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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Oscar Llobregat Miér Mayo 16, 2012 11:14 pm


Dejarlo en manos del destino era un síntoma casi tan desesperado como empeñarse en poner un pie sobre los acontecimientos, decidirse a averiguar lo que había al otro lado del páramo, nebuloso e incierto. Por eso, Oscar no pretendía elegir la opción que lo dejaba de brazos cruzados, como el eterno espectador de lo que ocurría a su alrededor sin hacerlo partícipe de nada más que terminar solo; que continuar solo.

Había perdido la cuenta de todas las veces que tuvo al rumano hilándose entre sus pensamientos desde hacía ya dos días, en qué medida había afectado eso a su manera de atender el trabajo o de atender a la rutina en general. Aunque Oscar tenía claro su parecer, sabía que ya no jugaba con los factores de muchos y de siempre, aquella era la primera vez desde que conoció a Aya y Kharalian que una persona alteraba los muros desde los que se desengañaba. Con la geisha nada había terminado por salir bien, salvo el hecho de descubrir que en el mundo había gente buena (y que, según las teorías a sacar sobre la situación de la japonesa, no se encontraban destinadas a ser felices), pero ya estaba harto de que la única reacción a la mano que le ofrecía fuera rechazarla. Oscar no se hallaba dispuesto a que lo lanzaran a una oscuridad de la que él mismo era consciente, de manera que con la chica no quedaba más que una llana despedida. Por otra parte, Kharalian continuaba siendo un misterio sereno, casi irreal (porque la incredulidad del polaco aún necesitaba ser más pulida y la actitud íntegra del chico de los recados le había trastocado demasiados parámetros) del que estaba dispuesto a indagar, pero no sabía más que lo que ya sabía respecto a Anuar: habían abierto lo más parecido a una ventana en su claustrofóbica existencia y tenían completo acceso a ella. No obstante, si Anuar le ‘preocupaba’ mucho más era precisamente porque algo en el interior de Oscar había tenido la sencilla e ineludible oportunidad de formar una imagen nítida de sus sentimientos hacia él. Y dicha imagen, además de ser bastante vertiginosa dado lo ‘rápido’ de su gestación, apuntaba a dejarlo esperanzado, algo que su lecho solitario no había conocido hasta el momento.

Cuando el día de la segunda cita llegó y volvió a ver la cara de Anuar en el mismo puente de la primera vez, fue como mirar a través de los cristales repletos del vaho que se acumulaba en su casa, de las dos únicas ventanas de su casa, y que muchas veces confundía (fantaseaba) con que eran de la humedad del Sena, que había inundado todo su entorno hasta llegar a su casa. Y eso también significaba que, en efecto, había estado recientemente en ella, durmiendo en su cama en lugar de en la del burdel, asomándose de tanto en tanto por las rendijas de lo que aún no sabía si podía llamar hogar para que estuvieran decentes a la hora de recibir visitas. La visita…

De la conversación que les acompañó desde el lugar del encuentro hasta el de la reunión, el cortesano pudo olvidarse un poco de los continuos significados que le atosigaban la mente y centrarse sencillamente en los hechos que esa vez le convertían en anfitrión de aquello en lo que creía, no sólo de aquello que lo amparaba aparte del resto. Cuando subieron las escaleras que conducían a su vivienda, se preguntó qué rondaría en la cabeza de Anuar, hasta qué punto no se asemejaría a lo que experimentó él cuando lo llevó a la suya y si podría transmitir, aunque fuera, un pequeño resquicio de lo mismo: una cierta garantía, un proyecto de desinteresada estabilidad. Fue entonces que Oscar se dio cuenta de que realmente había poco de hospitalidad como tal que ofrecerle, todo se resumía más bien a enseñarle un pedazo de lo que había conseguido hacer suyo en aquella ciudad y que le gustara (porque quizá y sólo quizá, muchas otras cosas de él no fueran a agradarle tanto).

