Sin luz, ¿me das un poco? [Léa Beausoleil]

por **Andy Di Médici** Miér Abr 18, 2012 6:42 pm

Si el camino perdiste,
tan solo busca otro.

Renegar de la vida era, mencionar que el destino es cruel, que la muerte es inexorable, que es una lástima, que los motivos para vivir no existen mas o que no son validos, ¿para qué vivir si a fin de cuentas todo los que disfrutamos y poseemos se nos será arrancado? A unos antes que otros, pero será así a fin de cuentas. Sin duda era estúpido, en este mundo no habría que cuestionar sus porqués al destino, simplemente aprovechar al máximo todo lo que se podía, a fin de cuentas, ¿de qué nos iba a poder servir descubrir sus razones? ¿Se cambiarían? Seguro que no.

Andy siempre pensó que el clímax de la tristeza era siempre la muerte, y con seguridad lo era, para él, a pesar de que muchos otros gustarían de morir antes que estar destinados a soportar una vida de flagelación, servidumbre y humillación por largos años. Y justo ahora la vida de la única familia que le quedaba se había esfumado, en un abrir y cerrar de ojos, como será el destino, muy hábil o muy cruel, se había invitado a toda su familia, a los Di Médici a una reunión formal alejada de la ciudad, una locación extraña realmente, pero al simplemente darse cuenta que tenía algo que ver con la nobleza y la alta alcurnia simplemente decidió no ir, aquella misma noche luego de aquella terrible decisión, un mensajero toco a la puerta de la mansión Di Médici, un mensaje trágico, destructor para el corazón del Lycano, su cuñada, su hermano y su nieta fallecidos en una avalancha de piedras, muy extrañas, no tenía sentido, ir por las montañas…En su cabeza no quedaba sentido de lógica o explicación, todos sus miedos en un segundo vinieron contra é; soledad, rencor, obligación, no solo se encontraba solo ahora, si no también llevaba consigo tres legados importantes, el casi extinto apellido de su familia, el titulo Duque, el Ducado en Florencia y el negocio de su padre, de su hermano que ahora era propio de él.

Todo era tan chocante que quizá no lo pudo asimilar, mando a los hombres de confianza de Andrea a hacer todos los preparativos y demás quehaceres al respecto de las defunciones. Los cadáveres no pudieron ser hallados, mandó a elevar tres lápidas en honor a esos tres queridos personajes en el jardín trasero, importándole poco si era legal invadir propiedad municipal, ya que las lápidas se encontraban muy cerca al lago. Unos días pasaron, despertó arrugando los ojos, se encontraba en el cuarto que antes usaba su hermano, él le dijo algún día que si algo pasará ocupara su lugar, en todos lados, al pie de la letra iba a cumplir el Lycan todas las peticiones de su difunto hermano, el desayuno se le subió al cuarto, no tenía ganas de mucho, no tenía ganas de saludar, no tenía ganas de respirar. Dejo pasar las horas, sus ojos tan solo se fijaban en el techo, siendo aproximadamente las dos de la tarde, aún sin almorzar se vistió tan solo de camisa y pantalones oscuros, sus pies descalzos, bajó hacía el jardín directamente sin ser visto por los criados.

En cuanto piso el gigantesco jardín solo sintió la humedad, el roció de la lluvia que había acontecido el día anterior aún quedaba allí, sentir la naturaleza de cerca era bastante placentero, por unos segundos le hacía olvidar todos los problemas que tiene la vida - Es realmente bueno – susurró a penas pero un sonido entre los árboles, en dirección hacia el bosque, ya casi saliendo de este, aún se encontraban arbustos pequeños, lo suficiente para que alguien se escondiera, una presencia sintió, era humana, se tranquilizó, de seguro algún ladrón, si sus intenciones realmente fueran robar no iba a tener suerte alguna, Andy era versado con las armas y la lucha cuerpo a cuerpo, pero no tenía intenciones de lastimar a nadie, siempre el habla sería su mejor arma, a fin de cuentas, hablando se entiende la gente, ¿no? Y de plus, amaba las charlas, largas, tanto como leer o un partido de ajedrez muy largo donde ambos jugadores se midieran movida a movida. Se detuvo frente a las tres lapidas, su rostro lucia triste, acarició su camisa arrugada y se pasó los dedos por la barba, aún sintiendo esa presencia, seguía escondida, sin avanzar mucho, decidió hablar, había visto la ropa, era una persona delgada, parecía un hombre, pero era muy delgado para ser uno - Muéstrate, no pasa nada -

Realmente esperaba algo tranquilo y no una discusión, no tenía ánimos de ello.