Mandrágora (Talena)

No era la primera vez que recorría aquel bosque, pero sí la primera que lo hacía una vez puesto el sol. De pequeña solía ir con su padre. El médico montaba en su caballo, cogía a la niña y la sentaba delante de él para rodearla protectoramente con sus brazos. Talena añoraba aquellas escapadas en las que ni su madrastra ni los insoportables vecinos podían hacer nada por separarla de su padre. Pero al final, irónicamente, fue el destino quien se encargó de hacerlo.

Talena levantó la cabeza al tiempo que escuchó un aullido en la lejanía. Le llegó distorsionado, así que no pudo saber si se trataba de un perro callejero o un lobo salvaje. Aún estaba en los lindes del bosque y éste ya parecía abrirle sus brazos de forma tenebrosa. La luz del ocaso proyectaba sombras inquietantes sobre el cuerpo de la gitana, que se cobijó aún más en el interior de aquella capa negra que había tomado prestada de uno de sus compañeros. Para una mujer ir sola de noche y, para colmo, a un bosque como aquél era una locura. Pero ni Talena era una mujer común y corriente, ni hacía ojos ciegos a la adrenalina que le provocaban sus impulsos descabellados. Se había vuelto responsable con el paso de los años, sí. Pero en el fondo deseaba volver atrás en el tiempo, ir de la mano de su padre y comportarse tan despreocupadamente como cualquier crío ingenuo e inocente. Bajó la cabeza y al fin pudo ver el sendero iluminado por la luz que se colaba entre las copas de los árboles. Talena sonrió, levantó las manos y ocultó su melena rojiza con la capucha que cubrió prácticamente la totalidad de su cabeza. Su rostro ensombrecido se giró hacia los lados para ubicarse y, una vez más, sus ojos negros se clavaron en el cielo para tratar de ver si las estrellas podían ya hacerle de guía. << Veamos qué tal tengo mi sentido de la orientación >>, pensó antes de salir del sendero y bordear los árboles de los laterales. Aunque podía guiarse con las estrellas, decidió seguir en línea recta para cerciorarse de que no se perdía. La capa negra la ayudaba a esconderse mejor de miradas indiscretas, pero, con todo, cualquiera que mirase con atención podría darse cuenta de la figura alta y delgada, de sexo desconocido, que se movía con confianza y cautela entre la vegetación.

La que sí se sobresaltó fue Talena.

Cómo llegó allí ni siquiera ella lo supo con certeza. Cuando la luna ya estuvo alta, la gitana volvió a alzar la cabeza rezando porque el cielo, aquella noche, estuviese despejado. Sonrió satisfecha al comprobar que así era y que, por consecuencia, no había perdido sus habilidades intuitivas. Llevaba ya un par de horas caminando, rodeando y parándose a descansar u observar cuando lo creía conveniente. Si bien era la primera noche que viaja sola al bosque, también sería la mejor de todas. Porque fue gracias a su instinto que sus sentidos se agudizaron alertas y le permitieron estudiar con mayor detalle todo o casi todo lo que ocurría a su alrededor. Siempre iba el línea recta; más valía ser cautelosa en exceso, que imprudente y arrepentida. Entre otras cosas porque el arrepentimiento no le serviría de brújula para encontrar el camino de vuelta. Ya había tomado la decisión de detenerse una vez más cuando ocurrió algo que salió completamente de sus planes.

