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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yann Tiersen Mar Mayo 15, 2012 11:13 pm


Miré hacia mí alrededor intentando ubicarme. Todo daba vueltas a mi cabeza pese a que mis pies se encontraban firmes en el suelo. No sabía si era por causa natural o simplemente me encontraba mareado debido a alguna intensa jaqueca. Lo cierto era que todo estaba muy confuso, inclusive mi apariencia, la cual se veía rejuvenecida, como si tuviese unos cuantos años menos y recién hubiese obtenido mi tan distinguido y preciado diploma de Arquitecto.

No sabía a ciencia cierta en donde estaba. El escenario se manifestaba absolutamente impreciso, lo cual dificultaba identificarlo completamente. Podía sentir que me rodeaban varias personas al mismo tiempo que todas y cada una de ellas clavaba sus miradas en la mía. Sentía desconfianza y a la vez desentendimiento por aquella situación pero no podía moverme, por alguna extraña razón mis movimientos estaban sellados. La respiración de aquellos sujetos cada vez era más cercana y su aliento me hacía recordar al tétrico aroma sanguíneo. Sin embargo, no era miedo lo que se presentaba en mi interior, sino más bien una retorcida curiosidad. Intenté emitir alguna palabra pero fue totalmente en vano; yo podía oír mi voz pero para los demás, la misma parecía perderse en un abismo donde se encerraba sin la posibilidad de producir sonido alguno. Fuera de lo que parecía ser una habitación, podía escuchar como una tormenta eléctrica producía constantes choques contra la ventana, anunciando con seguridad la aparición de relámpagos que pronto estallarían en truenos y me ayudarían con su luminosidad a observar de una mejor forma el panorama. Cuando por fin sucedió, pude verlos con certeza. Mi padre, mi madre, mi hermana y mi hermano eran quienes me encerraban, luciendo deformaciones en sus cuerpos, agigantados y peludos como también en sus rostros, donde dos grandes colmillos dejaban caer notorios finos hilos de sangre que creaban un grueso charco en el suelo; tales características no eran otras que las comunes de los llamados licántropos.

Aquello era algo que no podía aceptar, mi familia había muerto hacía muchos años y por más que aquella imagen fuese tan real como aterradora, mi racionalidad me obligaba a no creerlo. Parpadeé varias veces intentando despertar, concluyendo en que aquello no era más que un sueño pero todo seguía allí, en su sitio. Mi cuerpo seguía inmóvil y mi voz ahogada, definitivamente sentía mucha impotencia. Confronté sus miradas mientras sentía un penetrante dolor interno al tiempo que comenzaban a reírse a carcajadas pero pronto todo acabó. La oscuridad se convirtió en luz y las risas en silencio. Me hallaba en la misma habitación, solo, pero ya no llovía, por el contrario. Todo parecía estar en orden y para mi mayor satisfacción, podía moverme con total libertad. Accedí a dar un paso pero algo me detuvo; a mis pies y desparramados estaban mis padres y mi hermana, muertos. Nuevamente la confusión volvió a mí automáticamente que me observé en el espejo: era un licántropo más, envuelto en pelo y masticando sangre humana. En la entrada de la habitación, mi hermano aplaudía la escena, como si estuviese orgulloso ¿acaso bromeaba? Definitivamente era algo que escapaba a mi comprensión. Todo se apagó de golpe.

Desperté agitado. Mi pijama se encontraba empapado en sudor y toda sábana o frazada desplazada al suelo. Un sueño más de aquel estilo que se sumaba a la frecuencia habitual con que los tenía desde la desaparición física de mis familiares. Éste, sin embargo, permanecía en una desesperante incógnita para mi conocimiento, por más que lo pensaba, no descubría su significado. Fue entonces que recordé una antigua conversación…

Meses atrás un íntimo amigo me había comentado en privacía, sobre la peculiar historia de una gitana y su relación con estas criaturas sobrenaturales. Me dejó en claro que ella podía tener información que me sería útil y me recomendó vincularme de alguna forma con ella para obtener avances en mi investigación personal. Asumiéndome desconfiado, no era de mi interés que demasiadas personas supiesen de mis curiosidades, pues eso podría ser negativo para mi vida social, por lo que nunca la contacté. Quizás era el momento adecuado, quizás aquel sueño era una señal para impulsarme a plantearme un desafío mayor.

De todos modos lo medité el resto del día, no quería apresurarme, mucho menos cometer errores. Cuando estaba a punto de comenzar a oscurecer, me vestí cómodamente y con ropa sencilla, la cual muchas veces usaba como cazador por su soltura y movilidad.

- ¡Sebastian! - Llamé en voz alta - Dile a Beau que saldré ésta tarde, por favor - adjunté cuando mi mayordomo hizo acto de presencia a mi lado, servicialmente. Desapareció con el mismo silencio que había aparecido, acatando como es debido sin siquiera ofrecer opinión; él sabía perfectamente que no debía tenerme en un altar como para recurrir a respuestas vacías de contenido que engrandecían a los típicos adinerados de alta clase.

La brisa nocturna se presentaba plenamente refrescante, observé desde el carruaje como comenzábamos a dejar atrás los límites de la ciudad y entrábamos en territorios gitanos.

- Detente aquí, Beau; seguiré solo - le expuse inmediatamente al chofer, descendiendo del mismo mientras adjuntaba - Ya puedes volver, no es necesario que me esperes - a medida que me alejaba del mismo. No podía exponer mi identidad ni mi status en aquel lugar, podían tomarlo como una manoseada.

Pude ver el colorido y la alegría por doquier, escuchando música y frenéticos cánticos desde diferentes ángulos. Un número que no podía especificar de carpas y carromatos engalanaba la imagen, la cual estaba atestada de peculiares personajes que hablaban con júbilo.

Envuelto con una capa, caminé tranquilamente mientras seguía apreciando los alrededores. Los niños dejaban de correr de un lado a otro, descalzos pero felices, para emprender la retirada, pues caía la noche aceleradamente.

Observé a lo lejos una pequeña carpa roja que se encontraba distanciada de las demás. En su cúspide, una salamandra dibujada en un pañuelo se ondeaba al compás del aire. Me acerqué silenciosamente y detuve mi andar. Aquella coincidía perfectamente con la descripción que había obtenido. Desconocía a lo que me exponía y no sabía con que me iba a encontrar, pero ¿acaso debía volver sobre mis pasos?

Golpeé las palmas una, dos y hasta tres veces, esperando dar por enterada mi llegada. Automáticamente escuché un par de ladridos cercanos, lo que hizo aumentar el misterio que se sentía. Oculté mi rostro tras la oscuridad que proyectaba la capucha y escondí una de mis manos, sujetando con firmeza una diminuta pero afilada daga que residía escondida. Ella no sabía de mi visita, ¿cómo reaccionaría? ¿Cómo me daría a conocer? Aquellas preguntas asomaron mi mente, pero ya era tarde, pronto obtendría cada respuesta como puñalada del destino.

