AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Dilema moral. [Cristopher Headwolf]
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Dilema moral. [Cristopher Headwolf]
Hacía ya varios días que había llegado a París, aventurándose sola por aquella gran ciudad que tan distinta era de su natal y amada Inglaterra, la que tanto echaba de menos y junto con ella, a su amado padre. Aún ni podía creer que su padre hubiera cedido a dejarla que se fuera sola a otro país, aunque ella también había sabido ganar aquella peculiar batalla convenciéndole de que, el dia de mañana, cuando él ya no estuviera, tendría que aprender a sacarse ella misma las castañas del fuego, y el dominar la magia a la perfección ayudaría muchísimo. Su padre, aunque apenado, pensó que el riesgo valía la pena si conseguía ella convertirse en una gran hechicera, pero la verdad es que Adonia estaba lejos de querer aprender la magia para poder defenderse el día de mañana ante cualquier circunstancia complicada que le presentara la vida; ella solo buscaba encontrar a su madre para hacerle pagar todo el sufrimiento que le había causado a su padre al abandonarle. Claro que eso no era propio de una joven educada como ella, era demasiado moralista y carecía de motivos sólidos para cumplir dicha venganza, pero esperaba poder cambiar eso pronto, y el estar sola en una ciudad de la que desconocía por completo sus costumbres y lengua le obligaría quisiera o no a madurar y ser fuerte.
Y aquella noche, como las otras tres anteriores, había perdido la noción del tiempo y la orientación al intentar en vano encontrar a la mujer que creía necesitar para que le enseñara la verdadera magia; aquella con la que podría dañar físicamente y causar dolor tanto físico como psicológico, una magia muy distinta a la que su padre le había enseñado hasta el momento que se resumían a simples e inocentes hechizos como cambiar el color de los objetos, acelerar el crecimiento de las plantas…
Aceleró el paso al percibir que la calle a la que había ido a parar se encontraba apenas vacía, solo unos pocos viandantes seguían su camino por la otra acera que había paralela a la que ella se encontraba. Ladeó la cabeza con la intención de averiguar si había alguien detrás de ella, pues odiaba saber que tenía gente detrás le daba mucha inseguridad, y en ese momento, las campanas de la iglesia más cercana retumbaron en sus oídos, mezclándose con los el rítmico compás de sus tacones chocando contra las irregulares piedra que cubrían el suelo.
Había podido contar un total de once campanadas, número que la alarmó, no solo porque no era conveniente que ninguna mujer de su edad anduviera sola por la calle a esas horas, sinó porque no tenía ni remota idea de dónde se encontraba. A su agobio interno por no saber cómo volver a casa se unió el sentir que empezaba a llover, al principio parecía que iba a quedarse en unas tímidas y pequeñas gotas que pronto menguarían, pero ocurrió todo lo contrario y pronto aquellas gotas se hicieron más seguidas, hasta el punto que ya ni podía escuchar sus propios pasos ni poder percibir apenas que tenía frente a ella a causa de la espesa cortina de agua que se abría a su alrededor.
Soltó un gemido de pura frustración deteniéndose en medio de la calle, buscando a su alrededor algún lugar donde poder resguardarse de la lluvia mientras inútilmente intentaba retirarse el pelo que se le había pegado alrededor de su rostro, el que anteriormente caía en suaves bucles dorados, acariciándole los hombros hasta caer por su espalda. Desistió el intento de arreglar su pelo cuando advirtió que, justo en la acera de enfrente, había lo que parecía un lujoso local del que le era imposible leer el cartel por el clima, pero las luces que lo adornaban parecían querer llamarla para que se adentrara en él. Así que no lo pensó dos veces cuando cruzó la calle y decidia giró el pomo de la puerta para adentrarse en el local, pero creyendo que se trataría de algún lujoso y acogedor restaurante, se quedó repentinamente confusa y perdida al no poder identificar el lugar en el que había adentrado. En él el ambiente era tranquilo, como en un restaurante, salvo que la gente hablaba más bien en susurros, y un extraño aroma formado por lo que parecía ser una mezcla de perfumes, tabaco y alcohol inundaba el local de tal manera que el aire se le antojaba espeso. Se quedó justo en la entrada, con la extraña sensación de que sus pies habían echado raíces allí mismo y le impedía dar un solo paso, pero se las apañó para arrastrarlos hacia un lado para no impedir la entrada de futuros clientes, pegando la espalda a la pared.