Bueno, y éste era todo el misterio –comentó con un ligero toque de humor en la -ya conocida- sonrisa, a la vez que se introducían definitivamente en el piso humilde, quizá no tanto como el de Anuar, pero a fin de cuentas, sencillo y únicamente remarcable por la persona que (de tanto en tanto) lo habitaba-. En la cocina he dejado un poco de té hecho, podemos tomarlo cuando gustes. Aunque de mientras, siéntete tú también libre de pasearte por las zonas que quieras.

De volver las veces que quieras.


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Mensaje por Anuar Dutuescu Dom Mayo 20, 2012 10:15 pm

Aunque su cuerpo no daba indicios de enfermedad o descuido su espíritu estaba cansado, agotado. Exhausto de razonar las cuestiones sin respuesta, las posibilidades que jamás se presentarían y por sobre todo exhausto de vivir en un mundo creado y esculpido a base de anhelos, criticas y objetivismo. Porque sin importar que su pesimismo se hacía latente al final de cada historia, porque hasta aquel preciso día todas las historias que conformaban su pasar por el mundo sucumbían de manera catastrófica empujándolo a la misma soledad en la que había empezado y de la cual, por más que intentaba emerger nunca conseguía su cometido. En las últimas dos noches los escenarios habían sido tan variados y los actores tan opuestos que más que vivir en ensoñaciones de azúcar y miel sus creaciones le atormentaban. Porque de ser una no sería la otra y de ser la segunda la primera se desvanecería sin más, tener las dos sin embargo, le resultaba aun más agobiante que no tener ninguna.

Quien mucho piensa poco vive

Había acomodado sus posesiones y arrojado el cuenco de la leche de Lit a un recóndito lugar bajo la cama, porque hacía semanas que se había marchado ya y sin sus francos para pagar el piso un lugar entre las calles se le antojaba cada vez más. Quizás terminaría como aquella pequeña Rumana, a la cual ahora se maldecía por no haber cuidado mejor, trepado en un techo ajeno con poco más que un trozo de tela por cama. Suspiro, con el recuerdo de la pequeñuela a quien no había vuelto a ver y el anhelo de la compañía de Sophia apresando cualquier indicio de felicidad. Quizás había sido por eso que el reencuentro con el polaco había robado sus pensamientos en su totalidad horas antes, quizás demasiadas, del momento de partir a aquel lugar no solo extraño sino al azar en el que se habían encontrado con anterioridad. Dos días, cuarenta y ocho horas y más, no demasiado que contar.

Y quizás era aquel agobio en compañía de la soledad el motivo por el cual una curvatura deformo sus labios al observarle llegar. Le saludó, más no como hubiera deseado hacerlo al estar en medio de tantas personas, había comprendido con el tiempo y la experiencia que en efecto era mejor no dar muestras de tal afecto pues la gente no solía comprender, serian llamados herejes, impíos y dementes y condenados tal vez a la más dura pena. En realidad, poco le importaba lo que pudiesen creer y decir de él las cosas que podrían hacerles, sin embargo, resultaban tanto más turbias y violentas. Siguió a su guía con tranquilidad, sin demasiada prisa y aun así falto de aquella indiferencia que solía arraigarse a él ¿En qué momento sus cuestionamientos lo hartarían? Porque la conversación giraba más bien a una serie de intrigas y respuestas movidas por la curiosidad y anhelo de conocer más allá de lo que podía deducir y observar.

La puerta que censuraba el interior del lugar y que a su vez alimentaba su intriga se abrió dejando paso a la realidad y sin aguardar se adentro en la estancia escuchándole hablar ¿Cuánto se podía saber de alguien por su morada? Demasiado, quizás más de lo que a uno le gustaría pensar –No lo digas como si intentases restarle crédito, un misterio y bien grande- aseveró palpando su bolsillo para recordar que había terminado la cajetilla la noche anterior y aunque su pulso le impedía trabajar como antes lo hacía se había esmerado en dejarla prolija, una obra de arte en un objeto cualquier que sin embargo Oscar decidía coleccionar. Sacó el objeto de su bolsillo para avanzar los pasos que los separaban y depositar la cajetilla en su mano –Casi lo olvidaba- se excuso limitándose a observar en derredor -- como los ingleses –Ahora mismo me sienta bien- y posiblemente así, amenizar aun más la charla que no tenía planeado terminar con prontitud.