Yann Tiersen


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Mensaje por Talena Valjean Miér Mayo 16, 2012 2:51 am

El frío del invierno parecía menguar poco a poco conforme se sucedían las semanas. Apenas dos días atrás, las nubes descargaron sus aguas sobre Paris echando a perder la función de los gitanos, que sin embargo aquella mañana estaban extrañamente agitados e hiperactivos. Sus razones tenían, razones que yo misma conocía y entendía pese a no compartirlas, al menos no en la misma medida que ellos. La noche siguiente a la que acontecería sería luna llena y era bien sabido que los zíngaros podían llegar a ser extremadamente supersticiosos. Cuando se pusiese el sol y todas las familias estuviesen reunidas en el campamento, una de las ancianas encendería con sus nietos una hoguera grande y acojedora en torno a la cual se sentarían todos los que quisieran participar en aquella curiosa representación. No era nada religioso, ni tampoco necesariamente un ritual. Pero a los niños les gustaba y divertía, mientras que a sus abuelas les tranquilizaba la perspectiva de mantener a los demonios lejos de sus tiendas. Y es que aquella noche rendirían culto a los lobos, aquellas bestias que se apoderarían del cuerpo de los humanos que una vez, tiempo atrás, fueran mordidos y condenados por la misma maldición. Hasta entonces nunca había creído en semejantes supersticiones... Hasta que la leyenda cobró vida frente a mis ojos.

Dos semanas atrás, en el cementerio. Desatendí las advertencias de mis iguales y me escapé para visitar sola el panteón de mi familia paterna. Aún conservaba una copia de la llave. Solo faltaba rezar por que la cerradura no se hubiese oxidado y no hubiese nadie presente. Dianne era una proscrita y Talena una gitana sin voz ni voto. En ninguna de mis identidades me aseguraba salir airosa si algún Inquisidor o miembro de mi propia familia me delataba. Pero me preocupaba más lo segundo. Aunque la reacción estuviese justificada por la creencia de que verdaderamente fuese una bruja, me habría dolido ese tipo de traición muchísimo más que la perspectiva de volver a ser torturada por un "hombre santo", como ellos mismos se consideraban. Busqué evadir el peligro, pero el peligro me encontró a mí. Tenía cuerpo de hombre y carecía de vida tanto como cualquiera de los cadáveres que contenían aquellas tumbas. Si hubiera estado más atenta a él en lugar de en mí misma, quizá me habría percatado a tiempo de que aquel hombre de rasgos finos y seductores no respiraba, que su pecho permanecía inmóvil y sus ojos desprendían el peligro de cualquiera de los fuegos del infierno. Si hubiera estado atenta, habría sabido ver que la sonrisa que se escondía bajo la capucha de aquella capa roja no era de seguridad, sino de diversión. La sonrisa del depredador que acecha a su presa una vez la ha encontrado. Si no hubiera sido por Nereza, aquella vampira que decía pertener a la Inquisición, no seguiría en pie por mérito propio, y mucho menos con el corazón bombeando sangre. ¿Pero por qué una inquisidora le salvaría la vida a una gitana? ¿Desde cuándo las mujeres y los seres inmortales formaban parte de dicha organización religiosa? Reconozco que por aquel entonces tenía poca conciencia de cómo funcionaban internamente, pero ambos factores me habían pillado igualmente por sorpresa.

Una mano sobre mi hombro me hizo saltar y ponerme alerta. Jared se preocupó por mí y me preguntó qué ocurría, por qué estaba tan extraña últimamente. No supe qué responderle. Decirle a un gitano que había visto con mis propios ojos, no a uno, sino a dos vampiros, sería reanimar y hacer realidad sus peores miedos. La inseguridad se extendería en el campamento y serían pocos los que seguirían llevando su vida con normalidad ante la perspectiva de que una de aquellas criaturas cruzase la entrada de su carpa y secuestrase a sus hijos. Vivían en casas de lona y ruedas, no de priedra o madera. No tenían nada que les asegurase su seguridad. Un nombre acudió a mi mente, pero lo descarté casi de inmediato. Emhyr, aquel licántropo que me acorralase meses atrás tras una de mis funciones, parecía haber desaparecido de la faz de la tierra. Lo vi con su cuerpo humano, con su piel morena proyectando los rayos del sol, el pelo negro alborotado y sus labios curvados en una mueca escéptica. Pero fueron sus ojos los que me llamaron la atención. Tenían el mismo salvajismo que los de Alexandrai, el vampiro. Pero mientras los de éste último eran fríos como la cúspide de un iceberg que no muestra ni la mitad de su peligro en aguas calmadas, los de Emhyr ardían con la bestia que yacía en su interior. Me parecieron opuestos y al mismo tiempo semejantes, y me pregunté si la existencia de ambas razas no estaría fundamentada la una por la otra.

Por fin anocheció. Las ancianas no tardaron en encender la hoguera que prometieran durante toda la mañana y sonreí cuando vi que los niños empezaban a correr como locos de un lado a otro. Me divirtió aquella imagen, pero era plenamente consciente de que no me sentía capaz de disfrutar de la fiesta mientras la sombra de Alexandrai y la preocupación por la desaparición de Emhyr permanecieran latentes en mi cabeza. Me levanté del carromato donde había permanecido los últimos quince minutos sentada y me acerqué hasta el fuego. Algunos de los niños aplaudieron al verme acercarme. "¡La Salamandra!" exclamaban algunos. "¡Baila para nosotros, caminante del fuego!", me sonrió una anciana. Y yo recordé el episodio que me había granjeado tanto el mote como la fama que ahora predicaban.

Años atrás, un niño quedó atrapadado detro de una casa en llamas. Nadie se había atrevido a sacarlo de allí, pero los llantos del chico penetraron en mi alma y me reconcomieron las entrañas. Supe que no sería capaz de, simplemente, darle la espalda y alejarme como si no hubiera otra opción. Corrí, corrí ignorando las advertencias, y entré en la casa. El fuego golpeó y quemó mi piel igual que lo habría hecho la fuerza de un látigo, dejándome cicatrices en la espalda, los hombros o los muslos. Conseguí sacar al niño a ese precio, aunque no fuese nada comparado con la perspectiva de haber muerto ambos en aquella casa. Desde entonces, los zíngaros que viajaban conmigo me llamaban "La Salamandra" y solían hacer bromas como aquella sobre una supuesta inmunidad al fuego, muy a pesar de que en mi cuerpo estuviese grabado lo contrario.

Acepté que me tendiesen dos cuencos de sopa caliente. Pese a haber hecho buen tiempo, las noches invernales de Paris seguían siendo crueles para quienes vivíamos a la interperie. Me despedí de ellos, saludé a unos cuantos mientras me encaminaba a mi tienda y entré sonriendo a la mujer que permanecía sentada en un extremo.

-Yaya... -la llamé alegremente mientras me arrodillaba a su lado-. Te traigo una sopita riquísima. Bébetela antes de que se enfríe, ¿sí?

