Una noche en el local de la señora Martell {Agathe}

Pasé la tarde sin muchos sobresaltos, me había duchado, y había comido algo con mis compañeros de clase, me preguntaron por qué no había ido hoy a la escuela (de pintores), yo bromeé con ellos diciéndoles parte de la verdad que me había sucedido, pero no se lo creían, así que pensaron que les estaba tomando el pelo, ¿cómo no? De haber sido ellos, tampoco me lo habría creído.

En mi cuarto busqué en el baúl, algo que pareciera nuevo, y que no oliera demasiado a cerrado, ¿qué si me metí en el baúl? Sí, bueno ¿qué? ...Lo que quería estaba abajo del todo, pero bueno, al final me puse la típica camisa blanca, estaba limpia, no os preocupéis, también encontré unos pantalones marrones, me quedaban bien todavía “esto mismo”, como sabía que no hacía mal tiempo no me puse ningún chaleco, pero sí cogí uno de mis pañuelos de seda, era rojo.

Me puse frente al espejo, me lo coloqué de mil maneras, hasta que me lo anudé en el cuello y metí lo restante por dentro de la camisa, “Bueno, no está del todo mal, pss cómo si alguien se fuera a fijar.”

Me tiré a la cama boca arriba, y cogí el periódico que estaba debajo de la cama, se había colado por detrás de la cama, eso a veces pasa. No sé cuánto tiempo estuve así, lo único que sé es que me había dormido. Eran las 20:45, “no pasa nada, no pasa nada.”
Me levanté despacio de la cama, al pasar por el espejo me percaté de que estaba despeinado, y que la ropa se me había arrugado, me encogí de hombros quitándole importancia al asunto.

Cogí el peine que estaba en la cocina improvisada, y me lo pasé un par de veces por el cabello “Demasiado, esto no lo hago ni por mi madre.” Me reí solo entre esas cuatro paredes, y salí de la habitación.
Al chocarme con uno de mis compañeros tuve conocimiento de que había dejado varias cosas que necesitaba encima de la mesa que a veces me servía como tabla de planchar, salí corriendo hacia mi habitación, cogí el maletín y la tarjeta que me había dado la señora Martell “Porque la cabeza la tengo pegada, que sino…”.
Me fui corriendo de la residencia de estudiantes, se estaba haciendo de noche muy rápido. No había tanta gente como por la mañana, bueno así era mejor, o por lo menos para mí.

Al llegar a la calle donde estaba el local, me fijé en el letrero “Hay que estar ciego para no verlo.” Una pareja paso por mi lado mirándome de una manera que no sabría explicar, yo levanté la mano y los saludé, “¿Por qué la gente no se mete en sus asuntos?” Pensé.

Enseñé la tarjeta al portero que custodiaba la puerta, yo miraba a derecha e izquierda sonriendo, estaba nervioso, me metí una mano en el bolsillo, porque no sabía qué hacer con ella. Después de unos segundos de tensión me dejo pasar.

El olor a tabaco y alcohol llenaba el local, “Sí, una copa, necesito una copa.” Anduve hasta mi conocida barra, y pedí un whisky doble a Henri, me señaló una de las mesas que supongo que la señora Martell había reservado para mí “¡Qué atenta!”

Me abrí camino hasta mi mesa, con el vaso en la mano y el maletín en la otra. Me senté en silencio, saqué unos papeles para distraerme hasta que empezase el espectáculo.

Empecé a rasgar el papel con el lápiz de un lado a otro, inspiración, eso necesitaba, había mucho alboroto en el local, pero no podía marcharme, no todavía.
Recordé lo que había pensando hace unas horas, la señora Martell como una muñeca inmutable, empecé a dibujarla, intenté recordar su rostro, no era lo mismo dibujar de cabeza, pero bueno no tenía otra cosa que hacer.

Los ojos me habían salido bien, me embriagaron como lo hacían en la vida real, me sorprendí de mi mismo, esa sonrisa, esa sonrisa que podía esconder mil cosas. Me pasé la mano por la frente, me entristecía la imagen que ofrecía, que vendía de cara a su público.

