AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La mente no es una jaula. Es un jardín. Y hay que cultivarla. // Anuar Dutuescu
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La mente no es una jaula. Es un jardín. Y hay que cultivarla. // Anuar Dutuescu
En lo libros, la verdad hace que todo sea bueno y agradable. La bondad prevalece. La maldad pierde. Hay feliciad. Pero la vida no es así.
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Caminitos surcados de tintilantes estrellas, se deleitaban deslizándose en su tersa piel lechosa, ahora que la luna hubiese reclamado cual reina caprichosa aquellos rayos que sirviesen de escarcha blanca en las montañas de su cuerpo. Una dulce sinfonía se alzaba a su alrededor, alborotando sus cabellos que en llamaradas de fuego se hubiesen de convertir, así el viento buscaba las llamas escondidas en sus cabellos, solo encontrase un puñado de olores, fragancias y sabores que solo a una bruja eran difíciles de arrancarle, porque la tierra le ha plagado de esa vitalidad característica de ella; lluvia, sales, verdor, luz..., naturaleza.
— “Las turbias aguas negras del olvido se tiñen de rojo al atardecer”—, los botones de su abrigo salen de sus ojales con pereza contenida. —“Busca refugio antes de que puedan alcanzarte y hacerte creer que eres feliz en esa profundidad escabrosa y cruel”—, su abrigo cae al suelo donde el agua lame las orillas sin tocarle. —“No olvides preguntarme cuál es el camino a la salvación” —. Un búho ululó en la cercanía y sus esplendorosas alas se abrieron mostrando la majestuosidad de su vuelo. —No podrás llegar incluso aunque este a tu lado”—, extiende una suave tela sobre el oscuro césped. Se quita los zapatos de tacón alto y descalza pisa la tela que se hunde un poco bajo su peso y la humedad de la tierra. Se sienta extendiendo su vestido de brocado en diferentes tonos de verde. Sobre su corpiño cae la piedra de zafiro que su amante regaló un día que ya estaba guardado en el fondo de su memoria. Atrae las piernas hacia sí abrazándolas mientras mira la laguna con esa hermosa luna dibujándose en sus aguas que por el día solían ser cristalinas y al anochecer las sombras las hundían en una oscuridad taladrante.
—“El paraíso esta aquí, en el abismo del infierno, junto a mí”—, su cuerpo se inclina hacia adelante perdiendo su verde mirada en las minúsculas olas provocadas por el viento. —“No olvides preguntarme cuál es el camino a la salvación. Oh mi fiel viajero—. Extiende el pie izquierdo que se deslizó dentro del agua fría por el clima que reinaba en París. Sus deditos se mueves juguetones mientras un escalofrío sube por su cuerpo. Pronto el otro pie le siguió jugueteando con las piedresillas del interior. —“Mi compañera”—, el agua acaricia su vestido con inquietud subiendo unos cuantos centímetros. Sus pelirrojos cabellos ondean graciles, aquellos traviezos que han salido de su moño. —“No olvides preguntar…”— con la mano izquierda quitó de su rostro un rizo rojizo y lo pasó tras su oreja y dejando la melodía sin terminar regresó sus piernas a ser abrazadas por sus níveos brazos que reclamaban un poco de calor... un calor que solo su corazón podría proveerle. ¿Dónde lo había olvidado?
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Caminitos surcados de tintilantes estrellas, se deleitaban deslizándose en su tersa piel lechosa, ahora que la luna hubiese reclamado cual reina caprichosa aquellos rayos que sirviesen de escarcha blanca en las montañas de su cuerpo. Una dulce sinfonía se alzaba a su alrededor, alborotando sus cabellos que en llamaradas de fuego se hubiesen de convertir, así el viento buscaba las llamas escondidas en sus cabellos, solo encontrase un puñado de olores, fragancias y sabores que solo a una bruja eran difíciles de arrancarle, porque la tierra le ha plagado de esa vitalidad característica de ella; lluvia, sales, verdor, luz..., naturaleza.