No era realmente mi abuela, pero la quería como tal, y ella me trataba a mí como si realmente fuese la nieta que nunca tuvo. Solo había tenido hijos y nietos varones, siendo ahora la mayoría unos hombres con sus propias familias. El más pequeño de ellos aún era un niño de siete años, pero su forma de ser, por costumbre, era más acorde a la de un adulto. La anciana dejó de lado lo que cosía, que no pude ver por estar más distraída sosteniendo los dos cuencos sin quemarme, y tomó uno de ellos agradeciéndomelo por lo bajo. Yo dejé el mío sobre el suelo mientras me desprendía de la chaquetilla torera que me abrigaba. Me estremecí cuando la brisa se coló por la camisa blanca de lino y respiré hondo ante la presión del corsé. Como llevaba pantalones, me senté descuidadamente en el suelo con las piernas cruzadas y comencé a dar buena cuenta de la sopa que habían preparado mis vecinas. Pero no hube dado dos sorbos cuando tres palmadas junto a mi carpa me hicieron levantar la cabeza. Veía entrecordada la silueta de un hombre, o eso deduje por su tamaño y el ancho de lo que parecían sus hombros, e incluso creí poder asegurar percibir el murmullo de desaprobación de los gitanos más cercanos a mi carpa. Hice una seña a la anciana que vivía conmigo de que no hiciera nada y dejé mi cuenco cerca de ella. Me puse en pie y me acerqué a la entrada descorriendo lentamente las telas. Mis ojos negros dieron de pronto con la figura de tan extraño visitante, que automáticamente me hizo ponerme en guardia.

-¿Puedo ayudarle en algo? -pregunté lo más cordialmente que pude.


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Mensaje por Yann Tiersen Vie Mayo 18, 2012 9:37 pm


El lapso entre el eco de mis aplausos y el momento en el que me recibían, se hizo eterno. No era necesario volver la cabeza para sentir como innumerables miradas se clavaban como estacas en mi figura. Podía oír como un murmullo de desaprobación surgía incesantemente y tomaba mayor notoriedad a medida que avanzan los segundos. Sin duda, me hallaba en un lugar donde no era bienvenido.

Claro que no era una sorpresa, a fin de cuentas, estar cubierto por una capa que ocultase mi identidad, era justamente para no levantar molestias; los gitanos eran grupos muy unidos y acostumbraban actuar y vestirse como su costumbre les marcaba, sabían perfectamente cuando una persona no encajaba con ellos y tenían, a causa de su continúa persecución, los sentidos en constante alerta en base al miedo de ser encerrados. Yo no manifestaba amenaza alguna para ellos, dado que los respetaba como a cualquier otro ser humano, sin embargo, esta ideología era propia pero desconocida a su percepción, y por consiguiente era un blanco fácil a sus intenciones.

De todos modos, me mantuve inmóvil pero atento. Francamente, no creía que fuesen a atacarme sin yo haberles provocado intimidación alguna. Sujeté con mayor firmeza la daga debajo del oscuro manto y aguardé.

Fue entonces que la sombra de una figura se agigantó más allá de la tela que antecedía el interior de la carpa, mostrando desproporcionalmente su tamaño. Cuando por fin fue removida, una delgada joven apareció ante mis ojos, siendo parcialmente iluminada por las fogatas cercanas. Su delicada piel blanca contrastaba perfectamente con el rojizo de su cabello, el cual caía sobre su pecho y cara dándole una asombrosa pero extraña imagen.

- Lamento molestarla, estoy en busca de “La Salamandra” – respondí en voz baja acorde escuché sus palabras. Aquel seudónimo era con lo único que contaba.

Desprovisto de peligros, solté lentamente el arma que yacía entre mis dedos y acomodé brevemente la capucha que me cubría, permitiéndole ver mi rostro de forma completa aunque aún oculto hacia cualquier otra persona que pudiese estar mirándonos. En negro de sus ojos me hizo percibir que nos separaba mucho más que una espacio físico, y que si mi objetivo era entablar en forma privada palabras con ella, debía ofrecerle más que una vana presentación.

- No es mi intención incomodarla, pero un viejo amigo me habló de ella y necesitaría que conversásemos - adjunté educadamente.

- Puede ser aquí o donde mejor crea conveniente - finalicé, manteniendo en mi voz una sincera y tranquila tonalidad con el objetivo de generar en ella cierta confianza, anticipándome y accediendo de antemano a lo que pudiese presentarse.

Había arribado de noche y sin aviso en territorio gitano, envuelto en una sombría túnica que impedía que me viesen con claridad y había sido partícipe de habladurías por lo bajo que no engrandecían mi visita, definitivamente mi suerte en aquel lugar dependía únicamente de su respuesta. Y no por el daño que pudiese recibir, no era ese el miedo, como Cazador contaba con todos los recursos necesarios para no caer en ese tipo de temores; volverme con las manos vacías después de haberme decidido avanzar con mi investigación sería un fracaso personal y eso si era devastador.

El riesgo que corría no era nada comparado a los beneficios que anhelaba conseguir, aquella noche obtendría lo que buscaba, sea como sea.

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Mensaje por Talena Valjean Sáb Mayo 19, 2012 9:04 am

Mis temores fueron confirmados, aunque no hacía falta tener muchas luces para deducir que si un extraño se acercaba a mi tienda, sería sin duda para verme a mí. La anciana que me acompañaba apenas salía del campamento zíngaro y la rara vez que accedía a hacerlo no hablaba con nadie por seguridad. Cerré la boca y tagué saliva con disimulo. No sabía qué quería, ni tampoco si me interesaba realmente averiguarlo. Aquel rostro en sombras me ponía de los nervios, pero su voz sonaba normal. O todo lo normal que sonaría una voz humana. Busqué cualquier rastro de peligro sin obtener nada. Él seguía en su lugar y yo en el mío, sin una pizca de hipnotismo o cualquier otro embrujo sobrenatural. Entonces, como si hubiese podido acceder a mi mente para leer mis inquietudes, el desconocido alzó las manos y se reacomodó la capucha sobre la cabeza. Seguía puesta, pero las sombras retrocedieron permitiéndome observar mejor su cara. Mi instinto me llevó a clavar mis ojos en los suyos y escrutarlos todo cuanto pude, sin pudores ni florituras sociales. Quise introducirme en ellos y hasta exigirles saber si la razón que lo trajo a mi carpa era para bien o para mal. Pero me contenté con suspirar aliviada cuando advertí que sus iris azules -o verdes, no pude asegurarlo- carecían del brillo salvaje que poseían los de Alexandrai.

-Señor... -retrocedí un poco e incluso me cubrí tontamente con la lona que ejercía de puerta, como si eso fuera a protegerme de cualquier ataque.

