AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Alguna vez tendremos alas para desaparecer del infierno en la tierra? [Hunter Vaughan]
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¿Alguna vez tendremos alas para desaparecer del infierno en la tierra? [Hunter Vaughan]
La soledad está colmando mi paciencia, destruyendo mi interior, impidiendo que ninguna nota de luz caiga sobre la tierra pues enormes nubarrones impiden que penetre más que los rayos que presagian la tormenta. Una que caerá sobre mi ser en el instante mismo que decida de una vez por todas dar rienda suelta a los sentimientos que me anegan el corazón. Estoy viva, pero quisiera de mil y un formas no estarlo. Desde olvidarme de tomar los alimentos. Cerrar los ojos hundiéndome en las profundidades del agua hasta que la necesidad del aire se refrene por completo y pueda olvidarme del mundo para descansar. Una hoja punzo cortante sería maravillosa para abrir lento mi piel, permitiendo que la sangre emane de mi cuerpo hasta caer, gota por gota al piso, creando un arroyuelo del que no hay retorno alguno.
¿Soy tan fuerte como dicen muchos? ¿Merezco vivir a cambio de que mi hermana pequeña esté en el limbo? ¿Acaso es cierto que, antes de venir a la tierra, eliges tu camino? ¿Tanto karma debía para estar en esta situación? Tantas preguntas y ninguna respuesta coherente que me pueda auxiliar a salir avante. Me digo una y otra vez que nada de ésto pudo evitarse, que no fue mi culpa tener un marido desquiciado y degenerado. Yo misma fui víctima de sus pútridas y hedonistas necesidades. Una lágrima resbala por mi mejilla al tiempo que trago saliva. Quizá todo ésto sea cierto, pero mientras tanto en un lecho del Sanatorio Mental, mi hermana está tendida, sin hablar, sin siquiera fijar la mirada.
Sin sonreír.
¿Dónde quedaron aquéllos días de luz? Muertos en esa cama.
¿Qué necesito hacer para que regresen? Todo... no importa lo que cueste, lo que sea... todo está en mis manos para regresar a mi hermanita Ury de la oscuridad.
¿Debo entregar mi cuerpo? Sí. No importa si soy vejada y tratada cual vulgar cortesana. Es mi castigo por permitir que mi hermana... que Ury...
¿Estoy obligada a matar en caso de ser necesario? Tras un largo suspiro en el cual puedo ver en mi mente los rostros de los tres hombres que asesiné aquéllos días, me recuerdo que sí. Que en caso de ser necesario utilizaré todos los medios para hacerme de lo que necesito: dinero. No hay nada más importante ahora y nunca... dinero...
Me acerco con paso lento al último lugar donde quisiera estar y al mismo tiempo, el único que necesito para ver si esta rabia, este sentimiento de tortura desaparece o decrecenta al menos. Alguien me tiene que decir mis errores y por secreto de confesión estaría impedido para contárselo a nadie más. La excusa perfecta, el motivo idóneo, la solución suculenta. Esperé a que todos se hubieran retirado y ya no quedaran más que las ancianas acostumbradas justamente a estar ahí todo el tiempo elevando una plegaria al cielo mientras tienen el rosario entre las manos, realizando ese rito que en su tiempo yo hacía con mi madre y que hace muchos años que ni siquiera puedo ni persignarme. Me hinco con el velo sobre la cabeza en uno de los laterales más ocultos del confesionario y al mismo tiempo, con mejor acceso para la escapatoria en caso de que el sacerdote no sea de los eclécticos y... pero ¿Qué digo? Tiene que serlo. Me persigno y junto las manos en ese lugar de madera, mirando el cuadro con la manta para no ver al padre y que él no me vea. Aún así, acomodo mejor mi manto sobre la cabeza. Busco un consuelo y espero, en ese lugar lleno de estatuillas vacías y grandes espacios llenos de ecos y una opulencia que muchos no tienen, encontrarlo.
- Perdóname padre... pues he pecado.
¿Soy tan fuerte como dicen muchos? ¿Merezco vivir a cambio de que mi hermana pequeña esté en el limbo? ¿Acaso es cierto que, antes de venir a la tierra, eliges tu camino? ¿Tanto karma debía para estar en esta situación? Tantas preguntas y ninguna respuesta coherente que me pueda auxiliar a salir avante. Me digo una y otra vez que nada de ésto pudo evitarse, que no fue mi culpa tener un marido desquiciado y degenerado. Yo misma fui víctima de sus pútridas y hedonistas necesidades. Una lágrima resbala por mi mejilla al tiempo que trago saliva. Quizá todo ésto sea cierto, pero mientras tanto en un lecho del Sanatorio Mental, mi hermana está tendida, sin hablar, sin siquiera fijar la mirada.
Sin sonreír.
¿Dónde quedaron aquéllos días de luz? Muertos en esa cama.
¿Qué necesito hacer para que regresen? Todo... no importa lo que cueste, lo que sea... todo está en mis manos para regresar a mi hermanita Ury de la oscuridad.
¿Debo entregar mi cuerpo? Sí. No importa si soy vejada y tratada cual vulgar cortesana. Es mi castigo por permitir que mi hermana... que Ury...
¿Estoy obligada a matar en caso de ser necesario? Tras un largo suspiro en el cual puedo ver en mi mente los rostros de los tres hombres que asesiné aquéllos días, me recuerdo que sí. Que en caso de ser necesario utilizaré todos los medios para hacerme de lo que necesito: dinero. No hay nada más importante ahora y nunca... dinero...
Me acerco con paso lento al último lugar donde quisiera estar y al mismo tiempo, el único que necesito para ver si esta rabia, este sentimiento de tortura desaparece o decrecenta al menos. Alguien me tiene que decir mis errores y por secreto de confesión estaría impedido para contárselo a nadie más. La excusa perfecta, el motivo idóneo, la solución suculenta. Esperé a que todos se hubieran retirado y ya no quedaran más que las ancianas acostumbradas justamente a estar ahí todo el tiempo elevando una plegaria al cielo mientras tienen el rosario entre las manos, realizando ese rito que en su tiempo yo hacía con mi madre y que hace muchos años que ni siquiera puedo ni persignarme. Me hinco con el velo sobre la cabeza en uno de los laterales más ocultos del confesionario y al mismo tiempo, con mejor acceso para la escapatoria en caso de que el sacerdote no sea de los eclécticos y... pero ¿Qué digo? Tiene que serlo. Me persigno y junto las manos en ese lugar de madera, mirando el cuadro con la manta para no ver al padre y que él no me vea. Aún así, acomodo mejor mi manto sobre la cabeza. Busco un consuelo y espero, en ese lugar lleno de estatuillas vacías y grandes espacios llenos de ecos y una opulencia que muchos no tienen, encontrarlo.
- Perdóname padre... pues he pecado.
Ebba Úrsula Billington- Humano Clase Alta
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Re: ¿Alguna vez tendremos alas para desaparecer del infierno en la tierra? [Hunter Vaughan]
No era ningún secreto que Hunter era un hombre creyente tanto de dios como de la iglesia, lo sabía todo aquel que lo conocía; tampoco significaba que acudiera cada domingo a misa, de hecho, rara vez lo hacía, su trabajo lo consumía y lo obligaba a conformarse con encomendarse al creador cada noche antes de ir a dormir y cada mañana al despertar. Era bastante extraño pensar que un hombre como él tuviera costumbres como esas, pero así era, sus padres, que habían sido dos grandes fieles, se lo había inculcado y a la fecha no había olvidado sus enseñanzas. La razón de que ahora estuviese frente a la catedral de Notre Dame era que la noche anterior la había pasado bastante mal, se había despertado a mitad de la noche, con el cuerpo empapado en sudor a causa de las horribles pesadillas que frecuentemente tenía, esas en las que veía los rostros de todos esos a los que había asesinado, esos que aunque inocentes les había acarreado la muerte con sus propias manos. Esa noche había soñado con un rostro en especifico: el de Dagmar Biermann, se había visto a sí mismo asesinándola y le había atormentado la manera en la que ella lo miraba, suplicándole que no lo hiciera. Hunter estaba completamente confundido, por un lado sabía que no deseaba seguir con eso porque ahora que había tenido la oportunidad –o la desdicha dadas las circunstancias- de conocerla y ver la gran persona que era sencillamente imposible concebir la idea de acabar con su vida; pero por otro lado también sabía que Horst no toleraría algo como eso, sabía que cuando él ordenaba algo debía ser cumplido y si bien aún no recibía la orden de matarla sabía también que sólo era cuestión de tiempo, lo conocía bien, demasiado bien.
