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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Sabine Doulte Sáb Sep 22, 2018 7:03 pm

Cuánto falta, no lo sé. Si es muy tarde, no lo sé.
Si no olvido moriré. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
Gustavo Cerati



Sabine oía ruidos, escuchaba las voces de sus hombres de confianza –los únicos que tenían permiso de estar cerca de su dormitorio-, pero no le importaba. Ella solo quería dormir… dormir hasta pasado el mediodía, despertarse solo para almorzar.

Odiaba las mañanas, ¡qué pereza levantarse temprano! Odiaba el canto de los pajarillos, el rocío fresco y que la voz le sonara más ronca de lo que ya era. Por eso se removió en la cama, negada a abandonar el sueño en el que estaba inmersa… uno en el que estaba junto a Élise todavía, la tenía sentada a horcajadas y era ella quien la besaba. Sabine no quería, no quería, no quería, pero Élise insistía y la tocaba por encima de su vestimenta religiosa. Como siempre, todo era culpa de Élise, de su insistencia, de sus miradas, de la forma en la que le pellizcaba los senos…


-¡Ya cállense, malditos! –gritó y se incorporó, la habitación estaba vacía pero seguían oyéndose las voces de los hombres.

Salió de la cama y se puso su vestido gris de tela muy delgada, necesitaba estar fresca, luego se mojó la cara y el cuello con el agua que Albert solía dejar cerca de su cama. Ah, mejor así, soñar con Élise la dejaba acalorada y húmeda siempre y ella no quería pensar en esas cosas, a ella ya no le gustaba esa estúpida mujer y Dios la había perdonado.


-¿Qué está sucediendo? –dijo al salir y descubrió a tres de sus hombres más cercanos discutiendo, ninguno se atrevió a mirarla a los ojos y eso la enfadó todavía más-. Estaba durmiendo, ¿han olvidado lo que me cuesta dormir a mí? ¡Estaba durmiendo por fin! ¿Por qué vienen a gritar sus mierdas en mi puerta?

-Hay un… un problema, Sabine –se atrevió a decir Gustav, el más bajo e inteligente de los tres-. Encontramos a un hombre dentro de la aldea.

-¿A un hombre? ¿Cómo que un hombre? ¿No es de los nuestros? -Nadie entraba en la aldea sin supervisión de ella, la Alfa. Ese lugar era un refugio, solo accedían quienes hubieran sido mordidos por un integrante de su manada.

-Es como nosotros –se apuró a asegurarle él-, pero no es de los nuestros. No sabemos cómo ingresó, tampoco se le entiende demasiado lo que habla… es un hombre extraño.


-Mátenlo. Mátenlo y hagan silencio, creo que me han vuelto las ganas de dormir –ordenó y volvió a meterse en su dormitorio.

Apoyada contra la madera de la puerta, Sabine reflexionó en lo que acababa de decidir… le hubiera gustado jugar a adivinar lo que el extraño dijese, ¡hacía tanto que no se divertía! Pero tenía deseos de dormir, de volver a ver a Élise… ¡No, a Élise no! ¡Tenía que olvidarla! ¡Era Élise la que debía morir y no ese extraño! Arribó a la conclusión y volvió a salir, apurada por dar la nueva orden, pero le extrañó ver a sus hombres todavía allí sin haberse movido.


-¡Les dije que lo maten! ¿Por qué siguen aquí? ¡No, no salgan! –Los detuvo cuando se pusieron en movimiento-. He cambiado de idea, quiero conocerlo… Tal vez pueda servirnos de algo, tráiganlo. Y también traigan mi almuerzo. Creo que el día acaba de comenzar para mí.
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Mensaje por Yrjan Yttedral Sáb Oct 06, 2018 6:51 pm

Yrjan corría. Corría tanto como le permitían sus piernas, pero parecía que no era suficiente. Las voces de los hombres que lo perseguían seguían escuchándose en su espalda, a veces lejos, otras veces cerca, pero persistentes. No era la primera vez que se cruzaba con ese grupo de cazadores; llevarían cerca de un mes tras sus huellas, desde la última luna llena donde supo —aunque no tenía claro cómo— que se los había cruzado. No recordaba sus rostros, pero el olor que desprendían se había grabado a fuego en su memoria. Era algo inconsciente, casi sugestivo, que le mantenía alerta sin saber el motivo. Pero él corría, y lo hacía por su vida.