El ulular de un búho atrajo su atención. Nunca había visto ninguno en persona, pero sí había leído sobre ellos cuando estaba en España. Incluso más de una vez se había cruzado con alguno en algún asalto, pero naturalmente no había podido permitirse detenerse a observarlo. Talena recogió los pliegues de su capa para que ésta no hiciese ruido al arrastrarse por el suelo y salvó un tronco viejo y gastado que había en el suelo de un salto. Estrechó los ojos y escrutó las sombras hasta que dio con el ave. Por un momento la miró fijamente y Talena, apretando los dientes, le devolvió la mirada procurando no moverse un ápice para espantarlo. El búho pareció confiarse, porque volvió a ulular y tornó su mirada al suelo. Seguramente habría atisbado a algún roedor que, ingenuo y desprevenido, acabaría entre sus garras. No terminó de pensarlo cuando el buhó se dejó caer de la rama batiendo sus alas. Talena no pudo ver lo que cazó, pero supo que se había ganado con creces aquel festín. Se giró para sentarse sobre el tronco que había saltado y caminó lenta y sigilosa, o al menos todo lo lenta y sigilosa que sus pies le permitían. Pero se detuvo cuando llegó a sus oídos un rumor conocido y añorado. La mujer alzó la cabeza, miró en derredor y se dio cuenta de que para seguirlo debería desviarse de su trayectoria. No se lo pensó dos veces. Pero antes de encaminarse, Talena se quitó una de las muchas pulseras que llevaba en sus muñecas y la dejó colgada en las ramas de un árbol. La luna emitía sus rayos por entre las copas y le arrancaba destellos al metal, por lo que no sería difícil verlo si no se alejaba demasiado. Después siguió el sonido de las aguas y no tardó en ver que sus pasos desembocaban en un pequeño claro con un riachuelo de aguas claras. Su instinto estalló y lanzó una sacudida de alerta, apenas un escalofrío que recorrió su espina dorsal. Talena no salió de entre los árboles y siguió la dirección del riachuelo cubierta por sus sombras en todo momento. Pero estaba tan preocupada por encontrar alguna anomalía dentro del propio bosque, que no se percató de la figura que clavaba sus ojos en ella.

Fue su voz lo que la alertó y la hizo saltar como un resorte. La gitana se cobijó en la capa en un intento de que la penumbra la siguiera protegiendo, pero obviamente, una vez vista, había poca probabilidad de éxito. Siguió la dirección de la voz y descubrió a su dueño a pocos metros de distancia. El corazón de Talena latió con violencia al ver que llevaba la mano a algo, posiblemente un arma, que desde esa distancia era incapaz de distinguir. Ella misma movió la mano en el interior de la capa hasta que sus dedos se cerraron en torno al mango de un cuchillo de caza enfundado que pendía de su cinturón. Entreabrió los labios para responder y se percató de que tenía la garganta estúpida. Se sintió estúpida por eso, por haberse dejado sorprender, asustar e influir de semejante forma. Patético.

Pero seguía sin ser capaz de articular palabra y lo único que hizo, mientras examinaba lo poco que distinguía a esa distancia de la figura, fue retroceder un paso y removerse en un intento de escurrirse y huir si fuera necesario.

Talena volvió a escuchar la voz del hombre. Esa vez parecía lanzarle una pulla por su actitud y la gitana, que volvió a retroceder cuando vio que se ponía en pie, frunció el ceño y aferró con mayor fuerza el cuchillo que permanecía atado en su cinturón. Respiró hondo un par de veces para calmarse. Se había enfrentado a cientos de situaciones peligrosas, pero seguía siendo humana. No creía en cuentos de héroes experimentados que enfrentaban con osadía al peligro, sin temblar ni vacilar un ápice. El miedo formaba parte del ser humana y Talena no se sentía avergonzada de sentirlo, aunque naturalmente sí tratase de esconderlo. Su rostro en sombras se giró hacia los laterales, escrutó las sombras y volvió a posarse sobre su inesperado interlocutor. Una sonrisa sesgada y siniestra brotó en sus labios rojos cuando sus ojos negros se estrecharon.

- Tampoco se esconden los asesinos que no tienen nada que perder- contrarrestó en respuesta sin llegar a mencionar a quién de los dos se refería.

Su voz surcó limpiamente el aire cuando la elevó. Era suave, sedosa e inconfundiblemente femenina. El acento francés también resultaba inconfundible, pese a que parecía haberse tornado algo hosco y poco elegante por los años vividos en las penurias del sur español. Y aunque trató de darle cierto tono de amabilidad, no pudo evitar sonar tan severa y firme como cualquier dirigente de tropas.... O, en su caso, de avanzadillas de asaltos.