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Mensaje por Oscar Llobregat Dom Jul 29, 2012 11:06 am

Oscar se quedó mirando la mano en la que Anuar depositaba la cajetilla y supo que apenas habían sido unas milésimas en tiempo real, pero durante una sensación lo suficientemente extensa pudo ver con toda claridad muchas cosas a través de las pinceladas que el rumano había depositado en el cartón, cómo la brocha y los colores formaban un todo descomunal que a pesar de recogerse en aquella forma tan pequeña y aparentemente sencilla, le recordaban a un instante concreto, su estancia en casa de Anuar, y le incitaban a imaginarse otra situación incluso si lo único que cambiaba en ella era que él ya se había marchado, al artista incapacitado dándole los últimos retoques en soledad... La elástica soledad que les había separado en esos pocos días, que tan pesarosamente habían transcurrido y que sólo con haber alcanzado la hora y el lugar de la cita, acababa de volatizar los momentos de ansias y aburrimiento como si de polvo en el aire se trataran. Sin duda alguna, cuando el cortesano escapó de su ensimismamiento, la palabra ‘incapacitado’ fue lo último en acudir a su mente.

¿Sabes? –respondió Dios supo cuándo, al unir la otra mano a la caja de fósforos y sin dejar de contemplarla, mientras la paseaba entre sus dedos y su cara se transformaba en lo que debía de experimentarse frente a la ventana que daba a los cielos- Llevo mucho tiempo coleccionando estas cajetillas, ni siquiera a día de hoy sé exactamente por qué y tampoco acabo de estar conforme con ninguno de los posibles análisis de la respuesta, pero si sé que nunca nadie me había personalizado una…

Sus ojos marrones continuaban fijos en el regalo, cuando él era sumamente consciente de que debían estar en pos del rostro de su invitado, ofreciéndole la posibilidad de escudriñar entre sus destellos verdosos y la exclusividad de leer entre líneas con el lenguaje de la expresión… o de simplemente ver lo que experimentaba por dentro en aquellos momentos, porque únicamente en escasas ocasiones, su cara se presentaba como un mapa fiel de sus sensaciones. No obstante, tuvo que volver a sentir que había perdido la cuenta de los segundos de silencio para alzar de una maldita vez la vista y clavarla sobre la del otro muchacho. Volvía a hacer gala de su torpeza para esas cosas en un tiempo récord… por descontado que Anuar podría estar reteniendo las ganas de suspirar y considerando la idea de salir de allí corriendo. Y no le culparía.

Le pareció escuchar que el rumano había aceptado la proposición de tomar té y se aferró poderosamente a ello, como si fuera el soporte para recuperar un equilibrio echado a perder, y asintió todo lo firme que pudo con la cabeza antes de apartarle por fin esa mirada tan torpe como reveladora, mientras empezaba a caminar hacia la cocina y deseaba que, por lo menos, quedara implícito que Anuar debía seguirle. Realmente su piso no tenía nada de remarcable, salvo que la persona que lo habitaba de tanto en tanto era claramente más especial de lo que aparentaba. Y tal vez los escasos muebles que había desperdigados (todos ellos de la madera más cálida y rasposa) o las vistas al Sena que se resguardaban al otro lado de la ventana debieran abrir un ojo para ser presentes de aquella ocasión, pues también era igual, o incluso, más especial… Pues que Oscar empezara la velada sin saber cómo expresarse, o mejor preocupándose por cómo hacerlo, sólo significaba una cosa: aquel lugar había dejado de ser sólo una opción que demostrara el logro de su independencia en Francia. Ahora era el espacio en sostener una reunión mucho más deseosa, mucho más íntima que a las que su empleo en el burdel le obligaba. Era el único sitio que podía mostrar a alguien sin que le juzgara, el único que podía mostrar a Anuar como enteramente suyo.

