de frustración.
- ¡Isolda! ¡Yo te maté! ¡Así que persígueme! Si las víctimas persiguen a sus asesinos, ¡Sígueme! Si hay espíritus que andan errantes por el mundo, quédate siempre conmigo, toma cualquier forma, ¡vuélveme loco! ¡Pero por favor!, no me dejes en este abismo en donde no puedo hallarte. ¡Oh dios mio! ¡¿Cómo decírtelo?! ¡Yo no puedo vivir sin mi vida! no, ¡Yo no puedo vivir sin mi alma!
Y seguí gritando a los cielos ardientes, arrojando a veces matojos al aire, liberando toda aquella ira que me había carcomido el alma durante todo ese tiempo. Y lloré de nuevo, con ansias, casi hasta que mis ojos no pudieron producir más lágrimas. Batallé contra el viento nocturno que empezaba a alzarse procedente de las montañas. En pocas palabras, me desfogué.
Cuando ya mis fuerzas empezaban a abandonarme y la desesperación volvía a hacer mella en mí, me arrastré por el lodo de la orilla y caí sobre el césped bocabajo, aun jadeando. No sé cuánto tiempo me quedé allí tumbado, esperando quizás que la luna tirara de mis pies y me regresara a las profundidades de aquél pequeño lago. O quizás esperaba vislumbrar la guadaña con la que la Muerte vendría a por mí.
Suspiré de pronto, sabiendo que nada de lo que deseaba ocurriría aquella noche, por lo que me enderecé y me puse en pie, observando el horizonte ya oscurecido y el cielo azabache con el simple manto de las estrellas intermitentes. ¿Sería Isolda una de ellas? En cualquier caso, merecía un final como aquél, de convertirse en un bello lucero que cualquiera pudiera contemplar.
Y fue al bajar la vista cuando, de nuevo, mi locura tomaba la forma femenina de mi difunta esposa, Isolda, emergiendo del agua con la luna llena tras ella, iluminando sus pasos y su rostro siempre angelical. Anonadado, di un paso hacia ella y extendí mi mano para tomar la suya, pues ella avanzaba hacia mí con cautela. ¿Era posible? Probablemente no, aunque… ¿qué más daba si había perdido el juicio? Si así podía verla… ya era feliz.
Iris M. Der Kláuseen- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Delirio [Isolda C. D'Urberville]
¿Lo habría conseguido al fin?
Algo hizo que Noin se detuviera y, por un momento, pensé que me había visto y que había comprendido lo que ocurría. Por desgracia mis esperanzas se esfumaron tan pronto escuché sus gritos llenos de rabia y locura. ¡Yo tampoco quería dejarle! Pero a caso vivir de esa manera, existiendo sin existir, ¿Resultaría mejor que desaparecer por completo? Nadie podía verme ni oírme. Yo era un fantasma que ya no tenía lugar dentro del mundo humano y, sin embargo, todavía conservaba mis emociones. Mis sentimientos. Mis recuerdos...Absolutamente todo. ¿Sería eso un peor destino que la muerte absoluta? O, tal vez, no a todos les pasaba lo mismo y mi destino era pagar por todo lo que había echo. Por haber destruido la vida de Noin. Por haberme permitido el querer otra cosa, el querer una familia y un marido al que amar cada día y noche. Por querer ser feliz cuando, a lo mejor, ya tenía lo suficiente. Sí, eso tenía que ser. Ese era mi castigo definitivo y, posiblemente, Noin acabaría superando mi muerte como siempre superaba las cosas. Encontraría a otra mujer que lo salvara de ese abismo de desesperación y todo volvería a la normalidad. Pensar que yo estaría allí para verlo, para ver como amaba a otra mujer, me rompía mi invisible corazón; o lo que fuese que tenía en su lugar. ¡Por qué tenía que ser todo tan confuso!