Al entrar a la iglesia lo primero que hizo fue persignarse mientras miraba al cristo que yacía en lo alto devolviéndole la mirada. El aroma a incienso le golpeó la nariz pero fue un olor agradable, desde que era un niño se había sentido extrañamente reconfortado con ese olor característico de las iglesias. No era horario para misa y por lo tanto la iglesia estaba completamente vacía a excepción de algunos fieles que se encontraban ahí de paso. Hunter se condujó hasta la primera hilera de bancas y tomó asiento, después decidió sacar el reclinatorio y ponerse en rodillas. Ahí, con los ojos cerrados y las manos entrelazadas junto a su frente, pidió perdón por todos sus pecados, se arrepintió de corazón de todos sus actos y pidió disculpas a su señor por seguir realizándolas a pesar de no querer hacerlo. Muy dentro de ser deseo tener la posibilidad de poder tener una conversación real con dios y pedirle una opinión respecto a todo lo que le ocurría, saber que era lo que pensaba de él, si creía que era maldad o bondad lo que lo habitaba independientemente de sus acciones; quiso saber si dios lo veía como a un hombre malo o un hombre bueno, si al morir iría al cielo o al infierno. Abrió los ojos resignado al darse cuenta de que aquella conversación interna era en vano, jamás lograría saber lo que dios pensaba de él. Se puso de pie y en silencio volvió a colocar el reclinatorio en su sitio, al levantar la vista visualizó el confesionario que se encontraba justamente a un lado y sin pensárselo demasiado caminó hasta él. Al llegar de arrodilló una vez más y tras soltar un largo y sonoro suspiro se preparó para lo peor. — Padre, he venido a confesarme porque he pecado. ¿Padre? — Al no obtener respuesta se puso de pie y con desilusión pudo darse cuenta de que no había un sacerdote que pudiera escucharle y absolverlo de sus pecados. Se sentó sobre la silla vacía que el cura debía ocupar y mientras permaneció allí pudo darse cuenta de que estaba actuando como un niño pequeño atormentado, deseoso de ser perdonado y no como el hombre que era y que debía afrontar las consecuencias de sus actos. Echó la cabeza hacia atrás y se rió de sí mismo, aunque la sonrisa duró poco, otra alma atormentada acudía a donde mismo con la intención de obtener consuelo y él no era nadie para negárselo. — Adelante, estoy escuchando. — Alentó a la mujer tras el confesionario, sabiendo de antemano que por más pecados que ella pudiese tener, jamás serían tan horribles como los que él había cometido.
Al entrar a la iglesia lo primero que hizo fue persignarse mientras miraba al cristo que yacía en lo alto devolviéndole la mirada. El aroma a incienso le golpeó la nariz pero fue un olor agradable, desde que era un niño se había sentido extrañamente reconfortado con ese olor característico de las iglesias. No era horario para misa y por lo tanto la iglesia estaba completamente vacía a excepción de algunos fieles que se encontraban ahí de paso. Hunter se condujó hasta la primera hilera de bancas y tomó asiento, después decidió sacar el reclinatorio y ponerse en rodillas. Ahí, con los ojos cerrados y las manos entrelazadas junto a su frente, pidió perdón por todos sus pecados, se arrepintió de corazón de todos sus actos y pidió disculpas a su señor por seguir realizándolas a pesar de no querer hacerlo. Muy dentro de ser deseo tener la posibilidad de poder tener una conversación real con dios y pedirle una opinión respecto a todo lo que le ocurría, saber que era lo que pensaba de él, si creía que era maldad o bondad lo que lo habitaba independientemente de sus acciones; quiso saber si dios lo veía como a un hombre malo o un hombre bueno, si al morir iría al cielo o al infierno. Abrió los ojos resignado al darse cuenta de que aquella conversación interna era en vano, jamás lograría saber lo que dios pensaba de él. Se puso de pie y en silencio volvió a colocar el reclinatorio en su sitio, al levantar la vista visualizó el confesionario que se encontraba justamente a un lado y sin pensárselo demasiado caminó hasta él. Al llegar de arrodilló una vez más y tras soltar un largo y sonoro suspiro se preparó para lo peor. — Padre, he venido a confesarme porque he pecado. ¿Padre? — Al no obtener respuesta se puso de pie y con desilusión pudo darse cuenta de que no había un sacerdote que pudiera escucharle y absolverlo de sus pecados. Se sentó sobre la silla vacía que el cura debía ocupar y mientras permaneció allí pudo darse cuenta de que estaba actuando como un niño pequeño atormentado, deseoso de ser perdonado y no como el hombre que era y que debía afrontar las consecuencias de sus actos. Echó la cabeza hacia atrás y se rió de sí mismo, aunque la sonrisa duró poco, otra alma atormentada acudía a donde mismo con la intención de obtener consuelo y él no era nadie para negárselo. — Adelante, estoy escuchando. — Alentó a la mujer tras el confesionario, sabiendo de antemano que por más pecados que ella pudiese tener, jamás serían tan horribles como los que él había cometido.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: ¿Alguna vez tendremos alas para desaparecer del infierno en la tierra? [Hunter Vaughan]
La muerte es un destino al que nadie escapa, pero...
¿Es justo ser la mano que sesga la espiga?
¿Es justo ser la mano que sesga la espiga?
¿Cómo empezar a decirle todo lo que me aflige desde lo más profundo de mi corazón? ¿Cómo tuve la osadía de hincarme en ese lugar que ahora me aterra como el fuego del infierno? No, eso no me amedrenta más que el ver a mi hermana sin vida, sin aliento... aspiro profundamente y cierro los ojos esperando que este hombre pueda perdonarme, a quien por cierto se le escucha una voz joven lo que me esperanza porque quizá tenga una ideología diferente a los padres más ancianos y arraigados en sus escrúpulos...
- Perdóneme padre pues he pecado... he mentido durante mucho tiempo, me he escondido de la justicia humana, he robado, no he santificado las fiestas, no he honrado a mi padre y madre cuando lo único que me pidieron fue una sencilla cosa que no pude realizar, he deseado los bienes ajenos, pero sobre todo... he pecado porque no creo en Dios... No existe, no se encuentra en ningún lado... ni en mi corazón, ni en este lugar... y me dirá pagana, pero no creo que una estatua me pueda ayudar o que tenga el poder para hacerme el milagro y borrar de mi alma los pecados...
¿Tenía caso fingir que siento a ese ente en ese lugar? No, porque si tengo que confesarme y hacerlo bien tengo que ser sincera, entonces debo soltar todo lo que mi alma siente en lo más profundo, entre escombros de lo que alguna vez fue mi vida, mi existencia que era tan luminosa y hoy en día no es más que sombras y telarañas. Ansío que él tenga las palabras que consuelen mi espíritu. Es lo único que pido, que alguien serene mi mente enloquecida, mi alma sumida en la fiebre que le impide ver nada más que no sea ese vacío que siento en el corazón cada día que amanece.
- Porque si Dios existiera, padre... no habría permitido mi pasado, habría detenido todo... Y no me diga que era un peregrinar al que mi alma estaba destinada, porque eso es una basofia... ¿Estaba en sus planes arruinar la vida de una niña de 4 años? Si es así, entonces no me perdone padre, porque no me arrepiento en ningún momento de mis acciones que fueron consecuencia de los actos depravados de un hombre y sus amigos... No me aflijo por la mano que tomó la pistola... por los pies que me dirigieron hacia él... todo lo contrario y le recuerdo, padre, que estoy en secreto de confesión... No estaba Dios cuando le disparé en la cabeza matándole... No estaba Dios cuando me golpeaban hasta casi matarme... no estaba Dios cuando dejé que las medicinas hicieran efecto mientras tocaba el piano matándolo... No estaba Dios cuando él me vejó tantas veces... Y tampoco, qué ironía, estaba cuando lo ahogué con la almohada...
Me lamo los labios, si el padre pudo entenderlo bien, qué bueno... y si no, no pienso repetir mis palabras... suficiente tengo con las uñas que se encajan en mi piel haciéndola sangrar cuando recuerdo cada episodio, cada uno de mis esposos en los que tanto confíe y quienes me hicieron sufrir tanto... Quienes apedrearon mi corazón sin tener ellos limpia el alma. Decía Jesús que había que dar la otra mejilla cuando recibías un golpe, pero yo me cansé de hacerlo.