Llegaron finalmente a la cocina y todavía buscando las palabras para decir algo, el polaco se dirigió a la encimera, en la que cual había depositado la tetera (también de madera) junto a dos vasos y en tanto disponía el arsenal para servirlo todo, pensó que el té negro no iba a ayudar demasiado a calmarle, por muy aromatizado con vainilla y especias que lo hubiera conseguido en el mercado. Era una bebida gradual, no tan disparatada como el café que se dedicaba a espabilarte del todo y después te dejaba hecho un ovillo en un rincón de la sala. En parte, también adecuada para las sensaciones que sopesaba porque ni siquiera podía decirse que estuviera nervioso, estaba… No, no sabía cómo estaba, pero con la caja de cerillas todavía en la mano cayó en la cuenta de que jamás había sabido cómo expresar su gratitud ante ese tipo de presentes con un impulso cariñoso. Y todo eso juntado a que trataba de no apretar demasiado los dedos para no estropearla. De repente, le tenía una gran estima.

¿Con o sin azúcar? –pronunció de una vez por todas, justo cuando dejaba el objeto sobre un lugar más seguro que sus manos inquietas. Lo preguntó cuando se había volteado también para volver a mirar al otro chico a los ojos y de repente ya no encontró obstáculo alguno. No a lo que espacio y cautela se referían. Aquella era su puñetera casa, no había nadie más mirando, ¿de qué diantre tenía miedo?

Oscar dio unos pocos pasos tan naturales como decisivos y rodeó la boca de Anuar con un ronco suspiro antes de que el trabajo lo completaran sus labios. Fue tan resuelto y necesario que ni tan sólo pudo percibirse como brusco, pues hasta el más mínimo roce se amoldaba a la perfección a la sensualidad de un movimiento sincero y nada carente de pasión.

Creo que no soy demasiado buen anfitrión, ¿verdad? –siseó en una sonrisa contra los dientes del rumano.

La vida ya venía con demasiadas barreras como para encima tener que añadirle más.


Última edición por Oscar Llobregat el Vie Ago 31, 2012 10:21 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Anuar Dutuescu Dom Ago 05, 2012 12:47 am

No contesto a su aseveración, se limito a observar aquel rostro sereno y mirada delatante. Como él, no había aprendido aun a educar sus ojos para mentir cuando sus palabras parecían disfrazar verdades y falacias con tanta maestría, un vistazo a las puertas de su alma bastaría para colaborar o negar sus palabras. Y el resto se vendría abajo tarde o temprano y era aquel motivo, lo sabía ahora con certeza, por el cual se rehusaba a sostener la mirada de otro por prolongado tiempo, leería su interior como quien se encuentra con un libro para niños, con letras grandes y figuras vistosas que eran fáciles de entender hasta para quienes desconocían de vocales y oraciones. Aquello, sin embargo, no llegaba a ocurrir con el polaco pues le tenía sin cuidado cuan fondo en el pudiese llegar más aun, esperaba que el otro fuese capaz de comprender y ayudarle a comprender.

Oscar no se encontraba intentando disfrazar la verdad, por el contrario, le permitía observarlo mientras su rostro le hablaba con afable voz, palabras que no se materializaron en el aire llegaron a su interior con claridad por una vía inusual. Se encontró cuestionándose a si mismo sobre la veracidad de lo que creía leer en su rostro o, sobre alguna extraña habilidad para interceptar pensamientos pues a pesar de no ver los labios del polaco moverse podría jurar sobre cada dios de toda religión existente que se estaban comunicando. O cuando mínimo el era receptor de un mensaje que era enviado y no a conciencia.

Su atención fue robada por un elemento que hasta entonces había pasado desapercibido para él, la escena que se exhibía exorbitante al otro lado de la ventana. El caudal arrastraba en sus entrañas toda clase de viviente ser, lamiendo las paredes que le mantenían encerrado, cantaba, las gotas reían salpicando los lindes rocosos para hundirse con velocidad a las profundidades de la tierra. Arrebujándose unas con otras para tener la suerte de regresar al caudal o permanecer, adormitadas, entre los brazos de la madre tierra, nutriéndola y así dándole vida a algo más. Como las florecillas que crecían cercanas a la orilla, pompones rosas, blancos y violáceos doblegados por el clima. Una visión, seguramente, mucho más bella durante la primavera quizás con la suerte de alguna mariposa adornado el cuadro.

