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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Mikhail Argeneau Miér Abr 04, 2012 2:23 am

Los colmillos se alargaron en el mismo instante en que levantaba la muñeca de su brazo derecho hasta los labios. Detuvo su movimiento justo cuando uno de los caninos entró en la vena. Una gota carmesí se precipitó a llenar el pequeño punto que apareció en su piel cuando liberó su afilado colmillo para clavar la mirada en los orbes azulados del niño. Chasqueó la lengua con fuerza. – Esta noche aprenderéis tres básicas lecciones. “Zacarías”. El vampiro solo necesitó de ese llamado mental para acercársele, salió de entre las sombras – como era su costumbre – y se dirigió hacia la mesa de donde levantó una bandeja. No era una noche cualquiera en la isla, Mikhail había puesto en marcha un nuevo juego y, como todos en el interior de su fortaleza – a excepción de Amber y cualquier otro preso en las mazmorras – eran conscientes de la cazadora que se movía furtivamente entre sus dominios. – La primera, hijo. La última palabra casi fue acompañada de una carcajada aunque, a decir verdad, Demyan casi podría pasar por su hijo. Rubio, de ojos azules y rasgos finos. “Sí. Si el diablo pudiese procrear su demonio se vería exactamente igual…” pensó con insana diversión. Excepto que, el único interés por esa criatura era el papel que jugaba en su tablero. Su madre, - quien lo creía muerto -, iba a reunirse con un fantasma que la llevaría hasta el mismo infierno. Sería el pequeño Marquand quien la vendería a su enemigo, como hiciese su cuñada con sus hijos cuando eran apenas unos críos o como su esposo, que vio aquélla deuda monetaria como una oportunidad para intercambiar las vidas de su familia. La sangre se había derramado incluso antes de que el matrimonio de Mina se hubiese llevado a cabo y, para su desgracia, - para desgracia de todos -, Tiberius quería, necesitaba, no, exigía entretenerse. – “Si queréis algo…” Tomó la daga que se encontraba en la bandeja que el vampiro había acercado y, antes de que Demyan pudiese notarlo, había herido a sí mismo en la muñeca. La herida cerró un segundo después, había sido tan superficial que solo unas cuantas gotas lograron escapar. Una rápida mirada al rostro esperanzado de Demyan, le dio la satisfacción que un año – noche tras noche alimentándolo – había logrado. El pequeño era un adicto a su sangre como cualquier esclavo, excepto que él era demasiado joven como para entender. Habiéndose criado entre vampiros, había deducido que era normal sentir ese impulso por el poder. – “Tenéis que tomarlo.” Deliberadamente, tomó la daga por la hoja y se la ofreció. Esa no era la primera vez que hacía partícipe al pequeño. Mikhail estaba empeñado en que la locura que apenas empezaba a formarse en esa mirada, lo consumiera por completo. La vida eterna podría tornarse aburrida si no se le daba un propósito tan divertido como ese. Lucian y Xrisí eran la prueba fehaciente de ello.