No conocía el terreno, lo que dificultaba, y mucho, su huída. Se tropezó varias veces con gruesas raíces de los árboles que se cruzaban en su camino, lo que le hizo perder terreno y que la distancia entre ellos se acortara. Aún así, él no dejaba de moverse, de saltar y de intentar encontrar un camino que despistara a sus perseguidores. Aunque para eso, primero, tenía que concentrarse y orientarse, y el miedo que sentía en lo más profundo de sus entrañas no le permitía hacerlo con claridad. Eso fue, el miedo, el que hizo que eligiera el camino erróneo y terminara en un callejón sin salida.

Su instinto le decía que por allí encontraría un camino estrecho donde esconderse hasta que los cazadores pasaran de largo, que al fin podría librarse de largos días de persecuciones interminables, pero su instinto erró. Frente a Yrjan se alzaba la pared de roca más alta que el licántropo había visto nunca, cuya única salida posible era el camino por donde había llegado. Se dio la vuelta tan rápido como pudo, pero fue demasiado tarde: el grupo de avanzadilla de los cazadores, compuesto por tres hombres no demasiado grandes, pero sí rápidos, le cerraba el paso.

La pelea contra ellos fue corta. Sólo hirió a uno, puesto que pudo escaparse de los otros dos, pero, entre los tres, consiguieron hacerle varios tajos con dagas de plata. Las heridas no fueron suficientes para detenerlo, pero sí para frenarlo, con lo que el resto del grupo lo alcanzó sin demasiado esfuerzo. Fue una lucha injusta. Un grupo de unos diez o doce cazadores preparados, descansados y con armas frente a un hombre herido, cansado y con los puños como única arma. Como era de esperar, el licántropo salió perdiendo esa vez, aunque milagrosamente vivo.

Los cazadores lo dieron por muerto —mal hecho— y, cuando Yrjan sintió que ya se estaban lejos, se levantó como pudo y comenzó a caminar sin ningún rumbo fijo. Anduvo varios minutos o decenas de horas, no lo sabía porque su cuerpo sólo se esforzaba por no morir, pero, cuando perdió la consciencia, escuchó unas voces de hombre en las inmediaciones. El olor de sus cuerpos cuando se acercaron le decía que eran como él, pero no tenía forma de saber si estaban de su lado o no.



***


Sus sentidos volvieron en sí, pero no su cuerpo. Escuchaba, pero no entendía; olía, pero no era capaz de saber el qué; sentía el calor del interior de un hogar, pero no podía saber dónde se encontraba exactamente. Sabía que había gente a su alrededor, pero no identificaba las voces. Había hombres. ¿Sería, quizás, la posada donde se hospedaba de camino a Mölndal? Un momento, entre ellos se escuchaba la voz de una mujer. ¿Estaría en Gotemburgo, en casa?

Var —llamó a su esposa, pero ésta no le respondió—. Var, ¿dónde estamos? —dijo, en sueco.

Sentía que la cabeza le iba a estallar y, en ese momento, pudo notar la cantidad de heridas que tenía por todo el cuerpo. Le ardían y dolían tanto que deseó estar muerto. No había nada peor que lo que estaba viviendo.
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Mensaje por Sabine Doulte Sáb Oct 20, 2018 10:17 pm

El almuerzo –conejo asado y tomates pequeñines- llegó antes que el prisionero y eso le confirmó a Sabine que había hecho bien en dejarlo vivir; si la vida le estaba dando tanto suspenso a aquel encuentro era porque, de seguro, valía la pena.

Sabine, comió acostada en la cama. Vació el plato, que había sido generoso, en cuestión de diez minutos y, habiéndolo dejado sobre la mesilla, se acarició el estómago satisfecha. Quizás había comido demasiado rápido, pero siempre en las mañanas -las llamaba así, aunque fuera pasado el mediodía- estaba hambrienta y en esa particularmente no podía dejar de imaginar cómo sería el desconocido. Lo creía bajito, rubio y de dientes grandes…

No se había equivocado tanto, rubio era, aunque era mucho más alto que ella –le sacaba más de media cabeza-, lo que no le vio fueron los dientes, pero sí la espalda ancha. Aunque estaba en un estado de semiinconsciencia, necesitando de la asistencia de los hombres de Sabine para moverse, ella ya podía adivinar que era un hombre fuerte, aunque un licántropo recién convertido.