Grité y lloré con furia pero con ganas, sabiendo que nadie podría oírme y por una vez aliviada de ello. En vida nunca habría sido tan valiente como para demostrar semejante ataque al aire libre; solía llorar en la intimidad de mi habitación mientras Jake no estaba. O en la playa dónde sabía que nadie me encontraría. Y ahora que nadie podía verme ni oírme, en parte, me sentía más libre que nunca. Solo que tener que morir para sentirme libre no era precisamente lo que había deseado, por lo menos, después de conocer a Noin. De haber muerto antes ni siquiera me habría importado pero él había revuelto mi vida de tal manera...¿Cómo habíamos acabado así?. Todavía 'sumergida' en el lago le observé tenderse exhausto sobre el césped. - Descansa - Susurré en voz alta mientras me acercaba y agachaba a su lado, simulando que le acariciaba los cabellos pero, en realidad, solo imaginándome lo que se sentiría al volver a tocarle. Como había echo momentos atrás al abrazarlo y durante todo el tiempo que llevaba a su lado.
Me volteé, ahora de pie, mirando hacia el agua y el cielo; observando como poco a poco la noche caía y un nuevo día acababa. ¿Mañana seguiría todo igual? Y al siguiente, y al siguiente y al que le sucediera. ¿Durante cuánto tiempo iba a durar aquello? ¡Ah! Ni siquiera podía hacer algo para evitar seguir allí, no podía 'matarme' pues ya había muerto ni tampoco podía irme y dejarle a él. Era lo que me ataba al mundo ¿Cómo librarme de esos sentimientos? Si aquello continuaba tendría que encontrar una forma de volverme inmune; sería la única manera de no volverme completamente loca. ¿A caso podía? Ni siquiera lo sabía...¡No sabía nada! ¿Es que por allí no había ningún guía? Alguien que te ayudara a comprender lo que te pases, cualquier cosa me valía mientras me ayudaran. En el fondo, eso era lo que necesitaba. Y que fuese ese Dios del que había oído hablar porque al voltearme me vi siendo observada por Noin, como si de verdad supiese que estaba justo frente a él.
Entré en pánico ¿Me estaba viendo de verdad? - Noin...¿Puedes verme? - Fruncí el ceño, observándole fijamente. - ¿Puedes oírme? - Habría echo miles de preguntas más pero no podía cuando ni siquiera sabía si en realidad todo era producto de mi imaginación y él solo miraba al cielo o a cualquier otra cosa menos a mi; al fantasma de su esposa.
Algo hizo que Noin se detuviera y, por un momento, pensé que me había visto y que había comprendido lo que ocurría. Por desgracia mis esperanzas se esfumaron tan pronto escuché sus gritos llenos de rabia y locura. ¡Yo tampoco quería dejarle! Pero a caso vivir de esa manera, existiendo sin existir, ¿Resultaría mejor que desaparecer por completo? Nadie podía verme ni oírme. Yo era un fantasma que ya no tenía lugar dentro del mundo humano y, sin embargo, todavía conservaba mis emociones. Mis sentimientos. Mis recuerdos...Absolutamente todo. ¿Sería eso un peor destino que la muerte absoluta? O, tal vez, no a todos les pasaba lo mismo y mi destino era pagar por todo lo que había echo. Por haber destruido la vida de Noin. Por haberme permitido el querer otra cosa, el querer una familia y un marido al que amar cada día y noche. Por querer ser feliz cuando, a lo mejor, ya tenía lo suficiente. Sí, eso tenía que ser. Ese era mi castigo definitivo y, posiblemente, Noin acabaría superando mi muerte como siempre superaba las cosas. Encontraría a otra mujer que lo salvara de ese abismo de desesperación y todo volvería a la normalidad. Pensar que yo estaría allí para verlo, para ver como amaba a otra mujer, me rompía mi invisible corazón; o lo que fuese que tenía en su lugar. ¡Por qué tenía que ser todo tan confuso!
Grité y lloré con furia pero con ganas, sabiendo que nadie podría oírme y por una vez aliviada de ello. En vida nunca habría sido tan valiente como para demostrar semejante ataque al aire libre; solía llorar en la intimidad de mi habitación mientras Jake no estaba. O en la playa dónde sabía que nadie me encontraría. Y ahora que nadie podía verme ni oírme, en parte, me sentía más libre que nunca. Solo que tener que morir para sentirme libre no era precisamente lo que había deseado, por lo menos, después de conocer a Noin. De haber muerto antes ni siquiera me habría importado pero él había revuelto mi vida de tal manera...¿Cómo habíamos acabado así?. Todavía 'sumergida' en el lago le observé tenderse exhausto sobre el césped. - Descansa - Susurré en voz alta mientras me acercaba y agachaba a su lado, simulando que le acariciaba los cabellos pero, en realidad, solo imaginándome lo que se sentiría al volver a tocarle. Como había echo momentos atrás al abrazarlo y durante todo el tiempo que llevaba a su lado.