Sin embargo, su plan se vio interrumpido cuando un vampiro, de cabellos oscuros y orbes grises, se presentó ante él. – Mi señor. Derick, a su servicio. Esa vez, cuando Tiberius se llevó su muñeca hasta los labios, la herida que apareció era profunda. – Bebe. Urgió al pequeño, que acercó su boca con un leve escalofrío. Seis años y ya era una adicto, ¿cómo sería en un par de años más? Si Mina no cooperaba, seguramente no habría otro amanecer para ninguno de ellos. – Cambio de planes. El vampiro no necesitaba saber que lo estaba enviando a una muerte segura, si la cazadora no era tan buena como se rumoreaba, el juego se terminaría muy pronto. Ninguno de sus hombres querría verlo enfurecido, así que llevarían a cabo cada una de sus órdenes sin cuestionar, sin pensar. Xrisí, quien había jodido con sus peones aquélla noche, aún seguía encerrada en las mazmorras, sin ninguna fuente de sangre excepto por las ratas que lograban infiltrarse y que, a esas alturas - y si era inteligente -, le estarían comprando tiempo hasta que Mikhail decidiese que era suficiente. Ellos sabían que no sería tan “indulgente”, no de nuevo, no cuando cada uno había visto como perforaba su pecho y amenazaba con arrancarle el órgano a su trofeo. Sí. Había disfrutado del horror en sus ojos y de cómo por un instante creyó contemplar el fin en su rostro. Apartó su muñeca con brusquedad. – La cazadora tiene que creer que estáis defendiendo el territorio. Llevaréis a Demyan. Su mirada le advirtió lo que sus palabras no hicieron, que si algo le pasaba a su protegido, iba a desear estar muerto en el momento en que pusiese una mano sobre él. Se giró hacia el infante. – No podéis fallar. Ven a buscarme cuando todo acabe. La verdadera intención de esas palabras solo él las podría entender. Derick era el peón sacrificable, el niño el anzuelo y Mina, quien decidiría, no, quien iba a morderlo. “Te estaré esperando, cazadora”. Como si afuera no se cerniera ninguna amenaza, Tiberius se levantó y se acercó a la mesa donde una humana con las muñecas y los tobillos clavados sobre la madera, nadaba hacia la consciencia. Dolor. Un mar de dolor. El aperitivo, solo… el comienzo.


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Mensaje por Mina Marquand Mar Mayo 15, 2012 7:45 am


“Se dé quien hablas, buscas a la diablesa de la isla If.”

Un comentario, una verdad develada, solo una oportunidad…

Marishka Marquand era el nombre del demonio al que muchos perseguían en la academia de cazadores perteneciente a mi amiga Dagmar, Tariq y yo no éramos los únicos a quienes les había destrozado la vida. Desafortunado para ellos pero útil para mí, ahora después de tantos años finalmente sabía a donde ir. Tres meses de obsesión, de indagaciones sobre la isla, hechos sólidos: antes había sido una prisión para delincuentes de ricas familias, hechos efímeros: cantidad de leyendas la envolvían a veces como una isla solitaria plagada de animales venenosos y otras tantas como un lugar maldecido por fantasmas. Nada a comprobar… hacia tiempo un misterioso adinerado la había comprado y había prohibido visitas. Algunos pescaderos partían por esos rumbos y muchas veces no regresaban, la jurisdicción legal de Marsella no hacia nada, vendidos por el miedo o el dinero. Entre los cazadores era la isla de los muertos, más de una vez habían visto a misteriosos seres ir y volver de ese lugar, pero nadie se atrevía a tomar un bote rumbo a la zona. Era naturalmente demasiado peligroso. Tariq y yo ya habíamos hablado al respecto, trazando la idea de un plan meticuloso pero paso una noche que aprendices de la academia corrieron a informarme que los cazadores de Marsella habían enviando una carta muy “especifica”: La diablesa de la isla de If apareció en las costas. La carta acababa de llegar y había sido enviada la noche anterior, toda una proeza, tenía el tiempo contado. La academia se había vuelto además de una escuela, una enorme telaraña que nos beneficia a todos los cazadores, ahora me había dado mi momento. Empaque mis cosas y deje sobre la cama una carta de mi paradero a Tariq, explicándole todo. Esa noche el no había llegado a dormir y yo no podía esperarlo, supuse que al leerla me seguiría. No fue así.