- Perdóneme Padre, pues he pecado... he pecado en no creer en Dios, en sentir la alegría cuando murió en mis manos y al mismo tiempo, envidié la forma en que murió, tan rápida porque... No está Dios cuando sigo mirando sus ojos, los de mi pequeña que está sumida en el mutismo total por su culpa, por mi culpa, por nuestra culpa... No lo está... perdóneme padre, pues no me arrepiento de nada, sólo puedo decirle que odio a Dios por sobre todas las cosas... por no detenerme cuando podía hacerlo... Porque podía hacerlo, claro que podía porque él es todopoderoso... omnipresente... Podía hacerlo y en lugar de ello me dejó hacer... ahora no me juzgue padre, sólo absuélvame de los pecados que Dios en su magnificencia me dejó cometer...
¿Me siento mejor? No, pero al menos alguien me ha escuchado. Suficiente he luchado por mi alma este día aunque ya sabía el resultado: aunque me absuelva de mis pecados seguiré maldita el resto de mi vida hasta que mi hermana abra los ojos... y con ello, todas mis manchas sean limpiadas.
- Perdóneme padre pues he pecado... he mentido durante mucho tiempo, me he escondido de la justicia humana, he robado, no he santificado las fiestas, no he honrado a mi padre y madre cuando lo único que me pidieron fue una sencilla cosa que no pude realizar, he deseado los bienes ajenos, pero sobre todo... he pecado porque no creo en Dios... No existe, no se encuentra en ningún lado... ni en mi corazón, ni en este lugar... y me dirá pagana, pero no creo que una estatua me pueda ayudar o que tenga el poder para hacerme el milagro y borrar de mi alma los pecados...
¿Tenía caso fingir que siento a ese ente en ese lugar? No, porque si tengo que confesarme y hacerlo bien tengo que ser sincera, entonces debo soltar todo lo que mi alma siente en lo más profundo, entre escombros de lo que alguna vez fue mi vida, mi existencia que era tan luminosa y hoy en día no es más que sombras y telarañas. Ansío que él tenga las palabras que consuelen mi espíritu. Es lo único que pido, que alguien serene mi mente enloquecida, mi alma sumida en la fiebre que le impide ver nada más que no sea ese vacío que siento en el corazón cada día que amanece.
- Porque si Dios existiera, padre... no habría permitido mi pasado, habría detenido todo... Y no me diga que era un peregrinar al que mi alma estaba destinada, porque eso es una basofia... ¿Estaba en sus planes arruinar la vida de una niña de 4 años? Si es así, entonces no me perdone padre, porque no me arrepiento en ningún momento de mis acciones que fueron consecuencia de los actos depravados de un hombre y sus amigos... No me aflijo por la mano que tomó la pistola... por los pies que me dirigieron hacia él... todo lo contrario y le recuerdo, padre, que estoy en secreto de confesión... No estaba Dios cuando le disparé en la cabeza matándole... No estaba Dios cuando me golpeaban hasta casi matarme... no estaba Dios cuando dejé que las medicinas hicieran efecto mientras tocaba el piano matándolo... No estaba Dios cuando él me vejó tantas veces... Y tampoco, qué ironía, estaba cuando lo ahogué con la almohada...
Me lamo los labios, si el padre pudo entenderlo bien, qué bueno... y si no, no pienso repetir mis palabras... suficiente tengo con las uñas que se encajan en mi piel haciéndola sangrar cuando recuerdo cada episodio, cada uno de mis esposos en los que tanto confíe y quienes me hicieron sufrir tanto... Quienes apedrearon mi corazón sin tener ellos limpia el alma. Decía Jesús que había que dar la otra mejilla cuando recibías un golpe, pero yo me cansé de hacerlo.
- Perdóneme Padre, pues he pecado... he pecado en no creer en Dios, en sentir la alegría cuando murió en mis manos y al mismo tiempo, envidié la forma en que murió, tan rápida porque... No está Dios cuando sigo mirando sus ojos, los de mi pequeña que está sumida en el mutismo total por su culpa, por mi culpa, por nuestra culpa... No lo está... perdóneme padre, pues no me arrepiento de nada, sólo puedo decirle que odio a Dios por sobre todas las cosas... por no detenerme cuando podía hacerlo... Porque podía hacerlo, claro que podía porque él es todopoderoso... omnipresente... Podía hacerlo y en lugar de ello me dejó hacer... ahora no me juzgue padre, sólo absuélvame de los pecados que Dios en su magnificencia me dejó cometer...
¿Me siento mejor? No, pero al menos alguien me ha escuchado. Suficiente he luchado por mi alma este día aunque ya sabía el resultado: aunque me absuelva de mis pecados seguiré maldita el resto de mi vida hasta que mi hermana abra los ojos... y con ello, todas mis manchas sean limpiadas.
* e_e me salió la inspiración desde la mañana que leí tu respuesta. Lamento contestarlo tan rápido. Por cierto, sabía que escucharía, pero no que se sentaría en el confesionario O_o.
Ebba Úrsula Billington- Humano Clase Alta
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Re: ¿Alguna vez tendremos alas para desaparecer del infierno en la tierra? [Hunter Vaughan]
Hunter no titubeó ante esa desfachatez que estaba a punto de hacer, era bastante insolente de su parte el hacerse pasar por un cura, pues de antemano sabía de lo que se trataba el secreto de confesión, sabía que la intimidad de aquella mujer quedaría expuesta ante él y aún así prosiguió con su insolencia, dejando así a la vista su lado más atrevido. Cuando más tarde se cuestionara sobre las razones que lo habían orillado a hacer tal cosa no sabría qué decirse seguramente o cómo justificarse, pero por lo pronto decidió no pensar en eso y olvidándose de todos sus principios prestó total atención a la mujer que yacía al otro lado del confesionario, hincada y con el corazón entre sus manos, listo para ser compartido. Conforme la mujer hablaba más él se daba cuenta de la magnitud de sus actos, llegando a escandalizarse un poco cuando esta le confesó que como él ella también había asesinado. En ese momento se sintió comprendido, aún cuando las razones que la mujer daba para justificar sus actos no fueran las mismas que él había tenido a la hora de matar a todos esos que ahora yacían en su conciencia. Se arrepintió de haberle hecho creer a la mujer que con un sacerdote con el que estaba tratando, pero ya era demasiado tarde para querer enmendar su error y si ya se encontraba allí fingiendo ser un cura lo más prudente que podía hacer era tratar de darle un poco de consuelo. — Dios cree en ti aunque tú dudes de su existencia. — Fue lo único que pudo decir, en el fondo deseaba poder expresar ese fervor que siempre había tenido por el creador como buen creyente que era, pero no le salió, en ese momento se había quedado en shock al ver que gente como el abundaba en las calles y que no sólo eran hombres, también mujeres los que arrebataban vidas diariamente.
Hunter analizó el caso de esa mujer y le dio la razón, justificó todos sus actos con los motivos que ella le dio para haberlos realizado; sintió un poco de pena cuando ella mencionó a su hermana, los horribles sucesos por los que había tenido que pasar siendo tan pequeña y la situación en la que actualmente se encontraba. — No dejes caer sobre los hombros de Dios las cosas que son del hombre. — Añadió en respuesta a las acusaciones que la mujer hacía, argumentando que Dios la había abandonado o que sencillamente había permanecido observando todo lo que ella y su hermana habían pasado, sin mover un sólo dedo. — En ocasiones hay cosas por las cuales tenemos que pasar irremediablemente, sólo así es como llegaremos a ser quien quiere Dios que seamos. — Hunter estaba convencido de sus palabras, las cuales no eran suposiciones sino afirmaciones, su padre le había inculcado bien todo lo referente a la religión, por él había aprendido a conocer a Dios y a la fecha no había perdido su fe. — Puedes renegar de sus decisiones pero jamás cuestionarlas, él sabe lo que hace, él tiene trazado para ti un camino, el cual estás recorriendo. Nada es en vano. — Su voz era segura y convincente, completamente sincera. Dentro del confesionario se recargó por completo sobre el asiento que el cura solía ocupar y meditó sobre todo aquello, sus propias palabras parecían haber logrado hacerlo cuestionarse a sí mismo, sobre su situación y todo lo que aún tenía que hacer en esa visita a París. Allí, sentado con los ojos cerrados y el rostro elevado al cielo fue que decidió lo que lo condenaría: no mataría a Dagmar Biermann, no volvería a asesinar a nadie; se lo juró aún sabiendo de antemano que el que podía morir era él por no cumplir lo que se le había ordenado, pero estaba cansado y se sentía incapaz, no luego de ese crucial momento en el confesionario, en el que bien le habría venido intercambiar papeles con esa mujer y ser él quien le hiciera saber lo que tanto le aquejaba desde hacia tiempo.