Me volteé, ahora de pie, mirando hacia el agua y el cielo; observando como poco a poco la noche caía y un nuevo día acababa. ¿Mañana seguiría todo igual? Y al siguiente, y al siguiente y al que le sucediera. ¿Durante cuánto tiempo iba a durar aquello? ¡Ah! Ni siquiera podía hacer algo para evitar seguir allí, no podía 'matarme' pues ya había muerto ni tampoco podía irme y dejarle a él. Era lo que me ataba al mundo ¿Cómo librarme de esos sentimientos? Si aquello continuaba tendría que encontrar una forma de volverme inmune; sería la única manera de no volverme completamente loca. ¿A caso podía? Ni siquiera lo sabía...¡No sabía nada! ¿Es que por allí no había ningún guía? Alguien que te ayudara a comprender lo que te pases, cualquier cosa me valía mientras me ayudaran. En el fondo, eso era lo que necesitaba. Y que fuese ese Dios del que había oído hablar porque al voltearme me vi siendo observada por Noin, como si de verdad supiese que estaba justo frente a él.
Entré en pánico ¿Me estaba viendo de verdad? - Noin...¿Puedes verme? - Fruncí el ceño, observándole fijamente. - ¿Puedes oírme? - Habría echo miles de preguntas más pero no podía cuando ni siquiera sabía si en realidad todo era producto de mi imaginación y él solo miraba al cielo o a cualquier otra cosa menos a mi; al fantasma de su esposa.
Disculpa la demora.
Isolda C. D'Urberville- Fantasma
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Re: Delirio [Isolda C. D'Urberville]
Mis labios tiritaron cuando de mi boca escapó un trémulo Shhhh…, como si no quisiera que aquella voz que resonaba en mi cabeza a modo de suspiro del viento pudiera romper aquella magia que sin quererlo, mi locura había creado. Estiré mi mano derecha hacia aquella figura casi angelical que ahora me hablaba y tragué saliva ruidosamente.
- Isolda… mi amada Isolda… - susurraba con una media sonrisa que probablemente, recordaba a la de un pobre desquiciado cuya alma se hallaba en el abismo de la estupidez humana.- No, por favor… no te desvanezcas… -suplicaba, ahora que su imagen se volvía cada vez más nítida tras unos momentos de incertidumbre.- La locura me ronda la mente cuando puedo sentirte y no tenerte cerca… necesito saber que sigues aquí… Y mírame, tócame, no dejes que despierte de este sueño aunque todo sea mentira.
Mis rodillas se anclaron frente a ella y mis manos buscaban las suyas para entrelazar nuestros dedos, aunque sólo pudiese rozar el aire. Intentaba tocarla sin conseguirlo, sintiendo la opresión en mi pecho de cuando despertaba y ella no se hallaba conmigo. Y de nuevo, Isolda centelleaba, a veces se difuminaba hasta rozar su absoluta difusión, pero luego reaparecía con el ceño fruncido del que no entiende nada. No sé lo que me llevó a desgarrarme el alma con aquellas palabras pero quizás… quizás esperaba que así, con aquellas confesiones a un fantasma que sólo se hallaba en mi mente, su vacío poco a poco fuera sanando en las profundidades de mi pecho. Una idea estúpida por mi parte, pero quería arriesgarme…
- Oh, Isolda… te pido perdón por no haber escuchado tus ruegos, por las lágrimas que hablan de mí, por cada una de tus noches a solas, por sufrir en silencio por ti, por eso y más… te pido perdón, a sabiendas que no los concedas. Pero por Dios te pido, devuélveme la vida, recoge la ilusión que un día me arrancó tu corazón y esconde en tu cajón los recortes de amargura de mi amor. Te prometo, amor mío, que no volveré a quererte de nuevo a escondidas, que no intentaré convertir mi futuro en tu hiel, que no viviré entre tantas mentiras… e intentaré convencerte que siempre te amé. –tomé aire y clavé mis ojos en los suyos, tan claros, tan nítidos, tan fantasmagóricos.- Y ahora, coge las caricias de mi frente, la calma de tenerte y llévatelo. Abre las esquinas de mi mente, recoge mi presente y llévatelo. Coge la sentencia del que sabe que quererte era la llave, lo que no te daba yo. Y por qué todo lo que me entregabas ya no lo merezco yo, no… Y es que el tiempo ya no entiende de valientes, lo que quiere es que te quiera y así es como me declaro, amor. Y dame la condena del que sabe que sin ti me muero yo. Tranquila, mi cielo… que quererte es perderte y perderme es tu suerte.
