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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ingrid Chassier Dom Abr 15, 2012 3:13 am

FLASHBACK


El resonar de los cascos del caballo contra el suelo adoquinado parecía salido de una abstracción mental que la señalaba como la única culpable y a la que deberían de perseguir aquéllos que ya lo hacían metros atrás. La autoridad. La ley tras el infractor. El ladrón. "El Lobo de Plata" había hecho de las suyas en los dominios de un Conde. Un valioso collar hurtado en unión de los aretes y el brazalete a juego y eso que estaban los tres por separado, pero si de algo podía presumir Ingrid, era de sus investigaciones. No hacía nada que no tuviera primero un sustento verídico, ya fuera soltarle la lengua al más fiel de todos o conseguir los planos arquitectónicos.

Aunque todo pudo ser un total fracaso en el instante que su montura perdió la herradura. Ya lo decía el viejo adagio oriental: por una herradura se murió el córcel, entonces el emisario no llegó con la carta, por lo que la guerra se perdió. Y para ella no era más que una problemática a resolver con facilidad pasmosa: robó el caballo favorito del Conde. Aquél más brioso de todos, aunque tuvo sus problemas iniciales por el carácter tan fogoso del animal logró dominarlo y salir de ahí a todo galope.

Contaba con que los guardias del Conde la seguirían, a los cuales podía perder con facilidad, pero no así con la policía que de pronto se les unió. ¿Cómo había llegado tan rápido? Los españoles sí que eran gente fogosa y más cuando lo robado era nada más y nada menos que propiedad de la condesa por su décimo séptimo cumpleaños. Toda una cría para el sexagenario rabo verde del conde. Además, no era algo qe no pudiera recuperar con facilidad. Mentira, los diamantes eran rosados y estaban cortados para brillar de una forma que quitaba el aliento, tan así que daba pena que no pudiera quedárselo.

Unos cuantos metros más y estaría a salvo conforme el plan trazado con anterioridad. Espoleó al caballo y éste dio la vuelta en el momento exacto para introducirse en el granero opacando los cascos con la paja que al efecto había colocado estratégicamente antes del golpe. Dentro, una figura desmontó y otra cubierta por una capa idéntica a la primera, salió a toda velocidad en el mismo caballo atrayendo las miradas de los policías que la siguieron pensando que había tomado un atajo. Así los desviaba del objetivo principal. El muchacho tenía la indicación perfecta: regresar a casa del Conde para sacarlos a todos de balance.

¿Y cómo culpar al joven que no traía nada encima, que tenía la coartada perfecta porque había estado en casa hasta hacía cinco minutos que fuera al granero y le pagaran con diez monedas para llevar el caballo a con el Conde? Además, el chico era de intachable y reconocida reputación en el pueblo, por eso mismo Ingrid lo había espiado durante todo ese tiempo. Sabía que acostumbraba recoger la paja a esas horas, que jamás llegaba tarde, por lo que era el chivo expiatorio perfecto y al mismo tiempo, se aseguraba de que no fuera castigado injustamente.

Mientras el córcel se alejaba con su comitiva detrás, ya Ingrid se quitaba la máscara veneciana y se cambiaba las ropas. Se quitaba el chaleco, la camisa de varón y los pantalones, sacando de entre el heno la bolsa preparada con anterioridad de la cual tomó un vestido azul oscuro y se lo puso para afanarse en cerrar los botones con rapidez, ocultando el corsé rojo, las medias sujetas por los ligueros... aunque podía ser innecesario porque no había forma de disimular la figura femenina tan endiablada que la joven tenía. De curvas exquisitas y bien proporcionadas, la delicia para cualquier hombre.

Sobre todo para los que miraban al amparo de la oscuridad.

*0* Lo de "Guapo" es innegable XD
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Mensaje por Alejandro Garay Miér Mayo 23, 2012 8:01 am

Febrero 1798.
España, Madrid.

Alejandro no podía estar mejor.
Después de haberse librado, finalmente, de Mariska gracias a un golpe de suerte la vida le había tratado mejor que bien. Al principio, sus 'ahorros' lo habían mantenido lo suficiente como para conseguir un especial trabajo y establecerse en París. Lugar dónde actualmente reside. Ahora bien, su trabajo además de permitirle estabilidad también le obligaba en según que situaciones a viajar. Esta vez, había vuelto a sus orígenes en España. ¿Por qué? Simple, un viaje de negocios que requerían de su atención. En este caso, como acompañante -Y, como siempre, algo más.-. Empezaba a hacerse un nombre dentro de París y su experiencia sexualmente hablando estaba en boca de no solo sus clientes sino también sus amistades. Eso sí, discretamente. Solo había un burdel dónde podían encontrarle o pedir por él, del mismo modo que los clientes más importantes que lo reclamaban también apreciaban esa discreción. Sobretodo en su favor. Alejandro, después de todo ¿Quién era dentro de la sociedad? Un 'mindundi' nada más. No era importante fuera de aquel negocio. Un negocio tabú del que se hablaba a las espaldas, como siempre pasaba en aquella sociedad tan hipócrita que los hombres habían llegado a construir. Y que Alejandro había visto de primera mano, gracias a sus años de experiencia que ya llevaba encima.