Permaneció callado, esperando que la mujer continuara si es que tenía más que confesar o que se fuera, dejándolo allí, con esa gran lección, que sin saberlo, le había dado.
Hunter analizó el caso de esa mujer y le dio la razón, justificó todos sus actos con los motivos que ella le dio para haberlos realizado; sintió un poco de pena cuando ella mencionó a su hermana, los horribles sucesos por los que había tenido que pasar siendo tan pequeña y la situación en la que actualmente se encontraba. — No dejes caer sobre los hombros de Dios las cosas que son del hombre. — Añadió en respuesta a las acusaciones que la mujer hacía, argumentando que Dios la había abandonado o que sencillamente había permanecido observando todo lo que ella y su hermana habían pasado, sin mover un sólo dedo. — En ocasiones hay cosas por las cuales tenemos que pasar irremediablemente, sólo así es como llegaremos a ser quien quiere Dios que seamos. — Hunter estaba convencido de sus palabras, las cuales no eran suposiciones sino afirmaciones, su padre le había inculcado bien todo lo referente a la religión, por él había aprendido a conocer a Dios y a la fecha no había perdido su fe. — Puedes renegar de sus decisiones pero jamás cuestionarlas, él sabe lo que hace, él tiene trazado para ti un camino, el cual estás recorriendo. Nada es en vano. — Su voz era segura y convincente, completamente sincera. Dentro del confesionario se recargó por completo sobre el asiento que el cura solía ocupar y meditó sobre todo aquello, sus propias palabras parecían haber logrado hacerlo cuestionarse a sí mismo, sobre su situación y todo lo que aún tenía que hacer en esa visita a París. Allí, sentado con los ojos cerrados y el rostro elevado al cielo fue que decidió lo que lo condenaría: no mataría a Dagmar Biermann, no volvería a asesinar a nadie; se lo juró aún sabiendo de antemano que el que podía morir era él por no cumplir lo que se le había ordenado, pero estaba cansado y se sentía incapaz, no luego de ese crucial momento en el confesionario, en el que bien le habría venido intercambiar papeles con esa mujer y ser él quien le hiciera saber lo que tanto le aquejaba desde hacia tiempo.
Permaneció callado, esperando que la mujer continuara si es que tenía más que confesar o que se fuera, dejándolo allí, con esa gran lección, que sin saberlo, le había dado.
Off: Fue una pequeña travesura, de ella depende el descubrirlo.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: ¿Alguna vez tendremos alas para desaparecer del infierno en la tierra? [Hunter Vaughan]
Busco el perdón de Dios,
pero no soy Dios para perdonar.
pero no soy Dios para perdonar.
¿Qué es una confesión si no la forma de expiar las culpas entregándoselas a otra persona para que las cargue? Como el Devorador de Pecados, el padre es uno de los elementos más importantes de la ecuación. No importa si hay o no una redención divina, con el simple hecho de otorgar y dejar verter todo el sentimiento negativo generado por las acciones impropias de la conducta humana o que la sociedad tacha de inapropiadas, es suficiente que entre un aire limpio a los pulmones que purifique el alma. Así me siento en este justo momento, tanto que las palabras del padre me dan la certeza de que lo necesitaba, estar al lado de alguien, contárselo. Sacar toda la podredumbre hasta que no quedara nada para verlo todo con mayor lucidez. Con mayor ímpetu. Esperanza.
Aspiro un aire que genera una sinfonía de actividades en el interior de mi cuerpo, pero sobre todo la de mi cerebro que analiza sus palabras, benditas éstas porque me dan una redención. Me siento mucho mejor tras haberle entregado mis más grandes demonios y ser recompensada por esas palabras que dan paz a mi corazón. Y al mismo tiempo generan dudas que no sé cómo trasladar a los simples y vanos vocablos que todo ente humano utiliza para hacer ver sus disyuntivas. ¿Es tan fácil que un padre tome mis pecados que hablan de la muerte no de uno si no de tres hombres y no se indigne o aterrorice? ¿Tan mal está la sociedad que este sacerdote está acostumbrado a no expresar nada por el deceso de tres humanos? Entrecierro los ojos parpadeando mientras me quedo pensativa. Creía que al saberlo, se escandalizaría y en cambio me ha dado las frases que mi corazón buscaba. No apaga la pena que siento, pero sí al menos me da una luz en el camino. Si es así, entonces Dios quiso... no, no me lo creo. Dios no quiere que sus hijos sufran, no cuando una pequeña de cuatro años está en medio del huracán. ¿Acaso él deseó y fueron sus designios que mi hermana perdiera su vida todo este tiempo?
Mi hermana tarde o temprano tendrá que... me quedo en silencio al escuchar unos pasos, las voces de una abuelita que parece detener a alguien y siento mi corazón caer al observar a alguien que creía estaba en el confesionario. La figura que habla con una anciana es un sacerdote sin duda alguna, uno que trae la alba negra y la estola penitencial morada, señal inequívoca de esa actividad que yo estoy realizando ante... ¿Quién? Mis ojos regresan hacia la ventanita que me impide ver a la persona del otro lado, en parte para su cometido de que no puedan identificarme y chantajearme utilizando mis testimonios en mi contra quiero creer. Podría ser que ese cura esté yendo a otro confesionario, pero se me cae el alma a los pies cuando con ansiedad mis ojos analizan el lugar y noto que no hay ningún otro lugar parecido a éste a mi alrededor. Mis labios rezan en tono audible para que la persona que me escuchaba crea que sigo en proceso de penitencia, pero lo único que hago es revisar por segunda vez que no hay más lugares específicos para que ese sacerdote se siente, sólo uno...
En él me encuentro justamente y me atemoriza saber que alguien que no es un hombre de fe escuchó mis pecados y más porque no es secreto de confesión, puede hacer conmigo lo que quiera. ¿Qué clase de broma estúpida es ésta? Trago saliva y miro hacia la ventanita con recelo como si de pronto pudiera transformarse en una alimaña y picarme, morderme e inocular su veneno, uno que actúa con rapidez porque estoy muy nerviosa. De inmediato me levanto mientras termino la oración, desconfiada y con cuidado de no hacer ruido con los pies me voy alejando de ahí, procurando en todo momento no despegar la vista de ese lugar para saber al menos qué hice en realidad. Me siento lo más alejada posible, en las butacas donde algunas ancianas se encuentran, fingiendo ser una más, me hinco en el reclinatorio y junto mis manos aprovechando que ese al que le confesé todo, sigue dentro.
Me lamo los labios inquieta, ¿Me habré equivocado? ¿Pecaré de desconfiada? Quizá es mi miedo a ser apresada, si alguien lo hace, Ury quedaría sola. Me quedo en silencio mirando cómo el padre va acercándose hacia el lugar, no parece titubear... ¿Será que hay un cambio en las guardias del confesionario? Me muerdo el pliegue inferior de mi boca con el corazón en un puño y el estómago hecho un hueco. Por favor, que sea otro padre. Por favor, Dios mío, que me haya confesado con él... Ruego y vuelvo a rogar mientras el sacerdote llega hasta el confesionario. El momento de la verdad está aquí. ¿Me gustará desentrañarla?
Aspiro un aire que genera una sinfonía de actividades en el interior de mi cuerpo, pero sobre todo la de mi cerebro que analiza sus palabras, benditas éstas porque me dan una redención. Me siento mucho mejor tras haberle entregado mis más grandes demonios y ser recompensada por esas palabras que dan paz a mi corazón. Y al mismo tiempo generan dudas que no sé cómo trasladar a los simples y vanos vocablos que todo ente humano utiliza para hacer ver sus disyuntivas. ¿Es tan fácil que un padre tome mis pecados que hablan de la muerte no de uno si no de tres hombres y no se indigne o aterrorice? ¿Tan mal está la sociedad que este sacerdote está acostumbrado a no expresar nada por el deceso de tres humanos? Entrecierro los ojos parpadeando mientras me quedo pensativa. Creía que al saberlo, se escandalizaría y en cambio me ha dado las frases que mi corazón buscaba. No apaga la pena que siento, pero sí al menos me da una luz en el camino. Si es así, entonces Dios quiso... no, no me lo creo. Dios no quiere que sus hijos sufran, no cuando una pequeña de cuatro años está en medio del huracán. ¿Acaso él deseó y fueron sus designios que mi hermana perdiera su vida todo este tiempo?