Giré un momento la cabeza y observé a la yaya. Seguía sentada en su sitio y con el cuenco de sopa entre las manos, pero no lo probaba. Tenía sus ojos castaños puestos en mí y en la sombra que se intuía al otro lado. Estaba alerta y con los labios tan apretados como para remarcar las arrugas que surcaban su rostro. Asustada y alerta como cualquier madre y abuela del mundo. No le había contado lo que pasó con Alexandrai hasta días después de la noche del accidente, cuando logró sonsacármelo. La noche anterior, durante una pesadilla, nombré al vampiro en más de una ocasión. Ella se había temido lo peor, algo más grave de lo que era realmente -o al menos para una mujer-, así que le conté la historia del cementerio para que dejase de hacerse ideas falsas. Era supersticiosa y me creyó, pero también me juró que no se lo contaría a nadie a cambio de que yo me mantuviese lejos del vampiro. Como si pudiera impedirle que se acercara a mí cuando le viniese en gana.

-A riesgo de sonar maleducada -empecé a decir volviendo la vista al recién llegado-, no son horas de visitar a una mujer, señor. Ni tampoco el lugar. Si quiere ver a la Salamandra, deberá esperar a que amanezca.

Alcé la barbilla con cierta arrogancia, como si el gesto fuera a escudar mis palabras. No sabía quién estaba frente a mí, ni por qué quería verme. El desconcierto solo fue a mayor cuando él aseguró que alguien le había hablado de mí. Fruncí el ceño. No tenía idea de quién podía ser. Hombres que considerase cercanos solo tenía a los gitanos. Se me ocurrió que quizá pudo ser Basile quien me mencionase, pero no recordaba que el boticario hubiese nombrado a nadie que se asemejase a la persona que tenía delante. Quizá alguien que viniera al circo y me viese hubiera pensado que ofrecía otro tipo de servicios más... Personales. La sola idea me asqueó y me hizo apretar los labios en un gesto severo y taciturno.

-Si es urgente puede dejar el recado -añadí después tratando de sonar cordial-, prometo dárselo en cuanto la vea.


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Mensaje por Yann Tiersen Sáb Mayo 19, 2012 10:03 pm


La noche iba volviéndose aún más oscura. Guiado por mis instintos, había emprendido aquel viaje con más contras que ventajas y cada segundo que pasaba, no era más que el demostrativo de que el peso de la balanza se inclinaba, desmesuradamente, hacia el lado contrario a mis intereses.

Pude ver en la profundidad de sus ojos negros que mis intentos por eliminar toda incomodidad o temor, habían fracasado. Sus palabras solo confirmaron la desconfianza para con mi persona. Sentí impotencia cuando vi como retrocedía, haya sido a causa del miedo o solo un reflejo involuntario, carecía de importancia.

Permanecí inmóvil, observándola. Escuché atentamente cada palabra que sobrepasó sus labios y atendí a todos y cada uno de sus movimientos. No lograba ver más allá, pero me dio la sensación de que no estaba sola y en ese momento supuse que quizás, ese era el obstáculo que nos separaba.

- Sé que no es un buen horario, pero algunos asuntos no pueden esperar hasta mañana - respondí con calma, aferrándome a la posibilidad de despertar su curiosidad por lo serio del contenido.

¿Acaso debía retroceder e irme sin más? Volver sobre mis pasos sería borrar con el codo lo escrito por la mano. Era una característica innata en mí el no dejar de intentar cuando a un paso se encontraba mi objetivo. Era demasiado firme y decidido como para cruzarme de brazos y aceptar la negativa.

- No represento amenaza alguna para ella ni para ustedes - agregué, haciendo propia su desvinculación con La Salamandra, pero sin creerlo con certeza.

- Muy por el contrario - aquellos vocablos fueron acompañados por un leve movimiento de mi capa, la cual se suspendió en el aire por detrás de mí, impulsada por una ráfaga de aire nocturno que parecía comenzar a aumentar de forma gradual su intensidad y ferocidad. El invierno en Paris se hacía sentir mucho más por las noches.

- Pero, no quisiera seguir causando molestias - adjunté educadamente. La manipulación psicológica era un don que poseía desde pequeño, quizás aquel era el momento justo para evidenciarlo. Debía actuar de forma calculadora y fría para sortear la embarazosa situación.

- Supongo que su protección no tiene prisa - finalicé con claros dejos de preocupación, como si supiese mucho más de la mujer buscada que lo que ella misma pudiese advertir y dejando entrever que yo representaba simbólicamente más defensa que ataque.

Apoyé mi mano derecha sobre mi pecho y ejecuté una breve reverencia, despidiéndome como un caballero. Acomodé nuevamente la capucha que me ocultaba y giré ciento ochenta grados para darle la espalda y comenzar un lento caminar en dirección opuesta a la que estaba. No levanté ni por un segundo la visión, por lo que desconocía si el mismo número de personas seguían atentos a mi presencia, aunque mi susceptibilidad como Cazador me adelantaba que todo permanecía como en un principio.

Quizás no resultara como esperaba, pero mi confianza me obligaba a aguardar que en los próximos segundos la pelirroja me detuviese; segundos cruciales que, probablemente, serían usados para su reflexión personal sobre lo anteriormente escuchado y acontecido.


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Mensaje por Talena Valjean Miér Mayo 23, 2012 4:13 am

OFF: Mil disculpas por la tardanza

Tanta insistencia me ponía los pelos de puntos al no sentirme capaz de facilitar ni un solo voto de confianza a nadie que no estuviera en mi círculo de allegados. Tragué saliva y quise dejar correr la despedida del desconocido que nada bueno podría aportarme en esa situación. Él se dio la vuelta y se alejó, pero por un momento me dio la sensación de que me daba la oportunidad de detenerle. El miedo me paralizó de la misma forma que lo hizo cuando Nereza y Alexandrai hicieron aparecer sus colmillos de depredadores. Quise moverme, pero, anclados mis pies en tierra amiga, el resto de mi cuerpo parecía obedecer sumisamente a la necesidad ahogada de permanecer a salvo. La lona cerró la entrada a la carpa y yo dejé caer mis brazos a cada lado de mi cuerpo. El silencio que siguió a aquella muda despedida aparentemente desinteresada por ambas partes se me antojó tedioso y pesado. Estaba hastiada conmigo misma con mi cobardía. Nunca había demostrado aquella debilidad por nadie, ni siquiera cuando los Inquisidores me apresaron. No entendía por qué la llegada de ese hombre me sacudía internamente con la violencia de una estampida. El carraspeo de la yaya me hizo volver en mí y darme cuenta de que en algún momento de la conversación se hubo acercado y posicionado a mi lado.

-¿Se ha ido? -me preguntó inocentemente.

-Eso parece -respondí yo sin muchas ganas de corroborarlo.

-¿Y tú querías que se fuera?

La miré con la misma confusión que una niña pequeña mira a su abuela cuando esta le hace una pregunta trascendental cuya respuesta sabe que debería conocer y sin embargo no es capaz de verla. Pero la anciana sonrió y alzó una mano surcada de arrugas e historias pasadas. Me acarició la mejilla y esperó a que yo me hube relajado para proseguir.