Era tarde y, al mismo tiempo, lo suficientemente pronto como para que el sol todavía no se ocultara. Rondaban las seis cuando salió de la hacienda de su 'dueña' durante aquella estancia. Quién pagaba sus gastos, su estancia, la comida que se llevaba a la boca. En todos los sentidos. Al mismo tiempo, no era ni mucho menos un esclavo sexual quién solo pudiera ver las cortinas de la habitación dónde lo habrían encerrado. ¡Que va! Tenía toda la libertad del mundo para salir en una franja horaria determinada. Por la noche, pasadas las diez, Alessia le había dicho claramente que lo necesitaba. Unos días en las cenas o fiestas que celebrase a partir de aquella hora y otros simplemente en su alcoba; pues por ello estaba pagando. Él, sabiéndolo antes de partir -Obviamente.-, no había puesto ningún tipo de condición o pega. No era exactamente la primera vez que se le daba una oportunidad como aquella pero sí la primera vez que lo aceptaba. Nada le ataba a París, ni siquiera un animal de compañía al que cuidar. Y, por tanto, se dijo que siendo el lugar que era le apetecía recordar aún no teniendo familia a la que visitar. Hacía demasiado tiempo que les había perdido la pista como para saber en dónde podrían encontrarse.

La zona residencia por la que decidió tomar el aire, era completamente lujosa. Llena de haciendas, fincas y casorras de gente muy importante. ¿Le saldría algún cliente por allí? Se preguntó, mientras observaba. No se veía a nadie, ni notaba que nadie le observara, pero iba a permanecer allí todo un mes y desde luego no le vendría mal ampliar su libro de contactos. Le encantaba como la vida lo estaba tratando. - ¡Encontradlo y detenedlo! ¡Ya! - Un estruendo en forma de voz llegó a los oídos de Alejandro; estaba todo tan en calma que fue difícil no sorprenderse por aquello. Tras la voz vinieron más ruidos, esta vez de caballos que relinchaban y corrían. No necesitó caminar mucho más para observar el follón que estaba montado en una de las fincas. Curioso y precavido, como era él -Casi.- siempre, se acercó a un guardia que estaba apostado en la verja principal. Ya se habían marchado todos y aprovechó entonces. - Veo que tenéis problemas - Comentó, mirando de reojo hacia dentro, como quién no quiere la cosa. Se fijó en que el guardia estaba tan apurado por la situación que ni se preocupó porque él fuese algún tipo de ladrón o tuviera malas intenciones. - Acaban de robar un objeto muy preciado para la señora y, como de costumbre, lo están poniendo todo patas arriba - No se conocían de nada, pero le hablaba con toda la confianza del mundo. "Que insulso" pensó, duraría poco en el puesto. ¿Y si era él el ladrón? Estaba seguro de que el muchacho ni se lo había preguntado. - Oh, vaya. Suerte con ello - Le mostró una sutil sonrisa y continuó su camino. Esta vez, con algo más de curiosidad.

Rodeó la finca, hasta la zona de los establos dónde la verja ya no estaba cubierta. Cual fue su sorpresa al observar que un caballo entraba mientras que casi todos los demás habían salido. Una vez más, la curiosidad picaba en su interior. Miró hacia los lados, comprobando que no había ni un alma, antes de saltarse los hierros que impedían el paso a los de fuera; supuso que la zona no estaría tan desierta de no haber ocurrido aquel incidente. Y decidió aprovecharlo. Sigilosamente se acercó hasta la puerta entreabierta del establo. ¡Ah! Lo que acababa de descubrir. No sabía si la mujer que en ese momento estaba medio desnuda, en proceso de cambiar de vestimenta, era o no el ladrón que buscaba. Puede que fuese simplemente una enamorada o una simple criada. Pero lo que estaba claro es que no tenía que estar allí. Esperó a que estuviera casi completamente vestida. - ¿La gatita se ha perdido? - Preguntó entonces, en un susurro. Cerró la puerta tras de él, sigilosamente, y se posicionó frente a ella aprovechando para apoyarse. Puede que, con intenciones no demasiado buenas...
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Mensaje por Ingrid Chassier Mar Jun 12, 2012 8:06 pm