Y tras aquellos breves minutos de reconocimiento del lugar, la lógica llegó a ella como una jarra de agua fría: aquello era un prostíbulo. Aspiró profundamente para relajarse y poder pensar rápidamente en una solución, pues empezaba a pensar que sería más adecuado permanecer bajo la lluvia el tiempo que fuera necesario antes que permanecer mucho rato allí, total, ya estaba calada hasta los huesos, ya más no podía mojarse.
Y aquella noche, como las otras tres anteriores, había perdido la noción del tiempo y la orientación al intentar en vano encontrar a la mujer que creía necesitar para que le enseñara la verdadera magia; aquella con la que podría dañar físicamente y causar dolor tanto físico como psicológico, una magia muy distinta a la que su padre le había enseñado hasta el momento que se resumían a simples e inocentes hechizos como cambiar el color de los objetos, acelerar el crecimiento de las plantas…
Aceleró el paso al percibir que la calle a la que había ido a parar se encontraba apenas vacía, solo unos pocos viandantes seguían su camino por la otra acera que había paralela a la que ella se encontraba. Ladeó la cabeza con la intención de averiguar si había alguien detrás de ella, pues odiaba saber que tenía gente detrás le daba mucha inseguridad, y en ese momento, las campanas de la iglesia más cercana retumbaron en sus oídos, mezclándose con los el rítmico compás de sus tacones chocando contra las irregulares piedra que cubrían el suelo.
Había podido contar un total de once campanadas, número que la alarmó, no solo porque no era conveniente que ninguna mujer de su edad anduviera sola por la calle a esas horas, sinó porque no tenía ni remota idea de dónde se encontraba. A su agobio interno por no saber cómo volver a casa se unió el sentir que empezaba a llover, al principio parecía que iba a quedarse en unas tímidas y pequeñas gotas que pronto menguarían, pero ocurrió todo lo contrario y pronto aquellas gotas se hicieron más seguidas, hasta el punto que ya ni podía escuchar sus propios pasos ni poder percibir apenas que tenía frente a ella a causa de la espesa cortina de agua que se abría a su alrededor.
Soltó un gemido de pura frustración deteniéndose en medio de la calle, buscando a su alrededor algún lugar donde poder resguardarse de la lluvia mientras inútilmente intentaba retirarse el pelo que se le había pegado alrededor de su rostro, el que anteriormente caía en suaves bucles dorados, acariciándole los hombros hasta caer por su espalda. Desistió el intento de arreglar su pelo cuando advirtió que, justo en la acera de enfrente, había lo que parecía un lujoso local del que le era imposible leer el cartel por el clima, pero las luces que lo adornaban parecían querer llamarla para que se adentrara en él. Así que no lo pensó dos veces cuando cruzó la calle y decidia giró el pomo de la puerta para adentrarse en el local, pero creyendo que se trataría de algún lujoso y acogedor restaurante, se quedó repentinamente confusa y perdida al no poder identificar el lugar en el que había adentrado. En él el ambiente era tranquilo, como en un restaurante, salvo que la gente hablaba más bien en susurros, y un extraño aroma formado por lo que parecía ser una mezcla de perfumes, tabaco y alcohol inundaba el local de tal manera que el aire se le antojaba espeso. Se quedó justo en la entrada, con la extraña sensación de que sus pies habían echado raíces allí mismo y le impedía dar un solo paso, pero se las apañó para arrastrarlos hacia un lado para no impedir la entrada de futuros clientes, pegando la espalda a la pared.
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Adonia Loughty- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/04/2012
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