Las lágrimas, sin quererlo, habían aflorado de nuevo en mi rostro marchito y ahora, volvía a sentirme solo, solo y deshecho en un llanto silencioso y angustioso. Y las palabras volvieron a romper aquél silencio para poner voz a mi sufrimiento.
- Siempre solo, sin más que recuerdos que hablan de ti. Ahora escupo al silencio que brota en mí y lloro e invento lamentos que disfrazan verdades que encuentro. Y es que miento y escondo la angustia al descubrir que miento por la cobardía que vive en mí… y lloro, y asumo en silencio los errores que tuve y enseñan a saber. Pero es mi soledad la que me insulta pegada a mi piel, la que me grita ¡Tienes que aprender!, la que no quiere ser, la que tiene el rencor, la que me lleva siempre a suplicar por esos besos y caricias que me enseñó tu amor. Es mi soledad la que se deja ver bajo tu anatomía, la que me hará enloquecer, la que me lleva siempre a recordar lo que es la amarga y dura… soledad.-un escalofrío recorrió mi espalda, pero no callé.- Frío, me siento perfecto, consuelo de tontos y orgullo de necios. Palabras sin fondos, me ahogo sincero en el mar de mi alma en deshielo. Tiempo rimando los versos que pierden sin tus besos, me entrego al recuerdo sufriendo si pienso y cansado me espero a que el tiempo lo cure y me lo haga saber. Isolda… te juro que por más que lo intento lo entiendo, por más que lo siento, por más que me enredo, sin más que el silencio… me acuerdo de ti. Porque mi vida… me descubrí mirándome en pie, justo enfrente del espejo donde siempre te imaginaba. Entonces tus formas tenían el sentido perfecto, al compás que marcaba el movimiento de los velos que cubrían las ventanas. Como parte de un plan astutamente preparado, te imaginaba siempre con la cantidad justa de luz, la suficiente como para que yo pudiere componer el resto. Me descubrí mirándome y puse el empeño suficiente para descubrirme al detalle. Durante unos minutos centré toda mi atención en mis ojos, pequeños, de tonos melosos, y fue entonces cuando por primera vez te descubrí en mí. Allí estabas tú, querida, en cada movimiento, en cada parpadeo, en cada uno de los pasajes de mi cuerpo pude descubrirte, en algunos más escondida que en otros pero en casi todos estabas bien presente. ¿Por qué prácticamente tú y yo formábamos un solo elemento? ¿Un solo ser? Quizás te había idealizado tanto que de a poquito me fui componiendo contigo hasta descubrir que yo estoy completamente hecho de pedacitos de ti.
Mis delirios empezaban a hacer mella en mí y mis ojos perdían aquél centello de cordura, dando paso a las más abstractas de las ideas en las que todas coincidían en un solo nombre: Isolda.
- Isolda… mi amada Isolda… - susurraba con una media sonrisa que probablemente, recordaba a la de un pobre desquiciado cuya alma se hallaba en el abismo de la estupidez humana.- No, por favor… no te desvanezcas… -suplicaba, ahora que su imagen se volvía cada vez más nítida tras unos momentos de incertidumbre.- La locura me ronda la mente cuando puedo sentirte y no tenerte cerca… necesito saber que sigues aquí… Y mírame, tócame, no dejes que despierte de este sueño aunque todo sea mentira.