— “Las turbias aguas negras del olvido se tiñen de rojo al atardecer”—, los botones de su abrigo salen de sus ojales con pereza contenida. —“Busca refugio antes de que puedan alcanzarte y hacerte creer que eres feliz en esa profundidad escabrosa y cruel”—, su abrigo cae al suelo donde el agua lame las orillas sin tocarle. —“No olvides preguntarme cuál es el camino a la salvación” —. Un búho ululó en la cercanía y sus esplendorosas alas se abrieron mostrando la majestuosidad de su vuelo. —No podrás llegar incluso aunque este a tu lado”—, extiende una suave tela sobre el oscuro césped. Se quita los zapatos de tacón alto y descalza pisa la tela que se hunde un poco bajo su peso y la humedad de la tierra. Se sienta extendiendo su vestido de brocado en diferentes tonos de verde. Sobre su corpiño cae la piedra de zafiro que su amante regaló un día que ya estaba guardado en el fondo de su memoria. Atrae las piernas hacia sí abrazándolas mientras mira la laguna con esa hermosa luna dibujándose en sus aguas que por el día solían ser cristalinas y al anochecer las sombras las hundían en una oscuridad taladrante.
—“El paraíso esta aquí, en el abismo del infierno, junto a mí”—, su cuerpo se inclina hacia adelante perdiendo su verde mirada en las minúsculas olas provocadas por el viento. —“No olvides preguntarme cuál es el camino a la salvación. Oh mi fiel viajero—. Extiende el pie izquierdo que se deslizó dentro del agua fría por el clima que reinaba en París. Sus deditos se mueves juguetones mientras un escalofrío sube por su cuerpo. Pronto el otro pie le siguió jugueteando con las piedresillas del interior. —“Mi compañera”—, el agua acaricia su vestido con inquietud subiendo unos cuantos centímetros. Sus pelirrojos cabellos ondean graciles, aquellos traviezos que han salido de su moño. —“No olvides preguntar…”— con la mano izquierda quitó de su rostro un rizo rojizo y lo pasó tras su oreja y dejando la melodía sin terminar regresó sus piernas a ser abrazadas por sus níveos brazos que reclamaban un poco de calor... un calor que solo su corazón podría proveerle. ¿Dónde lo había olvidado?
Galatea Mozambique- Mensajes : 193
Fecha de inscripción : 05/08/2010
Re: La mente no es una jaula. Es un jardín. Y hay que cultivarla. // Anuar Dutuescu
Había salido de su piso con poco más que una blanca camisa y un pantalón, además del calzado obligatorio para cualquier hombre de mínimo estatus social. Simple comodidad, pues el lugar piramidal en que la gente optaba por ubicarlo no le indicaba nada a él, además de la necesidad de las personas de quererse saber con mejores oportunidades y vidas que los demás. Una necesidad que él jamás había llegado a sentir aunque sabía con certeza indiscutible que solo debía ojear la acera sobre la cual andaba para encontrar un alma más desdichada que la propia, una vida más difícil, un futuro menos prometedor.
El lago había parecido un buen destino, con el halito primaveral calentando imperceptiblemente la frialdad del invierno. Los colores a su alrededor cambiaban junto con la estación y había aprendido a leer en el color de las hojas, como todo buen infante, la época en que se encontraba. Inicios de la primavera, con los colores pálidos de las flores y los botones ansiando florecer, un perfume natural inundaba las calles de París y conforme se acercaba al cuerpo de agua el aroma ahondo más en sus pulmones “Hermoso París” en Rumania no podía conseguir aquella calidez hasta entrado el verano, cuando las plantas crecían verdes y los frutos obtenían color.
La melodía ajena se coló por el corazón de su oído hasta reptar por su interior, más bien flotar en sus adentros. La voz le azotó de pronto, como si la hubiese escuchado con anterioridad y aun así era incapaz de ubicar un rostro al cual le pudiese pertenecer. Avanzó silencioso hasta la mujer que se encontraba a orillas del lago, con una mata de rojizos cabellos resplandeciendo ante el reflejo de las estrellas. Dos nombres acudieron de sus recuerdos, dos brujas que había conocido tiempo atrás. Con similitudes y diferencias que intentaba ahora identificar.