-Eres una proscrita -me dijo-, pero viniste con un objetivo que sabes que no verás cumplido. Creíste poder encontrar a tu madre y te diste de bruces al saber que estaba muerta. Desde entonces te has ido apagando y marchitando poco a poco. Has vuelto a ser la viuda que era, y solo cuando te has permitido el lujo de ir a la ciudad para visitar al hombre del bosque has vuelto a la vida.

A la condenada no se le escapaba nada. Sin necesidad de decirle abiertamente que había hecho amistad con Basile, ella ya lo sabía. Aunque supuse que era normal que así fuera, dado que hasta el momento era el único amigo que hacía dentro de la sociedad parisina. El resto eran o bien enemigos o bien simples conocidos de los que sacar provecho. Pero si bien seguía perdida en sus intenciones, comenzaba a tener una ligera sospecha de lo que quería decirme.

-Tu corazón está resentido y lleno de odio y rencor -prosiguió logrando que me estremeciera al pensarlo y ver que llevaba razón-. No te vas a librar de eso hasta que sepas qué fue lo que pasó. Por eso te apagas, porque necesitas un objetivo en tu vida y el único que se te presenta no te atreves a seguirlo por miedo. ¿Pero tienes miedo a ser la víctima o a enfrentarte a ti misma?

Touché. Helada y anonadada me hallaba allí, plantada como una estúpida en mitad de la carpa mientras ella se alejaba. Mi yaya, mi propia abuela me lanzaba tras un desconocido que dejaba caer que sabía de mí y el peligro que corría o había corrido recientemente. Y me di cuenta de que llevaba razón. Podía hablar con la verdad o simplemente querer aprovecharse de mí, pero en ninguno de los dos casos sabría la respuesta rezagándome. No lo dudé mucho más. Mi cuerpo se movió por sí solo. Mi brazo se estiró y cogió la torera, que me coloqué de forma descuidada y sin remilgos. Un cuchillo de caza terminó en un cinturón sobre mis caderas, haciéndole compañía una espada maltrecha que ni siquiera me pertenecía por derecho, sino a un Inquisidor al que recientemente se la había robado tras atacarme en un callejón. Mis nociones de esgrima o combate cuerpo a cuerpo eran las justas y necesarias para sobrevivir en una trifulca y que muy generosamente Marcos, un conde español, y Olaria, una ladrona de las calles, me habían enseñado con tiempo y paciencia durante mi exilio. Pero aunque fuera a perder y solo tuviera una remota posibilidad de salir airosa si me atacaba, la aprovecharía sin dudarlo. La capa terminó sobre mis hombros gracias a la yaya, y yo completé el gesto acariciándole las manos, poniéndome después los guantes y saliendo de la carpa con una despedida muda. Pretendía volver y hacerlo con todos mis miembros en su sitio, a ser posible.

Encontré al desconocido aún en los límites del campamento gitano. Oí murmullos y advertencias a mi paso cuando mis hermanos de raza percibieron el fulgor rojizo de mi pelo al moverme, pero a todos ellos los ignoré. Necesitaba respuestas y ese hombre aseguraba quedamente poder dármelas. No me atreví a tocarlo, sino que seguí tras él hasta detenerme y alzar la voz:

-Mi protección no corre prisa -proclamé con voz firme y autoritaria-, pero tampoco su deseo de dejar atrás estos parajes si he conseguido darle alcance tan pronto.

Me atreví a dar dos pasos más. Seguíamos a una distancia prudencial marcada por mí misma y por ese aura de soledad y misterio que rodeaba a mi visitante.

-Yo soy a la que llaman la Salamandra.


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Mensaje por Yann Tiersen Jue Mayo 24, 2012 8:09 pm

Fue un duro golpe a mi integridad el hecho de seguir caminando sin que aquella mujer me detuviese. Por más que forzara mis pasos a moverse con una lentitud que ya se hacía evidente, el paso del tiempo atentaba contra ellos y les marcaba un trecho cada vez mayor. A mi paso, pude comprobar con molestia como una cantidad considerable de gitanos seguían mi recorrido con su mirada, murmurando entre ellos por lo bajo e incluso desaprobándome con muecas y gestos. Claro que comprendía la coraza imaginaria que habían creado, impuesta a causa de las terribles persecuciones y detenciones sin motivo a las que eran expuestos y también victimados, pero el no haber conseguido lo buscado transgredía directamente contra mi confianza y me hundía en una impotencia que ya de por si, me afectaba.

Poco a poco, las distintas carpas desaparecieron a mis costados. El territorio gitano iba quedando atrás y con el, la posibilidad de acercarme, aunque sea mínimamente, al entorno de los licántropos y los vampiros. Junto a ellos, se evaporaba la posible explicación de lo que había sido la masacre de mi familia.

Respiré profundo y tragué saliva. La brisa nocturna era lo único agradable en aquel momento. Decidí tranquilizarme y pensar en que lo sucedido no había sido una caída sino un simple tropiezo. Fue entonces que una sonrisa se dibujó en mi rostro tras escuchar como detrás de mí, una serie de sistemáticos pasos se acercaban y sus cálidas palabras se hacían presente ante mis oídos.

- Es un gusto conocerla entonces, Salamandra - respondí cordialmente mientras giraba mi torso para quedar frente a ella, olvidando todo lo anterior e ingresando por primera vez en las presentaciones.

- Mi nombre es… - sin embargo, justo cuando estaba a punto de identificarme, una aguda percepción hizo que me detuviese, cual relámpago que cruza la mente de uno, advirtiéndolo. Mi oído derecho definitivamente había captado un movimiento entre unos pastizales cercanos, como si alguien estuviese asechándonos.

Instantáneamente, ejecuté una breve seña a la chica para que no hiciese ruido alguno y avancé bruscamente hacia allí. Probablemente, el depredador se sintió descubierto ya que en forma automática, una gran bestia peluda saltó en dirección de la gitana desde su escondite, con su boca totalmente abierta y sobresaliendo de ella, dos enormes colmillos afilados, listos para triturar carne humana. Comprendí entonces el peligro al cual estaban expuestos y el como aquellas bestias aprovechaban su alejamiento del campamento para actuar con mayor facilidad, atacándolos cuando no estuviesen en grupos, lo cual los convertía en presas fáciles y accesibles.

Fue cuestión de una fracción de segundo que me encontrase a un lado de La Salamandra, empuñando hacia adelante una afilada daga de plata, la cual paulatinamente fue incrustándose en el pecho del licántropo, más precisamente en la zona del corazón, quien por la fuerza de su embestida no pudo hacer más que aceptar el destino que estaba a punto de masacrarlo. Un leve crujido se produjo al momento del choque, seguido por un desgarrador aullido, el cual supuse que era de dolor, por parte de aquel quien segundos después, yacía frente a nosotros, desparramado en el suelo, inerte. Me agaché a un lado de él, lentamente, y sequé con frialdad la hoja de mi espada en el animal, tiñendo de sangre parte de su pelo. Mientras lo hacía, di vuelta la cabeza sobre mi hombro para observar a mi compañía ¿cómo se encontraría? Esperaba que no estuviese asustada, puesto que aquel suceso podría arruinar nuestra conversación, o muy por el contrario, quizás su defensa la acercaría mucho más a mi persona. Conjeturas que pronto dejarían de serlo.