Vi como las luces se encendían en el escenario, levanté la cabeza pasando la mano por toda mi cara hasta detenerla en mi boca, arqueé una de mis cejas, “Interesante” pensé.
Un caballero de color realizó una reverencia ante el público excitado, no me hizo falta girar la cabeza para saberlo.
- Señores y caballeros. – Aquel hombre no era de aquí, bueno yo tampoco lo era. - Bienvenidos una noche más, es un placer tenerles aquí. Disfruten de la función.
Todo el mundo empezó a aplaudir, así que eché mi peso en el respaldo de la silla, y hice lo propio, desconcertado me encontraba.

Empezó a sonar el piano, yo sonreí, me gustaba la música de ese tipo, ese ritmo, era alegré, yo daba palmadas al ritmo de la música, hasta ver que un espectador me miraba con cara de pocos amigos, yo moví las manos en manera de disculpa y cogí mi whisky.

Una chiquilla rubia apareció en escena, me pareció muy joven, bebí un trago, “pero no deja de ser encantadora” pensé, comenzó a cantar.
Me giré para comentar con el que estaba a mi izquierda en la otra mesa – Es buena ¿eh?- dije guiñando un ojo, mientras ladeaba la cabeza en dirección al escenario, el tío se rió de mí, yo también ¡qué demonios!

Bueno, para qué explicar lo que vi, creo que se emborronaron los ojos, me llevé las manos de vez en cuando a los ojos “¿es posible que tenga legañas?” era un pensamiento absurdo.
Buena elección el rojo, provocaba deseo, el color de amor, de la pasión, de la sangre, todo ello va unido.

Chicas escondidas tras la definición de “carne” bailaban sin ninguna vergüenza de un lado a otro. Cogí unos papeles para captar el movimiento de sus faldas, el movimiento del cabello de las chicas, también dibujé esquemáticamente al pianista junto a la joven cantante.

Al rato largo el espectáculo terminó, como empezó, con el pianista. Sí, era verdad, me hizo olvidar las cosas que solían perturbarme, por un momento me dediqué sólo a mirar y pasarlo bien.

Ya se me había acabado el whisky, no sabía si levantarme o quedarme donde estaba, las dudas no duraron mucho tiempo porque… - Buenas noches. Bonito pañuelo.- como si tuviera un muelle en mi trasero escondí los dibujos que había hecho en el maletín y me levanté apresuradamente. Sonreí nervioso ante la sorpresa, aunque realmente no lo era, pero me lo tomé de esa manera, me llevé la mano al cuello.
– Ah, oh, gracias madame, buenas noches.- me llevé las manos a los bolsillos y balanceé mi cuerpo un poco, como movido por la música que ya había terminado.
– Permitirme que la diga que está reluciente. – Sonreí ampliamente, sí, estaba algo borracho ya.
- ¡Qué puesta en escena!- exclamé señalando el escenario.

Me tendió su mano para la que la besara, yo me incliné y así lo hice, unos segundos escasos duró, volví a mi posición natural sonriendo ampliamente.

Dijo que era su invitado de honor, bueno, realmente merecía mucho menos, se estaba portando muy bien la señora Martell conmigo, no sabía cómo decirle cuán agradecido y dichoso me sentía ¿Todo por el bien de su local? Posiblemente.

Directa a ella se encaminó un hombre, o eso pensé, estaba maquillado como una mujer, bueno, no sería raro ver aquello en estos lugares, así que le quité importancia. Le murmuró algo en el oído “¿estaría hablando sobre mí?” - Por supuesto, chèrie, sus flores llegaron anoche y Jean François está esperando en su habitación.- “Por supuesto que no.” Me respondí a mi mismo con una sonrisa estúpida que pronto borré.
Vaya, vaya aquellos clientes a lo mejor tenían una doble vida, volví a pensar que no me gustaría buscar en otras mujeres lo que no me pudiese dar mi amada (por el motivo que fuera), en el caso de que la tuviera, me parecía muy triste, pero la gente era libre de hacer lo que quisiera con sus propias vidas, yo era un simple pintor.