Mi hermana tarde o temprano tendrá que... me quedo en silencio al escuchar unos pasos, las voces de una abuelita que parece detener a alguien y siento mi corazón caer al observar a alguien que creía estaba en el confesionario. La figura que habla con una anciana es un sacerdote sin duda alguna, uno que trae la alba negra y la estola penitencial morada, señal inequívoca de esa actividad que yo estoy realizando ante... ¿Quién? Mis ojos regresan hacia la ventanita que me impide ver a la persona del otro lado, en parte para su cometido de que no puedan identificarme y chantajearme utilizando mis testimonios en mi contra quiero creer. Podría ser que ese cura esté yendo a otro confesionario, pero se me cae el alma a los pies cuando con ansiedad mis ojos analizan el lugar y noto que no hay ningún otro lugar parecido a éste a mi alrededor. Mis labios rezan en tono audible para que la persona que me escuchaba crea que sigo en proceso de penitencia, pero lo único que hago es revisar por segunda vez que no hay más lugares específicos para que ese sacerdote se siente, sólo uno...
En él me encuentro justamente y me atemoriza saber que alguien que no es un hombre de fe escuchó mis pecados y más porque no es secreto de confesión, puede hacer conmigo lo que quiera. ¿Qué clase de broma estúpida es ésta? Trago saliva y miro hacia la ventanita con recelo como si de pronto pudiera transformarse en una alimaña y picarme, morderme e inocular su veneno, uno que actúa con rapidez porque estoy muy nerviosa. De inmediato me levanto mientras termino la oración, desconfiada y con cuidado de no hacer ruido con los pies me voy alejando de ahí, procurando en todo momento no despegar la vista de ese lugar para saber al menos qué hice en realidad. Me siento lo más alejada posible, en las butacas donde algunas ancianas se encuentran, fingiendo ser una más, me hinco en el reclinatorio y junto mis manos aprovechando que ese al que le confesé todo, sigue dentro.
Me lamo los labios inquieta, ¿Me habré equivocado? ¿Pecaré de desconfiada? Quizá es mi miedo a ser apresada, si alguien lo hace, Ury quedaría sola. Me quedo en silencio mirando cómo el padre va acercándose hacia el lugar, no parece titubear... ¿Será que hay un cambio en las guardias del confesionario? Me muerdo el pliegue inferior de mi boca con el corazón en un puño y el estómago hecho un hueco. Por favor, que sea otro padre. Por favor, Dios mío, que me haya confesado con él... Ruego y vuelvo a rogar mientras el sacerdote llega hasta el confesionario. El momento de la verdad está aquí. ¿Me gustará desentrañarla?
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Re: ¿Alguna vez tendremos alas para desaparecer del infierno en la tierra? [Hunter Vaughan]
Hunter sabía que había llegado demasiado lejos con esa mujer desconocida pero no se arrepentía, ya no había marcha atrás y realmente él nunca había sido un hombre que fuera por la vida recriminándose las cosas que hacía o había hecho en el pasado, eso no significaba que no tuviera cosas de las cuales arrepentirse o avergonzarse, claro que las tenía, pero lo hecho hecho estaba y para él era mejor el tomar la firme decisión de no volver a hacerlas, lo cual era posible, y no vivir la vida deseando regresar el tiempo y enmendar los errores, lo cual era imposible. No hubo más confesiones por parte de la mujer al otro lado del confesionario, por lo tanto cumplió con su papel de sacerdote y como lo hubiera hecho cualquiera le dio su penitencia, le pidió rezar varios padres nuestros y otras tantas aves marías, le hizo saber que con haberle dicho a él todo lo que acababa de decirle no garantizaba un perdón porque él sólo era un medio y ese sólo podía otorgarlo el creador y que de ella dependía el recibirlo. Cualquiera que lo hubiera escuchado hablar de aquella manera habría jurado que tenía vocación de cura.
Escuchó a la mujer rezar en voz baja, tiempo que el aprovechó para seguir reflexionando sobre sí mismo y se prometió no volver a hacer alguna tontería como esa que había hecho al hacerse pasar como sacerdote; se propuso comportarse como un hombre maduro y pensante de ese día en adelante y no dejarse llevar por impulsos que podrían traer consecuencias. Estaba tan concentrado en ese debate interior que no fue consciente de cuando la mujer abandonó el confesionario, tampoco se imaginó que estaba a punto de ser descubierto por el que debería estar ocupando el asiento en el que él se encontraba sentado. Se sobresaltó cuando la cortinilla del confesionario se abrió y frente a él apareció un hombre de apariencia cansina vestido con sotana y estola, el hombre de cabello entrecano que debía rozar los sesenta años lo miró sorprendido, incapaz de comprender que hacía un muchacho sentado dentro del confesionario. Hunter se puso se pie de un brinco, buscó excusas que pudieran ser creíbles pero la situación lo había tomado completamente por sorpresa y fue incapaz de decir algo coherente. — Disculpe mi intromisión, padre. — Luego de esa pobre disculpa que distaba mucho de ser razonable, se alejó a paso rápido del lugar y llevó sus ojos hasta las bancas que estaban medio vacías. En ellas figuraban algunas personas de diferentes edades, ancianas, hombres maduros, niños y algunos jóvenes; sin dejar de caminar Hunter no despegó los ojos de los asientos y mientras avanzaba a paso lento se dedicó a examinar a cada una de las personas que se encontraban allí. Era imposible saber quién era exactamente la mujer que le había confesado todo aquello, sabía que debía ser joven pero al no haber visto jamás su rostro era imposible reconocerla o apostar por alguna de las presentes.
No hubo nadie del que él sospechara pero estaba consciente de que esa mujer estaba viéndolo, tenía que estar allí entre los presentes, aunque no sabía exactamente por qué estaba intentando descubrir de quién se trataba. Decidió abandonar la iglesia, caminó hasta la salida no sin antes persignarse antes de salir al exterior donde se quedó de pie por algunos momentos. La gran campana de la Catedral de Notre Dame comenzó a retumbar sobre su cabeza anunciando la próxima misa.
Escuchó a la mujer rezar en voz baja, tiempo que el aprovechó para seguir reflexionando sobre sí mismo y se prometió no volver a hacer alguna tontería como esa que había hecho al hacerse pasar como sacerdote; se propuso comportarse como un hombre maduro y pensante de ese día en adelante y no dejarse llevar por impulsos que podrían traer consecuencias. Estaba tan concentrado en ese debate interior que no fue consciente de cuando la mujer abandonó el confesionario, tampoco se imaginó que estaba a punto de ser descubierto por el que debería estar ocupando el asiento en el que él se encontraba sentado. Se sobresaltó cuando la cortinilla del confesionario se abrió y frente a él apareció un hombre de apariencia cansina vestido con sotana y estola, el hombre de cabello entrecano que debía rozar los sesenta años lo miró sorprendido, incapaz de comprender que hacía un muchacho sentado dentro del confesionario. Hunter se puso se pie de un brinco, buscó excusas que pudieran ser creíbles pero la situación lo había tomado completamente por sorpresa y fue incapaz de decir algo coherente. — Disculpe mi intromisión, padre. — Luego de esa pobre disculpa que distaba mucho de ser razonable, se alejó a paso rápido del lugar y llevó sus ojos hasta las bancas que estaban medio vacías. En ellas figuraban algunas personas de diferentes edades, ancianas, hombres maduros, niños y algunos jóvenes; sin dejar de caminar Hunter no despegó los ojos de los asientos y mientras avanzaba a paso lento se dedicó a examinar a cada una de las personas que se encontraban allí. Era imposible saber quién era exactamente la mujer que le había confesado todo aquello, sabía que debía ser joven pero al no haber visto jamás su rostro era imposible reconocerla o apostar por alguna de las presentes.
No hubo nadie del que él sospechara pero estaba consciente de que esa mujer estaba viéndolo, tenía que estar allí entre los presentes, aunque no sabía exactamente por qué estaba intentando descubrir de quién se trataba. Decidió abandonar la iglesia, caminó hasta la salida no sin antes persignarse antes de salir al exterior donde se quedó de pie por algunos momentos. La gran campana de la Catedral de Notre Dame comenzó a retumbar sobre su cabeza anunciando la próxima misa.