Cuatro días pase viviendo en la costa más cercana a la isla, acompañada de los cazadores de Marsella quienes encontraron el coraje a través del mio. Vigilaba toda la noche desde los tejados con un telescopio de madera a la isla, nadie la abandono y por supuesto, era solo de noche cuando había actividad en ella. El quinto día fue planeacion con los cazadores y el sexto fue el decisivo. Vestida como hombre, cargada en el cinturón dos revolver, dos pistolas y aferradas con sujetadores en los muslos llevaban dos dagas, ocultas igualmente dos más en las botas. Mientras me acomodaba los cinturones que hacían colgar la ballesta… una anciana junto a mí, sin mediar palabras roció de agua bendita mi bote, en el cual ya estaba cargado de maletas, tanques de polvo negro y más material de trabajo, a mis compañeros y también roció mi frente y recitando una oración me obsequio un crucifijo. Lo agradecí con el gesto y a plena luz de la mañana, remamos rumbo a la isla.

Rodeamos la isla hasta situarnos cercana a las elevaciones rocosas, más cercanas al castillo y a la vez mas ocultas. Sabedora que mientras el sol brillara no tendría enemigos de piel pálida, atamos el bote a una roca, brincando a las peligrosas rocas para escalar cuesta arriba. Una gran muralla cercaba toda la isla así que afiance el gancho de metal a una cuerda y lo lance a la pared, tire de la cuerda repetidas veces para comprobar que resistiera... era de los 4 que íbamos, la única mujer, la más liviana así que aligere mas mi peso y me saque todo lo que pudiera ser pesado exceptuando mis dos resolver y mi ballesta y escale por la pared, valiéndome de la presión de mis botas y la cuerda, cuando llegue a la cima divise las lejanías solitarias.

--- Diríjanse a la entrada. Sin excusas, Austin…! buscare como hacerlos entrar… vayan ahora!

No había nadie cercano pero no podía confiarme, baje de un brinco al interior y me dedique a inspeccionar. Tan sigilosa como pude me acerque a la única entrada que tenia la isla, vigilada por humanos… mis compañeros deberían estar ya del otro lado. Oculta observe a los guardias ¿esclavos de sangre? La idea me hizo enfurecer. Eran dos, a distancia le dispare con la ballesta directo a la cabeza del más joven, y el otro corrió la misma fuerte cuando quiso huir. Fijándome en varias direcciones arrastre los cuerpos a unos arbustos, recupere mis flechas, desvestí a uno y me puse lo que llevaba, ocultando mis armas -menos un revolver- junto a los cadáveres. No espere en la puerta por demasiado tiempo cuando una carreta hizo caravana de salida… el rostro del conductor estaba demacrado, y un olor de putrefacción horrible lo envolvía. Hice alardes de ir al mecanismo que daría el paso para salir y a la vez divisar el contenido del vehículo, eran muchos cadáveres… que posiblemente irían a parar al mar. Hice grandes intentos por bajar la polea que haría abrir las verjas pero apenas la hice ceder un poco, el anciano tuvo que bajarse entre groserías y ayudarme a abrir, para cuando logramos abrir la puerta… su suerte estaba sellada. En un disparo seco hice caer al anciano, no tuve compasión por ninguno, no era vida lo que tenían ahora. Silbe y mis colegas entraron. La emoción aceleraba nuestro flujo de sangre… estábamos dentro.

La faena de subir los cuerpos a la carroza me agoto, no por el rendimiento físico, sino moral. Infernales sanguijuelas, banquetes como esos debían de ser cosa diaria… el resto de mis compañeros le saco la ropa a los muertos, simulando ese sucio conjunto de telas baratas que parecían uniformes de servidumbre, rápidamente dos de ellos salieron conduciendo la carroza para tirar los cuerpos al mar… echando nuestro armamento a la misma y cubriéndolos con la misma sábana blanca que cubría a la muerte. Hegel y yo esperamos en la entrada, fingiendo vigilancia, hablándonos en gestos. Nuestros compañeros regresaron con éxito, y cautelosos nos movimos, dejando el carruaje cercano al bote tras la muralla, mis compañeros creían que tenían una oportunidad de regresar con vida… yo no, el rostro de Marishka era también el de mi muerte, ya lo sabía… pero me confortaba saber que el de ella también seria el mío.