Pero hubo algo en aquel hombre que la tranquilizó, y eso fue, sin lugar a dudas, su aspecto. Cuando su corazón se estabilizó medianamente, pudo permitirse el lujo de observarle con atención. Tenía pinta de todo, menos de asesino, y pronto se dio cuenta de que cuando estaba agachado parecía haber estado buscando algo. La mujer frunció aún más el ceño. Normalmente la gente solía recolectar durante el día. Por la noche el bosque era un lugar inestable y peligroso. Pero no era la más indicada para mencionar semejante detalle habiendo cometido exactamente el mismo error de adentrarse al caer la noche. Titubeó, pero finalmente se decidió a acercarse adonde estaba el hombre. Se detuvo a una distancia prudencial, la suficiente para permanecer alerta ante cualquier movimiento sospechoso. Cuando se bajó la capucha, los rizos salvajes e indomables de su melena rojiza refulgieron como llamas hasta termina de caer sobre su espalda y sus hombros hasta casi alcanzar la cintura de la mujer. Un pañuelo violeta adornado con falsas monedas doradas cubría su cabeza y parte de su frente.

- ¿Satisfecho, señor?

La sonrisa sesgada de Talena se ensanchó fugazmente ante la respuesta que el hombre lanzó a su pulla.

- Ya...- lo examinó, hoy día podría decirse que "escaneó", con los ojos recorriendo su cuerpo de pies a cabeza y viceversa-. Los psicópatas no suelen llegar a un lugar pensando en matar a alguien hasta que lo hacen.

¿Tan difícil resultaba callarse y dejar las cosas correr? La respuesta, llana y concisa, era siempre afirmativa. Si había algo que Talena odiase con toda su alma, y había pocas cosas que se lograsen tal consideración, eran los estereotipos y las etiquetas. Talena las había sufrido dentro y fuera de su gente. Al principio, los gitanos le dieron la espalda por ser una mestiza y encima haber estado a punto de casarse con un hombre acaudalado que no tenía sangre gitana. Podrían ser muchas cosas, pero ante todo eran un círculo cerrado que rara vez permitían alguna excepción entre sus suyos. Y después de consagrarse como gitana se había topado con el obstáculo de los prejuicios sociales. Por lo general, cuando se trataba de ella, los ignoraba y solo saltaba si los insultos iban referidos a otro de sus compañeros. Pero para Talena siempre resultaba divertido enfrascarse en una pelea verbal, sobretodo si veía que el "respetable" podría quedar en desventaja ante ella delante de la gente. Pero aquel extraño hombre que la había asustado apenas había podido verle la cara hasta que decidió quitarse la capucha. No podía saber que era una gitana y por un momento se arrepintió de sus acometidas y estuvo a punto de pedirle disculpas. A punto, hasta que el desconocido siguió hablando. Talena enarcó una ceja con un brillo de diversión asomando en ese negro sin fondo de sus ojos. Sus rasgos se asilvestraron un tanto; después de todo seguía siendo gitana por parte de madre.

- Tampoco se espera encontrar a insensatos armados con mosquetones en mitad de la noche y metiendo la cabeza dentro de un riachuelo con a saber qué motivos.

La Salamandra le guiñó un ojo y pasó por su lado con total naturalidad, aunque procuraba no darle la espalda al hombre, o mejor dicho, al mosquetón que cargaba. Su cerebro, como siempre, había atinado a hacer oídos sordos del cumplido. Nunca había sido una mujer fácil para nadie y solía esquivar todo tipo de cortejos. Al único que permitía piropearla era a Leo, un chico gitano y, para más inri, no pasaba de los diez años, por lo que sus ocurrencias eran cuanto menos cómicas y entretenidas.

La brisa de una de tantas noches de invierno se coló entre los árboles y llegó hasta el claro. Talena se resguardó aún más en su capa y fingió que ella también buscaba algo, aunque en realidad su curiosidad se encaminaba más a saber qué hacía ese hombre en el bosque que no pudiera esperar al amanecer.