-¿Qué le sucede? –preguntó, al ver que eran necesarios tres hombres para poder moverlo-. Pónganlo en la cama. ¡Tiene fiebre! –dijo, tras tocarle el cuello y ver que ardía-. Traigan agua fresca para ponerle…

Se sentó al costado de la cama y lo observó, el hombre hablaba en un idioma que ella no entendía, y eso que en su época de monja había aprendido un poco de varias lenguas.

-Sono Sabine –se presentó en italiano-, mi ascolti? –Pero eso parecía no funcionar, por eso repitió la frase en inglés. Iba a hacerlo en latín, pero su boca se negó, esa lengua le recordaba demasiado a Élise. –No quiero que muera, pero no sé de qué puede servirnos –le dijo a sus hombres.

Cuando le trajeron el agua fresca, la propia Sabine le refrescó el rostro, el cuello y los brazos. No le importaba que se le mojase la cama, porque peores cosas había. Le gustó su cabello porque era largo y muy dorado, pero no se lo acarició. Sí se demoró especialmente en humedecerle el pecho y lo sintió duro. Estuvo entretenida en aquello varios minutos, pero en un momento él abrió los ojos y Sabine lo miró fijamente. No se dijeron nada, porque al parecer no se entenderían jamás, pero ella entendió algunas cosas.


-Gustav, ¿te gusta el número tres? Yo lo odio, por eso no me hice la pregunta a mi misma –le explicó. El hombre le dijo que sí, que le gustaba porque tenía tres hermanas-. Bien, tres entonces. Tres semanas tiene este hombre para aprender nuestro idioma. Si en tres semanas no puede hablarme tendrá que morir. –Lo miró fijamente una vez más. Pobre, era demasiado bonito, todos lo envidiarían allí.
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Mensaje por Yrjan Yttedral Mar Nov 06, 2018 3:10 pm

Las escenas se agolpaban en su cabeza sin orden ni concierto. Huía, retrocedía y volvía a huír. El sonido de la carrera que estaba llevando a cabo por su vida retumbaba en sus oídos aún cuando ya no había nada ni nadie persiguiéndolo, y la incertidumbre de no saber dónde estaba no ayudaba a que su pulso se estabilizara. Quería levantarse y buscar a Var —la voz de aquella mujer, aunque lejana, tenía que pertenecer a su mujer—, pero, cuando lo intentó, fue como si el cuerpo entero le estallara. Yrjan gritó tanto que su garganta ardió como el maldito infierno en el que se encontraba. De sus ojos saltaron lágrimas de dolor e impotencia, y decidió quedarse tumbado sobre el lecho caliente en el que estaba.

¿Dónde estoy? —murmuró, otra vez en sueco.

Su cuerpo estaba caliente, pero, de pronto, sintió que alguien le refrescaba el rostro, el cuello y los brazos, en ese mismo orden. También sintió alivio en el pecho, y eso ayudó a que se tranquilizara considerablemente. Sea quien fuere aquella santa, estaba intentando ayudarle.

Abrió los ojos y se encontró con unos desconocidos, oscuros y profundos. El rostro estaba enmarcado con una melena del mismo tono, castaña, y cubierta por una piel ligeramente bronceada. La que tenía delante era una mujer hermosa, en su conjunto, pero Yrjan desconocía su identidad. Agarró una de sus manos, pequeñas y suaves en comparación con las suyas, de manera que ella no pudiera apartarse de su lado.

Me llamo Yrjan Yttedral —dijo—. Soy de Gotemburgo. ¿Estamos allí? Mi esposa se llama Var, ¿la conoces? Necesito verla, necesito hablar con ella. Cometí una estupidez al marcharme, no debí, no debí…

Un ataque de tos lo achacó y tuvo que callar, aunque tampoco le estaba sirviendo de mucho, porque parecía que allí nadie lo entendía. Definitivamente, debían estar muy lejos de Suecia, porque los hombres que había a su alrededor lo miraban extrañados, como si estuvieran viendo a alguien de otro planeta. ¿Sería así? ¿Estaría en otro lugar parecido a la tierra, pero distinto en el fondo?