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Re: ¿Alguna vez tendremos alas para desaparecer del infierno en la tierra? [Hunter Vaughan]
El odio es el sentimiento más fuerte que mueve al mundo,
si no fuera así, no existirían las guerras... ni los asesinatos.
si no fuera así, no existirían las guerras... ni los asesinatos.
El padre se acerca, faltan metros, tan poco para llegar hasta el confesionario y yo me siento morir esperando en lo más profundo de mi alma que mis pensamientos sean el signo inequívoco de una mujer que se siente demasiado perseguida, vulnerable y moribunda. Ahí está, el padre descorre la cortinilla y... y el alma se me cae a los pies, lanzo un jadeo que las abuelitas quizá piensen que es por un dolor más profundo en el corazón, pero realmente es porque lo veo salir sin la menor de las preocupaciones, con paso tranquilo y relajado como si hubiera hecho una travesura y no supiera realmente el alcance de lo que ésta provoca en mi ser, ese hombre vestido de blanco cual ángel caído del cielo, tan atractivo y al mismo tiempo... Por un instante pienso que lo es, pero ningún ente superior sería capaz de una acción tan vil como escucharme, darme palabras de consuelo y no decirme que no es la persona con quien debiera... una lágrima recorre mi mejilla, signo inequívoco de mi sufrimiento, de la desesperación de mi corazón. Me forzo para no voltear, para no darle el mínimo atisbo de que soy yo quien se ha confesado ante él. Me mortifica que...
Y mi mente, lentamente va planeando el siguiente movimiento. Mis ojos se entornan al tiempo que vuelvo a mi asiento y saco de mi bolso, la envoltura de algo alargado, un invento del siglo XVII que hube perfeccionado con ayuda de mi primer esposo y algunos colegas, para mi conveniencia durante el tiempo que estuve en el hospital griego... la acaricio en silencio y miro hacia el Cristo crucificado. "Señor, perdóname porque no sé lo que hago" rezo con ironía al tiempo que la preparo. Saco los frascos con suma discresión que tengo guardados y que pensaba obsequiar en el hospital al que me dirigía después de entrar a la Iglesia y elijo con rapidez las dosis exactas para producir la consecuencia física que necesito. Preparada, me pongo en pie al mismo tiempo que lo hacen unas mujeres, para que se piense que soy del mismo grupo que ellas. Con la mirada baja imitando a dos de las féminas, me acerco lento con la determinación ya tomada. Total, que sean cuatro.
Pasamos todas al lado derecho de ese hombre. Mi derecha, su izquierda. Estoy que ardo en rabia y me desquitaré por su insolencia, por su forma de actuar, por su maldad. Yo seré su verdugo, quien lo destruya por completo, ¿Quién se cree para quitarme la oportunidad de haber obtenido el perdón? Por fin me decido a confesarme y el maldito se atraviesa en mi camino. La primera campanada es el gatillo que inicia las acciones, tomo sin duda alguna su brazo izquierdo con mi mano y volteo con rapidez poniéndome a su vera como si fuera él mi pareja para que las damas no se extrañen y todo parezca tan normal, pero la pluma de pájaro afilada in extremis perfora la ropa y la piel con una velocidad impresionante, acostumbrada pues a pinchar a los desquiciados en el manicomio en Grecia, puedo hacerlo con una facilidad abrumadora. Atraviesa la piel hasta llegar al músculo donde es inyectada la medicina que de inmediato, hace su efecto, causando manchas violáceas que bien pueden ser confundidas con moretones, al mismo tiempo que provoca un dolor cual quemazón por todos los lugares que va recorriendo...
- La sustancia que le inyecté está creada ex-profeso para hacer explotar cada vaso sanguíneo conforme va extendiéndose, por lo que verá su brazo tornarse morado y dolerá hasta el alma... creo que sabe bien el tipo de mujer que soy y la facilidad con que domino los medicamentos, le propongo un trato. Nos vamos a una de las habitaciones de esta Iglesia que deben estar desocupadas y charlamos dándole al final el antídoto... o le dejo y esa sustancia así como duele y siente usted que se va desperdigando por su organismo, llegará a su cerebro y lo dejará más imbécil que los niños así nacidos. ¿Qué elige?
Y mi mente, lentamente va planeando el siguiente movimiento. Mis ojos se entornan al tiempo que vuelvo a mi asiento y saco de mi bolso, la envoltura de algo alargado, un invento del siglo XVII que hube perfeccionado con ayuda de mi primer esposo y algunos colegas, para mi conveniencia durante el tiempo que estuve en el hospital griego... la acaricio en silencio y miro hacia el Cristo crucificado. "Señor, perdóname porque no sé lo que hago" rezo con ironía al tiempo que la preparo. Saco los frascos con suma discresión que tengo guardados y que pensaba obsequiar en el hospital al que me dirigía después de entrar a la Iglesia y elijo con rapidez las dosis exactas para producir la consecuencia física que necesito. Preparada, me pongo en pie al mismo tiempo que lo hacen unas mujeres, para que se piense que soy del mismo grupo que ellas. Con la mirada baja imitando a dos de las féminas, me acerco lento con la determinación ya tomada. Total, que sean cuatro.
Pasamos todas al lado derecho de ese hombre. Mi derecha, su izquierda. Estoy que ardo en rabia y me desquitaré por su insolencia, por su forma de actuar, por su maldad. Yo seré su verdugo, quien lo destruya por completo, ¿Quién se cree para quitarme la oportunidad de haber obtenido el perdón? Por fin me decido a confesarme y el maldito se atraviesa en mi camino. La primera campanada es el gatillo que inicia las acciones, tomo sin duda alguna su brazo izquierdo con mi mano y volteo con rapidez poniéndome a su vera como si fuera él mi pareja para que las damas no se extrañen y todo parezca tan normal, pero la pluma de pájaro afilada in extremis perfora la ropa y la piel con una velocidad impresionante, acostumbrada pues a pinchar a los desquiciados en el manicomio en Grecia, puedo hacerlo con una facilidad abrumadora. Atraviesa la piel hasta llegar al músculo donde es inyectada la medicina que de inmediato, hace su efecto, causando manchas violáceas que bien pueden ser confundidas con moretones, al mismo tiempo que provoca un dolor cual quemazón por todos los lugares que va recorriendo...
- La sustancia que le inyecté está creada ex-profeso para hacer explotar cada vaso sanguíneo conforme va extendiéndose, por lo que verá su brazo tornarse morado y dolerá hasta el alma... creo que sabe bien el tipo de mujer que soy y la facilidad con que domino los medicamentos, le propongo un trato. Nos vamos a una de las habitaciones de esta Iglesia que deben estar desocupadas y charlamos dándole al final el antídoto... o le dejo y esa sustancia así como duele y siente usted que se va desperdigando por su organismo, llegará a su cerebro y lo dejará más imbécil que los niños así nacidos. ¿Qué elige?
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Re: ¿Alguna vez tendremos alas para desaparecer del infierno en la tierra? [Hunter Vaughan]
Tantas cosas en unos cuantos minutos habían logrado distraerlo. Hunter avanzó por el pasillo con la guardia baja, seguro de que nada ocurriría; pero el alma se fue hasta los pies cuando sintió como alguien lo tomaba del brazo, lo pinchaba y le susurraba al oído. El tono de voz de la mujer era tranquilo pero conciso, estaba claro que no se andaba con rodeos y él mejor que nadie sabía que aquello que argumentaba no era una broma. El rubio giró su rostro al instante y al verla le pareció una mentira, era increíble que una mujer con ese rostro de ángel fuera la causante de varias muertes. Era tan joven, tan dulce… pero él, que ya tenía experiencia en temas como esos, sabía de antemano que no podía dejarse engañar, que no podía sucumbir ante el diablo frente a uno de sus tantos disfraces. Callado y consternado por la sorpresa del momento, miró sus ojos verdes, grandes y vivaces; recordó con exactitud las palabras que ella había pronunciado en el confesionario y su mente se detuvo en el recuerdo de aquella frase donde había asegurado no estar arrepentida de nada. Escuchó con atención su amenaza, la analizó y comprendió al instante lo que debía hacer a continuación. Lo primero fue tranquilizarse, intentó no mirar su brazo que empezaba a adoptar tonos violáceos a una velocidad impresionante, intentó ignorar también el dolor que tenía en el mismo.