La señora Martell estaba bastante tranquila, yo decidí mantener la compostura igualmente. - ¡Bueno, Gerard! ¿Le apetece subir al escenario? Quizá desde allí pueda hacer una evaluación final, y luego me comenta sus impresiones.
Yo obviamente accedí, cogí mi maletín y pasamos a la parte trasera del escenario, allí subimos unos escalones hasta llegar al piano que tanto me había gustado.
Agathe se quedó quieta unos momentos contemplando las mesas, debía de estar pensando en sus cosas, yo me quedé en silencio mirándola, hasta que no pude más y tuve que decir algo.

- Eh, pienso que el escenario tiene el tamaño adecuado. El piano me ha encantado soberanamente. – dije acariciando con los dedos las teclas, yo no sabía tocar, pero siempre fue algo que quise hacer, junto al violín y el violonchelo, bueno aún era joven para aprender. – Ha sido entretenido todo en su conjunto, puede que halla echado de menos algo de interacción con el público, aunque quizá eso de lugar a situaciones violentas, no lo sé. - me pasé la mano por la nuca pensativo- Ya ve, es la primera vez que admiro un espectáculo como este, así que me falta experiencia. – solté una débil risita fijándome en la trama del suelo.
– Creo que la luz es la justa, no sé si cegará a las chicas, pero por lo menos no a los espectadores. – Intenté hacer un examen de todo aquello, aunque realmente no supiera mucho sobre este tipo de cosas. – La joven cantante tenía una gran voz. – Dejé el maletín entre mis piernas para poder cruzarme de brazos. – Y creo que más o menos es lo que puedo decir. ¿A usted cómo le aparecido el show de hoy? – La mire seguro, aguardando cualquier tipo de respuesta.

-Interacción. – Volví la cabeza para mirarla - Oh sí, Suzanne. Una historia trágica la suya.

Yo apreté los labios, no diría nada sobre eso, porque no sabía de lo que estaba hablando, no quería sonsacárselo. A la señora Martell parecía que le afectaba aquello, lo pude ver claramente, no sabía si debía acercarme o quedarme donde estaba, me quedé quieto.
Duró poco tiempo su transposición, porque de nuevo la vi sonreír con aquella sonrisa que me ponía nervioso, estaba seguro que no era real lo que intentaba hacer ver al resto, conmigo no lo consiguió, eso por descontado.

Comentó que no había visto el número en directo, pero el de los ensayos sí, y por lo que dijo sí le gustó. Pensé que una buena actriz debía serlo encima y detrás del escenario, pero dentro de unos límites, claro. Las actrices no debían sentirse así ante la presencia de la señora Martell, y ella misma debía confiar en las posibilidades de sus chicas, que no lo dudaba que lo hiciera, pero no tenía que ponerse nerviosa, debía disfrutar cada ensayo y cada espectáculo, pensé todas estas cosas mientras la miraba, pero no dije nada, siempre he sido un joven muy taciturno con ciertas cosas.

La señora Martell caminó al otro lado del escenario, yo la seguí con la mirada, con los brazos cruzados. - ¿Sabe? El primer espectáculo que se dio aquí contaba con tres chicas, y yo era una de ellas. – Yo empecé a sonreír, no dudaba en que ella debía haber sido una estrella. Aunque realmente todavía seguía siéndolo, aunque no sabía si se consideraba así aún.
Se conservaba bien, no pude adivinar su edad, pero por lo que decía habían pasado años desde ese primer espectáculo. - Claro que entonces íbamos mucho más tapadas y solo teníamos que movernos así.

Empezó a acercarse a mí moviendo las manos de una manera muy extraña, que me provoco una pequeña risa, me tapé la boca cuando empezó a dar saltitos ¿cómo podía hacer eso con semejantes tacones? Acabó con un “tachán” y haciendo una reverencia, yo separé mis manos para empezar a aplaudirla enérgicamente.
- ¡Fantástico, majestuosa! – Me brillaban los ojos porque me estaba tragando la risa.

- Veo que para hacer tal cosa la regla básica es no tener vergüenza de uno mismo.
Volví a ponerme la mano en la boca, noté que no me había afeitado hace dos días.