Recordó entonces donde se encontraba y el lugar en el cual debía estar, se despidió del Siena acariciando con sus dedos la superficie del cristal para andar a paso presuroso y zancadas hacia la cocina. Lo suponía, por lo menos se dirigía a donde la figura de Oscar se había desvanecido instantes atrás –Sin- alcanzo a contestar adentrándose en la estancia, deseando de pronto poder tener aquella vista a cada amanecer. Poder observar como las apacibles aguas devoraban el sol tiñéndose de escarlata y naranja como ríos de sangre y oro. Deseo, lo que de pronto le pareció mal por no verse en la capacidad de poseer. Le vio acercarse con curiosidad, en una calma y naturalidad que contrastaban con su anterior nerviosismo y ausencia.

Sus parpados se cerraron en cuanto sus labios amenazaron con rosar los propios, le besó de manera tersa y prolongada hasta que el tacto de los dientes del polaco sobre los suyos le robo una amplia sonrisa. Y la risa ajena le sonó magistral, digna y envidiada por cualquier coro celestial –No demasiado- aseveró terminando a duras penas el contacto con un beso que termino tronado, un chasquido que se apodero del lugar por un efímero segundo de tiempo –Más no has de preocuparte- una felicidad que no era desechable, un simple sonido que resonó en su memoria hasta grabarse, un recuerdo apreciable –No necesitas serlo- confesó avanzando los pasos necesarios para quedar frente a las tazas y el té y así, con un imperceptible suspiro de concentración afianzo el brazo de la tetera para inclinar el redondete objeto hasta conseguir verter considerable liquido en ambos recipientes. Se esmeraba, desde el primer día, en no hacer de su trémulo tacto algo evidente o tema de conversación pues se vería entonces obligado a mentir –Ya que me has dado la libertad me sentiré como en mi casa- se apoyo contra la mesa acercándose la taza a los labios para sorber el té.

Y como si de pronto el contenido hubiera quemado su lengua se apresuro a depositarlo nuevamente en la madera y no en sus manos -¡Que hermosa vista la que tienes!- recordó la proposición de enseñarle a nadar –Debe ser un deleite observar el amanecer- un bufido, los celos tangibles de un artista. Jugó con el borde de la mesa crispando una ceja –¿Cuántas cosas más haremos por primera vez hoy?- un centenar. Tanto había anhelado de aquel tiempo en su compañía que ahora, le bastaba con saberse en aquel lugar para sentirse feliz. Sin embargo, debía aprovechar el tiempo en algo más que solo cuestionamientos como aquel acallado, sobre su vocación.


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Mensaje por Oscar Llobregat Vie Ago 31, 2012 10:15 pm

En cada respuesta de Anuar (no importaba si con sus gestos o sus palabras, pues el repertorio de expresividad que construían ya entre ambos comenzaba a desechar cualquier límite) Oscar se hacía un hueco para encajar debidamente y contemplarle con todo el tiempo del mundo a su disposición. Incluso si la mortalidad no escapaba a ninguno, si la punzada de los días no tenía consideración por sus encuentros y no le importaba lo más mínimo recordarles que todo tenía un fin. El cortesano dudaba, buscaba un cuidado que hasta podría catalogarse de excepcional y mongólico, titubeaba del modo más extraño en el que podía titubear una persona, con una inseguridad tan fuera de lugar que revelaba cosas mucho más poderosas de lo que se esperaría en su situación. Tratar con aquel artista le llenaba de grietas, ansiosas de ver lo que había al otro lado y enseñarle los dientes al mundo. Sólo estaba en manos del propio Oscar devolverle a Anuar el intento sin pausa ni prisa y eso deseaba. Eso hacía.