- Mi nombre es Yann Tiersen - concluí amistosamente. Podía ser muy frívolo cuando debía pero en cuestiones personales y frente a mis pares, era afectuoso y carismático. Demostraba con creces como podía pasar de ser calculador y absolutamente letal a convertirme en un simple y simpático joven de la sociedad. La muestra de bipolaridad conciente era extraordinaria.

- Soy Cazador y me gustaría brindarle protección, aunque claro -
manifesté entrecortadamente - Necesitaría que usted me brindase información sobre este tipo de criaturas - finalicé en la medida en que me levantaba y me separaba un poco de su persona, para evitar incomodarla. Haberle brindado mi identidad era una muestra de que mis propósitos no podían ser otros que buenos y sinceros.

Cierto era que poseía información pero resultaba ser escasa; esperaba ampliar el espectro de datos con su ayuda. Busqué sus ojos negros para advertir sus emociones, pero el movimiento de su cabello rojizo a causa de la brisa nocturna me entretuvo. Su apariencia me daba mucha curiosidad y sus orbes escondían mucho más de lo que aparentaban. Sin dudas, era como un enigma a descifrar.

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Mensaje por Talena Valjean Sáb Mayo 26, 2012 11:54 am

Las presentaciones me daban igual. Por un momento estuve a punto de rogarle que dejase de andarse con rodeos o de llamarme con el maldito mote que me habían puesto en España y me había perseguido hasta el mismísimo corazón de Francia. Hasta entonces me había gustado, pero la urgencia que sentía por conocer el motivo de la visita de aquel hombre me hacía sentirme más como una condenada lagartija, que como una criatura mítica que saliese indemne del fuego. Me crucé de brazos en un gesto de impaciencia bastante infantil por mi parte, pero poco me importaban las apariencias. No era una señoritinga de esas que hasta para ir a hacer "popó" necesitaban ser recatadas y adorar sus enaguas rosadas. Pero el gusto por conocerme no debió ser muy oportuno, porque cuando fue a decirme su nombre cerró la boca y compuso una expresión que a mí se me antojó cuanto menos extraña. O igual era esa capucha que le ensombrecía la cara y hacía que se viera como si llevase semanas sin hacer de vientre. Fuera como fuese, empecé a mover el pie como si con cada golpe de talón lograse instarlo a ir al grano. Fue entonces que yo misma me detuve y entrecerré los ojos. Una descarga eléctrica, apenas un pequeño ramalazo de energía que sacudió mis entrañas y me revolvió el estómago. Le siguió un escalofrío que trepó por mi espina dorsal hasta dejarme sin aliento. Conocía esa sensación y, si algo me había enseñado la experiencia, era que no desencadenaba en nada bueno cada vez que la tenía. Así que yo, obediente cual niña buena que quisiera conseguir el besito de papá, cerré la boca y me eché hacia atrás esperando a que fuese mi acompañante quien comprobase qué ocurría. Total, si tenía que estirar alguien la pata, valiéndome de la vulgaridad de la expresión, prefería que fuese él y no yo. O al menos que él fuese delante para que yo cayese en blando. Todas aquellas ideas carentes de sentido o educación se fueron al traste en cuanto aquella bestia emergió de la maleza como un huracán. No sabría decir qué me dio más miedo cuando lo vi, si su apariencia lobuna e igualmente mostruosa, o percibir el brillo de inteligencia que se escondía tras sus ojos y que lo delataba como una mente semiconsciente de sus actos. A decir verdad, fue ese brillo lo que me puso en alerta. Mi propia mente desconectó y se quedó en blanco permitiendo que mi cuerpo actuase por instinto y no por la razón. Todo sucedió demasiado deprisa como para que pudiese asimilarlo al cien por cien. Llevé la diestra a la empuñadura de la espada robada al Inquisidor y esta liberó un siseó metálico al abandonar su funda. Mi acompañante hizo un tanto de lo mismo, pero escogió enarbolar un cuchillo que centelleó amenazadoramente bajo la luz de la luna llena. Entonces aquel ser que debiera ser en parte humano se lanzó contra nosotros. El desconocido poseía toda la experiencia de la que yo carecía, pero el coraje por sobrevivir me llevó a plantarle cara a la bestia de la misma forma que él lo hizo. Ambos aceros se hundieron con crueldad en la piel del animal. Su aullido hizo latir mi corazón de forma dolorosa y logró que una parte de mi alma se resquebrajase por compasión hacia aquella vida contra la que habíamos atentado. Pero si bien mi espada había penetrado en una zona vulnerable, me parcaté de que el cuchillo de mi acompañante le hizo más daño, y no precisamente porque hubiese logrado clavárselo con pasmosa precisión justo en el corazón. Su herida humeó con un olor putrefracto que me provocó náuseas y me devolvió a una realidad demasiado espeluznante como para mantenerse en mis esquemas. El olor aumentó, como así lo hicieron mis náuseas, y entonces me di cuenta de que la propia espada robada también emitía aquella humareda desquiciante y asquerosa. Me aparté por instinto y la espada salió, no sin trabajo, del cuerpo de la bestia. El arma cayó al suelo y quedó allí abandonada poco antes de que también lo hiciese el licántropo. De poder definir la expresión que cruzó mi cara cuando mi cerebro volvió a procesar la información, seguramente me habría decantado por decir que era un cuadro abstracto de aturdimiento y consternación. Los recuerdos, las ideas y mis propias conclusiones al respecto bailaban sin ton ni son logrando que mi cabeza fuese una olla a presión a punto de explotar. Mi tez, que ya de por sí era marmórea, palideció de forma enfermiza y alarmante cuando mis ojos se posaron en el cuerpo inerte de la criatura y mi pecho comenzó a subir y bajar aceleradamente. Ni siquiera me moví cuando aquel hombre, Tiersen, se presentó. La verdad es que tardé siquiera en entender lo que me decía, pero cuando lo hice mi respuesta fue bastante ridícula y hasta cierto punto cómica. Giré la cabeza y abrí la boca con la ira desfigurándome aquella expresión de perplejidad. Mi mente era un mundo a parte que, en ese momento, había decidido pagar los platos rotos con el pobre que precisamente no tenía la culpa de nada.

-¿Yann Tiersen? ¿Cazador? ¿Protección? -repetí tontamente encolerizada mientras deshacía la distancia que él había puesto entre nosotros-. ¡¿Pero cómo es capaz de comportarse con esa naturalidad cuando esa cosa ha estado a punto de meternos en una muela?!

Mi dedo índice se clavó inquisitivo en su pecho y mis ojos negros lo fulminaron como si en ellos residiese todo el fuego que aparentaba tener mi pelo. La respuesta a mi pregunta era obvia; estaba acostumbrado a cazar a ese tipo de criaturas, pero mi confusión me hacía incapaz de llegar a semejante conclusión tan pronto. Me crucé de brazos y pegué mi cuerpo al suyo como si aquella invasión del espacio ajeno me otorgase las respuestas que buscaba.