Una rama trono bajo su peso delatando su ubicación –Galatea- vocifero, cuando aquella lejana noche años atrás salto de entre una marejada de recuerdos frente a él. La joven bruja que por azares del caprichoso destino había terminado en el primer piso del edificio, perseguida por bandidos sin ninguna buena intensión. Aquella mujer que sin saberlo había marcado una pauta en su vida, la primera vez que había sido capaz de remediar su error.
El lago había parecido un buen destino, con el halito primaveral calentando imperceptiblemente la frialdad del invierno. Los colores a su alrededor cambiaban junto con la estación y había aprendido a leer en el color de las hojas, como todo buen infante, la época en que se encontraba. Inicios de la primavera, con los colores pálidos de las flores y los botones ansiando florecer, un perfume natural inundaba las calles de París y conforme se acercaba al cuerpo de agua el aroma ahondo más en sus pulmones “Hermoso París” en Rumania no podía conseguir aquella calidez hasta entrado el verano, cuando las plantas crecían verdes y los frutos obtenían color.
La melodía ajena se coló por el corazón de su oído hasta reptar por su interior, más bien flotar en sus adentros. La voz le azotó de pronto, como si la hubiese escuchado con anterioridad y aun así era incapaz de ubicar un rostro al cual le pudiese pertenecer. Avanzó silencioso hasta la mujer que se encontraba a orillas del lago, con una mata de rojizos cabellos resplandeciendo ante el reflejo de las estrellas. Dos nombres acudieron de sus recuerdos, dos brujas que había conocido tiempo atrás. Con similitudes y diferencias que intentaba ahora identificar.
Una rama trono bajo su peso delatando su ubicación –Galatea- vocifero, cuando aquella lejana noche años atrás salto de entre una marejada de recuerdos frente a él. La joven bruja que por azares del caprichoso destino había terminado en el primer piso del edificio, perseguida por bandidos sin ninguna buena intensión. Aquella mujer que sin saberlo había marcado una pauta en su vida, la primera vez que había sido capaz de remediar su error.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
- Mensajes : 1801
Fecha de inscripción : 25/06/2010
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Re: La mente no es una jaula. Es un jardín. Y hay que cultivarla. // Anuar Dutuescu
El viento susurrante era el único acompañante en esa noche estrellada. Aplaudía su canto con cada brisita silenciosa que hacía cosquillas allí, donde su cabello caía sobre sus orejas. El cálido vaivén del agua arrullaba su verde mirada mientras ladeaba la cabeza esperando percibir el mensaje de amor que ya no existía, igual que en los cuentos que su abuela solía contarle de niña. Un disparate aquel pensar al saberse triste por la soledad. Ningún cuento que le hiciera dormir y soñar con el príncipe venía a ser parte de su realidad. Y no es que hiciera falta una persona a su lado, es que la decepción de sentirse sola era más grande que todas aquellas esperanzas puestas en el destino romántico de los fieles amantes.
Las aguas cristalinas se sumergían en la oscuridad. Devoraban su ropaje, lamiendo hasta donde su fina tela alcanzaba a tocar. La luna se dibujaba esplendorosa mientras que la joven bruja se deleitaba con una musiquilla en su mente; donde evocaba recuerdos, no precisamente de la infancia, sino de la vida que una vez perdida, jamás volvería a encontrar. ¿Qué le daparaba el destino? Una vida acompañada de la luna. No desagradaba, pues como siempre era la única que por las noches le escuchaba; hasta incluso, algunas veces le sonreía.
Una mirada perdida en la parsimoniosa velada y ni cuenta se había dado de la presencia de alguien en su cercanía. Mientras abrazaba sus piernas, poco a poco su cuerpo le proporcionó el calor que necesitaba, sus brazos recibían el suave viento que en cada minuto se tornaba más placentero, al menos para ella, y que alborotaba sus rizos que escapaban de su peinado que dentro de poco se caería en los serpeteantes cabellos rojizos que cada día debía peinar pacientemente.