Miró a su alrededor y se dio cuenta de que todos compartían algo con él: eran licántropos. Yrjan no tenía apenas experiencia como hombre lobo, pero sabía bien cómo identificar a los de su especie aunque nadie se lo hubiera explicado antes. Debía ser el instinto, que le ayudaba en los peores momentos a identificar los amigos de los enemigos. Aunque no creía que aquellos hombres estuvieran en su contra, tampoco creía que se pondrían felizmente a su favor, aunque ese estado neutral que palpaba era mejor que nada.

No me entendéis —confirmó, dejándose caer y soltando la mano de la mujer—. Me llamo Yrjan —dijo, en noruego y en alemán, sin éxito.

Respiró hondo y pensó que no habría manera de hacerse entender con aquella gente. Si no compartían el idioma, ¿cómo saber qué querrían de él?

Llamo Yrjan —dijo, usando lo poco que había podido aprender de francés, en un intento desesperado por hacerse entender.

Esperaba que aquello sirviera.
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Mensaje por Sabine Doulte Mar Nov 20, 2018 10:46 pm

Ese idioma que el hombre hablaba era tan extraño… parecían gruñidos concatenados y Sabine no pudo evitar poner mala cara. El hombre le tomó la mano y ella se asombró, era la falta de costumbre –pues nadie la tocaba allí si ella no quería-, pero no la retiró.

Tomó un vaso con agua fresca y lo llevó a los labios del desconocido. Sus ojos eran hermosos, tan celestes como el cielo en una tarde de verano, su cabello era como los destellos del sol y su voz… su voz era ruda, justo como a ella le gustaba. Se alegró de que no hubiera muerto.

Cuando lo oyó hablar un poco de francés, Sabine sintió una mezcla de sensaciones. Por un lado le alegraba que hubiera una esperanza de vida para él, pero por el otro sabía bien que sería arriesgado asumir como parte de la manada a alguien que no había sido mordido por ellos.


-¡Salgan todos! ¡Largo de aquí! –se incorporó y echó a los hombres, algunos incluso recibieron patadones y empujones de su parte. Se lo merecían por ser demasiado lentos-. Busquen entre todos a quien sea el más inteligente de nuestra manada –dijo, con la cabeza asomada por la puerta-, ese tendrá la tarea de enseñarle francés a este pobre desgraciado y morirá junto con él si en tres semanas no puede mantener una conversación coherente. ¡Apúrense! ¿Por qué me miras así? ¡Vete, vete, maldito oloroso!

Quitó de su rostro el enojo –que no sabía por qué la había invadido de pronto- y en cambio puso su mejor sonrisa para volverse a él. Caminó hasta el costado de la cama y vio la botella de whisky, ¿era muy temprano para beber? Siempre podía decir que había recurrido al alcohol para que el visitante no se desmayase… aunque, ¿quién le diría algo? Era ya libre de la opresión que la madre superiora del convento había ejercido sobre ella, pero todavía le quedaban algunos viejos temores.

-Yo soy Sabine –dijo y tomando la botella dio un trago, directamente del pico-. ¿Quieres un poco?

Giró alrededor de la cama y se tumbó al lado del tal Yrjan, sus heridas no le importaban pues, dada su condición, pronto sanarían. Sabine le pasó la botella porque no tenía ganas de darle en los labios como había hecho con el agua, era demasiada tentación ver ese rostro de frente y ella hacía un mes que era libre del pecado de fornicación.

-Oh, Yrjan… ¿de dónde has salido? –preguntó con la vista puesta en el techo-. ¿Te he dicho ya que soy la reina? No sé de dónde has salido, pero has venido a parar a mi aldea. Soy la reina Sabine –sonrió, todavía sin mirarlo.
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Mensaje por Yrjan Yttedral Jue Dic 06, 2018 4:10 pm

Aún sin poder creérselo, descubrió que el francés se iba a convertir en el idioma que usarían para comunicarse. Eso había sido suerte, o así lo quiso ver él, puesto que, de todos los idiomas que podía hablar esa gente, fuera el francés, y no otro, el elegido. No es que él supiera mucho, pero peor hubiera sido que hablaran italiano.

Yrjan no entendía nada de lo que estaba ocurriendo, pero todavía no tenía claro si eso era buena o mala señal. La mujer no hacía más que dar órdenes a voces, y el sueco enseguida se dio cuenta de que todos la obedecían, estuvieran o no de acuerdo con lo que fuera que dijera. Él no iba a ser menos, así que se incorporó ligeramente para poder beber del vaso que ella le tendió —y que, dicho sea de paso, agradeció— y se volvió a recostar en la cama donde lo tenían.