Hunter, que a pesar de haber sido la mitad de su vida un joven de humilde procedencia, sabía mucho sobre muchos temas: sabía sobre arte, sobre armas, sobre cualquier cosa, excepto medicamentos. Ella tenía la ventaja sobre él en ese instante porque lo había convencido con su amenaza, aunque aún tuviera sus dudas. No podía permitirse morir o quedar lisiado, no ahora que había decidido cambiar el rumbo de su vida, después de haber encontrado a la mujer de su vida, a Dagmar. Por suerte para Hunter, que había sido entrenado para situaciones como esas, siempre había alguna alternativa y sólo era cuestion de tiempo ponerla en marcha. Decidió romper esa tensión entre ambos, rompió el silencio y negoció. — Está bien, está bien… haremos lo que usted dice. Caminaremos lenta y tranquilamente hasta la habitación que está a su derecha y entraremos sin hacer el menor escándalo para no levantar sospecha alguna, ¿de acuerdo? — Se mantuvo tranquilo, relajó su rostro y se propuso hacerle creer exactamente lo que ella quería en esa situación: que tenía el control sobre él.
Hunter evitó mirar a otros sitios para no levantar sospechas, la tomó del brazo y como si de una pareja que se conocía de mucho tiempo, juntos emprendieron la caminata hasta la habitación más cercana. Cuando llegaron junto a la puerta, sumiso y aparentemente resignado, entró primero como si se un rehén se tratase. La dejó introducirse a la habitación y justo cuando escuchó el ruido que le indicaba que la puerta estaba sellada, con una velocidad sorprendente introdujo su mano derecha al interior de su traje blanco y de entre su ropa saco una pistola que estaba previamente cargada, se abalanzó sobre ella, la acorraló sobre la puerta y la encañonó; usó su mano libre para taparle la boca y evitar que esta gritara. Acercó su rostro al de ella y le habló determinantemente. — Ahora, escúcheme bien. Tiene dos opciones: me dice exactamente qué es lo que me ha inyectado y me entrega el supuesto antídoto o se atiene a las consecuencias. Créame, soy tan peligroso como usted, mucho más. No haga escándalos, no se resista; sea inteligente y no me obligue a hacer algo que no tenía pensado. Esto no tiene porque terminar en una tragedia, sólo tranquilícese y piense con claridad. — Le sostuvo la mirada. De verdad esperaba que ella supiera reconocer que lo que decía tampoco era una broma, que se diera por vencida en aquella situación y juntos llegaran a un acuerdo. Hunter de verdad no deseaba lastimarla, pero lo haría si tenía que hacerlo, aunque se lamentara de por vida por haber sido el causante.
Ahora más que nunca se daba cuenta de lo lejos que había llegado su acto en ese confesionario.
Hunter, que a pesar de haber sido la mitad de su vida un joven de humilde procedencia, sabía mucho sobre muchos temas: sabía sobre arte, sobre armas, sobre cualquier cosa, excepto medicamentos. Ella tenía la ventaja sobre él en ese instante porque lo había convencido con su amenaza, aunque aún tuviera sus dudas. No podía permitirse morir o quedar lisiado, no ahora que había decidido cambiar el rumbo de su vida, después de haber encontrado a la mujer de su vida, a Dagmar. Por suerte para Hunter, que había sido entrenado para situaciones como esas, siempre había alguna alternativa y sólo era cuestion de tiempo ponerla en marcha. Decidió romper esa tensión entre ambos, rompió el silencio y negoció. — Está bien, está bien… haremos lo que usted dice. Caminaremos lenta y tranquilamente hasta la habitación que está a su derecha y entraremos sin hacer el menor escándalo para no levantar sospecha alguna, ¿de acuerdo? — Se mantuvo tranquilo, relajó su rostro y se propuso hacerle creer exactamente lo que ella quería en esa situación: que tenía el control sobre él.
Hunter evitó mirar a otros sitios para no levantar sospechas, la tomó del brazo y como si de una pareja que se conocía de mucho tiempo, juntos emprendieron la caminata hasta la habitación más cercana. Cuando llegaron junto a la puerta, sumiso y aparentemente resignado, entró primero como si se un rehén se tratase. La dejó introducirse a la habitación y justo cuando escuchó el ruido que le indicaba que la puerta estaba sellada, con una velocidad sorprendente introdujo su mano derecha al interior de su traje blanco y de entre su ropa saco una pistola que estaba previamente cargada, se abalanzó sobre ella, la acorraló sobre la puerta y la encañonó; usó su mano libre para taparle la boca y evitar que esta gritara. Acercó su rostro al de ella y le habló determinantemente. — Ahora, escúcheme bien. Tiene dos opciones: me dice exactamente qué es lo que me ha inyectado y me entrega el supuesto antídoto o se atiene a las consecuencias. Créame, soy tan peligroso como usted, mucho más. No haga escándalos, no se resista; sea inteligente y no me obligue a hacer algo que no tenía pensado. Esto no tiene porque terminar en una tragedia, sólo tranquilícese y piense con claridad. — Le sostuvo la mirada. De verdad esperaba que ella supiera reconocer que lo que decía tampoco era una broma, que se diera por vencida en aquella situación y juntos llegaran a un acuerdo. Hunter de verdad no deseaba lastimarla, pero lo haría si tenía que hacerlo, aunque se lamentara de por vida por haber sido el causante.
Ahora más que nunca se daba cuenta de lo lejos que había llegado su acto en ese confesionario.
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Re: ¿Alguna vez tendremos alas para desaparecer del infierno en la tierra? [Hunter Vaughan]
¿Cómo amenazas a un cuerpo sin alma?
No hay forma alguna.
No hay forma alguna.
No dudé que funcionara, que me las pagara todas juntas por su osadía, pero al verlo a los ojos y ver el miedo en ellos la incertidumbre me domina. ¿Debo aumentar más mi sino? ¿Esa maldición que no me deja a paz y me persigue en las sombras? Es un hombre que lo único que hizo fue pasarse de listo y hacerme pensar que estaba confesándome, pero que ante todo me dio las respuestas que ni siquiera un sacerdote hubiera sido capaz de entregarme. ¿O sí? Aprieto la mandíbula al ver el nerviosismo cambiar a una mirada de pura sorpresa en el instante que fija sus ojos en mí. Quizá piense lo mismo, quizá su mente esté plagada de las imágenes de su familia. ¿Deberé arrebatarle a una mujer a su esposo? ¿A sus hijos un padre? Trago saliva, pero me mantengo firme. A finales de cuentas esta sustancia no le hará daño, pero sí quiero que él tenga bien claro que no puede hacer tonterías de ese tipo, pero sobre todo que no deberá entregarme a las autoridades. Durante un corto instante me arrepiento de mi exabrupto porque si lo hubiera dejado pasar, él no conocería mi rostro ni podría identificarme, pero mi ira sale a mi encuentro y me obliga a continuar. El hubiera no existe, así que debo seguir ésto hasta las últimas consecuencias.
Y él accede a mis peticiones, lo cual no sé si me reconforta o preocupa más. Estar en una habitación a solas con un hombre bien pudiera no ser la mejor de las alternativas, pero no puedo darme tampoco el lujo de titubear. Con que él vea que dudo será suficiente para que tome el mando de la situación y debo ser fuerte. Le trataré como a un paciente más del psiquiátrico, le conduciré lento hasta donde quiero y entonces decidiré qué hacer con él. Tengo el control mientras que él siga desconociendo la naturaleza del medicamento suministrado. Camino a su lado como si absolutamente nada pasara, como si fuésemos una pareja y entramos a la habitación. Un lugar espacioso para mi fortuna y que más bien parece ser un despacho, quizá el del cura para hacer las anotaciones pertinentes para las misas que se celebren en nombre de algún finado o bien, llevando el control de las bodas o demás festividades. Habiendo pues un escritorio a nuestra derecha con dos sillas frente a él, tras el cual un librero. A la izquierda un conjunto de tres sillones y en medio una mesa de centro. Ventanales al fondo que dan a lo que podría ser un jardín, pero que ahora está oculto tras gruesas cortinas. Atrás de la salita una chimenea y en la repisa una biblia. La palabra de Dios vedada a los pecadores aunque muchos sacerdotes digan lo contrario.