Mis rodillas se anclaron frente a ella y mis manos buscaban las suyas para entrelazar nuestros dedos, aunque sólo pudiese rozar el aire. Intentaba tocarla sin conseguirlo, sintiendo la opresión en mi pecho de cuando despertaba y ella no se hallaba conmigo. Y de nuevo, Isolda centelleaba, a veces se difuminaba hasta rozar su absoluta difusión, pero luego reaparecía con el ceño fruncido del que no entiende nada. No sé lo que me llevó a desgarrarme el alma con aquellas palabras pero quizás… quizás esperaba que así, con aquellas confesiones a un fantasma que sólo se hallaba en mi mente, su vacío poco a poco fuera sanando en las profundidades de mi pecho. Una idea estúpida por mi parte, pero quería arriesgarme…
- Oh, Isolda… te pido perdón por no haber escuchado tus ruegos, por las lágrimas que hablan de mí, por cada una de tus noches a solas, por sufrir en silencio por ti, por eso y más… te pido perdón, a sabiendas que no los concedas. Pero por Dios te pido, devuélveme la vida, recoge la ilusión que un día me arrancó tu corazón y esconde en tu cajón los recortes de amargura de mi amor. Te prometo, amor mío, que no volveré a quererte de nuevo a escondidas, que no intentaré convertir mi futuro en tu hiel, que no viviré entre tantas mentiras… e intentaré convencerte que siempre te amé. –tomé aire y clavé mis ojos en los suyos, tan claros, tan nítidos, tan fantasmagóricos.- Y ahora, coge las caricias de mi frente, la calma de tenerte y llévatelo. Abre las esquinas de mi mente, recoge mi presente y llévatelo. Coge la sentencia del que sabe que quererte era la llave, lo que no te daba yo. Y por qué todo lo que me entregabas ya no lo merezco yo, no… Y es que el tiempo ya no entiende de valientes, lo que quiere es que te quiera y así es como me declaro, amor. Y dame la condena del que sabe que sin ti me muero yo. Tranquila, mi cielo… que quererte es perderte y perderme es tu suerte.
Las lágrimas, sin quererlo, habían aflorado de nuevo en mi rostro marchito y ahora, volvía a sentirme solo, solo y deshecho en un llanto silencioso y angustioso. Y las palabras volvieron a romper aquél silencio para poner voz a mi sufrimiento.
- Siempre solo, sin más que recuerdos que hablan de ti. Ahora escupo al silencio que brota en mí y lloro e invento lamentos que disfrazan verdades que encuentro. Y es que miento y escondo la angustia al descubrir que miento por la cobardía que vive en mí… y lloro, y asumo en silencio los errores que tuve y enseñan a saber. Pero es mi soledad la que me insulta pegada a mi piel, la que me grita ¡Tienes que aprender!, la que no quiere ser, la que tiene el rencor, la que me lleva siempre a suplicar por esos besos y caricias que me enseñó tu amor. Es mi soledad la que se deja ver bajo tu anatomía, la que me hará enloquecer, la que me lleva siempre a recordar lo que es la amarga y dura… soledad.-un escalofrío recorrió mi espalda, pero no callé.- Frío, me siento perfecto, consuelo de tontos y orgullo de necios. Palabras sin fondos, me ahogo sincero en el mar de mi alma en deshielo. Tiempo rimando los versos que pierden sin tus besos, me entrego al recuerdo sufriendo si pienso y cansado me espero a que el tiempo lo cure y me lo haga saber. Isolda… te juro que por más que lo intento lo entiendo, por más que lo siento, por más que me enredo, sin más que el silencio… me acuerdo de ti. Porque mi vida… me descubrí mirándome en pie, justo enfrente del espejo donde siempre te imaginaba. Entonces tus formas tenían el sentido perfecto, al compás que marcaba el movimiento de los velos que cubrían las ventanas. Como parte de un plan astutamente preparado, te imaginaba siempre con la cantidad justa de luz, la suficiente como para que yo pudiere componer el resto. Me descubrí mirándome y puse el empeño suficiente para descubrirme al detalle. Durante unos minutos centré toda mi atención en mis ojos, pequeños, de tonos melosos, y fue entonces cuando por primera vez te descubrí en mí. Allí estabas tú, querida, en cada movimiento, en cada parpadeo, en cada uno de los pasajes de mi cuerpo pude descubrirte, en algunos más escondida que en otros pero en casi todos estabas bien presente. ¿Por qué prácticamente tú y yo formábamos un solo elemento? ¿Un solo ser? Quizás te había idealizado tanto que de a poquito me fui componiendo contigo hasta descubrir que yo estoy completamente hecho de pedacitos de ti.
Mis delirios empezaban a hacer mella en mí y mis ojos perdían aquél centello de cordura, dando paso a las más abstractas de las ideas en las que todas coincidían en un solo nombre: Isolda.