La respuesta logró arrancarle una risa a Talena. Levantó la cabeza y miró al extraño. Esa vez no le siguió el juego, al menos no de momento, pero sí tomó nota mental de su reacción. Lo que no pasó por alto fue el comentario sobre el mosquetón. La gitana alzó la barbilla con cierta arrogancia y caminó en torno al hombre hasta posicionarse a sus espaldas. Se ahorró pedir permiso -parecía un lobo marcando su territorio- y sacó la mano zurda del interior de la capa. No llevaba guantes pese al frío nocturno. La piel marmórea lograba que aquella mano se antojase frágil y delicada, pero bastaba un segundo vistazo atento para darse cuenta de que, aunque antaño pudieron estar tan cuidadas como las de cualquier dama respetable de las altas esferas, ahora se mostraban trabajadas e incluso dañadas por condiciones extremas. Los dedos, largos y esbeltos, se deslizaron por el mosquetón con suavidad. Talena observó y examinó su superficie con toda la minuciosidad que le permitieron las sombras. Cuando acabó, dejó caer la mano, esbozó una media sonrisa y miró de soslayo al extraño.

- ¿Alguna vez ha usado un arma como esta?- preguntó. Luego alzó su cuerpo colocándose de puntillas, acercó sus labios todo cuanto pudo al oído de su acompañante y susurró:-. No le serviría de mucho si le atacan por la espalda aprovechándose de la oscuridad.

En un acto reflejo, Talena acarició con la diestra su propio cuchillo, que aún seguía enfundado en su cinturón.

- Además- prosiguió después-, no es que sea mi arma favorita. Puede disparar, pero si el atacante no viene solo será como gritar a pleno pulmón dónde se encuentra exactamente.

Dejó caer el peso de su cuerpo y se separó así de él. La pregunta no la pilló por sorpresa. Es más, la estaba esperando y sabía cómo contrarrestarla.

- La pregunta no es qué estoy haciendo yo aquí-sonrió-, sino qué está haciendo usted. Ver a un gitano en mitad de un bosque no es extraño. Somos nómadas y vamos o venimos por donde queremos. Lo extraño es ver a alguien como usted, aunque eso ya lo habíamos comentado antes.

Talena ladeó la cabeza con una mirada burlona.

- No, no tiene pinta de asesino- ironizó-. Pero tampoco de ladrón, o cazador, o aventurero. Apuesto a que incluso yo misma podría tumbarle si quisiera.

Lo último, por su tono de voz, apenas podía saberse si era otra broma sarcástica o si hablaba totalmente en serio. Obviamente se trataba de lo primero, pero no lo aclararía abiertamente.

Satisfecha ya su curiosidad, Talena volvió a refugiarse en el calor de la capa -el poco que podía ofrecerle- y caminó hasta la orilla del riachuelo. Esquivó sus piedras y se asomó lo suficiente para ver la superficie cristalina de sus aguas. La luna se reflejaba en todo su esplendor y, junto a ella, la silueta de la gitana. Se agachó procurando no darle la espalda al hombre. Ya no es que desconfiase de él, o mejor dicho, que temiese que le hiciera algo cogiéndola desprevenida; intentaba mostrarse receptiva y educada, aunque dado su asilvestramiento resultaba terriblemente difícil. Liberó al fin el cuchillo de su agarre, extendió la mano fuera de la capa y acarició con las yemas de los dedos el agua. Las ondas que se formaron la hicieron abstraerse de todo cuanto la rodeaba, salvo la voz del que decía ser un boticario. La curiosidad volvió en otro grado y medida cuando recordó los encargos de su padre, que como médico, había tenido que tratar a varios del gremio.

- ¿Cauta?- repitió rodando los ojos hasta ponerlos en blanco-. No soy yo la que preguntó primero precisamente.

Volvió a evaluarlo. Esa vez se extendió más allá del mosquetón y observó su forma de vestir, expresarse, actuar... Definitivamente no tenía pinta de ser un hombre de la calle, por no hablar de sus manos. Le creyó, al menos por el momento. Estrechó los ojos se levantó con agilidad. No iba a responder a la última de sus preguntas estando por debajo de él ni física ni emocionalmente. Su orgullo se lo impedía. Ladeó primero la cabeza meditando si sería oportuno revelárselo. Incluso trató de hacer memoria en un intento de descubrir si el apellido Grushenko le sonaba de algo. Pero no se abrió ni un solo hilo en su mente, así que lo dejó correr. Probablemente fuese de origen extranjero, aunque eso tampoco le importaba mucho.

