Carter Linkdlay {40%}

¿Habéis escuchado alguna vez esa frase que dice “la historia se repite”? Hay una teoría al respecto, no me preguntéis por el nombre de quien la propuso, no soy muy bueno recordando los nombres de cosa que considero solo útiles, el caso es que asegura que la historia es circular. Esto significa que en determinado momento los sucesos volverán a tomar lugar en otro tiempo y con otras personas, pero básicamente serán las mismas acciones. Y, posiblemente, también las mismas consecuencia. ¿Qué porque te digo esto?, dejémosle que así entenderás un poco más mi vida. No sé qué tanto os puede interesarte, no es una historia fantástica. Seguro que es una vil historia corriente, una de muchas. De manera que dudo que quieras desperdiciar tu tiempo. Sin embargo, por algo andas leyendo lo que estoy escribiendo ahora. Muy bien, comenzaré.

Mi abuelo nació siendo gitano. De pequeño solía contarme acerca de las aventuras que vivía, trabajaba en un circo como vidente, su don más desarrollado que aseguraba tenía, pese a ser yo el único de mi familia en creerle. Ni siquiera su esposa, mi abuela, parecía creerle realmente. Solo le seguía la corriente. Por mi parte, me fascinaba escucharlo y siempre le pedía una historia. Robar para comer, y comer para sobrevivir. Yo nunca lo entendería, me decía muy a menudo. Tenía razón, lo admito. Yo nací en cuna de oro. Y te lo digo en sentido semi literal, pero eso te lo aclaro más adelante. Me platicaba acerca de las noches que pasaba bajo las estrellas, con todos los gitanos reunidos a una vibrante fogata, sus costumbres, las veces que casi lo atrapaban cuando robaba. Una vez lo consiguieron, y pudo escaparse. Tenía la agilidad de un gato y el sigilo de un ratón. Cosa que, descubrí mucho después, herede. Las costumbres de los gitanos eran tan extravagantes y fuera de lo común, al menos para mis oídos, que me costaba creerle que fueran ciertas. Salvo una. No podía ver unión fuera de su círculo. Por si no lo entendiste: no se pueden casar con nadie que no sea gitano. Me parecía algo ridículo. Aun me parece, si te soy sincero. Detesto las etiquetas y mucho más las excusas absurdas de “somos diferentes, lo nuestro no funcionaría”. Vale, somos diferentes en el aspecto del género. Y si, con esto me estoy refiriendo a las mujeres. Las mismas que llevan a los hombres a límites insospechados si saben cómo. De mi abuelo herede, también, la debilidad por las mujeres. Aunque al final, siempre siento que lo dicen para agregar el dramatismo a la situación. Bien, siempre le agrega más interés. Con los hombres, por otro lado, si hay algo que no soporto son los egos enormes, y el hecho de creerse superiores por tener más dinero y mejores contacto. Da igual, por dentro todos damos asco. Aparentemente, ellos creen que sus entrañas son mejores. O peores. No lo sé.

Seguro que ahora estás pensando algo como: “Este gitano tiene envidia de las clases altas y por eso habla así de ellos. Típico de los gitanos”. No discuto que los gitanos no se lleven con los de clase alta y viceversa. Pero si pensáis que es envidia, estáis equivocados. Mi abuelo vivió de cuidad en cuidad, como nómada. Dejando amoríos aquí y allá. ¿Hijos?, buena pregunta. Lo ignoro y no estoy muy seguro de querer averiguarlo. Su trabajo en el circo le era suficiente y era su vida. No conocía otra cosa. Nunca le llamo la atención establecerse en un lugar, ni sentar cabeza. Le gustaba vivir como un espíritu libre, sin ataduras en ningún sitio. A sus damas se los dejaba claro. Creyó que sus días terminarían de la misma forma que habían empezado. Pero la vida tiene muchas vueltas inciertas. Desafortunadas, algunas. No fue su caso. Arribo a Londres, Inglaterra. Y a sus manos cayo el futuro de una doncella de cabellos tan dorados cuales rayos de sol. Recuerdo como su sonrisa traviesa se cruzaba en su rostro al mencionar la primera vez que vio a mi abuela, en palabras de él: Lo más adorable, inocente y hermoso que mis ojos hubiesen visto nunca. Mi abuela en su tiempo fue una mujer por la que los hombres, literalmente, se peleaban por tenerla. Aun anciana y marchita, conservaba ese algo exquisito y atrayente. Resulta que sus padres la habían comprometido con un señor mucho mayor que ella. No lo conocía, no quería casarse, y estaba segura que sus padres no le harían el menor caso. Ella era apenas una chica de quince años. Seis años menor que mi abuelo. Ella planeaba escaparse, tenía sus ahorros, suficiente para sacarla de Londres y subsistir unas semanas. Se iría sola. Deseaba saber qué camino tomar, que era lo correcto. Mi abuelo era profesional. Nunca intentaba coquetear con las mujeres cuando estaba diciéndoles su futuro, no le parecía ético. Su paciencia y suerte le daban la oportunidad después. Sin embargo, la única excepción a eso la hizo con mi abuela. No recuerdo las palabras exactas, pero le dijo algo como: “Veo un futuro difícil, pero apasionado junto a un gitano que ha vuelto loco con su belleza. El gitano es…curioso, juraría que observo en su futuro la misma cara que veo yo al mirarme al espejo”. Le sonrió, y por azares del destino, mi abuela decidió creerse tal premonición. Siempre me ha dado gracia el imaginarme a mi abuela, una dama de clase alta, escapándose para vivir a lado de un gitano, en un circo viajando de un lado a otro. Es un cambio drástico. Mi bisabuelo lamento su desaparición, según me conto mi abuela, al cabo de un día por todos lados se escuchaba de la desaparecida hija de la familia Linkdlay. La noticia al cabo del tiempo disminuyo su intensidad, después de escuchar su búsqueda, pasó a convertirse en rumores de asesinato. Quizá la pobre se había encontrado con un despiadado destino camino a su hogar. Era la única explicación que encontraban mis bisabuelos. No sé si interpretar que preferían darla por muerta, que con alguien de clase muy, muy baja. Años viajando. Todo iba bien, en apariencia. Todo humano llega a cierto punto donde comienza a sentir nostalgia de aquello que ha perdido. A mi abuela le llego tras diez años. Si, suena casi tonto y ridículo que tras tanto tiempo recordara que tenía una familia que la creía muerta, y mucho más, que siéntese un vació en el estómago por el deseo de querer ver a su padres al menos una vez más. MI abuela es una dama fuerte, la vida se lo ha enseñado. Igual que mi abuelo. Igual que a mí. Aun así, mi abuelo me describió lo desolada que se veía cada vez que miraba al cielo, recordando.