Iris M. Der Kláuseen- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Delirio [Isolda C. D'Urberville]
¡Aquello era una condenada tortura!
Nunca mejor dicho. Era una absoluta y completa tortura que nos había unido a ambos. Yo... Bueno, yo, por lo menos, estaba muerta y era consciente de que no podría recuperar mi vida nunca más. No podría volver a sentir, tocar o padecer. Por infinitamente doloroso que sonara la idea de querer enfermar y poder sentir dolor, peor era lo que sentía en ese momento. Mientras observaba la desquicia del que alguna vez fue el hombre alegre y valiente del que me enamoré. No ese fantasma en vida. Sí, en eso se había convertido. En un fantasma, al igual que yo. ¡Pero no era lo que debía ser! ¡No! Él estaba vivo y tenía que vivir. Vivir plena y satisfactoriamente. Tenía que luchar. Tenía que sentir. Odio, dolor, envidia... Amor. Sí, amor. Tenía que volver a sentirlo. Y, en un futuro, casarse con la mujer a la que amaría incluso más que a mi y la que podría darle todos los hijos que quisiera. Los que tú no has podido ni podrás nunca darle ¿No? Pero acéptalo, nunca se lo entregarás a otra mujer. De repente, mi conciencia apareció en mi mente como por arte de magia y un escalofrío recorrió todo mi ser ¡Porqué aún siendo un fantasma me sentía tan malditamente humana! Afirmación y pregunta incluidas en una sola reclamación que hacía ese momento a el que fuera responsable de todo aquello que había ocurrido. El Destino, la deidad a la que muchos daban culto como un Dios todo poderoso... Me daba asbsoluta y completamente igual.
De repente, noté que las lágrimas se derramaban por mis mejillas mientras empezaba a ser consciente de todo. Más consciente que nunca. ¿A caso no lo estaba ya? Contradecía a mis propios pensamientos, sí. Pero lo cierto es que hasta que Noin no me había visto de verdad yo no había sido capaz de darme cuenta de todo lo que me había perdido por culpa de... ¿De quién era la culpa? ¿De Jake? ¿Mía? ¿De Noin?... No, claro que no, nunca sería de él. Si él había cometido algún error había sido únicamente el de fijarse en mi y, desde luego, la única culpable de todo era exclusivamente yo. ¡Yo! ¿Por qué tenía que haber querido más? ¿No podía conformarme con un marido, una buena vida y varios hijos? No, yo tenía que querer a alguien que me amara de verdad y que no quisiera controlarme. Quería libertad. Quería pasión. Quería alegría. La avaricia rompe el saco. Y, como lo quería todo, eso mismo me había pasado. Ahora, con mi saco roto, ya no podía tener nada. Absolutamente nada...
- ¡Cállate! - Grité, de repente, notando como se me caía todo y me quedaba sin nada. Las palabras de Noin me habían abierto los ojos. No sabía si en ese momento me podía ver o escuchar, pero me daba igual. Porque esta vez, él me había visto y me había hablado sabiendo que yo estaba allí. ¡Era la primera vez! Por eso, había deseado de nuevo ser humana. Y claro que ya lo había deseado antes, mientras lo había visto mortificarse por mi muerte. Sin embargo, no tenía nada que ver... Lo que estaba sintiendo, me desgarraba ¿Irónico, verdad? Ni siquiera estando muerta podría descansar en paz. No, claro que no. Era imposible que alguien justo, ese Dios del que hablaban, dejara que yo descansase en paz después de haber destruido la vida de otro ser humano como yo lo había echo. Definitivamente, me merecía lo que me ocurría. Pero ni siquiera siendo consciente de ello dejaba de ser más doloroso ese sentimiento. Encogí mi fantasmal cuerpo y, como si estuviese sobre la verde hierba, me senté abrazando mis piernas de manera que pudiese ocultar entre ellas ese transparente rostro por el que resbalaban unas igual de transparentes lágrimas. Lágrimas que desaparecían como podría hacerlo yo en cualquier momento. - Duele... - Murmuré entre sollozos y en un susurro a penas audible. De echo, ya ni siquiera sabía dónde estaba o si estaba Noin conmigo. Podría haberse marchado, haberme marchado yo involuntariamente a otro lugar, que no lo habría notado. Tenía los ojos cerrados y no podía pensar en otra cosa que en ese dolor. Tal vez, tan transparente como lo era mi cuerpo, pero más real que el de cualquier otra persona que todavía caminara por el mundo de entre los vivos.