A lo lejos los pasos de una persona. No, era un roedor que corría a su escondite. Dos hombres lobos aullaron a la luna en que era su primera transformación. El buho regresó a su hogar con uno mamífero entre su pico y dos de sus plumas manchadas de sangre despertaron el interés de seres rapiñadores. Otra criatura correteó y levantó un delicado polvillo que hizo estornudar a la bruja soltando con ello más cabellos de su tocado. Entonces escuchó el romper de una rama. Ahora sí que eran pisadas. La pelirroja alzó la mirada justo cuando una voz varonil rompió el relativo silencio.
Le nombraban. Era alguien conocido para llamarle por su nombre. Apenas hubo querido pensar en quien sería cuando identificó el sonido de su corazón al pronunciar la última letra de su nombre. El caballero Dutuescu. Lo hubiese reconocido incluso con su aroma que ahora golpeaba sus sentidos y que le hizo paladear la salinidad de su piel y, si, solventes. Una sonrisa delicada, frágil y encantada se abrió paso en el rostro de la dama que solitaria contemplaba las aguas de París.
Se puso en pie un poco tambaleante. Su vestido pesaba un poco más gracias al agua absorbida por la tela. Limpió sus manos en el vestido y regresó el rizo rebelde tras su oreja. —Señor Dutuesco— saludó haciendo una leve reverencia ante él y su cabello regresó a su rostro. —Es un placer volver a verle— expresó con honestidad. Hacía un tiempo que no le veía. Solo una noche le había bastado para saber que ese caballero era digno de confianza, nadie nunca se atrevería a arriesgar su vida por una completa extraña. Una hazaña que la pelirroja nunca olvidaría.
Las aguas cristalinas se sumergían en la oscuridad. Devoraban su ropaje, lamiendo hasta donde su fina tela alcanzaba a tocar. La luna se dibujaba esplendorosa mientras que la joven bruja se deleitaba con una musiquilla en su mente; donde evocaba recuerdos, no precisamente de la infancia, sino de la vida que una vez perdida, jamás volvería a encontrar. ¿Qué le daparaba el destino? Una vida acompañada de la luna. No desagradaba, pues como siempre era la única que por las noches le escuchaba; hasta incluso, algunas veces le sonreía.
Una mirada perdida en la parsimoniosa velada y ni cuenta se había dado de la presencia de alguien en su cercanía. Mientras abrazaba sus piernas, poco a poco su cuerpo le proporcionó el calor que necesitaba, sus brazos recibían el suave viento que en cada minuto se tornaba más placentero, al menos para ella, y que alborotaba sus rizos que escapaban de su peinado que dentro de poco se caería en los serpeteantes cabellos rojizos que cada día debía peinar pacientemente.
A lo lejos los pasos de una persona. No, era un roedor que corría a su escondite. Dos hombres lobos aullaron a la luna en que era su primera transformación. El buho regresó a su hogar con uno mamífero entre su pico y dos de sus plumas manchadas de sangre despertaron el interés de seres rapiñadores. Otra criatura correteó y levantó un delicado polvillo que hizo estornudar a la bruja soltando con ello más cabellos de su tocado. Entonces escuchó el romper de una rama. Ahora sí que eran pisadas. La pelirroja alzó la mirada justo cuando una voz varonil rompió el relativo silencio.
Le nombraban. Era alguien conocido para llamarle por su nombre. Apenas hubo querido pensar en quien sería cuando identificó el sonido de su corazón al pronunciar la última letra de su nombre. El caballero Dutuescu. Lo hubiese reconocido incluso con su aroma que ahora golpeaba sus sentidos y que le hizo paladear la salinidad de su piel y, si, solventes. Una sonrisa delicada, frágil y encantada se abrió paso en el rostro de la dama que solitaria contemplaba las aguas de París.
Se puso en pie un poco tambaleante. Su vestido pesaba un poco más gracias al agua absorbida por la tela. Limpió sus manos en el vestido y regresó el rizo rebelde tras su oreja. —Señor Dutuesco— saludó haciendo una leve reverencia ante él y su cabello regresó a su rostro. —Es un placer volver a verle— expresó con honestidad. Hacía un tiempo que no le veía. Solo una noche le había bastado para saber que ese caballero era digno de confianza, nadie nunca se atrevería a arriesgar su vida por una completa extraña. Una hazaña que la pelirroja nunca olvidaría.