El lugar no era el problema si no el tiempo que tenía para terminar de arreglarse e irse de ahí sin ser vista, sus manos se movían con rapidez vistiendo su figura para que no sospecharan de ella guardando bien su botín en las enaguas con la finalidad de que si era revisada, no lo tuvieran tan fácil. Muchas veces lo hizo antes y no tendría por qué fallar ahora. El cabello fue suelto por la espalda dejando que el olor a manzana y canela se extendiera al tiempo que lo peinaba con rapidez para hacerse una trenza y la intención era subirlo en un moño alto. Era, porque alguien habló a sus espaldas y la hizo voltear lentamente hacia donde la voz, mirando cómo su interlocutor cerraba tras de sí la única puerta por la que podría escapar. Atrapada como ratón, pero ella era todo, menos un insignificante animal de bigotes y cuatro patas. ¿Sería capaz de descubrirse con una pelea?

Paseó la mirada por el hombre maduro, mucho más grande que ella, definitivamente. Incluso se dedicó a apreciarlo al recorrerlo tan lento que parecería que no acabaría jamás, pero es que en su mente se grababa ese rostro viril, los brazos musculados, el tórax ancho y marcado, ese abdomen cual tableta de chocolate que se le hacía agua sólo de pensar en pasar la lengua por la piel al tiempo que sus manos desabrochaban los pantalones para ver si lo que se reflejaba en la tela era tan duro al tacto como... sacudió la cabeza un instante cerrando los ojos, semejantes tonterías no deberían pasar por su mente y mucho menos en un momento tan delicado, pero de seguro que él estaba acostumbrado a esa clase de revisiones. Ejem. Sí, de observaciones tan escrupulosas. Un hombre con tal atractivo y edad, de seguro que no había pasado por la vida siendo un ignorante de lo que provocaba en los apetitos femeninos.

Además, ese sujeto había entrado desde hacía tiempo podría estar casi segura, no lo había escuchado hace poco por lo que quizá fuera cuando uno de los policías gritó para dirigir la búsqueda en otro sector. Se había concentrado en esa voz que se olvidó de lo demás. Gatita ¿No? Ladeó la cabeza y frente a él terminó de abrocharse muy lento los últimos botones que dejaban al descubierto el corsé y parte del valle de sus senos. Dos podían jugar a lo mismo aunque se recordó que en algunas ocasiones, como con Santhiago, no había salido bien librada. Gajes del oficio, de la aventura que le encantaba llevar a cabo, de esos robos a veces muy astutos y otras, una mera suerte. Como ahora, que no sabía si por sus habilidades lograría escapar sana y salva o este hombre haría que su fortuna hasta el momento buena, girara y se tornara violenta. ¿Qué haría realmente? ¿Qué buscaba? Tenía que explorar el terreno, pero hacerlo de forma inteligente o pudiera ser que él ganara en todo y aparte, la entregara. No, tenía que comprometerlo para que le permitiera liberarse de sus perseguidores y conforme ello, darle su recompensa monetaria o... carnal. No le importaría lo segundo, si debiera de ser sincera.

Viajó por demasiados lugares evitando a su familia y ahora España se le antojaba un refugio en el cual permanecer durante mucho tiempo por lo que el entrar en un episodio donde su cabeza tuviera un precio no era algo que le apeteciera del todo. Se colocó las manos en la cintura en franca posición de rebeldía y alzó la barbilla. Si se enfrentaba cuerpo a cuerpo con él, claro en una pelea per se no triunfaría, pero tenía que encontrar la manera de obtener de él una salida de ese lugar. Que no la bloqueara o chantajeara, todo eso era parte de la misma presión. Muchas ideas y ninguna se puso en práctica hasta que decidió tomar al toro por los cuernos.

- Bien, no sé qué se propone señor, pero me gustaría saber qué espera cerrando la puerta tras usted. Sólo vine a cambiarme de ropas para regresar a casa ¿Tiene algo de malo? - intentaría lo más simple: hacerse la inocente y ver qué le depararía el destino con él. En caso de que no funcionara siempre tenía su agilidad y la daga en el cinto, aunque para estas alturas de seguro que él la ha visto por lo que no es una alternativa muy viable. Demonios, ¿Cómo se le ocurrió no fijarse con frecuencia y sobre todo, dejarle a él la única vía de escape al alcance? Tenía que arreglarlo, mientras más pronto mejor. Se sonrió y fue acercándose lento a él para que no desconfiara y se pusiera demasiado nervioso o tenso. Sus pasos se detuvieron al estar a escasos tres metros de él y si de lejos parecía incitante, de cerca era arrebatador. Se obligó a mantener la compostura y no echársele a los brazos con miradas de borrego degollado como seguro todas hacían. Ingrid tenía orgullo, sólo deseaba mantenerlo hasta que sus caminos se separaran.