Sólo con notar cómo le devolvía el beso, su mente trabajaba a la velocidad de la luz, vorazmente consciente de los tipos de comunicación que existían. Y que, a veces, aunque no se necesitaran, se ansiaban. El contacto, las bocas unidas, un suspiro traspasando las nucas, las manos recorriendo la senda de piel que veían sin necesidad de desviar la mirada. Ya lo había escuchado decir a muchos, que la parte del cuerpo que más respondía al deseo carnal era el cerebro, los instintos interminables con los que la imaginación permanecía invicta no conocían limitaciones, y por eso colmaban con un regusto agridulce tanto a arquitectos como a pintores, a escritores y panaderos, a gente sin oficio que encontraba beneficio en aquella verdad sobrehumana. Imaginarse cómo sería tener al rumano entre sus piernas de momento no cobraba especial relevancia para Oscar, mientras pudiera seguir sólo escuchándole y anticipándose a sus preguntas. No era su prioridad, le daba lo mismo lo anti-natural que resultara ‘viniendo’ de alguien que comerciaba con su cuerpo. Nadie sabía lo que ‘venía’ de un cortesano más que el propio cortesano, y antes que cortesano, Oscar era persona. Simple y con intenciones mucho menos superfluas. No engañaría a nadie, si negase la evidente atracción que sentía por Anuar, pero precisamente porque el físico no era su principal motivo para necesitar verlo en su cocina, la imaginación le arroparía hasta el momento oportuno. Un momento que le asaltaba por lo inusual de tener compañía en su vivienda, de que la proximidad de una cama estuviera tan presente, aunque sólo fuera en su cabeza. Ya había compartido alcoba con él sin que hicieran nada más que dormir y no había mayor prueba para corroborar que los pasos que surgieran entre ellos, se presentarían tan naturales como la primera conversación en el puente. Desearle por lo que salía de dentro enriquecería todavía más lo que había esperándole fuera.

El polaco chistó con sorna en su sonrisa cuando Anuar aceptó lo de sentirse como en su casa y una ráfaga de cariño se dispersó en su mirada marrón al verlo servir el té con tanta soltura. Cualquier otra persona en su lugar habría mostrado más reticencia a la hora de interpretarle la frase a la literal, a él mismo le costaba tomarse confianzas en morada ajena, pero que el otro chico diera ese primer paso sólo con la naturalidad de su desparpajo, le ayudaba más de lo que podía creerse. Oscar se llevó su taza a la boca y no había terminado de tragar el contenido cuando Anuar se embelesó con la vista de sus ventanas, a lo que el moreno se aproximó a él con la infusión en la mano y mirando también a través de los cristales.

Sí, creo que fue la razón principal por la que elegí este piso. Por lo demás, no tiene nada de especial, pero créeme que basta –comentó y se mordió la lengua para no tener que añadir que también era porque no pasaba todas las horas que le gustaría entre esas paredes. La mayoría de sus amaneceres los encuadraban las ventanas del burdel, y aunque no le evocaban sentimientos negativos en absoluto, no tenían nada que ver con la sensación de intimidad que experimentaba las veces que podía pasar las noches donde se encontraban ahora.

Volvió a dar otro sorbo al té y se colocó cerca de Anuar para seguir mirando hacia la misma dirección desde allí, inhalando y tragando a escasos centímetros de la respiración del rumano para aprovechar todo el tiempo que pudiera en su compañía, con el mismo poco pudor que empezaban a mostrar los dos.

Bueno, si es hermosa o no, dejaré que el artista me lo confirme por la mañana –respondió ante el comentario del amanecer, con aquella tranquilidad en el tono de voz que a lomos de afirmaciones tan sugerentes no podía sino resultar magnética-. Si tu curiosidad por toda la casa ha quedado saciada, siempre podemos esperar a que oscurezca un poco para bajar al Sena… Es decir, si estás dispuesto a darme una oportunidad como profesor. Si no, tendrás que soportar mi aburrida obsesión por lanzar piedras. Hoy todavía no lo he hecho y ya empieza a poseerme el síndrome de abstinencia.