-¿Qué demonios está pasando aquí y qué quiere de mí? -exigí saber casi al punto de pegar mi nariz a la suya-. ¡Y no me venga con eso de protegerme porque no lo veo vistiendo un hábido de monjita de la caridad y nadie hace nada gratis!

Chasqueé la lengua y agité los brazos en el aire. Necesitaba controlar mi temperamento.... Y con urgencia, antes de que arrasase medio campamento gitano en el camino de vuelta a la carpa.

-¡Qué voy a saber yo del bicho ese! -espeté sin preocuparme mucho por los protocolos de educación y comportamiento- Por si no se ha fijado usted, tenía unos dientes muuuy bonitos y muuuuy afilados... ¡Y me quería comer! ¡Como si en vez de una mujer fuera una tortilla humana, físeje! ¡Cómo quiere que sepa de algo así!



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Mensaje por Yann Tiersen Jue Mayo 31, 2012 1:35 am

Debo admitir que en un principio no entendí lo sucedido. Pude verla estupefacta al dar vuelta mi rostro y reanudar un breve diálogo hacia ella, lo cual era entendible por el susto del momento, pero fue hasta segundos después que comprendí lo acontecido. El sonido de aquel cuchillo cayendo al suelo hizo que me percatara de que la pelirroja había confrontado al licántropo junto a mí sin yo darme cuenta. Efectivamente, aquella bestia tenía en su cuerpo la marca de dos perforaciones, que no eran más que simples conductores para que su sangre se esparciera por el suelo y lo tiñera con su oscura y rojiza tonalidad.

El hecho de mi asombro no recaía en prejuicio o desconfianza hacia lo que ella era capaz o no de hacer, sino que se fundaba en el comportamiento tímido que había demostrado desde que nos conocimos, lo cual en ese momento me llevó a dudar de su participación en el ataque.

Sonreí brevemente cuando por mi cabeza volvió a posarse el concepto de enigma para con respecto a la chica. Claramente lo estaba demostrando a medida que avanzaba la noche. Sin embargo, cuando escuché la repetición de mis palabras en su boca, supe que intentaba salir de aquel trance en el que se había enredado, por lo que la hice desaparecer inmediatamente de mi rostro, dejando que la seriedad que me caracterizaba se hiciese notar más que nunca.

- Señorita… - fue el único vocablo que llegué a pronunciar cuando mi pecho fue víctima del choque de su dedo y su presencia se me abalanzo casi de la misma forma en que momentos antes lo había hecho aquel animal que yacía muerto a nuestro costado. Pude sentir como nuestros alientos se mezclaban por la proximidad. Sus ojos se clavaron en los míos y confieso que la profundidad de los mismos me hizo apartar la mirada y sujetar sus brazos con fuerza para evitar que siga presionándome. En ningún momento fui violento ni agresivo pero resultaba obvio que debía calmarla o despertaría al campamento gitano por entero y no solo la tendría a ella encima, sino a muchos más.

- Señorita - repetí intuitivamente al amarrar sus manos con las mías y detenerlas - Cálmese, por favor - pronuncié con firmeza y convicción, cual si fuera una orden - Es de mi conocimiento que usted ha tenido ya experiencias con estas criaturas y la información que tenga me puede ser muy útil - adjunté explicativo, intentando saciar sus dudas - Como le digo, soy Cazador y le propongo protegerla a cambio de su correspondencia en este asunto - proseguí manteniendo el mismo tono de voz no sin antes observar hacia otros ángulos para asegurarme de que nadie nos oyera ni visualizara - Sino quiere creer en lo que digo, me iré ahora mismo… pero ésta noche ha tenido la prueba de que lo que digo es cierto - finalicé de forma seca y convincente.

Fue entonces que solté sus manos, habiendo dicho todo lo que tenía para decir y no dependiendo más de lo que pudiese suceder. Ya había perdido demasiado tiempo en aquel lugar y me estaba exponiendo demasiado. Tenía que controlarla, no podía hacer de aquel asunto algo público y si la pelirroja seguía con aquella histeria, probablemente sucedería. Mi nombre no podía verse inmerso en aquella situación, aquellas palabras serían las últimas que mantendría en tal estado de locura.

De más está decir que comprendía su paranoia pero era momento de centrarse y preocuparse por cosas más importantes que el pasado. Era momento de mirar hacia delante. Así era mi filosofía en cuanto a aquellos acontecimientos, todo debía quedar en una defensa propia. Solo era cuestión de dudar un segundo para ser víctima de aquellos colmillos, una distracción o susto nos hubiera costado la vida y es a causa de eso que en un instante así no hay lugar a sentimentalismos o emociones, más que la cálida idea de sobrevivir.

Quizás lo mejor era partir en ese momento y dejar aquel encuentro en una atípica anécdota. Quizás todo había sido un error y debía enmendarlo antes de que me costase lo que tantos años me había llevado crecer. La Salamandra podía ser inmune al fuego pero no al temor, quizás era aquel el que no permitía compartir su vida y excusarse o desentenderse diciendo que no sabía nada al respecto. Las vacilaciones azotaron mi mente movilizando mis nervios, dado que a esa altura, eran muchas más las dudas que las certezas.
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Mensaje por Talena Valjean Lun Jun 11, 2012 3:39 am

Habría sido tan fácil dar media vuelta y desaparecer sin dar explicaciones, que por un momento la idea me pareció tentadoramente jugosa. Normalmente la proximidad de los hombres me aturdía y molestaba. Entraba más en cólera con su cercanía, que manteniéndome indiferente y frígida ante ellos. Sin embargo esa vez fue diferente. La ira por el miedo a lo desconocido ya se había apoderado de mí hasta tal punto, que ni siquiera fui consciente del momento en que mi aliento se cruzó con el del Cazador. Me sentía un animal salvaje convertido en presa y como tal me revolvía para salvar mi vida. Mis ojos volvieron a clavarse en los suyos y buscar ese brillo salvaje, frío en unos y ardiente en otros, que por lo visto poseían tanto vampiros como licántropos respectivamente. Ya lo había hecho en la tienda bajo la luz del candil, así que quedaba algo estúpido e inseguro por mi parte repetirlo. Pero el miedo mueve más fronteras que el coraje, aunque sea el primero lo que forje a los verdaderos valientes. Las manos de Tiersen aferraron las mías con firmeza sin llegar por ello a hacerme daño. Ese gesto fue lo que me trajo de vuelta a la realidad. Lo que el Cazador proponía era un pacto a fin de cuentas, y como tal merecía ser estudiado. Información a cambio de protección. Me parecía lógico en nuestro caso, pero también demasiado dulce y sencillo como para ser cierto. Toda mi vida huyendo de los prejuicios y de la gente que quería hundirme y ahora me topaba con un buen samaritano que por un chivatazo proponía convertirse en mi perro guardián. Debía de haber una trampa, pero no era capaz de atisbarla en ese momento. Actuar con cautela y alerta permanente. Era lo que siempre hacía y en ese momento me pareció la única mano jugable en aquella partida sombría y extraña.