Qué difícil era, de verdad que sí. Sus ojos se fijaron en los del varón para ver qué tanto podría medirlo, qué tanto manipularlo, pero mucho le molestaba el saber que no tenía demasiada tela de dónde cortar. No parecía de esos que eran conejillos de indias o perros falderos, todo lo contrario y eso le preocupó. Resultaba que el guapo era un hueso duro de roer y quizá ella no tuviera los dientes adecuados para ello.
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Mensaje por Alejandro Garay Mar Jul 24, 2012 7:05 am

Alejandro sonrió. Observaba esa mirada de la rubia que había visto en bastantes ocasiones, para su suerte. Le recorría enterito con la mirada, se lo comía con los ojos aunque ella misma posiblemente no se daría cuenta. ¡Triunfo! Pensó. Y tal era su euforia interior momentánea que no se estaba dando cuenta, el muy imbécil, cómo sus ojos se paseaban por el cuerpo de la fémina. Él no era el único deseable allí. La mujer poseía una belleza exótica y ligeramente fiera. La había llamado gatita, pero algo le dijo que más que ronronear le gruñiría si no la dejaba salir de allí. Efectivamente. Se guardó las ganas de reír cuando ella pareció devolverse a la realidad desconcertada, obviamente, por haberlo mirado de una forma tan descarada. Para entonces, él ya era perfectamente consciente de el atractivo de ella, tanto como del suyo propio. Oh, tal vez de aquello, saldría algo realmente divertido. Con lo que había empezado siendo un mero paseo de desaburrimiento. Y su 'compañera' nunca lo sabría. Era lo suficientemente celosa como para dejarlo allí tirado si se enteraba de que había estado con alguna otra mujer en su ausencia. ¡Mujeres! Nunca las entendería. Sabían lo que él era y, aún así, pretendían tener su exclusividad. Cuando él se había prometido no volver a enjaularse nunca más. No después de lo de Mariska. Había aprendido de sobras las lección, para lo que le quedase de vida.

Clavó sus ojos en los ajenos, sosteniéndole la mirada por sobre ella. Y ella hizo lo mismo. Primera conclusión: Ni su aspecto físico ni su complexión la habían asustado. Segunda conclusión: No era una muchacha del servicio ni una jovencita inocente. Tercera y última conclusión: Debía andarse con cuidado, o encontraría rápidamente su vía de escape. Tras él.

Esta vez sí rió claramente, mientras la observaba, después de haberla escuchado defenderse con esos pobres argumentos. - Así que, solo has venido a cambiarte para volver a casa - No movió ni un solo músculo, aun cuando ella se aproximó, quitando parte de la distancia que los separaba. Relajó su cuerpo, dejándose apoyar con más vehemencia sobre la puerta. La única salida de aquel pequeño establo. Y la única oportunidad que tenía ella de librarse de él. Sintió, divertido, que ella había esperado una reacción completamente diferente aquella. Claro que, no lo conocía en absoluto. - Vaya. Y yo que pensaba en chantajearte por estar haciendo cosas indebidas.. ¡Qué mala suerte! Resulta que solo eres una más - Chasqueó la lengua, entre divertido y aparentemente decepcionado. Mas, en ese crucial momento, no dejó de clavar sus ojos en los de ella. Dándole a entender -O pretendiendo hacerlo- que no creía ni una palabra. Y que no le iba a ser nada fácil alejarlo de allí ¡No con excusas tan pobres!. Ni con cualquier excusa en realidad, porque ya se buscaría él el cómo rebatirlas.