Nos armamos de pies a cabeza y nos dividimos en equipos de dos, para abarcar el perímetro con misiones claras: Hegel y yo aniquilaríamos cualquier amenaza, los demás nos cubrirían. Había muy pocos guardias humanos… más que soldados: sirvientes, que alcanzaron la muerte antes de lo esperado. La vigilancia de día era nula y aquello era sospechoso. ¿Tan arrogantes eran los vampiros que se ocultaban a dormir seguros que nadie intentaría destruirlos a las horas del astro rey? Como siempre, recogí mis flechas de los cadáveres para no desperdiciarlas cuando una veintena de hombres salieron del castillo frente a frente, tuve que levantar al enclenque sirviente fallecido para cubrirme con el cuando alguien disparo y luego rodando al piso corrí rumbo al lado poniente de castillo. Eran más, pero nosotros estábamos entrenados, armados y además mucho mas lucidos… estos hombres parecían muertos vivientes. “Humanos protegiendo vampiros! Puaj! que asco!” se quejaba Hegel, mi rubio compañero, mientras elevados y ocultos el y yo en un arbol disparábamos con la ballesta, y luego las pistolas.

---- No… ya no son humanos, Hegel… Hace mucho que dejaron de serlo --- Conferí con la frialdad apunto a la cabeza de uno mas y disparando. El asalto nos costó varias bajas en las balas ordinarias, de resto quedaban las de plata y las dagas de madera con pinta fina, simulando ser estacas, y el polvo negro… Jonathan estaba herido. Lo habían asaltado y disparado la pierna, lanzandose a ella como caníbales buscando destazarlo a mordidas… la ventaja es que sin sirvientes la morada parecía mas solitaria que nunca y aun faltaban 5 horas para que bajara el sol. Los planes fueron más radicales, distribuimos el petróleo en todas las entradas y primeros salones del castillo que para fortuna nuestra relucían en madera, los heridos se quedarían cercanos a la muralla y en caso de emergencia harían arder Troya.

Una hora a la espera que el sol bajara… algunos comieron, otros se preparaban difundiendo charlas motivacionales, y yo re-armaba mi ballesta para hacerla disparar las estacas de madera, pensando en que ya no volvería a ver a Tariq, y solo esperando que lograra mi cometido, que lo lograra y él lo supiera. Finalmente rociamos con sangre de lobo algunos puntos en la isla, luego a nosotros mismos… el olor era penetrante y estaba en todos lados. Ese era el punto de todo, no?.... Ya había anochecido y nadie salía…. Su mansión apestando a lycan, llena de cadaveres y ademas rociada en polvo negro y nadie salia... el mal presentimiento creció y Austin quebró con su rifle una ventana… de pronto me pregunte qué tan consiente estaba Austin de que nosotros dos éramos la carroña... Del otro lado se escucho ruido… y silenciosos nos deslizamos entre los arbustos más alejados, consientes que el truco de la sangre no iba funcionar por mucho tiempo… nuestros corazones gritaban con cada latido. Dos hombres pálidos salieron del castillo pateando con el pie uno de los montos del polvo negro, tomándolo entre sus dedos para olerlo y reconocerlo, divisando los alrededores… un niño vino tras de ellos, un niño pequeño de rubios cabellos y entonces mi ballesta se tenso, ¿Otro esclavo de sangre?