- Podéis hacer un revival, ya sabe, hacer un show donde se vuelva al pasado, a los inicios del local.- Me acerqué a ella cogiéndola de las manos con una gran sonrisa. – Sí, y podríais aparecer vos misma. Como la estrella que nunca se apagó, estoy seguro que tendría un gran éxito. – Una de mis manos se extendió hacia las mesas que había enfrente nuestra. – Imagíneselo, ¿no sería memorable?
Yo ya me lo estaba imaginando.

- Oh vamos, Gerard, no se ría de mí. - Comenzó a decir, yo giré la cabeza y la miré extrañado, no era mi intención reírme de ella - ¿Memorable? No, más bien sería desastroso. – La desilusión se hizo patente en mi rostro, “no sé absolutamente nada sobre nada” pensé. Solté sus manos y di un paso atrás mirando al suelo.

- Una debe saber retirarse cuando está en la cumbre para que no la vean caer. – “Si usted lo dice” pensé, yo tenía otro concepto de eso, levanté la cabeza para enfrentarme a sus palabras. - Aunque igual le contrato a usted para que baile.
“Sí, una gran idea” – Como se nota que no me habéis visto bailar.- mascullé como advirtiéndola de algo catastrófico, era nefasto bailando, posiblemente el local se desmoronaría.

Metí las manos en los bolsillos traseros del pantalón, y mi cabeza dio mil vueltas a bobadas mías, cuando me sorprendió una pregunta que la señora Martell formuló.
- ¿Cuántos años tiene usted, querido? Ilústreme.
Sonreí levantando el mentón, ¿mi edad? – Bueno, tengo 27 años recién cumplidos, madame.

Quizá era un crío comparado con ella, o quién sabe ¿tanto importaba mi edad? De nuevo me balanceé sobre la punta de mis pies. – Obviamente no os voy a preguntar vuestra edad, no sería lo correcto por mí parte, no se preocupe. – dije, mientras levantaba la cabeza para mirar un foco que estaba colocado en el techo, cerré los ojos un momento, para volver a ella, aunque ya no veía bien, veía el foco mirara donde mirase, sonreí aturdido.
- Voy a sentarme en el borde, aquí mismo. – dije señalando el borde del escenario. Me senté torpemente, y puse el maletín a un lado, me froté los ojos con los puños.

- ¿Este local es vuestra vida, no es así? – pregunte, torciendo la cabeza para mirarla.

Tenía razón, aunque no había que fijarse mucho para saberlo, había que fijarse simplemente en la manera con que la señora Martell miraba aquel lugar, era todo suyo, cada rincón, cada silla, cada macromolécula de polvo, bueno una macromolécula no es eso, pero da igual. Se entiende lo que quiero decir. Había sacrificado su vida en este modo de vida, o para ella su trabajo, y su pasión.
Había palabras ocultas en sus palabras, solo tenías que saber leer entre líneas, pero yo no me dediqué a eso, yo solo permanecía en silencio moviendo las piernas de un lado a otro, puesto que quedaban colgando.
No se podía decir que yo fuera un entrometido en cosas que no iban conmigo, no quería meterme en problemas, ya tenía bastante con los imbéciles que rondaban los bares que a veces frecuento.

Nos quedamos un rato en silencio, yo reproduje en mi cabeza la cancioncilla de antes, no estaba en lo que estaba, pero era normal, el whisky doble me pasaba factura.

- ¿Qué hay de usted? Ya ve que en realidad no hay tanto misterio detrás de Agathe Martell, digan lo que digan por ahí.- Lo dude muy mucho, yo aún no había descifrado todas las señales, pero si ella lo decía no tendría nada que objetar. - Solo soy una madame. Pero usted no es fácil de catalogar, Gerard. Es un hombre diferente. ¿Qué le motiva? ¿Qué es lo que le hace sentirse vivo?
Seguí balanceando mis piernas, qué preguntas más curiosas, más intimas, yo intenté recordar si yo también lo había hecho, pero no lo recordé. Estaba de perfil a ella, así que no podía ver mi rostro en su totalidad. Hice una mueca de esfuerzo, debía dar una respuesta lo suficientemente clara.
- Bueno realmente soy un chico muy sencillo y bastante humilde aunque ambicioso con un tema en particular, que ya le diré. ¿Qué me motiva? Como usted verá, siendo lo que soy yo, un pintor de este siglo, lo que me motiva es llegar un día a ser conocido por mi obra, por mi estilo. – Encogí los hombros.- Vale que no hace falta que seas reconocido para sentirte motivado, pero – giré la cabeza para mirarla llevándome la mano al pecho- realmente necesito sentirme valorado, un reconocimiento, que mi trabajo sea bueno, que le gusta a la gente.– Volví a girar la cabeza, mirando las mesas- Sé que no a todo el mundo le gustará, sé que las novedades no son siempre bien recibidas, pero es lo que siento. Quiero que mi nombre traspase océanos de tiempo.
Me volví a quedar en silencio, parecía que me daban cuerda. Solté una risita amarga.
- Puede que piense que desvarió, no diré nada para convenceros. Este local es vuestra vida, bien, - clavé de nuevo los ojos en su persona- el arte es la mía.