En otro movimiento más que denotaba su extrema relajación -Y, a lo mejor, diversión-, colocó sus brazos tras la cabeza, en forma de almohada. - Bueno, como veo que eres una buena muchacha, me veo con el deber de proteger tu inocencia. Yo acabo de saltar la valla de la residencia porque todos los guardias se fueron a buscar a un ladrón. Y del mismo modo que lo hice yo, lo puede hacer cualquier otro. ¿No sería una falta de caballerosidad por mi parte dejarla marchar en semejante estado de peligrosidad? - Relajó la mirada. Ahora quería probarla y ver hasta dónde llegaba su juego. Hasta dónde era capaz de fingir esa inocencia que, en el fondo, también le agradaba. Tanto como su aparente verdadera cara. - Me imagino que debes vivir por aquí cerca, no pareces ser una de las doncellas de la casa - La repasó con la mirada, pero esta vez descaradamente a propósito, acompañando a sus palabras. - Aunque, poco importa. No creo que se os permita estar por aquí, seáis o no seáis de la propiedad. Deberíais escoger otro lugar para mantener encuentros tórridos con los señoritos - Y sonrió, desviando la mirada de ella para recorrer ahora el resto del establo. Aparentando indiferencia ante la insinuación que acababa de hacer. ¿Se enfadaría? ¿Actuaría igual de indiferente? ¿Lo aceptaría? O, tal vez, ¿Le contaría la verdad del por qué se encontraba allí?. Esa mujer era, sin duda, todo un misterio que él resolvería.
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Mensaje por Ingrid Chassier Lun Ago 06, 2012 9:16 pm

Tentación en cuerpo de hombre, un demonio de lujuria, un incubus que incitaba a tenerle mucho más cerca, que hacía estremecer la piel, que la columna fuera recorrida desde la primera hasta la vértebra más diminuta. Esos ojos dominaban con sólo fijarse una vez en los de Ingrid, esa postura que la hacía consciente del poderío masculino, porque eso él ya lo sabía: que era único, que incitaba, que excitaba. Capaz de que con un dedo una mujer cayera a sus pies, pero Ingrid no era cualquier fémina y por más que sus miradas la recorrieran por completo haciendo endurecer sus pezones y que su sexo se convirtiera muy lento en algo líquido, su voluntad era la que gobernaba. Podía verlo, ansiarlo, anhelarlo hasta que doliera, pero no daría un paso en falso. Muchos años padeció como para ahora fuera fácil caer bajo el influjo del demonio. Aún era fuerte, su voluntad se imponía y con ella, el cinismo afloraba.

Una ceja arqueada, los brazos en jarras marcando una rebeldía latente que brillaba en lo profundo de los ojos azules, quizá fuera pequeña, pero tenía la forma de evadir a grandullones como él. No se amedrentaba y aunque el miedo era propio de cualquier persona, ella lo montaba y dominaba. El que se colocara él sobre la puerta de esa forma insolente, haciéndola consciente de que para atravesarla primero debía pasar por su cuerpo -aunque la manera no había sido explicada- no era más que prohibirle algo que la obsesionara más de lo que ya estaba. Salir, huir, necesitaba eso y haría todo lo que estuviera en sus manos para volver a ver el cielo estrellado, ese firmamento en el que la luna era la protagonista.

- Mira guapo, podrás decir misa, lo que quieras, colocarte contra la puerta, hacerla de macho alfa, dominante, "Yo todo lo puedo", pero hay algo que se te escapa y es que no es la única salida; si elegí este lugar es exactamente por las oportunidades que tiene para que escape... custodia la puerta, de todas formas yo encontraré el escondrijo por el cual deslizarme y regresar a la realidad - alza la barbilla en un mohín de total rebeldía, ¿Quería pelea? La tendría aunque para ello tuviera que desnudarlo por completo. Frunció los labios ante ese pensamiento que le hizo sonreír un tanto, su inconsciente estaba hablando... no, gritándole su deseo por esa presencia que no le dejaba ni a sol ni a sombra, un bocado exquisito que le encantaría morder, atragantarse con él, volverse loca con él encima, debajo, a un lado suyo... detrás... pecaminosos pensamientos que le aceleraban el pulso.

- Además, la peligrosidad de la que hablas no está afuera, está aquí, contigo y esas miradas que no engañan a nadie, con mi pensamiento puesto en usted y no puede negar que el suyo en mí. Tendremos problemas como nos encuentren aquí y si usted también es ajeno a este lugar, en peor posición está... yo puedo dignarme a gritar y la policía le atraparía y acusaría de intento de violación. No se engañe, mejor hágase a un lado y déjeme pasar - ¿Por qué conciliaba? No tenía la más remota idea, pero no quería quedar en malos términos con él. Quizá otra vez se lo encontrara y ahora sí pudiera hacer con él todo lo que se le antojaba, empezando por saber si su paladar se deleitaba tanto con el sabor de su piel, como su pupila ante la masculina presencia que estaba ante sí. Y luego, vendrían el resto de los sentidos a comprobar lo demás que ella ya sentía.