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Mensaje por Anuar Dutuescu Dom Sep 02, 2012 3:55 pm

-Tienes toda la razón- no necesitaba de un cuadro excepcionalmente caro para poder observar su caudal, un cuadro además, no podría transmitir los sonidos y olores que el cuerpo de agua parecía despedir de sus entrañas. Casi podía sentir la humedad a través del cristal, imaginarse el césped bajo sus pies, la tierra húmeda lamiendo su piel y de pronto, su diminuto y remoto piso le avergonzó. Carente de una vista excepcional, de una cocina digna donde hacer un té, y si nunca antes había sentido aquel acongojo en su interior debido a su escases monetaria ahora, en presencia del prominente Sena, la ubicación de su vivienda no podía sino ser objeto de vergüenza. Hipócrita habría de ser para pensar que Oscar pudiese menospreciarle por aquello, lo hubiese hecho ya de ser así, y no podía imaginarse al polaco midiéndolo por sus pertenencias. Aunque de ser así, conseguiría la estatura de un enano –No puedo imaginarme una vista mejor-.

Apoyo su vientre sobre la pared, en una posición que curveaba su espalda hacia atrás –Suena demasiado importante cuando lo dices así- un artista, jamás se había auto consagrado como tal, un empedernido pintor que a expensas de no tener en que caerse muerto intentaba vender sus cuadros sin prostituir sus ideas a exigentes comensales que buscaban rostros efebos y afables de amantes imaginarios, o retratos de citas bíblicas que no lograban entender. Para poder entonces vanagloriarse con sus invitados por poseer lo que llamado arte no era sino un engaño y ahora menos que antes se podía consagrar como tal. Su vacía galería era muestra tangible de ello -¿Es acaso una invitación?- un cuestionamiento más, aunque de aquel comprendía la respuesta con claridad. Una sonrisa inusual crispo sus labios, escondiendo tras de ellos la perlada dentadura que casi penosa no se atrevía a mostrarse. Y sus antes melados orbes centellaron como el oro porque una verdad apareció frente a él, deseaba poder despertar con aquel cuerpo junto al suyo.

-No me has enseñado tu habitación- recrimino, dirigiendo su atención nuevamente a el. Virando su rostro para encontrarse con su proximidad, se había contenido cuando su aliento se mezclaba en el aire con el suyo, había reprimido todo impulso al escuchar como la infusión bajaba parsimoniosa por su garganta aunque quizás aquello fuese más su imaginación. Ahora, sin embargo, sus orbes se perdían en la hendidura de sus labios y aquella imagen le robo las palabras que iba a pronunciar. Con cuanta facilidad podía el polaco robar su atención –No recuerdo que iba a decir- confesó intentando atrapar en el aire las palabras silenciosas que no logro articular, pero que habían logrado escapar de sus labios, escapándose en forma de aire. Y si por la cercanía su aire y el aire de Oscar era el mismo era fácil suponer que sus palabras estuviesen en pos del polaco, adheridas a alguna parte de sus labios.

Atrapo entre sus labios los ajenos, buscaba en la tierna superficie las vocales y el resto de la oración en su interior. Reconoció el sabor del té pero ni rastro de sus palabras. La delicadeza iba circunscrita en cada acción del rumano, jamás se precipitaba, no hablaba sin antes razonar y por sobre todo, no se permitía valerse por los impulsos animales a los que los hombres se veían expuestos ¿Cómo negarle al cuerpo la necesidad? ¿Y si la necesidad sobrepasaba los límites del efímero deseo? Sus acciones no se limitaban al instinto primario y si sus manos se rehusaban a tocarlo era sencillamente por lo que pudiese pensar de él ¿Cómo luciría aquel rostro maduro deformado por el placer? Seso el beso al encontrarse pensando en dichos cuestionamientos e intento atribuirle todo a la malsana curiosidad. Y en lugar de encontrar las palabras encontró cuestionamientos.

–Podemos ir a lanzar piedras ahora, y aguardar a que se esconda el sol para que me enseñes a nadar- sonrió infantilmente golpeteando suavemente el cristal con su dedo índice, anteponiendo el lugar al cual irían –¿No es demasiado fuerte el caudal?- lo sopeso unos instantes, imaginando su cuerpo siendo remolcado por las turbias aguas, sin saber nadar aquel escenario no encontraba mejor final. Confiaba, y comenzaba a ser ciega su confianza, en Oscar. ¿Cómo podía alguien hacerse de tanto en tan poco? –Pero antes debo terminar mi té- sentenció, andando de regreso a la cocina, al taburete en el cual había dejado la taza ahora, seguramente menos caliente.


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