- ¿Por qué? - Las lágrimas no cesaban y todavía mantenía oculto el rostro entre mis piernas. Sentía que necesitaba desahogarme. Por algún motivo, algo me dijo que ese momento era la oportunidad que había estado esperando; aún sin saberlo. Él me había visto y, al parecer, oído. Si quería hacerle saber cómo me sentía, tenía que ser en ese momento. Si todavía tenía alguna oportunidad de expiar mis pecados... - ¡Oh, Noin! ¿Por qué ha tenido que pasar esto? Yo no quería morir. No quería dejarte. ¡Te amaba! ¡Todavía te amo! ¿Pero por qué tiene que doler tanto? Estoy muerta. Sé que estoy muerta y, aún así, noto que se me desgarra el pecho cuando pienso en ti. En nosotros. En todo lo que se ha perdido por mi culpa. ¿Por qué? ¿Por qué siento que todavía estoy viva? Siento que muero cada vez que quiero abrazarte y me traspasas sin saberlo. Siento que muero solo con verte, por sé que tu nunca podrás hacerlo. Siento que muero con cada lágrima que derramas pronunciando mi nombre. ¡No lo merezco! ¿Por qué tuviste que mirarme? ¿Por qué, Noin? Lo siento. Por favor ¡Perdóname! Por favor... - Todo se quedó en silencio y lo que empezó a gritos acabó en una trémula súplica de mis labios. Unos labios que ya no sabían como expresar tal sentimiento de angustia y dolor.
Escuchaba mi propio llanto, sin poder hacer nada por refrenarlo o contener la súbita tristeza que me había embargado. En un intento de olvidar lo que era, abrazaba en una simulación mis piernas con mi rostro todavía enterrado en ellas. Quería desaparecer de la faz de la tierra y del mundo. Dejar de existir. Olvidar todo aquello. Despertar descubriendo que todo había sido un sueño... ¡¿Tan complicado era?!
¡Mil disculpas por la demora! He andado ajetreada estos días, espero poder ser más constante próximamente.Nunca mejor dicho. Era una absoluta y completa tortura que nos había unido a ambos. Yo... Bueno, yo, por lo menos, estaba muerta y era consciente de que no podría recuperar mi vida nunca más. No podría volver a sentir, tocar o padecer. Por infinitamente doloroso que sonara la idea de querer enfermar y poder sentir dolor, peor era lo que sentía en ese momento. Mientras observaba la desquicia del que alguna vez fue el hombre alegre y valiente del que me enamoré. No ese fantasma en vida. Sí, en eso se había convertido. En un fantasma, al igual que yo. ¡Pero no era lo que debía ser! ¡No! Él estaba vivo y tenía que vivir. Vivir plena y satisfactoriamente. Tenía que luchar. Tenía que sentir. Odio, dolor, envidia... Amor. Sí, amor. Tenía que volver a sentirlo. Y, en un futuro, casarse con la mujer a la que amaría incluso más que a mi y la que podría darle todos los hijos que quisiera. Los que tú no has podido ni podrás nunca darle ¿No? Pero acéptalo, nunca se lo entregarás a otra mujer. De repente, mi conciencia apareció en mi mente como por arte de magia y un escalofrío recorrió todo mi ser ¡Porqué aún siendo un fantasma me sentía tan malditamente humana! Afirmación y pregunta incluidas en una sola reclamación que hacía ese momento a el que fuera responsable de todo aquello que había ocurrido. El Destino, la deidad a la que muchos daban culto como un Dios todo poderoso... Me daba asbsoluta y completamente igual.