Se contuvo, no era el momento ni el lugar. Tenía que escapar de ahí rápido antes de que a algún curioso se le antojara ver ahí y la descubriera con las joyas en la bolsa. Sería imposible escapar una vez que fuera detectada y tendría que prescindir de continuar sus hazañas en España. Debía convencerlo, hacerlo a un lado, que le diera el espacio suficiente para maniobrar y salir avante si no... Sus ojos miraron a su alrededor comparando y analizando. Tenía dos oportunidades más, quizá él no fuera tan ágil como ella, pero necesitaría mucha fuerza para lograr la hazaña y dejarlo con un palmo de narices. Aunque también cabía la posibilidad de que todo le saliera mal y se diera un buen golpe. Gajes del oficio.
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Mensaje por Alejandro Garay Sáb Ago 18, 2012 8:33 am

Domar a aquella fiera cada vez le resultaba más interesante. A pesar de lo que impactaba su presencia -Habitualmente- ella continuaba con la cabeza erguida y los brazos en jarras, desafiándole con esos ojos que no dejaban de mirarlo. Lo escrutaban del mismo modo que él hacía con ella. La rebeldía de la mujer se reflejaba en cada centímetro de su cuerpo y de su expresión facial, le dio la sensación de que en cualquier momento le saltaría encima solo para apartarle de allí y tal vez moderle. Un intento que puede sería fructífero con sus defensas bajas, sin embargo, él no había bajado sus defensas. No por el momento. No hasta que la tuviera suplicándole por más con la mirada, todo un reto sin duda. Un reto que si bien se planteaba conseguir, no sabía si lograría llevar a buen término. Sonrió. En caso de que no, siempre tendría a su "benefactora" en aquel viaje esperándole en su cama por la noche. Siempre podría imaginarla con la cara de aquella bella doncella. Lo que no significaba que se diera por vencido fácilmente, ni mucho menos. Rara vez sus objetivos no terminaban en "final feliz". Muy rara vez.

Rió descaradamente cuando la escuchó escupirle las palabras con la valentía propia de una leona. "Mira guapo" ¿Quién demonios hablaba así por aquellos tiempos? Un Señor hubiese estado mucho más adecuado para una inocente muchachita. Claro que, ella no lo era, y poco a poco se iba revelando su verdadera cara. La que Alejandro había querido ver desde un principio. Y parecía ser que su estrategia funcionaba a las mil maravillas, una vez más. "Si elegí este lugar" ¡Ahí estaba" Otra grata revelación a lo que de verdad había venido a hacer allí. Ni mucho menos revolcarse con ninguno de los señores, podía ser promiscua pero aquel día no había sido ese su objetivo. Eso le daba la sensación. Encontrar una ladrona, fémina, era bien raro. Las mujeres, habitualmente, se limitaban a acompañar a los hombres y mantenerse al margen. Las más humildes. Luego estaban las poderosas, como su contratante, que no dudaban en asegurarse de quedar por encima del género masculino. En privado. O hacerse las inteligentes frente aquellos que poseían rangos superiores. Luego también estaban -Según Alejandro- las rebeldes de pura cepa que no se conformaban con el sistema y con el machismo que las rodeaba. Que si bien sucumbían a la tentación, difícilmente la admitirían en el post coito. Sensatas, pero orgullosas. ¿Estaría en esta categoría nuestra damisela? Posiblemente, eso creía Alejandro, y por eso pensaba llegar hasta el fondo de la cuestión a pesar de que no tuviera ninguna intención de entregarla a aquellos que la estarían buscando. Aquella no era su guerra. Y él jamás había sido de los que chismorreaban -En este caso, chivaban- de asuntos ajenos. Aunque, si por ello conseguía un beneficio, bienvenido fuera. En ese caso, no perdía oportunidad.

Acomodó su cuerpo, en un gracioso movimiento que parecía dejar entrever el que se iba a apartar, debido a sus "duras" amenazas. Pero no. Lo único que hizo fue volver a apoyar su ancha espalda contra la puerta, impidiendo el paso. La miró burlón, atento en todo momento a sus expresiones. Realmente, se le podía considerar como todo un cretino. - ¡Ah! Así que, has elegido este lugar por sus múltiples escapatorias - Hizo énfasis en la ironía que suponían estas últimas palabras, además de la revelación que le había echo al admitir haber elegido aquel lugar con antelación. - Pues eres libre de marcharte por cualquiera de ellas, porque a mi se me antoja quedarme aquí - Se abstuvo de reír mientras miraba hacia el interior del establo. Observó una pequeña ventana en lo alto de una de las paredes, una ventana rectangular que no debía medir más de unos centímetros. Desvió la mirada hacia ella. Estaba delgada y tenía un bello cuerpo, pero dudaba que se encogiera hasta tal punto. Después, sus ojos se fueron hasta el montón de paja y heno que descansaba contra el fondo del lugar, además de todo el que había esparcido por doquier. ¿Por allí tendría algún tablón mal encajado en el que poder deslizarse hacia la "realidad"? Como ella lo había llamado. Bueno, eso era más factible, sin embargo tendría que separar toda la suciedad y, después acabar arrastrándose. Lo cual le produciría diversión. ¿Qué más? No veía nada más. Fue un escrutinio rápido pero poco disimulado y su expresión le hacía ver lo mucho que dudaba de que aquellas palabras fueran ciertas.