Galatea Mozambique- Mensajes : 193
Fecha de inscripción : 05/08/2010
Re: La mente no es una jaula. Es un jardín. Y hay que cultivarla. // Anuar Dutuescu
La reverencia de la joven bruja lo desconcertó, desacostumbrado a los tratos formales que la sociedad sembraba laboriosamente en los adentros de cada persona, tachándoles por mugrientos e incapaces a aquellos que, faltos del conocimiento o el interés decidían no guiarse por las leyes sociales. Él mismo en su tiempo habría preferido alejarse del exceso de cordialidad más si la mujer se mostraba tan ilustrada para con el no quedaba más que hacer de aquella acción un gesto reciproco. Inclino su cuerpo arqueando su espalda, un arco casi recto en un ángulo para nada exagerado.
-Y extraña coincidencia además, pero no por ello menos apreciable- recordó aquella lejana noche en que sus costillas habían terminado severamente dañadas, su rostro magullado y su cuerpo lacerado. Sin embargo, su espíritu y alma se habían agrandando, habían recuperado cierta parte que con el tiempo se permitió olvidar, aquellos indicios de humanidad a los cuales había estado dispuesto a renunciar sin mayor pesar. Se acerco algunos pasos más, esperando no ser importuno a su arribo, él mismo decidía asistir a aquel lugar más bien desolado para pensar, reflexionar y permitir a sus demonios acosarlo entre la obscuridad, moviéndose en su medio natural. Sus voces tañían el silencio de los ausentes, sus mordaces palabras le impedían dejarlo todo atrás.
Y si Galatea había asistido a la cuna de la soledad de nada bueno se podía tratar ¿Estaría librando una ardua batalla contra demonios personales? ¿O aquellos demonios poseían un nombre y una voz, un rostro familiar? Quizás sufría de amor, de aislamiento, de pérdida o hasta de salud. No se atrevió a cuestionar por resultarle un medio demasiado tosco y burdo para abordar tema tan delicado que debía guardar. Intento descifrar en su rostro, encontrar en sus ojos la respuesta a su cuestión, aquellas esmeraldas que brillaban con la misma intensidad que el espejo de agua. Parecía, que más que reflejar el brillo de la luna lo absorbía, lo hacía suyo y propia era su luz. Un destello proveniente de un remoto lugar en su interior.
-¿Prefieres caminar o sentarte para conversar?- porque no se permitiría a si mismo desistir de aquel encuentro sin saber exactamente en qué condición se encontraba su vida, a fin de cuentas, se lo debía. Más aquella necesidad no provenía del quererse vanagloriar con su actuar, necesitaba saber que por lo menos su vida había mejorado después de aquel día. Que se había convertido en un hito para mejor, un parte aguas a un futuro prometedor, el propio, lo había sido los siguientes meses, el siguiente año más ahora, podía asegurar que no se encontraba mejor, y posiblemente estaba peor, a como lo había estado en su primer día en París. En aquella ocasión, cuando mínimo, llevaba los bolsillos llenos y la impaciente necesidad de volver a comenzar. Un nuevo comienzo a estas alturas no era solo impensable sino agobiante.
-Y extraña coincidencia además, pero no por ello menos apreciable- recordó aquella lejana noche en que sus costillas habían terminado severamente dañadas, su rostro magullado y su cuerpo lacerado. Sin embargo, su espíritu y alma se habían agrandando, habían recuperado cierta parte que con el tiempo se permitió olvidar, aquellos indicios de humanidad a los cuales había estado dispuesto a renunciar sin mayor pesar. Se acerco algunos pasos más, esperando no ser importuno a su arribo, él mismo decidía asistir a aquel lugar más bien desolado para pensar, reflexionar y permitir a sus demonios acosarlo entre la obscuridad, moviéndose en su medio natural. Sus voces tañían el silencio de los ausentes, sus mordaces palabras le impedían dejarlo todo atrás.