- Talena- le dijo entonces con una encantadora y misteriosa sonrisa. No era el nombre que le habían dado al nacer, pero para ella representaba más que Dianne Crystal Levou-. Creo que es algo más simple y sencillo que Basile Grushenko.

Se acercó, esa vez con naturalidad y sin la sensualidad con la que lo rodeó para acercarse a su oído. Lo volvió a mirar de arriba a bajo, clavó los ojos negros en los claros de Basile y sonrió tenuamente.

- Tal vez pueda ayudar a agilizar esa búsqueda- comentó ofreciéndole la mano desnuda. Su muñeca estaba cubierta de pulseras coloridas y, con la capa abierta, podía verse el cuchillo que llevaba atado al cinturón de su falda, que era del mismo tono violeta que el pañuelo-. ¿Tregua?

Talena estrechó con fuerza y firmeza la mano de Basile. Igual que dos hombres que cierran un trato, que era lo que pretendía la gitana. Seguía atenta, observándole, pero con la idea de que ese desconocido no suponía ningún peligro para ella ni para los suyos. Había vivido demasiadas cosas en España, sobretodo en el sur. Y aunque ahora estaba de regreso en su país, Francia, tampoco podía olvidar que a veces los fantasmas del pasado son demasiado hábiles a la hora de rastrear y perseguir a sus presas. La gitana no pudo dejar de encontrar divertido el comentario del hombre. Su familia. Hacía tiempo que había olvidado el significado estricto de la palabra. Buscaba a su madre sin éxito, su padre hacía muchos años que había muerto asesinado y el único hombre con el que se casó - por conveniencia todo fuera dicho - murió sin darle hijos. Resultaba irónico pensar que había escapado de Francia años atrás completamente sola y, ahora, había regresado exactamente igual. Pero entonces pensó en los gitanos que la habían acompañado y sonrió una vez más.

- Mi familia sabe que sé cuidarme por mí misma- anunció en respuesta a su comentario-, ¿no es igual en su caso?

Soltó su mano. Talena tenía fama de un humor bastante... Sarcástico e hiriente en ocasiones. Quien no estuviera acostumbrado al doble sentido de sus palabras o sus bromas podría ofenderse con facilidad. La gitana lo sabía y por eso procuraba suavizar su voz a la hora de disparar alguna puntilla. Hizo una seña a Basile para que guardase silencio y escucharse. Incluso señaló el cielo durante su siseo. A los pocos segundos, el ulular del búho que había encontrado poco antes de llegar al claro se dejó oír en la lejanía.

- Ahí tiene mi respuesta -susurró al hombre -Irónicamente, sí. Solo paseaba, escuchaba y observaba cosas que no pueden apreciarse tanto durante el día.

Pasó por su lado en dirección a las aguas nuevamente. Cuando llegó, alzó la cabeza con los ojos cerrados y procuró concentrarse en lo que la noche quisiera traerle. El cúmulo de sonidos que la brisa se encargaba de traerle resultaba tan apaciguador como había supuesto. Aunque la presencia del boticario no entrase en sus planes, así como la suya no entraba en los de él. Nuevamente se apoderó de ella la nostalgia que le producía pensar en su padre e incluso en Armand. En los momentos que había pasado con ellos en esa misma situación, escudriñando y escuchando a la noche, antes de que los dos le fuesen arrebatados de su lado. Uno por el filo de un arma y el otro por una mujer. Y se sorprendió al comprobar cuan diferente había sido su romance con el francés de su matrimonio con Jaime, el gitano. Todo para acabar donde empezó.

- Es curioso cómo un sonido puede devolvernos al pasado hasta el punto de no ser conscientes de la realidad- murmuró para sí, olvidada en parte la presencia de Basile en el claro.