Y por si no fuera poco, era capaz de amenazarle con gritar. ¡Menuda víbora! Tan cretina como lo estaba siendo él, realmente no se merecía menos. Lejos de preocuparle, rió divertido. - ¿En serio vas a gritar? ¿Vas a dejar que los soldados vengan hasta aquí y te... nos vean? - "Te vean" hubiese sido la opción más acertada, pero no quería que sospechara que su interés por ella iba más allá de la atracción que muy bien se había dedicado a recalcar ella. Otra revelación bien revelada. Acababa de admitir que se sentía tan atraído por él como resultaba a la inversa. Sonrió pícaro. - No creo, porque solo hay un zoquete allá afuera que me reveló lo que ocurría de inmediato - Si era en verdad la ladrona, desde luego que tenía suerte. O, mejor dicho, la estaba teniendo hasta que Alejandro la divisó entrando en el establo. Si solo él no se hubiese decidido a pasear por la zona, ella habría escapado rápidamente y sin problema alguno.

- Me estoy empezando a cansar de los juegos - Murmuró de sopetón entonces y se inclinó lo suficiente como para agarrar a la mujer de las caderas y aprisionarla contra las suyas propias. Por supuesto, permanecía firmemente presionado contra la puerta - Ambos sabemos lo que queremos ¿No es cierto? - Le apartó un mechón de su rubia y alargada cabellera, no sin antes atraerlo a sus labios para rozarlo de manera imperceptible. Puede que fuese un cabrón, pero desde luego, siempre había sido un cabrón deseable. Nada que ver con los típicos babosos a los que ninguna mujer se les acercaría, si no le pagara un buen fajo antes. Y a veces, ni siquiera con eso. - Y acabas de resolver mis dudas sobre lo apetecible que puedo resultarte, guapa - Le devolvió el piropo, en una especie de ataque. A pesar de la seducción, sabía que ella no era de las que caería rendida a sus pies y aunque se había jactado de no querer "jugar", provocarla siempre iba a ser divertido. - Así que, haremos un trato: Me das lo que quiero y yo te dejo libre para que hagas lo que se te antoje. Y no avisaré a nadie - Chantaje en toda regla. Si quería seguir haciéndose la inocente, lo tenía bastante crudo.
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Mensaje por Ingrid Chassier Dom Ago 19, 2012 5:48 pm

¿Ceder o no ceder? Ese dilema produjo grandes conflictos en muchas personas tal cual ahora lo hacía con Ingrid. Era guapo, atractivo, todo un manjar, pero quedarse sería arriesgarse de una forma que no pudiera quizá remediar. ¿Valía la pena? Seguro sí, sabría hacerla sentir en la gloria, pero el conflicto no era ese. Era que la encontraran, que la descubrieran con las joyas y ahí sí que sería imposible de zafarse. Mejor ahora, en este instante que después. Toda la verborrea -la de Ingrid, claro- no fue más que pérdida de saliva en cuanto confirmó que, en su caso, no le daría oportunidad alguna de escapar. Si quería hacerlo, tendría que ser por otro lado. La ventana de la parte alta era imposible de alcanzar. ¿Múltiples escapatorias? Sonrió con maldad en tanto alzaba una ceja y levantaba su dedo índice para hacerle ver que sería una, la primera y la única que haría desde ese lugar. No acostumbraba a repetir escenario para hacérsela más difícil a los policías, mucho menos la estrategia. Aunque ahora mismo no fuera a servirle mucho la que había meditado por la forma en que él se colocaba contra la puerta.