Todos salieron de la habitación, dejándolo a solas con ella. Si tan sólo pudiera explicarle lo que le había pasado… pero su francés no era bueno, ni siquiera podía considerarse francés, dado que apenas podía construir unas pocas frases básicas que tuvieran sentido. Decidió mantenerse en silencio, al menos hasta que supiera qué poder decir.

Sabine —repitió—. Hola.

Al menos, algo había conseguido comprender. Aceptó la botella de whisky sin saber que era tal y le dio un trago, pero nada más tragarlo tuvo que toser para quitar la picazón que la bebida le había producido en la garganta. Aun así, dio otro sorbo, más despacio esta vez, antes de devolverle la botella a la mujer.

Reina —dijo en francés—. Te falta la corona —murmuró después, en sueco—, aunque no importa, la autoridad parece que la tienes. Y el mal genio, también.

Se acomodó en la cama y cerró los ojos. No le importaba tener a Sabine tumbada a su lado; en realidad, no le importaba nada en ese momento, salvo descansar para poder salir de allí. Eso, si descubría dónde demonios se encontraba, porque, por mucho que intentara recordar, llegaba un punto en el que su orientación se perdía irremediablemente.

Sabine —la llamó—, ¿dónde?

Señaló el suelo con más energía de la que tenía, lo que le provocó dolor en los brazos y una tos repentina.

¿Estoy dónde? ¿Gotemburgo?

Sabía que no, que no estaba allí, pero todavía le quedaba un rayito de esperanza.
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Mensaje por Sabine Doulte Sáb Dic 22, 2018 5:48 pm

Tomó la botella que él te tendía y bebió, tal vez un trago demasiado largo. El día no estaba siendo como ella lo había planeado, pensaba salir a recorrer la aldea, informarse de los que hubieran infringido alguna norma para poder impartir castigos, rezar un poco todos juntos… pero no iba a poder darse todo eso, tenía un visitante inesperado en su cama.

Se giró y quedó de costado, intentó estudiarlo un poco. Lo notaba inquieto, seguramente tenía dolores… ¿qué era lo que le dolía tanto si era como ellos, un licántropo que en breve podía sanarse? Algo echaba de menos, eso le parecía claro. Le daba pena, pero ese idioma tan gutural, tan rudo, no le gustaba nada… si quería vivir debería hablar solo francés. Era horrible esa lengua, todo lo arruinaba, a ella ya le estaba comenzando a dar rechazo e intentó frenarlo:


-Shh, te matarán –le advirtió cuando lo oyó murmurar-. Debes hablar en francés, así nos gusta aquí. Habla francés si quieres vivir –le previno, sintiendo que estaba siendo muy generosa con él-. Estamos en Francia, en las afueras de París. ¿Cómo has llegado aquí? –suspiró al notar que de seguro él no le entendía lo que decía.

No iba a poder soportarlo. Había pensado que podía quedarse todo el día en la cama con aquel hombre, observando sus facciones bellas e imponentes, hablando sobre lo que le había ocurrido… ¿pero cómo iba a hacer tal cosa? Destapó una vez más la botella y de tres tragos largos se bebió todo lo que quedaba del contenido. Estaba comenzando a enojarse.

De un salto se puso en pie y salió de la habitación. Al ver que no estaban allí sus hombres –y olvidando que así era por su orden-, Sabine se inquietó y arrojó la botella vacía hacia la pared contraría donde se hizo añicos.


-¿Dónde están todos? ¡Vengan! ¡Auxilio! ¡Socorro! –gritó, desesperada como si alguien la estuviera agrediendo. Al fin llegaron dos de los hombres corriendo-. ¡Llévenselo! ¡No quiero verlo, no quiero que me hable ese idioma pagano! ¡Sáquenlo!

Se hizo a un lado y los hombres ingresaron para tomar a Yrjan por la fuerza y sacarlo de allí. Antes de que el visitante traspasase la puerta, ella se le acercó para hacerle sobre la frente la señal de la cruz y le dio un abrazo:

-Nos veremos en tres semanas –le besó la mejilla-. Aprende mucho, Yrjan. –Luego se volvió a sus hombres-: Llévenselo, que hoy mismo comience sus lecciones.





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