Talena tardó en darse cuenta de que algo dentro de ella estaba cambiando. El olor, los sonidos y estar observando fijamente el cielo nocturno. Lo achacó a su ensimismamiento con el entorno hasta que ocurrió. Su mente se despejó poco a poco y abrió paso a las brumas que teóricamente solo percibía en sueños. Por un momento dejó de ver el cielo y, en su lugar, distinguió una sonrisa salvaje, siniestra, peligrosa y lobuna. Incluso le pareció oír verdaderamente el aullido de un lobo en la lejanía, pero no estaba segura de si aquéllo solo había sido producto de su mente o de la realidad. Cuando unos ojos ambarinos la observaron, Talena parpadeó y movió la cabeza. No sabía quién era ese hombre, si es que de verdad existía, pero tampoco tenía ganas de conocerlo. La brusquedad con la que volvió a la realidad la aturdió. Oyó las palabras de Basile, que llegaron ligeramente atropelladas a su subconsciente, y lo miró con el semblante ligeramente más pálido de lo que ya era de por sí.

- ¿Y los niños no tienen recuerdos o pasado, señor boticario?- señaló entre murmullos.

Enterró pensamientos y preocupaciones bajo la máscara de una media sonrisa burlona, como siempre solía hacer. No pasó por alto que la había calificado de "niña", pese a que ya no lo era. Pero no iba a quejarse como solían hacer muchos cuando malinterpretaban sus palabras conforme a su edad. ¿Qué más daba ser un anciano que un adolescente?

- No debería tomarse la vida tan en serio en ese aspecto, ¿no cree?- opinó después-A fin de cuentas, ninguno de los dos vamos a salir vivos de ella. A todo el mundo le espera el mismo y único destino que no puede cambiar.

Sus palabras sonaban impulsivas, y quizá la propia Talena lo fuera. Quizá incluso volviera a malinterpretarla, pero poco le importaba realmente.

- Por otra parte...- se rió mirándolo de arriba a bajo-, si tuviera una hermana como yo, con total seguridad, al menos uno acabaría aficionándose a las hierbas medicinales para curar el estrés o barajando seriamente la posibilidad del asesinato que tanto hemos tratado anteriormente.

Talena captó al vuelo la insinuación justo cuando volvía a mirar el agua. Giró la cabeza lentamente hacia el boticario y alzó ambas cejas con el escepticismo asomando más allá de la burla en su mirada. Aquella respuesta le había hecho recordar a un viejo amigo. Marcos, un noble español, la conoció cuando ambos estaban prometidos a otras personas. Él a una joven llamada Ana y ella, por aquel entonces, a Armand. Hubo una conexión casi inmediata entre ambos después de que Marcos comprobase de primera mano que Talena tenía aptitudes para la espada. Permitidme asomarme al balcón de vuestro escote. Eso era lo que Marcos solía decirle a la gitana al principio de conocerla para irritarla hasta el punto de conseguir que diese un paso en falso para derrotarla o, peor aún, alentar los celos de su prometido. Desde luego Marcos no había sido ave de mal agüero, sino peor. Al menos al principio, pero luego resultó ser la única persona que estuvo dispuesto a salvarle la vida y ayudarla a escapar de las revueltas de la capital. Incluso llegó a organizar un torneo amistoso e invitar a la gitana quien, todo fuera dicho, no acudió para no avivar más los celos de Armand. Resultaba irónico que el francés sospechase que Talena le era infiel con Marcos y que, sin embargo, al final fuese él quien la dejase plantada en el altar por irse con otra mujer a la que embarazó poco después.

- Cuidado con lo que dice, buen señor- la voz de la gitana sonó sarcástica a más no poder-. La Inquisición es una grandísima amiga que siempre vela por nuestra salud espiritual y podría preocuparla con semejante palabrería obscena. En especial si lo oyen hablando con una bruja.