Me ponía de apasionado cuando quería, sí, sí, cualquiera que me oiga... Pero era hablar de mis motivaciones y un botón se detonaba dentro de mí.

- Somos personas diferentes, chèrie. Usted aspira a que dentro de muchos años alguien vea un lienzo suyo y diga "¡oh! es un Gerard Montefeltro". Yo en cambio solo quiero vivir a lo grande el tiempo que tenga.
Su opinión era muy respetable, cierto era que eramos muy diferentes. Vivir el presente no es una mala idea, yo intentaba hacerlo, aunque mis expectativas de futuro eran bastante amplias.

De pronto ocurrió algo, parecía que pasaba algo preocupante con una de las chicas del local. Yo me quedé quieto mirando todo el revuelo que se había montado ¿debía interceder en el asunto o quedarme sentado como estaba? Qué demonios, me puse de pie ¿qué dirían de mí sino lo hacia?

Se fueron corriendo del lugar, yo sopesé las posibilidades, aún estaba dudoso. Cogí mi maletín y subí lentamente las escaleras, por si la señora Martell se veía en apuros, yo podía meterme en escena y hacer lo que pudiera, la intención siempre fue mi punto fuerte.
Así me quedé pegado en la pared de la escalera, para escuchar lo que estaba pasando.

- ¡Suéltela ahora mismo si no quiere que llame a las autoridades, orangután! – Oí gritar a la señora Martell, estas cosas debían ser comunes en este tipo de sitios, quizá ella sabía cómo llevarlo, yo no quería avergonzarla con una actuación deprimente.

Vi como el zapato de la señora volaba por los aires, “bueno, subiré del todo, solo por si acaso.” Me coloqué tranquilamente en el marco de la puerta mirando la escena con asombro, si la señora Martell necesitaba mi ayudaba solo tenía que decírmelo. Haría lo que ella dijese.

Parecía que la cosa estaba bajo control, el ataque que la señora había proferido al hombre, dio resultado. No estaba tan indefensa como pensaba después de todo.
Deje paso al portero para que arrastrase el cuerpo de aquel desafortunado.
Aquella chiquilla se abalanzó sobre Agathe llorando, yo no sé por qué estaba presenciando aquella escena, no me sentía cómodo. No pertenecía a ese mundo.

- Gerard, querido, siento el espectáculo. Normalmente no tenemos problemas, pero... En fin. Si quiere puede marcharse y regresar otro día que la cosa esté más calmada.

Yo asentí, e incliné un poco la cabeza aunque no me estuviera haciendo caso, y me dispuse a marcharme, bajé las escaleras lentamente, aturdido, desmotivado. Me llevé la mano por el cabello para echarlo de nuevo hacia atrás.

Me despedí con la mano de Henri, antes de salir por la puerta busqué en mi maletín el pequeño dibujo que había hecho de la señora Martell, me quedé mirándolo, con una sonrisa amarga en el rostro, lo dejé en una de las mesas. Ahí quedaba, lo que ocurría en aquel local quedaba solo allí.

Al salir del burdel un aire fresco reanimó mi pobre corazón, no sabía si iba a volver a ese sitio, quizá no lo hiciera.
Paseé por las calles en silencio, había algún que otro mendigo tirado por los rincones. La noche, siempre tan solitaria. Mis pasos se encaminaron a la residencia de estudiantes.