Se rascó tras la oreja y acomodó un mechón aunque luego lo estuvo enroscando en su dedo mientras se mece de un lado a otro con una sonrisa triunfal en tanto lo mira ver las dos opciones que ella descartó desde el inicio. No, tiene un mejor lugar que los anteriores, no por nada estuvo durante semanas preparándolo para que no le fallara. Incluso por la mañana se pasó para comprobarlo antes de hacer su golpe. Aspiró aire una vez, dos veces pareciendo dispuesta a gritar, pero al final calló para negar divertida. No, sería su última opción porque no quería gente mirando o bien, chivándose de su presencia y fuera a ser hurgada en sus prendas. La palabra de una cortesana en ocasiones era la menos escuchada y el estar en prisión no le apetecía en lo más mínimo. Se pasó las manos por el vestido dejando dentro de su bolsillo oculto las joyas. Se quitó el sudor y polvo que tenían para quedarse durante unos instantes con la mirada fija en la parte baja de la camisa del hombre, subiendo y recorriendo con orbes ardiendo su constitución física. ¿Por qué tenía que ser tan atractivo?

Ese fue su perdición, el estar admirándolo de nuevo. Sus manos eran grandes y fuertes cuando la tomó por las caderas y ella le miró con ojos enormes, como platos sin saber bien qué hacer. De pronto todas las ingeniosas ideas desaparecieron y se le secaron los labios, pero no sería tan fácil. Claro, eso quería creer. Los huesos de sus caderas se presionaron para que fuera consciente de que jugar con él no era una opción. No había nada bueno en hacerlo, desde el oler su aroma tan cercano al suyo que causó revolución en cada una de sus hormonas. Su rostro tan masculino lleno de una atracción innegable, insoportable, desde la frente amplia, las cejas pobladas, esos ojos que la hicieron tragar saliva durante un instante, pero de forma visible puesto que se notó el movimiento del músculo y hueso que bajó. Vaya con este hombre, nada despreciable a pesar de la madurez de sus rasgos, todo lo contrario, apetitoso por ello mismo. Morboso, excitante. Pecado mortal, pero qué rico sería cometerlo a pesar de que luego ande rezando padres nuestros y aves marías. Sonrió mofándose con ello y su aliento a manzana y canela, igual que el olor de su cuerpo llegó hasta las fosas del varón.

¡Qué tentación! Sentir su cuerpo masculino contra el suyo, olvidarse de que estaba apoyado contra la puerta, sólo ser consiente de esa mirada que es más que una promesa de lo que puede venir. Claro que sabía lo que quería y aún así, mientras esa sonrisa se mantenía, alzó una ceja rebelde. Su tacto era suave a pesar de lo áspero de sus manos, acostumbradas quizá al trabajo rudo. Ese mechón probó sus labios y ella rogaba porque fueran los pliegues de su boca los que alcanzaran los masculinos. No debía, no podía. Tenía que irse. Y aún así sonrió de nuevo más que divertida, cual abeja a la miel o paloma al fuego.

- Tienes toda la razón - sus labios se acercaron al hombre para deslizarse por su mejilla en tanto una de sus manos fue a buscar su tórax para acariciarlo, pegándose a él, a su cuerpo. Sus ojos azules le observaron, resultaba tener 10 centímetros menos que él como mínimo, podía sentirse indefensa porque la constitución física de Alejandro era mucho más marcada. Su mente barajeaba con toda rapidez las alternativas para ver si le permitía o no hacer. Labios que acariciaban su mandíbula, una lengua que saboreó su piel, suspirando al gustarle. Sus dientes resbalaron lento y mordisquearon su mentón, para subir y mirarle a los ojos, los suyos llenos de una excitación que no le importaba demostrar - Dime qué es lo que quieres y veré si te lo doy - sonríe coqueta antes de acariciar su nariz contra la suya. Una de sus manos fue a por la virilidad del varón, tomándola, meciéndola de arriba a abajo para sonreír y luego, subir más la mano hasta dejarla en su abdomen - Eres muy atractivo, es una pena... - hizo una mueca antes de que buscara encajar la rodilla en el sexo del hombre, como queriendo romperle más que el alma. A ella nadie la chantajeaba, nadie le decía que hacer y mucho menos un varón con semejante atractivo. Sí, tenía cerebro, pero no para ponerle esa trampa. Ingrid seguía siendo una mujer indomable y ni siquiera Santhiago tenía la oportunidad de detenerla. Mucho menos él que ni siquiera la había poseído. Así pues, el golpe se dirigía hacia la parte más sensible de Alejandro, si lograba conectar correría hacia el flanco derecho del lugar sin detenerse siquiera a ver para quitar la carretilla y abrir la trampilla por la cual meterse para entrar al pasadizo subterráneo y huir de ahí, pero si no... Que Dios la tuviera confesada, porque iba a doler.
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