-Veré qué puedo hacer -respondí con la voz engravecida por la situación.

Tiersen soltó mis manos y aproveché aquello para volver a la calma. Respiré hondo varias veces y me arrepentí de ello otras tantas cuando el olor metálico y nauseabundo de la sangre del hombre lobo sentenciado penetró en cuerpo y volvió a mearme. Mis sentidos fallaron y por un momento me tambaleé con una mano tapotando la boca. Lo último que me faltaba para rematar la noche y pulir mi imagen sería terminar vomitando delante de un desconocido que a saber por qué esferas se movía. Desde luego su ropa no era precisamente la de un mendigo y le daban mil vueltas a las mías, algo de lo que también me había percatado con anterioridad. Abrí los ojos de golpe. Una idea se formó en mi mente y me giré mirando fijamente a mi acompañante. Hablaría, sí, pero entre tanto procuraría obtener mi propio pellizco de información.

-Estás de caza -afirmé lo evidente mientras deshacía la distancia que me separaba del licántropo-. Alguien te ha hablado sobre mí, y no hay muchas personas que sepan que me he visto con estas... Criaturas.

No sabía cómo calificarlas, pero sí a quien culpar. Solo había dos personas aparte de mí misma que sabían de mi encuentro con Alexandrai. La primera y más evidente, la yaya, que me había sonsacado el relato tras varios días de interrogatorio intensivo. La segunda era ni más ni menos que Nereza, la vampira que trabajaba para la Inquisición que me había salvado la vida aún a pesar de ser gitana. Deduje por ello que los inquisidores debían dar parte de sus propias cazas, quizá incluso registrarlas, y que Nereza debió de haber respondido ante un posible superior en una jerarquía bien estructurada. No me imaginaba a la vampira acudiendo a una taberna o cualquier establecimiento parecido para divulgar algo tan serio en medio de una borrachera, desde luego. Es más, tenía pinta de ser reservada y poco habladora. Pensar eso me hizo sentir enferma ante tanta hipocresía. Acusaban a los condenados y a las personas de otra etnia de herejía por el mero hecho de ser diferentes y ahora resultaba que tenían toda una red bien tejida en su propio seno y que la formaban humanos e inmortales por igual.

-Te lo dijo un inquisidor -proseguí exteriorizando mis conjeturas-¿Los Cazadores estáis de parte de la Iglesia?

Le había tuteado sin darme cuenta. Era un acto reflejo al que sucumbía cuando me sentía amenazada. Probablemente en unos minutos, si la respuesta del joven satisfacía mis miedos, volviese a tratarlo de usted y retomase los formalismos. Por ahora solo quería afianzar mis pasos y aquélla era la única forma de conseguirlo.


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Mensaje por Yann Tiersen Miér Jun 27, 2012 5:55 pm

La noche se había vuelto mucho más extraña que en su inicio. Dos sujetos desconocidos, frente a frente, siendo separados únicamente por el tétrico cuerpo de un licántropo mortalmente enjuiciado por sus impulsos depredadores y una propuesta que podría enlazarlos con fortaleza e ímpetu. Una imagen exquisita, perfectamente armada para generar el misterio y la emoción que cualquier amante del suspenso y el misterio soñaría presenciar en vivo y en directo.

El silencio se extendía entre ambos y los sumergía poco a poco en una esfera casi espiritual, donde la psicología de cada uno jugaría un papel fundamental. La sospecha, el miedo, la incertidumbre, la cobardía e incluso el salvajismo hacían gala de presencia en aquel paraje, donde las sensaciones y los sentimientos estaban a flor de piel y se podía avistar como sus mentes y sus corazones se aceleraban descomunalmente cada segundo. Más allá de todo y en contraparte, podía sentirse una inmensa tranquilidad abordar el escenario. ¿Acaso significaba la tranquilidad que antecede a la tempestad?

Mi propuesta estaba hecha y puesta en conocimiento de aquella mujer. Ya no dependía de mi lo que sucediese, mi parte estaba realizada desde el momento en que me embarque en aquel viaje y concreté conocerla y hacerle saber mis propósitos. No sabría afirmar si conocernos fue peor o mejor para ella, lo que si sabía era que un ofrecimiento como el mío no era común, podría decirse incluso que era excepcional. Debería sentirte agradecida de que sea ella partícipe, a fin de cuentas, yo también estaba sacrificando y exponiéndome mucho al visitarla. Puede que aquel pensamiento haya estado basado en su previa locura o histeria, la cual sinceramente me había no solo descolocado, sino también aburrido. Pero no era la única que se jugaba la vida todos los días, y solo demostraba su egoísmo comportándose de aquel modo.

Fue posterior a mi ultimátum que escuché como sus palabras comenzaban a pronunciarse. Accedí a escuchar atentamente lo que tuviese que decir para tomar una resolución. El juego había cambiado, ya no buscaba una respuesta, sino que me permitía considerar seguir ofreciéndole ayuda o desecharla y no seguir perdiendo el tiempo. Era demasiado orgulloso como para depender del ánimo de una loca. Mi comprensión había acabado.

- Parece que aun no comprendes nada - señalé con molestia, luego de recibir los distintos cuestionamientos de Talena - Le acabo de ofrecer ayuda y usted está más concentrada en cuestionarme y perder el tiempo, a que ambos lo ganemos mutuamente - adjunté con seriedad y firmeza, hasta el punto en que mi voz sonó como la de un padre autoritario que desea corregir a su hijo tras una mala conducta.

- No estoy aquí para quitarle sus miedos, sino para apaciguarlos - proseguí inherente mientras comenzaba a dar unos cuantos pasos hacia delante con el único fin de acercarme a ella y mirarla justamente a los ojos - Lo importante aquí no es quien me dio el dato; lo importante es que si quisiese hacerle daño, ya lo hubiera hecho - sentencie con extrema frialdad pero también con absoluto realismo, pues no era más que la cruda verdad. Lo mismo sucedía con su existencia, si quisiese dañarla, otro hubiera sido nuestro acercamiento.

No tenía de donde aferrarse para considerarme como enemigo. En caso de serlo, tampoco ganaría nada preguntándome acerca de los confidentes que me acercaron información sobre ella, puesto que mi lealtad me imposibilitaba a ser un soplón.

Acomodé brevemente la capa que me envolvía mientras detenía mi andar. Mis pies quedaron próximos a los de aquella criatura que yacía muerta; su sangre podía verse recorrer un estrecho camino hacia sus lados, tiñendo la tierra de un oscuro e intenso rojo. El viento comenzaba a incrementar su ferocidad y el frío sumía mi rostro en un pálido color arena. Solo esperaba haber sido lo bastante claro para obtener una respuesta positiva y concreta. De lo contrario, aquella chica volvería a su cruel rutina donde su defensa se minimizaba a un pequeño y rustico cuchillo robado.

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