Y si Galatea había asistido a la cuna de la soledad de nada bueno se podía tratar ¿Estaría librando una ardua batalla contra demonios personales? ¿O aquellos demonios poseían un nombre y una voz, un rostro familiar? Quizás sufría de amor, de aislamiento, de pérdida o hasta de salud. No se atrevió a cuestionar por resultarle un medio demasiado tosco y burdo para abordar tema tan delicado que debía guardar. Intento descifrar en su rostro, encontrar en sus ojos la respuesta a su cuestión, aquellas esmeraldas que brillaban con la misma intensidad que el espejo de agua. Parecía, que más que reflejar el brillo de la luna lo absorbía, lo hacía suyo y propia era su luz. Un destello proveniente de un remoto lugar en su interior.
-¿Prefieres caminar o sentarte para conversar?- porque no se permitiría a si mismo desistir de aquel encuentro sin saber exactamente en qué condición se encontraba su vida, a fin de cuentas, se lo debía. Más aquella necesidad no provenía del quererse vanagloriar con su actuar, necesitaba saber que por lo menos su vida había mejorado después de aquel día. Que se había convertido en un hito para mejor, un parte aguas a un futuro prometedor, el propio, lo había sido los siguientes meses, el siguiente año más ahora, podía asegurar que no se encontraba mejor, y posiblemente estaba peor, a como lo había estado en su primer día en París. En aquella ocasión, cuando mínimo, llevaba los bolsillos llenos y la impaciente necesidad de volver a comenzar. Un nuevo comienzo a estas alturas no era solo impensable sino agobiante.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: La mente no es una jaula. Es un jardín. Y hay que cultivarla. // Anuar Dutuescu
La noche traía promesas. Lindas, que se ensortijaban en su interior. Desde el momento en que le escuchó. En que su voz varonil rompió aquel silencio en que su alma se ensartó, supo que tendría una tranquila velada acompañada de un ser que entendía mejor que nadie a la soledad. Un artista bohemio siempre tiene tal fama. Personas aiisladas, que solo buscan a la sociedad cuando hay necesidad, pero que pese a todo el terror que pudieran vivir, encuentran en esa fragilidad la belleza del arte.
En la época en que le conoció, solo supo ciertas cosas de él. Cosas tan básicas pero que le ayudaron a pensar que en aquella persona que una vez le salvó. Gracias a esa valerosa acción, tenía un mejor concepto de la humanidad decayente. Igual que cuando Dios habló a los sodomitas. Buscando solo una persona por la cual salvar a su pueblo, así mismo la bruja solo tenía el concepto de uno solo para creer en la sociedad. Idea errónea, se decía cada vez que veía a las personas matarse unas a otras por meros caprichos, cuando veía a los niños llorar culpa del hambre que sus padres hacían pasar, al pasar frente a la iglesia escuchando a los fanáticos hablar. Idea errónea, se recordaba y cuando evocaba alguna memoria, Dutuescu saltaba para decirle que no todo estaba perdido y una vez más la esperanza atraía a su existir.
La bruja se preguntó que haría él allí. Siendo una noche fresca, cuya armonía no era la mejor, los ladrones merodeaban en cada rincón y los borrachos reían cantando por las calles, las mujeres de deplorable moral se contoneaban felices en busca de caballeros como aquel hombre que ahora le observaba. Realmente deseaba que él no fuera de aquellos. Aunque ¿qué si lo fuera? Solamente así parecía demostrar que de seres humanos se trataba. En lugar de ello, estaba allí, en la misma laguna, en la misma hora. Sí, una coincidencia de lo más afortunada.
Observó sus cabellos danzar. Castaños y graciles. Su semblante se había endurecido, quizá producto del tiempo o solo la adversidad. Estaba más delgado y a ella pareció un tanto más alto. Él como aquella vez, no sonrió, más sin en cambio mostró un gesto afable para con ella. Pero, bajo aquella fachada, Galatea sabía que se escondía un hombre frágil, amoroso y hasta con alguna sonrisa dedicada a un amante.
La bruja mostró una sonrisa por aquel pensamiento. Y miró a la alta luna que le sonreía igual. Regresó la mirada al gallardo hombre que dejaba ver una alta silueta desgarbada y tan propia de él, salvo que..., "Cierto, ahora tiene un rostro limpio" pensó rememorando su mallugada piel ensangrentada e hincahda. Se alegró porque no hubiera sufrido daño alguno esa belleza nostálgica que en su mirada reflejó.