De repente, noté que las lágrimas se derramaban por mis mejillas mientras empezaba a ser consciente de todo. Más consciente que nunca. ¿A caso no lo estaba ya? Contradecía a mis propios pensamientos, sí. Pero lo cierto es que hasta que Noin no me había visto de verdad yo no había sido capaz de darme cuenta de todo lo que me había perdido por culpa de... ¿De quién era la culpa? ¿De Jake? ¿Mía? ¿De Noin?... No, claro que no, nunca sería de él. Si él había cometido algún error había sido únicamente el de fijarse en mi y, desde luego, la única culpable de todo era exclusivamente yo. ¡Yo! ¿Por qué tenía que haber querido más? ¿No podía conformarme con un marido, una buena vida y varios hijos? No, yo tenía que querer a alguien que me amara de verdad y que no quisiera controlarme. Quería libertad. Quería pasión. Quería alegría. La avaricia rompe el saco. Y, como lo quería todo, eso mismo me había pasado. Ahora, con mi saco roto, ya no podía tener nada. Absolutamente nada...
- ¡Cállate! - Grité, de repente, notando como se me caía todo y me quedaba sin nada. Las palabras de Noin me habían abierto los ojos. No sabía si en ese momento me podía ver o escuchar, pero me daba igual. Porque esta vez, él me había visto y me había hablado sabiendo que yo estaba allí. ¡Era la primera vez! Por eso, había deseado de nuevo ser humana. Y claro que ya lo había deseado antes, mientras lo había visto mortificarse por mi muerte. Sin embargo, no tenía nada que ver... Lo que estaba sintiendo, me desgarraba ¿Irónico, verdad? Ni siquiera estando muerta podría descansar en paz. No, claro que no. Era imposible que alguien justo, ese Dios del que hablaban, dejara que yo descansase en paz después de haber destruido la vida de otro ser humano como yo lo había echo. Definitivamente, me merecía lo que me ocurría. Pero ni siquiera siendo consciente de ello dejaba de ser más doloroso ese sentimiento. Encogí mi fantasmal cuerpo y, como si estuviese sobre la verde hierba, me senté abrazando mis piernas de manera que pudiese ocultar entre ellas ese transparente rostro por el que resbalaban unas igual de transparentes lágrimas. Lágrimas que desaparecían como podría hacerlo yo en cualquier momento. - Duele... - Murmuré entre sollozos y en un susurro a penas audible. De echo, ya ni siquiera sabía dónde estaba o si estaba Noin conmigo. Podría haberse marchado, haberme marchado yo involuntariamente a otro lugar, que no lo habría notado. Tenía los ojos cerrados y no podía pensar en otra cosa que en ese dolor. Tal vez, tan transparente como lo era mi cuerpo, pero más real que el de cualquier otra persona que todavía caminara por el mundo de entre los vivos.
- ¿Por qué? - Las lágrimas no cesaban y todavía mantenía oculto el rostro entre mis piernas. Sentía que necesitaba desahogarme. Por algún motivo, algo me dijo que ese momento era la oportunidad que había estado esperando; aún sin saberlo. Él me había visto y, al parecer, oído. Si quería hacerle saber cómo me sentía, tenía que ser en ese momento. Si todavía tenía alguna oportunidad de expiar mis pecados... - ¡Oh, Noin! ¿Por qué ha tenido que pasar esto? Yo no quería morir. No quería dejarte. ¡Te amaba! ¡Todavía te amo! ¿Pero por qué tiene que doler tanto? Estoy muerta. Sé que estoy muerta y, aún así, noto que se me desgarra el pecho cuando pienso en ti. En nosotros. En todo lo que se ha perdido por mi culpa. ¿Por qué? ¿Por qué siento que todavía estoy viva? Siento que muero cada vez que quiero abrazarte y me traspasas sin saberlo. Siento que muero solo con verte, por sé que tu nunca podrás hacerlo. Siento que muero con cada lágrima que derramas pronunciando mi nombre. ¡No lo merezco! ¿Por qué tuviste que mirarme? ¿Por qué, Noin? Lo siento. Por favor ¡Perdóname! Por favor... - Todo se quedó en silencio y lo que empezó a gritos acabó en una trémula súplica de mis labios. Unos labios que ya no sabían como expresar tal sentimiento de angustia y dolor.
Escuchaba mi propio llanto, sin poder hacer nada por refrenarlo o contener la súbita tristeza que me había embargado. En un intento de olvidar lo que era, abrazaba en una simulación mis piernas con mi rostro todavía enterrado en ellas. Quería desaparecer de la faz de la tierra y del mundo. Dejar de existir. Olvidar todo aquello. Despertar descubriendo que todo había sido un sueño... ¡¿Tan complicado era?!
Isolda C. D'Urberville- Fantasma
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