Alzó el mentón con arrogancia y se dio aires de grandeza y poder como si buscase llevar su osadía hasta la peligrosa desfachatez de creerse semejante a la Iglesia. Pero en seguida se desinfló al darse cuenta de que si había respondido de esa forma tan sarcástica a Basile no era por buscar seguirle la broma, sino porque el recuerdo de Armand, su esposa y su hijo habían avivado los celos que ella creía muertos y enterrados. La herida seguía abierta después de tantos años y no quería admitirlo por evidente que resultase. Pero resultaba patético intentar ocultarlo cuando aún llevaba al cuello, ensartado en una cadena, el que fuera su anillo de compromiso. No se lo había quitado ni para casarse con Jaime, y éste lo había aceptado a regañadientes porque sabía que ni siquiera él podría luchar por controlar el despecho y las ansias de desprecio de Talena. Desprecio que nunca había sido capaz de sentir porque, a su juicio, de buena que era llegaba a ser hasta estúpida y blanda.

- Depende de si para usted eso de "convivir en paz y armonía" es equivalente a catalogarme como un gusano quebrantatumbas- aquello no tenía sentido, pies o cabeza. Pero llegó a imaginarse la escena y eso la hizo reír ante la locura-. Los gitanos tenemos muchas malas famas y todas ellas muy diversas, pero no creo que la suya fuera comparable en este caso.

Aquel ulular volvió a oírse en el claro, traído por la brisa. Talena recordó entonces que aquel hombre había llegado buscando algo y se preguntó si no lo estaría incordiando en su trabajo. Estuvo a punto de expresarlo e incluso de despedirse para que continuase con su labor, pensando que tal vez le resultase incómodo trabajar con una mujer cotorreando a su lado. Pero entonces percibió el movimiento de la mano de Basile y se puso en guardia instintivamente. Una parte de ella sabía, o más bien quería saber, que su acompañante solo portaba un único arma y esta seguía descansando sobre su hombro. Pero el lado racional que se había acostumbrado a los desengaños y el peligro saltó como una alarma haciendo que su mirada se endureciese los minutos previos a ver el brillo de las monedas en mano del hombre. Lo evaluó recelosa y extrañada. Se habría esperado cualquier cosa, menos que solicitase en ese preciso momento sus servicios como adivina. A Talena no le gustaba trabajar haciendo uso de sus habilidades. Es más, procuraba que nadie supiera que las tenía. Respetaba a los gitanos, por supuesto, pero era de las pocas personas que pensaba que, de tener verdaderamente una habilidad sobrenatural fuera de lo común, debería utilizarla para ayudar a los demás y no en beneficio propio como si fuese un duende exhibiéndose en el circo. Pero se juntaron dos factores que ella tampoco habría esperado. El primero y más evidente, la diversión que le provocaba poner a prueba a ese hombre. El segundo, que la sorprendió a ella misma, el percatarse de que en el fondo quería saber si podía forzar sus sentidos hasta el punto de tener otra visión como la que acababa de tener minutos antes sobre unos ojos y una sonrisa que, aunque le resultaban familiares, no era capaz de ubicar con certeza. De hecho ni siquiera estaba segura de conocer a su dueño, si es que de verdad existía.

- ¿Ahora quiere saber su provenir?- alzó una mano y con el dorso de la misma apartó elegantemente la que Basile había mostrado con las monedas. El movimiento casi la hizo parecer una señorita más que una gitana.

Clavó los ojos en los del hombre. Quizá la noche jugaba a favor de la mujer, porque estos parecieron ahondarse en el mismo momento que Talena, tras alargar las manos, tomó entre las suyas la del boticario. Dejó la palma desnuda del hombre hacia arriba, sujetó su dorso con una de sus manos y de la otra colocó apenas las yemas de dos de sus dedos. Apenas parpadeaba, sumiéndose en la concentración, y los dedos recorrían por sí solos la palma del hombre con caricias cortas en algunos puntos y largas en otros. De vez en cuando paraba los dedos como si reflexionara, pero no mostró nada en su semblante, que se volvió insondable.