Una de las torres del castillo exploto a causa del polvo negro. Hegel ya había comenzando con la trampa y mientras uno de los vampiros desaparecía tras el humo, fue nuestra señal. Golpeando los restos de vidrio subí por la ventana, sujetándome de las elevaciones de la pared, colgándome como una araña brinque al techo de ese piso y caminaba en el alfeizar, subiendo a la elevación del siguiente piso… y la siguiente… Con pistola en mano y desde esa altura dispare a otro de los puntos, la explosion del disparo encendio otro monto de pólvora negra. Otra gran explosion. El holocausto ya se expandía… escuche un grito lejano y cuando me volví a la derecha uno de los vampiros me atrapa del cuello, golpeándome contra la pared y siseando en mi oído: “¿a dónde vas, arañita?” Pregunto, como si me leyera el pensamiento. Un aliado le disparo una estaca en la cabeza y en un rugido de dolor y distracción me dio la oportunidad de dispararle al pecho y liberarme, la onda de expansión del ataque me hizo tambalear e ir caída abajo, acostumbrada a ello me esforcé en llevar la ballesta al pecho y dar la espalda al suelo y perdí el aire, en el mismo momento que cargaba el arma, el grito de Austin me llamaba y entonces me distrajo un par de cabellos rubios corriendo para alejarse de las explosiones.

El vampiro que habíamos herido lo había atrapado.

Incorporándome tan rápido como el golpe me lo permitía, me percate del vampiro que prensaba a Austin en sus garras y a la vez veía con gesto fanático e inquieto al humano que se deslizaba cerca de donde estaba. Atrape al niño de un jalón de su brazo y el vampiro hizo crujir el cuello de mi colega sin remordimiento alterándose de verme… atrás de ellos los ojos de Hegel ardían, era su hermano quien moría… sin mirar al niño no vacile en apuntarle con la pistola en la cabeza, atrayendo mas la atención del vampiro…

Vaya… el esclavo de sangre al parecer era importante ¿porque?

--- Quédate donde estas, bestia asquerosa! --- Advertí, zarandeando al niño para que se acercara unos pasos y este se reveló, tuve que sujetarlo del cuello y acercarle la punta caliente del arma para que notara el peligro. El vampiro me amenazo y justo cuando jale el gatillo le retuve preparándome, Hegel traspaso su corazón disparando la estaca. La bestia cayó al suelo siseante y re-dirigi mi arma a su cabeza para llenarla de agujeros, ambos corrimos al cadaver, el infante le arrastraba conmigo pero súbitamente se mantuvo tranquilo y sujeto a mi, me fije de reojo en el niño que arrastraba y sus ojos se prendaron en los míos, quizás fue la emotividad de la muerte de Austin pero el asalto que me provoco la mirada del infante me desarmo. Hegel con los ojos inyectados en cólera apunto al esclavo de sangre entre mis manos--- Espera!! ---Salte acercándolo a mí, en el instinto inmediato de protegerlo, frenando la furia de Hegel--- Lo quieren, cuidan al niño! vivo nos es útil! Busquemos a Jonathan, rápido! --- A regañadientes me obedeció, subiendo al niño a su hombro que comenzó a patalear frenético, era mi tacto el que aceptaba, no el de Hegel y mientras corríamos rumbo al punto de Jonathan un vampiro salió de la humareda…. una criatura siniestra que yo conocía… verlo me detuve en seco, reconociendo en segundos al compañero de Marishka, ese que se había intruso una vez a mi casa y había traído la ruina…


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Mensaje por Mikhail Argeneau Vie Jul 20, 2012 2:47 am