Fue mi distracción mi perdición, mi espalda se encuentra sostenida sólo por una puerta mientras su mano se posa en mi rostro tapando mi boca para que no suelte ningún sonido, me quedo sorprendida y mis ojos dan muestra de ello abriéndose enormes ante la situación que nunca sospeché. Al menos no con una pistola de por medio que al parecer, es un instrumento que él utiliza demasiado bien. ¿Le habré menospreciado? ¿Quizá su apariencia gallarda y varonil fue la que me ocultó su verdadera esencia? Parpadeo escuchando sus palabras y vuelvo a mirarlo a los ojos. ¿Será verdad que no tendrá piedad? Alzo una de mis delineadas cejas meditando una y otra vez hasta que no puedo evitarlo: me río. Mi cuerpo se mueve de forma compulsiva ante la risa que llena mi ser. ¿De verdad estoy metida en una situación de este tipo otra vez? ¿Acaso piensa que me da miedo el simple hecho de tener una pistola en la cabeza? He tenido a enormes enfermos mentales tras de mí buscando hacerme añicos en una crisis de locura total. Un esposo que me golpeaba inmisericorde a mis lágrimas y súplicas. Un grupo de dizque varones forzándome a tener sexo mientras me obligaban a mirar cómo mancillaban a mi hermana. Un marido chantajeándome. ¿Acaso una pistola puede darme esa sensación de terror? No, ya no.
Mis ojos le miran al tiempo que mi risa se apaga y tomo con ambas manos la que me cubre la boca para muy lento, como si él fuera otro internado del psiquiátrico, irme desprendiendo de ella hasta lograr que mi boca esté libre demostrándole que no pienso gritar, mucho menos hacer una escena más grotesca que la que ya protagonizamos. Aspiro aire profundo y mis ojos siguen fijos en los suyos que han de estar sorprendidos por mi actitud, pero es que todo es hilarante. Desde el encuentro en el confesionario y ahora, cada quien haciendo gala de sus habilidades. Las mías dispuestas a hacerle un daño que dejará marcas durante unos ocho días. Las suyas que me dejarán en el panteón. Y sin embargo, algo me hace presuponer que no es su intención hacerme daño como tampoco la mía a finales de cuentas. Es el mero hecho de la rabia imbuida en ambos lo que provoca semejantes desvaríos.
- Eso se saca por hacer cosas buenas que parecen malas. Y no lo hará, no puede hacerme daño. ¿Acaso se olvida que yo soy la única que puede ayudarle a no morir o a quedar tan estúpido que los internos en el psiquiátrico y que han sido sedados parecerán más cuerdos que usted? No se engañe. Puede jalar el gatillo y ambos sabemos que yo caeré muerta, pero no habrá un solo médico que pueda sanarle. En su desvarío, esa sustancia se regará por todo su cuerpo y se arrepentirá de haberme hecho daño. Su corazón bombea con violencia ahora mismo el medicamento, ningún galeno podrá ayudarle porque la dosis no puede ser suministrada de forma oral o rectal. Y la única que entiende qué debe hacer y cómo hacerlo soy yo. Baje su arma y entienda que usted fue el que inició la contienda con su estupidez de hacerse pasar por cura. Aunque si lo que quiere es disparar, hágalo, pero hágalo de una vez porque no le daré nada hasta que no se comprometa ante el Dios que aún usted ama, mientras que yo reniego de él cada mañana al despertar y cada noche al acostarme.
Espero haber logrado mi cometido de hacerlo entrar en razón, aunque supongo que tendré que fingir el administrarle algo para que no muera. Porque como se entere que todo fue una pantomima, no habrá Dios que me libre de esa bala.
Y él accede a mis peticiones, lo cual no sé si me reconforta o preocupa más. Estar en una habitación a solas con un hombre bien pudiera no ser la mejor de las alternativas, pero no puedo darme tampoco el lujo de titubear. Con que él vea que dudo será suficiente para que tome el mando de la situación y debo ser fuerte. Le trataré como a un paciente más del psiquiátrico, le conduciré lento hasta donde quiero y entonces decidiré qué hacer con él. Tengo el control mientras que él siga desconociendo la naturaleza del medicamento suministrado. Camino a su lado como si absolutamente nada pasara, como si fuésemos una pareja y entramos a la habitación. Un lugar espacioso para mi fortuna y que más bien parece ser un despacho, quizá el del cura para hacer las anotaciones pertinentes para las misas que se celebren en nombre de algún finado o bien, llevando el control de las bodas o demás festividades. Habiendo pues un escritorio a nuestra derecha con dos sillas frente a él, tras el cual un librero. A la izquierda un conjunto de tres sillones y en medio una mesa de centro. Ventanales al fondo que dan a lo que podría ser un jardín, pero que ahora está oculto tras gruesas cortinas. Atrás de la salita una chimenea y en la repisa una biblia. La palabra de Dios vedada a los pecadores aunque muchos sacerdotes digan lo contrario.
Fue mi distracción mi perdición, mi espalda se encuentra sostenida sólo por una puerta mientras su mano se posa en mi rostro tapando mi boca para que no suelte ningún sonido, me quedo sorprendida y mis ojos dan muestra de ello abriéndose enormes ante la situación que nunca sospeché. Al menos no con una pistola de por medio que al parecer, es un instrumento que él utiliza demasiado bien. ¿Le habré menospreciado? ¿Quizá su apariencia gallarda y varonil fue la que me ocultó su verdadera esencia? Parpadeo escuchando sus palabras y vuelvo a mirarlo a los ojos. ¿Será verdad que no tendrá piedad? Alzo una de mis delineadas cejas meditando una y otra vez hasta que no puedo evitarlo: me río. Mi cuerpo se mueve de forma compulsiva ante la risa que llena mi ser. ¿De verdad estoy metida en una situación de este tipo otra vez? ¿Acaso piensa que me da miedo el simple hecho de tener una pistola en la cabeza? He tenido a enormes enfermos mentales tras de mí buscando hacerme añicos en una crisis de locura total. Un esposo que me golpeaba inmisericorde a mis lágrimas y súplicas. Un grupo de dizque varones forzándome a tener sexo mientras me obligaban a mirar cómo mancillaban a mi hermana. Un marido chantajeándome. ¿Acaso una pistola puede darme esa sensación de terror? No, ya no.
Mis ojos le miran al tiempo que mi risa se apaga y tomo con ambas manos la que me cubre la boca para muy lento, como si él fuera otro internado del psiquiátrico, irme desprendiendo de ella hasta lograr que mi boca esté libre demostrándole que no pienso gritar, mucho menos hacer una escena más grotesca que la que ya protagonizamos. Aspiro aire profundo y mis ojos siguen fijos en los suyos que han de estar sorprendidos por mi actitud, pero es que todo es hilarante. Desde el encuentro en el confesionario y ahora, cada quien haciendo gala de sus habilidades. Las mías dispuestas a hacerle un daño que dejará marcas durante unos ocho días. Las suyas que me dejarán en el panteón. Y sin embargo, algo me hace presuponer que no es su intención hacerme daño como tampoco la mía a finales de cuentas. Es el mero hecho de la rabia imbuida en ambos lo que provoca semejantes desvaríos.
- Eso se saca por hacer cosas buenas que parecen malas. Y no lo hará, no puede hacerme daño. ¿Acaso se olvida que yo soy la única que puede ayudarle a no morir o a quedar tan estúpido que los internos en el psiquiátrico y que han sido sedados parecerán más cuerdos que usted? No se engañe. Puede jalar el gatillo y ambos sabemos que yo caeré muerta, pero no habrá un solo médico que pueda sanarle. En su desvarío, esa sustancia se regará por todo su cuerpo y se arrepentirá de haberme hecho daño. Su corazón bombea con violencia ahora mismo el medicamento, ningún galeno podrá ayudarle porque la dosis no puede ser suministrada de forma oral o rectal. Y la única que entiende qué debe hacer y cómo hacerlo soy yo. Baje su arma y entienda que usted fue el que inició la contienda con su estupidez de hacerse pasar por cura. Aunque si lo que quiere es disparar, hágalo, pero hágalo de una vez porque no le daré nada hasta que no se comprometa ante el Dios que aún usted ama, mientras que yo reniego de él cada mañana al despertar y cada noche al acostarme.
Espero haber logrado mi cometido de hacerlo entrar en razón, aunque supongo que tendré que fingir el administrarle algo para que no muera. Porque como se entere que todo fue una pantomima, no habrá Dios que me libre de esa bala.
Ebba Úrsula Billington- Humano Clase Alta
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