Por dentro, Talena sintió el bullicio de sus propias emociones contradiciéndose a medida que su mente se abría. Su pasado hacía que temiese siquiera oír hablar de las dotes de los gitanos, puesto que a menudo eran acusadas de brujería. Pero en el fondo le complacía poder darles uso y no castigarlas dejándolas escondidas en un recoveco de su alma. Sus sentidos le abrieron paso mostrándose sin necesidad de mirar el mundo que la rodeaba. Así, el vello de la nuca se le erizó al percibir el olor del bosque, la brisa de la noche, el tacto de la mano del boticario. Percibió el ulular del ave, el susurro del riachuelo o el baile de las copas de los árboles. Todo ello pareció transportarla lejos de allí pese a estar apenas sumergida en su propia mente, y a través de sus ojos creyó poder estar viendo algo desde los de Basile, aunque la idea le siguiese resultando una locura pese a no ser la primera vez que hacía aquello. El rostro de Talena no se alteró ni cuando el boticario lanzó la hipótesis de su fama. Siguió inescrutable y con la mirada aparentemente perdida.

- No eres un borracho, pero sí corres tras las chicas- no pudo evitar decir aquello con cierto retintín. Lo había tuteado sin darse cuenta, como le pasaba con los pocos con los que entraba en trance-. Pero no te sales del prototipo de hombre de tu clase que hace la mayor parte de las cosas por guardar las apariencias. ¿No te aburres nunca?

Talena entreabrió los labios y pensó que aquello era fácil de averiguar con solo echarle un vistazo a Sabile. Rompió el contacto con su mano apenas unos segundos y solamente lo hizo para sostener la barbilla del hombre y hacerle inclinar un poco más la cabeza. Al ser más alto que ella, le costaba mantener el contacto visual. Luego volvió a la labor de pasear las yemas de los dedos por su palma y a veces incluso subía a la muñeca o tanteaba sus dedos. La gitana sintió un estremecimiento familiar y trató de describir las sensaciones que le producía verse a sí misma en la piel de Sabile.

- Te veo acompañado de dos personas, ambas importantes para ti- afirmó entre murmullos reflexivos. Pero lo poco que veía era turbio, apenas siluetas entrecortadas y que amenazaban con desvanecerse de un momento a otro-. No estoy segura, pero creo que una de ellas es una mujer mayor que tú. No puedo verle la cara, pero sí puedo percibir en sus movimientos que se trata de alguien... Humm... Bien educada y a quien respetas. La otra figura es de un hombre. Se mueve rápido y tampoco puedo verle, pero parece joven y lo veo con algo entre las manos; ¿un libro, puede ser?

Hizo una pausa. Era difícil saber nada a ciencia cierta si era incapaz de ver con nitidez las imágenes, así que se concentró en las emociones que percibía.

- Te sientes bien y seguro de ti mismo cuando estás con ellos- afirmó-. Te diviertes, exploras, vives la vida disfrutándola y respetando los límites. Aunque parece a veces te cuestiones dónde está el límite, creo. Pero hay algo que te inquieta, algo que te cuesta admitir de cara al público porque de atemoriza. Temes por el bienestar del joven, pero más temes por el de la mujer... ¿De qué tienes miedo?

Quiso añadir algo más, pero entonces las sombras se esfumaron devolviéndola a la realidad como si nada hubiera pasado. Parpadeó sintiéndose confusa y creyendo que todo a su alrededor comenzaba a dar vueltas. Quiso pensar que había alguien girando una manivela y por eso el bosque bailaba, como también quiso pensar que podía cortarle la mano a ese alguien para que dejase de marearla. Agitó la cabeza, parpadeó y vio que todavía sostenía la mano de Sabile. Notó un ligero calambre y la soltó con delicadeza mientras todo su alrededor volvía a ponerse en orden.

- Lo siento, señor Grushenko- se disculpó volviendo a usar las formas de cortesía y respeto-. Creo que he hablado demasiado.

No agachó la cabeza. Era demasiado orgullosa para hacerlo, pero miró directamente al hombre para que éste pudiera ver que lo decía con total sinceridad. Incómoda, la gitana dio un manotazo al aire para apartarse un mechón rojizo de la cara. Cayó de nuevo y ella, acostumbrada a la rebeldía de ese mechón en particular, se limitó a fruncir los labios y soplar logrando que se alzase cómicamente durante unos segundos.