Ser prisionero en el castillo de If no era cualquier cosa. Las mazmorras con una superficie no mayor a dos metros cuadrados, con muros de piedra de sesenta centímetros de espesor; se convertía en el hogar permanente de muchos humanos. Más de la mitad de las celdas se encontraban ocupadas. Los vampiros encargados de abastecer a todos los residentes del lugar, viajaban con frecuencia a las ciudades más cercanas. Hombres y mujeres, e incluso niños, eran sacados de sus hogares sin piedad. A Mikhail no le importaba cómo se hiciera el trabajo, todo lo que exigía era que cierto número de celdas se encontrasen siempre llenas. Por supuesto, no necesitaba recordarles que no debían dejar cabos sueltos que condujesen a posibles “rescatadores” a la isla. Si bien Zacarías disfrutaba con la cacería cuando algún humano perdido se aventuraba a merodear por la zona, era preferible para todos, que las leyendas que giraban alrededor del castillo, continuasen siendo solo eso para los parisinos. Los más escépticos podrían buscar las respuestas y morir – en el mejor de los casos – en el intento. Si se volvían prisioneros, no había forma de que escaparan a los juegos macabros en que todo vampiro bajo su yugo estaba bien versado. El ajedrez podía necesitar de dos jugadores, pero eran las piezas que se movían las que hacían interesante una partida. La cazadora y su grupo de compañeros buscando entrar a su fortaleza solo demostraba hasta qué punto podía llegar a comprometerse si su entretención estaba de por medio. Era un as para las estrategias. Había construido su imperio a base de ésta. Los préstamos a negocios que siempre terminaban misteriosamente cayendo, dejaban en la miseria y sin poder saldar sus deudas a muchos humanos. El dinero, si bien era un incentivo, Mikhail lo había obtenido haciéndose con la fortuna de los suyos. La compra de esclavos, en cambio, era lo que producía tanto interés por el Club Fangtasia. Mina Marquand, la cazadora que cruzaría las puertas del castillo en la próxima hora, era la esposa de uno de sus muchos clientes. Ella lo había perdido todo aquélla noche. ¿Qué pensaría cuando descubriese que el culpable de sus desgracias no eran los demonios que cazaba sino el hombre con quien se acostaba? La excitación, vibró en su garganta.

La mesa en la que se encontraba la joven desnuda, como una ofrenda pagana a los dioses, era lo suficientemente grande como para que veinte vampiros se sentasen. Sus allegados también sabían disputarse un buen banquete. El voyerismo era – también – una de sus aficiones. Las orgías en el castillo de If no faltaban. Tiberius no les negaba la diversión a sus trabajadores. Él mismo había participado en ellas. Las mejores mujeres en las mazmorras estaban obligadas a asearse para ofrecer el calor y confort de sus cuerpos cuando quisieran. Existían aquéllas especiales, que estaban destinadas a servirle explícitamente, por supuesto; pero fuera de eso, el vampiro compartía y recompensaba el buen trabajo. Esta noche, sin embargo, la hermosa humana que se mostraba como una diosa del Renacimiento, era solo suya. Tomó una de las copas que se encontraban alineadas cerca de la joven – sus empleados nunca dejaban nada al azar – y con una de sus uñas, corto entorno a la muñeca, cuidando de no provocar una herida profunda. – Tu tortura depende de cuán rápido llegue tu salvadora. La calma con que manejaba el cuerpo de la humana, que dejaba escapar un suave quejido – aún no regresaba en sí completamente – hacía que se viese enteramente normal que su cena fuese una mujer sobre la mesa. Lleno su copa y la acercó a su nariz, saboreando el olor. Justo cuando bebía profundamente el líquido, el forcejeo de la fémina dio inicio. El deleite del vampiro aumentó. La daga que le había dado a Demyan la había recuperado cuando le envió fuera. Sus colmillos se deslizaron, provocando que gotas carmesíes escaparan de su labio inferior ante la rapidez con que actúo. Las súplicas empezaron de inmediato, pero fue la voz de Zacarías en su cabeza quien provocó que amenazara con arrancarle la lengua a su presa. “Han mordido el anzuelo. Tienen al niño.” Tiberius había deslizado la hoja de la daga sobre la mejilla de la humana, quien solo necesitaba mirar a través de sus orbes para saber que le cortaría la lengua de seguir con sus gritos. “Si Demyan no ha jugado su papel. Dirígelos hasta mí, Zacarías.” Lo haría. El vampiro, un asesino serial cuando era un simple humano, llevaba con él más de una centuria. Lo había salvado de la horca tras ser encontrado culpable. Era el mejor, el más letal de sus hombres. Así que madre e hijo se habían reunido. Solo quedaba esperar a que descubriesen su vínculo.


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