—Preferiría caminar— dijo con voz suave, no quería sonar un grito entre tanta tranquilidad. —El tiempo se ha vuelto más frío y aquí sentados perderemos calor— comentó agachándose con cautela y el sigilo de un gato, recogió el paño donde había estado sentada y lo dobló con esmero.
Una vez listo se calzó las zapatillas y dio un par de pasos —¿me acompaña, señor Dutuescu?— inquirió mirándole a traves de sus pestañas rojizas. Una sonrisa franca y tímida le invitó a seguirla mientras ella abrazaba su pañuelo. —¿Frecuenta la laguna o solamente por hoy ha decidido dar un paseo nocturno por ella?— imaginó que comenzar con una plática menos íntima sería mejor. Después de todo, no sabía que cosas se permitía hablar con él. Hacía mucho que no hablaba con nadie que no fueran cuestiones laborales.
En la época en que le conoció, solo supo ciertas cosas de él. Cosas tan básicas pero que le ayudaron a pensar que en aquella persona que una vez le salvó. Gracias a esa valerosa acción, tenía un mejor concepto de la humanidad decayente. Igual que cuando Dios habló a los sodomitas. Buscando solo una persona por la cual salvar a su pueblo, así mismo la bruja solo tenía el concepto de uno solo para creer en la sociedad. Idea errónea, se decía cada vez que veía a las personas matarse unas a otras por meros caprichos, cuando veía a los niños llorar culpa del hambre que sus padres hacían pasar, al pasar frente a la iglesia escuchando a los fanáticos hablar. Idea errónea, se recordaba y cuando evocaba alguna memoria, Dutuescu saltaba para decirle que no todo estaba perdido y una vez más la esperanza atraía a su existir.
La bruja se preguntó que haría él allí. Siendo una noche fresca, cuya armonía no era la mejor, los ladrones merodeaban en cada rincón y los borrachos reían cantando por las calles, las mujeres de deplorable moral se contoneaban felices en busca de caballeros como aquel hombre que ahora le observaba. Realmente deseaba que él no fuera de aquellos. Aunque ¿qué si lo fuera? Solamente así parecía demostrar que de seres humanos se trataba. En lugar de ello, estaba allí, en la misma laguna, en la misma hora. Sí, una coincidencia de lo más afortunada.
Observó sus cabellos danzar. Castaños y graciles. Su semblante se había endurecido, quizá producto del tiempo o solo la adversidad. Estaba más delgado y a ella pareció un tanto más alto. Él como aquella vez, no sonrió, más sin en cambio mostró un gesto afable para con ella. Pero, bajo aquella fachada, Galatea sabía que se escondía un hombre frágil, amoroso y hasta con alguna sonrisa dedicada a un amante.
La bruja mostró una sonrisa por aquel pensamiento. Y miró a la alta luna que le sonreía igual. Regresó la mirada al gallardo hombre que dejaba ver una alta silueta desgarbada y tan propia de él, salvo que..., "Cierto, ahora tiene un rostro limpio" pensó rememorando su mallugada piel ensangrentada e hincahda. Se alegró porque no hubiera sufrido daño alguno esa belleza nostálgica que en su mirada reflejó.
—Preferiría caminar— dijo con voz suave, no quería sonar un grito entre tanta tranquilidad. —El tiempo se ha vuelto más frío y aquí sentados perderemos calor— comentó agachándose con cautela y el sigilo de un gato, recogió el paño donde había estado sentada y lo dobló con esmero.
Una vez listo se calzó las zapatillas y dio un par de pasos —¿me acompaña, señor Dutuescu?— inquirió mirándole a traves de sus pestañas rojizas. Una sonrisa franca y tímida le invitó a seguirla mientras ella abrazaba su pañuelo. —¿Frecuenta la laguna o solamente por hoy ha decidido dar un paseo nocturno por ella?— imaginó que comenzar con una plática menos íntima sería mejor. Después de todo, no sabía que cosas se permitía hablar con él. Hacía mucho que no hablaba con nadie que no fueran cuestiones laborales.
Galatea Mozambique- Mensajes : 193
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